EL Rincón de Yanka: enero 2021

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domingo, 31 de enero de 2021

LA IGLESIA Y LOS ABUSOS SEXUALES (PEDERASTAS): EL PAPA EMÉRITO BENEDICTO XVI 👥


El Papa emérito Benedicto XVI 
publica un documento asumiendo 
los casos de abusos y pederastia en la Iglesia

Sitúa el "colapso moral" de la Iglesia en la Revolución del 68 donde "la pedofilia se diagnosticó como permitida y apropiada".

Joseph Ratzinger, el papa emérito Benedicto XVI, ha elaborado un documento de 18 páginas, del que informó al Papa Francisco, titulado "La Iglesia y los abusos sexuales" y en el que vierte duras críticas contra una iglesia "garantista" del "abuso clerical perpetrado contra menores", en el que denuncia que la Iglesia sea vista solo como "una especie de aparato político" y se lamenta del "catolicismo moderno" y del relativismo moral de la sociedad, "Dios está ausente en la esfera pública y no tiene nada que ofrecerle".
El artículo que iba a ser publicado en Semana Santa por la revista alemana Klerusblatt, periódico mensual para las diócesis bávaras de Alemania, ha sido adelantado por algunos periódicos italianos como 'Il Corriere della Sera'.

Benedicto XVI sitúa en la llamada Revolución de 1968 el origen del problema, del "colapso de la teología moral católica" que dejó a la Iglesia indefensa ante estos cambios en la sociedad. Una época, explica, en la que la libertad sexual total, era "una que ya no tuviera normas". Asimismo, explica que en las décadas siguientes "la pedofilia también se diagnosticó como permitida y apropiada". Se pregunta: "¿Cómo ha podido la pedofilia alcanzar esta dimensión?".
"Para los jóvenes en la Iglesia, pero no solo para ellos, esto fue en muchas formas un tiempo muy difícil. Siempre me he preguntado cómo los jóvenes en esta situación se podían acercar al sacerdocio y aceptarlo con todas sus ramificaciones. El extenso colapso de las siguientes generaciones de sacerdotes en aquellos años y el gran número de laicizaciones fueron una consecuencia de todos estos desarrollos", asegura. Benedicto también señala "a un garantismo" hacia los acusados de pederastia que excluía cualquier condena.
En el texto (escrito en alemán), se citan varios ejemplos como el hecho de que en varios seminarios se establecieron "clubes de homosexuales que actuaban más o menos abiertamente, con lo que cambiaron significativamente el clima que se vivía en ellos". También señala que en un seminario en el sur de Alemania, los candidatos al sacerdocio y para el ministerio laico de especialistas pastorales "vivían juntos e incluso los casados a veces estaban con sus esposas e hijos; y en ocasiones con sus novias".
Y hasta hace referencia al caso de un obispo, que había sido antes rector de un seminario, que había hecho que los seminaristas "vieran películas pornográficas con la intención de que estas los hicieran resistentes ante las conductas contrarias a la fe".
Entre las causas, Benedicto, a punto de cumplir los 92 años, se lamenta de "un garantismo" hacia los acusados de pederastia que excluía cualquier condena. "Se tenía que garantizar, por encima de todo los derechos del acusado hasta el punto en que se excluyera del todo cualquier tipo de condena. El garantismo se extendió a tal punto que las condenas eran casi imposibles", explica el Papa emérito.En la sociedad occidental "Dios está ausente en la esfera pública y no tiene nada que ofrecerle"
También da cuenta de la evolución del proceso para imponer la pena máxima a un sacerdote pederasta, o sea, la expulsión del estado clerical, que se dio cuando "de acuerdo con el Papa Juan Pablo II" se decidió asignar estos casos "a la Congregación para la Doctrina de la Fe", cuando él estaba al frente. Benedicto XVI defiende que "no se habría podido imponer" la expulsión del sacerdocio si hubiera habido "otras previsiones legales".

"Hora difícil" en la Iglesia católica

En otro de los apartados del documento, dividido en tres partes, el Papa emérito ha justificado su publicación como una contribución a un nuevo comienzo tras la reunión de febrero en el Vaticano con los presidentes de las Conferencias Episcopales de todo el mundo sobre la "hora difícil" que atraviesa la Iglesia católica. "Habiendo contactado al Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal (Pietro) Parolin, y al mismo Papa Francisco, me parece apropiado publicar este texto en el 'Klerusblatt'", explica.
Así, evidencia que la sociedad occidental es una sociedad en la que "Dios está ausente en la esfera pública y no tiene nada que ofrecerle" y señala que "ese es el caso con la pedofilia". Y agrega: "¿Por qué la pedofilia llegó a tales proporciones? A fin de cuentas, la razón es la ausencia de Dios. Nosotros, cristianos y sacerdotes, también preferimos no hablar de Dios porque este discurso no parece ser práctico".

En otra parte del texto, el Papa Emérito revela que la Iglesia es vista ampliamente solo como "una especie de aparato político". "Se habla de ella casi exclusivamente en categorías políticas y esto se aplica incluso a obispos que formulan su concepción de la Iglesia del mañana casi exclusivamente en términos políticos", agrega.
A su juicio, la crisis, causada por los muchos casos de abusos de clérigos, hace mirar a la Iglesia como algo "casi inaceptable" que hay que "rediseñar". Sin embargo, para Ratzinger "una Iglesia que se hace a sí misma no puede constituir esperanza".
Y especifica: "Sí, hay pecado y mal en la Iglesia, pero incluso hoy existe la Santa Iglesia, que es indestructible. Además hoy hay mucha gente que humildemente cree, sufre y ama, en quien el Dios verdadero, el Dios amoroso, se muestra a Sí mismo a nosotros. Dios también tiene hoy Sus testigos en el mundo. Nosotros solo tenemos que estar vigilantes para verlos y escucharlos".
Finalmente, denuncia que la Eucaristía se ha convertido en un "mero gesto ceremonial" cuando se da por sentado que "la cortesía" requiere que sea ofrecido en celebraciones familiares o en ocasiones como bodas y funerales a todos los invitados por razones familiares. "La forma en la que la gente simplemente recibe el Santísimo Sacramento en la comunión como algo rutinario muestra que muchos la ven como un gesto puramente ceremonial", añade.

Como conclusión, el Papa Emérito invita a encontrar testigos "entre la gente ordinaria, pero también en los altos rangos de la Iglesia", que se alzan por Dios con sus vidas y su sufrimiento. "Es una inercia del corazón lo que nos lleva a no desear reconocerlos", avisa.

A continuación, el texto completo del Papa Emérito Benedicto XVI:

La Iglesia y el escándalo del abuso sexual

Del 21 al 24 de febrero, tras la invitación del Papa Francisco, los presidentes de las conferencias episcopales del mundo se reunieron en el Vaticano para discutir la crisis de fe y de la Iglesia, una crisis palpable en todo el mundo tras las chocantes revelaciones del abuso clerical perpetrado contra menores. La extensión y la gravedad de los incidentes reportados han desconcertado a sacerdotes y laicos, y ha hecho que muchos cuestionen la misma fe de la Iglesia. Fue necesario enviar un mensaje fuerte y buscar un nuevo comienzo para hacer que la Iglesia sea nuevamente creíble como luz entre los pueblos y como una fuerza que sirve contra los poderes de la destrucción.

Ya que yo mismo he servido en una posición de responsabilidad como pastor de la Iglesia en una época en la que se desarrolló esta crisis y antes de ella, me tuve que preguntar –aunque ya no soy directamente responsable por ser emérito– cómo podía contribuir a ese nuevo comienzo en retrospectiva. Entonces, desde el periodo del anuncio hasta la reunión misma de los presidentes de las conferencias episcopales, reuní algunas notas con las que quiero ayudar en esta hora difícil. Habiendo contactado al Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal (Pietro) Parolin, y al mismo Papa Francisco, me parece apropiado publicar este texto en el "Klerusblatt".

Mi trabajo se divide en tres partes.

En la primera busco presentar brevemente el amplio contexto del asunto, sin el cual el problema no se puede entender. Intento mostrar que en la década de 1960 ocurrió un gran evento, en una escala sin precedentes en la historia. Se puede decir que en los 20 años entre 1960 y 1980, los estándares vinculantes hasta entonces respecto a la sexualidad colapsaron completamente, y surgió una nueva normalidad que hasta ahora ha sido sujeta de varios laboriosos intentos de disrupción.
En la segunda parte, busco precisar los efectos de esta situación en la formación de los sacerdotes y en sus vidas.
Finalmente, en la tercera parte, me gustaría desarrollar algunas perspectivas para una adecuada respuesta por parte de la Iglesia.

I.

(1) El asunto comienza con la introducción de los niños y jóvenes en la naturaleza de la sexualidad, algo prescrita y apoyado por el Estado. En Alemania, la entonces ministra de salud, (Käte) Strobel, tenía una cinta en la que todo lo que antes no se permitía enseñar públicamente, incluidas las relaciones sexuales, se mostraba ahora con el propósito de educar. Lo que al principio se buscaba que fuera solo para la educación sexual de los jóvenes, se aceptó luego como una opción factible.

Efectos similares se lograron con el "Sexkoffer" publicado por el gobierno de Austria (N. DEL T. Materiales sexuales usados en los colegios austríacos a fines de la década de 1980). Las películas pornográficas y con contenido sexual se convirtieron entonces en algo común, hasta el punto que se transmitían en pequeños cines (Bahnhofskinos) (N. del T. cines baratos en Alemania que proyectaban pequeñas cintas cerca a las estaciones de tren).

Todavía recuerdo haber visto, mientras caminaba en la ciudad de Ratisbona un día, multitudes haciendo cola ante un gran cine, algo que habíamos visto antes solo en tiempos de guerra, cuando se esperaba una asignación especial. También recuerdo haber llegado a la ciudad el Viernes Santo de 1970 y ver en las vallas publicitarias un gran afiche de dos personas completamente desnudas y abrazadas.

Entre las libertades por las que la Revolución de 1968 peleó estaba la libertad sexual total, una que ya no tuviera normas. La voluntad de usar la violencia, que caracterizó esos años, está fuertemente relacionada con este colapso mental. De hecho, las cintas sexuales ya no se permitían en los aviones porque podían generar violencia en la pequeña comunidad de pasajeros. Y dado que los excesos en la vestimenta también provocaban agresiones, los directores de los colegios hicieron varios intentos para introducir una vestimenta escolar que facilitara un clima para el aprendizaje.

Parte de la fisionomía de la Revolución del 68 fue que la pedofilia también se diagnosticó como permitida y apropiada.

Para los jóvenes en la Iglesia, pero no solo para ellos, esto fue en muchas formas un tiempo muy difícil. Siempre me he preguntado cómo los jóvenes en esta situación se podían acercar al sacerdocio y aceptarlo con todas sus ramificaciones. El extenso colapso de las siguientes generaciones de sacerdotes en aquellos años y el gran número de laicizaciones fueron una consecuencia de todos estos desarrollos.

(2) Al mismo tiempo, independientemente de este desarrollo, la teología moral católica sufrió un colapso que dejó a la Iglesia indefensa ante estos cambios en la sociedad. Trataré de delinear brevemente la trayectoria que siguió este desarrollo.

Hasta el Concilio Vaticano II, la teología moral católica estaba ampliamente fundada en la ley natural, mientras que las Sagradas Escrituras se citaban solamente para tener contexto o justificación. En la lucha del Concilio por un nuevo entendimiento de la Revelación, la opción por la ley natural fue ampliamente abandonada, y se exigió una teología moral basada enteramente en la Biblia.

Aún recuerdo cómo la facultad jesuita en Frankfurt entrenó al joven e inteligente Padre (Schüller) con el propósito de desarrollar una moralidad basada enteramente en las Escrituras. La bella disertación del Padre (Bruno) Schüller muestra un primer paso hacia la construcción de una moralidad basada en las Escrituras. El Padre fue luego enviado a Estados Unidos y volvió habiéndose dado cuenta de que solo con la Biblia la moralidad no podía expresarse sistemáticamente. Luego intentó una teología moral más pragmática, sin ser capaz de dar una respuesta a la crisis de moralidad.

Al final, prevaleció principalmente la hipótesis de que la moralidad debía ser exclusivamente determinada por los propósitos de la acción humana. Si bien la antigua frase “el fin justifica los medios” no fue confirmada en esta forma cruda, su modo de pensar si se había convertido en definitivo.

En consecuencia, ya no podía haber nada que constituya un bien absoluto, ni nada que fuera fundamentalmente malo; (podía haber) solo juicios de valor relativos. Ya no había bien (absoluto), sino solo lo relativamente mejor o contingente en el momento y en circunstancias.

La crisis de la justificación y la presentación de la moralidad católica llegaron a proporciones dramáticas al final de la década de 1980 y en la de 1990. El 5 de enero de 1989 se publicó la “Declaración de Colonia”, firmada por 15 profesores católicos de teología. Se centró en varios puntos de la crisis en la relación entre el magisterio episcopal y la tarea de la teología. (Las reacciones a) este texto, que al principio no fue más allá del nivel usual de protestas, creció muy rápidamente y se convirtió en un grito contra el magisterio de la Iglesia y reunió, clara y visiblemente, el potencial de protesta global contra los esperados textos doctrinales de Juan Pablo II. (cf. D. Mieth, Kölner Erklärung, LThK, VI3, p. 196) (N. del T. El LTHK es el Lexikon für Theologie und Kirche, el Lexicon de Teología y la Iglesia, cuyos editores incluían al teólogo Karl Rahner y al Cardenal alemán Walter Kasper)

El Papa Juan Pablo II, que conocía muy bien y que seguía de cerca la situación en la que estaba la teología moral, comisionó el trabajo de una encíclica para poner las cosas en claro nuevamente. Se publicó con el título de Veritatis splendor (El esplendor de la verdad) el 6 de agosto de 1993 y generó diversas reacciones vehementes por parte de los teólogos morales. Antes de eso, el Catecismo de la Iglesia Católica (1992) ya había presentado persuasivamente y de modo sistemático la moralidad como es proclamada por la Iglesia.

Nunca olvidaré cómo el entonces líder teólogo moral de lengua alemana, Franz Böckle, habiendo regresado a su natal Suiza tras su retiro, anunció con respecto a la Veritatis splendor que si la encíclica determinaba que había acciones que siempre y en todas circunstancias podían clasificarse como malas, entonces él la rebatiría con todos los recursos a su disposición.

Fue Dios, el Misericordioso, quien evitó que pusiera en práctica su resolución ya que Böckle murió el 8 de julio de 1991. La encíclica fue publicada el 6 de agosto de 1993 y efectivamente incluía la determinación de que había acciones que nunca pueden ser buenas.

El Papa era totalmente consciente de la importancia de esta decisión en ese momento y para esta parte del texto consultó nuevamente a los mejores especialistas que no tomaron parte en la edición de la encíclica. Él sabía que no debía dejar duda sobre el hecho que la moralidad de balancear los bienes debe tener siempre un límite último. Hay bienes que nunca están sujetos a concesiones.

Hay valores que nunca deben ser abandonados por un valor mayor e incluso sobrepasar la preservación de la vida física. Existe el martirio. Dios es más, incluida la sobrevivencia física. Una vida comprada por la negación de Dios, una vida que se base en una mentira final, no es vida.

El martirio es la categoría básica de la existencia cristiana. El hecho que ya no sea moralmente necesario en la teoría que defiende Böckle y muchos otros demuestra que la misma esencia del cristianismo está en juego aquí.

En la teología moral, sin embargo, otra pregunta se había vuelto apremiante: había ganado amplia aceptación la hipótesis de que el magisterio de la Iglesia debe tener competencia final (“infalibilidad”) solo en materias concernientes a la fe y los asuntos sobre la moralidad no deben caer en el rango de las decisiones infalibles del magisterio de la Iglesia. Hay probablemente algo de cierto en esta hipótesis que garantiza un mayor debate, pero hay un mínimo conjunto de cuestiones morales que están indisolublemente relacionadas al principio fundacional de la fe y que tiene que ser defendido si no se quiere que la fe sea reducida a una teoría y no se le reconozca en su clamor por la vida concreta.

Todo esto permite ver cuán fundamentalmente se cuestiona la autoridad de la Iglesia en asuntos de moralidad. Los que niegan a la Iglesia una competencia en la enseñanza final en esta área la obligan a permanecer en silencio precisamente allí donde el límite entre la verdad y la mentira está en juego.

Independientemente de este asunto, en muchos círculos de teología moral se expuso la hipótesis de que la Iglesia no tiene y no puede tener su propia moralidad. El argumento era que todas las hipótesis morales tendrían su paralelo en otras religiones y, por lo tanto, no existiría una naturaleza cristiana. Pero el asunto de la naturaleza de una moralidad bíblica no se responde con el hecho que para cada sola oración en algún lugar, se puede encontrar un paralelo en otras religiones. En vez de eso, se trata de toda la moralidad bíblica, que como tal es nueva y distinta de sus partes individuales.

La doctrina moral de las Sagradas Escrituras tiene su forma de ser única predicada finalmente en su concreción a imagen de Dios, en la fe en un Dios que se mostró a sí mismo en Jesucristo y que vivió como ser humano. El Decálogo es una aplicación a la vida humana de la fe bíblica en Dios. La imagen de Dios y la moralidad se pertenecen y por eso resulta en el cambio particular de la actitud cristiana hacia el mundo y la vida humana. Además, el cristianismo ha sido descrito desde el comienzo con la palabra hodós (camino, en griego, usado en el Nuevo Testamente para hablar de un camino de progreso).

La fe es una travesía y una forma de vida. En la antigua Iglesia, el catecumenado fue creado como un hábitat en la que los aspectos distintivos y frescos de la forma de vivir la vida cristiana eran al mismo tiempo practicados y protegidos ante la cultura que era cada vez más desmoralizada. Creo que incluso hoy algo como las comunidades de catecumenado son necesarias para que la vida cristiana pueda afirmarse en su propia manera.

II.

Las reacciones eclesiales iniciales

(1) El proceso largamente preparado y en marcha para la disolución del concepto cristiano de moralidad estuvo marcado, como he tratado de demostrar, por la radicalidad sin precedentes de la década de 1960. Esta disolución de la autoridad moral de la enseñanza de la Iglesia necesariamente debió tener un efecto en los distintos miembros de la Iglesia. En el contexto del encuentro de los presidentes de las conferencias episcopales de todo el mundo con el Papa Francisco, el asunto de la vida sacerdotal, así como la de los seminarios, es de particular interés. Ya que tiene que ver con el problema de la preparación en los seminarios para el ministerio sacerdotal, hay de hecho una descomposición de amplio alcance en cuanto a la forma previa de preparación.

En varios seminarios se establecieron grupos homosexuales que actuaban más o menos abiertamente, con lo que cambiaron significativamente el clima que se vivía en ellos. En un seminario en el sur de Alemania, los candidatos al sacerdocio y para el ministerio laico de especialistas pastorales (Pastoralreferent) vivían juntos. En las comidas cotidianas, los seminaristas y los especialistas pastorales estaban juntos. Los casados a veces estaban con sus esposas e hijos; y en ocasiones con sus novias. El clima en este seminario no proporcionaba el apoyo requerido para la preparación de la vocación sacerdotal. La Santa Sede sabía de esos problemas sin estar informada precisamente. Como primer paso, se acordó una visita apostólica (N. del T.: investigación) para los seminarios en Estados Unidos.

Como el criterio para la selección y designación de obispos también había cambiado luego del Concilio Vaticano II, la relación de los obispos con sus seminarios también era muy diferente. Por encima de todo se estableció la “conciliaridad” como un criterio para el nombramiento de nuevos obispos, que podía entenderse de varias maneras.
De hecho, en muchos lugares se entendió que las actitudes conciliares tenían que ver con tener una actitud crítica o negativa hacia la tradición existente hasta entonces, y que debía ser reemplazada por una relación nueva y radicalmente abierta con el mundo. Un obispo, que había sido antes rector de un seminario, había hecho que los seminaristas vieran películas pornográficas con la intención de que estas los hicieran resistentes ante las conductas contrarias a la fe.
Hubo –y no solo en los Estados Unidos de América– obispos que individualmente rechazaron la tradición católica por completo y buscaron una nueva y moderna “catolicidad” en sus diócesis. Tal vez valga la pena mencionar que en no pocos seminarios, a los estudiantes que los veían leyendo mis libros se les consideraba no aptos para el sacerdocio. Mis libros fueron escondidos, como si fueran mala literatura, y se leyeron solo bajo el escritorio.

La visita que se realizó no dio nuevas pistas, aparentemente porque varios poderes unieron fuerzas para maquillar la verdadera situación. Una segunda visita se ordenó y esa sí permitió tener datos nuevos, pero al final no logró ningún resultado. Sin embargo, desde la década de 1970 la situación en los seminarios ha mejorado en general. Y, sin embargo, solo aparecieron casos aislados de un nuevo fortalecimiento de las vocaciones sacerdotales ya que la situación general había tomado otro rumbo.

(2) El asunto de la pedofilia, según recuerdo, no fue agudo sino hasta la segunda mitad de la década de 1980. Mientras tanto, ya se había convertido en un asunto público en Estados Unidos, tanto así que los obispos fueron a Roma a buscar ayuda ya que la ley canónica, como se escribió en el nuevo Código (1983), no parecía suficiente para tomar las medidas necesarias. Al principio Roma y los canonistas romanos tuvieron dificultades con estas preocupaciones ya que, en su opinión, la suspensión temporal del ministerio sacerdotal tenía que ser suficiente para generar purificación y clarificación. Esto no podía ser aceptado por los obispos estadounidenses, porque de ese modo los sacerdotes permanecían al servicio del obispo y así eran asociados directamente con él. Lentamente fue tomando forma una renovación y profundización de la ley penal del nuevo Código, que había sido construida adrede de manera holgada.

Además y sin embargo, había un problema fundamental en la percepción de la ley penal. Solo el llamado garantismo (una especie de proteccionismo procesal) era considerado como “conciliar”. Esto significa que se tenía que garantizar, por encima de todo, los derechos del acusado hasta el punto en que se excluyera del todo cualquier tipo de condena. Como contrapeso ante las opciones de defensa, disponibles para los teólogos acusados y con frecuencia inadecuadas, su derecho a la defensa usando el garantismo se extendió a tal punto que las condenas eran casi imposibles.

Permítanme un breve excurso en este punto. A la luz de la escala de la inconducta pedófila, una palabra de Jesús nuevamente salta a la palestra: “Y cualquiera que haga tropezar a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera si le hubieran atado al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y lo hubieran echado al mar” (Mc 9,42).

La palabra “pequeños” en el idioma de Jesús significa los creyentes comunes que pueden ver su fe confundida por la arrogancia intelectual de aquellos que creen que son inteligentes. Entonces, aquí Jesús protege el depósito de la fe con una amenaza o castigo enfático para quienes hacen daño.

El uso moderno de la frase no es en sí mismo equivocado, pero no debe oscurecer el significado original. En él queda claro, contra cualquier garantismo, que no solo el derecho del acusado es importante y requiere una garantía. Los grandes bienes como la fe son igualmente importantes.

Entonces, una ley canónica balanceada que se corresponda con todo el mensaje de Jesús no solo tiene que proporcionar una garantía para el acusado, para quien el respeto es un bien legal, sino que también tiene que proteger la fe que también es un importante bien legal. Una ley canónica adecuadamente formada tiene que contener entonces una doble garantía: la protección legal del acusado y la protección legal del bien que está en juego. Si hoy se presenta esta concepción inherentemente clara, generalmente se cae en hacer oídos sordos cuando se llega al asunto de la protección de la fe como un bien legal. En la consciencia general de la ley, la fe ya no parece tener el rango de bien que requiere protección. Esta es una situación alarmante que los pastores de la Iglesia tienen que considerar y tomar en serio.

Ahora me gustaría agregar, a las breves notas sobre la situación de la formación sacerdotal en el tiempo en el que estalló la crisis, algunas observaciones sobre el desarrollo de la ley canónica en este asunto.

En principio, la Congregación para el Clero es la responsable de lidiar con crímenes cometidos por sacerdotes, pero dado que el garantismo dominó largamente la situación en ese entonces, estuve de acuerdo con el Papa Juan Pablo II en que era adecuado asignar estas ofensas a la Congregación para la Doctrina de la Fe, bajo el título de "Delicta maiora contra fidem".

Esto hizo posible imponer la pena máxima, es decir la expulsión del estado clerical, que no se habría podido imponer bajo otras previsiones legales. Esto no fue un truco para imponer la máxima pena, sino una consecuencia de la importancia de la fe para la Iglesia. De hecho, es importante ver que tal inconducta de los clérigos al final daña la fe.

Allí donde la fe ya no determina las acciones del hombre es que tales ofensas son posibles.

La severidad del castigo, sin embargo, también presupone una prueba clara de la ofensa: este aspecto del garantismo permanece en vigor.

En otras palabras, para imponer la máxima pena legalmente, se requiere un proceso penal genuino, pero ambos, las diócesis y la Santa Sede se ven sobrepasados por tal requerimiento. Por ello formulamos un nivel mínimo de procedimientos penales y dejamos abierta la posibilidad de que la misma Santa Sede asuma el juicio allí donde la diócesis o la administración metropolitana no pueden hacerlo. En cada caso, el juicio debe ser revisado por la Congregación para la Doctrina de la Fe para garantizar los derechos del acusado. Finalmente, en la feria cuarta (N. del T. la asamblea de los miembros de la Congregación) establecimos una instancia de apelación para proporcionar la posibilidad de apelar.

Ya que todo esto superó en la realidad las capacidades de la Congregación para la Doctrina de la Fe y ya que las demoras que surgieron tenían que ser previstas dada la naturaleza de esta materia, el Papa Francisco ha realizado reformas adicionales.

III.

(1.) ¿Qué se debe hacer? ¿Tal vez deberíamos crear otra Iglesia para que las cosas funcionen? Bueno, ese experimento ya se ha realizado y ya ha fracasado. Solo la obediencia y el amor por nuestro Señor Jesucristo pueden indicarnos el camino, así que primero tratemos de entender nuevamente y desde adentro (de nosotros mismos) lo que el Señor quiere y ha querido con nosotros.

Primero, sugeriría lo siguiente: si realmente quisiéramos resumir muy brevemente el contenido de la fe como está en la Biblia, tendríamos que hacerlo diciendo que el Señor ha iniciado una narrativa de amor con nosotros y quiere abarcar a toda la creación en ella. La forma de pelear contra el mal que nos amenaza a nosotros y a todo el mundo, solo puede ser, al final, que entremos en este amor. Es la verdadera fuerza contra el mal, ya que el poder del mal emerge de nuestro rechazo a amar a Dios. Quien se confía al amor de Dios es redimido. Nuestro ser no redimidos es una consecuencia de nuestra incapacidad de amar a Dios. Aprender a amar a Dios es, por lo tanto, el camino de la redención humana.

Tratemos de desarrollar un poco más este contenido esencial de la revelación de Dios. Podemos entonces decir que el primer don fundamental que la fe nos ofrece es la certeza de que Dios existe. Un mundo sin Dios solo puede ser un mundo sin significado. De otro modo, ¿de dónde vendría todo? En cualquier caso, no tiene propósito espiritual. De algún modo está simplemente allí y no tiene objetivo ni sentido. Entonces no hay estándares del bien ni del mal, y solo lo que es más fuerte que otra cosa puede afirmarse a sí misma y el poder se convierte en el único principio. La verdad no cuenta, en realidad no existe. Solo si las cosas tienen una razón espiritual tienen una intención y son concebidas. Solo si hay un Dios Creador que es bueno y que quiere el bien, la vida del hombre puede entonces tener sentido.

Existe un Dios como creador y la medida de todas las cosas es una necesidad primera y primordial, pero un Dios que no se exprese para nada a sí mismo, que no se hiciese conocido, permanecería como una presunción y podría entonces no determinar la forma [Gestalt] de nuestra vida. Para que Dios sea realmente Dios en esta creación deliberada, tenemos que mirarlo para que se exprese a sí mismo de alguna forma. Lo ha hecho de muchas maneras, pero decisivamente lo hizo en el llamado a Abraham y que le dio a la gente que buscaba a Dios la orientación que lleva más allá de toda expectativa: Dios mismo se convierte en criatura, habla como hombre con nosotros los seres humanos.

En este sentido la frase “Dios es”, al final se convierte en un mensaje verdaderamente gozoso, precisamente porque Él es más que entendimiento, porque Él crea –y es– amor para que una vez más la gente sea consciente de esta, la primera y fundamental tarea confiada a nosotros por el Señor.

Una sociedad sin Dios –una sociedad que no lo conoce y que lo trata como no existente– es una sociedad que pierde su medida. En nuestros días fue que se acuñó la frase de la muerte de Dios. Cuando Dios muere en una sociedad, se nos dijo, esta se hace libre. En realidad, la muerte de Dios en una sociedad también significa el fin de la libertad porque lo que muere es el propósito que proporciona orientación, dado que desaparece la brújula que nos dirige en la dirección correcta que nos enseña a distinguir el bien del mal. La sociedad occidental es una sociedad en la que Dios está ausente en la esfera pública y no tiene nada que ofrecerle. Y esa es la razón por la que es una sociedad en la que la medida de la humanidad se pierde cada vez más. En puntos individuales, de pronto parece que lo que es malo y destruye al hombre se ha convertido en una cuestión de rutina.

Ese es el caso con la pedofilia. Se teorizó solo hace un tiempo como algo legítimo, pero se ha difundido más y más. Y ahora nos damos cuenta con sorpresa de que las cosas que les están pasando a nuestros niños y jóvenes amenazan con destruirlos. El hecho de que esto también pueda extenderse en la Iglesia y entre los sacerdotes es algo que nos debe molestar de modo particular.

¿Por qué la pedofilia llegó a tales proporciones? Al final de cuentas, la razón es la ausencia de Dios. Nosotros, cristianos y sacerdotes, también preferimos no hablar de Dios porque este discurso no parece ser práctico. Luego de la convulsión de la Segunda Guerra Mundial, nosotros en Alemania todavía teníamos expresamente en nuestra Constitución que estábamos bajo responsabilidad de Dios como un principio guía. Medio siglo después, ya no fue posible incluir la responsabilidad para con Dios como un principio guía en la Constitución europea. Dios es visto como la preocupación partidaria de un pequeño grupo y ya no puede ser un principio guía para la comunidad como un todo. Esta decisión se refleja en la situación de Occidente, donde Dios se ha convertido en un asunto privado de una minoría.

Una tarea primordial, que tiene que resultar de las convulsiones morales de nuestro tiempo, es que nuevamente comencemos a vivir por Dios y bajo Él. Por encima de todo, nosotros tenemos que aprender una vez más a reconocer a Dios como la base de nuestra vida en vez de dejarlo a un lado como si fuera una frase no efectiva. Nunca olvidaré la advertencia del gran teólogo Hans Urs von Balthasar que una vez me escribió en una de sus postales: “¡No presuponga al Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, preséntelo!”.

De hecho, en la teología Dios siempre se da por sentado como un asunto de rutina, pero en lo concreto uno no se relaciona con Él. El tema de Dios parece tan irreal, tan expulsado de las cosas que nos preocupan y, sin embargo, todo se convierte en algo distinto si no se presupone sino que se presenta a Dios. No dejándolo atrás como un marco, sino reconociéndolo como el centro de nuestros pensamientos, palabras y acciones.

(2) Dios se hizo hombre por nosotros. El hombre como Su criatura es tan cercano a Su corazón que Él se ha unido a sí mismo con él y ha entrado así en la historia humana de una forma muy práctica. Él habla con nosotros, vive con nosotros, sufre con nosotros y asumió la muerte por nosotros. Hablamos sobre esto en detalle en la teología, con palabras y pensamientos aprendidos, pero es precisamente de esta forma que corremos el riesgo de convertirnos en maestros de fe en vez de ser renovados y hechos maestros por la fe.

Consideremos esto con respecto al asunto central: la celebración de la Santa Eucaristía. Nuestro manejo de la Eucaristía solo puede generar preocupación. El Concilio Vaticano II se centró correctamente en regresar este sacramento de la presencia del cuerpo y la sangre de Cristo, de la presencia de Su persona, de su Pasión, Muerte y Resurrección, al centro de la vida cristiana y la misma existencia de la Iglesia. En parte esto realmente ha ocurrido y deberíamos estar agradecidos al Señor por ello.

Y sin embargo prevalece una actitud muy distinta. Lo que predomina no es una nueva reverencia por la presencia de la muerte y resurrección de Cristo, sino una forma de lidiar con Él que destruye la grandeza del Misterio. La caída en la participación de las celebraciones eucarísticas dominicales muestra lo poco que los cristianos de hoy saben sobre apreciar la grandeza del don que consiste en Su Presencia real. La Eucaristía se ha convertido en un mero gesto ceremonial cuando se da por sentado que la cortesía requiere que sea ofrecido en celebraciones familiares o en ocasiones como bodas y funerales a todos los invitados por razones familiares.

La forma en la que la gente simplemente recibe el Santísimo Sacramento en la comunión como algo rutinario muestra que muchos la ven como un gesto puramente ceremonial. Por lo tanto, cuando se piensa en la acción que se requiere primero y primordialmente, es bastante obvio que no necesitamos otra Iglesia con nuestro propio diseño. En vez de ello se requiere, primero que nada, la renovación de la fe en la realidad de que Jesucristo se nos es dado en el Santísimo Sacramento.

En conversaciones con víctimas de pedofilia, me hicieron muy consciente de este requisito primero y fundamental. Una joven que había sido acólita me dijo que el capellán, su superior en el servicio del altar, siempre la introducía al abuso sexual que él cometía con estas palabras: “Este es mi cuerpo que será entregado por ti”.

Es obvio que esta mujer ya no puede escuchar las palabras de la consagración sin experimentar nuevamente la terrible angustia de los abusos. Sí, tenemos que implorar urgentemente al Señor por su perdón, pero antes que nada tenemos que jurar por Él y pedirle que nos enseñe nuevamente a entender la grandeza de Su sufrimiento y Su sacrificio. Y tenemos que hacer todo lo que podamos para proteger del abuso el don de la Santísima Eucaristía.

(3) Y finalmente, está el Misterio de la Iglesia. La frase con la que Romano Guardini, hace casi 100 años, expresó la esperanza gozosa que había en él y en muchos otros, permanece inolvidable: “Un evento de importancia incalculable ha comenzado, la Iglesia está despertando en las almas”.

Se refería a que la Iglesia ya no era experimentada o percibida simplemente como un sistema externo que entraba en nuestras vidas, como una especie de autoridad, sino que había comenzado a ser percibida como algo presente en el corazón de la gente, como algo no meramente externo sino que nos movía interiormente. Casi 50 años después, al reconsiderar este proceso y viendo lo que ha estado pasando, me siento tentado a revertir la frase: “La Iglesia está muriendo en las almas”.

De hecho, hoy la Iglesia es vista ampliamente solo como una especie de aparato político. Se habla de ella casi exclusivamente en categorías políticas y esto se aplica incluso a obispos que formulan su concepción de la Iglesia del mañana casi exclusivamente en términos políticos. La crisis, causada por los muchos casos de abusos de clérigos, nos hace mirar a la Iglesia como algo casi inaceptable que tenemos que tomar en nuestras manos y rediseñar. Pero una Iglesia que se hace a sí misma no puede constituir esperanza.

Jesús mismo comparó la Iglesia a una red de pesca en la que Dios mismo separa los buenos peces de los malos. También hay una parábola de la Iglesia como un campo en el que el buen grano que Dios mismo sembró crece junto a la mala hierba que “un enemigo” secretamente echó en él. De hecho, la mala hierba en el campo de Dios, la Iglesia, son ahora excesivamente visibles y los peces malos en la red también muestran su fortaleza. Sin embargo, el campo es aún el campo de Dios y la red es la red de Dios. Y en todos los tiempos, no solo ha habido mala hierba o peces malos, sino también los sembríos de Dios y los buenos peces. Proclamar ambos con énfasis y de la misma forma no es una manera falsa de apologética, sino un necesario servicio a la Verdad.

En este contexto es necesario referirnos a un importante texto en la Revelación a Juan. El demonio es identificado como el acusador que acusa a nuestros hermanos ante Dios día y noche. (Ap 12, 10). El Apocalipsis toma entonces un pensamiento que está al centro de la narrativa en el libro de Job (Job 1 y 2, 10; 42:7-16). Allí se dice que el demonio buscaba mostrar que lo correcto en la vida de Job ante Dios era algo meramente externo. Y eso es exactamente lo que el Apocalipsis tiene que decir: el demonio quiere probar que no hay gente correcta, que su corrección solo se muestra en lo externo. Si uno pudiera acercarse, entonces la apariencia de justicia se caería rápidamente.

La narración comienza con una disputa entre Dios y el demonio, en la que Dios se ha referido a Job como un hombre verdaderamente justo. Ahora va a ser usado como un ejemplo para probar quién tiene razón. El demonio pide que se le quiten todas sus posesiones para ver que nada queda de su piedad. Dios le permite que lo haga, tras lo cual Jon actúa positivamente. Luego el demonio presiona y dice: “¡Piel por piel! Sí, todo lo que el hombre tiene dará por su vida. Sin embargo, extiende ahora tu mano y toca su hueso y su carne, verás si no te maldice en tu misma cara". (Job 2,4f).

Entonces Dios le otorga al demonio un segundo turno. También toca la piel de Job y solo le está negado matarlo. Para los cristianos es claro que este Job, que está de pie ante Dios como ejemplo para toda la humanidad, es Jesucristo. En el Apocalipsis el drama de la humanidad nos es presentado en toda su amplitud.

El Dios Creador es confrontado con el demonio que habla a toda la humanidad y a toda la creación. Le habla no solo a Dios, sino y sobre todo a la gente: Miren lo que este Dios ha hecho. Supuestamente una buena creación. En realidad está llena de miseria y disgustos. El desaliento de la creación es en realidad el menosprecio de Dios. Quiere probar que Dios mismo no es bueno y alejarnos de Él.

La oportunidad en la que el Apocalipsis no está hablando aquí es obvia. Hoy, la acusación contra Dios es sobre todo menosprecio de Su Iglesia como algo malo en su totalidad y por lo tanto nos disuade de ella. La idea de una Iglesia mejor, hecha por nosotros mismos, es de hecho una propuesta del demonio, con la que nos quiere alejar del Dios viviente usando una lógica mentirosa en la que fácilmente podemos caer. No, incluso hoy la Iglesia no está hecha solo de malos peces y mala hierba. La Iglesia de Dios también existe hoy, y hoy es ese mismo instrumento a través del cual Dios nos salva.
Es muy importante oponerse con toda la verdad a las mentiras y las medias verdades del demonio: sí, hay pecado y mal en la Iglesia, pero incluso hoy existe la Santa Iglesia, que es indestructible. Además hoy hay mucha gente que humildemente cree, sufre y ama, en quien el Dios verdadero, el Dios amoroso, se muestra a Sí mismo a nosotros. Dios también tiene hoy Sus testigos ("martyres") en el mundo. Nosotros solo tenemos que estar vigilantes para verlos y escucharlos.
La palabra mártir está tomada de la ley procesal. En el juicio contra el demonio, Jesucristo es el primer y verdadero testigo de Dios, el primer mártir, que desde entonces ha sido seguido por incontables otros.

El hoy de la Iglesia es más que nunca una Iglesia de mártires y por ello un testimonio del Dios viviente. Si miramos a nuestro alrededor y escuchamos con un corazón atento, podremos hoy encontrar testigos en todos lados, especialmente entre la gente ordinaria, pero también en los altos rangos de la Iglesia, que se alzan por Dios con sus vidas y su sufrimiento. Es una inercia del corazón lo que nos lleva a no desear reconocerlos. Una de las grandes y esenciales tareas de nuestra evangelización es, hasta donde podamos, establecer hábitats de fe y, por encima de todo, encontrar y reconocerlos.

Vivo en una casa, en una pequeña comunidad de personas que descubren tales testimonios del Dios viviente una y otra vez en la vida diaria, y que alegremente me comentan esto. Ver y encontrar a la Iglesia viviente es una tarea maravillosa que nos fortalece y que, una y otra vez, nos hace alegres en nuestra fe.

Al final de mis reflexiones me gustaría agradecer al Papa Francisco por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz de Dios que no ha desaparecido, incluso hoy. ¡Gracias Santo Padre!
Benedicto XVI


ES LA MAÑANA DE FEDERICO: 27/01/2021
Tertulia de Federico: Sobre el libro de Benedicto XVI 
sobre la pederastia en la Iglesia y la mafia de la curia romana.

sábado, 30 de enero de 2021

EL CRISTIANISMO NADA TIENE QUE VER CON EL SOCIALISMO 🕂🔪



Presentar a Cristo como «el primer socialista de la historia» es una astucia propagandística a la que han recurrido los socialistas de ayer y de hoy.

Las elecciones senatoriales de Georgia, con las que la mayoría del Senado de los Estados Unidos ha pasado de Republicanos a Demócratas, fueron el microcosmos de todas las batallas ideológicas libradas en el escenario de la política estadounidense, y entre ellas ha habido una que merece que comentemos. Entre las acusaciones que hizo la senadora republicana saliente, Kelly Loeffler, contra el candidato demócrata que finalmente la derrotó, el reverendo Raphael Warnock, está la de ser partidario del socialismo. Una acusación que anteriormente había causado la destrucción de las carreras de algunos políticos estadounidenses, mientras que hoy a menudo simplemente calienta el debate de sus respectivas agendas. Warnock, que tiene un irrefutable pasado pro-marxista, rechazó la etiqueta, aunque con una buena dosis de ambigüedad. Entre las “pruebas” presentadas en su contra hay una muy curiosa: un pasaje de un sermón suyo de 2016 en una iglesia bautista en Atlanta: «La Iglesia de los orígenes era una Iglesia socialista», decía el que se ha convertido en el primer senador afroamericano de Georgia. «Sé que que esto os parece un oxímoron, pero la Iglesia primitiva estaba mucho más cerca del socialismo que del capitalismo. Leed la Biblia. Amo escuchar a los evangélicos que siempre citan la Biblia. Bueno, en aquella época las cosas eran en común. Tomaban sus cosas –solo estoy citando la Biblia– y las juntaban. Pero la gente que hoy afirma seguir la Biblia al pie de la letra ciertamente no hace esto».

La Iglesia de los orígenes no era socialista

Presentar a Cristo como «el primer socialista de la historia» es una astucia propagandística a la que recurrieron los socialistas italianos a finales del siglo XIX (en primer lugar Camillo Prampolini) para seducir a las masas católicas absorbidas por el trabajo asalariado. Es curioso que un pastor protestante del siglo XXI, con un título en teología y filosofía por el Union Theological Seminary de Nueva York, dé por sentada esa definición, demostrando una gran ignorancia en la exégesis bíblica y en la comprensión de lo que es el socialismo. La Iglesia primitiva no era socialista, porque no obligaba a los fieles a entregar todos o parte de sus bienes: era una elección libre. A Ananías y Safira (Hechos de los Apóstoles 5,1-11) se les culpa públicamente, no por no pagar el precio total del campo que vendieron a la comunidad, sino porque mienten al quedarse con una parte de la cantidad para ellos mientras afirman haber pagado el total. Los bienes que poseían los cristianos no se convertían en bienes colectivos en términos jurídicos; cada uno conservaba la propiedad legal de sus bienes, pero los consideraba patrimonio común con el que se satisfacían las necesidades de los más pobres. En Hechos 4,32 leemos: «(…) Nadie consideraba sus bienes como propios, sino que todo era común entre ellos».

El origen es la fe

La Iglesia primitiva no fue socialista porque tampoco pedía a los fieles que entregaran sus bienes a las autoridades públicas, sino que los pusieran a disposición de la comunidad, que era una realidad social espontánea. Los cristianos no pagaban el importe de los bienes vendidos al gobernador romano o al rey Herodes para que lo usaran en sus políticas sociales, sino que lo dejaban a los pies de los Apóstoles. Como escribe Bruno Cantamessa, «el motor del compartir es la fe en Jesús. Lucas (el autor de los Hechos, ndr) parece querer puntualizar aquí que la koinonía cristiana no procede primeramente de la amistad (philia), como nos indica Aristóteles en su transcripción del proverbio, sino que es la unión en la fe en Jesús la que realiza un ideal humano tan elevado: la fe vivida en comunión realiza el amor fraterno; y la amistad, expresión de este amor fraterno, provoca a su vez la comunión de los bienes materiales». Es la amistad que nace del amor fraterno -que tiene a su vez origen en la fe en Jesús-, la que lleva a la comunión de los bienes. De quienes no comparten esta amistad no se espera nada, no se les impone nada: al contrario del socialismo, que por ley obliga a todos a tratar los bienes materiales en la forma que decida el Estado.

La recta razón

Hoy como ayer, a los cristianos se les acusa falsamente de querer imponer teocráticamente sus doctrinas a los demás cuando se oponen a las normas legales que legalizan el aborto, el divorcio, el consumo de drogas, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la eutanasia, la reproducción asistida, etc. En todos estos puntos, los cristianos no buscan imponer su cosmovisión a los demás, sino afirmar los derechos de la ley moral universal, que todo creyente o no creyente lleva grabada en su corazón (ver Catecismo de la Iglesia Católica, Gaudium et Spes, Carta a los Romanos, etc.). Si no fuera así, las leyes solo surgirían del albedrío de los poderosos o de las mayorías de paso. Una teocracia cristiana debería ser denunciada solo si los cristianos pretendieran imponer por ley que los ciudadanos deban ceder todos sus bienes a la Iglesia para que esta los administre como patrimonio común; si exigieran que cada ciudadano debe ofrecer la otra mejilla a quien le golpeó; que al mendigo que nos pide el abrigo también le tengamos que entregar camisa y camiseta; que se abolan la policía y el ejército porque no hay que oponer resistencia a los violentos (Mt 5, 39); etcétera. Pero esto nunca ha sucedido en la historia, excepto en el caso de pequeñas minorías heréticas, y la Iglesia siempre ha sabido distinguir entre el camino a la perfección, que se propone a la libertad humana, y el derecho natural que debe ser siempre y en todo caso promovido por los Estados, so pena de ilegitimidad moral de los actos de gobierno: «Porque cualquier derecho fundamental del hombre deriva su fuerza moral obligatoria de la ley natural, que lo confiere e impone el correlativo deber. Por tanto, quienes, al reivindicar sus derechos, olvidan por completo sus deberes o no les dan la importancia debida, se asemejan a los que derriban con una mano lo que con la otra construyen» (Juan XXIII, Pacem in Terris, n. 30).

Propiedad privada

Sobre el derecho a la propiedad privada, que es irrenunciable pero no absoluto porque debe responder al principio del destino universal de los bienes terrenales, la Iglesia Católica ha sabido articular una doctrina muy rica, inexpugnable desde el punto de vista teórico y sabía desde el punto de vista práctico, muy diferente y crítica tanto hacia el socialismo como hacia el capitalismo. Este no es lugar para ilustrar toda la Doctrina social de la Iglesia sobre este argumento; basta citar algunos pasajes del radiomensaje de Pío XII en el cincuentenario de la Rerum Novarum:

«Sin duda el orden natural, que deriva de Dios, requiere también la propiedad privada y el libre comercio mutuo de bienes con cambios y donativos, e igualmente la función reguladora del poder público en estas dos instituciones. Sin embargo, todo esto queda subordinado al fin natural de los bienes materiales, y no podría hacerse independiente del derecho primero y fundamental que a todos concede el uso, sino más bien debe ayudar a hacer posible la actuación en conformidad con su fin. (…) Según la doctrina de la Rerum novarum, la misma naturaleza ha unido íntimamente la propiedad privada con la existencia de la sociedad humana y con su verdadera civilización, y en grado eminente con la existencia y el desarrollo de la familia. Este vínculo es más que manifiesto. ¿Acaso no debe la propiedad privada asegurar al padre de familia la sana libertad que necesita para poder cumplir los deberes que le ha impuesto el Creador referentes al bienestar físico, espiritual y religioso de la familia?

En la familia encuentra la nación la raíz natural y fecunda de su grandeza y potencia. Si la propiedad privada ha de llevar al bien de la familia, todas las normas públicas, más aún, todas las del Estado que regulan su posesión, no solamente deben hacer posible y conservar tal función —superior en el orden natural bajo ciertos aspectos a cualquiera otra—, sino que deben todavía perfeccionarla cada vez más. Efectivamente, sería antinatural hacer alarde de un poder civil que — o por la sobreabundancia de cargas o por excesivas injerencias inmediatas— hiciese vana de sentido la propiedad privada, quitando prácticamente a la familia y a su jefe la libertad de procurar el fin que Dios ha señalado al perfeccionamiento de la vida familiar».

La Iglesia nunca podrá optar por el socialismo, independientemente de lo que digan, incluso, algunos altos prelados, porque este destruye la familia, que es Iglesia doméstica. Ha bastado un exceso de política de bienestar asistencial para obtener este resultado en toda Europa occidental, así que imaginémonos con el socialismo. Que también tiene otro defecto, para nada irrelevante: es como un alumno muy bueno dividiendo y restando, pero incapaz de sumar y multiplicar. Divide la riqueza que encuentra, pero es incapaz de producir nueva. Si tenéis un amigo venezolano preguntadle los detalles y él os los explicará.
Publicado por Rodolfo Casadei en Tempi.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.



¿Es socialista la Doctrina Social de la Iglesia? - Más duro que el pedernal 11

LA DOCTRINA SOCIAL (NO SOCIALISTA) 
DE LA IGLESIA NO ES SOCIALISTA NI LIBERALISTA

VER+:





DE NADA SIRVE ORAR COMO CRISTIANO PERO VOTAR COMO UN ATEO: 
 ORAN POR LA VIDA PERO VOTAN POR CANDIDATOS 
 QUE ESTÁN A FAVOR DEL ABORTO Y DE LA EUTANASIA.

viernes, 29 de enero de 2021

LIBRO "LA PARADOJA DE LA GLOBALIZACIÓN": DEMOCRACIA Y FUTURO DE LA ECONOMÍA MUNDIAL POR DANI RODRIK 🚦🚦🚦

Reseña de 


Hay lecturas que se hacen obligatorias con el transcurrir de los tiempos. Es decir, libros que con independencia del momento en que se lean van a seguir siendo completamente relevantes y dignos de estudio e incluso análisis. Desde los clásicos Platón o Aristóteles a los modernos (y perniciosos) Adam Smith o (especialmente) Max Weber. Si bien con los primeros encontramos respuestas antropológicas, con los segundos solo se nos exponen ideas que más tarde acabarán siendo tormentos en el transcurso de la historia económica.

También hay lecturas que se ajustan y responden a un periodo más o menos largo de crisis, como pueda ser toda la literatura variopinta que tras el desastre financiero de Lehman Brothers surgió. Tras el shock y con las venideras crisis, tanto la financiera como la segunda oleada en Europa con la crisis de deuda soberana con tema de fondo, empezaron a surgir diferentes escritos que abarcaban tanto aspectos técnicos o económicos hasta otra literatura que, por querer escudriñar la metafísica subyacente a un desplome social, mediante formulaciones más o menos vagas de cuestiones morales o éticas pretendía ahondar en los porqué de tal batacazo.

Por último, encontramos una literatura que lejos de responder a criterios temporales, responde a cuestiones hermenéuticas a la hora de interpretar el establishment de ideas que imperen en un enclave concreto. De tal manera, Dani Rodrik nos viene a traer un análisis histórico de la interpretación y aplicación de aquellas teorías que han sido y son más seguidas actualmente. Si bien el profesor Manuel Montalvo Rodríguez nos exponía que el hecho subyacente a que una teoría económica resulte de mayor actualidad o estudio que otra es en gran parte debido al apoyo que la clase dominante o élite brindaba a dicha filosofía (Historia y alienación de las ideas económicas); el catedrático de Harvard que desarrolla el libro que hoy se reseña lo que nos viene a exponer es una realidad paralela en la que se va a seguir la idea económica que impere. Y, por motivos geopolíticos e históricos, la actualidad se encuentra en el debate o binomio existente entre el globalismo y el patriotismo, entendido en "La Paradoja de la Globalización "como una mayor intervención estatal que limite el libre mercado transfronterizo, es decir, intervencionismo estatalista.

Dani Rodrik es cada vez más reconocido como un crítico racionalista de la globalización que, si bien se aleja de cualquier sentimentalismo que pudiera nublar el discernimiento o la razón; desarrolla un trabajo de análisis de la historia económica occidental y también de los países emergentes para ir diseñando su “Capitalismo 3.0”, el cual además de ser utópico, también se encuentra cada vez más distante de la realidad ante la complicidad gubernamental de tantos estados occidentales con los oligopolios mediáticos y las BigTech.

Actualmente, nos encontramos en años de globalización descontrolada que lucha desesperadamente por consolidarse en el porvenir de los tiempos, tal vez asustada por las predicciones del Deutsche Bank y otros analistas, quienes veían señales de fatiga que aceleran y hace irremediable el fin de una época para dar paso a otra, la ya bautizada como “Época del Caos o del Desorden”.

Las diferentes opciones políticas que los sistemas democráticos occidentales ofrecen, para ser conocidas, deben estar alineadas con este parecer globalista. De no ser así, desde la calificación de “populismos” hasta la marginación civil actúan como herramientas para acallar aquellas alternativas que pasen por repensar la necesidad o no de dicha globalización.

Por ello, el libro de Dani Rodrik adquiere gran relevancia para los tiempos que corren. Esto es así, porque el profesor norteamericano, desde su criterio racionalista (y de estricto corte materialista), entiende que la endiosada globalización no es un fin, sino un medio para el desarrollo económico de las naciones. Y, como toda herramienta, dependiendo de la especificidad del momento resulta más o menos conveniente. De hecho, el problema reside en endiosar la herramienta y poner al hombre al servicio de ésta. Ya sea por querer defender un libre mercado transnacional sin límites o por querer desarrollar una nación por encima de todo, sendos caminos abocan de manera irremediable al despotismo, ya sea el despotismo de las naciones, ya sea el despotismo de las corporaciones.

Lo que el autor no llegaba a adivinar era la realidad de que la máxima libertad en ciertos mercados junto a un Estado “leviatanizado” arrastra a un despotismo que comparte con el libre mercado la universalidad de su tiranía. Por ello, resulta de vital trascendencia en el porvenir de los pueblos tener presente que dar o recortar libertad de mercado es conveniente o no en función del momento histórico, pero jamás deben ser una opción o su contraria dogmas que cieguen y empujen al ser humano a poner sus esperanzas en ideas que incluso en la praxis fallan. Porque, al igual que ocurre con el marxismo, las ideas no dejan de ser ensoñaciones que, pese a tener unos mínimos racionalistas, difícilmente van a dar la respuesta que traiga el bienestar y próspero porvenir de los hombres de manera definitiva, como mucho gozan de un tiempo de vigencia y validez antes de oxidarse y quebrarse por su propia obsolescencia. Por ello, frente a fanatismos ideológicos, en política económica tiene más sentido un pragmatismo basado en el sentido común que busque el desarrollo social (no confundir aquí con cualquier guiño socialista) y no el lucro individualista que hoy caracteriza al hombre.

En la Historia de la Humanidad, y con mayor énfasis a partir de la Modernidad, vemos cómo han existido imperios que se han sucedido, traduciéndose en una globalización más o menos extensa, y que después se han desgranado en reinos, condados, marquesados, principados, etc., trayendo consigo políticas económicas que rayan un intervencionismo cuyo único fin era el fortalecimiento interior. Era lógico, al dueño de un reino le interesaba hacerse sólido internamente si después aspiraba a dominar otros territorios. Pocos gobiernos se han visto que siendo débiles por dentro favoreciesen las tendencias globalistas del momento. La prosperidad de las naciones excepcionalmente ha surgido del globalismo, si bien la tendencia histórica normal ha sido siempre una: sistemas aduaneros severos hasta que el mercado interno estuviera en disposición de poder competir o dominar mercados extranjeros. Bien lo demuestran la Inglaterra de la Revolución Industrial o Estados Unidos tras las guerras mundiales, estando ambos sistemas económicos caracterizados por una misma hoja de ruta: primero, una elevada presión aduanera. Una vez alcanzado un nivel óptimo de desarrollo industrial, facilitar el libre mercado y demás puentes globalistas especialmente con aquellas naciones que estuvieran un peldaño por debajo; todo ello para dominar mercantilmente a éstas y poder combatir de tú a tú a aquellas que pudieran disputarles ser la siguiente potencia mundial. Por ello, no deja de ser llamativo a la vez que revelador, que tanto Inglaterra como Estados Unidos, tras seguir esta hoja de ruta, sean precisamente los países referentes a la hora de tratar el libre mercado y las finanzas internacionales.

La última idea jugosa para destacar dentro de "La Paradoja de la Globalización" es el trinomio político de la economía mundial. Este trinomio está compuesto por tres partes, a distinguir:
  • Hiperglobalización, entendida esta como la globalización sin límites, la consecución (o cuasi consecución) de un libre mercado absoluto.
  • Nación – Estado, entendiendo ésta como la soberanía del gobernante y su administración en un determinado territorio y sobre una sociedad concreta. También ha de entenderse como la fuerza para hacer prevalecer sus intereses y poder mostrarse independiente o incluso dominador en el ámbito de las relaciones económicas internacionales.
  • Política democrática, que aquí Daniel Rodrik la entiende en el sentido que el liberalismo da a la democracia, concibiéndola de una manera sufragista e igualitaria mediante la cual la voluntad de un ciudadano se reduce a un voto, constituyendo así una voluntad popular que legitime las libertades civiles, cuya expansión se da tras la Declaración de Derechos de Virginia en 1776.
De esta manera, el autor defiende que los tres puntos no podrán coexistir al mismo tiempo. De hecho, la única nación que puntualmente se ha podido acercar a ello ha sido Estados Unidos, que en ningún momento y de manera simultánea ha estado hiperglobalizada, ha sido soberana o ha sido democrática hasta su máximo exponente[1].


Por extensión de estos conceptos, analiza el desarrollo de China y de cómo ésta está favorecida (y también está favoreciendo) por una economía mundial hiperglobalizada dadas las ventajas competitivas (que rallan la lesa humanidad) que su sociedad trae consigo tras años de sometimiento marxista. Sin embargo, pese a que el gigante asiático es el máximo exponente actual de la Nación – Estado, la política democrática se resiente dada la ausencia de libertad que existe dentro de sus fronteras. Aquí, el autor cae en un error neoliberal de no ser capaz de distinguir entre democracia y libertad, ya que la segunda ha sido vaciada de contenida a la par que la primera era engordada con la definición que conlleva el hombre libre. Por ello, la trampa moderna de nuestros días es creer que se es libre por vivir en democracia, que ser libre es como ser demócrata, y eso no es así. Sin embargo, esto se sale de la lectura estricta de "La Paradoja de la Globalización" y no seguiré aquí desarrollando esta idea.

También se acuerda de la Unión Europea, si bien está hiperglobalizada y goza de sistemas democráticos liberales, es verdad que la concesión competencial en favor de entes comunitarios ha dejado a las naciones vacías, figurando casi como una mera cáscara, siendo así otro ejemplo de que estos tres factores de la economía mundial no se pueden dar simultáneamente.

Al final, lo que Robrik viene a exponer se puede resumir en que la traducción globalista que traería consigo el libre mercado tan idealizado viene a ser más bien un peligro para los estados o para las sociedades, cuando no para los dos, debido a que se ha desarrollado un puritanismo por parte de los liberales fervorosos que les impide traer a colación las penurias que este afán globalizador trae consigo. Dicho de otra manera, el Estado y los pueblos actúan como un contrapeso natural contra las desmesuras de los ánimos globalistas.

Por último, el profesor norteamericano se niega a tirar la toalla y ofrece la revolución que sería un renovado e idealizado Capitalismo 3.0, el cual de aplicarse supondría una nueva globalización, pero con unos principios que limitasen el alcance de ésta a aquellas naciones que no siguieran los estándares democráticos que él considera oportunos. Es decir, que tras una obra estudiando fallos recurrentes del capitalismo y la globalización ofrece como solución más capitalismo y más globalización. Como es de esperar, los estudios nacientes de escuelas económicas de origen liberal y raíz materialista difícilmente van a ser capaces de cuestionar que la máquina que proponen no funciona. En lugar de ello, prefieren buscar justificaciones que actúen como una innovación para el artefacto, pese a que el mismo por su mera razón de ser y su corto alcance está predestinado a morir incluso antes de su renovación o renacimiento.

Por ello, la solución a los problemas del capitalismo y la globalización no es la enumeración de una serie de principios vagos para darle algo de color a un óleo que no conoce más que una escala de grises esparcidos por su lienzo. Si lo que realmente buscásemos fuera darle respuesta al hombre, no nos empeñaríamos en repensar y diseñar sistemáticamente un sistema capitalista que, como materialista que es, nace con la predisposición a autodestruirse o consumarse en sus mismas contradicciones.

Ese es el motivo por el cuál resulta entristecedor ver que una obra tan útil acabe con una propuesta cuya pobreza solo se equipara a la decepción generada en el lector. Rodrik ofrece respuestas ilusionantes para el liberal acólito de las teorías modernistas, ese mismo que se empeña en creer que el libre mercado funciona pese a la evidencia de que las crisis económicas más graves, injustas y alargadas en el tiempo vienen de épocas que se caracterizaron por dar libertad de más a las empresas y la usura, y bien lo demuestra la crisis financiera que en 2008 estalló con la caída del Lehman Brothers y el dominó que desató, llevándose a Northern Rock, a Merril Lynch y por último afectando a los pueblos de las maltratadas naciones.

Por todo esto, se arroja como solución la no solución, el inmovilismo con maquillajes de cambio revolucionario, a la espera de males endémicos que están por llegar (más todavía cuando impacté con plenitud tanto el shock económico del coronavirus o cuando los estados o bancos centrales por su excesiva deuda pública vean comprometidos su solvencia y fiabilidad). Todo esto es comprensible en civilizaciones cuyos foros se construyen entorno a las ocurrencias (porque ni merecen ser llamadas ideologías) que nacen entorno a la concepción materialista de la vida.

Si el materialismo histórico es la raíz de una mala hierba que brota y rebrota para asfixiar el florecer del jardín, ¿no sería más propicio arrancar esos matorrales infectos y con ceniza restaurar la fertilidad de la tierra? Solo así podríamos algún día volver a ver en nuestro solar desde sencillas pero alegres amapolas hasta esbeltos rosales o frescos lirios. Reflexionando, solo llego a discernir como un avance el rechazo radical del materialismo para abrazar concepciones vitales superiores y que no se supediten exclusivamente al carpe diem del tiempo vivido. Tal vez -por no afirmar con absoluta rotundidad- la mejor solución para los males desatados por el libre mercado y su glotona hija, la globalización, no sea otro que el sentido común y juicioso del que ve las consecuencias no a uno, dos o tres años vista; sino que las estudia con el sentido de la trascendencia, ese mismo sentido que le recuerda su paso fugaz por la tierra y el debido bien que se supedita al particular. Es decir, el hombre que aspira y persigue el bien común con un ánimo trascendental y verdadero, consciente del fenómeno que es el Hombre en el mundo. Solo así, y por ningún otro camino alternativo, podrá verse el intervencionismo o la globalización como herramientas más o menos convenientes en el momento concreto. Todo lo que esta norma no siga, solo desembocará en el sufrimiento y la frustración social que empuja la publicación de escritos críticos pero al mismo tiempo autojustificativos, escritos como "La Paradoja de la Globalización".

[1] Si bien la administración de Obama pudiera invitar a pensar lo contrario. Sin embargo, no procede aquí y ahora proceder con un estudio histórico y sociopolítico de una época que se vende con muchas luces pero que alberga infinitamente más sombras y recovecos. Solo la perspectiva de los siglos facilitará realizar esta labor.

INTRODUCCIÓN

VER+:

En este libro, nos presenta "la democracia Pirelli". La democracia sin control (es decir sin respeto a la ley) no sirve de nada. Es otra forma de tiranía: la de la mayoría pervertida por un léxico (democracia, libertad) y unas formas (votaciones y urnas) que esconden su naturaleza autoritaria. De la misma manera, la globalización sin control tampoco sirve de nada. En el fondo, este es el argumento central de su crítica a la globalización en su conocido trilema de la globalización: que la soberanía nacional, la globalización y la democracia son mutuamente excluyentes.

Se pueden perseguir dos elementos de la tríada soberanía-globalización-democracia simultáneamente, pero siempre en detrimento del tercero. Si una nación incrementa su soberanía nacional, tiene que elegir entre las ventajas del comercio o la democracia. Argumenta Rodrik que la globalización ha ido demasiado lejos y ha superado los controles democráticos.

Llegados a este punto he de advertir mi sesgo. Parte de mi tesis doctoral consistió en un intento de encontrar evidencias empíricas sobre el trilema de Rodrik. Intercambié correspondencia con él y tengo colgada una fotografía con él en mi “hall of fame” personal junto a Deaton o Phelps, por lo que puede que me cueste ser objetivo. No obstante, a diferencia de la trinidad imposible de una economía abierta (la capacidad de lograr solo dos de los tres objetivos políticos: integración financiera, estabilidad cambiaria y autonomía monetaria), el trilema de Rodrik es tan cierto como general (por ejemplo, ¿qué significa exactamente esto de una globalización delgada?). La evidencia empírica ha sido esquiva hasta el momento, en parte debido a que es complicado identificar los efectos exclusivos de la globalización. Según el economista del MIT David Autor y coautores, muchos de los puestos de trabajo que supuestamente ha destruido el comercio internacional fueron en realidad víctimas tempranas del progreso tecnológico (ver aquí y aquí). Por tanto, lo podemos interpretar como un marco conceptual o discursivo, pero difícilmente como un modelo económico estructural.