EL Rincón de Yanka: IMPARCIALIDAD

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viernes, 2 de julio de 2021

MANDAMIENTOS DEL INTELECTUAL por JAVIER GOMÁ 📜



Mandamientos del intelectual
«El intelectual acreedor de verdad de ese noble título en el fondo es siempre un educador, que nos recuerda con su discurso la alta dignidad que poseemos los seres humanos y nos enseña que la democracia liberal se define por ser el régimen político que ha organizado sus instituciones prioritariamente para respetar la dignidad de los ciudadanos esperando que éstos hagan lo mismo también entre sí, lo que la convierte en el sistema más decente de cuantos existen»
Si van a enunciarse unos mandamientos del intelectual, no debe faltar una defi­nición de esta figura. Se han propuesto en el pasado varias, yo daré la mía. Un intelectual es alguien que, siendo espe­cialista en un campo particular, es ca­paz de crear además un discurso para la generali­dad de la gente. Lo nuclear reside en ese discurso, claro está, pero no cualquier discurso vale. Repáre­se en los otros dos elementos: su autor ha de ser al­guien competente en alguna disciplina o actividad, la que sea. Sin esa experiencia, sus generalizacio­nes serán sospechosas de veleidades insustancia­les desconocedoras de cómo funciona el mundo real, articulado en profesiones y oficios. De otro lado, por el tema elegido y por la forma de expre­sarlo, el discurso ha de ser interesante para la ge­neralidad de las personas, trascendiendo el estre­cho círculo de los colegas de su especialización. La ambición de llamar la atención a una audiencia potencialmente ilimitada impone a quien lo intenta ciertos deberes o mandamientos, entre los cuales, a mi juicio, se encuentran los que siguen.

Conforme al primer mandamiento, el intelectual conocerá el dolor de los hombres y su discurso tras­lucirá que en todo momento lo tiene en cuenta, pues todo argumento que abstrae de esa realidad dolo­ rosa y no se hace solidario de ella está viciado de irrealidad y deja instantáneamente de resultar con­vincente. Además de que, cual bumerán que vuelve sobre el lanzador y lo golpea en la coronilla, desen­mascara a su autor como una mentalidad probable­ mente infantil y miope.
La política, que divide el mundo en amigos y ene­migos y promueve una pelea inclemente entre los primeros y los segundos tiende a simplificar el razonamiento hasta el extremo con el propósito de enardecer a los suyos y conseguir lo más pronto po­sible su objetivo final, que se resume en la obtención del poder. Nada que objetar mientras esa tos­ca esquematización se mantenga en su limitada es­fera. Lo malo viene cuando los «terribles simplificadores» (expresión del historiador Jacob Burckhardt) saltan a la opinión pública, que, libre de los antagonismos políticos, sería en principio apta para una deliberación racional.

Por eso el segundo mandamiento ordena mirar las cosas desde lo alto peraltados por un «pathos de la distancia» (Nietzsche. 'Más allá del bien y del mal, &257'), rectamente interpretado. El intelectual, cuando comunica con la sociedad, no lo hace nun­ca en nombre propio. sino en nombre de todos. Esta representación de la totalidad (otra manera de de­signar al viejo sentido común) le exige que se dis­tancie de sí mismo y, al contemplar con perspectiva de pájaro el asunto de que se trate, ofrezca una visión prudente, a largo plazo y de conjunto, que se haga cargo con ecuanimidad de la pluralidad de los intereses en juego, muchas veces intrincados y susceptibles de varias interpretaciones por contraste con esas opiniones de vuelo corto y raso que se ago­tan en reiterar la posición ideológica ya tomada de antemano, para la cual, da igual lo que se arguya, todo está claro. demasiado claro.

En un régimen autoritario, el intelectual es un disidente que presenta como alternativa a ese sis­tema inicuo el superior ideal democrático. En una democracia, presidido por ese ideal, su misión muta sustancialmente, circunstancia que algunos pare­cen ignorar. Pues ocurre que la democracia liberal es un equilibrio delicadísimo de diferentes ingre­dientes sabiamente conjugados tras superar mu­ chas pruebas a lo largo del tiempo (económicos, po­líticos, éticos, jurídicos, cívicos), cuyo soporte, una vez invalidados los fundamentos tradicionales, des­cansa exclusivamente en la ilustración de la propia ciudadanía, que ha de estar educada para entender y sentir esos refinamientos. En consecuencia, el tercer mandamiento dice que el intelectual tendrá que cultivar un temple para estas sutilezas, pues, sin ellas, cae en la barbarie del peor gusto. El tacto le inducirá a comportarse con frecuencia de un modo anticíclico: en las épocas de bonanza, en las que la población, satisfecha de la prosperidad que disfruta, sobrelleva con deportividad la sana crítica, avi­sará de los peligros, señalará riesgos, aconsejará re­ formas, criticará insuficiencias, denunciará corrup­ciones del ideal; en las épocas de crisis, en cambio, en que la ciudadanía se halla coagulada por la an­gustia y desesperación y que, debi­do al sufrimiento, vacila sobre el sis­tema, el intelectual se desvivirá por traer a la memoria de la ciudadanía la sabiduría profunda de ese ideal y dará razones para la confianza.

Y es que el intelectual acreedor de verdad de ese noble título en el fondo es siempre un educador, que nos recuerda con su discurso la alta dignidad que poseemos los seres humanos y nos enseña que la de­mocracia liberal se define por ser el régimen político que ha organiza­ do sus instituciones prioritariamen­te para respetar la dignidad de los ciudadanos esperando que éstos ha­gan lo mismo también entre sí, lo que la convierte en el sistema más decente de cuantos existen.
Un discurso es una secuen­cia de combinaciones de veintisiete letras. Por tan­to, el intelectual, incluso el científico, funge siempre de hom­bre de letras y ha de dominar el arte de combinarlas bien para formar palabras, frases, periodos y párra­fos. El cuarto mandamiento, referi­do al estilo, dice que el intelectual, al reclamar para sí la atención general, está obligado a tratar esa aten­ción con amabilidad y cortesía, por lo que procurará expresarse con corrección, claridad, brevedad, elegancia, amenidad y un poco de gracia.

El quinto mandamiento...

En una película de Mel Brooks, 'La loca historia del mundo', bajaba Moisés del monte Sinaí con tres tablas disponiéndose a proclamar ante el pueblo solemnemente congregado los Quince Mandamien­tos de la Ley de Dios. Al levantar los brazos en ges­to sacerdotal, se le deslizó una de las tablas al sue­lo y se rompió, por los que, corrigiéndose al instan­te, anunció los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, para alivio de los sufridos judíos, ya muy agobiados por un exceso de prescripciones divinas.
Con esto quiero decir que traía preparados un puñado más de mandamientos para el intelectual, pero por falta de espacio los dejo para mejor oca­sión.

Javier Gomá Lanzón 
es filósofo y dramaturgo

sábado, 19 de enero de 2019

🎬 PELÍCULA "EL CUARTO PODER (DEADLINE-USA, 1952)" ¿QUÉ HA SIDO DEL PERIODISMO INDEPENDIENTEMENTE VERAZ Y LIBRE?: ¡HA MUERTO!

“El cuarto poder” (Richard Brooks, 1952), 

¿Qué ha sido del periodismo?

Que una película de 1952 cuente tantas cosas y aborde en profundidad tantos temas en apenas una hora y veinticuatro minutos de metraje, con un guion tan rico en personajes, situaciones y diálogos, y con un trasfondo tan plagado de referencias e implicaciones de todo tipo debería dar que pensar a productores, directores, guionistas y espectadores de hoy. Que una película de 1952 sea capaz de diseccionar con tanta lucidez y contundencia cuáles son los males y las penas del ejercicio de la profesión periodística y revele tan a las claras cuáles son las carencias que acusa bien entrado el siglo XXI debería ser motivo de reflexión inaplazable para periodistas, dirigentes y dueños de los medios de comunicación y oyentes, espectadores y, sobre todo, lectores de prensa escrita. 

Que una película mantenga su vigencia hasta este punto indica el grado de riqueza y de excelencia al que llegó el cine clásico de Hollywood, tanto como manifiesta las causas de su imparable decadencia, de su bochornosa infantilización. Esta obra de Richard Brooks, sin tratarse, sin duda, de una obra maestra, adquiere la condición de película imperecedera, de relato imprescindible, de lugar al que volver para encontrar las claves y los principios que en la sociedad vertiginosa del no conocimiento insistimos por olvidar a diario.

El periodismo ético, ése que ya no se lleva. Impresionante la frase que Ed Hutchison (todo lo opuesto a Juan Luis Cebrián) dirige a uno de sus empleados: “Aquí se apoya o no se apoya a un candidato en base a su capacidad, no en base a la ideología que representa”. Y así es cómo se defiende la verdad y la auténtica libertad de prensa. No valen noticias partidistas, ni convenientes, ni analíticamente ladinas para que salga la cuenta del que escribe. El periódico que sale en esta película está en trance de desaparición y su director tiene muy clara cuál es su obligación: realizar una última edición con el rigor que ha caracterizado al verdadero periodista. Sin obviar opiniones, contraponiendo unas contra otras y ofreciendo pruebas de que se está diciendo la verdad. Sin ceder a presiones de chantajistas de baja estofa que quieren dominar lo que se dice para poder controlar lo que se hace. La cabecera del periódico se apaga porque el negocio es lo primero y siempre hay alguien, algún rival, algún político, que luchará para que no se diga la verdad. Porque, no nos engañemos, estamos rodeados de mentiras y muchas cabeceras se afanan en publicar noticias que son mentiras con apariencias de verdad.

Pero, claro, para ello hay que entregarse y luchar por lo que se cree. Y lo primero en lo que un ser humano debe creer es en la honestidad del trabajo realizado. ¿Cuántos podemos decir eso? Muy pocos. Contados. Incluso los mecanismos del autoengaño funcionan a toda máquina para anestesiar las conciencias y dibujar sinceridades falseadas en una moral que se encuentra en fuga permanente. La prensa, si no hubiera caído a un perfil tan bajo como el de los políticos, sería precisamente la voz que expondría las cosas tal y como son, con una objetividad que es pura utopía. Los intereses creados dominan las líneas editoriales y se trazan claramente las fronteras de lo políticamente correcto aunque eso signifique instalar a los sinvergüenzas en posiciones de poder. El periodista no tiene que ser una prostituta. Ya lo dice Hutchison en otra memorable frase: “Esta puede que no sea la profesión más antigua del mundo…pero es la mejor”. Tal vez porque aún cree que llevar la verdad a los hogares es una tarea reservada a aquellos que, de verdad, piensan que la democracia tiene que ser salvaguardada. Y solo puede hacerse en las líneas de tinta de unas rotativas que son implacables cuando se mueven.

Película-homenaje a la profesión periodística por parte de un ex–periodista como Richard Brooks, que no duda en arremeter contra los elementos mafiosos (que existen en todas partes) que tratan de controlar los medios ejerciendo una censura que no es más que un medio para moverse con comodidad en medio de la basura que ellos mismos crean, que resuelve dudas para todos aquellos que se debaten en medio de la indecisión porque todo son medias verdades, pasadas por el filtro ideológico…cuando, en realidad, lo que debería predominar son los idealismos. Más que nada porque el idealismo está siempre mucho más cerca de la verdad que la ideología. Incluso las páginas deportivas de ese diario intentan ofrecer líneas frescas de objetividad y dejarse de preferencias por equipos, jugadores, excusas, justificaciones y observaciones tan inútiles como propagandísticas que a la gente le encanta porque ofrecen un asidero del cual colgarse y desde donde gritan su aborregamiento. No vale tan solo con dar un golpe en la mesa y salir con cara de rebeldía. Eso no es nada. Sobre todo porque siempre hay un coche esperando en la puerta y eso es lo que realmente se teme perder. Y para ganar, siempre, hay que perder. Los hombres y mujeres de este periódico que describe Richard Brooks lo hacen hasta el último momento. Con líneas de honradez y de verdad.

Si ya en 1952 pasaban cosas como esta, es que la herida del periodismo es antigua. Y el peligro de pérdida de las cabeceras cuando los fundadores fallecen, mucho más.
De periodismo de la convicción al periodismo del negocio: este podría ser un buen resumen de lo que aquí se cuenta. Y la historia completa la conocemos muy bien los lectores de periódicos de hoy, porque la vivimos día a día.
Tres líneas argumentales se entrecruzan en la película, sin que ninguna de ellas chirríe, complementarias y coherentes: la lucha del periódico The Day por sobrevivir a una venta que lo haría desaparecer; la investigación por la muerte de una muchacha que ha aparecido desnuda con un abrigo de visón y la vida personal, desastrosa, del director del periódico, Ed Hutcheson (Humphrey Bogart), un hombre entregado a su trabajo y que, aunque está enamorado de Nora (Kim Hunter), no es capaz de hacerla feliz.

Los herederos de John Garrison, el visionario fundador del periódico, dos hijas y una esposa, están divididos a la hora de la venta. La señora Garrison (Ethel Barrymore) decide no vender y las hijas quieren dinero fácil. No querían a su padre ni tampoco al periódico. Contra eso se manifiesta el director, Hutcheson, que contrapone la necesidad de que el periódico siga respondiendo a la confianza de sus 290.000 lectores diarios, al trabajo de sus 500 empleados y a la necesidad ética de terminar un caso abierto: el de la intervención del hombre de negocios (sucios) Tomas Rienzi (Martin Gabel) en la muerte de la chica, Sally, y en otro montón de ilegalidades.

La película nos muestra la abismal distancia entre los postulados del director y de la redacción a la hora de defender no solo su trabajo, sino su vocación de servicio a la verdad, y la legión de abogados, herederos, accionistas: gente práctica que no entiende qué puede importar un periódico más o menos.
Es esta zanja la que separa al periodismo clásico de la impostura. Y también anda por ahí el periodismo sensacionalista, el de las fotos escabrosas y las investigaciones domesticadas, el Standard, el futuro dueño de la cabecera díscola.
Entonces ya se veía claro que había muchas formas de entender la profesión y que el futuro iba a resultar difícil para los que querían seguir siendo puros. Un magnífico guión, unos absorbentes diálogos, con ingenio, humor y cierto tono épico, sustentan la película, que dura apenas una hora y media que se hace corta.
El ambiente de la redacción está extraordinariamente conseguido, no solo en las personas, sino en los elementos técnicos, las rotativas, los teletipos, los teléfonos sonando, las órdenes y contraórdenes. Un periodismo hoy barrido por lo digital, y que aquí se presenta en toda su esencia, casi llamada a la nostalgia.
Una de las escenas más llenas de épica es el alegato que Hutcheson realiza en el tribunal que decide la posible venta del periódico. El juez, que se confiesa lector del periódico y antes repartidor, lo deja hablar y entonces él da una lección de “qué es un periódico”. Es toda una loa a la libertad de prensa y al papel de la prensa libre e independiente en una democracia.
En la actualidad el llamado cuarto poder ha muerto o, como mínimo, ha cambiado de manos. La prensa escrita ―y el periodismo serio en general, si es que este sintagma todavía puede aguantar unido más de dos segundos sin estallar—, ya no detenta ese pretendido poder oficioso, y si no lo hace es por falta de súbditos: hoy casi nadie lee los periódicos. 
Pero hace tiempo que el problema dejó de ser ése: la verdadera tragedia es que detrás del papel están cayendo la radio y la televisión como medios de información. Si hoy en día existe ese cuarto poder tan necesario, no se haya en manos de profesionales, ni siquiera en manos conscientes, sino que avanza como una colonia de hongos a través de las redes sociales y las cadenas de correos electrónicos. Da igual lo que informe la prensa tradicional: si en las redes sociales comienza a difundirse una imagen impactante que lleve superpuesta una leyenda extremadamente simple y mal redactada que lo contradiga, ésa será la versión a creer por la generalidad y, lo que es más grave, nadie se molestará en contrastarlo de ninguna manera. Es decir, nos quejábamos del efecto pernicioso que la tele causaba en la mentalidad social y ahora somos incapaces de darnos cuenta de que la degeneración cultural ha descendido otro escalón en su camino hacia la estupidez escalfada.

Algunos detalles de interés

El ficticio periódico The Day se inspira en un medio real, el New York Sun, cerrado en 1950. Toma su nombre del editor del Sun, Benjamin Day. Otros detalles del film se basan en el cierre del New York World en 1931, tras las decisiones tomadas por los hijos de Joseph Pulitzer.
Richard Brooks (1912-1992) es un director de larga trayectoria y muy interesante. Era periodista en sus inicios y un extraordinario guionista, responsable, entre otros, del guión de Cayo Largo (1948), de John Huston. Fue también marine en la II Guerra Mundial. Entre sus películas hay algunas de especial calidad, como Semilla de maldad de 1955, que descubrió a Sidney Poitier, La última vez que vi París, una adaptación de un libro de F. S. Fitzgerald, o A sangre fría, sobre la novela de no ficción de Truman Capote (1967). Especialmente destacado fue su trabajo sobre textos de Tennessee Williams, a partir de los que dirigió, con Paul Newman de protagonista, La gata sobre el tejado de zinc (1958) y Dulce pájaro de juventud(1962).

En la década de los setenta rodó una película de culto, Buscando al señor Goddbar (1977), donde la actriz Diane Keaton encarnaba a un personaje inspirado en la profesora Roseann Quinn, asesinada en 1973.
Aunque estuvo nominado como guionista y director varias veces al Oscar, solo obtuvo uno, al mejor guión adaptado, por Elmer Gantry en 1960.
La pericia de Brooks como director de actores se advierte en "El cuarto poder". Además de un Humphrey Bogart absolutamente metido en el papel, tanto a nivel de apostura física como de gestualidad y diálogos, hay otros intérpretes que bordan su trabajo, entre ellos la gran Ethel Barrymore, como la señora Garrison y Ed Bingley, como el redactor jefe de The Day.

Comentarios y referencias

"Richard Brooks –escribe Paul Mayersberg en el nº 12 de Movie (primavera de 1965)– es un idealista, pero un idealista conservador. Cree en el espíritu indomable del hombre. Cree que la bondad prevalecerá ante el mal, que las tierras baldías pueden hacerse fértiles. Brooks es conservador, no en el sentido de ser políticamente de derechas (si algo es, es progresista), sino en el sentido en que sus creencias son razonadas, no inspiradas. Sus actitudes son evolucionistas, no utopistas. Elmer Gantry, sin duda su película más brillante hasta la fecha, trata de la fe ciega y de sus peligros sociales, morales e incluso económicos. Para Brooks, si una actitud ante la vida tiene potencial comercial, es sospechosa. La venta es no de los temas de Elmer Gantry. 

El cielo de los predicadores es una utopía a la venta como una lavadora o una aspiradora. Heine escribió: 'Cuando los libros se queman, se quema a la gente'. Brooks diría: 'Cuando las ideas se venden, se vende a la gente'. 'Se vende' es el tema de "El cuarto poder", en la que un periódico, símbolo de la libertad y la libre expresión está a punto de ser vendido y 'Se vende' es el cartel que lleva Chance Wayne al cuello en la adaptación de Brooks de Dulce pájaro de juventud, en la que Paul Newman ofrece su juventud por un dólar. 
Brooks rechaza los eslóganes y la forma de vida que se crea a partir de ellos, porque un eslogan suele ser una idea a la venta. Muchos personajes perniciosos de sus películas hablan en eslóganes (...) Los personajes de Brooks no son, sin embargo, irreales o bidimensionales. Simplemente tienden a no cambiar".


VER+:

EL PERIODISMO A TRAVÉS DEL CINE




viernes, 17 de marzo de 2017

LIBRO "ENTRE EL ODIO Y LA VENGANZA DE ALFONSO GARCÍA LÓPEZ


"Entre el odio y la venganza", una visión distinta de la guerra civil española, a la luz de la ayuda humanitaria desplegada por el movimiento internacional de la Cruz Roja durante el conflicto.
Su autor es el notario Alfonso García.
Para estudiar el papel jugado por la Cruz Roja Internacional ha estudiado los archivos digitalizados que su Comité Internacional entregó al Gobierno español en 2008 y que se consultan en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca.

No es pobre el caudal documental: 300.000 documentos escritos y cuatro centenares de fotografías. La investigación en otros fondos pertinentes lleva al autor al Archivo General de la Administración, al Archivo General Militar de Ávila e Histórico del Ejército del Aire, todo ello completado con una crítica labor de hemeroteca.
Alfonso García resalta la neutralidad del Comité Internacional de Cruz Roja, como instrumento de credibilidad ante los contendientes
También destaca la intensa diplomacia humanitaria desplegada por los delegados de la institución ante las diferentes delegaciones acreditadas en España y ante las autoridades civiles y militares del más alto nivel, de uno y otro bando.
"El celo, la eficacia, la serenidad y la prudencia" con la que los delegados de la Cruz Roja desempeñaron su trabajo "adquiere mayor relevancia por haberlo hecho en un ambiente cargado de odio y afán de venganza, que les afectó en forma de insultos, difamaciones, acusaciones de espionaje, sometimiento a vigilancia, expulsiones de España y riesgos personales reales"
En cada página de la obra de Alfonso García está latente el clima de peligro, hostilidad e incomprensión en el que los delegados de Cruz Roja llevaron a cabo su misión, cuya máxima expresión fue un atentado contra el delegado del CICR en Madrid, George Henny. Según el diario ABC, un documento inédito formula la protesta del Gobierno francés tras el ataque en el que Henny fue herido y murió un periodista galo, una vez que aviones republicanos hirieron en el aire al delegado de la Cruz Roja que iba a informar de la matanza de Paracuellos. El autor no es tan concluyente, si bien aporta infinidad de testimonios para que sea el lector quien extraiga sus propias conclusiones. El historiador Ian Gibson habla de incógnitas alrededor de este episodio del avión Potez 54 ocurrido el 8 de diciembre de 1936 cerca de Madrid.

En general, el autor, en aras de la imparcialidad y la objetividad, procura evitar opiniones, utiliza con frecuencia palabras y expresiones contenidas en la documentación archivística y es pródigo en citas, sobre todo en los temas más polémicos, para ofrecer al lector la posibilidad de obtener sus propias conclusiones.

Libro recomendable por didáctico y esclarecedor ante las demagógicas posturas imperantes desde la absurda condena por el legislativo español del Alzamiento de 1936 en 1999 y, sobre todo, desde la promulgación de la Ley de la Memoria Histórica en 2007, a la que siguen otros textos legales en diferentes comunidades autónomas que están desvirtuando las posibilidades de estudio desapasionado de un periodo en el que reinaron el odio y la venganza que se mencionan en el título del libro aquí meritado y que muchos pretenden resucitar ahora, algunos negándolo hipócritamente y otros proclamándolo sin rebozo, para desgracia de una sociedad que, ayuna de los conocimientos históricos necesarios, no puede constituirse en opinión pública correctamente informada para ponderar actuaciones, a veces, muy peligrosas.
Alfonso García también ha publicado: Una Historia de la Banca Española a través de sus documentos, La actividad bancaria en Galicia. Desde el Catastro del Marqués de la Ensenada a la Ley Cambó (Premio Manuel Colmeiro, 2003), La Coruña en los protocolos notariale, Los pioneros del comercio en La Coruña, A mi manera: con sentido común, Calles con Historia, Las 1001 preguntas que todo abuelo debe saber responder, Creemos en la esperanza y Cruz Roja y Galicia: unidas por la historia (1864-1900).



lunes, 30 de noviembre de 2015

¿POR QUÉ ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA (DEL NORTE) ES EL MEJOR PAÍS DEL MUNDO?



“¿Por qué Estados Unidos de América 
es el mejor país del mundo?” 

Esta es la pregunta que una estudiante de segundo curso de periodismo lanza al presentador de televisión Will McAvoy (interpretado por Jeff Daniels) en el episodio inaugural de la primera temporada de la serie Newsroom, cuya segunda etapa se emite ya en España. Uno de sus dos compañeros de debate resume su opinión en dos palabras: “Libertad y libertad”. La otra afina algo más: “Diversidad y oportunidad”. ¿Y McAvoy? Primero intenta salirse por la tangente (“Los New York Nets”, ironiza) pero, ante la insistencia del moderador, sufre un ataque de sinceridad y lanza una soflama cuyo contenido se resume como sigue:

América [nadie duda en EE UU del derecho a utilizar como exclusivo el nombre de todo el continente] no es el mejor país del mundo, ni siquiera el más libre. También Canadá, Japón, Alemania, España y hasta 180 Estados soberanos son libres. América ocupa el 7º lugar en alfabetización, el 12º en ciencia, el 49º en esperanza de vida. Sólo es líder mundial en número de presos por 100.000 habitantes, adultos que creen en los ángeles y gastos de defensa, más que los 26 siguientes juntos.

Así que la respuesta es no. América no es el mejor país del mundo. “Pero lo éramos”, sostiene McAvoy con verdades no tan irrefutables. 
“Defendíamos lo justo, luchábamos por razones morales, librábamos guerras contra la pobreza y no contra los pobres, nos preocupábamos por el prójimo, construíamos grandes cosas, realizábamos avances tecnológicos increíbles, explorábamos el universo, curábamos enfermedades, cultivábamos los mejores artistas del mundo, nos dirigíamos hacia las estrellas, no teníamos miedo. 
Éramos capaces de ser y hacer todas esas cosas porque estábamos informados por grandes hombres. Hombres reverenciados. El primer paso para resolver un problema es reconocer que existe. Así que América ya no es el mejor país del mundo–. Will mira al Profesor y le pregunta, –¿Suficiente?"
La serie derivará en un viaje para retomar la ética periodística, y a través de ella, hacer de América el mejor país del mundo. La serie es apasionante y os la recomiendo muy encarecidamente. Está llena de momentos brillantes y geniales como el que os acabo de citar.

Esa decadencia en política, principios y psicología colectiva está relacionada, según McAvoy, con el hecho de que hoy la gente está peor informada que en el pasado, inundada por los disparates de unos medios de comunicación mercantilizados y mediatizados, impregnados de periodismo basura y telerrealidad. 

Él añora los tiempos de Edward R. Murrow, el mítico presentador del Buenas Noches y Buena Suerte –que denunció la caza de brujas del senador Joseph McCarthy- y de Walter Cronkite, que contribuyó a terminar con la guerra de Vietnam.

VER VIDEO:




martes, 31 de diciembre de 2013

LA TRAICIÓN DE LOS INTELECTUALES (LOS HABLAPAJA)


"El campo del intelectual es por definición la conciencia. Un intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante y el que comprendiendo no actúa tendrá un lugar en la antología del llanto pero no en la historia viva de su tierra".

"El pueblo aprendió que estaba solo... El pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza".

"De los políticos sólo podíamos esperar el engaño, la única revolución definitiva es la que hace el pueblo y dirigen los trabajadores".

Rodolfo Walsh



"LA HIPOCRESÍA SE INSTALÓ 
ENTRE NOSOTROS, 
Y YA FORMA PARTE 
DE NUESTRA IDIOTEZCRASIA".

M. Enrique Duirán Ramírez


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Los HABLAPAJA son los que piensan 

como cubanos castristas 
y viven como gringos progres ricachones. 
¡Cuantos hay, estamos rodeados...!

Dan conferencias cobrando miles de $, son famosos dando entrevistas muy bien remuneradas, viviendo en mansiones y promocionando el comunismo para los otros...




LA TRAICIÓN DE LOS INTELECTUALES 

 La inteligencia NO DEBERÍA estar subordinada a los sentimientos POR ENCIMA DE LA RAZÓN.

"El intelectual debería de ser -según Benda- el defensor de lo eterno, de las verdades universales". 

En 1927, Julien Benda -filósofo y escritor francés de origen judío- publicó su libro más conocido- "La trahison des clercs" (La traición de los intelectuales)-, que se inserta de lleno en el núcleo duro de su pensamiento. Este, nítidamente racionalista, afirma que el hecho de que la realidad sea siempre dinámica no quiere decir que también tengan que ser dinámicos los conceptos mediante los cuales esta realidad es aprehendida. La movilidad de la realidad no es la de los conceptos. Estos, pues, deben ser defendidos, sin relativizaciones de oportunidad. En este núcleo se encuentra la tesis de "La traición de los intelectuales", que ya anticipó en una entrevista concedida en 1925 a las Nouvelles Littéraries, en el que denunciaba la apuesta generalizada por todo lo que es "puramente temporal", con "desprecio de todo valor propiamente ideal y desinteresado". "Los hombres - decía Benda - ya no tienen más que dos religiones: para unos, la nación, para otros, la clase. Dos formas, aunque pretendan lo contrario, de lo más puramente temporales. Los hombres que tenían como función predicar el amor a un ideal, el supratemporal (los hombres de letras, los filósofos, digámoslo con una sola palabra, los intelectuales, los homo academicus), no sólo no lo han hecho, sino que han trabajado para fortalecer estas religiones de lo terrenal: Barrès, Bourget, Nietzsche, Marx, Péguy, Sorel, D'Annunzio, todos los moralistas influyentes de este último medio siglo, han sido secos profesores de realismo [...]. Esto es lo que yo llamo la traición de los intelectuales". 

La traición de los intelectuales no es, pues, para Benda, comprometerse con una determinada opción política -alaba a Zola en el caso Dreyfus -, sino que radica en subordinar la inteligencia a unas posturas que vienen dadas por el sentimiento, infringiendo así su obligación principal: defender siempre los derechos de la razón frente a los asaltos de los que es objeto, desde finales del siglo XIX, en nombre de la familia, la raza, la patria y la clase. El intelectual debería ser -según Benda- el defensor de lo eterno, de las verdades universales, sin fijarse como objetivo inmediato un resultado práctico, pero -añade- se observa una tendencia general de los intelectuales contemporáneos a perder de vista los valores desinteresados y abrazar las disputas contingentes. "Nuestro siglo -decía refiriéndose al siglo XX- habrá sido propiamente el siglo de la organización intelectual de los odios políticos". Los odios aludidos por Benda son las pasiones de raza (el antisemitismo, la xenofobia y el nacionalismo judío), las pasiones de clase (el radicalismo burgués y el marxismo), y las pasiones nacionales (el nacionalismo y el militarismo). En conclusión, Benda denunció como traidores -según Michel Winnock- a los escritores que adoptaron el culto de lo particular abandonando lo universal, siguiendo en esto el pensamiento romántico alemán del siglo XIX y con abdicación de la razón frente a la embestida del sentimiento. Se ha destacado que la obra de Benda fue doblemente profética. Por un lado, denunció la inteligencia que daba justificaciones eruditas y literarias para el desencadenamiento de las pasiones particulares, y, por otro, anunciaba aquello en lo que se convertirían las sociedades que anulasen todo poder espiritual independiente: en regímenes totalitarios. 

En 1955, Raymond Aron publicó "L'opium des intellectuels" (El opio de los intelectuales), libro que los críticos relacionaron con la obra de Benda . Un libro en el que trata de "bajar la poesía de la ideología al nivel de la prosa de la realidad". Es una crítica del fanatismo , de cualquier fanatismo . Porque -dice Aron - " no se deja de amar a Dios para que se renuncie a convertir a los paganos y a los judíos por las armas, y para que no se repita que fuera de la Iglesia no hay salvación". Por lo tanto, tampoco "se dejará de aspirar a una sociedad menos injusta y a un destino común menos cruel por negarse a transfigurar una clase, una técnica de acción o un sistema ideológico". El tema es, por tanto, el desorden moral e intelectual que provoca adherirse a ciertas ideologías. ¿Por qué -se pregunta Aron- hay intelectuales que son "implacables con los defectos de la democracia pero están dispuestos a tolerar los peores crímenes siempre que sean cometidos en nombre de la doctrina correcta? "El título del libro de Aron es una inversión de la frase de Marx de que la religión es "el opio de los pueblos". En realidad, el marxismo nunca ha sido el narcótico del pueblo (¿?). Ha sido el opio de los intelectuales. 

La crítica de la época de la aparición del libro de Aron mostró una división social en bloques. La izquierda -con Maurice Duverger al frente- descalificó a Aron sin miramientos, y le acusó de querer justificar su falta de compromiso, la derecha encomio su crítica de los "mandarines "ensoberbecidos, y el centro aceptó, con matizaciones y reservas, su crítica del dogmatismo de los intelectuales progresistas. Hoy , más de medio siglo después, tanto "El Opio", como "La traición" de los intelectuales siguen estando vigentes por lo que tienen de denuncia de lo que constituye la perversión máxima de la actividad intelectual: defender un dogma -sea el que sea - sin contrastarlo a la luz de la razón, para ponerlo al servicio de un proyecto de dominación disimulado bajo la más variada gama de apelaciones sentimentales. Se dice que Diógenes paseaba por Atenas con una lámpara, a la luz del día, buscando un hombre y no lo encontraba. Tal vez lo tendría aún más difícil hoy, para encontrar un intelectual que preserve su independencia al servicio de las cuatro ideas básicas que definen nuestra civilización. 


VER+: 
Se puede ser intelectual sin ser inteligente



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viernes, 4 de octubre de 2013

CARACTERÍSTICAS DE LOS INTELECTUALES, DEL PENSAMIENTO SOCIAL



  • “Poeta es aquel que en medio de las diez mil cosas que nos distraen, es capaz de “ver” lo esencial y llamarlo por su verdadero nombre”. Rubem Alves
  • "Rascar hasta el hueso, asumir en toda su hondura el desconcierto y la perplejidad, no ahorrarse preguntas. Aceptando en definitiva, que lo que caracteriza a este momento histórico es la disolución de las marcas de certeza, y admitir certezas sólo en lo que tiene que ver con las convicciones éticas". Gerardo Caetano







CARACTERÍSTICAS DE LOS INTELECTUALES



Tienen que "DISCERNIR":

Distinguir una cosa de otra: discernir lo verdadero de lo falso.


No tienen que tener una mente cuadriculada y dogmática.
No tienen que ver las cosas en blanco y negro.
Tienen que estar desposeídos de toda pedantería, petulancia y engreimiento.
No deben enfocar los asuntos bajo los mismos criterios y esquemas.
Cuando escriban sobre diversos temas, tiene que ser coherentes y consecuentes, ya que si no podrían caer en el tremendo error de no admitir briznas y, sin embargo, tragar camellos.

Tienen que analizar los asuntos de una manera imparcial y objetiva, procurando no tener la mente privatizada por ningún prejuicio ideológico. Si así sucediera, se correría el riesgo de que fuesen defensores de ideas determinadas, que vendrían mezcladas con conocimiento e ideología.

Tienen que descartar toda presunción de certeza en lo que escriben o dicen. En caso contrario, caerían en la intolerancia propia del intelectualillo vano, neófito y atrevido.

Tienen que evitar que los comentarios sean sesgados.
No deben hablar o escribir sobre cuestiones importantes, sin antes descubrir dónde está el “quid” del asunto.

Deben aceptar la opinión y la discrepancia de otros intelectuales.
Cuando critiquen algo, deben evitar hacerlo de forma facilona, populista, inmadura, simple y primaria.
Deben evitar la manipulación y la falsificación, sobre todo cundo se trata de cuestiones históricas.
Cuando hagan cualquier comentario sobre algún asunto, deben procurar no atraerlo a su manera de pensar.

Tienen que evitar divulgar ideas basadas en falsedades, tergiversaciones o medias verdades.
Si hay algo en lo que no están de acuerdo, deben evitar mentir o distorsionar.
No deben erigirse en jueces y fiscales de los demás, no transmitiendo valores o creencias que suelen tener como fin algún objetivo político.

Y, sobre todo, tienen que razonar. Decía el poeta William Drummond: 

“El que no quiere razonar es un fanático; el que no sabe razonar es un necio; el que no se atreve a razonar es un esclavo”.


Luis David Bernaldo de Quirós Arias




martes, 15 de noviembre de 2011

DECÁLOGO DEL PERIODISTA



Decálogo del Periodista
Sostiene Tomás Eloy Martínez que en Bogotá, antes de la reunión sobre Nuevo Periodismo en Monterrey, México, reflexionó no sobre los medios sino sobre el periodista como emisor de información y, sobre todo, como conciencia de su comunidad.
El palangre o palangrismo es la forma de cobrar o aceptar dinero para favorecer una o varias personas u una o varias instituciones sin importar la verdad del hecho. En lenguaje periodístico, práctica de recibir palangre (pago ilícito).

El gran escritor elaboró el siguiente decálogo:

1. El único patrimonio del periodista es su buen nombre. Cada vez que se firma un artículo insuficiente se pierde parte de ese patrimonio.
2. Hay que defender ante los editores el tiempo que cada quien necesita para escribir un buen texto y el espacio que necesita dentro de la publicación.
3. Una foto que sirva como ilustración y no añade información alguna no pertenece al periodismo.
4. Hay que trabajar en equipo. Una redacción es un laboratorio en el que todos deben compartir sus hallazgos y sus fracasos.
5. No hay que escribir una sola palabra de la que no se esté seguro, ni dar una sola información de la que no se tenga plena certeza.
6. Hay que trabajar con los archivos siempre a mano, verificando cada dato, y estableciendo con claridad el sentido de cada palabra que se escribe.
7. Hay que evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados.
8. Hay que usar siempre un lenguaje claro, conciso y transparente. Por lo general lo que se dice en 10 palabras siempre se puede decir en nueve, o en siete.
9. Encontrar el eje y la cabeza de una noticia no es tarea fácil. Tampoco lo es narrar una noticia. Nunca hay que ponerse a narrar si no se está seguro de que se puede hacer con claridad, eficacia, y pensando en el interés del lector más que en el lucimiento propio.
10. Recordar siempre que el periodismo es, ante todo, un acto de servicio. Es ponerse en el lugar del otro, comprender lo otro. Y, a veces, ser otro.

Yo quisiera elevar al aire y que llegue bien lejos y los pensamientos se profundicen, las siguientes ideas.

Yo digo que el periodismo debe ser ejercido con ética.

Yo pienso que los medios, si bien pueden ser de propiedad privada, prestan un servicio público de suma responsabilidad. No pueden estar al servicio de los intereses de sus propietarios. Son privados pero de connotación patrimonial pública.

Yo pienso que tambien pueden ser de propiedad pública pero al servicio de todos los ciudadanos. 

El periodismo debe estar al servicio de la libertad y de la responsabilidad. El periodismo es el medio y no el fin. Por lo tanto los medios no justifican el fin. Deben trabajar, rigurosamente, por la verdad.






Decálogo del periodista cristiano
Manuel Lozano Garrido

1. Da gracias al ángel que clavó en tu frente el lucero de la verdad y lo bruñe a todas horas.
2. Cada día alumbrarás tu mensaje con dolor, porque la verdad es un ascua que se arranca del cielo y quema las entrañas para iluminar, pero tú cuida de llevarla dulcemente hasta el corazón de tus hermanos.
3. Cuando escribas lo has de hacer: de rodillas para amar; sentado para juzgar; erguido y poderoso, para combatir y sembrar.
4. Abre pasmosamente tus ojos a lo que veas y deja que se te llene de sabia y frescura el cuenco de las manos, para que los otros puedan tocar ese milagro de la vida palpitante cuando te lean.
5. El buen peregrino de la palabra pagará con moneda de franqueza, la puerta que se le abre en la hospedería del corazón.
6. Trabaja el pan de la limpia información con la sal del estilo y la levadura de lo eterno y sírvela troceada por el interés, pero no le usurpes al hombre el gozo de saborear, juzgar y asimilar.
7. Árbol de Dios, pídele que te haga roble, duro e impenetrable al hacha de la adulación y el soborno, pero con tu frente en las ramas a la hora de la cosecha.
8. Si a tu silencio se llama fracaso porque la luz falta a la cita, acepta y calla. Pobre del ídolo que tiene los pies del barro de la mentira. Pero ojo a su vez, con la vanagloria del mártir cuando las palabras no suenan por cobardía.
9. Siégate la mano que va a mancillar, porque las salpicaduras en los cerebros, son como sus heridas, que nunca se curan.
10. Recuerda que no has nacido para prensa de colores. Ni confitería, ni platos fuertes: sirve mejor el buen bocado de la vida limpia y esperanzadora, como es.


VER +:

LOS MEDIOS SE HAN CONVERTIDO EN SÍ MISMOS
EN LOS FINES