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CALENDARIO CUARESMAL 2024

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viernes, 15 de marzo de 2024

LIBRO "LAS CLAVES OCULTAS DEL 11M": 20 AÑOS BUSCANDO LA VERDAD por LORENZO RAMÍREZ 👥💣💥💀

LAS CLAVES OCULTAS DEL 
11M": 
20 AÑOS BUSCANDO LA VERDAD 



Prólogo 

AL FIN, LA VERDAD 

«De manera que lo que dijisteis en la oscuridad 
será escuchado a plena luz 
y lo que hablasteis al oído en las habitaciones interiores 
de la casa será proclamado desde las terrazas». 
Evangelio de Lucas 12:3 

El 11M han sido considerado por muchos como el día que cambió la historia de España. Se puede estar o no de acuerdo con esa reflexión, pero no cabe duda de que aquellos atentados en Madrid, donde murieron dos centenares de personas, fueron el mayor zarpazo terrorista sufrido por una nación lacerada desde hacía décadas por ese tipo de dramas. No solo eso. A partir de entonces, como en otros momentos anteriores y posteriores de la historia de España, quedó de manifiesto que algo había cambiado y que algunas circunstancias no volverían a ser las mismas. Creo que no exagero si digo que, al igual que en Estados Unidos el asesinato de J. F. Kennedy marcó para buena parte de los ciudadanos la pérdida de fe en el sistema, el 11M para muchísimos españoles significó captar que casi nada era como le habían dicho. 

De entrada, tras unas horas en que todos vieron en ETA la responsable de la matanza, se produjo una división radical entre los que seguían manteniendo esa posición y los que, por el contrario, abogaban por una autoría islámica que conectaba directamente con la intervención de España en la guerra de Irak. Semejante disyuntiva fue —lo sabemos ahora— falsa y, para colmo, utilizada como instrumento para intentar ganar unas elecciones próximas, impedir emprender el camino de la verdad y enzarzar a unos españoles contra otros. Pero en aquel entonces solo los que sembraron la confusión lo sabían. 

A la división, en apariencia inexplicable de los medios, se sumó pronto el estupor al contemplar que el PSOE —que llegó al poder en unas elecciones celebradas a las pocas horas de los atentados— se apresuraba a dar carpetazo a la investigación aferrándose a una versión oficial que apuntaba a una autoría islámica, mientras que el PP decía lo mismo aunque de manera menos tajante. Al final, los dos grandes partidos —Gobierno y oposición, oposición y Gobierno— parecían estar más interesados en pasar página sobre lo acontecido que en conocer la verdad. Si José Luis Rodríguez Zapatero intentó inculcar a martillazos la versión oficial en las neuronas de los españoles, nada diferente hizo Mariano Rajoy al llegar al poder cuando, ya de manera definitiva, se acabaron las investigaciones sobre los atentados y se destruyeron los últimos restos materiales de los mismos. Mucho deseo parecía existir de cerrar la cuestión y muy poco, quizá ninguno, de hacer justicia a víctimas y familiares. Sin embargo, no se trató solo de los partidos políticos. 

Los mismos medios de comunicación no estuvieron tampoco a la altura de las circunstancias. La mayoría optó por no seguir investigando y aceptar un relato oficial que satisfacía a los amos de la publicidad institucional, y la minoría que discutió esa versión de los hechos —lo sabemos ahora— contribuyó también a desviar a los ciudadanos de la verdadera pista, aunque descubriera cómo lo que aceptaba la mayoría no se sostenía ni siquiera mínimamente. Unos impidieron investigar y otros nos llevaron tan lejos que no nos permitieron ver lo realmente sucedido. Pero no todo se redujo a un comportamiento que dejó bastante que desear por parte de políticos y de medios de comunicación. 

Con creciente estupor, los españoles que siguieron abordando la cuestión en un deseo de que se supiera la verdad —«¡Queremos saber!», habían gritado tantos tras los atentados para que luego se diera carpetazo deprisa y corriendo— fueron descubriendo que la actuación de las Fuerzas de Seguridad del Estado había distado mucho de ser ejemplar e incluso, en ocasiones, despedía un tufo a difusión —incluso creación— de pruebas falsas y a deseo de enfangar, en lugar de aclaración de lo sucedido. Mal estaba que no pudiéramos fiarnos de los partidos políticos, pero ¿tampoco de la Policía? ¿Tampoco de la administración de Justicia? A decir verdad, todo constituyó una sobrecogedora sucesión de «tampocos». 
Así, al cabo de cuarenta y ocho horas de perpetrados los hechos, los trenes objetivo de los atentados del 11M se convirtieron en chatarra impidiendo que se pudieran utilizar como material para determinar quién había cometido los atentados. 
Tampoco se adjuntaron al sumario todas las actas de las muestras recogidas en los trenes. Tampoco aparecieron los vestigios completos tomados en los vagones, parte de los cuales fueron llevados a la sede de la Unidad Central de Tedax. Tampoco se recuperó en los doce focos de explosión un solo fragmento de explosivo, ni de los detonadores, ni de los iniciadores ni de las bolsas. Tampoco se envió a la Policía Científica muestras para el análisis. 
Tampoco se mandó al juez un listado pormenorizado de los componentes químicos. 
Tampoco se aclaró nunca de dónde venía la bomba desconectada y con metralla que se pretendió hacer pasar por una de las pruebas de la causa. Tampoco supimos nunca qué tenían que ver los suicidados de Leganés con los atentados, como estableció el propio Tribunal Supremo. Tampoco se practicó la autopsia a los suicidados. 
Tampoco se ha aclarado nunca el papel representado por el octavo habitante del piso de Leganés, Abdelmajid Bouchar, que escapó a la carrera del piso atravesando el cordón policial y al que el tribunal exculpó de la acusación de haber colocado las bombas. Tampoco se ha aclarado qué hacía Jamal Zougam, sobre el que recayó la culpa de los atentados, en un gimnasio la noche anterior a los crímenes, mientras sus presuntos cómplices supuestamente fabricaban en una casa de Morata de Tajuña las bombas. 
Tampoco se ha determinado por qué las testigos que sirvieron para condenarlo cambiaron su versión varias veces: una de ellas no reconoció a Zougam hasta trece meses después de los atentados e incluso algunos familiares de la otra testigo fueron denunciados por el juez Del Olmo por intentar presentarse como víctimas del 11M cuando no lo eran. Tampoco se ha castigado a los funcionarios públicos que cometieron perjurio durante la causa, aunque varios altos cargos policiales fueron ascendidos y condecorados a pesar de los errores cometidos. Tampoco sabemos a día de hoy quién dio las órdenes o quién planeó y quién ejecutó la matanza. Tampoco… 

Poco puede sorprender que, con ese cúmulo de circunstancias a lo largo de la instrucción del sumario, se detuviera a un total de ciento dieciséis personas por su presunta relación con los hechos. Prácticamente todas las detenciones se produjeron mientras la Comisión 11M estuvo abierta en el Congreso, pero de esos ciento dieciséis detenidos, solo veintinueve personas (nueve de ellas españolas) llegaron a juicio. Los demás, un total de ochenta y siete detenidos, fueron exonerados de cualquier tipo de cargo. De los veintinueve imputados que llegaron a juicio, solo veintiocho lo terminaron, ya que tanto la Fiscalía como todas las acusaciones retiraron durante la vista en la Audiencia Nacional todos los cargos contra uno de los hermanos Moussaten, que quedó inmediatamente en libertad. De los veintiocho imputados que llegaron al final del juicio, siete fueron absueltos, con lo que solo hubo veintiún condenados en primera instancia. Cinco de esos veintiuno fueron puestos en libertad al acabar el juicio en la Audiencia Nacional, al haber cumplido ya la pena de prisión impuesta por el tribunal. Tras la revisión de la sentencia por parte del Tribunal Supremo, las veintiún condenas quedaron reducidas a dieciocho. Así pues, solo quedaron dieciocho condenados en segunda instancia, cuatro de ellos españoles. Pero el resultado final fue, en realidad, peor de lo que indican estas cifras, ya que solo serían condenadas tres personas por las muertes del 11M: Emilio Suárez Trashorras, Jamal Zougam y Otman el Gnaoui. Todos los demás, un total de quince, fueron condenados por diversos delitos —por ejemplo, falsificación, tráfico de explosivos…—, pero no por los hechos del 11M. De esos tres culpables oficiales solo uno fue condenado por colocar una bomba: Jamal Zougam. En resumen, los supuestos autores materiales de los terribles atentados del 11M fueron, supuestamente, dos españoles no islamistas y un musulmán confidente de la Policía. 

Resulta angustiosa esta exposición de hechos, pero a ella hay que añadir que, desde hace años, las entidades —como los Peones Negros— que, supuestamente, iban a averiguar lo sucedido, han quedado total y absolutamente desarticuladas sin que se hayan brindado explicaciones al respecto. 

Para remate, durante la presidencia de Mariano Rajoy se dio carpetazo definitivo a la posibilidad de continuar investigando judicialmente los atentados. De hecho, la juez Coro Cillán, que intentó reabrir la causa, acabó desplazada de la carrera y encerrada en una entidad psiquiátrica y, a día de hoy, cuando se escriben estas líneas, por desgracia y para vergüenza de toda una nación, apenas quedan unas semanas para que los atentados prescriban penalmente. 

Dos décadas después de los atentados del 11M, sabemos que la historia de España cambió radicalmente y no solo para las víctimas y sus familiares. El PP quedó noqueado y Rajoy, en lugar de convertirse en el presidente de Gobierno que continuara la labor de Aznar, llegó al poder dos mandatos después. La situación para entonces ya era muy distinta porque España estaba institucionalmente descoyuntada y económicamente en una bancarrota real. Seis años después, tras el pésimo gobierno de Rajoy, España sufría una deuda pública que superaba holgadamente el cien por cien del PIB. Por su parte, el PP, tras el gobierno desastroso de Rajoy —que no cumplió ni una sola de sus promesas electorales—, se había convertido en una sombra agónica de lo que fue el de Aznar, envuelto, además, en pruebas crecientes no solo de extraordinaria incompetencia, sino también de profunda corrupción. 

El PSOE entró en una senda de delirio marcada por el hecho de que cualquier incompetente podía llegar a ministro, de que el poder era accesible solo con rendirse a los dictados de los nacionalismos catalán y vasco, de que ninguna de las dos circunstancias anteriores era importante si se voceaban consignas demagógicas, aunque entre ellas se encontrara la de reabrir heridas como las de la guerra civil y de que la ideología de género se convirtiera en columna vertebral de sus acciones. 

A casi dos décadas de distancia, el PSOE no se ha repuesto de tomar aquel camino de delirio que capitaneó ZP, sino que ha seguido profundizando en él. Ya no es la vieja alternativa socialdemócrata de hace cuarenta años, sino una sentina de lo políticamente correcto entregada a la agenda globalista de George Soros. 

El nacionalismo catalán alcanzó su meta de liquidar totalmente los frenos constitucionales que pudiera haber frente a sus ambiciones de convertir al resto de España en una colonia, pero, de repente, en su éxito contempló que sus bases le exigían llevarlas a la tierra prometida de la independencia poniendo en peligro la posibilidad de seguir expoliando al resto de los españoles. Así, perpetró un golpe de Estado financiado por el gobierno de Rajoy con el dinero que Cristóbal Montoro sacaba de los bolsillos de todos los españoles. Los responsables del golpe siguen impunes a pesar de que quebrantaron la ley, provocaron la salida de más de tres mil empresas de Cataluña y mantienen sus propósitos de descuartizar España. 

Finalmente, el nacionalismo vasco —con ETA a la cabeza— supo que, a medio plazo, el terrorismo no sería castigado y que Navarra resultaría anexionada. A día de hoy, tras asentar las franquicias de ETA en las instituciones y contemplar cómo los terroristas van siendo destinados a las Vascongadas y excarcelados, estos terroristas se permiten anunciar un segundo frente contra España en colaboración con el nacionalismo catalán. Por añadidura, Hacienda les regaló miles de millones de euros para conseguir su apoyo en la aprobación de los presupuestos y con Pedro Sánchez se han convertido en sostén indispensable del gobierno. 

Por si todo lo anterior fuera poco, con el paso de los años la invasión descontrolada de España por el islam se ha hecho realidad anunciando un terrible futuro para antes de una generación. No deja de ser llamativo que después de culpar de los atentados del 11M a una al-Qaeda que nunca los reivindicó, España haya abierto sus puertas a una inmigración masiva procedente de países musulmanes. Solo Cataluña tiene ya en su territorio a más de un millón de esos inmigrantes que en no pocos casos son ilegales. 

Por último, la imposición de la ideología de género desde las alturas apunta la consumación del desplome demográfico y la desaparición de la nación española en un plazo escalofriantemente breve. 

En paralelo, España perdió ya en 2004 un papel internacional que no había tenido desde el siglo xviii y nada apunta a que volverá a recuperarlo. La economía se colapsó y sigue quebrada porque no hay presupuesto que pueda soportar la demagogia populista de ZP, las exigencias del nacionalismo catalán —más del 30 por ciento del déficit total de diecisiete comunidades autónomas—, las torpezas imperdonables de Rajoy, Luis de Guindos y Montoro, la pésima gestión de Pedro Sánchez y mucho menos la codicia desatada de unas castas privilegiadas. 

Soñábamos entonces —el presidente Aznar se lo dijo personalmente a quien ahora se dirige a ustedes— con entrar en el G-7 y, al final, con ZP acabaron prestando a España media silla en una conferencia mucho menos elitista, y con Rajoy y Sánchez ha continuado descendiendo de esa situación.

Sin embargo, abundantes circunstancias llevan a pensar que hubiera reaccionado como hubiese reaccionado la sociedad tras los atentados del 11M, el destino internacional de España estaba igualmente sellado. Si el pueblo español, indignado por la agresión, hubiera votado mayoritariamente a un PP bajo Rajoy, España no hubiese pasado de ser una nación sometida a la política agresiva de la OTAN y a los dictados de la Unión Europea con la justificación añadida del ataque del terrorismo islámico; si el pueblo español —amedrentado por los atentados— votaba por ZP, como sucedió, el resultado no sería distinto. De hecho, aunque el líder socialista no envió tropas a Irak, España siguió en la guerra otanista de Afganistán, donde se convertiría en el tercer país con más soldados muertos. Y, además, aceptó todos los proyectos expansionistas de Marruecos en contra de sus claros intereses nacionales. 

Desde la perspectiva de la política internacional, el 11M, produjera los resultados electorales que produjera, era un win/ win, o un cara ganamos nosotros y cruz, perdéis vosotros. El vosotros eran, por supuesto, los españoles. Como siempre. 

Los sueños se convirtieron en humo, como doscientas vidas aquella mañana trágica del 11 de marzo. Después, por mucho que algunos labraran fortunas, obtuvieran prebendas o multiplicaran privilegios que, en algunos casos, llevan disfrutando desde hace siglos, para la mayoría de los españoles nada fue igual. A decir verdad, los españoles nunca vivieron algo semejante después del 11M. 

Todo esto y muchísimo más lo analiza de manera documentada, sólida y sin concesiones Lorenzo Ramírez en este libro. Con un interés que se revela creciente, página a página, la obra de Ramírez no solo consigue ir mucho más allá de todos y cada uno de los libros escritos previamente sobre el 11M —alguno notable, bastantes de ellos malos y no pocos destinados a la intoxicación—, sino que aporta claves más que relevantes, hasta ahora no sondeadas y que, sin embargo, pueden encerrar en su seno la explicación final de la matanza. 

Es Lorenzo Ramírez quien, por primera vez, no solo ha deslizado la posibilidad de una trama internacional tras los atentados, sino que además ha sabido colocarla en el contexto más amplio y, a la vez, más convincente de la coyuntura internacional que se vivía a inicios del siglo xxi. 

Es Lorenzo Ramírez el primero también en poner de manifiesto que los atentados del 11M, lejos de ser excepcionales, muestran una marca de fábrica que durante décadas se pudo observar —aunque no era fácil verla— en Europa y también en el continente americano. 

Es Lorenzo Ramírez el que, también por primera vez, ha dado más que posiblemente con la explicación de la enigmática frase de Aznar sobre el lugar donde se hallaban los que planearon los atentados. 

Es Lorenzo Ramírez también el que arroja luz suficiente para que podamos entender por qué el presidente Aznar se negó a recibir la colaboración de la inteligencia de naciones como Estados Unidos e Israel, y lo hizo además como si se tratara de la peste. 

Es Lorenzo Ramírez al que le cabe el honor de haber ajustado todas las piezas —al menos, las que se encuentran ante nuestros ojos sin que hayamos acertado a verlas durante casi veinte años— para resolver lo que fueron los atentados del 11M, cómo se ocultó la simple realidad al pueblo español y cómo todo tipo de instancias optaron por arrojar tierra sobre el asunto e incluso cargar con los muertos a simples chivos expiatorios porque, según palabras del propio juez Gómez Bermúdez, el pueblo español no estaba preparado para conocer la verdad. 

Hace ya muchos años que conozco a Lorenzo Ramírez y siempre fue —y ahora sigue siendo en su magnífico programa televisivo El Gran Reseteo y en su sección «Despegamos» del programa radiofónico La Voz— un orgullo, una satisfacción y un privilegio trabajar con él. Cuando se conoce su trayectoria y se sabe los lugares de los que tuvo que marcharse por integridad profesional y de alguno del que lo echaron por descubrir cómo algún empresario español —que, por cierto, acabó en el banquillo— se lucraba perjudicando la economía española en favor de la de Marruecos, se comprende que pocos, muy pocos, quizá ningún otro podía haber escrito este libro que va más allá, mucho más allá de todo lo escrito hasta la fecha sobre los atentados del 11M. A decir verdad, no hay nada de valor que se encuentre en otros libros y no se halle aquí, pero hay muchísimo material de enorme relevancia que solo ha exhumado, expuesto y ahora publicado Lorenzo Ramírez. 

Por añadidura, lejos de ser, como otras obras que lo precedieron, un mamotreto pesado y confuso, este libro se lee con la misma pasión con que cualquiera disfrutaría de una novela policíaca o de un relato de espías. Así es porque Lorenzo Ramírez sabe escribir no solo documentada, sino también amenamente, y porque ha captado lo que de historia de policías y servicios de inteligencia tienen los atentados más sangrientos de la histo-ria de España. Creo no exagerar lo más mínimo al afirmar de manera contundente que a partir de hoy nadie podrá decir que entiende lo que fue el 11M ni tampoco atreverse a escribir la historia de aquellos días sin utilizar ampliamente este libro. El presente estudio sobre esos atentados no es un libro más, sino EL libro que llevamos esperando desde hace demasiados años los que siempre quisimos saber la verdad. 

Y no deseo distraer ya más al lector de un texto que reúne méritos más que sobrados para ser absorbido con interés, atención e incluso pasión. El análisis sólido, la documentación exhaustiva y las revelaciones sobrecogedoras acerca de lo que fueron aquellos atentados los esperan. Como señaló Jesús y recogió el evangelista Lucas, lo que se tramó en la oscuridad y se susurró a escondidas ahora sale a la luz gracias a la excelente labor de Lorenzo Ramírez y puede gritarse desde los tejados.
César Vidal
Introducción 

«La verdad se corrompe tanto con la mentira 
como con el silencio». 
Cicerón (106 - 43 a. C.) 

Vivimos en una sociedad en la que hacer preguntas se ha convertido en algo incómodo, mal visto e incluso perseguido, al ser un factor propio y característico de personas que no asumen con facilidad los discursos oficiales y que, por lo tanto, son consideradas peligrosas para un sistema cuyos principales elementos son el desconocimiento y la ignorancia generalizada. Los grandes acontecimientos son despachados a los ciudadanos como los menús de restaurantes de comida rápida, en forma de relatos prefabricados suministrados por centros de análisis, consultoras de comunicación y think tanks que elaboran concienzudamente mensajes empleando técnicas de ingeniería social y manipulación psicológica, alumbrando respuestas sencillas, preparadas para ser digeridas con rapidez y facilidad, en un intento de abortar interrogantes adicionales respecto a las grandes cuestiones de nuestro tiempo. Así se constituyen y difunden las versiones oficiales que sustituyen y enmascaran a la siempre compleja realidad, con unos relatos cuya principal función es mantener el statu quo —el estado de las cosas—, porque si se hicieran las preguntas correctas las respuestas no serían soportables. Este es el argumento que subyace en la consideración que hizo en el año 2011 el juez Javier Gómez Bermúdez a la entonces presidenta del Foro de Ermua, Inmaculada Castilla de Cortázar, cuando le indicó, en tono confidencial, aquello de que «la verdad del 11M es tan terrible que España no está preparada para conocerla».

Esta infausta frase expresada por el presidente del tribunal que juzgó el atentado más grave de la historia de España ilustra a la perfección el complejo paternalista que sufren muchos políticos, magistrados, miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, personal de los servicios de inteligencia e incluso directivos de medios de comunicación que han participado en la ocultación de grandes interrogantes que, veinte años después, siguen sobre la mesa. El hecho de que los supuestos garantes de los derechos y libertades ciudadanas hayan sido los primeros interesados en dar carpetazo al asunto es, quizás, la prueba más inquietante de la desidia a la hora de esclarecer todo lo que rodea a este atentado y, por extensión, para aclarar otros hitos clave de la reciente historia de España que duermen en espacios tenebrosos. 

El tiempo ha pasado, pero hay importantes cuestiones sin resolver cuando están a punto de prescribir los delitos que cometieron tanto aquellos que participaron en la preparación y ejecución del atentado, como en las labores de encubrimiento mediante la ocultación de pruebas y la creación de pistas falsas. No se trata de una teoría de la conspiración, sino de una conspiración a secas en la que existen múltiples indicios que apuntan a la participación —por acción u omisión— de personas que ocupan puestos de responsabilidad en las más altas instancias del Estado, incluidas las de potencias extranjeras. Y ese melón no se ha querido abrir ni siquiera por el magistrado que prometió a las víctimas de las bombas y a sus familiares que quienes encubrieran a los responsables de alguna de estas tramas, faltando a la verdad en sede judicial, «irían caminito de Jerez».

La gran trampa que encierra la investigación del 11M es la creación de dos trincheras enfrentadas entre sí. Del mismo modo que la falsa dicotomía entre izquierda y derecha permite lubricar la sensación de que vivimos en una democracia en la que podemos elegir a nuestros gobernantes sin injerencias externas, las dos tesis principales sobre la autoría de este atentado sirven para cumplir la máxima del «divide y vencerás», alejando cualquier posibilidad de acercarse a la realidad de los hechos. Desde antes incluso de que se produjeran las diez explosiones en los cuatro trenes de la red de Cercanías de Madrid —que segaron la vida de doscientas personas y provocaron más de dos mil heridos—, la disyuntiva ETA-al-Qaeda estaba macerándose, a fuego lento, para ser expuesta en el momento adecuado. 

Eran los tiempos en los que el terrorismo islamista se utilizaba en los discursos de los supuestos líderes del mundo libre como una bandera para defender los intereses del imperio, promoviendo intervenciones militares en países con recursos energéticos y posiciones determinantes desde un punto de vista geoestratégico. Un proceso internacional en el que a España se le reservaba un papel relevante, aunque en clave interna la eterna amenaza procediera del separatismo vasco de ETA, cuyos movimientos estaban siendo vigilados de cerca gracias a la presencia de infiltrados policiales. Una quinta columna que sería posteriormente empleada para detener convenientemente a la cúpula de la banda terrorista después de las elecciones y justo antes de la explosión del piso de Leganés, operación de acoso y derribo con la que se cerró el expediente presentando en sociedad a los culpables oficiales de la masacre, que estaban estrechamente relacionados con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. 

Todo aquel que sigue defendiendo a capa y espada las distintas variantes de la versión oficial expuesta torpemente en la sentencia de la Audiencia Nacional (y parcialmente enmendada por el Tribunal Supremo) lo hace porque tiene poderosos incentivos o bien porque no ha investigado mínimamente todo lo que rodea a este atentado. Contaba Fernando Múgica —seguramente el periodista que más se acercó a la verdad del 11M— que muchos de sus compañeros le hacían preguntas sobre el caso sin ni siquiera haber leído su serie de artículos en la que, gracias al acceso a fuentes bien informadas, había derribado los cimientos de una versión oficial cogida con alfileres. Unos «agujeros negros» que, como este reportero de la vieja escuela confesó antes de morir, le llevaron por el camino de la amargura, hasta el punto de sufrir el menoscabo de sus compañeros de profesión, un oficio que se ha ganado a pulso el descrédito social por servir exclusivamente a los intereses del poder. El repentino fallecimiento de Múgica abortó un proyecto editorial en el que pretendía analizar tanto el trasfondo del atentado como su marco político y geoestratégico. Iba a ser una novela histórica que lamentablemente nunca pudo ver la luz y que podría habernos acercado a los verdaderos autores de este asesinato en masa que marcaría para siempre a la sociedad española.

El libro que tiene el lector en sus manos no pretende ser un manual exhaustivo de todo lo ocurrido en aquellos fatídicos días de marzo, sino un trabajo de investigación de carácter divulgativo que, mediante el método socrático, aspira a acercarse a realidades insondables, planteando incógnitas que siguen sin respuesta, aunque en muchas de ellas la solución al enigma pueda ser intuida con los datos que se exponen. Como señala Luis del Pino, «son tantas las dudas, los puntos oscuros y las contradicciones que una de las tareas más arduas de la investigación es, precisamente, diferenciar la realidad de lo que no es más que cortina de humo». Todo lo que rodea a este atentado está plagado de trampas, de cabos sueltos que no llevan a ninguna parte y que dificultan la comprensión de una serie de elementos que, paradójicamente, son relativamente sencillos. Los 100.000 folios del sumario son una muestra de ello, conformando un océano de documentos, declaraciones, informes y valoraciones cuyo destino era entorpecer la labor del juez instructor Juan del Olmo, mareándole en cuestiones accesorias mientras las más elementales quedaban en un segundo plano. 

Fabricando las pruebas 

Hay multitud de ejemplos de ello. El análisis de los focos de las explosiones no se pudo realizar porque los trenes comenzaron a desguazarse a las pocas horas de que se produjera el atentado —algunos vagones antes incluso de que se realizaran las autopsias a las víctimas— y todo el caso giró en torno a pruebas ajenas a los trenes diseñadas para crear posteriormente el relato oficial. La bolsa de Vallecas, la furgoneta de Alcalá, la casa de Morata de Tajuña y el piso de Leganés configuran un mundo propio que poco tiene que ver con los individuos que diseñaron el atentado, pero sí con la trama encubridora, al fabricarse un laberinto de contradicciones en el que muchos investigadores (entre los cuales me incluyo) hemos perdido un tiempo precioso, sin que los árboles nos dejaran ver el bosque. Y es que, en contra de lo que piensan otros autores que han investigado el 11M, los indicios apuntan a que la gran mayoría de incongruencias, pruebas falsas, extrañas casualidades y actuaciones negligentes no deberían atribuirse exclusivamente a la mala praxis de los encargados de encontrar a los culpables, sino que podrían ser la consecuencia natural de una calculada campaña de desinformación impulsada por determinados elementos de las cloacas del Estado. A este respecto, Ignacio López Bru cita en su enciclopédico libro una de las secuencias finales de la película Al límite, protagonizada por Mel Gibson, en la que un agente encubierto define muy bien cuál es este tipo de estrategia: «Quien quiera profundizar verá que ha habido algo más, pero no podrá saber qué, ese es su objetivo, que sea todo tan enrevesado que cualquiera pueda tener una teoría, pero que nadie sepa la verdad». Por eso el atentado más investigado de la historia de España continúa rodeado de tantas incógnitas, inmerso en una neblina que no desaparece. 

Hoy en día pocos españoles saben que la sentencia del tribunal presidido por el juez Gómez Bermúdez ni considera como hechos probados que los supuestos terroristas fueran fundamentalistas islámicos, ni tampoco atribuye a nadie concreto la autoría intelectual del 11M, o determina sin dejar espacio a la duda cuál fue el arma del crimen. En realidad, si nos atenemos a lo que dicen los jueces, no sabemos prácticamente nada de lo ocurrido en aquellos días de marzo. Y los intentos por reabrir el caso han resultado infructuosos —a pesar del compromiso de magistrados concretos, como María del Coro Cillán, quien pagó cara su osadía— por el nulo interés de la Fiscalía General del Estado que, con independencia del color político del inquilino del Palacio de La Moncloa, siempre ha evitado bucear en las aguas procelosas de un atentado que, aunque sea triste decirlo, tuvo muchos beneficiarios. Por eso, todas las teorías alternativas sobre la autoría tienen cierto sentido. Tanto la que apunta a la participación de elementos internos para provocar un cambio electoral que favoreciera la entrada de ETA en las instituciones, como las que fijan la mirada en el servicio secreto marroquí, las que hacen referencia a los intereses del eje París-Berlín o las que plantean la implicación de Washington a través de unos ejércitos secretos de la OTAN que, en contra de lo que se nos quiere hacer creer, no desaparecieron con la caída de la Unión Soviética. Las unidades stay behind mutaron para sustituir a la hoz y el martillo por la luna creciente, que provocó una ola de terror en países occidentales cuya existencia muchos se niegan a aceptar incluso hoy en día, obviando la gran cantidad de documentación que existe a este respecto. 

Los ascensos y condecoraciones a determinados policías, guardias civiles, jueces y fiscales que no fueron capaces de realizar su trabajo con la diligencia debida refuerzan la tesis de que, con independencia de quienes fueran los verdaderos autores, hubo órdenes superiores para no llegar al fondo del asunto. Y el hecho de que la práctica totalidad de los imputados tuvieran los teléfonos intervenidos desde un año antes del atentado —y trabajaran para los distintos servicios de información del Estado— tampoco ayuda a despejar la sombra de la duda sobre el papel de las autoridades a la hora de esclarecer el núcleo de la masacre terrorista. 

Gracias a la asociación Peones Negros existe un fondo documental que se puede consultar por Internet y que recoge el sumario, transcripciones de las declaraciones del juicio de Campamento, material desclasificado y los documentos de la comisión de investigación parlamentaria. Su revisión minuciosa aporta los suficientes elementos de juicio para plantear que el 11M fue un golpe de Estado poliédrico, que mediante el chantaje al Gobierno por sus pecados cometidos (algunos inconfesables) impulsó varias agendas tanto en clave nacional como internacional. Muy posiblemente a eso se refería José María Aznar cuando decía de forma enigmática que los que idearon el atentado no estaban «ni en desiertos remotos ni en montañas lejanas». No en vano, nada más producirse las explosiones el entonces presidente del Gobierno apartó al Centro Nacional de Inteligencia (CNI) del grupo de gestión de crisis, rechazó la ayuda de su teórico «amigo» americano —motivando el enfado de la cúpula del FBI— y dio con la puerta en las narices a los forenses israelíes que tenían las maletas preparadas para colaborar en las autopsias. Aznar no se fiaba ni de los servicios de inteligencia españoles ni de los de aliados extranjeros con los que había impulsado la estrategia atlantista que marcó su agenda internacional, sobre todo en su segunda legislatura. Sintió que le habían traicionado.

La cita con las urnas 

La actuación del PSOE y de sus terminales mediáticas también genera un buen número de interrogantes sobre el papel que tuvo la oposición en el derribo de un Gobierno que estaba preparado para una victoria en las urnas tres días después del atentado. Lo que realmente permite la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero al Palacio de La Moncloa no es el triunfo de la tesis islamista y el castigo electoral por la intervención en la guerra de Irak, sino su defensa a ultranza de la autoría etarra cuando no disponía de evidencias, más allá de unos precedentes convenientemente publicitados meses antes, con intentos de atentados utilizando mochilas bomba que pudieron ser señuelos para preparar la ceremonia de la confusión tras el 11M. Como apunta Fernando J. Muniesa,7 seguramente el error del entonces ministro del Interior, Ángel Acebes, fue dar más información de la que debía haber facilitado en un primer momento, apremiado por la cercanía de las elecciones y presionado por la toma de las calles promovida por la oposición, con asaltos a las sedes incluidos. 

En otros casos similares, como en el atentado londinense del 7J ocurrido un año después, las autoridades no difundieron datos sobre la investigación hasta que pasaron semanas, e incluso meses, para no entorpecer la actuación policial ni exponer informaciones que luego se demostrasen erróneas. Y en el caso que nos ocupa, quienes tenían las claves de lo que posteriormente integraría la versión oficial fueron los tentáculos del PSOE en los servicios de información, los mismos que guiaron al equipo de Alfredo Pérez Rubalcaba para lanzar una campaña de acoso y derribo que tumbó al PP, partido que cuando volvió a llegar al Gobierno terminó de enterrar el caso, como hizo años antes con los archivos de la guerra sucia de los GAL. Un ejemplo claro de que no es el pueblo español quien no está preparado para conocer la verdad del 11M, sino que son los teóricos representantes del Estado quienes no pueden permitir que se exponga dicha verdad. 

Todos estos elementos plantean un sinfín de interrogantes que vamos a exponer en los siguientes capítulos con la intención de aportar claves fundamentales para que se profundice en los agujeros negros pendientes antes de que los delitos cometidos prescriban. A partir de marzo de 2024, si los tribunales no lo impiden, ya no será posible iniciar nuevas investigaciones judiciales. Soy consciente de que este objetivo puede resultar pretencioso, pero por responsabilidad personal —y profesional en mi caso—, todos estamos obligados a hacerlo. No solo por la memoria y dignidad de las víctimas, sino pensando en las generaciones futuras, que siguen expuestas a sufrir otro 11M si las élites que mueven los hilos del terrorismo lo consideran oportuno para lograr sus propios fines. Como decía Albert Einstein: «El secreto en la vida no es dar respuestas a viejas preguntas, sino hacernos nuevas preguntas para encontrar nuevos caminos». Y eso es lo que vamos a hacer en nuestro viaje literario, ¿me acompañan?

Sombras del 11M: las lagunas que nos harían entender el juego geopolítico en España. 
Lorenzo Ramírez

Coro Cillán: La juez que intentó saber la verdad del 11-M

VER+:









jueves, 14 de marzo de 2024

LIBRO "LA IZQUIERDA COMO AUTORITARISMO EN EL SIGLO XXI" por GISELA KOSAK ROVERO y ARMANDO CHAGUACEDA 👥💥


La izquierda como autoritarismo 
en el siglo XXI

EDITORES

PRÓLOGO

La izquierda, práctica política e intelectual: 
El contexto de un libro

Gisela Kozak Rovero

LA IZQUIERDA COMO POLÍTICA AUTORITARIA

La izquierda marxista apostó por la razón como el arma preferente del revolucionario, presto a liberar al proletariado de la oscuridad de la ideología burguesa para convertirlo en la clase redentora de la humanidad. El homo faber se convertía en la medida misma de lo que nos diferenciaba del reino animal: quién produce, cómo y para quién. Según Marx, la burguesía había sentado las bases de una nueva época a través del desarrollo de las fuerzas productivas durante la revolución industrial, desarrollo que crea al proletariado, suerte de pueblo de dios escogido ya no por una inexistente deidad sino por la historia. La misión del revolucionario sería la de dotar de conciencia de clase a los trabajadores industriales; para ello, el militante comunista tendría que ser activista político y reflexionar sobre su hacer. 
El pensamiento por fin llegaba a la realización del sueño de Platón en La República (1988) respecto a la preeminencia de los hombres sabios. Milenios después del pensador griego, y lejos de sus ideas, los filósofos por fin serán capaces de transformar el mundo al descubrir sus secretos vía el materialismo histórico, tal como afirmó Marx en Las tesis sobre Feuerbach (1969).

El socialismo se dice empresa de la razón, si por tal se entiende la intención de planificar la sociedad de modo análogo al que arquitectos e ingenieros diseñan y hacen efectiva una construcción nunca antes vista. Dejó de serlo cuando la realidad se mostró terca, la sociedad indócil y los sujetos supuestamente maleables por el partido como vanguardia revolucionaria muchos más resistentes que lo debido. El surgimiento del leninismo –una de las más poderosas voluntades de poder de la historia– procreó el estalinismo, conocido por sus prácticas de control y represión de la población. El socialismo soviético no fue un proceso –como dirían Acemoglu y Robinson en ¿Por qué fracasan los países? (2012)–, de destrucción creativa como la revolución industrial y la revolución política inglesa, las cuales dieron paso a procesos cualitativamente nuevos en cuanto a producción económica, participación en los asuntos públicos, creatividad y valores culturales. No pudo serlo porque la ingeniería social que aspiraba a un ser humano iluminado por la verdad científica de la era revolucionaria solamente podía mantener el poder interviniendo hasta el último resquicio de la vida social. La libertad que permitió la revolución industrial, como la que dio lugar a la mecánica cuántica o la teoría de la relatividad, es semejante a la que propició el abandono de los cánones milenarios de la poesía vía el verso libre, volcó la arquitectura a las masas y obligó al sufragio universal: cada campo tenía un desarrollo autónomo que el Estado no podía prever ni dirigir. La razón como instrumento de la creatividad política para superar el capitalismo dejó de ser útil en la Unión Soviética muy tempranamente, mutada en estrategias de control. 

La realidad se mostró reacia ante el ímpetu de los bolcheviques y el control biopolítico se convirtió en el sustituto del materialismo histórico. El estalinismo ignoró la política como ejercicio entre distintos para caer en la repetición de lo mismo. La biopolítica, que define para Michel Foucault (2000) la gobernanza de las democracia liberales, deviene en la muerte que tiene la faz de Stalin, Mao, Fidel Castro, Kim Il Sung, Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Con pretensiones casi religiosas, su potestad real sobre el hambre, la enfermedad y el dolor forjó unos creyentes que murieron –y mueren hoy en Venezuela– sin ver el paraíso en la tierra. 
La terquedad de la realidad –palabra desprestigiada cuya recuperación es vital para la política democrática– lleva entonces al autoritarismo. Si la economía socialista fracasa, el Estado debe controlarla «ad infinitum» para someterla a los designios del bien de los pobres. Cuando los propios camaradas disienten, hay que darles un escarmiento pues están poseídos por la ideología burguesa y se han sometido al enemigo imperial. 
Pensadores, científicos, periodistas y artistas son presa del escarnio público y la sospecha atraviesa universidades, instituciones culturales, medios de comunicación y centros de investigación: silencio, exilio, muerte o ver agonizar los reductos de independencia es el destino. Toda oposición que no abreve en la verdad revolucionaria debe ser exterminada o exiliada –al estilo del siglo XX– o simplemente neutralizada en tanto alternativa de gobierno como ocurre en Venezuela. Si hay poder militar y económico, estos regímenes pagan sus alianzas con otras naciones protegiéndose así de posibles amenazas. Al perder tales poderes, se vuelven sobre sí mismos como Cuba en el período especial y Venezuela en la actualidad, atrincheradas en un nacionalismo disfrazado de «soberanía», «dignidad» o cualquier otro vocablo que dispare las sobrecargas emocionales del fanatismo dentro y fuera de sus fronteras. 

¿CUÁLES SON LAS CONSECUENCIAS DE TAL TERQUEDAD ANTE LA REALIDAD? 

El estalinismo, la hambruna china, el período especial cubano y la tragedia venezolana son el producto de experimentar con el ser humano sin racionalidad mínima en los resultados obtenidos. De nada vale que la economía –¿no es acaso la clave del cambio social para la izquierda marxista?– naufrague ante las pretensiones estatistas. Recordemos que estas experimentaciones se realizan bajo la paranoide presunción de que el «pecado» anida en la gente por cuenta de la ideología, de la falsa conciencia que el capitalismo ha insuflado en el proletariado y la pequeña burguesía. El control se mantiene vampirizando: la sangre derramada en protestas, salas de tortura y cárceles está plenamente justificada. 

Venezuela repite imágenes del pasado soviético y chino. Así, el miedo al hambre entretiene largas horas en filas interminables que hacen del trabajar y el estudiar labores hasta secundarias ante la urgencia de las necesidades más básicas. Los cuerpos sin higiene expelen olores humillantes y el temor a la enfermedad o a la muerte por falta de medicinas se intensifica. El miedo a morir es eficaz en seres humanos que combaten por sus vidas pero convierte en esclavos al hombre y a la mujer que se supone sumergidos en su simple existencia cotidiana. Los cuerpos saludables de la iconografía soviética equivalen hoy a los niños felices de las propagandas de Nicolás Maduro: maniobra goebbeliana en favor del bien del «pueblo» que sustituye una mínima escucha de las voces de la pena. 

Se suponía que tan costosos experimentos humanos habían tenido su fin con la caída de la Unión Soviética, amén de los procesos políticos particulares de los países de su órbita como Polonia, la antigua Checoslovaquia y Alemania Oriental. Rumania y la otrora Yugoslavia, más distantes del imperio bolchevique, siguieron caminos que liquidaron el socialismo. China se convirtió en una economía de mercado con un gobierno autoritario, camino que siguieron otros países como Vietnam. Cuba y Corea del Norte quedaron como los museos de una derrota brutal de los afanes de ingeniería social estatal. La ruina industrial y tecnológica se sumó a la ruina humana. Ni un siglo duró el socialismo soviético. Y en cuanto a Venezuela, el país inventor del socialismo del siglo XXI, fracasó estrepitosamente al evitar la prudencia de Ecuador, Bolivia, Brasil, Argentina, Chile y Uruguay respecto a la economía. Prefirió de modelo a Cuba que a Chile: el resultado habla por sí mismo. 

DERIVAS AUTORITARIAS DEL PENSAMIENTO DE IZQUIERDA 

No es casualidad que tantos hombres y mujeres dedicados al arte, la literatura, la ciencia y el pensamiento desde la Ilustración hasta hoy se han sentido plenamente justificados en su opción de descubrir lo ignorado, condenar el pasado y revelar la verdad detrás de las apariencias con las cuales el estatus vigente se sostenía en la mente de cada individuo. La simpatía de tantos hombres y mujeres de talento sobresaliente por el socialismo desde el siglo XIX se debe sin duda, como indica Tony Judt en El olvidado siglo XX (2013), al valor dado a la imaginación y a las ideas por parte de revoluciones que se proponían el diseño de una sociedad desde el terreno de los deseos. Pero André Gide, Hannah Arendt, Raymond Aron y Albert Camus, así como Octavio Paz, Jorge Edwards y Mariano Picón Salas, señalaron con agudeza la medida de la decepción. 

El cubano Rafael Rojas ha mostrado en sus libros el juego mortal entre memoria y olvido que ha marcado el pensamiento, la literatura y el arte cubanos sometidos a la lógica del régimen castrista. En Venezuela, Miguel Ángel Martínez Meucci, Margarita López Maya, Colette Capriles, Tomás Straka, Paula Vásquez, Ana Teresa Torres, entre tantos otros, han definido las líneas maestras de un régimen que ha jugado con las armas de la democracia para desafiar el orden constitucional que promovió en 1999, recién llegado al poder. Por fortuna, en el mundo de las ideas existe conciencia justa de los límites de las mismas. 

Irónicamente, las sociedades «burguesas» han permitido un pensamiento, un arte, una literatura y una ciencia de avanzada de un modo que el socialismo real nunca lo hizo. De hecho, los grandes profetas de anti-capitalismo «neoliberal» como Slavoj Žižek, Ernesto Laclau, Naomi Klein, Judith Butler o Antonio Negri desarrollaron su obra en Europa occidental y en Estados Unidos. Asimismo, en América Latina las imperfectas democracias existentes dan pie a mayores innovaciones que Cuba y Venezuela, sometidas al imperio de la miseria. En Pensadores temerarios (2004), Mark Lilla señala cómo tantos nombres señeros del pensamiento –Heidegger, Derrida, Foucault– han apoyado tiranías desde su crítica a la modernidad ilustrada. Pareciera pues que la libertad «burguesa» abona en favor de teorías que la impugnan como espejismo. Las facultades de Ciencias Sociales y Humanidades de Europa occidental y toda América intentan justificar su existencia, dudosa en términos de la racionalidad del mercado de trabajo, con su abierta resistencia a las sociedades donde se generan teorizaciones tan audaces como las adelantadas por el postestructuralismo francés, el posmarxismo de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe y el pensamiento de Judith Butler. 

Desde luego, existen diferencias teóricas, epistemológicas y políticas sustantivas entre los pensadores actuales de la izquierda posmoderna, cuyo surgimiento fue posible luego del auge del posestructuralismo representado en figuras como Jacques Derrida, Michel Foucault y Jacques Lacan. Pero tales diferencias son mucho mayores respecto a otros pensadores preocupados por la democracia y el cambio social como Roberto Mangabeira Unger, Tony Judt, Martha Nussbaum, Seyla Benhabib, Roger Bartra, Luis Villoro, Beatriz Sarlo o Amartya Sen. Lo común dentro de la izquierda posmoderna es su deriva autoritaria. Izquierdas tan distintas como las representadas por Slavoj Žižek, Ernesto Laclau, Walter Mignolo, Naomí Klein, los «aceleracionistas» Alex William y Nick Srnicek, Enrique Dussel, Alfredo Serrano Mancilla, Juan Carlos Monedero, Chantal Mouffe y Judith Butler tienen algo en común: su impugnación de la democracia liberal como pluralismo, libertades individuales, instituciones fuertes, derechos humanos y economía de mercado. Esta impugnación ataca a un fundamento básico de la democracia liberal como es el individuo en su capacidad de decidir; para la descendencia posestructuralista del marxismo teórico, la cual cuenta con muy influyentes y brillantes pensadores, el individuo no es libre en lo absoluto, toda decisión es solo un efecto del poder que lo sujeta. 

En los casos más extremos, como en el pensamiento decolonial, la palabra «Occidente» resume todos los males posibles: ciencia, tecnología, democracia liberal, cultura letrada, pensamiento, pueden llegar a contemplarse como manifestaciones de la colonialidad del saber y del poder, es decir, como racismo, explotación y opresión. La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial (2005) del estudioso argentino Walter Mignolo, radicado en Estados Unidos, ejemplifica esta visión. Otra tendencia se constituye como la corrección del pasado ruinoso del socialismo real tecnología mediante. El manifiesto aceleracionista (2017), de Alex Williams y Nick Srnicek, propone el desarrollo de todas las posibilidades virtualmente presentes en la tecnología, frenadas por el capitalismo neoliberal mundial, distanciandose así del pensamiento decolonial latinoamericano. El manifiesto apuesta por la vanguardia esclarecida leninista en detrimento del horizontalismo que propone el pensamiento decolonial. Supone una fuerte racionalidad productiva y tecnológica cuyo ethos difiere del irracionalismo con impronta religiosa que alimenta el rescate del populismo como política de izquierda por Ernesto Laclau, reivindicador de la figura del líder carismático en su libro La razón populista (2005). Otro caso de la izquierda autoritaria lo tenemos en el puritanismo de las buenas causas –manifestación de la izquierda universitaria norteamericana– que reduce la política democrática a política identitaria. De este modo, las legítimas demandas de sectores discriminados por diversas causas sustituyen la causa democrática y nacional mismas al esencializar condiciones genéricas, sexuales, raciales, étnicas y religiosas en detrimento de los necesarios consensos políticos. En sus casos más caricaturescos se sospecha, por poner un caso, de escritores «racistas», «machistas», «homofóbicos», «colonialistas», por lo cual leer a novelistas como Ferdinand Céline o Vladimir Nabokov puede ser un atentado a la sensibilidad de una izquierda devenida en búsqueda de la pureza.

¿POR QUÉ ESTE LIBRO?

Este volumen se inscribe en una preocupación compartida por tantas voces en distintos lugares del mundo respecto al destino de los logros de la democracia liberal. En el entendido de que ningún sistema político –democracia liberal incluido– es eterno, es legítimo preguntarse si la izquierda del Foro de Sao Paulo, de PODEMOS en España o de Francia Insumisa en el país galo, son la alternativa. Del mismo modo, es pertinente preguntarse si darle la espalda al pluralismo político e ideológico, la independencia de los poderes públicos, la autonomía ciudadana, la libertad de expresión y pensamiento constituye la vía para una mejor sociedad. 

Dada esta situación, evaluar la izquierda en su emergencia autoritaria es una tarea imprescindible desde el punto de vista académico, político e intelectual. Con la intención de colaborar con esta evaluación, el libro está organizado en tres partes: genealogía, prácticas gubernamentales y campo intelectual. 

La primera parte se interroga acerca de por qué la aspiración de igualdad, justicia y cambio social puede devenir en experimentos como la Unión Soviética o Venezuela. Para responder, hay que establecer aspectos clave de la genealogía teórica y política de la izquierda, tal como lo hacen Miguel Ángel Martínez Meucci, Colette Capriles, Roger Bartra y Erik del Bufalo en la primera parte del presente volumen, Genealogía de las izquierdas antiliberales. En «El callejón sin salida de las izquierdas antiliberales», Martínez Meucci subraya la importancia de una izquierda alineada con el liberalismo político como parte esencial de todo régimen democrático, dado su interés por la igualdad, la inclusión y el cambio social. Lamenta, por otra parte, el auge de una izquierda que se vale de las armas de la democracia para destruirla. Además, el autor establece una genealogía de la idea de progreso, subrayando el énfasis de la izquierda en la igualdad frente a la libertad y el cómo esta tendencia política asume la representación de los intereses de las mayorías, en términos de patente de corso que autoriza cualquier acción en nombre de la revolución. Este artículo subraya que el innegable atractivo del marxismo se basó, en grado no despreciable, en su justificación de la violencia, imán para aquellos que se rebelaron contra las injusticias de la era industrial; en la promesa de un futuro de abundancia sin necesidad del trabajo asalariado; y en el ropaje de ciencia con el cual se revistió. Concluye Martínez Meucci que tal fue su influencia que todavía la izquierda no ha superado a Marx, cuya teoría demostró en la práctica su esencial falsedad; de hecho, la izquierda del siglo XXI exculpa al pensador alemán de los fracasos del socialismo en el siglo XX y XXI para apelar a una suerte de Marx «puro» que todavía tendría vigencia. 

Colette Capriles en «Ser de izquierda es ‘ser bueno’: breve genealogía del supremacismo moral», ahonda en el tema del salvacionismo marxista, emparentado con las religiones y el advenimiento de un tiempo de apocalipsis y redención. Tal supremacismo no trata de un determinado conjunto de valores considerados esencialmente superiores sino de la convicción de que se justifica cualquier acción sin considerar al otro como el límite la misma. El supremacismo moral de la izquierda no proviene entonces de la deliberación moral que obliga hacia el otro, sino de su convencimiento respecto al monopolio de la verdad histórica resumida en la revolución proletaria y en el fin de la política por medio de la simple administración de las cosas. Así, una vez que el Estado haya desaparecido, habrá surgido el hombre «nuevo» que no necesariamente es «bueno». La simpatía que despierta el marxismo entre tantos intelectuales se explica, según Capriles, por la nostalgia de una certeza absoluta que permita liberarse de cualquier restricción moral y entregarse a la fascinación del poder y del futuro, en lugar de afanarse en la custodia de valores humanistas del pasado o en continuidades históricas, políticas y sociales que desautorizan la violencia revolucionaria. Los neomarxistas y la multiplicación de los discursos de la identidad que niegan los consensos liberales y tienden a justificar tiranías de nuevo cuño, se enmarcan, afirma la autora, en esta genealogía de las izquierdas autoritarias y su anhelo de certezas absolutas ante los males humanos. 

Precisamente de autoritarismos de izquierda en el presente nos habla Roger Bartra en «Populismo y autoritarismo en América Latina». A través de una revisión de la bibliografía sobre el tema que incluye a Gino Germani, Torcuato S. di Tella y Ernesto Laclau, Bartra propone el populismo como una cultura, no como una ideología o una forma de hacer política democrática. Se trata de un conjunto de valores antimodernos, nacionalistas, poco afectos a la tolerancia y a las libertades civiles y que pueden asumir como suyas las raíces indígenas y populares. Así, el populismo sería la forma actual más exitosa de la izquierda, en particular en América Latina, y estaría representado por figuras como el fallecido líder venezolano Hugo Chávez, el mexicano Andrés Manuel López Obrador, Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Estas figuras se contraponen a los liderazgos de izquierda de Brasil, Chile y Uruguay, considerados por el autor como innegablemente contemporáneos, respetuosos de los derechos humanos y pluralistas. Escrito antes de la victoria de López Obrador en México y de la caída del Partido de los Trabajadores de Brasil por la destitución de Dilma Rousseff y la victoria reciente de Jair Bolsonaro, el texto de Bartra funciona como advertencia y explicación de los ocurrido en los años 2017 y 2018 en su país, México, y también en el resto de la región latinoamericana. 

La primera parte termina con «Una izquierda sin sujeto o de la dictadura de clase a la deriva populista», de Erik del Bufalo. La izquierda y su discurso emancipatorio olvidan la inmanencia misma de la vida en el capitalismo global, de modo tal que la emancipación reside en no someter tal inmanencia al poder del discurso de un otro que se erige en salvador. El sujeto de la emancipación cae de discurso en discurso, instancia mediadora de la cura (Lacan), la salvación (Benjamin) o el Estado (Hegel). El discurso de la emancipación define al sujeto exclusivamente por su demanda ante el poder, de modo tal que el sujeto es quien demanda y el poder le da un significante vacío a tal demanda. Se erigen pues Estados antiliberales populistas que pretenden resolver las demandas parciales de la sociedad (indígenas, mujeres, sexodiversos, etc.) trascendiendo la inmanencia de manera fallida por medio de un poder coercitivo. Tal poder invierte el sentido mismo de la legislación como límite a través de un fetichismo constitucional que se legitima por la demanda originaria del «pueblo», salvado por el líder, encarnación del Estado omnipotente, que reduce a fórmulas la diversidad real de aquellos que han de ser salvados. La categoría sujeto sustituye pues a la marxista de clase social y se opone al «individuo social», productor de información y riqueza dentro de las dinámicas transnacionales que impone la tecnología al trabajo; tal individuo no depende del poder trascendente representado por el populismo, basado en la idea del Estado-nación. 

La segunda parte del volumen, Gobiernos de izquierda y prácticas autoritarias en América Latina, se refiere al ejercicio de la izquierda en el poder. Carlos de la Torre e Iria Puyosa se dedican a demostrar las constantes violaciones al Estado de derecho en varios gobiernos de la «marea rosada», término que englobó a los gobiernos de izquierda que guardaron las formas electorales en América Latina y llegaron al poder en los primeros diez años de este siglo. Yvon Grenier analiza el caso de Cuba, la dictadura más antigua del continente. 

En «La seducción populista a la izquierda», Carlos de la Torre analiza los gobiernos de Hugo Chávez, Rafael Correa y Evo Morales como demostraciones de que el populismo devoró a dicha tendencia ideológica en América Latina. Los tres gobernantes se empeñaron en perpetuarse en el poder a través de la manipulación de las constituciones aprobadas en sus primeros mandatos, restringieron la libertad de expresión, se enfrentaron a las organizaciones no gubernamentales y utilizaron la maquinaria del Estado para inclinar la balanza electoral a su favor. 

Por su parte, Iria Puyosa en «Rusia, Venezuela y el ALBA, compartiendo malas prácticas para el control de la información y de la sociedad civil» destaca un aspecto sustantivo de la geopolítica internacional de las izquierdas autoritarias, como es la conexión con la Rusia de Vladimir Putin, país cuyos controles sobre los medios y la sociedad civil han sido replicados por Venezuela y Ecuador. Rusia en el mundo y Venezuela en el caso de América Latina han funcionado como polos de poder a imitar, explicable en el caso venezolano por la amplia acción diplomática de Hugo Chávez en apoyo a la izquierda latinoamericana, acción sustentada en la renta petrolera. Finalmente, Yvon Grenier en «Ciencias Sociales y humanidades en Cuba: parametración y politización», expone el empobrecimiento y desaparición de las Ciencias Sociales en Cuba, victimas del pensamiento único representado por el marxismo-leninismo, cuyo impacto en el conocimiento es comparado con la neolengua descrita por George Orwell en su novela 1984. Los límites entre lo dicho y no dicho reciben el nombre de parámetro o parametración, término que alude a los temas críticos que no deben tocarse en la isla.

En la tercera parte, Intelectuales, academia y militancia, Margarita López Maya, Paula Vásquez, quien suscribe este prólogo y Juan Cristóbal Castro, analizan las ideas e intervenciones de los intelectuales respecto al auge de la izquierda en la región, y, en especial, en Venezuela. En «Chavismo e intelectuales de izquierda en Venezuela», López Maya establece la genealogía de la ideas de izquierda desde el siglo XIX, como respuesta a las grandes desigualdades sociales de la época, y su división en la izquierda marxista-leninista y la socialdemócrata, heredera del liberalismo político. América Latina produjo su propio pensamiento de izquierdas en los sesenta y setenta con la teoría de la dependencia y paulatinamente se fue alejando, excepto en Cuba, de la ruta marcada por la Unión Soviética, para concentrarse en los movimientos sociales y las luchas por los derechos humanos. En el mundo académico de las últimas décadas, propuestas como la «subalternista», la decolonial y la epistemología del sur, impugnan «Occidente» definido como racismo, colonialidad del saber y el poder y capitalismo. En Venezuela, afirma la autora, los partidos Acción Democrática y el PCV atestiguan la división internacional de la izquierda mundial, aunque el éxito popular siempre se inclinó por el primero. Posterior a la lucha guerrillera de los años sesenta, el Movimiento al Socialismo asumió la bandera de la renovación de la izquierda. A partir de 1998, indica López Maya, Hugo Chávez sería al abanderado de esta, pero el debate de ideas solamente duró los primeros años para luego encerrarse en un modelo de corte neo-estalinista. 

Paula Vásquez en «Fascinaciones jacobinas: la revolución bolivariana y el chavismo francés» plantea un problema agudo de las Ciencias Sociales y las Humanidades en el mundo: la militancia disfrazada de ejercicio académico. Se trata de una perspectiva etnocéntrica que pontifica sobre los fenómenos políticos de América Latina sin conceder el debido espacio a la investigación rigurosa sobre cada caso en particular. Esquemas como derecha-izquierda, sectores populares-oligarquía, antiguo régimen-revolución, blancos-no blancos, impiden entender la complejidad de un fenómeno como la revolución bolivariana. Del mismo modo, en mi artículo «Venezuela revolucionaria: una ficción de la academia militante», se presentan una serie de casos de intelectuales que asesoraron a o estuvieron muy cerca de la revolución bolivariana y en sus libros, artículos y conferencias han divulgado la propaganda oficial como «conocimiento» sobre Venezuela, sin dedicarse en lo más mínimo al estudio del país. 

En «Venezuela: cambios políticos y posicionamientos intelectuales», Armando Chaguaceda y Carlos Torrealba analizan las posturas de importantísimas redes académicas como LASA y CLACSO frente a los acontecimientos ocurridos en Venezuela entre 2014 y 2017. El artículo se sustenta en materiales como textos y discursos, la opinión de expertos y el testimonio de protagonistas. 

Para cerrar la tercera parte, Juan Cristóbal Castro dibuja las líneas del campo intelectual latinoamericano reconfigurado a partir del auge de la «marea rosada». Venezuela, fuera del circuito de interés latinoamericanista, se convierte en centro de atención por ser el país líder del auge de la izquierda en la década pasada. El antiguo discurso de la guerra fría bloque capitalista-bloque socialista es sustituido por neoliberalismo-populismo, en términos respectivamente de derecha e izquierda. Una red amplia y poderosa de latinoamericanistas pertenecientes al Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), Latin American Studies Asociation (LASA) y Modern Languages Association (MLA), explicaron Venezuela desde identidades étnicas y populares opuestas a las «elites blancas neoliberales» y se postularon como autoridades sobre la materia. El pensamiento decolonial, el subalternismo y el populismo se convirtieron en el norte teórico de un latinoamericanismo que recobró el horizonte del poder político. En este contexto, escritores de izquierda como Ricardo Piglia se sintieron obligados a pronunciarse a favor del régimen chavista y en contra de escritores opositores, al calificarlos, por ejemplo, de estalinistas por no participar con sus novelas en el Premio de Novela Rómulo Gallegos en su edición del año 2011. 

Por último, Armando Chaguaceda, coeditor de este libro, expone en el epílogo las ideas y fundamentos de una izquierda genuinamente democrática frente a una izquierda definida como autoritarismo. Frente al común denominador populista y antiliberal detrás del auge de las derechas y las izquierdas autoritarias en el mundo en el siglo XXI, los demócratas de diversas tendencias políticas deben hacer causa común y reflexionar sobre la democracia como historia, como lucha en el presente y como proyecto intergeneracional. Un conjunto de textos como estos persigue no solamente objetivos por demás importantes desde el punto de vista académico sino también un objetivo político: la hegemonía de la izquierda antiliberal en Humanidades y Ciencias Sociales está socavando el necesario pluralismo ideológico y de pensamiento que debe reinar en las instituciones de educación superior. Tal espíritu monocorde es la marca de fábrica del autoritarismo y en los peores casos se manifiesta en un saber que no es tal sino puro discurso militante. En un momento en que la socialdemocracia está de capa caída, los liberales no tienen mayor atractivo político, las izquierdas con mayor peso desconfían de los logros de la democracia y avanzan los nacionalismos religiosos y rabiosamente conservadores, la obligación de quienes hemos estado en el mundo del pensamiento y la enseñanza es luchar por la diversidad y la apertura. Este libro es un mínimo aporte en esta dirección.

REFERENCIAS
  • Acemoglu, D y Robinson, J.A. (2012). ¿Por qué fracasan los países?: Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Barcelona, Deusto.
  • Foucault, M. (2000). Defender la sociedad.Curso en el Collège de France (1975-1976). Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
  • Judt, T. (2013). El olvidado siglo XX. Madrid, Taurus.
  • Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
  • Lilla, M. (2004). Pensadores temerarios: los intelectuales en la política. Madrid, Debates.
  • Marx, K. (1969). «Tesis sobre Feuerbach». K. Marx y F. Engels. Obras escogidas I. Moscú, Editorial Progreso.
  • Mignolo, W. (2005). La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial. Barcelona, GEDISA.
  • Platón. (1988). Diálogos IV. República. Madrid, Gredos.
  • Williams, A. y N.Srnicek. (2017). «Manifiesto acelerado». El Machete: Revista mensual de cultura política 16: 117-123.
VER+:


Siete sellos: 
Crónicas de la Venezuela 
revolucionaria (y robolucionaria)

Siete sellos: Crónicas de la Venezuela revolucionaria, compila para el público hispano textos de escritores y periodistas de mi país acerca acerca de la revolución bolivariana en los últimos tiempos. A todos los une una ética insobornable, el dominio de la escritura y la voluntad de evidenciar con rigor, vuelo estético y emoción los errores de una revolución que en nombre de la reivindicación de los oprimidos ha abierto los siete sellos de la tragedia: autoritarismo, crimen, hambre, enfermedad, martirio, perversidad y diáspora.
Es un libro dirigido a los demócratas cabales de diverso signo ideológico con el fin de que se familiaricen con el día a día de los hombres y mujeres de la nación suramericana y se identifiquen con sus penalidades y privaciones.

Para Gisela Kozak siete son los sellos que a su entender caracterizan a la Revolución Bolivariana, a saber, el autoritarismo, el crimen, el hambre, la enfermedad, el martirio, la perversidad y la diáspora. Mientras que León Felipe Campos, en la introducción del libro señala que Venezuela es un país “desdibujado, hecho dolor y espejismo, en el que la mayoría de sus habitantes sufre y sobrevive tan bien como puede, a pesar de las mafias que imponen pautas”.


El 12 de febrero de 2014, el gobierno de Nicolás Maduro desató una violenta y continua represión, lo que ha hecho más evidente la constante y sistemática violación de los DDHH de los venezolanos.
Venezuela atraviesa la peor crisis que conozca su historia. Hoy en día, a la crisis político – institucional existente, como consecuencia directa de la voluntad del oficialismo de aferrarse al poder, se agrega una crisis humanitaria de proporciones desconocidas y con consecuencias impredecibles.
El populismo caribeño, representado por el Socialismo del Siglo XXI, ha destruido a Venezuela.
“Las mayores reservas probadas de petróleo en el mundo las tiene Venezuela, sin embargo, su producción en enero de este año tan sólo alcanzó 1,64 millones b/d, el nivel más bajo en casi 30 años. La producción del país ha caído durante los últimos seis meses, y debe seguir cayendo como resultado de la deuda del sector, de la desinversión, la mala gerencia y una escandalosa corrupción. En los últimos tres años la economía venezolana ha colapsado. El hambre se ha apoderado de la nación. Ahora, está matando también a los niños. Durante 2017, entre cinco y siete niños murieron semanalmente por desnutrición”.

La crisis que vive Venezuela se constata en la escasez de alimentos esenciales; en la falta de medicamentos, así como en los racionamientos de agua y de electricidad. “Como consecuencia de las políticas de expropiaciones –ya sea éstas de tierras o de industrias o de empresas-, ataques a los productores, tanto agrícolas como industriales, los controles impuestos por el gobierno desde el 2003, la pésima gestión económica y la corrupción, en Venezuela actualmente no se produce nada o casi nada y si a ello agregamos que más del 75% de lo que importa el país se hace a través del Estado, que en la actualidad carece de divisas, se comprende entonces los disturbios, protestas y los saqueos de tiendas de comestibles ante la falta de alimentos”.
La inflación alcanzó en el 2017, el 2616%. Solamente en el pasado mes de diciembre llegó al 85%. El FMI prevé una inflación en el 2018 de 13.000%, otros expertos la llevan hasta un 200.000%. Es un proceso nefasto que afecta a todas las familias venezolanas pero sin lugar a dudas a las de menores ingresos. Hoy en día como mínimo el 82% de la población (25.7 Millones de 31.1 millones) se encuentra en situación de pobreza.

Venezuela se está convirtiendo, a pasos agigantados, en un país de pobres como consecuencia del modelo intervencionista y controlador impuesto por la “Revolución Socialista”. El ciudadano se ve sometido al control social del gobierno, que de esta manera le viola sus DDHH más elementales. A título de ejemplo dos casos. El primero de ellos es el programa de reparto de comida barata, ahora vital para el venezolano empobrecido por la hiperinflación, a través de los CLAP’s (Comités Locales de Abastecimiento y Producción) que tan solo en el mes de diciembre pasado atendió al 73% de la población venezolana. El gobierno controla el sistema y por tanto es el que decide quién recibe y quién no, lo que genera entre la población miedo a perder esa bolsa de comida y reduce la protesta y la participación ciudadana.

El segundo ejemplo es el famoso “Carnet de la Patria», que es un documento de identidad electrónico que regula el acceso a alimentos y artículos de primera necesidad adquiridos en los (CLAP), así como a otros beneficios derivados de la Misiones Bolivarianas. Quien no tiene este Carnet no tiene acceso a esos beneficios, cae, por tanto, en un Apartheid social. Este carnet consiente también al gobierno controlar los votos, lo que ocurrió durante las recientes elecciones municipales y posteriormente en las regionales.
En fin, la crisis humanitaria por la cual atraviesa Venezuela es consecuencia de las malas y funestas políticas públicas puestas en prácticas, de la incapacidad gerencial, así como de la corrupción que impera en el gobierno pero lo más grave es que el oficialismo no acepta la existencia de una crisis humanitaria y por tanto rechaza la ayuda internacional.

Desde que se instauró el chavismo en Venezuela en 1999, se han producido en nuestro país más de 300.000 muertes violentas. Ello consecuencia de la inexistencia del Estado de Derecho, de la impunidad de los crímenes cometidos y de una política gubernamental laxa frente a la criminalidad. No es desatinado afirmar que estamos ante un régimen que ha favorecido, desde sus inicios, la violencia. Caracas encabeza la lista de las ciudades más violentas del mundo pero lo que es más grave aún es que entre las diez primeras, además de Caracas, están también Maturín, Ciudad Guayana y Valencia.

De conformidad con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, con sede en Viena, el 60% de la cocaína que entra en Europa procede de nuestro país. Lo que es importante tener en cuenta es que las redes de narcotraficantes en Venezuela están, fundamentalmente, en manos de altos personeros del gobierno, sean estos civiles o militares, lo que ha hecho que Venezuela sea clasificada por muchos como un Estado narcotraficante. Estrechamente ligado a esto están los vínculos, que a lo largo de los años, el régimen ha tejido con el terrorismo internacional, llámese éste las FARC, ELN, Hizbolá o Hamas. Lo cierto es que cientos de pasaportes venezolanos sirven de tapadera a sendos terroristas.
Como consecuencia de todo lo anterior Venezuela que era un país receptor de inmigrantes se ha convertido, en pocos años, en un país de emigrantes. En la actualidad más de tres millones de venezolanos conformamos la diáspora. Colombia, los Estados Unidos y España, son los países donde más se concentran los venezolanos. En España somos alrededor de unos 300.000. Ningún venezolano se siente ajeno a lo que ocurre en el suelo patrio, por lo tanto, quienes conformamos la diáspora estamos obligados a testimoniar permanentemente sobre la tragedia venezolana.

Siete Sellos sobre los cuales nos invita a reflexionar Gisela Kozak Rovero, a través de la compilación que realizó. Para cada uno de ellos he escogido una o dos frases de las crónicas, que en mi opinión sintetizan a la Venezuela actual.

Autoritarismo:
“Si a finales del año pasado (2016), …….se instaló en el país la idea de que estamos en una dictadura, este 2017 solo confirma, por desgracia, que estamos en una dictadura violenta: este es el regreso de los gorilas”
Alberto Barrera Tyszka.
“Autoritarismo… es tal vez la palabra que define todas nuestras relaciones con las instituciones, sean cuales sean”
Raquel Rivas Rojas

Crimen:
“ …cuando la noche cae, especialmente entre las 6:30 de la tarde y las 9:00 de la noche, la actividad delictiva aumenta. El miedo a que la oscuridad sirva de manto protector para el criminal ha hecho de Caracas un pueblo fantasma”
Andrea Pinza

Hambre:
“Hecho en socialismo es sinónimo de producto escaso, raro y distribuido solamente a quienes manifiestan adhesión al oficialismo” “La verdad es que este modelo fracasó y la situación actual es de sálvese quien pueda”
Eloi Yagüe Jarque

Enfermedad:
“Hoy, la salud de todo un país está en terapia intensiva”
Leonardo Padrón

Martirio:
“Todas las cuentas arrojan el mismo resultado. En apenas tres años el régimen de Nicolás Maduro ha multiplicado exponencialmente las cifras de represión que Hugo Chávez poseía”
Leonardo Padrón

Perversidad:
“En el caso del chavismo, cosa en la que su máximo líder era una eminencia y Maduro un alumno aventajado, podemos cambiar estupidez por ignorancia y maldad por perversión y el resultado sigue siendo idéntico”
José Urriola

Diáspora:
“Y lo más importante es que andas tranquilo. La libertad tiene un precio y hay que pagarlo. Así suponga adioses y muchas lagrimas”
Pierina Sora

Siete sellos: Crónicas de la Venezuela revolucionaria

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