EL Rincón de Yanka: junio 2017

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CALENDARIO CUARESMAL 2024

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viernes, 30 de junio de 2017

📕 LAS AVENTURAS DE JUAN PLANCHARD, LA VIDA DE UN BOLICHICO "ROBOLUCIONARIO"

Jonathan Jakubowicz:
“Tenía que contar la vida 
de los millonarios chavistas 
en Hollywood” 🚽

"Las Aventuras de Juan Planchard, un "Boliburgués" es un viaje a lo más profundo del robo a Venezuela, el asalto más grande de la historia. La oligarquía bolivariana se revela en su esencia y pasión por el sexo, las drogas y la revolución. Aventura, acción, suspenso, drama, comedia; todos los géneros convergen en esta historia trepidante y sorprendente, con un final completamente inesperado que promete una saga literaria de varias entregas. Provocativa y provocadora, "Las Aventuras de Juan Planchard" es un texto necesario que moverá conciencias y divertirá a todos aquellos que se atrevan a bucear sus páginas.

Lo que pasó en Venezuela es algo único. Venderle al mundo que se lucha por los pobres mientras se compran propiedades en Manhattan es una de las vainas más radicales que existen. Es reírse en la cara de la gente y de la historia. Es aprovecharse de la desinformación. 
Hay chavistas sin dinero que aún creen que los reportes sobre billones de dólares escondidos en bancos internacionales son mentira. No pueden soportar que se hayan burlado de ellos en su propia cara.

El objetivo principal de su historia es hacerle entender a los venezolanos y al mundo, que mientras el 90% del país pasa su día haciendo colas para comprar comida, existe una docena de multimillonarios alrededor del mundo, (venezolanos of course) quienes con el mayor descaro se rumbean el dinero de toda Venezuela.
En el libro se habla de orgías, diamantes, aviones, carros, guisos, balas, escoltas y dólares, DEMASIADOS dólares obtenidos de la manera más corrupta y descarada; expuestos en la novela para demostrar el acto de inmoralidad y robo más grande en la historia de Venezuela.



IDENTIFÍQUESE 

Mi nombre es Juan Planchard, tengo veintinueve años y cinco millones de dólares en mi cuenta. Tengo una casa en La Lagunita, una en Madrid, y un apartamento en Nueva York. Soy dueño de una vendepaga en el Hotel Palms de Las Vegas. Comparto un avión privado con el testaferro de un pana, y estoy convencido de que todas las decisiones que tomé durante la revolución bolivariana fueron correctas y serán agradecidas por mi descendencia. 

Confieso que me tomó un tiempo darme cuenta. Yo también pensaba que el bien común era el bien moral, y el bien de pocos era el mal absoluto. Pero me cansé de pelar bola y puse atención: 

El país más rico del mundo eligió al Comandante, un carajo que solo cree en la fidelidad, y te deja hacer lo que quieras con tal deque no hagas nada contra él. 

¿Por qué me voy a poner yo a pelear con el único tipo en la historia contemporánea que ha logrado controlar al ejército y calmar al tradicionalmente rabioso pueblo de Venezuela? 

¿Quién soy yo para decirle a los pobres que se equivocan al creer en el que llaman su líder? 

Nadie. 

Pensar que la mayoría se equivoca es subestimar al pueblo. El pueblo nunca se equivoca. Si pasa más de una década enamorado de un tipo, es porque el tipo le gusta. Uno se debe adaptar, y adaptarse implica echarle bola dentro de las reglas del juego. Como Kevin Costner en “Los intocables”, que persigue a Al Capone por traficar caña y al escuchar que van a legalizar el alcohol decide tomarse un trago. Así decidí hacer yo: si la vaina es guisando, pues hay que guisar. 

El billete lo he hecho principalmente con Cadivi, como todo tipo medianamente inteligente que haya vivido en la primera década del siglo XXI en la tierra de Bolívar. Si no eres venezolano, te lo explico: el gobierno socialista bolivariano estableció un control de cambio de dólares en Venezuela. Este control produjo dos tipos de cambio, uno legal y otro real. En los últimos años (estamos a finales del 2011) el dólar real vale el doble o más que el legal. Solo tienes que conseguir dólares legales y venderlos por el precio real para hacer al menos dos dólares por cada dólar invertido. 

Conseguir dólares legales es fácil, basta con tener contactos en el gobierno. Esa es la manera a través de la cual se enriqueció todo el que quiso y supo hacerlo. Cero riesgos. Todo pa’l bolsillo, todo bolivarianamente legal. Es una especie de asalto al país, pero un asalto por voluntad popular deja de ser un asalto y se convierte en una filosofía colectiva, una cultura. Y eso el que no lo entendió fue porque no quiso. 

Tengo panas que andan en aquello de la venta de armas y ya van por ochenta palos verdes. Pero eso es demasiado peo. Las armas tienen serial, y si una de las tuyas termina en manos de la FARC o de Hezbollah, te pueden cerrar la puerta al imperio, y eso sí no me lo mamo. Yo con cinco millones tengo. La vaina está demasiado peligrosa en Caracas. Prefiero pasar mi tiempo en Estados Unidos, aprovechando la crisis del capitalismo para conseguir las vainas a mitad de precio. 

No es paja, todo está a mitad de precio. Desde apartamentos en Manhattan hasta culitos impresionantes que tienen el bollo catire…jevas de Playboy por un pelín de cash... Ocho mil bolos fuertes la noche. Seis lucas verdes por una semana… Niñas de su casa, que en Venezuela sencillamente no consigues. Puede que ganemos los Miss Universo pero dejémonos de paja: casi todas las venezolanas son unas podridas. Todo el que ha viajado al exterior sabe de lo que estoy hablando. El que dice que las venezolanas son las mejores jevas del mundo es como el que dice que Venezuela es el mejor país del mundo: simplemente está desinformado. Y que se me arreche el que sea, me sabe a mierda. Ya tengo mis reales y si no puedo volver más a ese chaborreo, pues no vuelvo.



jueves, 29 de junio de 2017

⚔️ LA ESPADA DE SAN GALGANO GUIDOTTI

Espadas legendarias: 

La espada de San Galgano 

⚔️

A pesar de que la “espada en la roca” más famosa sea la Excálibur del mito artúrico, la única espada real que se conoce -hundida en una piedra- es esta que se encuentra en Italia.
Está ubicada dentro de la Rotonda de Montesiepi -cerca de Siena- y perteneció, según la historia, al caballero del siglo XII Galgano Guidotti.
Este caballero toscano, perteneciente a una rica familia y prometido con una dama de alta alcurnia, abandonó su vida despreocupada y libertina, retirándose a vivir en las montañas de Siena hasta su muerte entre 1181/1185.

Cuenta la leyenda que el arcángel San Miguel se le apareció en varias ocasiones. Tras el primer encuentro, Galgano, abandonó su vida despreocupada y comenzó a predicar por los alrededores de Siena, abandonando sus ricas ropas por un hábito. Mucha gente trató de impedírselo, su familia, sus amantes, su prometida… 
Nadie entendía que le había pasado.
Enfadado por la insistencia de sus amigos y familiares, en la navidad del año 1180, se subió a su caballo y este no se detuvo hasta que llegó a Montesiepi. Allí, el caballo se arrodilló, y tiró a Galgano de la montura tan bruscamente que se quedó inconsciente, fue entonces cuando se le apareció (según una de las versiones de la leyenda) el arcángel San Miguel, que lo llevó ante los 12 apóstoles y Jesús encomendándole la construcción de una ermita en el lugar.
Galgano, al despertar, clava su espada contra una roca. Ahora ya no era un arma, era una cruz.
En ese mismo lugar construyó una cabaña, a modo de ermita, en la que vivió hasta el final de sus días, dedicando su vida a Dios y a la meditación.
A su muerte, pocos años después, levantaron una capilla (entre 1181 y 1185) -La Rotonda- sobre el lugar en donde tenía su cabaña, y su espada. Cuentan que allí lo enterraron.
Poco después los Cistercienses decidieron llevar a cabo una obra en su honor, muy cerca del lugar, la conocida abadía de San Galgano, ahora en ruinas.
Aunque hay diferentes versiones de la leyenda, sobretodo en cuanto a su vida antes de llegar a la montaña, todas ellas cierran el círculo en la navidad del año 1180, cuando clava su espada sobre la roca.
La espada ha sido sometida a diferentes estudios que verificaron la datación de su fabricación en torno al siglo XII, confirmando que la totalidad -y no parte- del resto de la hoja de la espada está en el interior de la roca.

Hasta 1924 la espada estaba suelta y se podía extraer, pero por miedo a que fuera robada se vertió plomo fundido en la ranura para dejarla fijada.
En 1992 un hombre, que se debía creer el rey Arturo, trató de extraerla rompiéndola, dañando la empuñadura y la hoja. De ahí que a día de hoy se conserve bajo una cúpula plástica.
La tumba del santo, a pesar de que las crónicas afirman que se encuentra en el interior de la Rotonda, no ha sido localizada, aunque según algunos estudios podría estar debajo de la roca en donde está la espada.




miércoles, 28 de junio de 2017

RECUERDA MARINERO, QUIEN ES TU CAPITÁN


Cuando las olas vienen y golpean tu barca 
Y el viento del huracán desvía tu navegar 
Cuando la luz del faro no se alcanza a mirar 
Recuerda marinero quien es tu capitán 

Si estás en alta mar y has perdido tu rumbo 
La brújula consultas sin poder acertar 
Piensas que no podrás llegar al puerto seguro 
Quizá te has olvidado quien es tu Capitán 
Tu Capitán, tu Capitán 

Confía marinero, dale a Él, él timón 
El guardará tu vida y toda tú embarcación 
Los vientos cesarán cuando escuchen Su Voz 
Tu capitán, marinero, es Jesús, el Señor 
Recuérdalo, Recuérdalo 
Tu capitán, marinero, es Jesús, el Señor
  




martes, 27 de junio de 2017

👀 SENTIDO COMÚN: PENSAMIENTO COLECTIVO (JUEGOS MENTALES - BRAIN GAMES)

👀 Sentido común

Nuestro cerebro está constantemente tomando decisiones para guiarnos a través de la vida diaria, esta habilidad para pensar y comportarse de un modo razonable es lo que llamamos "sentido común". En este episodio se pondrán a prueba ciertas creencias y percepciones.

Desde saber cuándo cruzar la calle o qué ropa usar para ir a trabajar hasta que no hay que tocar el horno caliente, su cerebro está constantemente tomando decisiones que lo más probable es que usted ni les dé importancia. Lo atribuimos al sentido común. ¿Pero es realmente común? ¿De dónde provienen las percepciones más básicas y cómo es uno capaz de pensar y comportarse de una manera aceptable, similar a la de la mayoría? 

¿Hay sabiduría en las multitudes o es que la mentalidad de rebaño siempre conduce al camino equivocado? 

Por medio de juegos interactivos y pruebas mentales, podrá ver sus propios atajos mentales y aprender a aprovechar el poder del pensamiento colectivo. Juegue con nosotros para entender cómo el sentido común puede llevarlo por mal camino o mantenerlo en la buena senda... en "Juegos mentales (Brain Games)".



Como está a punto de ver si hablamos del sentido común,

las apariencias pueden engañar. Eso es porque algo que parece obvio su cerebro no tiene problemas en confiar en los atajos del sentido común. Pero eso no significa que siempre deba tomarlos. Para aclararlo, tenemos a Sri Sarma de la Facultad de Ingeniería Biomédica Johns Hopkins. Su cerebro evolucionó para reconocer que hay seguridad en los grupos, si su grupo piensa de una manera y usted de otra, su cerebro envía una señal haciéndole saber que puede que esté tomando la decisión equivocada, incluso teniendo razón. Pero, algunas veces, la sabiduría popular puede tener toda la razón.


¿No lo cree? Observe este experimento.

Delante de mí hay un tarro enorme lleno de chicles. 
¿Puede adivinar cuántos chicles tiene el tarro? 
Eche un vistazo. 
¡Adelante!

Calcule un número. 
¿Lo tiene? 
Recuerde ese número.
Antes de decirle cuántos chicles hay en este tarro, 
veamos algunos cálculos.
-1620
-337
-100
-1088
-1625
-600
Parece que no está muy claro. ¿Usted qué cree? 
¿Cuántos chicles hay en este tarro gigante?
-372
-305
-¿3970?
¿Cree que alguno de nuestros veinte voluntarios ha acertado?
Y ¿en qué se parece su cálculo al suyo? 
De acuerdo, chicos, gracias por lo cálculos. 
Lo siento, pero están equivocados ¡Ooooh! 
pero no se preocupen, gracias a esas respuestas incorrectas, ahora es posible calcular el número correcto de chicles.


¿Listos para descubrir cómo?
¡Si!
Bien, ¿alguna idea de cómo hacerlo?
¡No!
Les presento nuestra arma secreta. 
¡Eiden! ¡Bien, Eiden!

Así fue vas a adivinar cuántos chicles hay en este tarro.
Sí, con mi calculadora. ¿Una calculadora?
Seguro que está pensando... ¿cómo puede una calculadora solucionar este juego de chicles?
Para descubrir el secreto de Eiden ¡Paciencia!
¡Vaaaya!
Pero, primero, es hora de un estimulante cerebral. 
!Prepárese¡ ¿Cuánto tiempo tardaría uno de los ordenares más rápidos del mundo, en reproducir un segundo de la actividad de su cerebro?

A. 40 minutos, B. 40 segundos o C. 40 milisegundos. 

Es hora de revelar nuestro estimulante cerebral.
¿Cuánto tiempo tardaría uno de los ordenadores más rápidos del mundo en reproducir un segundo de la actividad de su cerebro?
La respuesta es: A
Se calcula que el cerebro humano puede hacer 20 millones de millardos de cálculos por segundo. Eso es mucha rapidez y potencia. 
Pedimos a 20 personas que calcularan cuántos chicles había en el tarro. Algunos cálculos eran muy altos:
-1620
Y otros muy bajos:
-337
¿Cuántos chicles cree usted que hay en este tarro?
Seguramente su cálculo, como el de nuestros voluntarios, esté equivocado. 
¡Ohhhhh,nooo!
¡Pero no se sienta mal! Gracias a esos cálculos, Eiden, nuestro aprendiz de matemático, tiene la información que necesita para hacer un cálculo mucho mejor.
¿Tiene alguna idea de cómo este niño y su calculadora van a solucionar nuestro juego?

De acuerdo, Eiden, ¿qué vas a hacer?
Es sencillo sumo todos los números y luego divido esa cantidad entre 20. 
¡Dejaré que te concentres!
Eiden, está determinando el cálculo promedio del grupo.
¿Cree que hay alguna sensatez en lo que está haciendo?
2425.
2425. !Es asombroso¡
Porque el número total es 2447.

¡Vayaaa! 
22 chicles menos de la suma total. ¿No es una locura? 
Ésta es su inteligencia colectiva en marcha.
Los resultados son sorprendentes y pensará cómo es posible que el promedio del grupo, sea mucho mejor que cualquier cálculo individual. 
La sabiduría de la multitud.




lunes, 26 de junio de 2017

🔔 RAMIRO DE MAEZTU: LA DEFENSA DEL ESPÍRITU Y DE LA HISPANIDAD


Los principios han de ser lo primero, porque el principio, según la Academia, es el primer instante del ser de una cosa. No va con nosotros la fórmula de «politique d'abord», a menos que se entienda que lo primero de la política ha de ser la fijación de los principios. Aunque creyentes en la esencialidad de las formas de gobierno, tampoco las preferimos a sus principios normativos. La prueba la tenemos en aquel siglo XVIII, en que se nos perdió la Hispanidad. Las instituciones trataron de parecerse a las de mil seiscientos. Hasta hubo aumento en el poder de la Corona. Pero nos gobernaron en la segunda mitad del siglo masones aristócratas, y lo que se proponían los iniciados, lo que en buena medida consiguieron, era dejar sin religión a España.

La impiedad, ciertamente, no entró en la Península blandiendo sus principios, sino bajo la yerba y por secretos conciliábulos. Durante muchas décadas siguieron nuestros aristócratas rezando su rosario. Empezamos por maravillarnos del fausto y la pujanza de las naciones progresivas: de la flota y el comercio de Holanda e Inglaterra, de las plumas y colores de Versalles. Después nos asomamos humildes y curiosos a los autores extranjeros. Avergonzados de nuestra pobreza, nos olvidamos de que habíamos realizado, [450] y continuábamos actualizando, un ideal de civilización muy superior a ningún empeño de las naciones que admirábamos. Y como entonces no nos habíamos hecho cargo, ni ahora tampoco, de que el primer deber del patriotismo es la defensa de los valores patrios legítimos contra todo lo que tienda a despreciarlos, se nos entró por la superstición de lo extranjero esa enajenación o enfermedad del que se sale de sí mismo, que todavía padecemos.



Mucho bueno hizo el siglo XVIII. Nadie lo discute. Ahí están las Academias, los caminos, los canales, las Sociedades económicas de los Amigos del País, la renovación de los estudios. Embargados en otros menesteres, no cabe duda de que nos habíamos quedado rezagados en el cultivo de las ciencias naturales, porque, respecto de las otras, Maritain estima como la mayor desgracia para Europa haber seguido a Descartes en el curso del siglo XVII, y no a su contemporáneo Juan de Santo Tomás, el portugués eminentísimo, aunque desconocido de nuestros intelectuales, que enseñaba a su santo en Alcalá. El hecho es que dejamos de pelear por nuestro propio espíritu, aquel espíritu con que estábamos incorporando a la sociedad occidental y cristiana a todas las razas de color con las que nos habíamos puesto en contacto. Ahora bien, el espíritu de los pueblos está constituido de tal modo, que, cuando se deja de defender, se desvanece.

No vimos entonces que la pérdida de la tradición implicaba la disolución del Imperio y por ello la separación de los pueblos hispanoamericanos. El Imperio español era una Monarquía misionera, que el mundo designaba propiamente con el título de Monarquía católica. Desde el momento en que el régimen nuestro, aun sin cambiar de nombre, se convirtió en ordenación territorial, militar, pragmática, económica, racionalista, los fundamentos mismos de la lealtad y de la obediencia quedaron quebrantados. La España que veían a través de sus virreyes y altos funcionarios, los americanos de la segunda mitad del siglo XVIII, no era ya la que los predicadores habían exaltado, recordando sin cesar en los púlpitos la cláusula del testamento de Isabel la Católica, en que se decía que: 

«El principal fin, e intención suya, y del Rey su marido, de pacificar y poblar las Indias, fue convertir a la Santa Fe Católica a los naturales», por lo que encargaba a los príncipes herederos: «que no consientan que los indios de las tierras ganadas y por ganar reciban en sus personas y bienes agravios, sino que sean bien tratados.» [451] No era tampoco la España de que, después de recapacitarlo todo, escribió el ecuatoriano Juan Montalvo: «¡España, España! Cuanto de puro hay en nuestra sangre, de noble en nuestro corazón, de claro en nuestro entendimiento, de ti lo tenemos, a ti te lo debemos.»

Esta no es la doctrina oficial. La doctrina oficial, premiada aún no hace muchos años con la más alta recompensa por la Universidad de Madrid en una tesis doctoral, la del Dr. Carrancá y Trujillo, afirma solemnemente que: «por la índole de su proceso histórico, la independencia iberoamericana significa la negación del orden colonial, esto es, la derrota política del tradicionalismo conservador, considerado como el enemigo de todo progreso.» Pero que este concepto haya podido sancionarse, después de publicada en castellano la obra de Mario André El fin del Imperio español en América, no es sino evidencia de que, con el espíritu de la Hispanidad, se había apagado entre nosotros hasta el deseo de la verdad histórica.

La verdad la había dicho André: «La guerra hispanoamericana es guerra civil entre americanos que quieren, los unos la continuación del régimen español, los otros la independencia con Fernando VII o uno de sus parientes por rey, o bajo un régimen republicano.» ¿Pruebas? La revolución del Ecuador la hicieron en Quito, en 1809, los aristócratas y el obispo al grito de ¡Viva el Rey! Y es que la aristocracia americana reclamaba el poder, como descendientes de los conquistadores, y por sentirse más leal al espíritu de los Reyes Católicos que los funcionarios del siglo XVIII y principios del XIX. «No queremos que nos gobiernen los franceses», escribía Cornelio Saavedra al virrey Cisneros en Buenos Aires, 1810. Montevideo, en cambio, se declaró casi unánimemente por España. Se exceptuaron los franciscanos, cuyo convento el gobernador Elío hizo forzar a los soldados. ¿Por qué cruzó los Andes el argentino San Martín? Porque los partidarios de España recibían refuerzos de Chile. Pero desde 1810 hasta 1814 España, ocupada por las tropas francesas, no pudo enviar tropas a América. Y, sin embargo, la guerra fue terrible en esos años en casi todo el continente. ¿Quienes peleaban en ella, de una y otra parte, sino los mismos americanos? [452]

El 9 de julio de 1816 proclamó la independencia argentina el Congreso de Tucumán. De 29 votantes eran 15 curas y frailes. El Congreso se inclinaba también a la Monarquía. Lo evitó el voto de un fraile. En cambio, los clérigos de Caracas se pusieron al principio de la lucha al lado de España. Verdad que la pugna por la independencia había sido iniciada en Venezuela por un club jacobino. Los llaneros del Orinoco pelearon al principio con Boves por España, después con Paéz por la independencia. Luego el Gobierno de Caracas, como muchos otros Gobiernos americanos, juró solemnemente con el cargo «defender el misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María Nuestra Señora». Ya en 1816, el general Morillo, a pesar de estar persuadido de que: «La convicción y la obediencia al soberano son la obra de los eclesiásticos, gobernados por buenos prelados», había aconsejado enviar a España a los dominicos de Venezuela. ¿Y en Méjico? Si el movimiento de 1821 triunfó tan fácilmente fue porque se trató de una reacción: «Contra el parlamentarismo liberal dueño de España, desde que tras las revoluciones militares iniciadas por Riego, Fernando VII fue obligado a restablecer la Constitución de 1812.» Los tres últimos virreyes y las cuatro quintas partes de los oficiales españoles de guarnición en Méjico eran masones.

La situación está pintada con que Morillo, el general de Fernando VII, era volteriano, y Bolívar, en cambio, aunque iniciado en la masonería cuando joven, proclamaba en Colombia el 28 de septiembre de 1827, que: «La unión del incensario con la espada de la ley es la verdadera arca de la alianza», y en su Mensaje de despedida dirigió al nuevo Congreso esta recomendación suprema: «Me permitiréis que mi último acto sea el recomendaros que protejáis la Santa Religión que profesamos, y que es el manantial abundante de las bendiciones del cielo.» Esta historia no se parece a la que los españoles e hispanoamericanos hemos oído contar. Pero André la ha sacado del Archivo de Indias y de documentos originales, y ni los españoles, ni los hispanoamericanos nos distinguimos por la excelencia de los historiadores. Durante los largos años de la revolución por la independencia, algunos políticos y escritores hispanoamericanos propagaron, como arma de guerra, la leyenda de una América martirizada por los obispos y virreyes de España. Como su partido resultó vencedor, durante todo el siglo XIX se continuó propalando la misma falsedad y haciendo contrastes [453] pintorescos entre «las tinieblas del pasado teocrático y las luminosidades del presente laico». Lo más grave es que un historiador tan serio como César Cantú, había escrito sobre la conquista de Nueva Granada, no obstante existir, desde 1700, la curiosísima historia, ahora reeditada, del dominico Alonso de Zamora, que: «Los pocos indígenas que sobrevivieron se refugiaron en las Cordilleras, donde no les podían alcanzar ni los hombres, ni los perros, y allí se mantuvieron muchos siglos hasta el momento –momento que la Providencia hace llegar más pronto o más tarde– en que los oprimidos pudieron exigir cuentas de sus opresores.» Verdad que en otro tomo de su historia se olvida de su bonita frase y reconoce que en Nueva Granada había a principios del siglo XIX unos 390.000 indios y 642.000 criollos, además de 1.250.000 mestizos, que no vivían seguramente fuera del alcance de los hombres y de los perros.

Alguna vez ha protestado España contra estas falsedades. Generalmente las hemos dejado circular, sin tomarnos la molestia de enterarnos. Pero esto de no enterarnos es inconsciencia, y la inconsciencia es una forma de la muerte. Lo característico de la conciencia es la inquietud, la vigilancia constante, la perenne disposición a la defensa. Ser es defenderse. La inquietud no es un accidente del ser, sino su esencia misma. Conocida es la antigua fábula latina: «Erase la Inquietud, que cuando cruzaba un río y vio un terreno arcilloso, cogió un pedazo de tierra y empezó a modelarlo. Mientras reflexionaba en lo que estaba haciendo, se le apareció Júpiter. La Inquietud le pidió que infundiera el espíritu al pedazo de tierra que había modelado. Júpiter lo hizo así de buena gana. Pero como ella pretendía ponerle a la criatura su propio nombre, Júpiter lo prohibió y quiso que llevara el suyo. Mientras disputaban sobre el nombre se levantó la Tierra y pidió que se llamase como ella, ya que le había dado un trozo de su cuerpo. Los disputantes llamaron a Saturno como juez. Y Saturno, que es el tiempo, sentenció justamente: «Tú, Júpiter, porque le has dado el espíritu, te llevarás su espíritu cuando se muera; tú, Tierra, como le diste el cuerpo, te llevarás el cuerpo; tú, Inquietud, por haberlo modelado, [454] lo poseerás mientras viva. Y como hay disputa sobre el nombre, se llamará homo, el hombre, porque de humus (tierra negra) está hecho.»

Vivir es asombrarse de estar en el mundo, sentirse extraño, llenarse de angustia ante la contingencia de dejar de ser, comprender la constante probabilidad de extraviarse, la necesidad de hacer amigos entre nuestros con-seres, la contingencia de que sean enemigos, y estar alerta a lo genuino y a lo espúreo, a la verdad y al error. La inquietud no es un accidente, que a unos les ocurre y a otros no. Esta es la esencia misma de nuestro ser. Y por lo que hace a la patria, en cuanto la patria es espíritu y no tierra, es el ser mismo. Nuestra inquietud respecto de la patria es, en verdad, su quinta esencia. Somos nosotros, y no ella, los que hemos de vivir en centinela; nos hemos de anticipar a los peligros que la acechan, sentir por ella la angustia cósmica con que todos los seres vivos se defienden de la muerte, velar por su honra y buena fama, y reparar, si fuere necesario, los descuidos de otras generaciones.

No fue meramente humildad nuestra, sino incuria, la razón de que se nos borrara del espíritu el sentido ecuménico de España. Incuria nuestra y actividad de nuestros enemigos. Mirabeau descubrió en la Asamblea Nacional que la fama de Luis XIV se debía en buena parte a los 3.414.297 francos (calculados al tipo de 52 francos el marco de plata) que distribuyó entre escritores extranjeros para que pregonasen sus méritos. Luis XIV fue seguramente el enemigo más obstinado y cruel que jamás tuvo España. Al mismo tiempo que colocaba a su nieto en el trono de Madrid decía secretamente a su heredero en sus Instrucciones al Delfín: «El estado de las dos coronas de Francia y España se halla de tal modo unido que no puede elevarse la una sin que cause perjuicio a la otra.» De otra parte explicaba a su hijo la razón de haber auxiliado a Portugal, después de haberse comprometido con España a no hacerlo, diciendo que: «Dispensándose de cumplir a la letra los tratados no se contraviene a ellos en sentido riguroso.» La tesis de Luis XIV es falsa. A España no le perjudica que Francia sea fuerte. Lo que le dañaría es que fuera tan débil y atrasada como Marruecos. Ni Francia ha perdido nada por la pujanza de Italia, ni tampoco se debilitaría con el poder de España. Pero todavía Donoso Cortés tuvo que contestar a un publicista francés que aseguraba que el interés de Francia consistía en que España no saliera de [455] su impotencia, para no tener que atender al Pirineo en caso de pelear con Alemania.

Ello es exagerado, y todo lo exagerado es insignificante, decía Talleyrand. Si no hubiera más política internacional que debilitar al vecino, como afirmaba Thiers, bien pronto desaparecería toda política, porque los vecinos se confabularían contra la nación que la emprendiera, y el mundo se descompondría en la guerra de todos contra todos. La defensa de la patria no excluye, sino que requiere, el respeto de los derechos de las otras patrias. Pero la apologética no es exagerada sino cuando se hace exageradamente. Es tan esencial a las instituciones del Estado y a los valores de la nación como a la vida de la Iglesia. Si no se sostiene, caen las instituciones y perecen los pueblos. Es más importante que los mismos ejércitos, porque con las cabezas se manejan las espadas, y no a la inversa. Esto que aquí inició la «Acción Española», que es la defensa de los valores de nuestra tradición, es lo que ha debido ser, en estos dos siglos, el principal empeño del Estado, no sólo en España, sino en todos los países hispánicos. Desgraciadamente no lo ha sido. No defendimos lo suficiente nuestro ser. Y ahora estamos a merced de los vientos.

Todos los países de Hispanoamérica parecen tener ahora dos patrias ideales, aparte de la suya. La una es Rusia, la Rusia soviética; la otra, los Estados Unidos. Hoy es Guatemala; ayer, Uruguay; anteayer, el Salvador; no pasa semana sin noticia de disturbios comunistas en algún país hispanoamericano. En unos los fomenta la representación soviética; en otros, no. Rusia no la necesita para influir poderosamente sobre todos, como sobre España desde 1917. Es la promesa de la revolución, la vuelta de la tortilla, los de arriba, abajo; los de abajo, arriba; no hay que pensar si se estará mejor o peor. Sus partidarios dicen que tenemos que pasar quince años mal para que más tarde mejoren las cosas. Sólo que no hay ejemplo de que las cosas mejoren en país alguno por el progreso de la revolución. Sólo mejoran donde se da máquina atrás. La revolución, por sí misma, es un continuo empeoramiento. No hay en la historia universal un solo ejemplo que indique lo contrario. [456]

Los Estados Unidos son la fascinación de la riqueza, en general, y de los empréstitos, particularmente. Algunos periódicos se quejan de que las investigaciones realizadas en el Senado de Washington, sobre la contratación de empréstitos para países de la América hispánica, hayan descubierto que algunos bancos de Nueva York han impuesto reformas fiscales y administrativas, que las repúblicas aceptaron. Ningún escrúpulo se ha alzado contra esta ingerencia de los banqueros norteamericanos en la vida local. Los banqueros se han convertido en colegisladores. Y la conclusión que ha sacado el Senado de Washington es que todavía hace falta apretar mucho más las clavijas de los países contratantes, si han de evitarse suspensiones de pagos, y eso que las últimas falencias hispanoamericanas más se deben al acaparamiento del oro por los Estados Unidos y Francia, que a la falta de voluntad de los deudores.

He ahí, pues, dos grandes señuelos actuales. Para las masas populares, los inmigrantes pobres y las gentes de color, la revolución rusa; para los políticos y clases directoras, los empréstitos norteamericanos. De una parte, el culto de la revolución; de la otra, la adoración del rascacielos. Y es verdad que los Estados Unidos y Rusia son, por lo general, incompatibles y que su influencia se cancela mutuamente. Rusia es la supresión de los valores espirituales, por la reducción del alma individual al hombre colectivo; los Estados Unidos, su monopolio, por una raza que se supone privilegiada y superior. Rusia es la abolición de todos los imperios, salvo el de los revolucionarios; los Estados Unidos, al contrario, son el imperio económico, a distancia. Dividida su alma por estos ideales antagónicos, aunque ambos extranjeros, los pueblos hispánicos no hallarán sosiego sino en su centro, que es la Hispanidad. No podrán contentarse con que se les explote desde fuera y se les trate como a repúblicas de «la banana». Tampoco con la revolución, que es un espanto, que sólo por la fuerza se mantiene. El Fuero Juzgo decía magníficamente que la ley se establece para que los buenos puedan vivir entre los malos. La revolución, en cambio, se hace para que los malos puedan vivir entre los buenos.

De cuando en cuando se alzan en la América voces apartadas, señeras, que advierten a sus compatriotas que no debían de ser tan malos los principios en que se criaron y desarrollaron sus sociedades, [457] en el curso de tres siglos de paz y de progreso. A la palabra mejicana de Esquivel Obregón responde en Cuba la de Aramburu, en Montevideo la de Herrera y la de Vallenilla Lanz en Venezuela. Son voces aisladas y que aún no se hacen pleno cargo de que los principios morales de la Hispanidad en el siglo XVI son superiores a cuantos han concebido los hombres de otros países en siglos posteriores y de más porvenir, ni tampoco de que son perfectamente conciliables con el orgullo de su independencia, que han de fomentar entre sus hijos todos los pueblos hispánicos capaces de mantenerla. En trabajos sucesivos hemos de mostrar la fecundidad actual de esos principios. Hay una razón para que España preceda en este camino a sus pueblos hermanos. Ningún otro ha recibido lección tan elocuente. Sin apenas soldados, y con sólo su fe, creó un Imperio en cuyos dominios no se ponía el sol. Pero se le nubló la fe, por su incauta admiración del extranjero, perdió el sentido de sus tradiciones y cuando empezaba a tener barcos y a enviar soldados a Ultramar se disolvió su Imperio, y España se quedó como un anciano que hubiese perdido la memoria. Recuperarla, ¿no es recobrar la vida?
"¡Vosotros no sabéis por qué me matáis! ¡Yo si sé por qué muero: por que vuestros hijos sean mejores que vosotros!", se cuenta dijo Maeztu momentos antes de ser fusilado, dirigiéndose a quienes se disponían a matarle. Ramiro de Maeztu no murió increpando a sus asesinos ni lamentándose de su mala suerte, sino ofrendando su sangre para que fecundara la tierra española y para obtener del Señor que bendijera y llevase al recto camino a los hijos de sus verdugos.



Preso arbitrariamente al iniciarse el Alzamiento Nacional en julio de 1936, Maeztu fue sacado de la cárcel de las Ventas en la madrugada del 29 de octubre, y, en el momento de salir, se postró a los pies de un sacerdote, también cautivo, y le dijo: "Padre, absuélvame", recibiendo viril y piadosamente esa absolución que recuerda la de los antiguos cruzados antes de entrar en combate o, más propiamente, la de los mártires antes de salir a la arena del circo a ser destrozados por las fieras.

"Amad a vuestros enemigos. Haced bien a los que os aborrecen y maldicen", decretó, con caracteres de orden imprescriptible y eterna, quien ofrendó su vida por la salvación de todos los hombres, sin exceptuar a los que le daban muerte inhumana. Y Maeztu, empapado de espíritu cristiano, supo ser discípulo del Maestro divino y morir sin rencores y sin odios, bendiciendo a los hijos de sus matadores.

Maeztu murió amando y no odiando. Su muerte es la más bella página que jamás escribió en su vida. Con contarse éstas por millares, es aquella cuya meditación mayor bien puede hacernos". Evocación, por Eugenio Vega Latapie
Fue asesinado el 29 de octubre de 1936 junto con Ramiro Ledesma Ramos por milicianos del Frente Popular. Su alegato a favor de la hispanidad quedará quizá como su obra más perdurable por su exhaustividad, relevancia y vigencia.

LEER POR LEER NÚMERO 3

Colección de Ramiro de Maeztu. "El ser de la Hispanidad. IV La tradición como escuela"
 
Nueva defensa de la #Hispanidad, con Ernesto Ladrón de Guevara


12 DE OCTUBRE,  
¡FELIZ DÍA DE LA HISPANIDAD!




(Letras Inquietas) 
de Ernesto Ladrón de Guevara

Ernesto Ladrón de Guevara evoca en este libro la histórica obra de Ramiro de Maeztu para reclamar en pleno siglo XXI que todo el mundo unido por la lengua española restaure ese poder que en su día tuvo, recuperando la unidad espiritual del conjunto de las naciones que forman la civilización del universo hispano. A lo largo de estas páginas, el autor combate las ingenierías sociales que procuran destruir esos vínculos, intentan disgregar y trocear ese bloque formado por una cosmovisión cultural compartida y obstaculizan la conjunción de intereses potenciales que pueden aprovechar las sinergias alimentadas por una lengua común y una civilización que fue el cimiento que fraguó aquello que hoy llamamos y debería ser la Hispanidad. Ernesto Ladrón de Guevara López de Arbina es un alavés enamorado de su cuna natal. Doctor en Filosofía y Ciencias de la Educación. Autor de libros como Los nombres robados (publicado en Letras Inquietas), Educación y Nacionalismo (Historia de un modelo), Educando. Alternativas a la farsa pedagógica, La configuración del sistema educativo en Álava. Centralización y foralismo y La conformación de las masas. Qué es educación y qué no es. Lleva años colaborando en diferentes medios de comunicación digitales con sus artículos críticos respecto al uso y el abuso de la educación como medio instrumental para el logro de objetivos políticos mediante el adoctrinamiento. En la actualidad, escribe en La Tribuna del País Vasco y El Correo de Madrid y colabora en Radio Ya.
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EL SENTIDO METAPOLÍTICO DEL ESPAÑOL
Catolicismo e Hispanidad, ¿dos caras de la misma moneda? Con Gabriel Calvo Zarraute