Permaneced en mi amor
y
daréis fruto en abundancia
Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. El Padre corta todos mis sarmientos improductivos y poda los sarmientos que dan fruto para que produzcan todavía más. Vosotros ya estáis limpios, gracias al mensaje que os he comunicado. Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid; lo mismo os ocurrirá a vosotros si no permanecéis unidos a mí. Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer. El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como se hace con el sarmiento improductivo que se seca; luego, estos sarmientos se amontonan y son arrojados al fuego para que ardan. Si permanecéis unidos a mí y mi mensaje permanece en vosotros, pedid lo que queráis y lo obtendréis. La gloria de mi Padre se manifiesta en que produzcáis fruto en abundancia y os hagáis discípulos míos. Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Pero solo permaneceréis en mi amor si cumplís mis mandamientos, lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea completa. Mi mandamiento es este: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. El amor supremo consiste en dar la vida por los amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no está al tanto de los secretos de su amo. A vosotros os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que os pongáis en camino y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. Lo que yo os mando es que os améis los unos a los otros.
Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia
(cf. Jn 15, 5-9)
La Semana de Oración por la Unidad de Cristianos 2021 ha sido preparada por la Comunidad Monástica de Grandchamp1. El tema escogido, Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia, se basa en el texto de Juan 15, 1-17, y refleja la vocación a la oración, a la reconciliación y a la unidad de la Iglesia y de toda la familia humana de la Comunidad de Grandchamp.
En la década de 1930, varias mujeres reformadas de la Suiza francófona pertenecientes a un grupo denominado las “Damas de Morges” redescubrieron la importancia del silencio para escuchar la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, redescubrieron la práctica de los retiros espirituales como medio para alimentar su vida de fe, inspirándose en el ejemplo de Cristo que se separó a un lugar solitario para orar. Pronto otros muchos comenzaron a unirse a estos retiros organizados periódicamente en la pequeña aldea de Grandchamp, cerca de las orillas del lago Neuchâtel. Debido al número creciente de participantes en los retiros y visitantes, hubo que organizar una plegaria continua en el monasterio, así como un servicio de acogida.
Hoy la comunidad cuenta con cincuenta hermanas, mujeres de diferentes generaciones, de diferentes tradiciones eclesiales y de diferentes países y continentes. En su diversidad, las hermanas son una parábola viva de comunión. Permanecen fieles a la vida de oración, a la vida en comunidad y a la acogida de huéspedes.
Las hermanas comparten la gracia de la vida monástica con los visitantes y los voluntarios que acuden a Grandchamp buscando un tiempo de retiro, de silencio, de sanación o tratando de encontrar sentido a sus vidas. Las primeras hermanas experimentaron el dolor de la división entre las Iglesias cristianas. En esta lucha, la amistad con el sacerdote Paul Couturier, pionero de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, fue un gran estímulo. Por ello, desde sus comienzos, la oración por la unidad de los cristianos ha estado en el centro de la vida de la comunidad. Este compromiso, junto con los tres pilares de Grandchamp, la oración, la vida comunitaria y la hospitalidad, constituyen la base de estos materiales.
Permanecer en el amor de Dios es reconciliarse con uno mismo
Las palabras francesas para monje y monja (moine/moniale) tienen su origen en el término griego μόνος que significa solo y uno. Nuestros corazones, cuerpos y mentes, lejos de ser uno, a menudo se encuentran dispersos e impulsados hacia diferentes direcciones. El monje o la monja desean ser uno en sí mismo y estar unidos a Cristo. Jesús nos dice «Permanece en mí como yo permanezco en ti» (Jn 15, 4a). Una vida íntegra presupone un camino de auto aceptación y de reconciliación con nuestras historias personales y heredadas.
Jesús les dijo a sus discípulos: «permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Él permanece en el amor del Padre (Jn 15, 10) y no desea nada más que compartir ese amor con nosotros: «A vosotros os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre» (Jn 15, 15b). Al permanecer injertados en la vid, que es Jesús mismo, el Padre se convierte en nuestro viñador, que nos poda para hacernos crecer. Esto describe lo que sucede en la oración. El Padre es el centro de nuestras vidas y nos centra. Él nos poda y nos hace seres humanos completos y plenos para dar gloria a Dios.
Permanecer en Cristo es una actitud interna que arraiga en nosotros con el paso del tiempo. Necesita espacio para crecer, y a veces está amenazada por las necesidades inmediatas, las distracciones, el ruido, la actividad y los desafíos de la vida. Geneviève Micheli, que más tarde se convertiría en la Madre Geneviève, primera superiora de la comunidad, escribió en 1938, período convulso para Europa, estas líneas que gozan aún de actualidad:
Vivimos en una época tan alarmante como grandiosa, un tiempo amenazador en el que nada preserva el alma, en el que los rápidos éxitos alcanzados por los hombres parecen dejar a un lado a los seres humanos… Creo que nuestra civilización morirá en esta locura colectiva de ruido y prisas, en la que nadie puede pensar… Nosotros, los cristianos, que valoramos el sentido profundo de la vida espiritual, tenemos una inmensa responsabilidad, y hemos de tomar conciencia de que la unión y la ayuda mutua son fuente de serenidad, y crean refugios de paz, lugares existenciales en los que el silencio invoca a la Palabra creadora de Dios. Es una cuestión de vida o muerte.
De permanecer en Cristo a dar frutos
«La gloria de mi Padre se manifiesta en que produzcáis fruto en abundancia» (Jn 15, 8). No podemos dar frutos por nuestra cuenta. No podemos dar frutos separados de la vid. Lo que produce frutos es la savia, la vida de Jesús que fluye en nosotros. Permanecer en el amor de Jesús, seguir siendo un sarmiento de la vid, es lo que permite que su vida fluya en nosotros Cuando escuchamos a Jesús, su vida fluye en nosotros. Jesús nos invita a dejar que su palabra permanezca en nosotros (Jn 15, 7) y luego todo lo que le pidamos nos lo concederá. En su palabra damos fruto. Como personas, como comunidad, como Iglesia, deseamos unirnos a Cristo para perseverar en su mandamiento de amarnos unos a otros como él nos ha amado (Jn 15, 12).
Permaneciendo en Cristo, la fuente de todo amor, el fruto de la comunión crece
La comunión con Cristo exige la comunión con los demás. Doroteo de Gaza, un monje de la Palestina del siglo VI, lo expresaba de la siguiente manera:
Suponed un círculo trazado sobre la tierra, es decir, una línea redonda dibujada con un compás en torno a un centro. Imaginaos que el círculo es el mundo, el centro Dios, y los radios los diferentes caminos o maneras de vivir que tienen los hombres. En la medida en que los santos, deseando acercarse a Dios, caminan hacia el centro del círculo, y van penetrando en su interior, entonces se van acercando también los unos a los otros. Y en la medida en que se van acercando unos a otros, se acercan simultáneamente a Dios. Y comprenderéis que lo mismo ocurre en sentido contrario, cuando nos alejamos de Dios y nos retiramos hacia afuera. Es obvio que cuanto más nos separamos de Dios, más nos alejamos los unos de los otros, y que cuanto más nos separamos los unos de los otros, más nos alejamos de Dios.
Acercarnos los unos a los otros, vivir en comunidad, a veces con personas muy diferentes a nosotros mismos, puede ser un desafío. Las hermanas de Grandchamp saben de este desafío y para ellas la enseñanza del Hermano Roger de Taizé2 es muy útil: «No hay amistad sin purificación del sufrimiento. No hay amor al prójimo sin cruz. La cruz por sí sola nos permite conocer la profundidad insondable del amor»3.
Las divisiones entre cristianos, que nos alejan a unos de otros, son un escándalo porque también nos alejan de Dios. Muchos cristianos, conmovidos por esta situación, oran fervientemente a Dios por la restauración de esa unidad por la que Jesús oró. La oración de Cristo por la unidad es una invitación a retornar a él y a acercarnos unos a otros, regocijándonos en la riqueza de nuestra diversidad.
En la medida en que aprendemos de la vida comunitaria, nos daremos cuenta de que los esfuerzos por la reconciliación son costosos y exigen sacrificios. Pero nos sostiene la oración de Cristo, quien desea que seamos uno, así como él es uno con el Padre para que el mundo crea (Jn 17, 21).
Permaneciendo en Cristo, el fruto de la solidaridad y del testimonio crece
Aunque nosotros, como cristianos, permanecemos en el amor de Cristo, también vivimos en una creación que gime mientras espera ser liberada (cf. Rom 8). Atestiguamos que en el mundo existe el mal del sufrimiento y del conflicto. A través de la solidaridad con los que sufren, permitimos que el amor de Cristo fluya a través de nosotros. El misterio pascual da fruto en nosotros cuando ofrecemos amor a nuestros hermanos y hermanas, y así alimentamos la esperanza en el mundo.
La espiritualidad y la solidaridad están intrínsecamente vinculadas. Al permanecer en Cristo, recibimos la fuerza y la sabiduría para actuar en contra de las estructuras de injusticia y opresión, para reconocernos plenamente como hermanos y hermanas en la humanidad, y ser creadores de una nueva forma de vida, en la que abunde el respeto y la comunión con toda la creación.
El resumen de la regla de vida que las hermanas de Grandchamp recitan juntas cada mañana comienza con estas palabras: «orar y trabajar para que Dios reine». La oración y la vida cotidiana no son dos realidades separadas, sino que están destinadas a permanecer unidas. Todo lo que experimentamos está destinado a convertirse en un encuentro con Dios.
Para el octavario de la Semana de Oración por la Unidad del 2021, os proponemos el siguiente itinerario de oración:
Día 1: Llamados por Dios: «No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros» (Jn 15, 16a).
Día 2: Madurar internamente: «Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros» (Jn 15, 4a).
Día 3: Formar un solo cuerpo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12b).
Día 4: Orar unidos: «Ya no os llamaré siervos... A vosotros os llamo amigos» (Jn 15, 15).
Día 5: Dejarse trasformar por la Palabra: «Vosotros ya estáis limpios por la palabra…» (cf. Jn 15, 3).
Día 6: Acoger a los demás: «Poneos en camino y dad fruto abundante y duradero» (cf. Jn 15, 16b).
Día 7: Crecer en unidad: «Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos» (Jn 15, 5a). Día 8: Reconciliarse con toda la creación: «Para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea completa» (Jn 15, 11).
Oración
Dios, Padre nuestro, Tú nos revelas tu amor en Cristo y en nuestros hermanos y hermanas. Abre nuestros corazones para que podamos aceptarnos con nuestras diferencias y vivir reconciliados. Concédenos vivir unidos en un solo cuerpo, para que se manifieste el regalo de nuestra propia persona. Que juntos seamos un reflejo de Cristo vivo.Señor Jesús, toda tu vida fue oración, perfecta armonía con el Padre. A través de tu Espíritu, enséñanos a orar según tu voluntad de amor. Que los fieles del mundo entero se unan en intercesión y alabanza. y que venga tu reino de amor.Espíritu Santo, fuego vivificador y aliento suave, ven y permanece en nosotros. Renueva en nosotros la pasión por la unidad, para que podamos vivir conscientes del vínculo que nos une a ti. Que todos los que nos hemos entregado a Cristo en el bautismo nos unamos y demos testimonio de la esperanza que nos sostiene.
En la década de 1930, un grupo de mujeres de la Iglesia Reformada de la Suiza francófona conocida como las “Damas de Morges” redescubrieron la importancia del silencio en la escucha de la Palabra de Dios, tomando como modelo a Cristo, que a menudo se retiraba en soledad para orar. Organizaron retiros espirituales, que abrieron a otras personas, y poco a poco se fueron consolidando estos retiros en Grandchamp, una pequeña aldea cerca del lago de Neuchâtel. Posteriormente, surgió la necesidad de establecer una presencia continua de oración y un servicio de acogida y hospitalidad. Por ello, una mujer, que sería posteriormente la Hermana Marguerite se estableció de manera fija en Grandchamp, a ella pronto se unirían otras dos mujeres. Geneviève Micheli, quien comenzó con los retiros, dirigió este modesto comienzo en la vida de oración y alentó a las primeras tres hermanas en esta aventura. Más tarde y a petición de sus hermanas, se convirtió en la madre superiora de la comunidad en 1944.
Careciendo de experiencia, sin tener un libro de oración, ni una regla monástica, y dado que en ese momento en las Iglesias de la Reforma no había comunidades monásticas, las primeras hermanas recurrieron a los monasterios de otras confesiones en busca de orientación. Se abrieron a los tesoros de estas otras tradiciones. Tenían que aprender todo: cómo vivir una vida basada en la Palabra de Dios y la contemplación diaria, cómo vivir en comunidad y cómo recibir a otros con hospitalidad.
Las primeras hermanas sufrieron por la división de los cristianos, particularmente la Madre Geneviève, quien entendió la gran importancia de la tarea ecuménica y teológica. Sin embargo, este trabajo tuvo que basarse en lo que ella considerada esencial, la oración a la luz de Juan 17, 21: «Te pido que todos vivan unidos. Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado». Ella trató de dar su vida por la unidad en Cristo y por medio de Cristo, hasta el día en que Dios fuera todo en todos. Así que la vocación ecuménica de la Comunidad no fue una elección sino un don, una gracia recibida desde el principio y nacida de la pobreza.
Esta gracia fue corroborada e impulsada por varios encuentros decisivos. Para la incipiente Comunidad uno de esos encuentros, fue con el padre Paul Couturier. Un sacerdote católico de Lyon, pionero del ecumenismo y de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, tal como la conocemos hoy. Se establecieron vínculos profundos entre él y las primeras hermanas, y él las acompañó fielmente en esta aventura espiritual, tal como se demuestra en la correspondencia muta. En 1940, P. Couturier escribía a la Madre Geneviève:
(...) Ningún retiro espiritual debe tener lugar sin que los cristianos salgan de él sin haber experimentado un agudo sufrimiento por las separaciones, y la determinación de trabajar por la unidad a través de la oración ferviente y la purificación progresiva. (...) Para mí, el problema de la unidad es primordial y fundamentalmente un problema de orientación de la vida interior. Por eso comprenderás cuánta importancia le doy a tu solicitud y al trabajo de los retiros espirituales. Oremos fervientemente, que es lo mismo que decir, permitamos que Cristo entre libremente en nosotros.
Otro encuentro muy importante fue con Roger Schutz, el futuro hermano Roger de Taizé, que visitó Grandchamp en 1940. Su propia búsqueda fue alentada por la de las hermanas con las que se mantendría en contacto. Los lazos de comunión se desarrollaron a lo largo de los años y se hicieron mucho más sólidos a partir de 1953, cuando la Comunidad de Grandchamp adoptó la Regla y el Oficio de Taizé al instante de su publicación. El hermano Roger escribió: “La búsqueda constante de la unidad armoniza al ser humano: armoniza el pensamiento con los hechos y el ser con el hacer. Este equilibrio se adquiere en la medida en que nos esforzamos, con pasos constantes, en ser coherentes con lo mejor que hay en nosotros y ocupa nuestro núcleo más íntimo: Cristo, que habita en cada uno de nosotros”.
Muy pronto, junto con los Hermanos de Taizé y las Hermanitas de Jesús, las hermanas de Grandchamp también fueron llamadas a hacer vida la sencillez de la oración y la amistad en pequeñas comunidades, a menudo en áreas desfavorecidas, particularmente en Argelia, Israel, Líbano y en barrios obreros de diversos países de Europa. Los profundos vínculos establecidos con los vecinos e Iglesias locales les permitieron descubrir la diversidad de ritos litúrgicos en la Iglesia universal, e incluso se abrieron a establecer encuentros con otras religiones.
La vocación ecuménica de Grandchamp hizo que la comunidad se comprometiera con la tarea de la reconciliación de los cristianos, de la familia humana y de toda la creación. Como comunidad, las hermanas de Grandchamp descubrieron muy rápidamente que esta vocación exige primero encarnar la reconciliación, tanto a nivel personal como a nivel comunitario. Inmediata- 65 mente después de la Segunda Guerra Mundial, hermanas alemanas y holandesas (influenciadas por los eventos recientes), seguidas por hermanas de Indonesia, Austria, Congo, la República Checa, Suecia y Letonia pertenecientes a diferentes denominaciones, se unieron a las primeras hermanas de Suiza y Francia. La comunidad actualmente cuenta con unas cincuenta hermanas de diferentes generaciones.
Como todos los bautizados, las Hermanas están llamadas a responder a la vocación profunda inscrita en su propio ser: ser en comunión. ¿Cómo ser en comunión sin la aceptación de nuestras diferencias? Las diferencias son un don de Dios y al mismo tiempo un desafío formidable. Conformada por diferentes confesiones, idiomas, culturas y generaciones, la comunidad enfrenta el desafío de vivir la unidad en la diversidad, a su manera. Esta diversidad también implica diferentes formas de orar, pensar, actuar, relacionarse, así como diversidad de caracteres. ¿Cómo puede uno trabajar por la reconciliación, si no es viviendo el perdón día tras día? Esto requiere sobretodo trabajarse uno mismo y luego trabajar nuestras relaciones personales, confiando en la misericordia de Dios. Todo comienza dentro del corazón, donde está la raíz de toda división, las heridas más profundas necesitadas de ser visitadas por la paz sanadora de Dios. La unidad entre nosotros es, pues, el fruto de la lenta y paciente transformación de nuestras vidas, que el Espíritu logra con nuestro consentimiento.
La oración litúrgica es la columna vertebral del día de Grandchamp y reúne a la comunidad cuatro veces al día. Estos momentos de oración litúrgica ayudan a las hermanas a interiorizar la vida de Cristo a través del Espíritu Santo.
El icono de la Trinidad en el centro de la capilla de Grandchamp, da la bienvenida a las hermanas en silencio. Las invita a entrar en la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para dejar que este amor crezca dentro y fluya entre ellas y se dirija hacia aquellos que vienen como visitantes. Luego, a menudo hay un intercambio de dones. ¡A las hermanas les gusta decir que siempre reciben más de lo que dan!
Esta acogida ha permitido encuentros sorprendentes con personas que han sensibilizado a la comunidad hacia la no-violencia del Evangelio: Jean y Hildegard Goss, Joseph Pyronnet y Simone Pacot, quienes iniciaron las sesiones “Bethesda”, de gran talante evangelizador. Al mismo tiempo, ha aumentado de manera muy palpable la conciencia de las hermanas sobre la ecología, a través del desarrollo de un huerto orgánico, el uso de productos ecológicos y el cuidado en la forma de alimentarse, de viajar, de gestionar los bienes o de lo que significa vivir en solidaridad. Es por eso que las hermanas se preocupan 66 por forjar vínculos e intercambios con otras comunidades, grupos, movimientos y personas comprometidas, particularmente con las redes de comunidades religiosas y/o monásticas a nivel local, regional, internacional y ecuménico; e igualmente cuidan las relaciones a nivel de diálogo ecuménico y diálogo interreligioso, y con movimientos por la reconciliación, la justicia, la paz y la integridad de la creación.
A pesar de su renovación, que las hermanas agradecen, como muchas otras comunidades religiosas en Europa, se enfrentan a su debilitamiento por el envejecimiento vital de sus miembros, lo que les obliga a ser creativas. Igual que las primeras hermanas tuvieron que depender de la ayuda de los demás, las hermanas de hoy dependen de la ayuda externa para seguir ofreciendo el servicio de acogida. Por eso realizan una oferta para voluntarios a los que invitan a compartir su vida de oración y trabajo. Esta invitación está abierta, en primer lugar, a los jóvenes, aunque no existe límite de edad, y se dirige a personas de todos los continentes que buscan sentido a sus vidas, a cristianos de diferentes denominaciones, hermanas y hermanos de otras comunidades, a veces participan también judíos, musulmanes y fieles de otras religiones, o personas sin ninguna filiación religiosa específica. De esta manera, la comunidad desea convertirse en una casa de oración para todos, un lugar de acogida, diálogo y encuentro.
La realidad de debilitamiento de otras comunidades religiosas en su misma situación ha creado un nuevo ministerio, el de la escucha junto a otros religiosos para poder discernir la llamada que se les dirige en estos tiempos y cómo responder a ella. Es una nueva gracia poder ser un lugar de oración y un signo de reconciliación conjunta. De ahí que durante seis años una de las hermanas de Grandchamp haya vivido en Francia en una hermandad ecuménica compuesta por hermanas de cuatro comunidades diferentes. Desde hace varios años, las hermanas han realizado viajes para experimentar la vida en Israel, aprovechando visados de tres meses. Una de las hermanas se unió a una hermandad de las Hermanitas de Jesús para compartir sus vidas cotidianas. Poco después, otras dos hermanas experimentaron la vida en una comunidad de Carmelitas de San José. Actualmente algunas hermanas están en Taizé de manera informal. Estas nuevas experiencias son nuevos regalos que la comunidad va recibiendo.
El trabajo del Consejo Ecuménico de Iglesias ocupa un lugar importante en la oración de Grandchamp. Todos los lunes por la noche, las hermanas rezan utilizando las intercesiones del Ciclo Ecuménico de Oración propuesto por el CEI. Las hermanas han tenido el privilegio de participar en varias asambleas del CEI: en Vancouver, Harare y Porto Alegre. Durante varios años, las Hermanas estuvieron presentes, durante el curso escolar, en el Instituto Ecuménico de Bossey, una pequeña comunidad de oración, hospitalidad y amistad.
La vida religiosa ocupa un lugar privilegiado, aunque muy oculto, en el camino de la reconciliación de las Iglesias. Habla del Cristo resucitado, del don de una comunión que siempre se ofrece y que el Espíritu Santo hace florecer en una multitud de rostros y dones. Puede servir como levadura en la masa, como fermento de unidad, porque nos lleva a las profundidades del misterio de la fe en un camino de conversión y transformación continua. Y en algunas circunstancias, la vida religiosa puede ayudar a las personas a trascenderse a sí mismas. A veces, y sin que lo sepamos, puede tener repercusiones en alguna otra parte del Cuerpo de Cristo. André Louf lo expresó con las siguientes palabras:
En una Iglesia dividida, el monasterio constituye instintivamente la «tierra de nadie» del Espíritu. El monasterio debe ser una tierra ecuménica por excelencia. Puede prefigurar comuniones que existen en otros lugares solo en la esperanza. Donde sea que esté, un monasterio no pertenece fundamentalmente a la ortodoxia o al catolicismo, pues estos están opuestos temporalmente, y el monasterio, por el contrario, es un signo de la Iglesia indivisa hacia la que hoy el Espíritu nos guía enérgicamente.
1 Ver también la presentación de la Comunidad al final del folleto o en www.grandchamp.org
2 La Comunidad de Grandchamp y la de los hermanos de Taizé en Francia están unidas en primer lugar por la historia de sus orígenes, pero también por el hecho de que las hermanas de Grandchamp basaron su Regla en el libro mencionado en la nota 3.
3 Hermano Roger de Taizé, Les écrits fondateurs, Dieu nous veut heureux (Taizé: Les Ateliers et Presses de Taizé, 2011), 95.
4 Este texto se reproduce bajo la responsabilidad de la Comunidad de Grandchamp, que preparó el texto base de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2021.
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