EL Rincón de Yanka: ECUMENISMO

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domingo, 15 de enero de 2023

LA SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS 2023: "HAZ EL BIEN; BUSCA LA JUSTICIA" IS, 1,17



 LA SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS 2023

Haz el bien; busca la justicia 
(cf. Isaías 1,17) 

Introducción 

Isaías, contemporáneo a Amós, Miqueas y Oseas, vivió y profetizó en Judea durante el siglo VIII a.C., que fue el final de un período de florecimiento económico y de estabilidad política tanto para Israel como para Judea, ante la debilidad de las dos "superpotencias" de la época, Egipto y Asiria. Sin embargo, también fue un período en el que la injusticia, la inequidad y las desigualdades eran rampantes en ambos reinos. 

Este período también vio prosperar la religión como un ritual y una expresión formal de la creencia en Dios, expresada en las ofrendas y sacrificios del Templo. Esta religión formal y ritual era presidida por los sacerdotes, que también eran los beneficiarios de la generosidad de los ricos y poderosos. Debido a la proximidad física y la interrelación entre el palacio real y el Templo, el poder y la influencia quedaron casi por completo en manos del rey y los sacerdotes, ninguno de los cuales, durante este período, defendió a aquellos que estaban soportando la opresión y la inequidad. En la cosmovisión de este tiempo (algo que se repite a lo largo de la historia), los ricos y quienes hacían numerosas ofrendas se consideraban como buenos y bendecidos por Dios, mientras que los pobres, que no podían hacer muchas ofrendas, eran vistos como gente malvada y maldecida por Dios. Los pobres era frecuentemente denigrados por su incapacidad económica para participar plenamente en la liturgia del Templo. 

Isaías profetizó en este contexto, tratando de despertar la conciencia del pueblo de Judea ante esta situación. En lugar de encumbrar la religiosidad contemporánea como una bendición, Isaías la consideró como una herida abierta y un sacrilegio ante el Todopoderoso. La injusticia y la desigualdad condujeron a la fragmentación y la desunión. Sus profecías denunciaron las estructuras políticas, sociales y religiosas y la hipocresía de los sacrificios ofrecidos al tiempo que se oprimía a los pobres. Habló con vigor contra los líderes corruptos y a favor de los desfavorecidos, poniendo solo en Dios la fuente del derecho y la justicia. 

El grupo de trabajo designado por el Consejo de Iglesias de Minnesota eligió un versículo del primer capítulo del profeta Isaías como el texto central de la Semana de Oración: “aprended a hacer el bien, tomad decisiones justas, restableced al oprimido, haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda” (1,17). 

Isaías enseñó que Dios demanda de todos nosotros derecho y justicia en todo momento y en todos los ámbitos de la vida. En nuestro mundo se encuentran también hoy muchos de los desafíos de la división que Isaías denunció en su predicación. La justicia, el derecho y la unidad emanan del profundo amor de Dios por cada uno de nosotros, y expresan quién es Dios y cómo espera que nos relacionemos entre nosotros. El mandamiento de Dios de crear una nueva humanidad “de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Ap 7,9) nos impele a la paz y la unidad que Dios desea para su creación. 

El lenguaje del profeta con respecto a la religiosidad de la época es implacable: “No traigáis más ofrendas injustas, el humo de su cremación me resulta insoportable... Cuando tendéis las manos suplicantes, aparto mi vista de vosotros” (vv. 13,15). Una vez que ha pronunciado estas duras condenas, diagnosticando estos abusos, Isaías ofrece el remedio para estas iniquidades. Él instruye al pueblo de Dios diciendo: “Lavaos, purificaos; apartad de mi vista todas vuestras fechorías; dejad ya de hacer el mal” (v. 16). 

Hoy en día, la separación y la opresión continúan manifestándose cuando a determinados grupos o clases se le otorgan privilegios por encima de los demás. El pecado del racismo es evidente en cualquier creencia o práctica que distinga o eleve a una “aza”1 sobre otra. Cuando va acompañado o sostenido por desequilibrios en el poder, el prejuicio racial se extiende más allá de las relaciones individuales hacia las estructuras mismas de la sociedad, lo que conlleva la perpetuación sistémica del racismo. Su existencia ha beneficiado injustamente a algunos, incluidas las iglesias, y ha oprimido y excluido a otros, simplemente por el color de su piel y o por prejuicios culturales vinculados a la percepción de la “raza”. 

Al igual que estas personas religiosas a quienes los profetas bíblicos denuncian con tanta vehemencia, hay cristianos que han apoyado o continúan apoyando y perpetuando los prejuicios, la opresión y la división. La historia muestra que, en lugar de reconocer la dignidad de cada ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, los cristianos se han involucrado con demasiada frecuencia en estructuras de pecado como la esclavitud, la colonización, la segregación y el apartheid, que han despojado a otros de su dignidad por motivos espurios de raza. Tampoco dentro de las iglesias, los cristianos han sido capaces de reconocer la dignidad de cada bautizado y han menospreciado a sus hermanos y hermanas en Cristo en función de una supuesta diferencia racial. 

El Rvdo. Dr. Martin Luther King Jr. dijo de forma memorable: “Es una de las tragedias de nuestra nación, una de las tragedias vergonzosas, que las 11 en punto de la mañana de los domingos sea una de las horas más segregadas, si no la hora más segregada en la América cristiana”. Esta afirmación muestra la convergencia entre la desunión de los cristianos y la desunión de la humanidad. Toda división tiene su raíz en el pecado, es decir, en actitudes y acciones que van en contra de la unidad que Dios desea para su creación. Trágicamente, el racismo es parte del pecado que ha dividido a los cristianos, y ha hecho que tengan que rezar separados y en distintos edificios, hasta el punto de la división entre las comunidades cristianas en determinados casos. 

Desafortunadamente, las cosas no han cambiado mucho respecto al momento en que Martin Luther King pronunciara esta frase. La franja horaria de las 11:00 de la mañana, que es la más común para la liturgia del domingo, por lo general, sigue sin manifestar la unidad cristiana, sino más bien la división, por principios raciales, sociales y denominacionales. Como profetizó Isaías, esta hipocresía de las personas de fe ofende a Dios: “por más que aumentéis las oraciones, no pienso darles oído; vuestras manos están llenas de sangre” (v. 15). 

Aprended a hacer el bien 

En el pasaje de las Escrituras elegido para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de 2023, el profeta Isaías nos enseña cómo debemos curar estos males. 

Aprender a actuar con justicia exige una autorreflexión. La Semana de Oración es el momento perfecto para que los cristianos reconozcan que las divisiones entre nuestras iglesias y confesiones no pueden separarse de las divisiones de la familia humana. Orar juntos por la unidad de los cristianos nos permite reflexionar sobre lo que nos une y comprometernos a afrontar la opresión y la división que se da en la humanidad. 

El profeta Miqueas señala que Dios ha establecido qué es el bien y especifica lo que quiere de nosotros: “respetar el derecho, practicar con amor la misericordia y caminar humildemente con tu Dios” (Miqueas 5 6,8). Actuar con justicia implica el respeto hacia todas las personas. La justicia requiere un trato verdaderamente equitativo para abordar las desventajas históricas basadas en el concepto de “raza”, género, religión y condición socioeconómica. Caminar humildemente con Dios obliga al arrepentimiento, a la reparación y, finalmente, a la reconciliación. Dios espera de nosotros la unidad en una responsabilidad compartida en equidad en favor de todos los hijos de Dios. La unidad de los cristianos debe ser signo y anticipo de la reconciliación de toda la creación. Sin embargo, la división entre los cristianos debilita la fuerza del signo, reforzando la división en lugar de sanar las rupturas del mundo, que es la misión de la Iglesia. 

Buscad la justicia 

Isaías aconseja a Judea que busque la justicia (v. 17), que supone el reconocimiento de la existencia de la injusticia y de la opresión en su sociedad. Él implora al pueblo de Judá que revoque este status quo. Buscar justicia requiere que nos enfrentemos a aquellos que infligen el mal a los demás. No es una tarea fácil y a veces conducirá al conflicto, pero Jesús nos asegura que defender la justicia frente a la opresión conduce al reino de los cielos. “Felices los que sufren persecución por cumplir la voluntad de Dios, porque suyo es el reino de los cielos” (Mateo 5,10). Las iglesias deben reconocer cómo en muchas partes del mundo se han ajustado a las normas sociales y han guardado silencio o se han prestado a una complicidad activa con la injusticia racial. El prejuicio racial ha sido una de las causas de la división de los cristianos que ha desgarrado el Cuerpo de Cristo. Las ideologías tóxicas, como la supremacía de los blancos o la doctrina del descubrimiento2, han causado mucho daño, particularmente en América del Norte y en las tierras colonizadas en todo el mundo por las potencias europeas blancas a lo largo de los siglos. Como cristianos debemos estar dispuestos a romper con estos sistemas de opresión y a abogar por la justicia. 

El año en el que el grupo de los redactores de Minnesota estaba preparando los textos para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos estuvo marcado por el mal y la opresión en sus muchas formas en todo el mundo. La pandemia de Covid-19 ha incrementado este sufrimiento en muchas regiones, especialmente en el hemisferio Sur, donde muchos han experimentado la carencia incluso de lo básico para subsistir, o no se ha dado la asistencia elemental. El autor del libro del Eclesiastés parecía estar hablando de la experiencia actual: “Volví a considerar todas las opresiones que se comenten bajo el sol. Ahí está el llanto de los oprimidos, ¡y no encuentran consuelo! La fuerza en manos de sus opresores, ¡y no encuentran consuelo!” (Ecl. 4,1). 

La opresión es perjudicial para toda la raza humana. No puede haber unidad sin justicia. Al orar por la unidad de los cristianos, debemos reconocer la opresión de nuestra generación actual y estar dispuestos al arrepentimiento por nuestros pecados. Podemos hacer nuestro el mandato de Isaías: “lavaos, purificaos” (v. 16) porque “vuestras manos están llenas de sangre” (v. 15) 

Restableced al oprimido 

La Biblia nos dice que no se puede separar nuestra relación con Cristo de nuestra actitud hacia todo el pueblo de Dios, particularmente “del más pequeño de mis hermanos” (Mt 25,40). Nuestro compromiso mutuo requiere que nos involucremos en mishpat, la palabra hebrea para referirse a la justicia restaurativa, abogando por aquellos cuyas voces no han sido escuchadas, desmantelando estructuras que crean y favorecen la injusticia, y construyendo otras que promuevan y garanticen que todos reciban un trato justo y se respeten sus derechos. Esta tarea, más allá de nuestros amigos, familiares y congregaciones, debe extenderse a toda la humanidad. Los cristianos están llamados a salir y escuchar los gritos de todos los que sufren, para comprender mejor y responder a sus historias de sufrimiento y sus situaciones traumáticas. El Rvdo. Dr. Martin Luther King Jr. a menudo decía que “un motín es el lenguaje de los no escuchados”. Cuando surgen protestas y disturbios civiles, frecuentemente es porque las voces de los manifestantes no han sido escuchadas. Si las iglesias unen sus voces a las de los oprimidos, su grito por la justicia y la liberación se amplificará. Servimos y amamos a Dios y a nuestro prójimo sirviéndonos y amándonos unos a otros en unidad. 

Haced justicia al huérfano, defended la causa de la viuda 

Las viudas y los huérfanos ocupan un lugar especial en la Biblia hebrea, junto a los extranjeros, pues representan a los miembros más vulnerables de la sociedad. En el contexto de la prosperidad económica de la Judea de la época de Isaías, la situación de los huérfanos y las viudas era desesperada, ya que se les privaba de la protección y del derecho a poseer tierras y, por lo tanto, de la capacidad de mantenerse a sí mismos. El profeta llamó a la comunidad, que se regocijaba en su prosperidad, a no descuidar la defensa y la manutención de los más pobres y vulnerables. Esta llamada profética resuena en nuestro tiempo, y nos llama a preguntarnos: ¿quiénes son las personas más vulnerables de nuestra sociedad? 

¿De quiénes son las voces que no se escuchan en nuestras comunidades? ¿Quién no está representado en la mesa? ¿Por qué? ¿Qué iglesias y comunidades faltan en nuestros diálogos, nuestra acción común y nuestra oración por la unidad de los cristianos? Al orar juntos durante esta Semana de Oración, ¿qué estamos dispuestos a hacer con respecto a estas voces ausentes? 

Conclusión 

Isaías desafió al pueblo de Dios en su tiempo a aprender a hacer el bien juntos; para buscar juntos la justicia, para rescatar juntos a los oprimidos, para defender juntos al huérfano y a la viuda. El desafío del profeta se aplica igualmente a nosotros hoy. ¿Cómo podemos vivir nuestra unidad como cristianos afrontando los males e injusticias de nuestro tiempo? ¿Cómo podemos entablar un diálogo, aumentar la sensibilidad, la comprensión y el entendimiento recíproco de la propia experiencia vital? 

Estas oraciones y encuentros del corazón tienen el poder de transformarnos, individual y colectivamente. Estemos abiertos a la presencia de Dios en todos estos encuentros en los que se obrará nuestra transformación, para desmantelar los sistemas de opresión y sanar los pecados del racismo. Juntos, trabajemos en la lucha por la justicia en nuestra sociedad. Todos pertenecemos a Cristo.
_________________________

1. Sólo hay una raza, la raza humana. Sin embargo, debemos reconocer que el mito de la raza ha sido el causante del racismo. La raza no es biológica; es una construcción social que separa a la humanidad según rasgos físicos. Es importante reconocer que, si bien el término puede no se usa en todo el mundo, se ha utilizado como una herramienta para dividir y oprimir efectivamente a los grupos humanos.
2. La Doctrina del Descubrimiento, resultó de una Bula Papal emitida por el Papa Alejandro VI (4 de mayo de 1493), y fue omnipresente en todo el mundo beneficiando a las iglesias en todos los sentidos con respecto a los descendientes de los pueblos indígenas y esclavizados. Justificó la toma de las tierras de los pueblos indígenas basándose en que las potencias colonizadoras “descubrieron” estas tierras. 


"Haz todo el bien que puedas, por todos los medios que puedas, de todas las maneras que puedas, en todos los sitios que puedas, a todas las horas que puedas, a toda la gente que puedas, durante todo el tiempo que puedas". John Wesley

Oración 

Dios, tú eres la fuente de nuestra sabiduría. 
Te pedimos sabiduría y coraje para obrar con justicia 
y para enderezar aquello que está errado en nuestro mundo; 
te pedimos sabiduría y coraje para crecer 
en la unidad de tu Hijo, Jesucristo, 
que contigo y el Espíritu Santo, reina por los siglos de los siglos. 

Señor, llamaste a tu pueblo de la esclavitud a la libertad, 
danos fuerza y coraje para salir al encuentro 
de aquellos que están necesitados de justicia. 
Permítenos ver esta necesidad y proporcionar ayuda, 
y, a través de tu Espíritu Santo, 
reúnenos en el único redil de Jesucristo, 
nuestro Pastor. 

Dios de amor y misericordia, 
Ensancha nuestra mirada para que podamos comprender 
la misión a la que estamos llamados junto 
a nuestros hermanos cristianos, 
de manera que mostremos la justicia 
y la bondad misericordiosa de tu reino. 

Dios de justicia y bondad, 
quita las escamas de nuestros ojos 
para que podamos ver con sinceridad 
la opresión que nos rodea. 
Te lo pedimos en el nombre de Jesús 
que vio a las multitudes y tuvo compasión de ellas.
Ayúdanos a acoger a nuestros prójimos 
como tu Hijo nos acogió. 
Ayúdanos a ser más generosos al dar testimonio 
de la gracia que nos has concedido por tu liberalidad. 

Dios de Amor, te damos gracias por tu infinito cuidado 
y amor hacia nosotros. 
Ayúdanos a cantar cantos de redención. 
Abre nuestros corazones para recibir 
tu amor y extiende tu compasión sobre toda la familia humana. 

Dios de Esperanza, ayúdanos a recordar 
que estás con nosotros en el sufrimiento. 
Ayúdanos a encarnar la esperanza entre nosotros 
cuando la desesperanza venga a habitar 
sin más remedio en nuestros corazones. 

Concédenos el don de estar arraigados 
en tu Espíritu de amor, mientras trabajamos juntos 
para erradicar toda forma de opresión e injusticia. 
Concédenos el valor de amar lo que tú amas, 
a quienes tú amas y como tú amas, 
y de expresar este amor con nuestras obras.
Por Cristo Nuestro Señor.

Amén.

Many and Great, O God, Are Thy Works (LACQUIPARLE)

MUCHAS Y GRANDES, OH, DIOS, SON TUS OBRAS

1 wakantanka taku nitawa tankaya qa ota;
mahpiya kin eyahnake ça,
maka kin he duowanca;
mniowanca śbeya wanke cin, hena oyakihi.

2 Woehdaku nitawa kin he minaġi kin qu wo;
mahpiya kin iwankam yati,
wicowaśte yuha nanka,
wiconi kin he mayaqu nun, owihanke wanin.

1 Muchas y grandes son, oh Dios, tus obras, 
hacedor de la tierra y del cielo.
Tus manos pusieron los cielos de estrellas;
tus dedos esparcen montes y llanuras.
He aquí, por tu palabra se formaron las aguas; 
los mares profundos obedecen tu voz.

2 Concédenos la comunión contigo, oh habitante de las estrellas.
Ven a nosotros y habita con nosotros;
contigo se encuentran los dones de la vida.
Bendícenos con vida que no tiene fin, vida eterna contigo.

Lift Every Voice and Sing - A Cappella (Berklee We Will Rise Summit)

Levanta cada voz y canta
Lift every voice and sing

Hasta que la tierra y el cielo suenen
Till earth and heaven ring

Anillo con las armonías de la Libertad
Ring with the harmonies of Liberty

Que nuestro regocijo se eleve
Let our rejoicing rise

Alto como los cielos que escuchan
High as the listening skies

Deja que resuene fuerte como el mar ondulante
Let it resound loud as the rolling sea
Canta una canción llena de la fe 
que el pasado oscuro nos ha enseñado
Sing a song full of the faith that the dark past has taught us

Canta una canción llena de la esperanza 
que nos ha traído el presente
Sing a song full of the hope that the present has brought us

Frente al sol naciente de nuestro nuevo día comenzado
Facing the rising sun of our new day begun

Marchemos hasta que se gane la victoria
Let us march on till victory is won
Pedregoso el camino que pisamos
Stony the road we trod

Amarga la vara de castigo
Bitter the chastening rod

Sentido en los días en que la esperanza no nacida había muerto
Felt in the days when hope unborn had died

Sin embargo, con un ritmo constante
Yet with a steady beat

¿No tienen nuestros pies cansados
Have not our weary feet

Venir al lugar por el cual suspiraron nuestros padres?
Come to the place for which our fathers sighed?
Hemos recorrido un camino que con lágrimas ha sido regado
We have come over a way that with tears has been watered

Hemos venido, hollando nuestro camino 
a través de la sangre de los sacrificados
We have come, treading our path through 
the blood of the slaughtered

Fuera del pasado sombrío
Out from the gloomy past

Hasta ahora estamos por fin
Till now we stand at last

Donde se proyecta el brillo blanco de nuestra estrella brillante
Where the white gleam of our bright star is cast
Dios de nuestros años cansados
God of our weary years

Dios de nuestras lágrimas silenciosas
God of our silent tears

Tú que nos has traído hasta aquí en el camino
Thou who has brought us thus far on the way

Tú que con tu poder nos has llevado a la luz
Thou who has by Thy might Led us into the light

Guárdanos para siempre en el camino, te rogamos
Keep us forever in the path, we pray

Para que nuestros pies no se desvíen de los lugares, 
Dios nuestro, donde te encontramos
Lest our feet stray from the places, our God, where we met Thee
No sea que, ebrios nuestros corazones 
con el vino del mundo, te olvidemos
Lest, our hearts drunk with the wine of the world, we forget Thee

Sombreado bajo tu mano
Shadowed beneath Thy hand

Que podamos permanecer para siempre
May we forever stand

fiel a nuestro Dios
True to our God

Fiel a nuestra tierra natal
True to our native land

nuestra tierra natal
Our native land

martes, 25 de enero de 2022

SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS (DEL 18 AL 25 DE ENERO DE 2022). EN TIEMPOS DE PANDEMIA CRISTIANA 🔆⛪🔆


(DEL 18 AL 25 DE ENERO DE 2022)

Nosotros hemos visto aparecer su estrella en el Oriente 
y venimos a adorarlo.
(Mt 2, 2)

Según el Evangelio de Mateo (2, 1-12), la aparición de la estrella en el cielo de Judea es una señal de la esperanza que durante tanto tiempo el pueblo había aguardado. Es la señal que condujo a los Magos y a todos los pueblos de la tierra al lugar de la manifestación del verdadero Rey y Salvador. Esta estrella es un don, un signo de la presencia del amor de Dios para toda la humanidad. Para los Magos fue la señal de que un rey había nacido. Con su resplandor, guía a la humanidad hacia una luz más intensa, la nueva luz de Jesús, que ilumina a cada persona y nos introduce en la gloria del Padre y en su esplendor radiante. Jesús es la luz que ha entrado en nuestras tinieblas cuando se encarnó en la Virgen María, por obra del Espíritu Santo, y se hizo hombre. Jesús es la luz que traspasó las tinieblas del mundo cuando se anonadó a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte por nuestra salvación. De esta forma ilumina nuestro camino hacia Dios, para que podamos llegar a conocer al Padre y conocer el amor que nos tiene; el amor del que entregó a su Hijo único por nosotros, para que quien crea en él no llegue a perecer, sino que tenga vida eterna. 

Los Magos vieron la estrella y la siguieron. Tradicionalmente los comentaristas han considerado las figuras de los Magos como un símbolo de la diversidad de los pueblos conocidos en ese momento, y un signo de la universalidad de la llamada de Dios representada en la luz de la estrella que brilla desde el Oriente. Igualmente la incansable búsqueda del recién nacido por parte de los Magos es expresión del hambre de verdad, bondad y belleza de toda la humanidad que, desde el comienzo de la creación, ha experimentado en su corazón el anhelo de Dios, deseando poder alabarlo. La estrella apareció cuando el Divino Niño nació en la plenitud de los tiempos. Anunciaba la tan esperada intervención salvífica de Dios, que dio comienzo con el misterio de la Encarnación. 

Los Magos manifiestan la unidad de todos los pueblos deseada por Dios. Viajan desde países lejanos, y representan diversas culturas, impulsados por la misma hambre de ver y conocer al rey recién nacido, y juntándose en la pequeña casa de Belén, adoran con sencillez y ofrecen sus regalos. Los cristianos están llamados a ser una señal ante el mundo de la unidad que Dios trae consigo. Procedentes de diferentes culturas, razas y lenguas, los cristianos comparten una misma búsqueda de Cristo y un deseo común de adorarlo. La misión del pueblo cristiano es, por tanto, la de ser un signo, como la estrella, que guíe el anhelo de Dios de toda la humanidad hacia Cristo, y convertirse en mediación para que Dios lleve a cabo la unidad de todos los pueblos.

Los Magos rinden homenaje al Niño abriendo los cofres de sus tesoros y ofreciendo sus dones que, desde la antigua tradición cristiana, se han entendido como signos de la misma identidad de Cristo: oro por su realeza, incienso por su divinidad; y mirra presagiando su muerte. 
La diversidad de dones, por tanto, es expresión de los distintos puntos de vista que cada tradición cristiana tiene de la persona y obra de Jesús. De manera que, cuando los cristianos se reúnen y abren sus cofres y sus corazones para rendir homenaje a Cristo, todos se enriquecen al compartir los dones de sus diversos puntos de vista. 

La estrella surgió en el Oriente (Mt 2, 2). Desde Oriente sale el sol, y desde lo que hoy conocemos como el Próximo Oriente, vino la salvación de nuestro Dios, por su infinita misericordia, bendiciéndonos con el nuevo amanecer que viene de lo alto (Lc 1, 78). Pero la historia del Próximo Oriente se caracterizó, y aún hoy se sigue caracterizando, por conflictos y luchas, y está manchada de sangre y oscurecida por la injusticia y la opresión. Recientemente, a partir de lo que se conoce como la Nakba palestina (término árabe con el que se denomina el éxodo de la población árabe palestina en la guerra de 1948), la región ha padecido una serie de guerras y revoluciones sangrientas, así como el auge del extremismo religioso. La historia de los Magos también está marcada por la oscuridad, como el caso de la orden despótica de Herodes de asesinar a todos los niños de Belén y sus alrededores con menos de dos años (Mt 2, 16-18). La crueldad de este relato resuena a lo largo de la historia del Próximo Oriente y también en su complicado momento presente. 

Fue en el Próximo Oriente donde la Palabra de Dios arraigó y dio sus frutos, y la cosecha fue de treinta, sesenta y hasta cien veces más. Y desde el mismo Oriente los apóstoles comenzaron a predicar el Evangelio hasta los confines de la tierra (Hch 1, 8). El Oriente Próximo ha dado miles de testigos y mártires cristianos. Y, aún hoy en día, esta pequeña comunidad cristiana se ve amenazada, por lo que muchos de sus miembros se ven obligados a buscar una vida más segura y en paz en otros lugares. Como la luz del Niño Jesús, la luz del cristianismo del Próximo Oriente está cada vez más amenazada en estos tiempos difíciles. 

Jerusalén es un símbolo importante para los cristianos, porque es la ciudad de la paz donde la humanidad fue salvada y redimida. Pero hoy en día la paz ha desaparecido de Jerusalén. Distintos partidos la reivindican, pero sin tener en cuenta a los demás. Incluso el culto y la oración en Jerusalén se han convertido en materia sobre la que se toman medidas políticas y militares. Jerusalén era la ciudad de los reyes, la ciudad en la que Jesús hará su entrada triunfal, aclamado como rey (Lc 19, 28-44). Por eso los Magos esperaban encontrar al nuevo rey recién nacido – según les había revelado la estrella – en esta ciudad real. Sin embargo, la narración nos dice que, en lugar de haber sido bendecida por el nacimiento del Rey Salvador, la ciudad de Jerusalén estaba envuelta en tumultos, al igual que hoy en día. 

Hoy, más que nunca, el Próximo Oriente necesita una luz celestial para acompañar a su pueblo. La estrella de Belén es una señal de que Dios camina con su pueblo, siente su dolor, escucha su grito y le muestra su compasión. Nos asegura que, aunque las circunstancias cambien y vengan terribles desastres, la fidelidad de Dios es infalible. El Señor ni duerme ni descansa. Camina al lado de su pueblo y sale a su encuentro cuando está perdido o en peligro. El camino de la fe es este caminar con Dios que siempre vela por su pueblo y que nos guía por las complejas sendas de la historia y de la vida. 

Para esta Semana de Oración, los cristianos de Oriente Próximo han elegido el tema de la estrella que surgió en el Oriente por diversas razones. Son muchos los cristianos occidentales que celebran la Navidad, la fiesta más antigua, que también es la fiesta principal para muchos cristianos orientales. Es la fiesta de la epifanía, la revelación de la salvación de Dios a todas las naciones en Belén y en el Jordán. Este énfasis en la teofanía (la manifestación) es, en cierta forma, uno de los tesoros que los cristianos del Próximo Oriente pueden ofrecer a sus hermanos y hermanas de todo el mundo. 

La estrella guía a los Magos haciéndolos pasar por el alboroto de Jerusalén, donde Herodes planea el asesinato de vidas inocentes. Todavía hoy en día, en varias partes del mundo, los inocentes sufren violencia y amenazas, y jóvenes familias han de huir de tiranos como Herodes y Augusto. En esas situaciones, los seres humanos buscan una señal que les confirme que Dios está con ellos. Buscan al rey recién nacido, rey de bondad, paz y amor. Pero, ¿dónde está la estrella que les guíe hasta él? La misión de la Iglesia es ser la estrella que ilumine el camino hacia Cristo, que es la Luz del mundo. Siendo estrella, la Iglesia se convierte en signo de esperanza en un mundo lleno de aflicción, y en signo de la presencia de Dios que acompaña a su pueblo en las dificultades de la vida. A través de la palabra y de la acción, los cristianos estamos llamados a iluminar el camino para que Cristo pueda revelarse de nuevo a todas las naciones. Pero las divisiones entre nosotros atenúan la luz del testimonio cristiano y oscurecen el sendero, impidiendo que otros puedan encontrar su camino hacia Cristo. Por el contrario, los cristianos unidos en la adoración a Cristo, abriendo los cofres de sus tesoros en un mutuo intercambio de dones, se convierten en un signo de la unidad que Dios desea para toda la creación. 

Los cristianos de Oriente Próximo ofrecen estos recursos para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos siendo conscientes de que el mundo comparte muchas de las aflicciones y dificultades que ellos mismos experimentan, y de que anhela una luz que lo guíe en el camino hacia el Salvador, que es el único que vence las tinieblas. La epidemia global y globalista de COVID-19 y la consecuente crisis económica, y el fracaso de las estructuras políticas, económicas, religiosas y sociales; junto al pecado de omisión cobarde de los cristianos para proteger a los más débiles y vulnerables, han subrayado la necesidad global de que una luz brille en las tinieblas. La estrella que brilló en Oriente, en Oriente Próximo, hace dos mil años nos sigue llamando a acudir al pesebre, donde Cristo nace. Nos conduce allí donde el Espíritu de Dios está vivo y operante, a la realidad de nuestro bautismo, y a la transformación de nuestros corazones. 

Después de encontrarse con el Salvador y adorarlo juntos, los Magos regresaron a sus países por un camino distinto, habiendo sido advertidos en un sueño. Del mismo modo, la comunión que experimentamos en nuestra oración compartida debe inspirarnos a regresar a nuestra vida, a nuestras Iglesias y a nuestro mundo también por nuevos caminos. Transitar un camino distinto es una invitación al arrepentimiento y a la renovación de nuestra vida personal, de nuestras Iglesias y de nuestra sociedad. Seguir a Cristo es nuestro nuevo camino, y, en un mundo volátil y cambiante, los cristianos deben permanecer tan firmes y estables como las constelaciones y los planetas. Pero, ¿qué significa esto en la práctica? Servir al Evangelio hoy exige el compromiso de defender la dignidad humana, especialmente en los más pobres, los más débiles y los marginados. Exige por parte de las Iglesias transparencia y responsabilidad en sus relaciones mutuas y en su relación con el mundo. Esto significa que las Iglesias deben cooperar para proporcionar alivio a los afligidos, para acoger a los desplazados, para confortar a los abatidos y para construir una sociedad justa y honesta. Se trata de una llamada a que las Iglesias trabajen juntas, de manera que los jóvenes puedan construir un futuro conforme al corazón de Dios, en el que todos los seres humanos puedan experimentar la vida, la paz, la justicia y el amor. El nuevo camino entre las Iglesias es el camino de la unidad visible que buscamos con abnegación, valentía y audacia, hasta el día en que "Dios sea soberano de todo" (1 Co 15, 28).

La unidad de los cristianos eleva nuestro corazón hacia aquel que guía nuestra peregrinación hacia la unidad, el Señor. «Guiados por el único Señor», que es el que encabeza nuestra marcha, superaremos las dificultades del camino y los obstáculos que impiden a las Iglesias avanzar por las sendas de la comunión. Cuando ponemos al Señor en el centro de nuestras vidas y de nuestras comunidades, su luz nos guía como la estrella que orientó la ruta de los Magos. Unamos nuestra súplica en esta eucaristía para que la vida de todos los cristianos sea reflejo de la luz de Cristo, siendo sus testigos al profesar una misma fe.

El ecumenismo del martirio

La persecución de los cristianos en el siglo XX, especialmente bajo los totalitarismos y el ateísmo impuesto, unieron radicalmente a cristianos de iglesias y confesiones que hasta entonces habían rivalizado en iglesias nacionales o confesionalismos estatales, como los papas contemporáneos supieron remarcar promoviendo el acercamiento y el ecumenismo del martirio. Muchas veces se han incluido también aquí la denuncia profética de la persecución encubierta o de la corrupción política o la injusticia social desde la clave de la fe unida a la caridad.

Oración

Oh Señor, Dios Padre nuestro, que enviaste la estrella para guiar a los Reyes Magos al encuentro de tu Unigénito; aumenta en nosotros la esperanza en ti y haznos tomar conciencia de que tú caminas siempre a nuestro lado, cuidando de nosotros. Enséñanos a ser fieles al rumbo que nos marca el Espíritu Santo, por extraño que pueda parecernos, para que así podamos alcanzar la unidad en Jesucristo, luz del mundo. Haz que nuestros ojos se abran a tu Espíritu, y reaviva nuestra fe, para que confesemos que Jesús es Señor, y así lo adoremos y nos llenemos de una inmensa alegría, como los Magos en Belén. Te lo pedimos en el nombre de tu Hijo Jesucristo. Amén.

lunes, 25 de enero de 2021

SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS Y PARA EL RESTO DEL AÑO 2021: "PERMANECED EN MI AMOR Y DARÉIS FRUTO EN ABUNDANCIA" 🙏🕁👪


Permaneced en mi amor 
y daréis fruto en abundancia


Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. El Padre corta todos mis sarmientos improductivos y poda los sarmientos que dan fruto para que produzcan todavía más. Vosotros ya estáis limpios, gracias al mensaje que os he comunicado. Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros. Ningún sarmiento puede producir fruto por sí mismo sin estar unido a la vid; lo mismo os ocurrirá a vosotros si no permanecéis unidos a mí. Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos. El que permanece unido a mí, como yo estoy unido a él, produce mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer. El que no permanece unido a mí, es arrojado fuera, como se hace con el sarmiento improductivo que se seca; luego, estos sarmientos se amontonan y son arrojados al fuego para que ardan. Si permanecéis unidos a mí y mi mensaje permanece en vosotros, pedid lo que queráis y lo obtendréis. La gloria de mi Padre se manifiesta en que produzcáis fruto en abundancia y os hagáis discípulos míos. Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Pero solo permaneceréis en mi amor si cumplís mis mandamientos, lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea completa. Mi mandamiento es este: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. El amor supremo consiste en dar la vida por los amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. En adelante, ya no os llamaré siervos, porque el siervo no está al tanto de los secretos de su amo. A vosotros os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí; fui yo quien os elegí a vosotros. Y os he destinado para que os pongáis en camino y deis fruto abundante y duradero. Así, el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. Lo que yo os mando es que os améis los unos a los otros. 


Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia 
(cf. Jn 15, 5-9)

La Semana de Oración por la Unidad de Cristianos 2021 ha sido preparada por la Comunidad Monástica de Grandchamp1. El tema escogido, Permaneced en mi amor y daréis fruto en abundancia, se basa en el texto de Juan 15, 1-17, y refleja la vocación a la oración, a la reconciliación y a la unidad de la Iglesia y de toda la familia humana de la Comunidad de Grandchamp. 

En la década de 1930, varias mujeres reformadas de la Suiza francófona pertenecientes a un grupo denominado las “Damas de Morges” redescubrieron la importancia del silencio para escuchar la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, redescubrieron la práctica de los retiros espirituales como medio para alimentar su vida de fe, inspirándose en el ejemplo de Cristo que se separó a un lugar solitario para orar. Pronto otros muchos comenzaron a unirse a estos retiros organizados periódicamente en la pequeña aldea de Grandchamp, cerca de las orillas del lago Neuchâtel. Debido al número creciente de participantes en los retiros y visitantes, hubo que organizar una plegaria continua en el monasterio, así como un servicio de acogida. 

Hoy la comunidad cuenta con cincuenta hermanas, mujeres de diferentes generaciones, de diferentes tradiciones eclesiales y de diferentes países y continentes. En su diversidad, las hermanas son una parábola viva de comunión. Permanecen fieles a la vida de oración, a la vida en comunidad y a la acogida de huéspedes. 

Las hermanas comparten la gracia de la vida monástica con los visitantes y los voluntarios que acuden a Grandchamp buscando un tiempo de retiro, de silencio, de sanación o tratando de encontrar sentido a sus vidas. Las primeras hermanas experimentaron el dolor de la división entre las Iglesias cristianas. En esta lucha, la amistad con el sacerdote Paul Couturier, pionero de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, fue un gran estímulo. Por ello, desde sus comienzos, la oración por la unidad de los cristianos ha estado en el centro de la vida de la comunidad. Este compromiso, junto con los tres pilares de Grandchamp, la oración, la vida comunitaria y la hospitalidad, constituyen la base de estos materiales. 

Permanecer en el amor de Dios es reconciliarse con uno mismo 

Las palabras francesas para monje y monja (moine/moniale) tienen su origen en el término griego μόνος que significa solo y uno. Nuestros corazones, cuerpos y mentes, lejos de ser uno, a menudo se encuentran dispersos e impulsados hacia diferentes direcciones. El monje o la monja desean ser uno en sí mismo y estar unidos a Cristo. Jesús nos dice «Permanece en mí como yo permanezco en ti» (Jn 15, 4a). Una vida íntegra presupone un camino de auto aceptación y de reconciliación con nuestras historias personales y heredadas. 

Jesús les dijo a sus discípulos: «permaneced en mi amor» (Jn 15, 9). Él permanece en el amor del Padre (Jn 15, 10) y no desea nada más que compartir ese amor con nosotros: «A vosotros os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que oí a mi Padre» (Jn 15, 15b). Al permanecer injertados en la vid, que es Jesús mismo, el Padre se convierte en nuestro viñador, que nos poda para hacernos crecer. Esto describe lo que sucede en la oración. El Padre es el centro de nuestras vidas y nos centra. Él nos poda y nos hace seres humanos completos y plenos para dar gloria a Dios. 

Permanecer en Cristo es una actitud interna que arraiga en nosotros con el paso del tiempo. Necesita espacio para crecer, y a veces está amenazada por las necesidades inmediatas, las distracciones, el ruido, la actividad y los desafíos de la vida. Geneviève Micheli, que más tarde se convertiría en la Madre Geneviève, primera superiora de la comunidad, escribió en 1938, período convulso para Europa, estas líneas que gozan aún de actualidad: 
Vivimos en una época tan alarmante como grandiosa, un tiempo amenazador en el que nada preserva el alma, en el que los rápidos éxitos alcanzados por los hombres parecen dejar a un lado a los seres humanos… Creo que nuestra civilización morirá en esta locura colectiva de ruido y prisas, en la que nadie puede pensar… Nosotros, los cristianos, que valoramos el sentido profundo de la vida espiritual, tenemos una inmensa responsabilidad, y hemos de tomar conciencia de que la unión y la ayuda mutua son fuente de serenidad, y crean refugios de paz, lugares existenciales en los que el silencio invoca a la Palabra creadora de Dios. Es una cuestión de vida o muerte. 
De permanecer en Cristo a dar frutos 

«La gloria de mi Padre se manifiesta en que produzcáis fruto en abundancia» (Jn 15, 8). No podemos dar frutos por nuestra cuenta. No podemos dar frutos separados de la vid. Lo que produce frutos es la savia, la vida de Jesús que fluye en nosotros. Permanecer en el amor de Jesús, seguir siendo un sarmiento de la vid, es lo que permite que su vida fluya en nosotros Cuando escuchamos a Jesús, su vida fluye en nosotros. Jesús nos invita a dejar que su palabra permanezca en nosotros (Jn 15, 7) y luego todo lo que le pidamos nos lo concederá. En su palabra damos fruto. Como personas, como comunidad, como Iglesia, deseamos unirnos a Cristo para perseverar en su mandamiento de amarnos unos a otros como él nos ha amado (Jn 15, 12). 

Permaneciendo en Cristo, la fuente de todo amor, el fruto de la comunión crece 

La comunión con Cristo exige la comunión con los demás. Doroteo de Gaza, un monje de la Palestina del siglo VI, lo expresaba de la siguiente manera: 
Suponed un círculo trazado sobre la tierra, es decir, una línea redonda dibujada con un compás en torno a un centro. Imaginaos que el círculo es el mundo, el centro Dios, y los radios los diferentes caminos o maneras de vivir que tienen los hombres. En la medida en que los santos, deseando acercarse a Dios, caminan hacia el centro del círculo, y van penetrando en su interior, entonces se van acercando también los unos a los otros. Y en la medida en que se van acercando unos a otros, se acercan simultáneamente a Dios. Y comprenderéis que lo mismo ocurre en sentido contrario, cuando nos alejamos de Dios y nos retiramos hacia afuera. Es obvio que cuanto más nos separamos de Dios, más nos alejamos los unos de los otros, y que cuanto más nos separamos los unos de los otros, más nos alejamos de Dios. 
Acercarnos los unos a los otros, vivir en comunidad, a veces con personas muy diferentes a nosotros mismos, puede ser un desafío. Las hermanas de Grandchamp saben de este desafío y para ellas la enseñanza del Hermano Roger de Taizé2 es muy útil: «No hay amistad sin purificación del sufrimiento. No hay amor al prójimo sin cruz. La cruz por sí sola nos permite conocer la profundidad insondable del amor»3. 

Las divisiones entre cristianos, que nos alejan a unos de otros, son un escándalo porque también nos alejan de Dios. Muchos cristianos, conmovidos por esta situación, oran fervientemente a Dios por la restauración de esa unidad por la que Jesús oró. La oración de Cristo por la unidad es una invitación a retornar a él y a acercarnos unos a otros, regocijándonos en la riqueza de nuestra diversidad. 

En la medida en que aprendemos de la vida comunitaria, nos daremos cuenta de que los esfuerzos por la reconciliación son costosos y exigen sacrificios. Pero nos sostiene la oración de Cristo, quien desea que seamos uno, así como él es uno con el Padre para que el mundo crea (Jn 17, 21). 

Permaneciendo en Cristo, el fruto de la solidaridad y del testimonio crece 

Aunque nosotros, como cristianos, permanecemos en el amor de Cristo, también vivimos en una creación que gime mientras espera ser liberada (cf. Rom 8). Atestiguamos que en el mundo existe el mal del sufrimiento y del conflicto. A través de la solidaridad con los que sufren, permitimos que el amor de Cristo fluya a través de nosotros. El misterio pascual da fruto en nosotros cuando ofrecemos amor a nuestros hermanos y hermanas, y así alimentamos la esperanza en el mundo. 

La espiritualidad y la solidaridad están intrínsecamente vinculadas. Al permanecer en Cristo, recibimos la fuerza y la sabiduría para actuar en contra de las estructuras de injusticia y opresión, para reconocernos plenamente como hermanos y hermanas en la humanidad, y ser creadores de una nueva forma de vida, en la que abunde el respeto y la comunión con toda la creación. 

El resumen de la regla de vida que las hermanas de Grandchamp recitan juntas cada mañana comienza con estas palabras: «orar y trabajar para que Dios reine». La oración y la vida cotidiana no son dos realidades separadas, sino que están destinadas a permanecer unidas. Todo lo que experimentamos está destinado a convertirse en un encuentro con Dios. 

Para el octavario de la Semana de Oración por la Unidad del 2021, os proponemos el siguiente itinerario de oración: 

Día 1: Llamados por Dios: «No me elegisteis vosotros a mí, fui yo quien os elegí a vosotros» (Jn 15, 16a). 
Día 2: Madurar internamente: «Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros» (Jn 15, 4a). 
Día 3: Formar un solo cuerpo: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12b). 
Día 4: Orar unidos: «Ya no os llamaré siervos... A vosotros os llamo amigos» (Jn 15, 15).
Día 5: Dejarse trasformar por la Palabra: «Vosotros ya estáis limpios por la palabra…» (cf. Jn 15, 3). 
Día 6: Acoger a los demás: «Poneos en camino y dad fruto abundante y duradero» (cf. Jn 15, 16b). 
Día 7: Crecer en unidad: «Yo soy la vid; vosotros, los sarmientos» (Jn 15, 5a). Día 8: Reconciliarse con toda la creación: «Para que participéis en mi alegría y vuestra alegría sea completa» (Jn 15, 11).

Oración 
Dios, Padre nuestro, Tú nos revelas tu amor en Cristo y en nuestros hermanos y hermanas. Abre nuestros corazones para que podamos aceptarnos con nuestras diferencias y vivir reconciliados. Concédenos vivir unidos en un solo cuerpo, para que se manifieste el regalo de nuestra propia persona. Que juntos seamos un reflejo de Cristo vivo.
Señor Jesús, toda tu vida fue oración, perfecta armonía con el Padre. A través de tu Espíritu, enséñanos a orar según tu voluntad de amor. Que los fieles del mundo entero se unan en intercesión y alabanza. y que venga tu reino de amor.
Espíritu Santo, fuego vivificador y aliento suave, ven y permanece en nosotros. Renueva en nosotros la pasión por la unidad, para que podamos vivir conscientes del vínculo que nos une a ti. Que todos los que nos hemos entregado a Cristo en el bautismo nos unamos y demos testimonio de la esperanza que nos sostiene.


En la década de 1930, un grupo de mujeres de la Iglesia Reformada de la Suiza francófona conocida como las “Damas de Morges” redescubrieron la importancia del silencio en la escucha de la Palabra de Dios, tomando como modelo a Cristo, que a menudo se retiraba en soledad para orar. Organizaron retiros espirituales, que abrieron a otras personas, y poco a poco se fueron consolidando estos retiros en Grandchamp, una pequeña aldea cerca del lago de Neuchâtel. Posteriormente, surgió la necesidad de establecer una presencia continua de oración y un servicio de acogida y hospitalidad. Por ello, una mujer, que sería posteriormente la Hermana Marguerite se estableció de manera fija en Grandchamp, a ella pronto se unirían otras dos mujeres. Geneviève Micheli, quien comenzó con los retiros, dirigió este modesto comienzo en la vida de oración y alentó a las primeras tres hermanas en esta aventura. Más tarde y a petición de sus hermanas, se convirtió en la madre superiora de la comunidad en 1944. 

Careciendo de experiencia, sin tener un libro de oración, ni una regla monástica, y dado que en ese momento en las Iglesias de la Reforma no había comunidades monásticas, las primeras hermanas recurrieron a los monasterios de otras confesiones en busca de orientación. Se abrieron a los tesoros de estas otras tradiciones. Tenían que aprender todo: cómo vivir una vida basada en la Palabra de Dios y la contemplación diaria, cómo vivir en comunidad y cómo recibir a otros con hospitalidad. 

Las primeras hermanas sufrieron por la división de los cristianos, particularmente la Madre Geneviève, quien entendió la gran importancia de la tarea ecuménica y teológica. Sin embargo, este trabajo tuvo que basarse en lo que ella considerada esencial, la oración a la luz de Juan 17, 21: «Te pido que todos vivan unidos. Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos estén en nosotros. De este modo el mundo creerá que tú me has enviado». Ella trató de dar su vida por la unidad en Cristo y por medio de Cristo, hasta el día en que Dios fuera todo en todos. Así que la vocación ecuménica de la Comunidad no fue una elección sino un don, una gracia recibida desde el principio y nacida de la pobreza. 

Esta gracia fue corroborada e impulsada por varios encuentros decisivos. Para la incipiente Comunidad uno de esos encuentros, fue con el padre Paul Couturier. Un sacerdote católico de Lyon, pionero del ecumenismo y de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, tal como la conocemos hoy. Se establecieron vínculos profundos entre él y las primeras hermanas, y él las acompañó fielmente en esta aventura espiritual, tal como se demuestra en la correspondencia muta. En 1940, P. Couturier escribía a la Madre Geneviève:
(...) Ningún retiro espiritual debe tener lugar sin que los cristianos salgan de él sin haber experimentado un agudo sufrimiento por las separaciones, y la determinación de trabajar por la unidad a través de la oración ferviente y la purificación progresiva. (...) Para mí, el problema de la unidad es primordial y fundamentalmente un problema de orientación de la vida interior. Por eso comprenderás cuánta importancia le doy a tu solicitud y al trabajo de los retiros espirituales. Oremos fervientemente, que es lo mismo que decir, permitamos que Cristo entre libremente en nosotros. 
Otro encuentro muy importante fue con Roger Schutz, el futuro hermano Roger de Taizé, que visitó Grandchamp en 1940. Su propia búsqueda fue alentada por la de las hermanas con las que se mantendría en contacto. Los lazos de comunión se desarrollaron a lo largo de los años y se hicieron mucho más sólidos a partir de 1953, cuando la Comunidad de Grandchamp adoptó la Regla y el Oficio de Taizé al instante de su publicación. El hermano Roger escribió: “La búsqueda constante de la unidad armoniza al ser humano: armoniza el pensamiento con los hechos y el ser con el hacer. Este equilibrio se adquiere en la medida en que nos esforzamos, con pasos constantes, en ser coherentes con lo mejor que hay en nosotros y ocupa nuestro núcleo más íntimo: Cristo, que habita en cada uno de nosotros”. 

Muy pronto, junto con los Hermanos de Taizé y las Hermanitas de Jesús, las hermanas de Grandchamp también fueron llamadas a hacer vida la sencillez de la oración y la amistad en pequeñas comunidades, a menudo en áreas desfavorecidas, particularmente en Argelia, Israel, Líbano y en barrios obreros de diversos países de Europa. Los profundos vínculos establecidos con los vecinos e Iglesias locales les permitieron descubrir la diversidad de ritos litúrgicos en la Iglesia universal, e incluso se abrieron a establecer encuentros con otras religiones. 

La vocación ecuménica de Grandchamp hizo que la comunidad se comprometiera con la tarea de la reconciliación de los cristianos, de la familia humana y de toda la creación. Como comunidad, las hermanas de Grandchamp descubrieron muy rápidamente que esta vocación exige primero encarnar la reconciliación, tanto a nivel personal como a nivel comunitario. Inmediata- 65 mente después de la Segunda Guerra Mundial, hermanas alemanas y holandesas (influenciadas por los eventos recientes), seguidas por hermanas de Indonesia, Austria, Congo, la República Checa, Suecia y Letonia pertenecientes a diferentes denominaciones, se unieron a las primeras hermanas de Suiza y Francia. La comunidad actualmente cuenta con unas cincuenta hermanas de diferentes generaciones. 

Como todos los bautizados, las Hermanas están llamadas a responder a la vocación profunda inscrita en su propio ser: ser en comunión. ¿Cómo ser en comunión sin la aceptación de nuestras diferencias? Las diferencias son un don de Dios y al mismo tiempo un desafío formidable. Conformada por diferentes confesiones, idiomas, culturas y generaciones, la comunidad enfrenta el desafío de vivir la unidad en la diversidad, a su manera. Esta diversidad también implica diferentes formas de orar, pensar, actuar, relacionarse, así como diversidad de caracteres. ¿Cómo puede uno trabajar por la reconciliación, si no es viviendo el perdón día tras día? Esto requiere sobretodo trabajarse uno mismo y luego trabajar nuestras relaciones personales, confiando en la misericordia de Dios. Todo comienza dentro del corazón, donde está la raíz de toda división, las heridas más profundas necesitadas de ser visitadas por la paz sanadora de Dios. La unidad entre nosotros es, pues, el fruto de la lenta y paciente transformación de nuestras vidas, que el Espíritu logra con nuestro consentimiento. 

La oración litúrgica es la columna vertebral del día de Grandchamp y reúne a la comunidad cuatro veces al día. Estos momentos de oración litúrgica ayudan a las hermanas a interiorizar la vida de Cristo a través del Espíritu Santo. 

El icono de la Trinidad en el centro de la capilla de Grandchamp, da la bienvenida a las hermanas en silencio. Las invita a entrar en la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para dejar que este amor crezca dentro y fluya entre ellas y se dirija hacia aquellos que vienen como visitantes. Luego, a menudo hay un intercambio de dones. ¡A las hermanas les gusta decir que siempre reciben más de lo que dan! 

Esta acogida ha permitido encuentros sorprendentes con personas que han sensibilizado a la comunidad hacia la no-violencia del Evangelio: Jean y Hildegard Goss, Joseph Pyronnet y Simone Pacot, quienes iniciaron las sesiones “Bethesda”, de gran talante evangelizador. Al mismo tiempo, ha aumentado de manera muy palpable la conciencia de las hermanas sobre la ecología, a través del desarrollo de un huerto orgánico, el uso de productos ecológicos y el cuidado en la forma de alimentarse, de viajar, de gestionar los bienes o de lo que significa vivir en solidaridad. Es por eso que las hermanas se preocupan 66 por forjar vínculos e intercambios con otras comunidades, grupos, movimientos y personas comprometidas, particularmente con las redes de comunidades religiosas y/o monásticas a nivel local, regional, internacional y ecuménico; e igualmente cuidan las relaciones a nivel de diálogo ecuménico y diálogo interreligioso, y con movimientos por la reconciliación, la justicia, la paz y la integridad de la creación. 

A pesar de su renovación, que las hermanas agradecen, como muchas otras comunidades religiosas en Europa, se enfrentan a su debilitamiento por el envejecimiento vital de sus miembros, lo que les obliga a ser creativas. Igual que las primeras hermanas tuvieron que depender de la ayuda de los demás, las hermanas de hoy dependen de la ayuda externa para seguir ofreciendo el servicio de acogida. Por eso realizan una oferta para voluntarios a los que invitan a compartir su vida de oración y trabajo. Esta invitación está abierta, en primer lugar, a los jóvenes, aunque no existe límite de edad, y se dirige a personas de todos los continentes que buscan sentido a sus vidas, a cristianos de diferentes denominaciones, hermanas y hermanos de otras comunidades, a veces participan también judíos, musulmanes y fieles de otras religiones, o personas sin ninguna filiación religiosa específica. De esta manera, la comunidad desea convertirse en una casa de oración para todos, un lugar de acogida, diálogo y encuentro. 

La realidad de debilitamiento de otras comunidades religiosas en su misma situación ha creado un nuevo ministerio, el de la escucha junto a otros religiosos para poder discernir la llamada que se les dirige en estos tiempos y cómo responder a ella. Es una nueva gracia poder ser un lugar de oración y un signo de reconciliación conjunta. De ahí que durante seis años una de las hermanas de Grandchamp haya vivido en Francia en una hermandad ecuménica compuesta por hermanas de cuatro comunidades diferentes. Desde hace varios años, las hermanas han realizado viajes para experimentar la vida en Israel, aprovechando visados de tres meses. Una de las hermanas se unió a una hermandad de las Hermanitas de Jesús para compartir sus vidas cotidianas. Poco después, otras dos hermanas experimentaron la vida en una comunidad de Carmelitas de San José. Actualmente algunas hermanas están en Taizé de manera informal. Estas nuevas experiencias son nuevos regalos que la comunidad va recibiendo. 

El trabajo del Consejo Ecuménico de Iglesias ocupa un lugar importante en la oración de Grandchamp. Todos los lunes por la noche, las hermanas rezan utilizando las intercesiones del Ciclo Ecuménico de Oración propuesto por el CEI. Las hermanas han tenido el privilegio de participar en varias asambleas del CEI: en Vancouver, Harare y Porto Alegre. Durante varios años, las Hermanas estuvieron presentes, durante el curso escolar, en el Instituto Ecuménico de Bossey, una pequeña comunidad de oración, hospitalidad y amistad. 

La vida religiosa ocupa un lugar privilegiado, aunque muy oculto, en el camino de la reconciliación de las Iglesias. Habla del Cristo resucitado, del don de una comunión que siempre se ofrece y que el Espíritu Santo hace florecer en una multitud de rostros y dones. Puede servir como levadura en la masa, como fermento de unidad, porque nos lleva a las profundidades del misterio de la fe en un camino de conversión y transformación continua. Y en algunas circunstancias, la vida religiosa puede ayudar a las personas a trascenderse a sí mismas. A veces, y sin que lo sepamos, puede tener repercusiones en alguna otra parte del Cuerpo de Cristo. André Louf lo expresó con las siguientes palabras: 
En una Iglesia dividida, el monasterio constituye instintivamente la «tierra de nadie» del Espíritu. El monasterio debe ser una tierra ecuménica por excelencia. Puede prefigurar comuniones que existen en otros lugares solo en la esperanza. Donde sea que esté, un monasterio no pertenece fundamentalmente a la ortodoxia o al catolicismo, pues estos están opuestos temporalmente, y el monasterio, por el contrario, es un signo de la Iglesia indivisa hacia la que hoy el Espíritu nos guía enérgicamente. 
1 Ver también la presentación de la Comunidad al final del folleto o en www.grandchamp.org
2 La Comunidad de Grandchamp y la de los hermanos de Taizé en Francia están unidas en primer lugar por la historia de sus orígenes, pero también por el hecho de que las hermanas de Grandchamp basaron su Regla en el libro mencionado en la nota 3. 
3 Hermano Roger de Taizé, Les écrits fondateurs, Dieu nous veut heureux (Taizé: Les Ateliers et Presses de Taizé, 2011), 95.
4 Este texto se reproduce bajo la responsabilidad de la Comunidad de Grandchamp, que preparó el texto base de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos 2021.