EL Rincón de Yanka: MATERIALISMO

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martes, 29 de julio de 2025

¿QUÉ "MUNDO FELIZ" SE NOS ESTÁ VENDIENDO?: España es el líder mundial en el consumo de ansiolíticos y antidepresivos por REVISTA AUTOGESTIÓN

¿QUÉ   "MUNDO    FELIZ" 
SE   NOS    ESTÁ   VENDIENDO? 

España es el líder mundial en el consumo 
de ansiolíticos y antidepresivos

Por Grupo Autogestión

“Don´t worry, 
be happy!”
“¡No te preocupes, sé feliz!”. Tengo hambre. “¡No te preocupes, sé feliz!”. Tengo frío. “¡No te preocupes, sé feliz!”. Tengo un trabajo basura con un salario que no me llega a fin de mes. “¡No te preocupes, sé feliz!”. Tengo un hijo que necesita de mí y no puedo estar con él. “¡No te preocupes, sé feliz!”. Tengo que cuidar de mis padres, que ya están mayores, son dependientes y están enfermos. “¡No te preocupes, sé feliz!”. Estoy solo, mi familia está muy lejos de aquí, y me estoy volviendo loco. “¡No te preocupes, sé feliz!”. “Todo va a salir bien”. “Si persigues tus sueños…” Pero… ¿Cómo se puede ser feliz así? 
¿Cómo es posible asumir el discurso indoloro de la felicidad y la satisfacción en medio de escenas reales tan desesperadas como las que sabemos que existen? ¿Qué nos hace capaces de llevar la sonrisa de un selfie con tanto desparpajo en medio de tantas catástrofes personales y familiares como vivimos y conocemos? ¿Qué me impide pensar que hay toneladas de sufrimiento en medio de una marea de gente cargada de bolsas reciclables, llenando todos los bares, las terrazas, los restaurantes y las tiendas de marca de todos los centros comerciales? 

No tenemos respuestas muy fiables. Tal vez algunas intuiciones. Decía Guillermo Rovirosa, del que celebramos anualmente un homenaje en el Movimiento Cultural Cristiano, que cuando se roba la esencia de una persona, vocacional y solidaria por naturaleza, se infringe una violencia de tal calibre que sólo puede ser falsamente compensada con la prostitución, la cárcel y los manicomios. Rovirosa intuía que hemos perdido la conciencia de la realidad y hemos perdido la libertad real, la que es fuente de deberes que preceden a los derechos. Y eso quiere decir que hemos acabado viviendo fuera de la realidad- ¿recuerdan lo de “sensación de vivir” de la Coca Cola? - y en una falsa libertad que se sustenta en el paraíso de la autocomplacencia del placer. 

Vamos a leer en el artículo de la sección central de esta revista: “La violación de la dignidad sólo se soporta con dosis cada vez más altas de evasión y de todo tipo de drogas: las de sustancia, con el alcohol en primer lugar, y las que no requieren sustancias. Las físicas y las virtuales. Se trata de que el individuo no se enfrente a la oscuridad de su propia mente, ya que si lo hace se dará cuenta de que está sumido en una profunda crisis”. Lo suscribimos. Y lo sometemos a diálogo. El consumismo compulsivo del deseo manufacturado ocupa uno de los primeros puestos de esta lista de adicciones. 

Y no queremos llevar razón. Si hablamos de España, hace ya mucho tiempo que nos llama poderosamente la atención que ostentamos récords alucinantes de evasiones y drogas. Es decir, de autodestrucción. Somos el país del mundo con mayor consumo de benzodiacepinas, sedantes con efecto de ansiolítico. También estamos a la cabeza del consumo de antidepresivos. El negocio de la droga alcanza niveles históricos en España. Nuestro país es además el mayor consumidor de prostitución en el mundo y nos hemos convertido en uno de los principales prostíbulos de todo el planeta. El último informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE,2023) sitúa a España como el segundo país que más alcohol consume en el mundo. Podríamos seguir. 

Si a esta espiral de autodestrucción (suicidios lentos), en la que no hemos metido las adicciones que no conllevan sustancias, le añadimos los datos de natalidad negativa (pura y dura desconfianza en el futuro con muchos o con pocos motivos para ello), o los de mortalidad por suicidio (primera causa de mortalidad no natural en los jóvenes), el producto al que aspiramos con la etiqueta de “felicidad” resulta, cuando menos, sospechoso. 

Nadie debe poner en duda la legitimidad de una vida que anhela el sentido, la felicidad. Y por eso, precisamente, deberíamos ponernos muy en guardia sobre lo que se explota a propósito de esta aspiración. En su nombre, toda relación estable y duradera es una pesada carga; el hijo, es un problema y una irresponsabilidad; los vínculos fuertes y el compromiso conllevan sacrificios que no merece la pena tener; el sufrimiento inevitable, un sinsentido que dignifica a la muerte; la esclavitud y el conformismo, el honorable precio a pagar por la seguridad, el poder y el placer. 

Nadie, repetimos, debe poner en duda la legitimidad de una vida plena de sentido. Y todos tenemos la intuición de que esto es posible cuando, tal vez porque alguien o algo ha despertado en nosotros la conciencia de nuestra infinita dignidad, dejamos de buscarnos a nosotros mismos y somos capaces de entregar a los demás lo mejor de nosotros mismos. Recibimos entonces el ciento por uno, es decir, la alegría que da la conciencia del que se sabe deudor de la Vida. La felicidad no es un producto. Posiblemente se parece más a una búsqueda. Una búsqueda incansable, no exenta de dudas y sufrimientos, de la verdad, de la belleza y de la bondad que encuentra en su camino rayos de luz, y amigos, lo suficientemente luminosos como para seguir caminando con auténtica esperanza.

¿UN MUNDO FELIZ?

Qué duda cabe que en lo más profundo de las luchas y las conquistas que ha emprendido el hombre descubrimos un anhelo de plenitud, de sentido, al que llamamos felicidad. Y que, en la noción genérica, tal vez abstracta, de la felicidad, esperamos saciar el latido profundo de libertad/ responsabilidad, igualdad/justicia y fraternidad/ amor que se bordó en una bandera en nombre de la Revolución.

La felicidad, una aspiración legítima

Lo cierto es que ha llovido mucho desde que se blandió esta bandera por la que la sangre de los pobres se utilizó para encumbrar a la burguesía que nacía del capitalismo comercial, financiero e industrial que comenzó a desplegarse ya desde el siglo XIII. Y sólo desde la perspectiva del tiempo hemos empezado a entender que la libertad, la justicia y el amor (“la felicidad”) que manoseó el liberalismo no tenía nada que ver con la que convirtieron en su ideal “los pobres de la Tierra”. 

El actual nivel de desigualdad, medido exclusivamente como disposición de bienes materiales, jamás ha sido en toda la historia más ignominioso. Menos del 1% de la población mundial ya controla más del 50% de toda su riqueza. Nunca ha existido un número de hambrientos más numeroso en medio de nuestra impresionante capacidad de generar riqueza. Nunca se han librado guerras tan devastadoras como las de los dos últimos siglos dónde el mayor porcentaje de bajas se encuentra entre los que no han cogido ningún arma y entre los niños. Nunca se ha pisoteado la dignidad del trabajo hasta el punto de mantener a más del 60% de la población trabajadora en la economía informal, basura, precaria, con niveles salariales que impiden disponer de lo más mínimo para sobrevivir: el pan y el techo. Nunca ha habido un ejército de niños esclavos y huérfanos tan numeroso al servicio del bienestar de una minoría cada vez más minoritaria. 

El anhelo de la felicidad, de sentido, aviva sus llamas. El rescoldo de las cenizas vuelve a convertirse en fuego. 

La manufactura del deseo: un producto llamado “felicidad” 

Tal vez por eso, “la felicidad” ha pasado a convertirse en uno de los señuelos más relevantes de este sistema. Si estamos condenados a que la mayoría de la humanidad seamos sacrificados en aras de una minoría y esto hay que aceptarlo sin más; si nuestra actual arquitectura de gobierno resulta tremendamente estéril y estrecha de miras, parsimoniosa, ineficiente y corrompible; si la auténtica libertad, la que pide asumir responsabilidades y compromisos, nos provoca el pánico y la angustia y la ansiedad; si el trabajo, desvalorizado, desprofesionalizado y rutinario, es un castigo; si cualquier dolor y sufrimiento carecen de todo sentido y deben ser abolidos,… ¡Qué mejor producto para mantener la maquinaria que la promesa de un “Mundo Feliz”! 

Para ello, es imprescindible orientar el latido más humano del corazón: el deseo. Y dirigirlo no ya hacia la belleza, la verdad o la bondad (los materiales de la Justicia) sino hacia la comodidad y el placer hedonista y narcisista. Es necesario un “producto” sustentable que nos ofrezca la liberación de todas las responsabilidades, de los compromisos, del dolor y el sufrimiento, de la necesidad de tomar decisiones… Es necesario un producto, una promesa, que permita que el mundo nos sea indiferente, que nos orientemos hacia nuestro propio confort y satisfacción ególatra y nos regocijemos en el placer indoloro. Y ese producto es “la felicidad”. Un remero plausible, comercializable, capitalizable, del sentido de la vida. Un producto así proporciona el más sostenible de los combustibles a la maquinaria del poder y del lucro. Un producto así exige la manipulación del deseo, la manufactura de deseos. 

En el mundo real en el que vive la mayoría de la humanidad, despertarse por la mañana es la peor pesadilla. El que vive en la miseria y el hambre se levanta de la cama sabiendo que el día que comienza le depara más miseria y más hambre, para él y para los suyos. Y este aplastamiento es también espiritual y moral, y afecta a los que no sufren esas necesidades materiales más perentorias que permiten la supervivencia. Porque resulta que, habiendo conseguido un sector intermedio de la humanidad “tener algo”, se nos ha despertado el deseo insaciable de “tener más”, emulando a los que dicen ser felices “teniéndolo todo” (o casi todo). Y la frustración, para unos -cada vez más-, y para otros- cada vez menos se hace insoportable.

La violación de la dignidad sólo se soporta con dosis cada vez más altas de evasión y de todo tipo de drogas: las de sustancia, con el alcohol en primer lugar, y las que no requieren sustancias. Las físicas y las virtuales. Se trata de que el individuo no se enfrente a la oscuridad de su propia mente, ya que si lo hace se dará cuenta de que está sumido en una profunda crisis. 

España es el país del mundo con mayor consumo de benzodiacepinas, un medicamento incluido dentro del grupo de los hipnosedantes que, a menudo, se receta para dormir mejor por su efecto ansiolítico, hipnótico y relajante muscular, según datos de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE). Se estima que en 2020 se consumieron en España casi 110 dosis diarias por cada 1.000 habitantes. ¿Casualidad? 

No tenemos respuestas, pero si preguntas: ¿cómo ha sido posible pasar en tan poco tiempo de ser el país con las redes sociales más fuertes de Europa, es decir, con una familia extensa fuerte, a abrazar una cultura del individualismo y la desvinculación tan necrófila como la que estamos aceptando? 

Si, es cierto, estamos más globalizados, más conectados y en-redados que nunca. Pero a la vez cada vez más desligados y desvinculados… de nosotros mismos (hasta de nuestro propio cuerpo) y de los demás, de la historia, de aquellas cosas que históricamente le dieron sentido al hombre. Y desvinculados del Misterio, que para eso está el dios-progreso. Dostoyevski creía que el ser humano no podía vivir sin belleza. Belleza: el esplendor y la tempestad de la verdad junto a la fragancia y la armonía de la bondad. ¿Se equivocaba? 

Lo dicho. Quizás la gran ilusión moderna tiene que ver con la idea de que el ser humano existe para su propia, PARA SU PROPIA, felicidad. Una felicidad individualista, una felicidad que trata de suprimir todas las amenazas, todo el dolor, todo el miedo, toda la oscuridad, y de abrirse el terreno hacia la máxima comodidad y hacia el más alto diseño del placer. 

Distopías no tan disparatadas. 

“Un Mundo Feliz” El analista de medios Neil Postman distinguió la visión distópica de Huxley de la de Orwell. La del primero estaba basada en el deseo y la segunda en el miedo. De manera quizá un poco más sofisticada, Huxley entendió que en el "futuro" íbamos a ser controlados no a través de la fuerza, la represión violenta o la supresión de la información, sino, sobre todo, a través de la distracción y el entretenimiento. 

La sociedad, en esta distopía, debe convertirse en un organismo funcional, eficiente, predecible, pero sin alma, y en una perenne crisis existencial que es suprimida por paliativos. Crisis existencial que es rápidamente atacada por el entretenimiento y la evasión.

Esta es la promesa de la tecnoutopía del Mundo Feliz de Huxley: una existencia descorporalizada en la que se puedan crear paraísos hedonistas sintéticos. Todo el desarrollo tecnológico se pone al servicio de esta existencia y se convierte en la piedra filosofal de todo el sistema. 

Asimismo, Aldous Huxley ya vislumbraba que las personas estaban dispuestas a sacrificar su libertad en niveles alarmantes a cambio de seguridad, especialmente después de haber vivido una guerra. Esto se pudo comprobar con el movimiento nazi. 

Pero la utopía requiere también de una droga. Con la dispensación libre de Soma, los poderes totalitarios que gobiernan Utopía previenen cualquier tipo de inadaptación o inquietud social y, por supuesto, eliminan cualquier idea subversiva. Todos iguales en una felicidad autoimpuesta que anula los impulsos naturales del ser humano. Si nunca se desea lo que no se puede tener, la felicidad se plantea como un estado alcanzable. Sin sufrimiento no se precisa consuelo y ni siquiera la religión se plantea como opción. Soma abole la voluntad, la personalidad y la diferencia, logrando, de esta manera, construir esa sociedad utópica libre de guerras y pobreza en la que cada uno ocupa el lugar previamente asignado. Soma encumbre lo banal, lo trivial, lo vulgar incluso, haciendo creer a sus consumidores que todo está en orden y que, simplemente, son felices a cada instante. Al más mínimo indicio de flaqueza, una dosis de Soma y todo vuelve a ese estado de felicidad artificial. Obviamente, el pensamiento crítico también queda abolido, previa instauración del «culto a la ignorancia».

Y mientras que llega la Utopía… ensayemos la “happycracia”.

Eva Illouz y Edgar Cabanas, directora de la Escuela de Estudios Superiores de CC. Sociales de París y doctor en psicología respectivamente, son los autores de uno de los primeros ensayos- ya han salido otros- que analizan la industria de la felicidad y la aparente legitimidad científica de la psicología positiva. Desde que en 1998 naciera en EE.UU. la ciencia de la felicidad y la psicología positiva, bien financiada por fundaciones y empresas, en pocos años han pasado a estar en lo más alto de las agendas académicas, políticas y económicas de muchos países. 

La felicidad que se vende, ese producto llamado “felicidad”, viene a ser “un estilo de vida que apunta hacia la construcción de un ciudadano muy concreto, individualista, que entiende que no le debe nada a nadie, sino que lo que tiene se lo merece. Sus éxitos y fracasos, su salud, su satisfacción, no dependen de cuestiones sociales, sino de él y la correcta gestión de sus emociones, pensamientos y actitudes”. 

La “ciencia” y la “industria” que se encargan de vender esta noción de felicidad trabaja, a juicio de los autores, “al servicio de los valores impuestos por la revolución cultural neoliberal”: no hay problemas sociales estructurales sino deficiencias psicológicas individuales. Riqueza y pobreza, éxito y fracaso, salud y enfermedad, son fruto de nuestros propios actos. 

Y el psicólogo señala que en esta nueva ciencia “no es suficiente con no estar mal o estar bien, hay que estar lo mejor posible”. La felicidad así es una meta en constante movimiento, nos hace correr detrás de forma obsesiva. Y tiene que ver siempre con una mirada hacia dentro, nos hace estar muy ensimismados, muy controlados por nosotros mismos, en constante vigilancia. Eso aumenta la ansiedad y la depresión. Nos proponen ser atletas de alto rendimiento de nuestras emociones. Vigorexia emocional. En vez de generar seres satisfechos y completos genera happycondriacos.

Además, la happycracia- concluyen- desactiva el cambio social. “Admiten que las circunstancias algo influyen, pero es muy costoso cambiarlas y no merece la pena. Debes cambiarte a ti mismo. Abogan poco porque la idea de buena vida esté relacionada con una buena vida colectiva”, dice Cabanas, y explica qué pasa cuando la psicología positiva ataca emociones como la ira. “Las emociones no son positivas o negativas. Tienen diferentes funciones según la circunstancia. Y son siempre políticas. La ira puede ser mala a veces y buena para luchar por reparar injusticias. Cuando dices que es tóxica, desactivas una emoción política muy importante. Cuando estamos indignados, nos ponemos las pilas.”.

“Felicidad Nacional Bruta” (FNB)

En 1974, el economista Richard Easterlin en un estudio comprobó la existencia de determinadas indecisiones que cuestionaban abiertamente la importancia de la riqueza como un indicador confiable y susceptible de establecer valores de bienestar. Estos valores además pueden medirse y observarse. Nacía la famosa "paradoja de la felicidad o paradoja de Easterlin": el aumento indefinido de ingresos no resuelve el problema del bienestar. 

El economista estadounidense hizo un examen comparativo entre los países y las personas, analizando las relaciones entre semejanzas y diferencias de los ciudadanos que decían ser felices. Estableció, a modo de conclusión, una característica común en aquellos que habían saciado sus necesidades fundamentales: que el índice de felicidad promedio no se alteraba al margen de su mayor capacidad de generación de ingresos. 

Hace cuarenta años, el joven y flamante cuarto rey de Bután hizo una elección notable: Bután debía perseguir la “Felicidad Nacional Bruta" (FNB) en lugar del producto interno bruto. Decenas de expertos se reunieron en la capital de Bután, Thimphu, para analizar la experiencia del país 

Lo hicieron a instancia de las Naciones Unidas, con la participación de uno de los principales asesores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, Jeffrey D. Sachs, profesor de la Universidad de Columbia. La cuestión que se analizó, según nos relata el profesor, fue la de cómo alcanzar la felicidad en un mundo que se caracteriza por la rápida urbanización, los medios masivos, el capitalismo global y la degradación ambiental. ¿De qué manera nuestra vida económica se puede reordenar para recrear una sensación de comunidad, confianza y sustentabilidad ambiental? 

Las principales conclusiones que se obtuvieron a partir de este informe fueron: 

1) El progreso económico es fundamental para la felicidad: para poder ser feliz hay que tener cubiertas las necesidades básicas como la comida, agua potable, atención médica, educación. 

2) La simple búsqueda del PIB, sin tener en cuenta otros objetivos, no conduce a la felicidad, sino que lleva a grandes desigualdades en riqueza y poder. 

3) La felicidad se logra a través de una estrategia equilibrada frente a la vida. Como individuos, una vez cubiertas nuestras necesidades elementales, sólo seremos felices si la búsqueda de mayores ingresos no reemplaza nuestra dedicación a la familia, los amigos, la comunidad, la compasión y el equilibrio interno. Como sociedad, una cosa es organizar las políticas económicas para que los niveles de vida aumenten y otra es olvidar los valores de la sociedad (justicia, confianza, salud física y mental, sostenibilidad ambiental…) para conseguir mayores ganancias. 

4) Debido a que el capitalismo global plantea amenazas directas a la felicidad, proponen algunas actitudes que se deberían modificar para fomentar la felicidad: la destrucción del medio ambiente natural; la debilitación de la confianza social y la estabilidad mental; el uso, por parte de la industria de comida rápida, de ingredientes adictivos para crear una dependencia poco saludable de alimentos que contribuyen a la obesidad; o la publicidad que contribuye a muchas otras adicciones de consumo que implican grandes costes para la salud pública (tiempo excesivo frente al televisor, apuestas, consumo de drogas, tabaquismo y alcoholismo).

5) Para promover la felicidad, debemos identificar los muchos factores más allá del PIB que pueden aumentar o reducir el bienestar de la sociedad. La mayoría de los países invierten para medir el PIB, pero gastan muy poco para identificar las causas de la mala salud. Estas cinco conclusiones están resumidas, pero han sido fielmente tomadas del artículo escrito por el profesor Jeffrey D. Sachs a raíz del encuentro en Thimphu.

¿Puede convertirse el tigre del capitalismo en vegetariano (o vegano)?

Cuentan que, en una reunión de militantes cristianos- esas personas que no dudaban en entregar su vida completa por un Ideal de Justicia, Solidaridad y Fraternidad encarnado en Jesucristo- uno de ellos, socarrón y muy simpático, espetó esta pregunta a alguien que ya por aquel entonces hablaba de promover, como lo más realista, un “capitalismo con rostro humano”. Y la pregunta, si leemos con cierta perspicacia las conclusiones anteriores, no puede arrinconarse tampoco ahora. 

No creo que a aquel militante le pareciera mal que al hablar de los “bienes” necesarios para el desarrollo personal y colectivo se incluyeran también los bienes inmateriales junto a los materiales. Con ellos ya se referían entonces a los bienes intelectuales, profesionales, o relacionales-comunitarios- afectivos (familias, amigos, comunidad). Tampoco creo que rechazara de plano, en el nuevo algoritmo económico, la compasión. De eso hablaban igualmente mucho los militantes conscientes de que su principal enemigo era el materialismo, filosofía que encarna como ninguna otra el capitalismo. 

Pero alguien sensible a las argucias del poder, porque la mayoría las habían sufrido y padecido en no pocas ocasiones, leería con mucho detenimiento la segunda parte de la conclusión tres y la cuatro: “Debido a que el capitalismo global plantea amenazas directas a la felicidad, proponen algunas actitudes que se deberían modificar…”. Y entonces surgiría, como entonces, la pregunta del millón: ¿Alguien piensa, a estas alturas de la película del turbocapitalismo digital del control, de la vigilancia, del deseo…en la posibilidad de que se haga vegetariano (o vegano)? 

Queda abierto el debate. No dudo de que será muy interesante. ¿Un Mundo Feliz? ¿De qué persona, de qué sociedad, de qué felicidad estamos hablando?.

LA MEDICALIZACIÓN DE LA VIDA

¿Por qué España es el país del mundo 
donde se toman más tranquilizantes?


Las cifras de consumo de tranquilizantes no dejan de crecer en España. En el último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE), organismo que depende de la ONU, revela que España encabeza el consumo mundial lícito de ansiolíticos, hipnóticos y sedantes.

¿CUÁLES SON LOS FACTORES QUE ESTÁN DETRÁS DEL INCREMENTO EN LA UTILIZACIÓN DE TRANQUILIZANTES? (RESUMIDO)

1.- El negocio de los tranquilizantes


SITUACIÓN ACTUAL

2.5 millones de personas en España toman a diario alguno tipo de ansiolítico. Entre las más utilizados tenemos el grupo de las benzodiazepinas donde se incluyen el Alprazolam, Lorazepam, Diazepam, Clonazepam, Bromazepam y Lormetazepam. 

Cuando hablamos de tranquilizantes nos estamos refiriendo a aquellos medicamentos cuya finalidad inicial es el tratamiento de problemas básicos de salud mental como son el estrés, la ansiedad o el insomnio. La última Encuesta Nacional de Salud nos da una fotográfica de las personas que los utilizan. Así tenemos que su uso se da en el 30% de las personas mayores jubiladas, en el 42% en las incapacitadas para trabajar o que están en paro y en el 24% de las que se dedican únicamente a las tareas del hogar. En definitiva, podemos decir que estos medicamentos lo que hacen en ayudar a sobrellevar las dificultades económicas, sociales… de la propia existencia. 

Si centramos la mirada en las personas mayores vemos que presentan un patrón de mayor uso de benzodiacepinas, hasta el punto de que la población que rebasa los 65 años supone más de la cuarta parte de los consumidores de tranquilizantes y relajantes en España, en muchos casos utilizados para conciliar el sueño. Ese alto consumo de psicofármacos está detrás también de muchos de los accidentes domésticos, que son una de las principales causas de fractura de cadera. A esto se suma la situación de fatiga post-pandémica, que hace que todavía muchas personas demanden estos psico-fármacos, sobre todo entre las personas mayores que sufren más la soledad emocional por estar solas, por tener dificultades para poder ver a su familia, o a sus amistades, en definitiva, por haberse roto muchos de los vínculos sociales que les daban seguridad. 

Un aspecto importante de este tipo de medicación es que acaba haciendo más frágil al paciente, al cual, una vez que ha comenzado a tomar tranquilizantes, resulta muy difícil retirárselos, ya que generan síndrome de abstinencia (nerviosismo, sudoración, alteración del sueño, inquietud). Crean una adicción, que es sobre todo psicológica. Piensas que no tienes más remedio que tomar pastillas para dormir, para no estar nervioso, para no tener un ataque de pánico. Y si no las tomas, no duermes, porque ya tienes un síndrome de abstinencia.

¿CUÁLES SON LOS FACTORES QUE ESTÁN DETRÁS DEL INCREMENTO EN LA UTILIZACIÓN DE TRANQUILIZANTES?

1.- El negocio de los tranquilizantes

Siempre que hablamos de medicamentos hay que hacerlo en clave de negocio, de beneficio económico. El Instituto Nacional de Salud Mental de EEUU calcula que uno de cada cuatro norteamericanos adultos padece algún tipo de enfermedad mental diagnosticable y la OMS señala que son 300 millones de personas en todo el mundo y que estas patologías son responsables, en las economías desarrolladas, del 15% del gasto en enfermedades (sólo en EEUU supera los 200.000 millones de dólares anuales). A la vez, la industria farmacéutica tiene actualmente más de 300 compuestos en I+D para salud mental, predominando la investigación destinada al tratamiento de la ansiedad y la depresión. 

En España se publicaba recientemente un artículo bajo el titulo La vida duele tanto que se puede medir en containers de ansiolíticos, donde se ponía en evidencia como el número de aviones y trenes cargados de ansiolíticos que llegan a diario al puerto marítimo de Valencia ha crecido en un 25% desde la pandemia. En 2022 se vendieron en España 111 millones de envases de ansiolíticos y antidepresivos. Todo este volumen comercial le supone a España un gasto de 46.000 millones de euros anuales en salud mental, de los cuales, el 47% se destina a pagar la prescripción de medicamentos por la Seguridad Social, así como las bajas laborales derivadas por el estrés y la ansiedad. Dinero que al final se queda en la cuenta de resultados de grandes empresas farmacéuticas multinacionales (orfidal- Pfizer, lexatín -Roche, tranxilium – Sanofi).
 
A lo largo de los años la industria farmacéutica has sabido desarrollar estrategias para mantener sus niveles de ventas de medicamentos. Una de estas estrategias es la de generar o “inventar enfermedades”, en este caso mentales. Para ello transforman las dimensiones intangibles de nuestra vida íntima en cantidades calculables y por lo tanto comparables con un estándar y todo lo que se salga de esa medida es susceptible de ser medicalizado. Existe una fecha clave, 1987, cuando se aprobó una nueva clasificación de enfermedades mentales (DSM-III revisada), incluyendo novedosas patologías, test y criterios diagnósticos. Desde entonces, más o menos coincidente con la aparición del Prozac y otras moléculas similares, se observa que algunos fenómenos o mecanismos adaptativos han tendido a clasificarse con facilidad como enfermedad tratable con psicofármacos. 

Así, por ejemplo, convertir la tristeza en depresión; convertir la preocupación por algo futuro o inseguro que nos pueda acaecer, en ansiedad generalizada; los sofocos, palpitaciones y miedo a morir, en un trastorno de pánico; o la misma timidez, que de ser una característica personal se ha convertido en fobia social. También se han estandarizado las enfermedades ligadas al mundo laboral: acoso moral, burnt out, bulling y otro largo etcétera consiguiendo medicalizar el conflicto que antaño se llamó lucha de clases y que se dirimía en el ámbito sindical. 

Otra buena parte de este aumento es debido a la "incorporación" de los niños como potenciales consumidores. Sobre todo, debido a la conversión de la timidez infantil en "depresión", de la inquietud del niño inteligente y despierto en "trastorno por déficit de atención con hiperactividad o TDAH", del miedo a la maestra rígida en "neurosis obsesiva", o la aparición del dolor abdominal y los vómitos ante la exigencia escolar en "intolerancia a la lactosa", "dolor abdominal recidivante" o "síndrome de intestino irritable", son sólo algunos ejemplos. 

Esta medicalización de la vida, ha provocado que muchas circunstancias que no son patológicas, sino situaciones vitales o de la vida cotidiana que son etiquetadas erróneamente como trastornos de ansiedad o insomnio, acaben siendo tratadas con psicofármacos. 

2.- La debilidad del Sistema Sanitario 

Otra de las causas en el consumo de psicofármacos es la saturación del sistema de atención primaria y la falta de profesionales en salud mental. En este sentido, el responsable del Consejo General de la Psicología afirmaba en una entrevista que ante el aumento de enfermedades mentales "en España, se ha optado, por administrar sólo psicofármacos, que palían los síntomas, pero no los solucionan. Es sólo un remedio paliativo. Si al paciente no se le enseña cómo afrontar el estrés, a mejorar sus habilidades sociales, el problema seguirá". Según algunos expertos, este consumo de fármacos se debe a la falta de una respuesta adecuada por parte del sistema sanitario a los problemas de salud mental, un problema de años pero que se ha intensificado tras el confinamiento por la Covid-19. 

Hay que tener en cuenta que dos de cada tres casos de trastornos de ansiedad o depresión son atendidos por el médico de familia, que ya tenía una presión asistencial muy elevada antes de la pandemia, cuando disponía de una media de cinco minutos para cada paciente, y que ahora con el desarrollo de la teleasistencia, ya ni siquiera los puede ver. Los problemas como el de la ansiedad no se pueden resolver "anestesiando" con fármacos los síntomas que produce, sino enseñando al paciente a manejar su problema, a afrontarlo contando con su entorno social y familiar. Y si esto no da respuesta a la situación, es ahí donde deberían de intervenir los psicólogos o psiquiatras. 

Los resultados de varios estudios sobre la ansiedad reflejan que, en el caso de quienes recibieron atención psicológica, el 70% dejó de padecerla y el 50% logró una recuperación óptima, porcentajes que bajaron al 20 y al 10% respectivamente en el de los que solo fueron tratados con benzodiacepinas. Mejorar la atención de estos trastornos con más psicólogos reduciría sensiblemente el gasto que ocasiona el uso desmedido de ansiolíticos y sedantes: en torno a 23.000 millones de euros anuales entre costes sanitarios de tratamientos y pago de pensiones por una incapacidad causada por el abuso de estos fármacos o por accidentes domésticos o de tráfico. Pero en el Sistema Nacional de Salud de España hay una ratio de entre 5 y 6 psicólogos clínicos por cada 100.000 habitantes, lejos de los 18 que hay en otros países de la Unión Europea. Además, en España aún no se ha incluido la psicología clínica en la cartera de servicios del sistema público de salud. Por lo tanto, es necesario más tiempo para la atención de los pacientes en la atención primaria y también es necesario tener disponibles a más psicólogos para una atención más especializada. 

Pero un paso más a dar es la restauración de los vínculos sociales y familiares de esa persona. Se ha observado que, si el acompañamiento se realiza sobre todo en los domicilios, yendo al encuentro donde están los pacientes con sus familias y amigos, conociendo sus condicionantes sociales, se produce una reducción drástica del consumo de medicamentos, de las recaídas, y la práctica desaparición de los ingresos, con todo el sufrimiento que esto supone. 

3.- La frustración del hombre ante la nueva sociedad 

Vivimos en una sociedad competitiva y estresante en la que debemos sostener rutinas que exigen mantenerse al límite del rendimiento sin angustia y sin claudicaciones. Y es en este contexto, en el que, para enfrentarse a los problemas cotidianos se recurre a la química para desconectar, mitigar la ansiedad o para dormir. Al fin y al cabo, el objetivo último es evadirse de una realidad cotidiana que le resulta agobiante. Una situación que se ha intensificado tras el Covid. Una encuesta sobre la salud mental de los españoles realizada tras la epidemia del COVID reveló que el 23,4% de la población ha sentido mucho miedo a morir debido al coronavirus. Este sufrimiento se ha agravado por los fallecimientos cercanos, la situación de inseguridad o pérdida del empleo y el aislamiento social, lo que no ha hecho más que aumentar la demanda de tranquilizantes. 

Ahora estamos viendo las consecuencias de las condiciones de vida de la gente y la forma rápida en la que están intentando calmar el dolor psicológico. Las personas sufren cada vez más dolor en su intento por tener una vivienda digna, por llegar a fin de mes y por conciliar vida y trabajo. No hay lexatin que te pague el alquiler a fin de mes, ni valium que evite que te desahucien. Pero la solución de muchas personas ha sido acudir a las pastillas para poder seguir produciendo. 

Hasta hace poco, la soledad se asociaba con la vejez. Pero en los últimos años, los expertos han descubierto también la variante de la «soledad en el trabajo» y ahora el problema se ha ampliado para incluir a los jóvenes, los "millennials solitarios". Ya hay numerosos informes que afirman que el impacto de la soledad es mucho mayor en los jóvenes que en las generaciones mayores. Ante esta nueva realidad, las teorías de “la reconfiguración psiquiátrica de la persona", han cobrado impulso en los últimos años gracias a los esfuerzos de la industria farmacéutica, y ya la mayoría de la población ha absorbido la narrativa ampliamente comercializada del desequilibrio químico como causa de los problemas mentales, desplazando los problemas sociales o políticos como raíz de su situación. 

Y así, la soledad, la tristeza y la desesperación por las condiciones de vida que son la respuesta natural a la pobreza, la discriminación y la inseguridad se transforman en problemas médicos individuales con respuestas individuales. De este modo, la idea de que los problemas de salud mental son enfermedades o dolencias puede considerarse una bio-ideología, un término que hace referencia a un conjunto de creencias falsas que ocultan la realidad sufrimiento de la vida bajo el sistema neocapitalista actual. 

A MODO DE CONCLUSIÓN 

El aumento del consumo de estos psico-fármacos tiene que ver con la evolución de la cultura occidental. Vivir bajo el capitalismo oculta más el sufrimiento interno de la persona. Y su eficiencia fuera de dudas oculta el hecho de que los médicos no están adecuadamente preparados ni tienen los recursos ni el tiempo necesario para abordar las emociones como la tristeza, el miedo, la angustia y al final lo resuelven recetando medicamentos, y todo ello, bajo el gran control que posee la industria farmacéutica en el sistema sanitario. Así como los dirigentes de las compañías farmacéuticas rinden cuentas ante la asamblea anual de sus accionistas, los dirigentes de los sistemas de salud deberían rendir cuentas ante los ciudadanos. Cuentas sobre su responsabilidad por la patología causada por los efectos secundarios de los medicamentos por ellos aprobados. Cuentas sobre la transparencia en la toma de decisiones. Cuentas sobre su responsabilidad, por inacción y complicidad, ante el robo sistemático económico y cultural del sistema de salud a manos de la industria biofarmacéutica multinacional que antepone sus objetivos de beneficio económico al bien común de la sociedad. 

La organización de la producción en el capitalismo genera muchos de los problemas que llamamos trastornos mentales. Un sistema económico que distribuyera los recursos de forma más equitativa, que proporcionara seguridad en los ingresos, la vivienda, la educación, la asistencia sanitaria y que permitiera a más personas participar de forma significativa en la vida económica y social, acabaría con gran parte de la actual epidemia de salud mental que está tan relacionada con la inseguridad económica, el endeudamiento, la falta de vivienda, la soledad, la sensación de fracaso y la falta de objetivos existenciales. 

Los enfermos han sido los grandes perdedores en las últimas reformas de las que ha sido objeto la seguridad social. A los promotores de estas reformas le interesa entenderse sin los pacientes, es decir, entenderse sólo entre científicos, industriales y representantes políticos, manteniendo a los ciudadanos al margen de las cuestiones a decidir. Han fomentado que estas decisiones políticas quedaran confinadas a comisiones administrativas formadas por técnicos y expertos. Se ha producido un creciente proceso de medicalización de la sociedad relegando a los pacientes a un papel secundario como consumidores pasivos de medicamentos.

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miércoles, 19 de febrero de 2025

EL TECNOTOTALITARISMO QUE VIENE: IDENTIDAD DIGITAL, CIUDADADES INTELIGENTES, CRÉDITOS SOCIALES Y CONTROL ALGORÍTMICO 👿👥💀


el reconocimiento facial 
y el futuro de la identidad digital 
en las ciudades inteligentes

En el marco del Foro Económico Mundial, el CEO de Avathon, Pervinder Johar, ha esbozado un futuro en el que las identificaciones digitales serán reemplazadas por tecnologías biométricas, especialmente el reconocimiento facial. Según Johar, en un plazo de cinco a diez años, los ciudadanos de las denominadas ciudades inteligentes no necesitarán portar documentos ni claves de acceso, ya que su identidad será verificada automáticamente a través de redes de cámaras y bases de datos interconectadas. Esta evolución de la infraestructura pública digital (DPI, por sus siglas en inglés) ha generado tanto expectativas como preocupaciones. Por un lado, se espera una mejora en la seguridad y la eficiencia de los servicios urbanos. Sin embargo, por otro, se teme que esta vigilancia omnipresente socave la privacidad individual y refuerce mecanismos de control estatal y corporativo. El concepto de DPI ha sido impulsado por organismos como la ONU, la Unión Europea, el Foro Económico Mundial y figuras clave del sector tecnológico como Bill Gates. Su propósito inicial es la optimización de servicios digitales gubernamentales, financieros y administrativos, pero su implementación real está ligada a la recopilación masiva de datos ciudadanos.

Johar explicó que la identidad digital y las finanzas convergerán, lo que implica que las interacciones económicas, desde la apertura de una cuenta bancaria hasta el acceso a servicios médicos o educativos, dependerán del reconocimiento facial y otros identificadores biométricos. En Round Rock High School, Texas, Avathon ya ha implementado una plataforma de inteligencia artificial que utiliza cámaras para detectar armas, accesos no autorizados e incluso incendios. Este sistema ha sido justificado como una herramienta de protección infantil, pero plantea interrogantes sobre su posible extensión a otros ámbitos de la vida pública. La adopción de tecnologías de reconocimiento facial en espacios públicos y privados ha generado intensos debates en torno a la privacidad, la seguridad y el consentimiento ciudadano. La experta Hoda Al Khzaimi, de la Universidad de Nueva York Abu Dhabi, abordó el tema desde una perspectiva gubernamental, afirmando que el DPI busca garantizar servicios ininterrumpidos en las ciudades inteligentes. Sin embargo, también señaló que la “aplicación óptima” de estas infraestructuras conllevaría la imposición de identidades digitales a todos los ciudadanos.

Si bien se reconoce el riesgo del uso indebido de estos sistemas, algunos defensores argumentan que pueden ser esenciales en situaciones específicas, como la respuesta a brotes pandémicos o el control de la inmigración ilegal. Ejemplos de estas aplicaciones incluyen el pasaporte digital mexicano, mencionado por René Saul, CEO de Kapital, quien destacó su rapidez y eficiencia en los procesos migratorios en aeropuertos europeos. La adopción del reconocimiento facial en el sector financiero también ha cambiado la forma en que se validan las identidades. El protocolo "Conoce a tu Cliente" (KYC, Know Your Customer), ampliamente utilizado por los bancos, ahora emplea escaneos biométricos y análisis de documentos para prevenir el fraude. Si bien este sistema facilita transacciones más seguras, su carácter invasivo ha generado críticas. El temor de los activistas por los derechos digitales es que estos sistemas terminen derivando en una sociedad donde la identificación constante sea la norma y donde el anonimato desaparezca. 

El desarrollo de las ciudades inteligentes y la integración del reconocimiento facial marcan un punto de inflexión en la relación entre tecnología, privacidad y control social. La visión de Pervinder Johar y otros líderes del sector plantea un escenario en el que la identidad digital se vuelve innecesaria, pero a costa de una vigilancia omnipresente. Las preguntas fundamentales que surgen son: 
¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra privacidad en favor de la seguridad y la eficiencia? ¿Quién controlará estos datos y con qué fines? La respuesta a estos cuestionamientos definirá el futuro de las sociedades hiperconectadas y su equilibrio entre libertad individual y control gubernamental. Este texto no solo reescribe el documento original con un estilo más estructurado y fluido, sino que también amplía su contenido con más contexto, implicaciones y preguntas clave para el debate. ¿Te gustaría añadir algún enfoque adicional o profundizar en alguna sección?


Créditos sociales y control algorítmico: 
El nuevo leviatán digital

En una sociedad hiperconectada donde los datos son el nuevo oro, la vigilancia se ha vuelto silenciosa, eficiente e implacable. Los sistemas de créditos sociales y control algorítmico están emergiendo como la herramienta perfecta para moldear el comportamiento de los ciudadanos, convirtiendo la vida cotidiana en una partida de ajedrez digital donde cada movimiento es registrado, evaluado y recompensado o castigado. El caso más emblemático es el Sistema de Crédito Social de China (SCS), un ambicioso proyecto del dictatorial Partido Comunista Chino (PCCh) que busca evaluar la confiabilidad de individuos y empresas. La puntuación de cada ciudadano depende de su comportamiento, como pagar impuestos a tiempo, expresar apoyo al gobierno o respetar las leyes de tránsito. Por el contrario, las infracciones, críticas al régimen o incluso la asociación con personas de "baja confianza" pueden reducir la puntuación. Las consecuencias de una baja puntuación, que en China ya afecta a más de 20 millones de personas, incluyen: Restricción de viajes: Prohibiciones para comprar billetes de avión o tren. Acceso limitado a servicios financieros: Imposibilidad de obtener créditos o hipotecas.

Exclusión laboral: Dificultades para conseguir trabajo o ascensos. Humillación pública: Inclusión en listas negras exhibidas en pantallas públicas. Aunque el modelo chino pueda parecer distante, mecanismos similares están emergiendo en Occidente, impulsados tanto por corporaciones tecnológicas como por gobiernos presuntamente democráticos. 

1. Sistemas de reputación digital. Empresas como Uber y Airbnb ya implementan modelos de puntaje que pueden restringir a usuarios según su comportamiento en la plataforma. Si un usuario acumula malas calificaciones, podría quedar excluido. 2. Verificación financiera y digital (KYC). Bancos e instituciones financieras han comenzado a evaluar el comportamiento digital de los clientes antes de otorgar créditos. Algunas iniciativas sugieren integrar estos datos con identificaciones y monedas digitales de bancos centrales (CBDC). 
3. Censura algorítmica. Plataformas como Facebook, Twitter y YouTube han sido criticadas por la eliminación automática de contenidos críticos contra el “status quo” dominante. En algunos casos, los usuarios han sido desmonetizados o incluso bloqueados por comentarios considerados "nocivos" según criterios opacos. 

El mayor riesgo del crédito social no es solo la vigilancia masiva, sino la falta de transparencia y apelación en los sistemas de control. A diferencia de un juicio convencional, donde un acusado puede defenderse, los sistemas algorítmicos no ofrecen explicaciones y pueden condenar a una persona al ostracismo digital sin intervención humana. Algunos analistas advierten que, si se generalizan estas tecnologías, el concepto de "ciudadano" podría transformarse en el de un sujeto obediente, incapaz de desafiar el poder establecido por temor a represalias digitales. 

El crédito social representa un cambio fundamental en la relación entre el Estado, las corporaciones y el individuo. Mientras que sus defensores argumentan que mejora la seguridad y la confianza, sus detractores lo ven como un experimento totalitario basado en la tecnología. Las preguntas fundamentales son: ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a sacrificar nuestra privacidad por seguridad y eficiencia? ¿Quién controlará estos sistemas y con qué fines? La respuesta a estos interrogantes definirá el futuro de la libertad en la era digital.


 Monedas Digitales de los Bancos Centrales (CBDC): 
El fín del dinero en efectivo y la nueva era del control financiero

Las monedas digitales de bancos centrales (CBDC) han sido promovidas como la evolución natural del sistema financiero, ofreciendo mayor eficiencia en pagos y transacciones. Sin embargo, estas monedas también permiten a los gobiernos y bancos centrales supervisar en tiempo real todas las transacciones, eliminando por completo el anonimato financiero. 
Este nivel de control significa que cada compra, ahorro o inversión podrá ser rastreada por las autoridades, lo que plantea preocupaciones sobre la privacidad y la libertad económica de los ciudadanos. A diferencia del efectivo, que permite transacciones anónimas, las CBDC están diseñadas para ser completamente trazables. 

Restricciones de gasto según políticas gubernamentales 

Una característica potencialmente peligrosa de las CBDC es la posibilidad de imponer restricciones sobre el gasto. Los gobiernos podrían programar las monedas digitales para limitar en qué pueden gastarse y en qué circunstancias. Por ejemplo: 
Prohibición de compras específicas: 
Restricción de ciertos bienes o servicios en función de más o menos caprichosas normativas gubernamentales. 

Expiración del dinero: Algunas propuestas han sugerido que las CBDC podrían tener fechas de caducidad, obligando a los ciudadanos a gastarlas antes de que pierdan su valor. Condiciones para recibir pagos: 
Los subsidios y ayudas gubernamentales podrían estar sujetos a requisitos de comportamiento, restringiendo su uso a sectores específicos o según calificaciones de "buen ciudadano". 

Eliminación del efectivo y reducción del anonimato financiero 

Uno de los efectos más preocupantes de la adopción de las CBDC es la gradual desaparición del efectivo. A medida que los gobiernos promuevan estas monedas digitales, es probable que el dinero en efectivo sea progresivamente desincentivado o incluso prohibido, eliminando el último refugio de las transacciones privadas.
La eliminación del efectivo también otorga a los gobiernos un poder sin precedentes para bloquear o restringir el acceso a los fondos de los ciudadanos en caso de disidencia política, conflictos sociales o decisiones arbitrarias. 

¿Hacia una economía totalmente controlada? 

Si bien las CBDC ofrecen ventajas en eficiencia y seguridad financiera, su implementación sin restricciones adecuadas podría dar lugar a un sistema de control financiero absoluto. La posibilidad de que los gobiernos monitoricen, limiten e incluso desactiven cuentas y transacciones plantea serios desafíos a la libertad individual. Las preguntas fundamentales son: 
¿Debe el Estado tener control total sobre el dinero de sus ciudadanos? ¿Cómo pueden los ciudadanos proteger su privacidad financiera en un mundo sin efectivo? El debate sobre las CBDC apenas comienza, pero su implementación determinará el equilibrio entre seguridad, privacidad y control en la economía del futuro.
 

jueves, 9 de enero de 2025

LIBRO "UNA FE LÓGICA": ARGUMENTOS RAZONABLES PARA CREER EN DIOS por TIMOTHY KELLER 🔥

 UNA FE LÓGICA

Argumentos razonables 
para creer en Dios


VIVIMOS EN UNA ÉPOCA en que se valora la razón empírica, la evolución del progreso humano y el derecho de todos a elegir su más auténtica expresión del sentido de la vida, de propósito y de gozo. Entonces, ¿tiene sentido la noción de un Dios o de un poder superior? ¿La fe y la religión ofrecen algo de valor?
En este nuevo libro intelectualmente estimulante, el pastor y autor de varios best seller del New York Times, Timothy Keller, invita a los estudiantes de filosofía secular y a aquellos escépticos en cuanto a la fe y la religión en general a considerar que el Dios cristiano sigue teniendo sentido. ¿Qué pasaría si el cristianismo nos proveyera recursos sin precedentes para responder las preguntas sobre la satisfacción, la libertad personal, la justicia y la esperanza?
Escrito para el que está buscando pero se encuentra indeciso, así como para el escéptico secular, Una fe lógica arroja luz sobre el profundo valor y la importancia del cristianismo, ahora más pertinente que nunca.

PREFACIO

La fe de la persona secular 

He sido pastor en Manhattan, Nueva York, durante casi 30 años. La mayor parte de la gente que vive en esta ciudad no profesa una religión, ni son lo que suele llamarse cristianos porque celebran la Navidad y la Semana Santa. Más bien, la mayoría se identificaría como «secular» o «sin afiliación religiosa». 

Hace poco el New York Times hizo un reportaje sobre un foro semanal que tiene nuestra iglesia para gente que es escéptica sobre la existencia de Dios o cualquier otra realidad sobrenatural. Las reglas básicas del grupo asumen que ninguna religión ni la secularidad son verdad. En cambio, se consultan múltiples fuentes (experiencia personal, filosofía, historia, sociología, así como textos religiosos) para comparar los sistemas de creencias y considerar cuán razonable es uno u otro con respecto a los demás. Sin duda, la mayor parte de los participantes viene a la discusión con un punto de vista y tiene la esperanza de que su cosmovisión se refuerce mediante este proceso de evaluación. No obstante, también a cada persona se le invita a estar abierta a la crítica y a estar dispuesta a reconocer las fallas y los problemas en su manera de ver las cosas [1]. 

Después de que se publicó el artículo, varios tableros de mensajes y foros en internet lo discutieron. Muchos no lo tomaron en serio. Uno de los comentarios afirmaba que el cristianismo «carece de sentido en el mundo real y natural en que vivimos» y por tanto no tiene «mérito [racional]» en absoluto. Muchos se opusieron a la opinión de que la secularidad fuera un conjunto de creencias que podría compararse con otros sistemas. Por el contrario, afirmaban, sería solo una apreciación adecuada de la naturaleza de las cosas basada estrictamente en una evaluación racional del mundo. La gente religiosa trata de imponer sus creencias en otros, pero, se indicó, cuando las personas seculares exponen sus argumentos, ellas solo tienen hechos, y las personas que no están de acuerdo cierran sus ojos a estos hechos. La única manera de ser un cristiano, afirmaba otro, es asumir que las fábulas de la Biblia son verdad y cerrar tus ojos a toda razón y evidencia. 

En otro foro, los participantes no podían entender por qué algunos escépticos seculares se acercarían a ese grupo. «¿Piensan que “aquellos que no tienen afiliación religiosa” en Estados Unidos es porque nunca han escuchado las “buenas nuevas?”» preguntó un hombre con incredulidad. «¿Piensan que la gente secular llegará a ese lugar y escuchará y dirá: “por qué nadie me había dicho esto?”». Otro escribió: «Las personas no carecen de una afiliación religiosa porque no están familiarizadas con la religión, sino porque así lo han escogido [2]». 

Sin embargo, a través de los años han sido innumerables las veces que he estado en esta clase de discusiones de grupo, y las conjeturas de estos críticos sobre aquellos que carecen de una afiliación religiosa son en gran medida equivocadas. Tanto los creyentes como los no creyentes en Dios llegan a sus respectivas conclusiones a través de una combinación de la experiencia, la fe, el razonamiento y la intuición. Y en estos foros, suelo escuchar a los escépticos decirme: «Desearía haber conocido antes que existía esta clase de creencia religiosa y esta forma de pensar sobre la fe. Esto no quiere decir que voy a creer ahora, pero nunca antes había tenido tantos elementos para reflexionar sobre estos temas». 

El material en este libro es una manera de ofrecer a los lectores (en especial a los más escépticos, quienes pueden pensar que las «buenas nuevas» carecen de relevancia cultural) los mismos elementos para la reflexión. Compararemos las creencias y las afirmaciones del cristianismo con las creencias y las afirmaciones del punto de vista secular, al preguntarnos cuál tiene más sentido para un mundo complejo y la experiencia humana. 

Sin embargo, antes de que procedamos, deberíamos detenernos un momento para considerar en qué forma usaremos la palabra «secular». Hay, al menos, tres maneras en que se usa esta palabra hoy. 

Una manera aplica el término a la estructura política y social. Una sociedad secular es aquella en la que hay una separación entre la iglesia y el estado. El gobierno y las instituciones culturales más importantes no favorecen ninguna fe religiosa. El término «secular» puede también usarse para describir a los individuos. Una persona secular es aquella que no conoce si hay un Dios ni un ámbito sobrenatural más allá del mundo natural. Todo, según este punto de vista, tiene una explicación científica. Por último, el término puede describir un determinado tipo de cultura con sus temas y narrativas. Una época secular es aquella en la que todos los énfasis están en el saeculum, en el aquí y el ahora, sin ningún concepto de lo eterno. El sentido de la vida, la dirección y la felicidad se entienden y se buscan en la prosperidad económica del tiempo presente, el bienestar material y la plenitud emocional. 

Es útil distinguir cada uno de estos aspectos de la secularidad, porque no son idénticos. Una sociedad podría tener un estado secular incluso si hubiera pocas personas seculares en el país. Otra distinción es muy común. Los individuos podrían profesar no ser seculares y tener una fe religiosa. No obstante, a un nivel práctico, la existencia de Dios quizás no tenga un impacto perceptible en su conducta y en las decisiones en sus vidas. Esto es así porque en una época secular incluso las personas religiosas tienden a escoger a sus parejas y cónyuges, carreras y amistades, así como las opciones financieras, con un objetivo no mayor que su propia felicidad en el tiempo presente. Sacrificar la paz y la prosperidad personal por causas trascendentes ha llegado a ser raro, incluso para las personas que afirman que creen en valores absolutos y en la eternidad. Aunque no seas una persona secular, la época secular puede «diluir» (secularizar) la fe hasta que la consideres solo como una elección más en la vida —al igual que el trabajo, la recreación, los pasatiempos, la política— más que como el marco general que determina todas las elecciones en la vida [3]. 

En este libro, usaré la palabra «secular» en la segunda y tercera maneras y presentaré a menudo fuertes críticas a estas posiciones. Sin embargo, soy un gran defensor del primer tipo de secularidad. No quiero que la iglesia o cualquier otra institución religiosa controle al estado, ni que el estado controle a la iglesia. Las sociedades en las cuales el estado ha adoptado y promovido una fe única han sido a menudo opresivas. Los gobiernos han usado la autoridad de la «única religión verdadera» como una justificación para la violencia y el imperialismo. Resulta irónico que el matrimonio entre la iglesia y el estado termine debilitando a la religión que se ha favorecido más que fortalecerla. Cuando a las personas se les impone una religión a través de la presión social en vez de escogerla libremente, a menudo la adoptan a medias o de manera hipócrita. La mejor opción es un gobierno que no promueve una sola fe ni una forma doctrinaria de creencia secular que denigra y margina la religión.

Un estado realmente secular crearía una sociedad de verdad pluralista y un «mercado de ideas» en que las personas de toda clase de creencias, que incluye a aquellos con creencias seculares, podrían con libertad contribuir, comunicar, coexistir y cooperar en un marco de respeto mutuo y paz. ¿Existe ese lugar? No, todavía no. Sería un lugar donde las personas, aunque difieran enormemente, escucharían con atención antes de hablar. Allí, las personas evitarían todo subterfugio y tratarían las objeciones y las dudas de los demás con respecto y seriedad. Tratarían de comprender la otra posición tan bien que sus oponentes pudieran afirmar: 
«Tú presentas mi posición en una mejor manera y más convincente de lo que yo mismo lo hago». Admito que tal lugar no existe, pero espero que este libro sea una pequeña e imperfecta contribución hacia su creación. 

Hace algunos años escribí el libro ¿Es razonable creer en Dios?, el cual provee un conjunto de razones para creer en Dios y el cristianismo. Aunque este libro ha sido útil para muchos, no comienza lo suficientemente atrás para muchas personas. Incluso algunos no comenzarán el viaje de exploración, porque, con franqueza, el cristianismo no parece bastante relevante para que valga la pena. «¿Acaso la religión no exige saltos de fe ciega en una época marcada por la ciencia, la razón y la tecnología?», preguntan. «Sin duda, menos y menos personas sentirán la necesidad de la religión y esta desaparecerá». 

Este libro comienza abordando esas objeciones. En los primeros dos capítulos desafiaré con firmeza tanto la presunción de que el mundo se está volviendo más secular y la creencia de que las personas no religiosas, seculares, fundamentan su punto de vista sobre la vida principalmente en la razón. La realidad es que cada persona adopta su propia cosmovisión por una variedad de factores racionales, emocionales, culturales y sociales. 

Después de esa primera sección del libro, en los próximos capítulos compararé y contrastaré cómo el cristianismo y la secularidad (con referencias ocasionales a otras religiones) buscan proveer sentido en la vida, satisfacción, libertad, identidad, una brújula moral y esperanza; todas estas cosas tan cruciales que no podemos vivir sin ellas. Argumentaré que el cristianismo tiene más sentido emocional y cultural, que explica las cuestiones relativas a la vida en las formas más incisivas, y que nos ofrece inigualables recursos para satisfacer estas necesidades humanas ineludibles. 

¿Es razonable creer en Dios? no aborda muchas de las creencias de trasfondo que nuestra cultura nos ha impuesto en cuanto al cristianismo, lo cual lo hace parecer poco creíble. Estas presunciones no se nos presentan de manera explícita con argumentos. Más bien, son absorbidas por las historias y los temas del espectáculo y las redes sociales. Se asume que son simplemente «como son las cosas [4]». Son tan fuertes que incluso muchos creyentes cristianos, quizás en secreto al principio, descubren que su fe se ha hecho cada vez menos real en sus mentes y corazones. Mucho o la mayor parte de lo que creemos en este nivel es, por lo tanto, invisible a nosotros como creencia. Algunas de las creencias que abordaremos son: 
  • «No necesitas creer en Dios para tener una vida plena de significado, esperanza y satisfacción» (capítulos 3, 4 y 8). 
  • «Debes ser libre para vivir como mejor te parezca, mientras que no lastimes a otros» (capítulo 5). 
  • «Empiezas a ser tú mismo cuando eres fiel a tus más profundos deseos y sueños» (capítulos 6 y 7). 
  • «No necesitas creer en Dios para tener un fundamento para los valores morales y los derechos humanos» (capítulos 9 y 10). 
  • «Hay poca o ninguna evidencia para la existencia de Dios o la veracidad del cristianismo» (capítulos 11 y 12). 
Si piensas que el cristianismo no promete mucho en cuanto a tener sentido para una persona razonable, entonces este libro está escrito para ti. Si tienes amigos o familia que se sienten de esta manera (y ¿quién en nuestra sociedad no se siente así?), este libro debería ser de interés para ti y para ellos también. 

Después de una de estas discusiones de «bienvenida para los escépticos» en nuestra iglesia, un hombre mayor se me acercó. Él había asistido a muchas de nuestras reuniones. «Me doy cuenta ahora —me indicó—, que tanto en mis años de juventud cuando iba a la iglesia y en los años en los que he vivido como un ateo, nunca en realidad consideré cuidadosamente mis fundamentos. Mi entorno me ha influenciado demasiado. No he reflexionado en las cosas por mi cuenta. Gracias por esta oportunidad». 

Confío en que este libro permitirá a los lectores, tanto dentro como fuera de la creencia religiosa, que hagan lo mismo.

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[1] Samuel G. Freedman, «Evangelists Adapt to a New Era, Preaching the Gospel to Skeptics», New York Times, 4 de marzo de 2016. El artículo es un buen resumen de lo que sucede en esta clase de discusiones auspiciadas por nuestra iglesia. Añadiría que el enfoque que se describe aquí, al hablar sobre la fe no es nuevo. Es la única manera en que he hablado a otros sobre la fe en mis 40 años de ministerio, y tengo muchos colegas que han hecho lo mismo.


[3] Estas tres formas de usar el término «secular» se basan en el análisis de Charles Taylor en su libro A Secular Age (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2007), 1-22. Primero, él da las dos definiciones más comunes de secularidad. La primera es que una sociedad secular es aquella en la que el gobierno y las principales organizaciones sociales no están restringidos a una religión. 
En una sociedad religiosa todas las organizaciones incluyendo el gobierno se basan y promueven un conjunto particular de creencias religiosas. En una sociedad secular las organizaciones y estructuras políticas no están conectadas con ninguna religión (excepto en formas históricas, pero no en formas sustanciales, como en Inglaterra y los países escandinavos). 
La vida y el poder políticos se reparten equitativamente entre creyentes y no creyentes. La segunda definición es que una sociedad secular es aquella en la que muchos o la mayoría de las personas no creen en Dios ni en un mundo no material y trascendente. En esta definición ser secular es ser personalmente no religioso, es no creer en una dimensión sobrenatural de la vida y del universo. Aunque algunas personas seculares sean explícitas ateas o agnósticas, otras quizás continúan asistiendo a los servicios religiosos y extrapolan de la religión las verdades morales para vivir. Sin embargo, al final encuentran todos los recursos que necesitan (para el sentido de la vida y la realización personal, para la moralidad y el trabajo en favor de la justicia) en recursos meramente humanos, de este mundo. Taylor llama a esto «ser autosuficiente o humanismo exclusivo […] 
Una era secular es aquella en la que el eclipse de todos los fines más allá del auge humano se hace posible» (pág. 19). Incluso las personas que retienen vínculos con las organizaciones religiosas son en todo caso seculares, si perciben una vida plena en términos completamente terrenales y de realización personal y rechazan la idea del sacrificio y la obediencia a Dios para alcanzar la vida eterna. La cultura advierte a las personas que el sacrificio para servir a otros o los ideales más elevados pueden ser emocionalmente enfermizos y que es una manera de colaborar con las fuerzas opresivas. Aunque Taylor reconoce que la palabra «secular» suele tener uno de estos dos primeros significados, aun ofrece un tercero. 
Él considera que una sociedad secular es aquella en la que las condiciones para creer han cambiado (págs. 2–3). 
En las sociedades religiosas la fe simplemente se asume. La religión no es algo que eliges. Sería considerada una actitud escandalosamente egoísta. Sin embargo, en una cultura secular la religión se considera como algo que tú debes elegir, y sin duda el pluralismo de las sociedades seculares significa al fin y al cabo que tu religión es algo que puedes elegir o dejar a un lado. Por esta razón, debes tener alguna justificación para tus creencias, ya sea que tengas un fundamento racional o uno más intuitivo y práctico. En una cultura secular, la fe ha dejado de ser algo automático o axiomático. En este sentido, afirma Taylor, somos (en la sociedad occidental) personas de una era y sociedad seculares.

[4] En A Secular Age, Charles Taylor analiza lo que llama «un imaginario social», el cual es «una manera de construir sentido y significado» (pág. 26). Es algo a lo que podríamos llamar una cosmovisión; un conjunto de creencias de trasfondo que moldean todo. Sin embargo, Taylor evita la palabra «cosmovisión» y en cambio usa este término para comunicar algunos aspectos importantes de cómo vivimos nuestra vida que el término «cosmovisión» sencillamente no captura. Quiere comunicar «algo mucho más amplio y profundo que los esquemas intelectuales» (pág. 171). Dice que un imaginario social no solo incluye proposiciones de cómo debemos vivir, sino también «nociones normativas más profundas e imágenes que sustentan estas expectativas» (pág. 171). ¿Y eso qué significa?