LA PULPERÍA
En sus orígenes, las pulperías vendían hortalizas, verduras, granos, café, azúcar, cecina, licores y jabones, además de herramientas, pero con el correr del tiempo incorporaron prácticamente de todo en sus espacios.
Estaban suficientemente abastecidas de productos importados de la mejor calidad y una de sus características era la limpieza y el uso de la balanza de dos platos con sus correspondientes pesas para que el cliente viera su compra bien pesada.
Eran uno de los canales de distribución más importantes de aquellos tiempos, tanto en Caracas como en el interior del país, brindando atención personalizada a sus clientes, crédito… ¡y hasta ñapa!
La «ñapa», aunque arraigada como un modismo venezolano, realmente viene de la palabra «lagniappe» del creole francés usado en Luisiana, a su vez una adaptación del quechua cuyo significado era «dar un poco más».
Por lo general, no disponían de caja registradora sino de una gaveta de madera instalada debajo del mostrador, con espacios separados para centavos, lochas y moneda fuerte; al llenarse, se vaciaba hacia un rincón del mostrador.
Este detalle no pasaba desapercibido para los muchachos y, los más osados, usaban una caña liviana a la que untaban cera para deslizarla, ante un descuido del pulpero, por alguna rendija hacia el rincón… ¡y alguna moneda se pegaba!
Una vez en poder de las monedas las gastaban en la propia pulpería, dándose un «atracón» de dulces y otras golosinas.
Basado en los estudios filológicos de Joan Corominas, autor de “Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana» (1954) reduplicó lo que este había examinado acerca del término en cuestión, al que asoció con pulpa. Para ratificar este supuesto recordó el caso de Cuba, donde al vendedor de pulpa de tamarindo se le llamaba pulpero. No obstante, advirtió que era una designación muy reciente. No parecía muy común en tiempos de colonización y conquista, porque en tiempos del Antiguo Régimen los españoles no se dedicaban a la venta de pulpas de frutas y tampoco, las pulpas eran el artículo principal ofertado por las pulperías.
Lo cierto resulta ser su generalización en América. Rosenblat recordó que el Cabildo de Caracas estableció límites al funcionamiento de pulperías en Caracas. Para el 15 de marzo de 1599, al haber muchos pulperos en la ciudad, se impuso que debían funcionar sólo cuatro pulperías en ella. Durante el Antiguo Régimen hubo un gremio de pulperos. Los bodegueros y pulperos tuvieron importante actuación en algunos levantamientos civiles como en el de 1749 con la insurrección de Juan Francisco de León. En Los pasos de los héroes de Ramón J. Velásquez puso en evidencia que, los viajeros que visitaron Venezuela aludieron de alguna forma a las posadas, mesones y pulperías que se encontraron durante su estadía por el país.
Velásquez puso de relieve la diferencia entre bodega y pulpería. Mientras la primera se asoció con dependencias de categoría, las pulperías eran bodegas de poca monta e intercambio al menudeo, entre ellas mencionó las que funcionaron hasta el período gomecista dentro de las haciendas. Expresó que la pulpería fue toda una institución en Venezuela como las que se instalaron en tiempos de la Guipuzcoana o los almacenes que desarrollaron los alemanes en San Cristóbal, Puerto Cabello, Ciudad Bolívar y Caracas. El inmigrante que pisaba estas tierras le quedaban dos alternativas: “la guerra y el comercio”, de acuerdo con sus aseveraciones. Muchos inmigrantes pasaron de pulpero a bodeguero o almacenista, aunque con pocas posibilidades de ascenso social. “Uno de los pocos pulperos en saltar el mostrador hacia más altos destinos fue Ezequiel Zamora. En cambio, Rosete fue pulpero de mala ralea”.
Este mismo historiador indicó que la pulpería resultó ser el tiempo y un espacio para socializar. Ella fue lugar para el chismorreo e información de variedad de asuntos. Dentro de sus prácticas es posible ratificar el despliegue de un espacio público. En ella se ofertaba diversidad de bienes y también se conversaba de multiplicidad de cuestiones. En un espacio territorial de predominio rural, como la Venezuela decimonónica, se medía la distancia con la mediación de una pulpería a otra. La distancia se medía por cada diez horas de jornada a caballo. Este mismo historiador expresó que, junto a la pulpería estaba el corralón para la arria. Después de la cena, se presentaba un intermedio musical y artístico en que la copla era la invitada estelar. No faltaría el Guarapo, el cocuy, la menta o el malojillo, al interior de las pulperías.
El historiador Rafael Cartay, en su texto” Fábrica de ciudadanos. La construcción de la sensibilidad urbana” (Caracas 1870-1980), señaló que la vida caraqueña en las postrimerías del siglo XVIII se caracterizó por su sencillez y simplicidad. Citó a Arístides Rojas para ratificar que era una experiencia vital que podía resumirse con cuatro palabras: comer, dormir, rezar y pasear. Se comía en familia varias veces al día y en horarios distintos a los de ahora. A partir del mediodía hasta el final de la siesta, a las tres de la tarde, todas las puertas de las casas estaban cerradas y, tanto plazas como calles, se encontraban solitarias.
Cartay destacó que en casi todas las casas se rezaba el rosario, a las siete de la noche. Para inicios del siglo XIX el espacio público seguía siendo restringido. Cartay rememoró que Francisco Depons había observado una ciudad en la que no existían paseos públicos, ni liceos, ni salones de lectura ni cafés. Por eso subrayó que cada español vivía en una suerte de prisión, solo salía a la iglesia y a cumplir con obligaciones laborales. Sin embargo, las fiestas no sobraban, aunque monopolizadas por la iglesia.
Las diversiones de los sectores populares se reducían a las peleas de gallo, los toros coleados, los juegos de baraja y naipes y los encuentros en bodegas y pulperías donde sus asiduos visitantes se dedicaban a hablar de política, hablar de religión, hablar mal del prójimo y averiguar la vida ajena, según lo expresara Delfín Aguilera en 1908. Quizás, lo más importante de una aproximación a la historia de la ciudad por medio de la pulpería es que ofrece la oportunidad de visualizar cambios. Cambios que se fueron desplegando con el ensanchamiento del espacio público, aunque también permite apreciar la cotidianidad de un país cuando la ruralidad y sus inherencias fueron las dominantes.
LA PULPERÍA
Viajando por tu maravillosa América a veces me asaltan la vista rótulos de "pulpería", tras lo que vienen a mi mente restos de nostalgia infantil, recuerdos con sabor a leche de burra, pirulines y guayaba, así como de inocencia y candor, de épocas en que fuimos espontáneos y buenos. Por décadas anduve preguntando... "pulpería"... ¿de dónde y por qué la palabra?... Hasta que arribé a Coro un día y la bella Thania Castellanos (nombre de cantactriz), junto a la inteligente y maga Merlin Rodríguez, Directora de Patrimonio Cultural, fraternamente escoltadas ambas por la señorita Carolina Matheus, me depositó en manos un brillante libro de Rafael Ramón Castellanos Villegas, su padre, "Historia de la pulpería en Venezuela" (ISBN-980300-2325), que disipó mis interrogaciones.
Por causas que escaso conocemos, durante la Colonia hubo en América productos muy llamativos, como la pulpa de tamarindo, que entre otras era vendida en ciertos espacios de dispensa comunitaria a los que nombraban pulperías, las que además de sal, azúcar, legumbres, menestras, hígado para chanfaina, mondongo, olletas de lenguas, chorizo rancio de color ladrillo ––y de ‘figura desvergonzada’, dice en 1825 el iracundo y mordaz abogado dominicano Pedro Núñez de Cáceres–– incluían en su oferta al público billar, cantina, hospedaje, caneyes para caballos y mulas, además de aguardiente. En cierto instante las autoridades coloniales prohibieron que las pulperías atendieran a su público "tras las oraciones" (después de seis de la tarde) pues los escándalos y relajos interrumpían la santa noche, o vedaron servir a la vez a hombres y mujeres ––para que la cercanía física no se volviera excesivamente cercana–– o bien obligaron a sus dueños a atender tras una reja, de manera que la gente arribara exclusivamente a comprar, no a platicar. Estúpidas maneras de represión social que estilaron las autoridades reales y que copian siglos después hombres con mentalidad golpista que decretan toques de queda.
Castellanos ––autor adicionalmente de la biografía "Bolívar Coronado" en torno al compositor del famoso joropo Alma Llanera, de una zarzuela, de libros que atribuía a novelistas célebres y de reportajes de una guerra mundial que jamás conoció, así como de otros escritos bajo 600 seudónimos–– plantea varias opciones sobre el origen de "pulpería" pero se centra en dos mayormente posibles:
pulquería, que se corrompió y derivó luego a la otra palabra, aunque se descarta pues pulque sólo hay en México; y la más verosímil, que viene de "pulpa". Antes de la conquista, empero, ya existían pulperías en España, por lo que se deduce que el vocablo no es americano. Es interesante observar que en Centroamérica, según informantes, sólo Honduras emplea tal término para tal significado; no existe en el resto de países de la región.
El contenido referencial se complementa con el lingüístico, ya que con frecuencia se cita párrafos de época: las pulperías eran posadas donde se ofrecía medicamentos y "guruperas, ritrancos, pretales, enjalmas, frenos, mecates, arrias, cinchas, espuelas"…
El volumen citado se enriquece también con un maravilloso regalo para historiadores y autores de novela histórica: una larga lista de productos (con sus costos de entonces) que América importaba desde Europa hacia 1825 y que son toda una fuente de descripción comercial:
balduques, bayetas, reatas, calcetas, cotonas, lienzos (Fougeres, Royales, Choles), cuchillos, hachas, pistolas, vinos (de Málaga, Tudela, San Lúcar, claretes, Lucena, Moscatel), tinteros, baúles… Relatos de viajeros que cruzaron Sudamérica en todos los tiempos y que dejaron en libros y revistas su impresión sobre aquellos lares se suman al contenido de este brillante trabajo investigativo del Doctor Castellanos, hombre tan amante del libro y los libros que ha fundado tres librerías, siendo la última una "de viejo" (Gran Pulpería del Libro Venezolano) situada en Caracas y que cuenta en su catálogo con la nada despreciable cifra de 3.5 millones de ejemplares…
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Ahora voy a averiguar por qué a las pulperías las nombramos "truchas" (pequeñas tiendas).
VER+:
Una librería suele ser un puente para acceder a muchos territorios. La Gran Pulpería del Libro Venezolano y el profesor Rafael Ramón Castellanos, respectivamente, fueron constructores de puentes para muchos coleccionistas quienes nutrieron sus patrimonios a través de las múltiples adquisiciones que hacía la librería gracias a sus redes (en una época cuando aún no existía Internet) y a la habilidad del profesor de negociar las mejores condiciones para sus amigos y clientes. No hay ninguna duda de que esta librería de títulos de segunda mano –librería de viejo, dicen en España– continúa como una de las más grandes del mundo y con mayor variedad de autores y obras. Si estuviera ubicada en México o Buenos Aires, se hallaría incluida en la magnífica serie que dirigió Jorge Carrión, Booklovers, disponible gratuitamente en el canal de la Fundación Caixa.
No recuerdo ningún momento de mi vida en que los libros no tuvieran presencia. Mi madre fue gran lectora; las vicisitudes que le tocó vivir acentuaron ese hábito. Entre mamá y yo se tejió una complicidad inquebrantable hacia la lectura y los libros y cuando cumplí dieciocho años ella fue a una librería de la que le habían hablado unas amigas, ubicada en el Pasaje Zingg, de Caracas, y me compró un extraordinario libro de fotografía. Dijo que el librero ‒una persona muy amable‒ se lo había recomendado y que la tienda, además, era tan particular, que apenas al verla entendería por qué debería conocerla; lo cual hice unas semanas después.
Una colección es también una obra. La Pulpería fue la obra máxima de un hombre de provincia que se dedicó a guardar la memoria de un país caribeño fragmentado por una historia convulsa de saltos y sobresaltos, una inestabilidad permanente donde aquellos objetos acumulados por años guardan las claves más profundas de nuestra identidad. A todos los que coleccionábamos, Castellanos nos guardaba pacientemente muchas piezas.
La Gran Pulpería del Libro Venezolano (GRANPLIV) | La pulpería más grande de Caracas
Las pulperías en la Caracas del siglo XV by Ana Araujo
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