EL Rincón de Yanka: PRADA

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viernes, 8 de agosto de 2025

"HABLEMOS EN SERIO DE INMIGRACIÓN" por JUAN MANUEL DE PRADA


Hablemos en serio de inmigración

«La izquierda caniche denuncia el auge del racismo y la islamofobia, mientras insiste en su política de fronteras abiertas; o sea, en su defensa del libre tráfico de esclavos. La derechita valiente reclama 'deportaciones masivas', pero se olvida siempre de denunciar un orden económico ávido de mano de obra barata»
Las revueltas recientes en Torre Pacheco han presentado elementos inconfundibles de operación de falsa bandera –¡esos agitadores «ultras» venidos de otras regiones!– y han sido mediáticamente engordadas por orden monclovita, para hacer olvidar a las masas cretinizadas los oprobiosos vínculos del doctor Sánchez con el proxenetismo. Pero, dejando aparte estos extremos, han vuelto a mostrarnos cómo la izquierda caniche y la derechita valiente se retroalimentan, bajo la mirada complaciente del partido de Estado. La izquierda caniche denuncia el auge del racismo y la islamofobia, mientras insiste en su política de fronteras abiertas; o sea, en su defensa del libre tráfico de esclavos, que es lo que interesa a la plutocracia a la que sirve. En cuanto a la derechita valiente, reclama «deportaciones masivas» y mete a los «menas» en todos los guisos, pero se olvida siempre de denunciar un orden económico ávido de mano de obra barata. Y, ¡vaya por Dios!, también se olvida de mencionar que Mujamé, responsable de desviar alevosamente hacia España la purrela de indeseables que no quiere en su país, es el niño mimado e intocable de Israel, faro moral de nuestra derechita valiente.

En realidad, a la izquierda caniche y a la derechita valiente sólo los mueve el común afán por pescar votos en río revuelto, fingiendo antagonismos mientras sirven al mismo amo. Para poner freno a la inmigración inmoderada haría falta, en primer lugar, devolver la dignidad a los oficios manuales, creando las condiciones para que los trabajos en el campo, en la hostelería o en la industria estén dignamente remunerados y resulten apetecibles para la población autóctona. Y, por supuesto, habría que acabar paralelamente con un sistema educativo mórbido, dopado de becas y saturado de universidades de la señorita Pepis, que es el refugio de toda la vagancia juvenil autóctona y la fábrica de una muchedumbre de zoquetes con titulitis que prefieren amueblar el paro juvenil antes que remangarse y doblar el espinazo. Pero las fallidas economías europeas (con la española a la cabeza) prefieren abastecerse de una mano de obra siempre más barata; y así las avalanchas inmigratorias y el paro juvenil no harán sino hipertrofiarse, hasta la metástasis final.

Sin embargo, para combatir las avalanchas inmigratorias no bastaría con una reforma económica copernicana como la que acabamos de describir (reforma que, misteriosamente, ni la izquierda caniche ni la derechita valiente mencionan en sus soflamas). Según un estudio reciente de Eurostat, sólo el 23,6 por ciento de los hogares del pudridero europeo cuenta entre sus ocupantes con menores de edad (y casi la mitad de ese exiguo porcentaje cuenta sólo con un único menor de edad). En el 76,4 por ciento de los hogares europeos, pues, sólo viven adultos (muchos de ellos, por cierto, completamente solos). Nos hallamos, pues, ante una sociedad atrincherada en los sótanos más inmundos de la infecundidad, sumida en la más cenagosa bancarrota demográfica y moral. La tasa de fertilidad entre las mujeres españolas, por ejemplo, se halla en un exiguo 1,12 (muy lejos de la tasa mínima de reemplazo generacional, que se sitúa en el 2,1), un mínimo histórico que sitúa a España como uno de los países con menor fecundidad del pudridero europeo, sólo por encima de Malta. Y esa cifra no hace sino descender año tras año, pues nuestra población joven ha sido formada en esa religión avizorada por Chesterton, que a la vez que exalta la lujuria prohíbe la fecundidad; y, en consecuencia, se aferra a la promiscuidad y a los derechos de bragueta, toma anticonceptivos como si fuesen gominolas, rehúye los compromisos fuertes y abomina de la institución familiar. Y, en caso de que algún joven no haya sido moldeado en esta religión proterva, el Régimen del 78 se encarga de dificultarle al máximo el acceso a la vivienda y de condenarlo a la precariedad laboral. Y es que la reducción de la natalidad es un plan sistémico puesto en marcha hace muchas décadas, en obediencia a las consignas plutocráticas.

Entretanto, las mujeres marroquíes residentes en España tienen casi tres veces más hijos que las autóctonas. En apenas dos o tres décadas, los 'españoles viejos' sólo seremos mayoría en los arrabales de la senectud, convirtiéndonos en una carga insoportable para el Estado, que no podrá pagar jubilaciones con las cotizaciones exiguas de los inmigrantes que han trabajado por sueldos ínfimos; y que tal vez tenga que ofertar suicidio asistido a todo quisque, como antes ofertaba viajes del Imserso. ¿Cómo evitar este futuro que nos aguarda a la vuelta de la esquina? Las 'ayudas a la natalidad' se han probado casi inútiles y de un coste exagerado allá donde se han arbitrado, porque las generaciones que han sido moldeadas en el culto a la religión avizorada por Chesterton no cambian su mentalidad hedonista a cambio de una limosna. Para evitar ese futuro previsible, tendría que producirse una completa 'metanoia' social que hiciese abominar a las generaciones futuras de las monstruosas ideas heredadas de sus padres. Sólo si esa radical 'metanoia' –que, en último término, es de naturaleza religiosa– se produce sería posible una reconstrucción política, económica y social y podría abordarse el problema inmigratorio seriamente.

De lo contrario, la izquierda caniche y la derechista valiente nos seguirán aturdiendo con sus impiedades desgañitadas y sus utopías malsanas, azuzando los bajos instintos de una población tan rabiosa como yerma, mientras los timoneles del pudridero europeo –aquí el partido de Estado, con los tontos útiles peperos poniendo parches cuando los estropicios lo exigen– nos llevan al barranco. Recordemos aquella lúcida afirmación de Will Durant: «Una gran civilización no es conquistada desde fuera hasta que no se ha destruido a sí misma desde dentro»..

Juan Manuel de Prada

lunes, 21 de julio de 2025

"LA VERDAD SOBRE LA CORRUPCIÓN" por JUAN MANUEL DE PRADA

LA VERDAD SOBRE 
LA CORRUPCIÓN

Donoso Cortés afirma que detrás de todo problema político subyace un problema teológico. Es una verdad muy profunda que sistemáticamente se ignora, con la consiguiente adopción de remedios por completo inanes, cuando no catastróficos, en la solución de los problemas políticos. Ocurre así, por ejemplo, con el problema de la corrupción, que ahora florece en las filas socialistas; pero que en puridad es un problema endémico (y constitutivo) del Régimen del 78.

Siempre que estalla un escándalo de corrupción en el seno de tal o cual partido político, aparece su líder haciendo pucheros y sosteniendo que, frente a unos pocos corruptos, militan en su partido muchísimas más personas honradas que trabajan abnegadamente en beneficio de «la ciudadanía» (cada vez que se utiliza esta expresión hay que echarse a temblar). Pero lo cierto es que la corrupción en el régimen político vigente es sistémica, con independencia de que en los partidos haya más o menos militantes honrados o corruptos, por la sencilla razón de que existe un marco filosófico, jurídico y político concebido para favorecer la corrupción, que es el marco liberal.

El liberalismo, por decirlo sucinta y brutalmente, es la santificación del pecado original. Quizá no haya evidencia teológica más abrumadora que la del pecado original; pero las ideologías modernas, hijas todas del liberalismo, se han dedicado maniáticamente a negarla, a veces proclamando eufóricamente que el hombre es bueno por naturaleza y que le basta dejarse conducir por su naturaleza para comportarse con rectitud, a veces afirmando aciagamente que la naturaleza humana está irremisiblemente corrompida y que al hombre no le queda otro remedio sino sobrevivir como una alimaña en medio de alimañas. Inevitablemente, si el hombre no está dañado por el mal, o está dañado irremisiblemente, puede dedicarse a la acumulación de riquezas, algo sobre lo que nos alertaba la moral clásica, y hasta hacer de dicha acumulación un signo de salvación, tal como proclamaba el calvinismo. Pronto, esta nueva moral del dinero se haría doctrina política y económica, exaltando el individualismo y corrompiendo el fin último de una política digna de tal nombre, que es el bien común, destruyendo los frenos morales que la conciencia del pecado original introducía en toda vida que aspiraba a ser virtuosa. El afán de lucro, a la postre, es una forma monstruosa de espiritualidad, más que una concupiscencia material.

Y este afán de lucro, que oscurece el orden moral objetivo, crea una mentalidad depravada, obsesionada por satisfacer intereses particulares, gangrenada de envidia social, que genera una corrupción social generalizada. 
El capitalismo, en contra de lo que piensan los ilusos, no es tan solo una doctrina económica, sino una visión antropológica y ontológica disolvente, un sucedáneo religioso en el que el dinero ocupa el lugar de Dios. Sobre esta base corrupta y corruptora crece, además, el moho del sistema partitocrático, que promueve la adhesión partidista como forma de medro personal y que acaba parasitando a la comunidad política, colonizando y vampirizando todas las instituciones sociales, del municipio a la corporación, de la universidad a las cajas de ahorros. 
La partitocracia destruye la comunidad política y fomenta un ethos social corruptor, favoreciendo por un lado la demogresca (de tal modo que a las masas cretinizadas sólo indigne la corrupción del partido con el que no simpatizan) y promoviendo, paralelamente, la demolición de las virtudes privadas y públicas, hasta lograr que la sociedad chapotee en un lodazal, mientras la clase dirigente se dedica al trinque y al mangoneo.

La partitocracia, sobre la base de la santificación del pecado original promovida por el liberalismo y el afán de lucro canonizado por el capitalismo, es una fábrica de hombres depravados y un régimen constitutivamente corrupto que garantiza el carácter sistémico e irrestricto de la corrupción y favorece su impunidad. 
Este es el régimen corrupto que-nos-hemos-dado; y ni todos los juristas del mundo, haciendo uso de las leyes más severas y refinadas, podrían combatirlo. Sólo aceptando el problema teológico subyacente se puede combatir la corrupción; mientras se haga omisión de una realidad humana y teológica tan incontestable, todo será como arar en el mar. Y, entretanto, como nos enseña Vázquez de Mella, seremos tiranizados: 
«La tiranía es una planta que sólo arraiga en el estiércol de la corrupción. Es una ley histórica que no ha tropezado con una excepción. En un pueblo moral, la atmósfera de virtud seca esa planta al brotar. Ningún pueblo moral ha tenido tiranos y ninguno corrompido ha dejado de tenerlos».
La corrupción política.Lágrimas en la lluvia (20 Enero 2013) coloquio completo


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domingo, 20 de julio de 2025

"GROTESCOS DEBATES PROGRES": ESTOS REPORTEROS SON PERSEGUIDOS PORQUE CANTAN LAS VERDADES por JUAN MANUEL DE PRADA

 

GROTESCOS DEBATES PROGRES

Juan Manuel de Prada

Estos reporteros son perseguidos porque cantan las verdades del barquero a la patulea que nos gobierna
Aceptar las premisas del enemigo condu­ce siempre a la derrota; pero, tristemente, es la afición vergonzante de la derecha fel­pudo. Así está ocurriendo ahora con el de­bate intestino que los progres se han montado en torno a una reforma del reglamento del Congreso que impide el acceso al antro de «seudoperiodistas financiados por la ultraderecha». Al parecer, un pe­riodista progre pero no desquiciado ha alertado so­bre el peligro latente de que tal reforma ampare en el futuro una deriva autoritaria; y enseguida otros periodistas progres y completamente desquiciados han salido en tromba a demonizarlo.

De inmediato.la derecha felpudo se hasumado al debate. haciendo pandilla con el periodista pro­gre pero no desquiciado.aceptando la premisa de que los reporteros a quienes la reforma de marras pretende silenciar son «seudoperiodistas financiados por la ultraderecha». Pero, aun aceptándola, la derecha felpudo alerta sobre el peligro de que ma­ñana el doctor Sánchez amplíe la prohibición: y de que para entonces no haya nadie que pueda defendernos de los abusos del poder, si ahora no se de­ fiende a los «seudoperiodistas financiados por la ul­traderecha», aunque sea tapándonos las narices.

Ignoro quién financia a esos reporteros que se atreven a hacer las preguntas impertinentes que la prensa lamerona y generosamente untada no hace; pero, viéndolos tan menesterosos y con sus micró­fonos descangallados, debe de ser un financiador muy rácano. En este rincón de papel y tinta somos firmes detractores de la llamada «libertad de expre­sión», como en general de toda libertad a la que no se le añade un «para qué»; pues, desprovista de una finalidad legítima la libertad se convierte en un ins­trumento nihilista: libertad para sembrar el odio y extender la mentira, libertad para envilecer los es­píritus e inclinarlos al mal. Estos reporteros no son perseguidos porque ejerzan la «libertad de expre­sión» que a liberales y progres tanto gusta; son per­seguidos porque cantan las verdades del barquero a la patulea criminal que nos gobierna, porque la asaltan en los pasillos del Congreso para rebozarle por sus morros ahítos lo que la prensa lamerona y rumbosamente untada oculta servilmente: que son puteros, que son ladrones, que son yernos de rufia­nes, que son una chusma vil que merece, además de un castigo severísimo, el escarnio público. Los per­siguen porque son el niño de la fábula que se atreve a decir que el rey va desnudo, mientras la prensa la­merona y rumbosamente untada se dedica a describirnos sus imaginarios ropajes.

A estos reporteros menesterosos los persiguen porque, a su modo cachondo y expeditivo, procla­man las fechorías que la organización criminal go­bernante desea silenciar. Basta ya de hacer el caldo gordo en grotescos debates progres sobre los «límites» de la esa «libertad de expresión» que el progre­sismo siempre ha utilizado para sembrar el odio y extender la mentira, para envilecer los espíritus e inclinarlos al mal.

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sábado, 19 de julio de 2025

"LA OPINIÓN DE LOS HOMBRES" por JUAN MANUEL DE PRADA 💬

LA OPINIÓN DE LOS HOMBRES

Son muchas las personas que me escriben o me preguntan la razón por la que he dejado de intervenir en 'tertulias' radiofónicas o televisivas. Sin duda, se trata de personas cándidas que viven en Babia.

En un pasaje especialmente abyecto de su Contrato social, Rousseau se refiere sin empacho a la necesidad de conformar la 'opinión pública' de forma inducida: «La voluntad es siempre recta, pero el juicio que la guía no siempre es esclarecido. Hay que hacerle ver los objetos tal cual son. Todos tienen igualmente necesidad de guías. Hay que obligar a unos a conformar sus voluntades a su razón; hay que enseñar a otros a reconocer lo que quieren». Y, un poco más adelante, Rousseau apuntala esta visión ignominiosa del ser humano con un apotegma maligno: «Corregid las opiniones de los hombres y sus costumbres se depurarán por sí mismas».

Para coronar un ejercicio de ingeniería social que cambie las costumbres de los hombres, convirtiéndolos en un rebaño fácilmente manipulable, hay primero que corregir sus 'opiniones'. ¿Y cómo se 'corrigen' las opiniones de los hombres? En los regímenes totalitarios antañones, la fórmula era muy sencilla: se recurría a la técnica del martillo pilón, que golpeaba machaconamente las meninges de la pobre gente sometida, hasta molturar sus almas: los comisarios políticos repetían como papagayos la doctrina de obligado cumplimiento; la propaganda oficial ubicua se preocupaba de recordarla a cada instante; y las cachiporras se encargaban de aleccionar a los disidentes. Pero este método, propio de regímenes totalitarios, no resulta presentable en los regímenes democráticos, que proclaman una fingida 'libertad de opinión'; y tampoco resulta eficaz y operativa, pues la doctrina que se impone con violencia o siquiera obligatoriamente acaba siendo detectada incluso por las personas más lerdas, que procuran zafarse de su influjo (porque a nadie le gusta que le den la tabarra y le digan lo que tiene que pensar). Así que los regímenes democráticos han probado otros sistemas más sofisticados para corregir las opiniones de los hombres.

Para ello, hay que crear lo que Marcuse denominaba una «dimensión única de pensamiento», infundiendo en los hombres la creencia ilusoria de que piensan por sí solos, cuando en realidad están siendo dirigidos por otros. Tal ilusión se genera consiguiendo que los individuos «internalicen» o hagan suyos una serie de paradigmas culturales que el sistema les impone, para convertirlos en seres pasivos, conformistas y gregarios, sometidos a consignas que confunden con expresiones emanadas de su voluntad (esa voluntad que el bellaco de Rousseau consideraba siempre «recta», aunque necesitase «guías» que encarrilasen su «juicio»). Para lograr esta «dimensión única de pensamiento» manteniendo el espejismo de que existe una sacrosanta pluralidad, los regímenes democráticos limitan las ideas que pueden ser sometidas a discusión o controversia, mediante la imposición de unas premisas fundamentales que permanecen tácitas o inexpresadas. 

Se otorga la voz a personas que comparten unas mismas premisas que sin embargo nunca se enuncian; y se las pone a 'debatir' fingidamente en representación en representación de los negociados ideológicos en liza, siempre sobre cuestiones menores (aunque presentadas con mucha grandilocuencia tremebunda, para que parezca que son cuestiones primordiales), con un ardor tan enconado y una apariencia de disentimiento tan aspaventera y chirriante que la gente ingenua piensa que defienden posiciones contrarias (cuando en realidad están de acuerdo en lo fundamental). Como ha señalado Noam Chomsky, «la forma inteligente de mantener a las personas pasivas y obedientes es limitar estrictamente el espectro de la opinión aceptable, pero permitir un airado debate dentro de este espectro (incluso fomentando puntos de vista críticos y disidentes). Esto les brinda a las personas la sensación de que hay un libre pensamiento aconteciendo, pese a que todo el tiempo los presupuestos del sistema están siendo reforzados por los límites impuestos en el espectro del debate».

Cualquier opinión que contradiga las premisas fundamentales sobre las que se sostiene el sistema, cualquier pensamiento que se salte los límites impuestos al debate, acaba siendo silenciado. Durante algún tiempo, en mi participación en estos cochambrosos lodazales mediáticos donde se representa una apariencia de debate, logré camuflar mis pensamientos disolventes de las ideologías en liza mediante el uso de la prudencia y hasta de la disciplina del arcano. Pero tarde o temprano te calan, descubren que eres un elemento peligroso y te expulsan. That´s all, folkes. 


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La DURÍSIMA Crítica de Juan Manuel de Prada a Los Medios de Comunicación


viernes, 18 de julio de 2025

"UN FALSO DILEMA": MONARQUÍA REPUBLICANA por JUAN MANUEL DE PRADA


Un falso dilema

Observa Gustave Thibon que, en las sociedades fuertes y sanas, las instituciones estaban por encima de los individuos que las representaban: el matrimonio estaba por encima de los contrayentes, la monarquía estaba por encima del rey, el Papado estaba por encima del papa, etcétera. 
«Entonces –escribe Thibon– se podía uno permitir el lujo de criticar a tal rey o tal papa sin que el principio mismo de la monarquía o de la autoridad pontificia se inmutasen». 
Y esto ocurría porque las instituciones eran amadas por encima de las personas concretas que coyunturalmente las representaban; y la invectiva dirigida contra una de estas personas específicas en nada afectaba a la institución. 
En las sociedades decadentes ocurre exactamente lo contrario: sólo se aceptan las instituciones a través de las personas que las representan, a las que se ensalza hipócritamente hasta extremos grotescos; pero tal adulación discurre paralela al creciente deterioro de las instituciones, que entretanto han extraviado su naturaleza.

El principio monárquico es consustancial 
a la formación misma de España

Siempre me ha resultado enternecedora esa gente ingenua que se desgañita, proclamándose contraria a la monarquía y defensora de la república, como si la monarquía vigente en España no fuese en puridad una república coronada que acata todos los principios republicanos. 
Por lo demás, si olvidamos los principios (como gusta hacer nuestra época), concluiremos que lo importante no es tanto quién ejerce el gobierno como el propósito con que lo ejerce. Aristóteles distinguía dos tipos de gobiernos: 
los que atienden al bien común y los que atienden intereses particulares. Y, parafraseando a Aristóteles, podríamos afirmar que sólo existen dos tipos de gobernantes: 
los que defienden al pueblo del Dinero y los que defienden al Dinero del pueblo. La monarquía se creó, precisamente, para defender al pueblo del Dinero, encumbrando a un hombre tan alto que pudiera mirar a los dueños del Dinero por encima del hombro, como si fuesen alfeñiques. Pero, al convertirse en repúblicas coronadas, las monarquías han pasado a servir al Dinero, como cualquier república presidida por Trump o Macron o cualquier otro chisgarabís lacayo del Dinero. La gente ingenua partidaria de la república cultiva la ilusión de que pone y quita gobernantes con su voto; en cambio, nunca se pregunta por qué todos los gobernantes que pone y quita son igualmente lacayos del Dinero.

El principio monárquico es consustancial a la formación misma de España y a su organización política; y ha sido desde tiempos inmemoriales el principio de legitimación última de cualquier régimen que haya aspirado al establecimiento de un mínimo de convivencia entre españoles. Desde la época visigótica, los pueblos hispánicos han marchado por la senda de la monarquía; una monarquía que, en la tradición española, no fue absoluta, sino con los diversos estamentos debidamente representados en cortes o estados generales, y con el rey jurando el fuero de sus súbditos. 
Que el principio monárquico es consustancial a España lo demuestra, por ejemplo, que el general Prim, tras la Revolución de 1868, estableciera como forma de gobierno una parodia de monarquía, importando un rey extranjero, Amadeo de Saboya, y tratando de fundar una nueva dinastía. Se trataba, por supuesto, de una tramoya que, como otras posteriores, desvirtuaba la naturaleza de la institución monárquica, convirtiéndola disimuladamente en república coronada. José María Pemán lo explicaba con palabras tan clarividentes como demoledoras en ABC, allá por 1964: 
«Creo que todo el dilema está planteado entre una monarquía de tipo tradicional, social y representativa, y una fórmula incógnita, indefinida e innominada que, perfílese como se perfile, tendría sustancia republicana. 
De esos dos términos, uno de ellos (la monarquía tradicional) tiene perfil claro y definido. El otro es vago y confuso. Tan confuso que yo incluiría en él, por definición excluyente, todo lo que 'no es' monarquía tradicional, todo lo que tiene 'sustancia republicana': 
desde la República democrática, pasando por el 'presidencialismo', hasta la propia monarquía liberal y parlamentaria, que, entre nosotros, ya ha demostrado ser un principio de República. Sospecho que si alguien la defiende hoy en España es con intención –o al menos con riesgo grave– de que sirva de puerta y preámbulo para la República. Es la monarquía de los republicanos; y me parece lícito incluirla en el segundo término del dilema».
Incluiría en el primero en un falso dilema que se alimenta para engañar a la gente y fomentar el desprestigio de la institución monárquica.

viernes, 20 de junio de 2025

"ATRAPADOS EN LOS ESTABLOS DE AUGIAS" por JUAN MANUEL DE PRADA

Atrapados en los 
establos de Augias

Es natural que el partido de Estado, timonel del Régimen del 78, esté gangrenado por la corrupción, pues ha sido durante décadas el encargado de desmantelar la economía nacional y de satisfacer los intereses plutocráticos, garantizando a la vez la paz social
Es una bendición del cielo que el doctor Sánchez, en su afán por blindarse legalmente y blindar a su chusma adlátere, se niegue a convocar elecciones; también que toda la patulea que lo sostiene en el poder persevere en su apoyo, para poder dedicarse descaradamente al expolio del erario público, aprovechando su debilidad creciente. Y decimos que es una bendición del cielo porque, entretanto, crece la desafección hacía el Régimen del 78, sobre todo entre la juventud más despierta.

Es natural que el partido de Estado, timonel del Régimen del 78, esté gangrenado por la corrupción, pues ha sido durante décadas el encargado de desmantelar la economía nacional y de satisfacer los intereses plutocráticos, garantizando a la vez la paz social; y una misión tan abyecta y traidora de los obreros tiene que ser remunerada muy rumbosamente. Lo que ahora está ocurriendo ante nuestros ojos es la metástasis de esa cleptocracia abominable, dedicada durante décadas a la almoneda de la riqueza nacional. Esto ha sido siempre, desde su refundación por la CIA en Suresnes, el partido de Estado; no existe un 'PSOE bueno' frente a un 'PSOE malo', como pretenden los bobalicones y loritos sistémicos.

Cuando se comenta la metástasis de corrupción que gangrena al partido de Estado se parte siempre de una visión errónea, sacralizadora del Régimen del 78, que carga las tintas en una supuesta naturaleza humana podrida, en la línea de lo que predicaba el nefasto Bentham: «No ha existido, ni puede existir un hombre que, pudiendo sacrificar el interés público al suyo personal, no lo haga. Lo más que puede hacer el hombre más celoso del interés púbico, lo que es igual que decir el más virtuoso, es intentar que el interés púbico coincida con la mayor frecuencia posible con sus intereses». Se trata de una visión típicamente protestante, que considera erróneamente que el pecado original ha corrompido por completo la naturaleza humana. De este modo, la política se tiene que rodear de trabas legales que preserven la res publica frente al acoso de los egoísmos personales. Así se niega la vocación comunitaria del ser humano, su condición de «animal político» que anhela la consecución del bien común.

En la oposición conceptual entre lo privado y lo público que plantea Bentham se halla la razón última de la sacralización del Estado: puesto que la esfera privada está regida por el egoísmo, conviene crear una esfera incontaminada para lo público. Dicha sacralización del Estado se inició con la invención de la soberanía, fruto de la necesidad de erigir ídolos propia de las sociedades donde declina la fe religiosa. La corrupción, según esta visión errónea, se convierte en una suerte de profanación de ese ente sacralizado que es el Estado; y sólo puede ser producto de la malignidad de los políticos, de su avaricia o su ambición (o, en las versiones más chuscas y grimosas de corrupción, incluso de su lujuria, como ocurre ahora en el partido de Estado, donde quien no es putero es rufián o usufructuario de prostíbulos). De este modo, la chusma comandada por el doctor Sánchez se convierte en culpable de la profanación; y el sacralizado Régimen del 78 queda salvado.

Pero la realidad es muy diversa. Existe otra explicación mucho más plausible del fenómeno de la corrupción, que es la que nos ofrece Polibio en el libro VI de sus 'Historias', donde nos presenta su concepto de 'anaciclosis', que explica la evolución y degeneración de los regímenes políticos. Polibio considera que las diversas formas de gobierno no son estáticas, sino que tienden a transformarse y corromperse debido a diversos factores internos, desde el abuso de poder o la decadencia moral. Y esto, que ocurre con las formas de gobierno virtuosas, ocurre mucho más virulentamente con las formas de gobierno viciadas de origen. Frente a la oclocracia de Cartago, que considera la forma de gobierno más viciada, Polibio opone la forma mixta característica de Roma, que combina elementos de la monarquía (los cónsules con poderes ejecutivos), la aristocracia (el senado, que controla las finanzas y la política exterior) y la democracia (los comicios populares que eligen a los magistrados). Así, mediante esta forma mixta de gobierno, se crea a juicio de Polibio un equilibrio de pesos y contrapesos que retrasa y cohíbe la corrupción.

Pero si hasta las formas mixtas de gobierno acaban corrompiéndose, como le ocurrió a la propia república romana, ¿qué podemos decir de formas de gobierno viciadas 'ab initio', como la instaurada por el Régimen del 78? Dicha forma de gobierno presenta una fachada falsamente mixta, con una monarquía convertida en dontancredo inane y decorativo, con una falsa aristocracia formada por la chusma oligárquica de los partidos políticos (donde no faltan los puteros y los rufianes) y una democracia de pacotilla, sin representación política alguna. El Régimen del 78 instauró, en fin, una partitocracia, acaso la forma más degenerada de oclocracia, porque a la vez que saquea el erario público y coloniza y pervierte todas las instituciones sociales, fomenta un 'ethos' social corruptor, favoreciendo por un lado la demogresca que encizaña a los españoles y los incapacita para las empresas comunes y azuzando los más bajos instintos mediante leyes aberrantes que convierten los crímenes más abominables en derechos de bragueta.

La partitocracia instaurada por el Régimen del 78 es una fábrica de hombres depravados que garantiza el carácter sistémico de la corrupción, así como su impunidad. Dejémonos, pues, de glosar con vuelo gallináceo los episodios chuscos de la corrupción del partido de Estado; y centremos nuestro ardor censorio en los establos de Augias que la cobija y la eligió como timonel.

Juan Manuel de Prada


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miércoles, 9 de abril de 2025

YO DENUNCIO AL RÉGIMEN DEL 78 🙋 Y ACUSO AL TRIBUNAL CONSTITUCIONAL DE ABOLIR LA PRESUNCIÓN DE INOCENCIA DEL VARÓN


YO DENUNCIO EL RÉGIMEN DEL 78

Publicaba hace unos pocos días Juan Soto Ivars un resonante y valeroso artículo* de reminiscencias zolescas en ‘El Confidencial’, donde denunciaba una ignominiosa trapisonda jurídica perpetrada por el llamado Tribunal Constitucional. El caso, en verdad escandaloso, encoge el ánimo; aquí no desgranaremos sus vicisitudes, pero en resumidas cuentas ampara el secuestro de los hijos por parte de una madre que había interpuesto denuncia por «violencia de género» contra el padre; denuncia que, antes de que el llamado Tribunal Constitucional fallase concediendo amparo a la mujer, se había probado falsa (si bien el tribunal que tendría que haber procedido contra la denunciante se había limitado a sobreseerla). El llamado Tribunal Constitucional, sin embargo, finge desconocer este hecho crucial, otorgando valor probatorio a una denuncia rocambolesca que, de este modo, se erige en verdad irrefutable. «Es el mismo mecanismo –escribe Soto Ivars– que vemos a diario en la prensa, el ‘yo sí te creo’, sólo que disfrazado con togas y larguísimos retruécanos jurídicos»; o la imposición de la ideología feminista sobre la realidad.
Hacia el final de su gallardo artículo, Soto Ivars lanza una batería de acusaciones: 
«Yo acuso, primero, a los legisladores que introdujeron la disparidad penal y la alimentaron con nuevos leños; y acuso a la prensa que no ha investigado sus consecuencias; y acuso también a los jueces que no deducen testimonio ni siquiera cuando tienen la certeza de que una denuncia es espuria y malintencionada; y acuso al Tribunal Constitucional [...], no ya por abolir la presunción de inocencia del varón, sino la inocencia probada, con este amparo». Son muchas acusaciones que podrían resumirse en una: bajo el Régimen del 78, el Derecho ha dejado de ser determinación de la justicia, para convertirse en un barrizal positivista nacido del puro arbitrio del poder, que utiliza las leyes y las sentencias judiciales para imponer su voluntad. 

En el caso que nos ocupa, el arbitrio del poder consiste en imponer la ideología feminista como verdad incoercible; y para imponerla se recurre a todo tipo de iniquidades y aberraciones jurídicas. Primeramente, se aprueban en el Parlamento por unanimidad (importa resaltar este hecho) leyes aberrantes que permiten elevar las penas en los casos en que el varón sea el agresor y la mujer la víctima, en flagrante conculcación del principio de igualdad ante la ley; leyes aberrantes que, además, invierten la carga de la prueba, conculcando también la presunción de inocencia. A continuación, los miembros y miembras del llamado Tribunal Constitucional reciben –en palabras de Alfonso Guerra, que nos reveló esta enormidad hace algunos años, después de que esos miembros y miembras le fuesen a llorar lágrimas de cocodrilo– «fuertes presiones» para establecer la constitucionalidad de la ley aberrante (o sea, que prevaricaron a sabiendas). 

Una vez conseguido que una ley aberrante se vuelva inatacable, se siembra el terror entre jueces y fiscales, para que ninguno ose rechistarla y apliquen sañudamente una presunción de culpabilidad al varón, a la vez que hacen la vista gorda ante el alud de denuncias falsas que esta ley aberrante propicia y fomenta. Y, por si aún se colara algún atisbo de justicia entre tal maraña de enjuagues inicuos, el llamado Tribunal Constitucional emerge de nuevo, para garantizar que las conductas delictivas de cualquier mujer queden impunes y que los hombres, por el mero hecho de serlo, sean castigados, aunque se haya probado que son inocentes.

Esta acción del llamado Tribunal Constitucional no es sino un aderezo hediondo –otro más– del pastel cocinado en los hornos del Régimen del 78, que ha convertido el Derecho es un mero acto de voluntad del poder que puede albergar en su seno los fines más injustos; entre ellos, por supuesto, dar satisfacción a las ansias sórdidamente vindicativas de la ideología feminista. Bajo el Régimen del 78, el poder político tiene una capacidad demiúrgica para crear leyes que respondan a la ideología reinante en cada momento y que determinen arbitrariamente lo que es justo. El Estado se convierte así en un creador caprichoso de justicia, una «Gorgona del poder», según la célebre expresión de Kelsen, que –¡por supuesto!– garantiza que la interpretación de las leyes se haga a gusto del poder político, mediante la creación del llamado Tribunal Constitucional y mediante la intervención del poder político en la actuación de jueces y tribunales: bien de forma material (mediante nombramientos de magistrados que sean jenízaros de la ideología reinante, a través del llamado Cgpj, otro órgano político), bien de forma «espiritual», aterrorizando y amenazando a los jueces que no pueden controlar materialmente con ordalías mediáticas, si osan desafiar la ideología reinante.

El Régimen del 78, en fin, consagra la forma más monstruosa de totalitarismo, en la que el poder político configura el Derecho arbitrariamente y sin relación alguna con una idea de justicia (nihilismo jurídico), para estrangular el horizonte vital de las personas sometidas a su dominio, a las que impone la destrucción de los vínculos y la disolución de las instituciones que las defienden, empezando naturalmente por la familia (nihilismo existencial). Debemos denunciar este Régimen oprobioso, que ampara la conversión del Derecho en puro ejercicio de la fuerza al servicio de la ideología reinante.



Yo acuso al Tribunal Constitucional *
de abolir la presunción de inocencia del varón


Yo acuso, primero, a los legisladores que introdujeron la disparidad penal y la alimentaron con nuevos leños; y acuso también a los jueces que no deducen testimonio ni siquiera cuando tienen la "certeza" de que una denuncia es espuria y malintencionada

El Tribunal Constitucional, con una ponencia de la magistrada María Luisa Balaguer, acaba de garantizar la impunidad para un crimen. Una sentencia ampara el secuestro de los hijos por parte de una madre, siempre y cuando ella haya interpuesto antes una denuncia por violencia de género contra el padre, y sin importar que sea falsa o el acusado esté absuelto. Suena crudo, pero así es lo que acaba de salir de una sala del Constitucional.
No sorprende que esto venga firmado por María Luisa Balaguer, quien en una entrevista en Público hace tres años decía: “Yo soy persona de formulaciones teóricas y dogmáticas en mi vida” e “institucionalmente el tema de ser mujer me condiciona mucho”. La prueba de este dogmatismo, de este condicionante identitario, lo tenemos blanco sobre negro en la sentencia que convierte al varón en culpable pese a estar absuelto y a la mujer en un ser incapaz de mentir.

Llevo años estudiando los excesos de la ley de violencia de género y sucesivas, pero este caso, por venir del Constitucional, podríamos decir que va un paso más allá. La cosa empieza cuando un matrimonio se va a vivir a Vitoria y tienen un hijo. Cuando el crío tiene 2 años, el hombre pide el divorcio. A los pocos días, la mujer se lleva el niño a Coruña sin consentimiento del padre. Es un secuestro, estilo Juana Rivas. Como él pide a las autoridades que devuelvan al niño a Vitoria, la ex lo amenaza con una denuncia por violencia de género.
Una particularidad de este caso es que sabemos a ciencia cierta que hay un chantaje, porque la abogada de la mujer, que es amiga suya, le dice a un amigo común que haga entrar en razón al ex. El amigo de la pareja, escamado, graba la conversación. Lo que la abogada plantea es lo siguiente: si el hombre se establece en Coruña, no habrá problemas y le darán un régimen de visitas amplio; pero si no acepta este trato, lo denunciarán por violencia de género.

Como el hombre no quiere mudarse a Coruña, le cae la denuncia por violencia de género en el Juzgado de Violencia sobre la Mujer de Coruña. No es pequeña: según el texto, en noviembre de 2020, empezó una discusión. Él le habría dicho "lárgate, que si no voy a empezar a gritar y a tirar cosas", y como ella insistiera, contó que el acusado la cogió por el cuello con las dos manos, la tiró contra el suelo, le gritó "te voy a abrir el cráneo, te voy a matar" y le propinó varias patadas en el muslo izquierdo. Luego la volvió a coger por el cuello con una sola mano y la lanzó contra una puerta. La agarró por los pelos y la llevó a rastras al salón y la lanzó contra una librería, y luego la cogió por el brazo, se lo retorció y la tiró al suelo otra vez.
Todo esto era mentira. Insostenible, según los jueces de Coruña. No hay parte de lesiones que atestigüe esta paliza ni remotamente, pero sí hay, por contra, un parte médico de él: tiene dos hernias y una lesión lumbar que le hace difícil levantarse de un sofá. Es un hombre impedido. Los jueces sabían perfectamente que la mujer había engordado su denuncia de manera artificial y que la había usado como chantaje. Todo esto no es una opinión mía: queda escrito en las sentencias judiciales.

En España, sin embargo, las denuncias falsas en violencia de género no existen. Y no existen porque la Justicia no las persigue. Y no las persigue (sospecho) porque los jueces no quieren problemas con el feminismo dogmático y militante. Pese a que el escrito judicial donde se absuelve al hombre es demoledor y claro con las intenciones de la denunciante, lo único que hizo el Juzgado de Violencia sobre la Mujer de Coruña fue denegar la orden de protección a la mujer y absolver al hombre.
Estas son las palabras del juez: “No son pocas las ocasiones en supuestos de violencia de género o doméstica en que late la sospecha de motivaciones espurias en la denuncia (...) en este caso la duda ha dado paso a la certeza”. 
¿La procesan entonces a ella porque tienen la “certeza” de que la denuncia es “espuria”? Como digo: no. Despertar en un juez la certeza de que estás utilizando las medidas de protección para las maltratadas sin serlo, para hacer daño, no comporta demasiados riesgos.

En paralelo, mientras el proceso penal seguía su curso, se ha decidido por lo contencioso que la custodia será de la madre, pero a condición de que el niño viva en Vitoria. Hay que señalar aquí algo: la dificultad de cualquier hombre para lograr una custodia compartida, incluso en las condiciones más sangrantes. Los juzgados le dan la custodia a ella a pesar de que el hombre está capacitado, tiene un buen trabajo, un horario espectacular y una familia que le puede ayudar, y pese a que saben que ella está desequilibrada, que toma medicación para controlar la ira y que le ha puesto al hombre denuncias tan infundadas como para que le nieguen a ella la orden de protección, que se da con bastante ligereza y es lógico, porque nadie quiere pillarse los dedos. Así y todo, es su negativa a ir a Vitoria lo que empieza a inclinar la balanza.
La mujer protesta: dice que ella tiene derecho a vivir donde desee. El juzgado le contesta que ella sí puede vivir donde quiera, pero que, apelando al interés superior del menor, el niño ha de estar con ambos, es decir, en Vitoria. Con lo que finalmente, después de dos años de secuestro y ante la presión judicial, el niño vuelve a Vitoria con el padre. La madre, en este momento, ya ha decidido que prefiere ir de visita. Sin embargo, apela al Constitucional, y aquí es donde viene lo gordo.

El fanatismo hecho sentencia

Ya se ha dicho que el hombre quedó liberado de toda sospecha y que la denunciante quedó impune pese a la “certeza” judicial de las malas artes empleadas. Ya se ha dicho que el niño estaba muy bien con el padre, perfectamente capacitado para cuidarlo. Se puede intuir el sufrimiento que le causó al menor la negativa de la madre a compartir la custodia. Pues bien: la sala del Constitucional, con la rúbrica de María Luisa Balaguer, acaba de fallar a favor de la mujer.
El recurso de la mujer al Constitucional es anterior a la absolución por violencia de género, pero la resolución llega después. Balaguer se refiere por tanto a un momento procesal en que el acusado todavía no está absuelto, sin embargo, sentencia que la mujer se puede llevar al niño cuando el hombre no está condenado y sin ningún indicio de violencia (ni siquiera una orden de protección a favor de la mujer). Para la magistrada, el indicio es la mera denuncia y un papel de la Fiscalía.

Lo que está diciendo su sentencia es que, habiendo una denuncia por violencia de género, un juez no puede exigir a la “víctima” que obtenga el consentimiento del agresor para llevarse a su hijo. ¿Y dónde ve la “víctima” María Luisa Balaguer? En una mujer que pone una denuncia. Punto. Por tanto, una denuncia es siempre una verdad, incluso si luego se demuestra como infundada.
Es el mismo mecanismo que vemos a diario en la prensa, el “yo sí te creo”, sólo que disfrazado con togas y larguísimos retruécanos jurídicos. En su escrito, Balaguer ha omitido la existencia de esa sentencia absolutoria posterior al amparo de la denunciante, cosa que los dos magistrados sí indicaron en su voto discrepante. Explicaron que les fue infructuoso tratar con sus compañeros la sentencia que absolvió al hombre, y que donde Balaguer ve indicios sólo hay una denuncia rocambolesca.

Según los magistrados discrepantes esto viola la presunción de inocencia. En mi opinión, la ponencia de María Luisa Balaguer marca bien claro el límite que la ideología feminista impone sobre la realidad. Una señora que denuncia a su expareja podrá decidir dónde vive el niño sin contar con el padre, digan lo que digan los tribunales luego y sea cual sea la realidad. Es un mensaje nefasto para Francesco Arcuri, el ex de Juana Rivas, quien lleva meses sin ver a su hijo menor, secuestrado por la madre, pese a que todos los tribunales han fallado a su favor.
Luego el hombre es culpable PESE a que se demuestre lo contrario. Así que yo acuso, primero, a los legisladores que introdujeron la disparidad penal y la alimentaron con nuevos leños; y acuso a la prensa que no ha investigado sus consecuencias; y acuso también a los jueces que no deducen testimonio ni siquiera cuando tienen la "certeza" de que una denuncia es espuria y malintencionada; y acuso al Constitucional, y a María Luisa Balaguer, no ya por abolir la presunción de inocencia del varón, sino la inocencia probada, con este amparo.
Como dice un amigo juez, algún día miraremos atrás y nos preguntaremos cómo pudimos tratar así a tantos inocentes en los últimos veinte años
Proteger a las mujeres víctimas no implica victimizar judicialmente a los varones por el hecho de serlo. Lo primero es loable, lo segundo es ruín. Me pregunto si con esto ha llegado la gota que colma el vaso. Como dice un amigo juez, protegido por su anonimato, algún día miraremos atrás y nos preguntaremos cómo pudimos tratar así a tantos inocentes en los últimos veinte años.


sábado, 8 de marzo de 2025

JUAN MANUEL DE PRADA, UN DEJAVU DE FALACIAS por JAIME GURPEGUI 👺👾

Juan Manuel de Prada, 
un dejavu de falacias
Juan Manuel de Prada ha vuelto a hacerlo. En su último artículo para ABC, ha desplegado su retórica ampulosa para afirmar que las “derechitas valientes” y las “izquierdas caniches” no son fuerzas opuestas, sino parte de una misma farsa liberal que engaña a las masas.
Su objetivo esta vez es Javier Milei, a quien acusa de ser, en el fondo, una pieza más del engranaje globalista, pese a que es el primer presidente argentino en décadas en calificar el aborto como «crimen agravado por el vínculo».
Prada, en su afán de presentar a Milei y Trump como agentes del liberalismo corrosivo, omite descaradamente los hechos que contradicen su tesis. Se agarra a su teoría prefabricada y se niega a soltarla, aunque la realidad le grite lo contrario. Pero si algo ha quedado claro en los últimos años es que Milei y Trump han sido los únicos líderes en el mundo occidental que han desafiado abiertamente al progresismo hegemónico, razón por la cual han sido atacados sin piedad por los medios y el establishment globalista.

David de Maistre y el problema del «tradicionalismo pompier»

David de Maistre lo ha señalado con claridad en su artículo Contra Prada: manifiesto por la destrucción del tradicionalismo pompier. Prada es un escritor talentoso, sí, pero se ha convertido en un gurú de sí mismo, atrapado en un discurso que repite sin variaciones desde hace décadas. No aporta ideas nuevas, no construye estrategias políticas viables y, lo más grave de todo, desprecia a quienes realmente están dando la batalla contra la agenda globalista.
De Maistre desmonta con acierto el doble rasero de Prada cuando critica a las redes sociales como una “trampa del sistema para detectar y reprimir la disidencia”. ¿Y los medios donde escribe él? ¿O acaso ABC y la SER no forman parte del “sistema” que denuncia? Si Prada escribe en un periódico «mainstream» está combatiendo al poder, pero si otros lo hacen en redes están siendo manipulados por él? Es un discurso incoherente y, en el fondo, profundamente cínico.

Un enfant terrible muy bien tratado por el sistema

Porque si hay algo que define a Prada es su capacidad para ser el eterno «enfant terrible tolerado», el heterodoxo de salón, el disidente controlado. Prada critica a la plutocracia mientras cobra de ABC, un periódico descaradamente liberal, globalista y, en lo moral, abiertamente woke. Prada se queja de que el sistema encierra a los disidentes en un gueto para neutralizarlos, pero ¿qué mayor gueto que ser el bufón provocador en un periódico que representa exactamente aquello contra lo que dice luchar?

Prada puede jugar a ser un azote de la modernidad, pero su rebeldía tiene un techo muy cómodo. No se le ve sufriendo la cancelación, ni siendo expulsado de los medios como tantos otros que han defendido de verdad posiciones políticamente incorrectas. Mientras Trump y Milei se juegan el todo por el todo en la arena política, Prada recibe los mimos de figuras como Julia Otero, que lo trata con ese paternalismo condescendiente que los progres reservan para sus «disidentes favoritos». Puede sentarse con ella, reírle las gracias a Pablo Iglesias y seguir con su vida como si nada.
Porque esa es otra: Prada no tiene problema en confraternizar con la izquierda mediática, pero es implacable con aquellos que se baten el cobre contra ella. Con Iglesias todo son sonrisas y halagos mutuos, pero a los que están en la arena política real les dedica su tono más farisaico. Nunca verá con buenos ojos a alguien como Trump o Milei, porque él es incapaz de aceptar que el combate contra el progresismo se da en frentes que no pasan por la literatura ni la teoría pura.

Prada necesita presentar a Milei y Trump como marionetas del liberalismo porque su visión del mundo exige que todo sea parte de un gran engaño. Pero lo cierto es que ambos han demostrado con hechos que son las mayores amenazas al orden globalista en sus respectivos países.
Milei no solo ha sido el presidente argentino más radicalmente antiabortista, sino que ha dejado claro su desprecio por la ingeniería social de la izquierda. Su liberalismo económico no es el libertinaje progresista que Prada pretende hacer creer, sino una defensa de la propiedad y la libertad frente a un Estado que ha sido el principal instrumento de la izquierda para imponer su agenda.

Con Trump ocurre lo mismo. Prada lo incluye en su ataque generalizado contra el liberalismo, pero ignora que Trump ha sido el único presidente de EE.UU. en décadas que realmente desafió al establishment. Fue el primer presidente en participar en la March for Life, nombró jueces que terminaron tumbando Roe v. Wade y desmanteló políticas de género en la administración pública. ¿Cómo puede Prada hablar de él como si fuera un cómplice del «sistema» cuando fue el único presidente en décadas que el sistema se propuso destruir a toda costa?
No olvidemos que Trump no solo enfrentó a la maquinaria del Partido Demócrata, sino también a los burócratas del Estado profundo, los grandes medios, Silicon Valley y el sistema financiero globalista. Su veto a la financiación pública de clínicas abortistas, su oposición a la ideología de género en las escuelas y su enfrentamiento con el lobby globalista de Davos prueban que su batalla fue real, no un teatro para engañar a las masas.

El problema de Prada es el mismo que De Maistre ha señalado en su crítica al “tradicionalismo pompier”: un desprecio absoluto por la política real y un repliegue en la comodidad del derrotismo. Su discurso no es una estrategia para recuperar la civilización cristiana, sino una excusa para no hacer nada. Si Milei y Trump son tan terribles como el progresismo, ¿qué alternativa nos ofrece Prada?
Su idea de que la política es una farsa y que solo importa la “comunidad espiritual” es una invitación a la irrelevancia. Prada no quiere restaurar nada; quiere ser un predicador de la derrota, el profeta que anuncia el desastre sin hacer nada para evitarlo. No quiere una batalla cultural, porque le parece “ridícula”; no quiere redes sociales, porque están controladas por el sistema; no quiere nada que implique luchar en el mundo real, porque en el fondo le aterra perder su púlpito de crítico omnisciente.

Prada quiere ser el pensador incómodo, el gran «disidente» del sistema, pero vive muy bien dentro de él. Es el enfant terrible que el sistema tolera porque sabe que no representa una amenaza real. Mientras Milei y Trump se juegan el todo por el todo en la arena política, él sigue cobrando del ABC, recibiendo los aplausos de la progresía domesticada y asegurándose de que nunca se le confunda con esos «vulgares políticos» que sí están dando la batalla.
Lo peor no es su hipocresía, sino su agotadora previsibilidad. Leer un artículo de Prada produce cada vez más una somnolienta sensación de Día de la Marmota. Siempre la misma matraca, la misma diatriba, el mismo lamento fatalista. Prada no busca cambiar nada, solo reafirmarse en su discurso inmutable. Pero la historia no la hacen los que se quejan sin descanso, sino los que se atreven a actuar.