HISPANIDAD O ‘HISPANCHIDAD’
Entre las generaciones más jóvenes aflora un malestar que se desagua de las formas más variopintas, desde la flojera y pesadumbre de vivir hasta la rabia más feroz; expresiones todas ellas propias de pueblos sin futuro. Y entre estas expresiones se cuenta un rechazo creciente a los «panchitos», que es como ahora llaman a las gentes procedentes de la América hispánica. En ese rechazo se entremezclan en zurriburri todos los detritos del pensamiento antiespañol y anticatólico, desde el «supremacismo» racial más abyecto hasta el europeísmo más servil; y, para denigrar el concepto de Hispanidad, se ha acuñado el parónimo burlesco de «Hispanchidad». Curiosamente, este rechazo a los «panchitos» está aflorando sobre todo en ámbitos derechoides, donde en apariencia más se promueve la idea de Hispanidad. ¿O será que en realidad se promueven sucedáneos?
Hace algún tiempo un líder de la derecha autóctona, invitado por un lobi gringo, remató su lamentable discurso con un grotesco «God bless America and Hispanicity». Donde por «America» no se refería al continente americano, sino a los Estados Unidos, según la abusiva sinécdoque que los yanquis han convertido en lema de su imperialismo rapaz. Pero pedir a Dios que bendiga de una tacada a Estados Unidos y a la Hispanidad es tan delirante (y maligno) como pedir que bendiga a la vez la gonorrea y el amor conyugal. Esta misma confusión se ha naturalizado en Madrid, donde se engalanan las calles y se disponen recursos públicos para que diversas comunidades hispanoamericanas celebren ignominiosamente las «independencias» de sus respectivos países. Permitir que se celebren esas festividades antiespañolas (sufragándolas, para más inri, a costa del erario) nada tiene que ver con la Hispanidad; como tampoco tiene nada que ver con la Hispanidad contratar por cifras millonarias a cantantes «latinas» más viejas que la Tana que han probado su servilismo a los Estados Unidos. Desde la derecha se está promoviendo desnortadamente una «Hispanchidad» que acabará convirtiendo nuestras capitales en imitaciones casposas de la muy casposa Miami, donde las sectas protestantes hacen su agosto entre los hispanoamericanos más pobres, mientras los más ricos acaparan los pisos de los barrios pijos, inflando el mercado inmobiliario, y nos advierten de los peligros de las dictaduras bolivarianas fumándose un puro. La derecha española, en fin, está promoviendo una «Hispanchidad» colonizada mentalmente por los Estados Unidos que es la antítesis de la Hispanidad. Frente a la unidad civilizadora y orgánica de la Hispanidad, bajo el fundente de una fe común, se promueve la unidad de hormiguero que interesa al mundialismo, con pueblos hispánicos convertidos en masa colectánea degradada por los subproductos culturales gringos.
Y esa «Hispanchidad», en una sociedad desnortada, está engendrando rechazo hacia los pueblos de la América hispánica, que es la mayor vileza en la que un español puede incurrir.
HISPANCHISMO
Ahora resulta que la culpa de que en Madrid en verano sólo haya ancianos solitarios e hispanoamericanos currando y que al poner un café alguien diga «preciosura» no es de la política inmigratoria del PSOE o del peperismo «de todos los acentos» o de la natalidad por los suelos; la culpa es de la Hispanidad.
O como dicen algunos: de la hispanchidad o del hispanchismo, jugando con lo de «panchos» (Internet está dando un Losantos Colectivo igual de desorientador).
Ya sabíamos que muchos españoles no entendían «la idea de España»; no debe extrañarnos que a muchos, algún amigo entre ellos, no les entre fácilmente la «idea de Hispanidad».
Algunos la rechazan porque se quedan en la raza. Son etnonacionalistas, o algo así, que ignoran la importancia de la lengua española y cuyo etnicismo, al final del día, no distingue entre un marroquí y uno de Caracas.
Son «basados». Bros que miran la ventana de Overton como Bin Laden las Torres Gemelas. Pero ¿por qué se quedan ahí, en lo de «panchitos»? Yo extendería la exigencia al producto nacional y pediría certificados de limpieza de sangre, acreditación de hidalguía (basta con ver el semblante) y un CI superior a 120. Los que no, a nadar al mar, ¡que están sobrando!
Estas personas han amenizado el verano ignorando o queriendo ignorar que lo que llaman hispanchidad lo pensaron Zacarías de Vizcarra, el párroco vasco que escribiera Vasconia españolísima, Ramiro de Maeztu, mártir del nacionalismo español, Francisco Franco o Blas Piñar, que ahora serían unos boomers, unos masonazos, disidencia controlada o incluso juguetes del sionismo.
Entre los moderados de la prensa tradicional y los inmoderados del Interné la verdad es que estamos apañaos…
Esto de arremeter contra la hispanidad se parece un poco a aquello de «que se vayan los catalanes» y tras el error se adivina también un comprensible hartazgo y algunas razones.
Porque no se puede disculpar el impacto en el precio de la vivienda, por poner un ejemplo, con el camelo cateto de convertirnos en Miami; la Hispanidad tampoco deja de tener un aire elitista e intelectual que nada consuela al que ve empeorar sus condiciones de vida (en servicios, salario, vivienda o seguridad, que hay donde elegir) y no pocas veces se presenta como una forma de escapismo persiguiendo los molinos de la Leyenda Negra; adopta ahora la hispanidad, para colmo, una forma nueva e izquierdista que pretende «derrotar al anglo» con una geopolítica como de película de Tony Leblanc.
La hispanidad tiene, por su misma definición y catolicidad, un ecumenismo, un universalismo que a veces puede ignorar la estricta y amenazada españolidad. Pero decía Morente que España sin hispanidad sería el hueco, la tumba de España, y es verdad que la hispanidad parece la idealidad o sustancia de lo español, lo superespañol o lo que siendo español ya no sólo le pertenece a España; su herencia y proyección.
Esto del hispanchismo, mezclar las churras de la hispanidad con las merinas de la inmigración, lleva una clara intención política, aunque guiado por la buena fe (que no es el caso) podría conducir a una discusión sobre los límites, impactos y maneras de la inmigración legal. Asunto que algunos países ya juzgan con la pesarosa sensación de haber llegado tarde. Un debate pertinente que exige realismo y pluralidad de enfoques y que se hará mejor (suicida sería lo contrario) con la óptica de la hispanidad que sin ella.
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