EL Rincón de Yanka: FOBIAS

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martes, 30 de abril de 2024

"LOS DEMONIOS DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL" por JUAN MANUEL DE PRADA y LIBRO "ANTROPOFOBIA": INTELIGENCIA ARTIFICIAL (IA) Y CRUELDAD CALCULADA 🔌 por IGNACIO CASTRO REY


LOS DEMONIOS 
DE LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL

Una de las frases que más gusta chuperretear al lorito sistémico –lo mismo al que vive en la choza que en el palacio, aunque este último lo dice con socarronería maligna– es aquella que dice, poco más o menos: «La tecnología no es buena ni mala, depende del uso que le demos». Resulta, en verdad, grotesco que mucha gente se crea sinceramente este mito de la tecnología neutra e impersonal, como si sus 'avances' no estuviesen impulsados, inducidos, financiados con inversiones multimillonarias por personas concretas.

Ignacio Castro Rey, autor de 'Antropofobia. Inteligencia artificial y crueldad calculada' (Pre-Textos) sabe, desde luego, que la tecnología nunca ha sido neutra, mucho menos en esta fase terminal y posthumana de la Historia. Frente a los loritos sistémicos que celebran el «enorme potencial» y los «eventuales riesgos» de la inteligencia artificial, Castro Rey descubre en este nuevo ingenio algún potencial específico, en campos especializados, y enormes riesgos existenciales, políticos, éticos y culturales. Frente al tan cacareado peligro de los «malos usos» que los «gobiernos autoritarios» pueden hacer de la inteligencia artificial, Castro Rey nos alerta en su lúcido y penetrante ensayo de los peligros de su uso «progresista y democrático», que ayudará a instaurar un despotismo de nuevo cuño, una 'gobernanza' tecnocrática basada en una vigilancia estatal sin precedentes. Un despotismo que, según nos advierte el autor, ya no se ejercerá desde los centros institucionales del poder, sino que más bien será de naturaleza «ambiental»; y todo ello integrado en una cultura de la emergencia y en una hilera interminable de pánicos más o menos inducidos: sanitarios, económicos, geopolíticos, energéticos, climáticos, alimentarios, etcétera.

La inteligencia artificial nos ofrece, a modo de conocimiento universal consensuado, una mixtura de ciencia vulgarizada y estadística que añade al caudal vertiginoso de datos e informaciones un 'sesgo'; el sesgo 'progresista y democrático' que al poder interesa imbuir en las masas, a la vez que las galvaniza con un eufórico espejismo de 'empoderamiento' redentor. La inteligencia artificial no pretende otra cosa, a la postre, sino instaurar una nueva disciplina de masas; y no sólo –nos advierte Castro Rey– en las cuestiones medulares que interesan al poder, sino también en los asuntos más nimios, para que todos consumamos las mismas marcas y viajemos a los mismos sitios. Se trataría, en fin, de crear una sociedad gustosamente sumisa, que se cree informada pero sólo ha sido formateada en manada; y que, como se halla dispersa (pues la tecnología disuelve los vínculos y nos encierra en su jaula absorta), esa manada se cree formaba por personas únicas con voz propia (aunque sea voz de papagayo).

La inteligencia artificial declara abolido el pensamiento, que desde ahora se convertirá en una mera combinación de datos. Nos exonera de la difícil decisión de tomar partido, alivia nuestros dilemas más desgarradores, nuestras dubitaciones, nuestras caídas propias de personas falibles; arrebata a la vida, en fin, su naturaleza dramática. Quizá las páginas más dilucidadoras de este brillante ensayo son las que Castro Rey dedica a describir la abolición de lo específicamente humano, de esa singularidad que tiene cada uno de nuestros pensamientos, nacidos de nuestras deficiencias, de nuestra pobreza material y espiritual, de nuestros errores y sufrimientos. La tecnología odia esta unicidad intransferible que no puede alcanzar, como la zorra de la fábula odiaba el racimo de uvas; así que se dedica a uniformizarnos. Como leemos en el 'Manifiesto conspiracionista' que Castro Rey cita muy pertinentemente: «No pudiendo hacer máquinas capaces de igualar al ser humano, se han propuesto circunscribir la experiencia humana a lo que una máquina puede conocer».

Este furioso impulso de aplastar la singularidad humana y crear una humanidad en serie es el motor secreto de la inteligencia artificial. La represión de cualquier forma de inteligencia disidente o arisca, de cualquier «grumo de singularidad» (también, por supuesto, en el ámbito de las artes) se convierte, inevitablemente, en su objetivo prioritario. La aceleración tecnológica que impulsa la inteligencia artificial anhela, en último extremo, convertirnos en mónadas idénticas, gurruños de carne despersonalizada y fácilmente moldeable que se han vaciado de pensamientos y olvidado lo que ya sabían. Por supuesto, la resistencia a este tsunami tecnológico se presenta como algo insensato y suicida, un puro negacionismo insolidario que conduce al infierno analógico. Así que, quien se resista, se convertirá de inmediato en un réprobo. Sólo tendrá cabida en el paraíso de la inteligencia artificial quien acepte el veredicto de Harari, uno de esos lacayos sistémicos que Castro Rey desenmascara y satiriza: «Los seres humanos deberíamos hacernos a la idea de que hemos dejado de ser almas misteriosas. En este momento somos animales hackeables».

En los viejos tratados teológicos se nos enseñaba que Dios había querido que todos los hombres fuésemos distintos y, por ello mismo, deseosos de unirnos a otros hombres con vínculos fraternos; y también que la misión diabólica era precisamente uniformizar a quienes Dios había creado distintos, a la vez que los enviscaba entre sí. En 'Antropofobia', mientras nos describe magníficamente el odio a la singularidad humana que enardece a los creadores y apóstoles de la inteligencia artificial, acaso Ignacio Castro Rey haya desvelado una vasta conspiración angélica.

ANTROPOFOBIA
INTELIGENCIA ARTIFICIAL Y
CRUELDAD CALCULADA

Somos inteligentes en virtud de los errores, de las deformaciones que nos forman. Partiendo de esta verdad común, la inteligencia artificial generativa no es criticable por sus defectos circunstanciales, sino por su voluntad estructural de perfección.
El diseño elegante de cualquier dispositivo sugiere una fluidez libre de sangre. Esta pretensión de limpieza, en un mundo desgarrado, es en sí misma despiadada. La forma suave de los aparatos, igual que las proclamas angelicales de bondad corporativa en el capitalismo de plataformas, no oculta únicamente el sufrimiento de seres explotados. La promesa tecnológica tapa también algo más cercano y de lo que no se habla, un enmudecimiento anímico que apenas tiene precedentes. No olvidemos que la moda de la fusión oculta la fisión: se trata de acabar con cualquier grumo de singularidad a favor del esencialismo serial, construido y consumible. La IA sólo es, en este sentido, el penúltimo epítome –ya definitivamente íntimo– de un totalitarismo democrático de lo aislado y conectado.
🔌

1. Intuición e instinto como dimensión de lo humano son conceptos sustanciales que recorren tu libro Antropofobia. Inteligencia artificial y crueldad calculada. Pero ambas conductas, afirmas, son una creación ex nihilo y, por tanto, irreproducibles, fuera de cualquier programación tecnológica. La operatividad de las máquinas, por muy avanzadas y sofisticadas que sean, sin estos y otros atributos, ¿siempre será una lerda semblanza humana?

Así lo creo. La singularidad de cada ser, cuerpo y mente a la vez, es irreproducible. Y lo es porque un cuerpo, humano o no, no es un organismo autógeno, como el individualismo capitalista nos ha hecho creer, sino un modo de participar en la indeterminación exterior. La inteligencia surge del «asombro» (Aristóteles) ante una exterioridad que nos inquieta. El intelecto nace del roce con lo otro: para «resolver problemas», según se suele decir. Necesitamos entrenarnos en una alteridad que nos recorre, incluso interiormente, pues nunca sabes muy bien qué eres. La mejor dotación cerebral heredada se atrofia si hace una vida plana y no sale de su zona de confort. El hambre agudiza el ingenio. Si fuéramos dioses no tendríamos nada que pensar. No lo somos, estamos rozados por el misterio de la finitud. De ahí surge el pensamiento, para ahondar en la dificultad de un origen no elegido y lograr darle forma, darle palabras para aceptarlo. Desde esta presión de la existencia, que compartimos con otros seres, la intuición y el instinto son un salto cognitivo repentino que nos permite ver, crear algo que aún no estaba admitido. Lejos de esta escandalosa verdad común, que admite una enormidad en cada ser, la ideología fuerte de la IA parte de una concepción insular del individuo y una noción acumulativa del intelecto. Según ella, la velocidad combinatoria es la característica más sobresaliente de un humano que parte de una tabula rasa, desde cero. Fijémonos en que se trata otra vez del tradicional esquema neoliberal que vincula un aislamiento inicial y una conexión posterior. Es un esquema elitista y completamente ingenuo, pues ningún ser nace aislado, sin el alma de una multitud dentro. El resultado de esta ideología, ¿cómo no iba a ser una caricatura de lo humano?

2. Pero entonces, ¿de dónde procede la enorme expectación en torno a la IA?

De la antropofobia, la aversión al enigma de existir y la esperanza de acabar con una singularidad que impone respeto y levanta límites a la dominación. No ataco la necesidad de herramientas fabulosas, sólo la ideología supremacista con la que están asociadas. El aparente optimismo digital se alimenta de un fúnebre pesimismo, terrenal y comunitario. La cultura humana brota de la enorme naturaleza «inhumana» que alienta en cada uno de nosotros. La persona más inculta del mundo, la menos informada, puede sorprendernos con brotes de inteligencia completamente inesperados. Sobre todo, ante una mentalidad como la nuestra, habituada a manejar códigos normalizados. Incluso la propia historia de la ciencia muestra que el genio humano no depende primeramente de la combinatoria de elementos previos, recibidos de una formación que sirven otros. Como máximo, eso sólo produce buenos profesionales, buenos funcionarios. El ingenio es otra cosa, siempre da un salto. Pero como la mentalidad de la IA es dualista, y parte de una Tierra mecánica e inerte, ignora la fuente sombría de la inteligencia, una desprogramación natal que nos mantiene vivos. Como la singularidad de cada inteligencia es irreproducible, resulta inevitable que las mejores invenciones de la IA sean una torpe semblanza de un cierto tipo de humanos. La palabra «generativa» intenta poner el acento en la creatividad de los nuevos dispositivos, pero el resultado de la inteligencia artificial sólo reproduce modelos empiristas previos. El peso de China, India, Pakistán y otras naciones en el universo high–tech indica que la alta definición tecnológica depende de la alta indefinición de vidas, material y anímicamente, muy alejadas del ideal del orden acumulativo y progresivo occidental. De Gödel a Steve Jobs, la biografía de las cabezas visibles de la ciencia y la tecnología insinúa que lo más «alto» se alimenta de sótanos existenciales poco menos que inconfesables.

3. Asimismo, continuando con la idiosincrasia de los individuos y su reproducción tecnológica, apuntas que el peligro de las mejores máquinas está en la ausencia del mal, afirmación que no deja de resultar paradójica…

No hace falta leer a Baudelaire para aceptar que las amapolas surgen de las escombreras. Donde hay una paradoja solemos estar ante una interrogación que habría que investigar, una verdad naciente que nos desorienta. Si se puede decir que la mejor inteligencia artificial es «idiota» es debido a que le falta el temor, la ansiedad y los sueños que están en el más simple de los niños. La ausencia de desorden, sufrimiento y maldad, coloca inevitablemente al más sofisticado ordenador al servicio de otro ser, que ha de tocar la suciedad del suelo y saber del mal. Sólo la concepción insular de una inteligencia limpia y adánica, típica del sueño maniqueo angloamericano, ha podido concebir que el intelecto depende de un progreso acumulativo que deja atrás estadios primitivos. El propio Whitman, que los líderes de la IA no han leído, se reiría de esta ilusión, furiosamente elitista y discriminadora.

4. Afirmas que «el primer problema político y moral de la Inteligencia Artificial (IA) es su uso progresista y democrático… », y añades que «…el último progresismo es cómplice con el genocidio antropológico en marcha». ¿Querrías ampliar estas dos declaraciones?

Claro. La IA no sólo es temible si cae en las manos de esos seres maléficos que pueblan nuestro imaginario de las afueras. Lo que es preocupante en esta mitología redentora es la sustitución que en democracia se pretende hacer con un ser humano que «apesta» cada día más, pues es imperfecto y está lleno de defectos. De ahí la esperanza mesiánica en unos algoritmos limpios y libres de «sesgo» que, acoplados en los cuerpos, nos cambiarían la vida. La vieja ingeniería social de una raza superior se dispersa ahora en una ideología de clase media «para todos», un anhelo digital que promete introducir el antiguo delirio de «elevación» en cada uno de nosotros, logrando un avatar de alma y cuerpo. Todo esta pretensión sería cómica si antes no fuera aberrante, pues su proyecto está ligado a una concepción de la existencia común como algo atrasado, lento y catastrófico. No creo que sea una casualidad que la IA fuerte coincida con las imágenes espantosas que Occidente tiene del exterior, también con la hecatombe y la hambruna inyectadas en Gaza. El nihilismo capitalista necesita una humanidad despreciable para poder creer en la redención post-humana de una nueva élite, separada de la tierra y conectada a nuevo cielo virtual. No sólo la IA tiene un origen militar, también posee en sí misma la función de denigrar a una inteligencia común que el dualismo de la IA nunca ha admitido. Los gurús de la IA no son fascistas, pero su desprecio de la intuición y la inteligencia natural indica hasta qué punto la promesa tecnológica depende del desprecio que el progresismo occidental ejerce sobre las facultades comunes del hombre. Por eso la IA es también inseparable de una ilusión de despegue extraterrestre de la sucia tierra. Desde el prólogo a La condición humana, Hannah Arendt ya lo dijo todo acerca del odio que está incrustado en el sueño tecnológico. Desde él no dejarán de llegar nuevas guerras. La primera, contra las tecnologías silenciosas que todavía duermen en nuestros cuerpos. La metafísica tecnológica del poshumanismo no se merece nuestro miedo, sino una nueva beligerancia, armada con su propia tecnología punta.

5. Otro de los puntales del desarrollo de la high-tech son sus aplicaciones en el arte. Se usan términos como «redefinir el arte», un «arte de vanguardia». Tu opinión es categórica: ¿qué se puede crear que no sea desde la nada y la incertidumbre? ¿Qué puede crear un ingenio que no sabe nada del miedo? Y añades: «La inteligencia tiene su sede en el corazón».

Corazón es una forma de referirse a unos circuitos «reptilianos» del cerebro que son mucho más potentes que los registros meramente operativos, categoriales o combinatorios. Sólo pensamos a fondo lo que antes hemos intuido, sentido y vivido en un desorden de sensaciones. El afán casi animal de salir de un atolladero o una trampa está también detrás del genio personal en los videojuegos, el ajedrez o el Go. En lo que respecta al arte, son irrisorias las pretensiones de sustituir la inventiva personal, que brota de la necesidad de darle forma a algo que duele, por una formación tecnológica «superior». Tales pretensiones puritanas son propias del supremacismo norteño, aunque últimamente estén maquilladas con aromas del sur. Toda la gente que está obsesionada con una singularity que debería romper con la comunidad humana anterior sabe muy poco de la vanguardia contemporánea del arte, ni de Rothko ni de Sokurov. Probablemente tampoco sabe mucho de sus propias madres. La ideología poshumana ignora un arte que ha usado muy distintas tecnologías corporales para resolver el espectro real siempre latente. Los mejores programas están entrenados con nuestra experiencia, a veces clandestinamente y sin pedirnos permiso. Aún así, dado que les falta una relación viva con la potencia mortal, su combinatoria sólo logrará reproducir una ilusión mediocre. Nos pasamos el día imitando modelos juveniles. Esto explica el aburrimiento que caracteriza a la vida urbana occidental, necesitada continuamente de espectáculos obscenos para sentir emociones. La pornografía, metida hoy hasta en la sopa, es la cara oculta -no tan oculta- de la transparencia tecnológica. Nada que sea fácil, fluido y transparente es capaz de entender el laberinto terrenal. Sólo lo arrasa, como estamos viendo en los bosques y tantos territorios antropológicos. Si hay todavía una revolución tecnológica pendiente, estriba en intentar entender una existencia misteriosa. Eso es lo que hacen artistas como Bill Viola.

6. Se está realizando una fortísima inversión en capital (dotaciones millonarias públicas y privadas) y una gran divulgación y propaganda (todos a una: políticos, empresarios, periodistas, intelectuales, científicos) en aras de lo positivo que entraña la revolución tecnológica. Como indicas, esta expectación obedece a una clara estrategia marcada, y no precisamente inocente. ¿Cuál crees que es la preponderante finalidad de la IA y de todo el desarrollo tecnológico?: ¿El conductismo de las masas?, ¿La obediencia sin fisuras que, como dices, pronosticaron Kafka y Aldous Huxley?

Me temo que las peores sospechas son legítimas. Como siempre en los dos últimos siglos de Occidente, se trata de darle otra vuelta de tuerca al retiro de la humanidad elegida, la del «primer mundo», a un limbo virtual desde donde pueda dirigir una nueva solución final que acabe con una humanidad que es inteligente desde la profundidad de sus sentimientos. La IA se presenta como el sueño de una vieja libertad llevado por fin a la intimidad humana y al alcance de cualquiera. La realidad es que coincide con una obediencia pasmosa de la humanidad desarrollada al circuito cerrado, en bucle, en que se mueve la humanidad de las redes sociales. Somos más libres que nunca, se dice, pero lo cierto es que vamos a los mismos sitios y consumimos las mismas marcas, en cuanto a las noticias y en cuanto los ideales. ¿Será casualidad? Pruebe a encontrar en el mundo tecnológico una opinión sobre las cuestiones de género, sobre Rusia o los musulmanes que sea realmente distinta. Es intento imposible, enseguida tachado de negacionista. La liberalidad del universo tecnológico es falsa, pues este nació asociado a un conductismo masivo.

7. Igualmente, apuntas, son máquinas creadas desde una concepción pragmática y capitalista que, sin embargo, no podrían haberse dado si no existiera una determinada sociedad dispuesta a entronizarlas. ¿Qué nos caracteriza actualmente, en qué nos hemos convertido?

Tal vez no hemos prestado suficiente atención a la ciencia ficción. Reparemos en el aspecto y los gestos de la gente urbana que nos rodea, sea en el transporte, en la calle o en el trabajo. Nos hemos convertido en seres inescrutables. Sin ninguna clase de espontaneidad, todo en la humanidad desarrollada es estrategia de visibilidad. Las intenciones reales permanecen en la sombra, por eso nos llevamos tantas sorpresas. Casi todas las películas de terror, un género triunfal, tienen relación con un ser humano que actúa como nosotros, pero al que no conocemos en absoluto. En cierto modo se podría decir que el poshumanismo de la IA llega tarde, pues la mutación del material humano ya se había producido. La humanidad que admira a la IA, antes ya había roto con sus padres. Hoy no es fácil siquiera conocer a nuestros hijos, a nuestros hermanos. En este punto, como en tantos otros, no parece exagerado decir que, en nombre de un Occidente «global», el norte ha violado al sur. Le ha hecho hijos bastardos en las generaciones mutantes que vienen. Esto podría parecer rencoroso. Realmente, no lo es. Creo que es urgente una alianza de la energía primordial de la juventud con una anciana ironía que sigue ahí, a la espera. Veo más probable esa alianza en los países que consideramos «atrasados» que en las naciones altaneras de la primera fila, en la tecnología de la seguridad democrática y la solidaridad aséptica que llamamos «derechos humanos».

8. La más primigenia barbarie convive con la aséptica y, en apariencia, benefactora IA. Sin embargo, hay puntos en donde ambas se unen, como en la cita que recoges del historiador israelí Yuval Noah Harari —al que denominas como uno de los profetas de lo tecnológico — contenida en su libro 21 lecciones para el siglo XXI, que creo importante que comentes por su tremendo pronóstico: «Lo que los palestinos están viviendo hoy en día en Cisjordania podría ser simplemente un burdo anticipo de lo que miles de millones de personas acabarán por experimentar en todo el planeta».

Me sorprendió esa cita de Harari, a quien considero un pensador mediocre bastante previsible. El mundo actual es tan extremo que hasta él acierta a veces. Lo que Harari, miembro de la comunidad tecnológica de los elegidos, no podía prever es que la cultura israelí tuviera que enviar a la más espantosa «edad de piedra» a millones de personas que en Gaza y en Cisjordania se oponen a nuestro modelo supremacista de humanidad, a su consiguiente apartheid. La separación se arma fácilmente de tecnología y viceversa, la tecnología facilita la separación. Es la pesadilla de un bucle perfecto de seguridad. Creo que sólo se puede romper si una cultura desarrolla una espiritualidad tan baja como alta sea su eficacia técnica. Desgraciadamente, en las democracias del capitalismo occidental, esa alta indefinición parece condenada a ser el culto de lujo de algunas minorías.

9. Dices que «la mentalidad tecnológica vive bajo el supuesto imperativo de ganar tiempo… ». Retomo la pregunta que tú mismo te haces: ¿para qué quieren que ganemos tiempo?

No soportamos el tiempo real, la finitud que se coagula en los espacios. Nuestra obsesión es la cronología –Time is gold– porque el tiempo, acelerado y contabilizado, es la manera de adelgazar el espacio y conseguir que la vida real no pese, logrando escenarios virtuales donde no pueda ocurrir nada imprevisto. Pero esta ilusión numérica está basada en una ficción, en la retirada a una burbuja. De hecho, nuestro mal humor proviene del rencor por todo lo que, en aras de una seguridad ficticia, no hemos dejado que ocurriera entre nosotros. Fijémonos en que el cero, base de nuestra ideología binaria, ni siquiera existe: es sólo una convención, una abstracción operativa. La «nada» no existe, ni la oscuridad ni el silencio absolutos. Siempre hay algo, rumores que crepitan mezclando opuestos. Emulando un viejo refrán, diría que no hay más vacío que el que arde. Ese es nuestro gran temor, a la vez infantil y senil. Mientras no lo superemos, nuestras herramientas tecnológicas tenderán a convertirse en una promesa que es tóxica. Su ideal de seguridad nos separa de los otros y de nosotros mismos, pues desactiva el umbral donde cuerpos y mentes se encuentran. La IA no es criticable tanto por sus defectos circunstanciales como por una voluntad de limpieza y perfección que es inmisericorde en este mundo sangriento.

Presentación del libro Antropofobia (de Ignacio Castro Rey), 
por Juan Manuel de Prada y el autor

domingo, 25 de febrero de 2024

LIBRO "LIBEROFOBIA": EL (DES)GOBIERNO DE LAS BUENAS INTENCIONES y VIDEO "EL PODER DE LA CONVERSIÓN" por ANTONINI DE JIMÉNEZ

 LIBEROFOBIA

El (des)gobierno 
de las buenas intenciones

ANTONINI DE JIMÉNEZ

Marchena, 1983
Doctor en Ciencias Económicas y Magíster 
en Economía del Desarrollo por 
la London School of Economics.

PREFACIO

Prueba de la gran calidad humana de Antonini de Jiménez es la de que haya confiado en quien es­ cribe la tarea de realizar una pequeña laudatio de la excelente crestomatía que a continuación podrán leer, dado que discrepo de muchas de las cosas que en ella se afirman y nuestro autor es consciente de ello. Pero discrepo dentro del mismo marco de pensamiento que él, lo que demuestra a su vez que en este caben todo tipo de opiniones, reflexiones o propuestas de actuación. Es nuestro mundo, el liberal, un espacio de reflexión para nada monolítico pero en el que las discusiones, como quería el viejo Chesterton, se dan a consciencia y por una letra, un punto o una coma, como es en este caso.

El señor Antonini defiende la libertad, como buen liberal y buen cristiano que es, con perseverancia y osadía en muchos ámbitos pero muy especialmente en todo lo que se refiere a las políticas llevadas a cabo por los gobiernos en este tiempo de pandemias, muy especialmente la vacunación y el confina­ miento. El problema, como acostumbra a ocurrir, es que no existe una única definición de libertad en­ tre los liberales y esto nos lleva a que partiendo del mismo marco nuestras propuestas sean distintas. Existe, como correctamente señala nuestro autor, una libertad negativa, de no interferencia, que se ve agredida por las decisiones arbitrarias de los gobiernos. Pero también existe la libertad de no ser in­fectado de forma grave por otras personas en el discurrir de la vida cotidiana, que es lo que puede acontecer en el caso de no tomarse precauciones, y podría ser pertinente algún tipo de limitación a las interacciones para prevenirlas. Esta última es la postura que yo defiendo. No es la ideal, lo sé, pero el tratamiento del contagio ha sido burocratizado desde mediados del siglo XIX y la sociedad civil no cuenta a día de hoy con las herramientas necesarias para prevenirlas en ausencia de dicha interferen­cia porque por parte de los poderes políticos se ha inhibido su desarrollo. 

Hoy día no contamos con los medios necesarios para frenar una pandemia sin recurrir a la mano visible del estado. Pero de esta discusión deberían salir propuestas de cómo lidiar en el futuro con este tipo de problemas sin tener que recurrir a medidas coercitivas y sin tener que violar las libertades individuales, como acertada y justamente se reclama en el libro. Estas existían de forma incipiente en el pasado y podrían sin duda ser desarrolladas en un futuro próximo de haber voluntad. Las quejas del señor Antonini son justas y conformes a la moral y la funcionalidad de estas debe ser la de comenzar a debatir nuevos marcos de organización social en las que sean posibles. No sé si de forma acelerada o más lenta pero en esta lu­cha seguro que nos encontraremos y podremos trabajar juntos para un futuro en libertad.
MIGUEL ANXO BASTOS BOUBETA

PRÓLOGO

Saber leer los tiempos, con mayor o menor gracia, es una tarea harto compleja. No solo requiere de un hábito de lectura bien conseguido, así como de frecuentar el pensamiento a diario. También exige haber limpiado el corazón de los vicios y las pasiones más mundanas si no quiere uno verse enredado, o peor aún, abandonado del recto camino de las cosas. Poca ciencia derrite el entendimiento, mucha ciencia, lo aturde. Para empezar, se debe haber alcanzado la firme convicción de que existen verdades innegociables. La primera: la verdad misma. Además, se ha debido esquivar los miedos de enfrentar el empuje de un mundo que se empeña en pensar con el corazón y sentir con la cabeza. Entonces, y solo entonces, nuestro amigo ya está en condiciones de afrontar tamaña empresa; al principio solo, y luego acompañado por ti, querido lector.

Las páginas que conforman este libro son una serie de textos breves que fui labrando desde que dio inicio el confinamiento con el único fin de comprenderme a mí mismo, y ya puestos, a mis semejan­tes. Una variedad de temas se reúne a lo largo de estas páginas todos ellos al calor de la pandemia.
¡Alto aquí! No te dejes llevar por el fastidio de toparte con otro libro sobre el mismo tema . Este no es un texto sobre la pandemia, antes sobre el hombre en pandemia. Necesitamos vernos sacudidos con fuerza de nuestra acomodada vida para asistir a lo que arde en nuestro interior. Como si fuera un ejer­ cicio de espeleología, ahora sí moral, nos adentramos en lo más oscuro que habita en nuestra alma para entender de qué está hecha y qué le da forma. Solo en el peligro el hombre descubre su auténtica naturaleza. 
Antes de arrastrarse a través de lo que manda la realidad, se ve tentado con recubrir la de­ bilidad de su empeño de buenas intenciones. Ninguno de los innumerables personajes, fueran reales o inventados por Papini, que enfrentaron las páginas de su juicio Universal estuvieron faltos de bue­nas razones con las que adornar las atrocidades perpetradas en vida. La maldad puede ser malintencionada en un hombre pero es imposible cuando congrega a todos los hombres. Por esto mismo, el infierno se llena de buenas intenciones y el hecho de apelar a las rectas costumbres para justificar la re­tahíla de confinamientos y toques de queda, la segregación de muchos de nuestros semejantes, no quedan exonerados del error y de la culpa cuando el corazón que los incita está envilecido por el miedo y por una confianza torcida en la ciencia.

De esto va el libro; del miedo del hombre contemporáneo incapaz de doblegar el destino último de la vida y del intento por  disimularlo a través de la lógica de las buenas intenciones. Aquel que no aprende a vivir, reza el sano entendimiento, no está pronto para la muerte, y de repente, todos los ava­ tares de la existencia se le presentan como terribles calamidades inevitables. Esta pandemia es el ejemplo claro de una reacción desproporcionada que hemos justificado primero, y alimentado des­pués, con el único fin de no ver lo que hay detrás: miedo y desconcierto vital ¡crisis de civilización!
Un virus que nació en China, un miedo al virus que se desparramó por Europa y un miedo al miedo de Europa que asfixia a Iberoamérica. Empeñados en forzar las estadísticas que nos hagan ver lo que no están en condiciones de enseñar para, en última instancia, disimular la violencia oculta tras el mora­ lismo que reivindica cuidarnos a toda costa; el hombre de hoy, tras haberse inoculado dos dosis ente­ ras, se ha entregado a la perversa lógica de actualizarlas ad infinitum entregando su cuerpo a un ejer­cicio de sacrificios redentores. Pero ¿redimirlo de qué?, te preguntarás. Del desencanto de una vida desprendida de referencias que lo saquen de la superficialidad de un mundo donde todo está llamado a consumirse. Consumir es satisfacer y a la vez, desagradar. Por un lado, consigue acallar la necesi­dad, por otro, la aviva cual llama humeante. Cuando el hombre hace de esta inconsistente lógica su entero proceder ve precipitarse en un oscuro bosque de confusión al alejar de sí cualquiera referencia inalterable que tanto necesita para sostener su rumbo.

El sentido con el que el hombre da luz a las cosas anda reñido con ese intento de hacer consumible cualquier manifestación de la vida; pues si bien el primero encuentra su solución en la fe y en las co­sas gobernadas por lo más elevado, el segundo, en cambio, lo haya en un movimiento repetitivo y cir­cular siempre a la misma distancia del suelo. Ante tal hecho una insoportable confusión se apodera del corazón del hombre dejando tras de sí una hilera irregular a su paso. Igual que el amante finge ante su pareja alguna lesión que le permita escapar aunque sea un instante del trance del «tenemos que hablar»; el hombre de hoy hace por adherirse a una ingente cantidad de sacrificios (ya sean por­ que no pueden cumplirse de manera efectiva o porque son claramente inefectivos) con el firme pro­pósito de apartar el verdadero problema de sentido que lo aflige. De este modo el hombre encuentra una salida, aunque ridícula, ineficaz, a la vez que destructiva, pero una salida a fin de cuentas frente a todo este atolladero de desconcierto y pesadumbre en el que se veía instalado. Si no hace por elevarse, hará por empequeñecerse, de esta manera podrá creer que vuelve a gobernar ampliamente su domi­nio aunque solo sea desde la tristeza de curar aquellas heridas que a sí mismo se ha infringido.

Ahora el mundo tiene algo por lo que luchar: recuperar la normalidad perdida. Sin embargo, esa nor­ malidad con la que anhela reencontrarse fue por otra el síntoma que lo ha transportado a esta «nueva normalidad», por lo que regresar a ella se antoja imposible. Mientras tanto, y para evitar esta verdad corrosiva, la sociedad hará por hinchar la preocupación reinante, dará nuevas razones para confinamientos selectivos o duraderos, impondrá medidas coercitivas por el bien común y amedrentará el ánimo de la resistencia. Y hará bien, haciéndonos un mal, pues la sociedad que lucha por sobrevivir no puede permitirse el lujo de contemplarse a sí misma como si de la obra de un místico se tratara. Debe hacer cualquier cosa mientras no sepa qué debe hacer. Con este libro profundizamos en esta cruenta paradoja que nos atraviesa. ¿Me acompañas?

LIBERTAD: 

Hacemos mal en diferenciar entre pensadores optimistas y pesimistas, cuando en realidad deberíamos distinguir entre paradojicistas y no paradojicistas. Los paradojicistas son aquellos que ven a izquierda y derecha, no solo se quedan con una parte de la foto, sino que ven la película entera y atienden que la realidad está llena de colores y de fuerzas que luchan entre sí cuando no es que colaboran. Los no paradojicistas son los que tienen una mentalidad fría, estática, rígida. No ven más que aquella parte que quieren ver (y la otra desde el reflejo que proyecta la suya).

Aceptar las paradojas es un acto de humildad, de ruptura del marco de creencias propio (por eso hay tan pocos paradojicistas), pues supone que lo que creías de algo no es, y lo contrario, tampoco. Es algo más. Y ese algo más exige que salgas de tu ombligo y te eches a la calle (¡qué difícil con lo cómodo que se anda por casa!, ¿verdad?). La libertad tiene a un lado al liberal (a la derecha o a la izquierda, tú decides), de actitud gnóstica, platónica, idealista (angelismo). Estos abrazan una idea de la libertad abstracta, ¡les falta calle! Dicen que la libertad es la posibilidad de hacer lo que te dé la gana, mientras que tus ganas no atenten contra las ganas de los demás para hacer lo que les dé la gana.

TANTO LOS LIBERALES COMO LOS LIBEROFÓBICOS TIENEN ALGO EN COMÚN: UNA IDEA IRREAL DE LO QUE SIGNIFICA SER LIBRE. UNOS, LOS PRIMEROS, LA IDEALIZAN; LOS SEGUNDOS, REACCIONAN ANTE EL IDEALISMO DE LOS PRIMEROS, Y LA NIEGAN

Esta noción de libertad es irrealizable, al menos, por dos razones: (1), porque nuestras decisiones así sean nuestras, también son de los demás; no solo porque conviven con la de los otros, a veces, incluso, sucumben ante ellas. Me explico. Para un liberal, la actitud de un ludópata no contravendrá nunca su idea de libertad, pues entiende que no hay ninguna autoridad que lo empuje a hacer lo que hace, ni con su actuación amedrenta la libertad de los demás. Se alega que es libre, pues nadie manda en su bolsillo salvo él mismo; lo que no te dicen es que si bien en su bolsillo manda él, en él mandan las tragaperras. ¿Te has parado a pensar alguna vez cuántas de las cosas que crees hacer por ti mismo las haces en realidad en nombre de la ignorancia, de la ideología o de la inercia? (2) Por otro lado, tampoco somos islas donde nuestras acciones pululen en libertad, sin interferencias. El acto de respirar impide a otro respirar el aire que uno está respirando. Mis decisiones estimulan, pero también entorpecen la libertad de los demás; y es solo un asunto de fineza percatarse de ello. Los ladridos del perro de mi vecino me fastidian, y nada puede hacer mi vecino para remediarlo sin que uno de los dos, o ambos, nos veamos perjudicados.

Al otro lado del espectro andan los liberofóbicos. Estos creen que la libertad, o no existe, o sucumbe a manos de entidades superiores. Aquí hay poco que discutir y muchos ejemplos con qué ilustrar. Tenemos al club Bilderberg, a Naciones Unidas, a los judíos, a los masones, a George Soros, e incluso a Henry Kissinger (resucitado). Pero ¿por qué tantos se afanan en creer algo tan perjudicial para su felicidad? Porque así pueden quitarse de encima el peso de cargar con su libertad. Ya que la libertad es más grande que uno mismo, al tener por alimento cosas que se escapan de nuestra mano, prefieren cederla a algo o a alguien que han creído superior, así se descargan del suplicio por llevar una vida tan mal encaminada.

Tanto los liberales como los liberofóbicos tienen algo en común: una idea irreal de lo que significa ser libre. Unos, los primeros, la idealizan; los segundos, reaccionan ante el idealismo de los primeros, y la niegan. Ambos atentan contra la libertad real (¡el camino a tu mejor versión!, ¡recuérdalo!), pues se ponen de espalda a la realidad. Y el que va contra la realidad es enemigo de la libertad, y por ende, socialista. Fíjate. Si me tiro a la piscina creyendo que aprender a nadar es aprender inglés solo porque el mejor nadador es inglés, en algún momento me veré gritando al socorrista (papa Estado) para que salga en mi ayuda.

Para los liberales, la libertad real (no es liberal) resulta ser autoritaria, pues deja concurrir al Estado en el manejo de la vida cotidiana, y esto les resulta impensable; mientras que para los liberofóbicos, la libertad es irreal, puro cuento de hadas. Eso sí, si me dan a elegir entre ambos males, me quedo con los liberales. Pues, el liberalismo puede ser el primer paso para la libertad, mientras que el liberofobismo es siempre el último paso contra ella.

LIBEROFOBIA: con Miguel Anxo BASTOS

El poder de la conversión | Antonini de Jiménez

viernes, 21 de abril de 2023

"SOCIEDAD IDOLÁTRICA, SOCIEDAD RELIGIOSA"; "LA CHÁCHARA DE LOS IDÓLATRAS"; "UNA SALUDABLE DESESPERACIÓN"; "EL NUEVO FARISEÍSMO" por JUAN MANUEL DE PRADA; 💀🕂🙏 y, "DE RODILLAS ANTE UNA SOCIEDAD IDOLÁTRICA" por ANDRÉS FELIPE ROJAS



Sociedad idolátrica, 
sociedad religiosa


En las sociedades idolátricas, al perder la fe en una vida ultraterrena, las personas caen tarde o temprano en la desesperación. Pues los sufrimientos físicos y espirituales que padecemos en nuestra vida terrena, que antaño se consideraban penitencias llevaderas en comparación con la bienaventuranza eterna que las borraría de un plumazo, se convierten de repente en sufrimientos insoportables y sin sentido que sólo pueden ser borrados mediante nuestra extinción física, cuanto más indolora y rápida mejor.

Las sociedades idolátricas no saben afrontar la muerte con entereza y naturalidad. Así que se dedican alternativamente a adular y deprimir a las personas sometidas a su dominio: mientras están sanas, la idolatría de la ciencia y el progreso les inspira ideas fatuas, haciéndoles creer que son semidioses; en cambio, cuando están enfermas y no tienen cura (es decir, cuando la ciencia y el progreso se revelan insuficientes o inútiles), se les dice que valen menos que un gusano. Exactamente lo contrario sucede en las sociedades religiosas, donde a las personas sanas se les repite que están hechas de barro; mientras que a las personas enfermas se les recuerda que sus cuerpos maltrechos serán semilla de resurrección.

En las sociedades idolátricas, los pretendidos semidioses huyen de la muerte como pollos descabezados, sometiéndose a la cosmética, a la gimnasia o a la cirugía por espantar patéticamente el fantasma de la decrepitud. Y cuando ese fantasma acaba por hacerse realidad, los semidioses marchitos reclaman la muerte, pues no quieren convertirse en gusanos. En las sociedades religiosas, nadie reclama la muerte, aunque todos la aguardan serenos, sin preocuparse de envejecer o padecer sufrimiento, porque saben que los peores achaques son fruslerías, comparados con la bienaventuranza eterna que les ha sido prometida.

En las sociedades religiosas, existe una comunidad que cuida del enfermo y lo ayuda a sobrellevar el sufrimiento, rezando por él y con él, brindándole consuelo, anticipando a su lado la bienaventuranza. En las sociedades idolátricas, para demostrar que somos semidioses, nos liberamos de toda tradición y comunidad, para disfrutar de plena autononua; y el sufrimiento se convierte en algo por completo inaceptable que amenaza nuestra autonomía, por lo que reclamamos a la ciencia y el progreso que nos liberen de todas las enfermedades. Pero, ¡ay!, resulta que la ciencia y el progreso se muestran impotentes ante muchas enfermedades, por lo que nos ofrecen eliminar el sufrimiento. 

En las sociedades idolátricas, la compasión exige eliminar el sufrimiento matando al enfermo. Justo lo contrario de lo que sucede en las sociedades religiosas, donde la compasión exige acompañar el sufrimiento del enfermo hasta la misma muerte, para llevarlo de la mano hasta la bienaventuranza, donde será por completo resarcido. Pero ese resarcimiento completo exige que incluya también al barro con el que hemos sido moldeados, a nuestra carne decrépita que pronto se convertirá en polvo; pues los sufrilnientos más penosos son con frecuencia los que se ensañan con la carne. La muerte, en las sociedades religiosas, se afronta con la esperanza en la bienaventuranza; pero no sólo bienaventuranza del allna, también de la carne.

"En las sociedades idolátricas, la compasión exige eliminar el sufrimiento matando al enfermo. Justo lo contrario de lo que sucede en las sociedades religiosas, donde la compasión exige acompañar el sufrimiento".

Allá en mi juventud, el escritor Félix de Azúa, escéptico (siquiera por entonces), publicó un artículo que todavía conservo, pues me impresionó muy vivamente. El autor había asistido al funeral de un amigo y glosaba el sermón del cura, en el que se vino a decir que tras la muerte "nos disolvemos en la luz divina como chispas devoradas por un alegre y vertiginoso incendio''. A Félix de Azúa le sorprendió que el cura amputase de un modo tan lamentable la bienaventuranza eterna; y concluía su artículo con este vigoroso apóstrofe:
"Católicos, no os dejéis arrebatar la Gloria de la carne. No os hagáis hegelianos. Que, sobre todo, el cuerpo sea eterno es la mayor esperanza que se pueda concebir y sólo cabe en una religión cuyo Dios se dejó matar para que también la muerte se salvara.
Quienes no tenemos la fortuna de creer, os envidiamos ese milagro, a saber, que para Dios (ya que no para los hombres) nuestra carne tenga la misma dignidad que nuestro espíritu, si no más, porque también sufre más el dolor. Rezamos para que estéis en la verdad y nosotros en la más negra de las ignorancias''.
Dios llega a nosotros por la carne. Al aceptar nuestra naturaleza, se hace una sola carne con nosotros, en un desposorio eterno cuya consecuencia natural es la posesión divina de cada una de nuestras fibras a través de la resurrección. Sentirse eternamente abrazados por Dios, sentir que nuestra carne ha sido también incluida en la alianza que Dios entabló con los hombres a través de la Encarnación: este es el corazón de la fe, lo que distingue una sociedad religiosa de u na sociedad idolátrica. Sólo la resurrección de la carne sostiene la supervivencia de la persona más allá de la muerte. Y esta supervivencia ultraterrena implica que seguiremos siendo quienes ahora somos, bajo otra forma de vida superior, infinitamente más plena. Una forma de vida en la que el alma no se sienta dentro el cuerpo como en una cárcel; y en la que el cuerpo no esté sometido al sufrimiento. Quienes creen sinceramente en esta transfiguración de sus cuerpos no temen a la muerte, ni se desmoronan ante la enfermedad, ni sucumben al desaliento, por más que los desalientos y las enfermedades les golpeen.

Si el grano cae en la tierra y muere, da mucho fruto. Las sociedades religiosas saben que nuestros cuerpos, deshechos por el sufrimiento, pulverizados por la muerte, brotarán un día con nueva vida y florecerán como rosas bajo el sol de la bienaventuranza eterna. Por eso esas sociedades son indestructibles, frente a las sociedades idolátricas, donde sólo se puede vivir como si fuésemos semidioses y morir como si fuésemos gusanos.

VER+:



¿QUÉ SENTIDO TIENE LA MUERTE?

¿Puede iluminar nuestra vida?
¿Aprender a morir nos enseña a vivir?
¿Qué hay después del desenlace final?

Algunos se esfuerzan en evitar lo inevitable, pero, la realidad es que terminaremos todos en una caja de madera de pino. Es el final que nos espera, queramos o no.
Pero no solo hablaremos de los humanos, ¿qué pasa con la muerte de los animales?, ¿tienen derechos o dignidad? ¿Y los toros? ¿Qué pasa con su muerte como espectáculo?
En este segundo número conoceremos cómo se vive la Semana Santa al lado del Gólgota, recorreremos las diferentes procesiones del sur de España, y viajaremos por todo el mundo para descubrir cómo se celebra el ritual de la muerte en las distintas culturas. En este número hablaremos también del problema creciente del suicido .Contemplaremos las distintas representaciones de la muerte en el arte, analizaremos la ley de eutanasia dos años después de su aplicación, conoceremos la importancia del cine para normalizar algunas prácticas eugenésicas, haremos un recorrido por las últimas palabras de Jesús, estudiaremos a fondo la Sábana Santa y contaremos con la pluma de Juan Manuel de Prada, Enrique Garcia-Maiquez, Esperanza Ruiz o Jorge Soley.

La cháchara de los idólatras

VAMOS a intentar escribir unas líneas sobre el accidente aéreo de Barajas que se aparten un poco del asfixiante lugarcomunismo ambiental, que ya se nos sale por las orejas. Inevitablemente, serán palabras que suenen extrañas a nuestros contemporáneos; pero uno ya se ha librado de la degradante esclavitud de escribir para sus contemporáneos. Y esto no me lo tomen las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan como alarde de soberbia, sino como declaración resignada y humildísima.

Las sociedades idolátricas, a diferencia de las sociedades religiosas, no saben afrontar la muerte con naturalidad. Mientras el hombre está sano, la idolatría de la ciencia y el progreso le inspira ideas fatuas, haciéndole creer que es un semidiós; en cambio, cuando está enfermo y no tiene cura (es decir, cuando la ciencia y el progreso se revelan insuficientes o inútiles), al hombre se le dice que vale menos que un gusano. Exactamente lo contrario sucede en las sociedades religiosas, donde al hombre sano se le repite que está hecho de barro y al hombre enfermo se le recuerda que su cuerpo maltrecho será semilla de resurrección. Pero las grandes mentiras de las sociedades idolátricas se muestran todavía más desnudas cuando la muerte acude sin avisar para segar vidas sanas a mansalva, como acaba de ocurrir en este accidente aéreo de Barajas. Ante un acontecimiento luctuoso de esta magnitud, ¿cómo habría reaccionado una sociedad religiosa? Pues habría reaccionado representando autos sacramentales en las calles donde se explicase el poder igualatorio de la muerte, que no respeta ni a los jóvenes, ni a los ricos, ni a los poderosos. Y, al acabar el auto sacramental, un sacerdote habría proclamado las palabras del Evangelio: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde hay polilla y herrumbre que corroen, y ladrones que socavan y roban. Amontonad más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven ni roben». Y con esto la gente alcanzaría el consuelo, pues sabría que, si bien la muerte es un ladrón presto siempre a lanzar su zarpazo, hay un territorio donde ese ladrón no tiene jurisdicción, donde florece una vida nueva bajo el sol de la inmortalidad.

Y, frente a este consuelo religioso, ¿qué se nos ofrece en las sociedades idolátricas? Aquí, en lugar de autos sacramentales, tenemos telediarios y noticieros dándonos un tabarrón que no cesa, tratando de explicar cuál ha sido la causa del accidente: que si una avería en el motor, que si un fallo humano, que si patatín, que si patatán. Y, en lugar de un sacerdote que proclame el Evangelio, tenemos una patulea de politiquillos municipales, autonómicos y nacionales hormigueando por doquier, leyendo declaraciones institucionales de un lugarcomunismo grimoso, convocando minutines de silencio («padrenuestros de la nada», que dice mi admirado Ruiz Quintano; esto es: la oración autista y sordomuda de las sociedades que se han olvidado de rezar), prometiendo que tarde o temprano se determinarán responsabilidades, etcétera. Ni las reconstrucciones virtuales del accidente con que nos apedrean los telediarios ni las comparecencias de los politiquillos sirven para nada; pero unas y otras, repetidas machaconamente, dan una impresión de hiperactividad aturdidora que logra espantar del alma las grandes preguntas. 

Y de eso se trata, al fin y a la postre: pues, si la gente se formulara las grandes preguntas, inevitablemente concluiría que toda la filfa de progreso y bienestar que le han colado como sucedáneo idolátrico de la religión no vale una mierda. Concluiría, en fin, que aquel Paraíso terrenal que le vendieron los politiquillos sigue siendo el valle de lágrimas del que nos hablaba la religión; sólo que la idolatría del progreso, a cambio de un Paraíso terrenal fantasmagórico, nos arrebató la esperanza en el verdadero Paraíso, allá donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que roben. Y toda esa hiperactividad aturdidora que despliegan en estos días -tan retórica, tan archisabida, tan inútil- no es sino el aspaviento de los farsantes que se esfuerzan por mantener entretenida a la gente a la que previamente le han arrebatado el consuelo. Pues consuelo contra la muerte sólo puede traernos quien tiene palabras de vida eterna; lo que nos traen los idólatras es tan sólo cháchara para los telediarios.

Una saludable desesperación


En las sociedades paganas la gente no se preocupaba por la salvación de su alma. Era una actitud desesperada, pero al menos el pagano tenía la gallardía de entregarse a un vitalismo despepitado que se condensaba en aquel célebre consejo de Menandro: «Comamos y bebamos, que mañana moriremos». 

En las sociedades neopaganas de nuestra época, la gente tampoco se preocupa por la salvación de su alma, pero la desesperación se ha cambiado de ropajes, ha dejado de tocar a rebato bajo el grito comilón y borrachín de «sálvese quien pueda» y ha ofrecido al hombre desesperado (ya que no puede ofrecerle una razón para vivir) otras anestesias muy diversas que le hagan más llevadera su desesperación. Le ha ofrecido morfina para acallar su dolor, píldoras para embravecer su bálano, bisturís para borrar sus arrugas, proteínas sintéticas para endurecer sus músculos, dietas para alargar su vida. La desesperación, de este modo, ha acabado convirtiéndose en nuestro hábitat natural; un hábitat con aire acondicionado en verano, calefacción central en invierno e hilo musical las cuatro estaciones del año. Y así, mitigada por estas anestesias, la desesperación ha conseguido que el hombre neopagano acepte todo tipo de mortificaciones que dejan chiquitas las penitencias cuaresmales que ayudaban al hombre a salvar su alma. 

Para participar de la desesperación de nuestra época ya no es posible comer y beber sin tasa, como proponía la invitación hedonista de Menandro, sino que a cada instante debemos recordar que, por cada comilona que nos embaulamos, por cada sobremesa regada de alcohol que alargamos, por cada cigarrillo que fumamos, agotamos un minuto, una hora, un día de vida. La desesperación neopagana, en su afán por salvar la salud del cuerpo, ha amargado nuestra vida con las privaciones más ímprobas, al estilo de aquel doctor Pedro Recio de Tirteafuera al que encargaron vigilar la alimentación de Sancho Panza, mientras fue gobernador de la ínsula Barataria. Aquel mamarracho, armado de una varilla de ballena, señalaba las viandas que consideraba poco saludables, condenando al buen Sancho al ayuno más aciago; y esto mismo hace con nosotros la desesperación neopagana, donde la tiránica Salud desempeña el mismo papel (en versión paródica y degradada, como corresponde a todo sucedáneo idolátrico) que en las sociedades religiosas representaba la Virtud. 

Con la diferencia de que, mientras el hombre virtuoso miraba la eternidad, el hombre saludable de hogaño mira… el cronómetro, computando los minutos, las horas, los días que gana con su saludable y pestilente vida. Sancho Panza, al menos, pudo darse el gustazo de despedir con cajas destempladas al doctor Pedro Recio de Tirteafuera. 

A nosotros, la desesperación neopagana nos impone vivir saludablemente hasta nuestro fallecimiento, para llegar a ser un saludable cadáver que alimente saludablemente a los muy saludables gusanos que habrán de devorarnos (¡o al fuego de la incineradora, más saludable todavía!). Y es que, en las sociedades neopaganas, la tiranía omnímoda de la Salud se ejerce sobre una masa esclavizada que sólo cree en el Paraíso en la Tierra instaurado por Papá Estado, que le otorga graciosamente ‘derechos’ y ‘libertades’. Y Papá Estado, en su afán por proteger nuestros ‘derechos’ y ‘libertades’, y bajo los afeites de la ‘tolerancia’, ha erizado nuestra vida de muy protectoras empalizadas. Y así, armados de los ‘derechos’ y las ‘libertades’ que nos brinda Papá Estado, que no son sino armas arrojadizas que arrojamos contra el prójimo (en quien sólo vemos un enemigo potencial), nos entregamos a las más ímprobas privaciones, confiados grotescamente en que, por cada cigarrillo que no prendamos, por cada manjar que rechacemos, por cada exceso que no cometamos, obtendremos a cambio un minuto, una hora, un día más de vida. 

No está probado que esta saludable desesperación vaya a obtener recompensa; más bien está requeteprobado que seguiremos muriéndonos, después de convertir nuestra existencia en un infierno. Y quién sabe si después de ganarnos el infierno en la otra vida. Todo sea por alcanzar una magnífica ‘calidad de vida’, que es como nuestra época denomina sarcásticamente a la vida llena de ímprobas privaciones que ni siquiera son medios de nada; ímprobas privaciones convertidas en sí mismas en fines vacuos y dementes. A ninguno de aquellos juguetones dioses del Olimpo inventados por los paganos se le hubiese ocurrido una forma de tortura tan alienante y aburrida. Pero ¿quién dijo que las idolatrías fuesen divertidas?

El nuevo fariseísmo

Glosábamos en un artículo anterior la tesis de Leonardo Castellani, que hallaba la razón última de la decadencia española en una religiosidad teatrera que, hacia el siglo XIX, habría cristalizado en fariseísmo, una ‘esclerosis religiosa’ que, en sus versiones más extremas, puede llegar al crimen. Pues el fariseo, que al principio se conforma con ser hipócrita y santurrón, con el tiempo llega a despreciar y aborrecer a los auténticos creyentes, a los que termina persiguiendo con saña y fanatismo implacables. Puesto que la España actual ha dejado de ser un país religioso, podríamos considerar que la plaga del fariseísmo ha desaparecido también. Muerta la fe –podríamos pensar–, se muere también su tumoración o excrecencia parásita, con lo que al fin España se aprestaría a iniciar una nueva era de esplendor. «¡Muerto el perro se acabó la rabia!», podríamos exclamar, alborozados, en el umbral de una nueva Edad de Oro.
El placer sensual, las ideologías, el petulante culto a uno mismo son sucedáneos religiosos, sustituyen la fe en quienes carecen de ella
Pero el fariseísmo, lejos de haber desaparecido o estar en trance de hacerlo, se muestra más robusto y rozagante que nunca. ¿Cómo es posible esto, si España ha renegado de la fe de sus padres? Lo ha hecho, en efecto, pero no ha dejado de ser farisaica, por la sencilla razón de que ha encontrado sucedáneos religiosos a los que el fariseísmo puede aferrarse, sucedáneos que puede corromper y esclerotizar, utilizándolos incluso como instrumentos criminales. Para entender esta metamorfosis del fariseísmo, conviene recordar que el ser humano no puede dejar de ser ‘religioso’, como no puede dejar de ser bípedo: a medida que deja de adorar a Dios, empieza inevitablemente a adorar ídolos. Los antiguos no utilizaban jamás la palabra ‘ateo’ para referirse a la persona que había dejado de creer en la existencia de Dios, sino ‘idólatra’; pues, con sabiduría muy profunda, consideraban que ningún humano podía vivir sin adorar un ídolo. 

El becerro de oro, los placeres sensuales, las ideologías… incluso el petulante culto a uno mismo son sucedáneos religiosos, formas de idolatría que ocupan el hueco religioso, sustituyendo la fe en quienes carecen de ella y desplazándola o arrinconándola en tantas y tantas personas creyentes. Esta infestación idolátrica es hoy más invasiva y pujante que nunca, porque incluso las personas más propensas a la religiosidad encuentran multitud de idolatrías sustitutorias que reclaman su adoración: avances tecnológicos superferolíticos, descubrimientos científicos pasmosos, paradigmas ideológicos despampanantes, etcétera. Y todas estas idolatrías, además, resultan extraordinariamente ‘rentables’; pues, adorándolas, podemos colgarnos una medalla de ciudadano fetén y obtener mil y una recompensas, desde las más magras e inocentes (el aplauso social, la palmadita en la espalda) hasta las más arteras y pingües (subvenciones y mamandurrias varias).

Así que la infestación idolátrica que hoy padecemos ha procurado un nuevo y opíparo caldo de cultivo al fariseísmo. La saña con que algunas estrellitas y asteroides televisivos señalaron y estigmatizaron durante la reciente plaga coronavírica a las personas que no se quisieron inocular las terapias génicas o placebos que supuestamente la combatían, el encono con que azuzaban a los gobernantes para que convirtieran a esas personas en chivos expiatorios, es de naturaleza indudablemente farisaica (sobre todo si consideramos que tales estrellitas o asteroides son gentes por completo ignaras en cuestiones de ciencia). Otra muestra muy expresiva del fariseísmo que hoy nos corroe nos la brindan esos politicastros infames que votan leyes abolicionistas de la prostitución y a continuación lo celebran en un burdel; o esos millonetis que acuden a las cumbres climáticas en jet privado. Y lo mismo estos millonetis y politicastros que las estrellitas y asteroides televisivos ‘contagian’ su fariseísmo a millones de zascandiles que, adhiriéndose hipócritamente a sus pronunciamientos farisaicos, esperan medrar, o siquiera ser aceptados socialmente. 

Así se hace el caldo aún más gordo al fariseísmo ambiental, tan gordo que el caldo incluso ha cristalizado en una ideología específicamente farisaica, nacida de la ‘corrección política’ (como finamente se ha dado en llamar el fariseísmo), la llamada ideología woke, que está colonizando por completo el imaginario colectivo con su amalgama aberrante de victimismo y estigmatización (‘cancelación’) para quien osa transgredir los dogmas impuestos por la idolatría reinante.

Hoy, más que en ninguna otra época, el fariseísmo se ha convertido en el cáncer de nuestra vida social. Y el destino irremisible de una sociedad tan desaforadamente farisaica es la decadencia.


De rodillas ante una sociedad idolátrica


Introducción:

En este artículo se busca expresar, con claridad y ante todo honestidad, problemas presentes en nuestra sociedad de hoy, que ha caído en la burda comercialización y pérdida de significado del ser Humano, tanto que frente a esta sociedad hemos quedado postrados ante un sinfín de cosas banales y muchas veces carentes de sentido.

Antes de empezar quiero hacer una aclaración de términos. Cuando nos referimos a “Idolatría”, lejos de significar lo que para algunos movimientos “religiosos” iconoclastas significa (presente sobre todo en movimientos pseudo protestantes). La idolatría es el culto que se le ofrece a cualquier cosa que no sea Dios. En la Iglesia Católica se diferencia del término “dulía” que significa veneración (empleado para el respeto y devoción de los santos y la hiperdulía para hablar de la devoción especial que en la Iglesia se le tributa a la Virgen María), pero Latría que significa adoración, es el único culto reservado a la Santísima Trinidad. Ídolo es todo aquello que usurpa el lugar que merece Dios, en la antigüedad eran las estatuas de deidades, ellas las estatuas como tal, era donde creían se contenía la deidad en plenitud, eran un dios; bajo esta premisa uno puede entender las duras condenas que los libros del Antiguo Testamento ponen sobre esta práctica pagana, son “hechuras de manos humanas” (cfr. salmo 115).

Pero quiero ir más allá, en nuestra sociedad actual la palabra “amor” ha ido perdiendo su significado, porque la hemos trivializado, hoy decimos amar cualquier cosa, si se conoce una persona al día siguiente ya se le está diciendo “te amo”. Para los griegos el afecto tenia diferentes grados, el primero el más carnal se llamaba “eros” (hoy erotismo), el segundo un amor afectuoso de hermanos llamado “filo, filia” (muchas palabras como filantropía, filosofía, entre otras, provienen de esta palabra), y en el Nuevo Testamento encontramos la que supera a las dos que hemos visto, esta palabra rica en significado es “Ágape” el amor donativo, el amor de Cristo, el amor por excelencia, los invito a que busquen Juan 21, 15-19, Jesús pregunta a Pedro “¿me amas (agapas me) más que estos?” y Pedro le contesta “Señor tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero (filo se)” este diálogo en el que se juegan estas dos palabras que significan amar uno con más intensidad que otro, es la pregunta de Jesús sobre la capacidad que tiene Pedro de dar la vida por él.

Podemos concluir en este momento, que nuestra sociedad actual ha perdido el sentido del amor, solemos ser mezquinos y falsos, de ahí una gran crisis en muchos matrimonios actuales, un amor sin fidelidad y sin eternidad.

Qué relación hay entre Idolatría y Amor, pues sólo quien es capaz de amar, con un amor superior y donativo es capaz verdaderamente de rendir adoración a Dios, quien es el amor supremo, ahora bien esa capacidad de amor y de entrega la estamos confundiendo con obsesiones, es decir el amor no sano que le tenemos a los animales, las personas, las cosas y hasta nosotros mismos.

Para muchos va a sonar de exagerado, irreverente y sobre todo polémico, lo que viene a continuación, me permito exponer algunas de las nuevas y no tan nuevas idolatrías a las que rendimos culto en nuestra sociedad moderna.

1. ZOOLATRÍA:

Esta palabra no es nueva, es usada para hablar del culto a los animales que aún hoy se conserva en muchas culturas de oriente (la adoración de la vaca en la India, los antiguos animales sagrados de los egipcios, verbum gratia).

¿Pero qué tiene que ver esta palabra con nuestro entorno? ¡Demasiado! ¡Qué culto tan descarado y sinvergüenza le estamos dando a las mascotas que tenemos en casa! Muchos perros reciben más atención que algunas personas, tienen ahora peluquería, spa, colegio, guardería. Se les está atributando valores antropomórficos a los animales (que merecen respeto, como lo merece todo ser vivo en el universo). Cuando una persona “animalista” pide respeto por los Toros que son sacrificados en las plazas, pero pide la muerte del torero, es allí cuando pienso que tenemos invertido la pirámide de valores (por supuesto que estoy totalmente en contra del maltrato animal, pero nunca pondré la vida de un animal por encima de la vida del ser Humano).

Cuando lloramos, nos desvivimos y hasta seriamos capaces de dar la vida por un animal, es cuando podemos estar seguros que hemos caído en un culto exagerado, hemos sido víctimas de la zoolatría, que se vende en todo lado, hasta en los productos cosméticos para perros y gatos. Si alguien se siente más indignado por un perro que vive en la calle que por un niño que muere de hambre, es un fiel caso de inversión de los valores, de relativización del principio de la vida, de falta de juicio y discernimiento.

¿Fundaciones para perros abandonados? Cuando en nuestros países subdesarrollados no hemos logrado superar la pobreza extrema. ¿Mascotas en vez de hijos? ¿Perros tratados como personas y personas tratados como perros? Llegaremos al punto de arrinconar al hombre para darles lugar a los animales. Es cierto que vivimos una crisis de consumo frente a los animales de granja, que viven en situaciones desafortunadas, que estamos siendo descarados en la destrucción de nuestro planeta y todo ser vivo, pero los animales domésticos están siendo sobrevalorados y esta situación nos está llevando a rendirle culto a los animales en nuestros hogares; tristemente el valor de la vida animal es también cuestión de estética, aquellos animales que son considerados “feos” son eliminados indiscriminadamente.

Gracias a la proliferación de los medios de comunicación es que podemos ver cómo existen personas zoocentristas, basta con entrar a las redes sociales y ver que de cada cinco publicaciones dos tiene que ver con animales.

2. PAIDOLATRÍA:

Paidós (niños en griego de allí proviene pedagogía), de pronto esta es la más complicada para entender en este rating de ídolos.
En las clases medias altas de nuestra sociedad y en las clases ricas, existe una formación inadecuada hacia los hijos, están creciendo sin la capacidad de frustración, sencillamente porque todo se les está dando, sólo basta con llorar y hacer un berrinche y los papás corren a buscar lo que está pidiendo. Diferente en las familias pobres donde existe una capacidad de adaptación a las circunstancias, por tanto, este problema de paidolatría es también un fenómeno socio- económico.

Es muy común escuchar frases como “te adoro hijo”, no hemos hecho conciencia de lo que decimos, ni de la manera que nos comportamos, en nuestra sociedad superficial, materialista, creemos que dar “lo mejor” a los hijos es llenarlos de cosas materiales, estamos creando en los futuros hombres y mujeres un grado de insatisfacción, todo se ha dado y perdemos la capacidad de asombro. Hemos convertido los hijos en un objeto más de consumo, todo el comercio abrupto que gira entorno a los primeros años de la vida del hombre es a mi parecer innecesario y súper saturado. Que daño tan grande estamos haciendo al futuro de la sociedad cuando arrebatamos a los niños y jóvenes de la capacidad de frustración, son las personas que no son capaces de recibir un “no” como respuesta, que entran en crisis cuando no se les da las cosas como querían.

Debemos proteger la infancia, evitar el uso de la violencia para formar a los hijos, la mejor escuela para que los hijos aprendan el respeto es la familia, y los mejores maestros son los padres que educan y forman con el ejemplo. Pero de la casa se aprende la mentira, las groserías, el irrespeto, etc. ¿Cómo? Con el ejemplo. Un justo medio para formar a los hijos, ellos no son “un dios” no podemos invertir los valores familiares, no podemos dejar que sean ellos quienes tomen la decisiones ni muchos menos que aprendan que manipulando se logran las cosas, nunca es sano dar todo lo que piden.

El fenómeno actual es aterrador, acostumbro escuchar mucho lo que me rodea mientras viajo en un bus o mientras voy caminando por la calle, y algunas conversaciones son inevitables de escuchar, una madre rogándole a la hija que comiera de los productos que había mercado y otra contando la anécdota que duró dos horas convenciendo a su pequeña hija de que se pusiera unos zapatos; me inspiró bastante, para comprender que gracias a la mala formación que tienen los padres de hoy, existe un apego mal sano, una enfermedad social que nos llevó a perder las funciones que cada uno tiene en la familia. En algún momento tuve la oportunidad de dictar una conferencia a padres de familia que titule “ocupa el puesto que te corresponde”, de rodillas ante los niños hemos inyectado en ellos la enfermedad consumista del sistema que nos gobierna y que desde la tierna infancia nos hace volver el sistema infalible y perdemos el sentido crítico para poner en duda todo lo establecido, por lo tanto desde la infancia hemos sido adoctrinados a este sistema gracias a nuestros padres.

3. ANTROPOLATRÍA:

El culto a las personas se ha vuelto “pan de cada día” en el modo como usamos el lenguaje para referirnos a ciertos individuos; gracias a lo que ha hecho la cultura y los MCS con ciertos personajes que llamamos públicos, famosos o poderosos, detrás y delante de ellos hay un culto, generando la euforia, para terminar ejerciendo un cierto control o poder sobre sus adeptos.

Vamos a desmenuzar la idea en torno a dos principios: el primero, el uso incorrecto del lenguaje. Cuando le decimos a otra persona “yo te adoro”, “sin ti no puedo vivir”, “tú eres mi ídolo”, algo que en el común de nuestros días escuchamos o decimos, son expresiones que tienen una connotación muy fuerte, hacen parte por supuesto de la pérdida del sentido de la palabra, hoy se dice cualquier cosa sin saber lo que significa. Y el segundo principio es el modo que nos compartamos frente a los que son considerados ídolos, ya sea porque se destacan en la música, en el deporte, en el arte o inclusive en la política.

Estas personas gozan de cierta infalibilidad entre los adeptos más fanáticos, encontramos el caso de los caudillos políticos, o los líderes de los gobiernos autoritarios o dictatoriales de corte socialista. Este culto desenfrenado ha generado un adoctrinamiento social que influye en la forma como nos relacionamos en el mundo político, el uso de íconos, eslogan y la imagen de un político incluso comparado con textos o personajes bíblicos. El efecto es una alteración del subconsciente, generando cierto grado de amor irracional que termina en la proclamación de “credos” que llevan a la sumisión absoluta.

Los movimientos políticos o ciertos sectores económicos usan a su favor y acomodo enemigos comunes, muchas veces alterando la verdad o que en definitiva son totalmente ficticios, que les permiten perpetuarse en el poder ante el temor irracional que esos “demonios” lleguen a ocupar el puesto privilegiado que ellos tienen.

Los poderes económicos que están detrás del fútbol han generado, gracias a la comercialización y burda propaganda, todo un fenómeno religioso en torno a este deporte, movimientos más radicales que otros, conocidos como barras bravas o hinchas, han idealizado tanto a los deportistas que en muchos lugares son vistos como “pequeños dioses”. Este fenómeno ha calado muy bien en los corazones de algunas personas que han vivido una clara descristianización en sus países. La ausencia del valor religioso ha dado paso a que muchos estadios de fútbol se conviertan en los templos modernos, donde se celebra además de un gol, la irrupción del fenómeno social del deporte, generando todo una efervescencia psicológica. También se usan los “credos”, que ya he mencionado, para dar fuerza al rito y volverlo infalible, es por eso que muchos no puede entender hoy una vida sin fútbol.

Los extremos idolátricos que ha generado el fútbol, ha despertado tal euforia que después de un partido, hay actos vandálicos, destrucción irracional del entorno y hasta la muerte de seguidores. Ya no se muere por Cristo, sino por un gol. Por supuesto que el deporte no es malo, debemos recuperar el espacio correcto de este y otros deportes, en donde puede suceder lo mismo.

Los cantantes, actores y demás famosos que adquieren un estatus social muy alto, generan fanaticadas que idolatran, y ellos mismos identifican a su cantante o artista favorito cómo un ídolo, este fenómeno es tan grave que se desarticula la persona humana y moral de la persona artística; por ejemplo hasta su muerte Diomedes Díaz (cantante colombiano) gozó de fanáticos que lo lloraron y nunca dudaron de él, ni siquiera cuando estuvo en la cárcel por homicidio. Diomedes es un claro ejemplo de un hombre que llevaba una vida totalmente desordenada (no se sabe con precisión cuantos hijos y con cuantas mujeres tuvo y estuvo, tenía un problema con el alcohol y además era drogadicto), curiosamente la opinión pública no le pide a los “ídolos” dar un ejemplo a la sociedad, gozan de tanta infalibilidad que pueden, como hemos visto, llevar una vida totalmente desorganizada y aun así llenar estadios y contar con personas que corean su nombre.

La antropolatría moderna es todo un fenómeno que es necesario analizar con lupa, tiene implicaciones claramente cultuales, se les rinde homenaje, se les adora en un escenario y usan al sistema consumista para perpetuarse y manipulan el lenguaje para invertir los valores, a través de las canciones se propagan ideas contrarias a la moral y las buenas costumbres. No todos los músicos generan la misma euforia, hay quienes tardan mucho en lograr poseer adeptos que usen su nombre como gentilicio.

4. EGOLATRÍA:

El termino egolatría es usado por los psicólogos, es atribuido a personas con tendencia narcisista. Pero nos enfocaremos para hablar del desmedido culto al cuerpo, de la cultura fitness que disfrazada de “salud” ha puesto en el filo de la vida a miles de personas alrededor del mundo, que obsesionadas con su cuerpo se han sometido a múltiples y costosas cirugías Los modelos físicos que reinan en el mundo occidental han idealizado ciertos tipos de personas con rasgos característicos que son consideradas hermosas, las medidas del cuerpo ideal, la forma de la nariz y hasta el color de los ojos han generado un deseo ferviente de parecerse más a otros.

Con este deseo de “ser normal” hemos perdido la singularidad del ser humano, lo diferente de cada uno. Felipe en un diálogo con Mafalda le dijo: “yo no quiero hacer parte del montón” a lo que Mafalda responde en su interior: “otro más que se une al grupo de los que no quieren ser parte del montón”. Independientemente del modelo antropológico que queramos imitar estamos siendo parte de una multitud de patrones que copiamos de otro como en un círculo vicioso.

Ante el miedo que causa la muerte, el hombre y la mujer de hoy, luchan por permanecer siempre jóvenes. El enfermizo deseo de no envejecer ha dejado personas infelices por todo lado, llenas de cosas por fuera pero vacías por dentro. En el mundo actual, vemos un comercio excesivo de cosméticos, el cuerpo humano es usado para vender productos, desde la ropa hasta lo que se consume, existe hoy en día más vitaminas en un jabón que en un alimento, el cuerpo humano se volvió objeto de sí mismo, es difícil comprender el culto que cada uno se ha dado a sí mismo. Todo empezó cuando empezamos a rechazar todo lo que no es cómodo, todo lo que no nos hace felices y todo lo que no nos satisface, por eso la visión antropológica de hoy es sin duda una visión de bienestar perpetuo, donde la ascesis y la mortificación están vistas bajo sospecha.

“Yo mismo me he convertido en un dios, yo mismo he relativizado los principios morales y los he adecuado para que sirvan a mis convicciones, yo mismo he creado mi entorno, yo mismo me he formado y aunque lejos de volverme una religión yo me he convertido en mi más fiel seguidor”

5. HYLELATRÍA:

Fue un poco complicado encontrar una palabra que albergara el conjunto de cosas que en el mundo cumplen con las características de ser objeto de un “amor desordenado”, es decir, un objeto que es adorado. La palabra Hyle tiene su origen en Aristóteles, él la usó para referirse al cúmulo de cosas visibles que son objeto de nuestro entendimiento, pero que originalmente se usaba para referirse a la madera o la leña (materiales de construcción).

Esta adoración de las cosas materiales, en nuestra sociedad actual, ha adquirido unas características comunes. En primer lugar son caducas (pierden muy fácil el valor en el tiempo), frágiles y tienen un valor adquisitivo alto, lo que genera de algún modo un esfuerzo para adquirirlo. El desorden radica en que muchos de los objetos están siendo usados como sujetos, se les da nombre, se les hace duelo cuando se pierden o se dañan, y generan en algunas personas una relación enfermiza de dependencia.

Hablemos con ejemplos, el más común de todos es el celular, de manera especial los de alta gama que superan el millón y medio de pesos colombianos (500 dólares aproximadamente), en los países europeos o norteamericanos adquirir equipos de alta gama no es tan difícil como lo es en países latinoamericanos; el teléfono celular cumple todas las características que mencionamos anteriormente, ya mencionamos los valores económicos elevados, su caducidad (se vuelven obsoletos muy rápido) y requieren cuidado (son frágiles). Existe en el mundo una obsesión por adquirir y el dinero, que siempre se ha considerado “un dios”, ha pasado a ser un medio para adquirir cosas.

Esta obsesión por poseer objetos de valor (de marca) ha generado cierto apego y fanatismo, ha absorbido nuestros espacios y nuestros tiempos, y podemos ver como esta oleada de adquirir bienes sigue impidiendo el seguimiento cristiano. “Anda y vende todo lo que tienes” este imperativo de Cristo, sigue siendo una característica del verdadero cristiano que sabe renunciar a poner en los objetos materiales el corazón, “donde está tu corazón allí está tu tesoro”

Hoy también estamos viviendo una crisis ambiental por culpa de la sociedad de descarte, el uso y el desuso ha llevado a una contaminación sin precedentes en la historia de la humanidad; los valores actuales están invertidos y existe una clara relativización que ha llevado a una lucha salvaje por poseer. La crisis religiosa que vivimos actualmente y la oleada de individualismo han dejado a la humanidad en la orilla del consumismo, que mantiene a las personas atadas al sistema económico que no se ha puesto en duda. Ese sistema es el dios inefable, con una estructura tan fuerte que es casi imposible revelarse contra él, está protegido por una serie de credos que se sostienen como artículos de fe y esto ha llevado a consolidar la antropología propia de este sistema: el individualismo.

El uso del Evangelio lo ha dejado contaminado con este modelo económico, como dijimos anteriormente se habla de un “evangelio de prosperidad” una visión de Cristo que da beneficios económicos a quién pide con fe y aporta donaciones para mantener su “obra terrena”. Desintoxicar a los que se hacen llamar cristianos y que ven en Jesús un profeta que avala a los ricos por encima de los pobres, y que está de acuerdo con el sistema económico imperial, que favorece el individualismo y que muestra una clara discriminación por los que no están dentro de los parámetros morales y sociales, y que es un dispensador de milagros, un taumaturgo que ha abandonado este mundo que lo espera expectante para que a su regreso destruya a quienes están en su contra. Es tan difícil hacer un cambio de lenguaje, que hemos quedado sometidos a una visión disfrazada de Dios.

A manera de Conclusión:

Finalmente, existe un problema relacionado al “dar culto”. Hasta este momento sólo hemos podido esbozar la realidad de adoración, estrechamente vinculada con la fuerza de amar. El culto no necesariamente requiere de un lugar, es decir, un templo, aunque en la sociedad actual existan lugares donde se vive con más intensidad estas nuevas y no tan nuevas idolatrías, se requieren líderes, que hagan las veces de profetas y se necesitan credos “libros” o pensadores que ayuden a mantener esa verdad, todos de alguna manera estamos tristemente sometido a un círculo vicioso que nos ha despojado de Dios, que nos ha tumbado hacia dos extremos igualmente malvados, el moralismo solapado y el relativismo ateo. Vivimos una crisis del lenguaje, porque no dimensionamos las palabras, porque desconocemos su real significado o porque trivializamos su sentido, porque en una sociedad que no lee es difícil expresar en la era de los iconos la profundidad de la palabra.

Pero no hay por qué perder la esperanza, hay quienes adoran a Dios con toda su fuerza y todo su corazón, porque han comprendido que el Reino de Dios no es un lugar hacia dónde vamos, sino un lugar que construimos. A las voces de todos los tiempos nos unimos en este momento de la historia para que juntos sin distinción clamemos en acción de gracias a aquel que en este mundo nos ha puesto para “amarnos los unos a los otros” dando culto a Dios desde el compartir y desde la donación hacia el otro, liberándonos de tantas cosas innecesarias que nos hacen perder el tiempo y la conciencia de estar en el mundo.

Jesús el “Señor del Sábado” nos recuerda que es necesario ser como los niños para entrar en la dinámica del Reinado de Dios, quién logra liberarse de las preocupaciones del mundo; ha logrado entregar sus fuerzas para hacer de este mundo un lugar más humano. El Dios que adoro en mi interior y en el silencio “de mi habitación”, es decir en el silencio que le urge hablar al mundo, es el mismo Dios que adoro en medio de la comunidad que se reúne para celebrar una fe común y que comparte con un mismo corazón y un mismo sentir las necesidades de todos (cfr. Hch. 4, 32). El movimiento iniciado por Jesús sigue siendo profético en medio de un mundo que vive confundido, el Papa Francisco nos ha pedido ponernos de píe y ser capaces de denunciar ese demonio que entra por nuestros bolsillos, que nos hunde en el individualismo y que nos hace rechazar al hermano (“ese hijo tuyo” Lc. 15, 30).
Por: Andrés Felipe Rojas Saavedra, CM


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