🏡 Carlos Raúl Villanueva,
Maestro arquitéctonico dejando huella
Visionario como pocos, le imprimió a Caracas la identidad urbana de todo un siglo, el XX que le tocó vivir y formatear. Sus trazos, ideas y construcciones definieron la estética urbana de la capital, que aún se erige con sus monumentos de concretos siempre completados por los elementos naturales, las luces, los vientos y las gentes. Carlos Raúl Villanueva, nacido el 30 de mayo de 1900 y fallecido el 16 de agosto de 1975, alcanzó el olimpo de la arquitectura.
A los médicos y a los arquitectos se les compara con dios. Unos salvan humanos, ojalá, los otros, lo urbano, si construyen como dios manda: organizando la vida y la felicidad del individuo y la sociedad; visualizando su obra como parte del contexto al que pertenecerán y en el que influirán; mejor si es a favor. Dios, que es el arquitecto del universo, seguro sintió complacencia cuando con el barro divino modeló a imagen y semejanza, una de sus creaturas, ese genio venezolano de buen ver llamado Carlos Raúl Villanueva, perfeccionista y hombre de vuelo, considerado el dios de la arquitectura moderna.
Cuando el arquitecto no era considerado como autor de nada porque los proyectos eran asuntos secundarios, y había un manual de obras y un tipo de construcción más o menos establecida, y tampoco había facultad de arquitectura, Carlos Raúl Villanueva -que nació en Londres, donde su padre, el diplomático Carlos Antonio Villanueva, estaba destacado-, se preparaba en el París donde estudió para venir a Caracas en rol de pionero a remover cielo y tierra, a hacer obras por donde pasarían la luz y los vientos, a producir construcciones vivas y dinámicas, a medio camino entre el afuera y el adentro. Engolosinado con el trópico y devoto del clima, del color y de la temperatura, su obra dilecta, el campus de la Universidad Central de Venezuela, sería inspirada en esa maravilla de techo sin fachadas, en esa audacia de cobijo y albedrío y libertad que es el caney, y que es la plaza cubierta, como consigna el profesor Luis Polito:
“podía beber en la arquitectura tradicional, y revitalizarla, así como imaginar lo imposible y nunca visto”.
Fue su obra una revolución, y que no se tome el término en su acepción desprestigiada. Modificó, experimentó, hizo foco en lo que nadie y sería la calidad la estrategia, el plan y su único óbice; para soñar no tuvo límites. Quien reurbanizó El Silencio (un importante desarrollo habitacional ubicado en el centro de Caracas, que incluye casi ocho mil apartamentos y más de 200 locales comerciales) y diseñó el Museo de Bellas Artes, entre otras obras insignes, un creador que de quererlo, y así casi lo hizo, hubiera hecho holanes con hormigón -¿y qué si no es el techo del pasillo cubierto de la entrada o el pasillo de humanidades que tiene una sola columna lateral que permite equilibrio con una zapata colosal, que parece un hombro a cargo?-, Carlos Raúl Villanueva es el autor de la Ciudad Universitaria de Caracas, a la que se le toma como una obra maestra de la planificación urbana moderna, en arquitectura y arte. De hecho, el campus fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2000.
“Mi mayor satisfacción, cuando voy a la Ciudad Universitaria, es ver a los estudiantes caminando, estudiando en algún pasillo, los edificios me interesan menos. Cuando la ciudad está sola, se dice que está muerta. Yo no quiero que ocurra esto en mis obras”, dijo en una ocasión este promotor cultural y promotor de lo vital, valga la redundancia. Y no lo están. Sus obras no están solas. La casa que vence las sombras a fuerza de luz propia y el tesón de su comunidad invicta, es de todos, de la ciudad y del mundo. Y en ella todos tienen puestos los ojos, por la belleza que alberga, por lo que produce esa belleza en cada quien. “Uno baja por las rampas y tienen esa pendiente perfecta y lúdica que te invitan a danzar”, añade Polito. “Caminas y los ladrillos perforados te convierten a ti en objeto cinético, ese ha de ser el sueño del artista, ver que la obra muta y avanza según a quien roza”, dirá Inés Espinal, quien fuera creadora de Hatillarte.
Hombre que deja una huella inmensa, dice la leyenda que no guardó los bocetos que concienzudamente precedieron a cada obra y que solo conservó aquel que se ajusta a la realidad final, el que se asemeja a la obra terminada, se dice que delineaba el plano correspondiente con la mayor precisión y fidelidad, de manera que hacía la obra y luego el espejo, ambos con maestría. “No sé si hacía uno o más bocetos, pero sus planos, eso sí puedo decirlo, eran impecables”, acota Luis Polito, autor de La arquitectura en Venezuela. Hombre adelantado a su tiempo o acaso uno que tomó los días y sus circunstancias a su aire y los atrajo con la polea de su voluntad y vuelo hacia sí, hacia su momento para transformarlo y adecuarlo a sus medidas y a su presente, Carlos Raúl Villanueva –eterno que es, inmortal, dios- sería amigo de los grandes artistas del mundo –en la Universidad Central están conmovedoramente representados y, como dice la arquitecto Mitchele Vidal, “lo mejor es que no hay que elegir entre Manaure, Vasarely, Narváez o Leger, por nombrar apenas algunos de tus compañeros de pasillo”-, sería un caballero con ellos y con ellos se cartearía.
No pasó nada cuando los también colosales y tan humanos Jesús Soto y Carlos Cruz Diez, que también fueron cercanos y entrañables –Villanueva tenía en su colección personal sus obras, y fue quien diseñó el Museo Jesús Soto de Ciudad Bolívar- prefirieron pasar de largo cuando este curador del arte abstracto llamado Villanueva –“por ritmo, por vibración, por proporción, por volumen el que mejor maridaje hace con las líneas de la arquitectura”, arriesga Luis Rafael Bergolla, comunicador estudioso de Villanueva- los convocó a participar con sus obras en el proyecto universitario.
Aunque Villanueva partió físicamente, la verdad es que su esencia quedó impregnada en cada una de las obras que diseñó. Representa, además, una época de la arquitectura criolla que perdurará por siglos.
Es que, como bien dice la página web de la Fundación Villanueva, “a él se debe la introducción de nuevos cánones y conceptos de creación que abarcan desde los conjuntos de vivienda multifamiliar hasta la relación de la reciprocidad entre el arte y las estructuras contemporáneas. Su evolución, más que la de cualquier otro arquitecto latinoamericano, señala el proceso ininterrumpido de la arquitectura y la transformación de las tradiciones renacentistas bajo el impacto de cambios sociológicos, tecnológicos y estéticos de la América Latina de mediados del siglo XX”.
Villanueva la razón del espacio
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