EL Rincón de Yanka: CREDO

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jueves, 9 de enero de 2025

LIBRO "UNA FE LÓGICA": ARGUMENTOS RAZONABLES PARA CREER EN DIOS por TIMOTHY KELLER 🔥

 UNA FE LÓGICA

Argumentos razonables 
para creer en Dios


VIVIMOS EN UNA ÉPOCA en que se valora la razón empírica, la evolución del progreso humano y el derecho de todos a elegir su más auténtica expresión del sentido de la vida, de propósito y de gozo. Entonces, ¿tiene sentido la noción de un Dios o de un poder superior? ¿La fe y la religión ofrecen algo de valor?
En este nuevo libro intelectualmente estimulante, el pastor y autor de varios best seller del New York Times, Timothy Keller, invita a los estudiantes de filosofía secular y a aquellos escépticos en cuanto a la fe y la religión en general a considerar que el Dios cristiano sigue teniendo sentido. ¿Qué pasaría si el cristianismo nos proveyera recursos sin precedentes para responder las preguntas sobre la satisfacción, la libertad personal, la justicia y la esperanza?
Escrito para el que está buscando pero se encuentra indeciso, así como para el escéptico secular, Una fe lógica arroja luz sobre el profundo valor y la importancia del cristianismo, ahora más pertinente que nunca.

PREFACIO

La fe de la persona secular 

He sido pastor en Manhattan, Nueva York, durante casi 30 años. La mayor parte de la gente que vive en esta ciudad no profesa una religión, ni son lo que suele llamarse cristianos porque celebran la Navidad y la Semana Santa. Más bien, la mayoría se identificaría como «secular» o «sin afiliación religiosa». 

Hace poco el New York Times hizo un reportaje sobre un foro semanal que tiene nuestra iglesia para gente que es escéptica sobre la existencia de Dios o cualquier otra realidad sobrenatural. Las reglas básicas del grupo asumen que ninguna religión ni la secularidad son verdad. En cambio, se consultan múltiples fuentes (experiencia personal, filosofía, historia, sociología, así como textos religiosos) para comparar los sistemas de creencias y considerar cuán razonable es uno u otro con respecto a los demás. Sin duda, la mayor parte de los participantes viene a la discusión con un punto de vista y tiene la esperanza de que su cosmovisión se refuerce mediante este proceso de evaluación. No obstante, también a cada persona se le invita a estar abierta a la crítica y a estar dispuesta a reconocer las fallas y los problemas en su manera de ver las cosas [1]. 

Después de que se publicó el artículo, varios tableros de mensajes y foros en internet lo discutieron. Muchos no lo tomaron en serio. Uno de los comentarios afirmaba que el cristianismo «carece de sentido en el mundo real y natural en que vivimos» y por tanto no tiene «mérito [racional]» en absoluto. Muchos se opusieron a la opinión de que la secularidad fuera un conjunto de creencias que podría compararse con otros sistemas. Por el contrario, afirmaban, sería solo una apreciación adecuada de la naturaleza de las cosas basada estrictamente en una evaluación racional del mundo. La gente religiosa trata de imponer sus creencias en otros, pero, se indicó, cuando las personas seculares exponen sus argumentos, ellas solo tienen hechos, y las personas que no están de acuerdo cierran sus ojos a estos hechos. La única manera de ser un cristiano, afirmaba otro, es asumir que las fábulas de la Biblia son verdad y cerrar tus ojos a toda razón y evidencia. 

En otro foro, los participantes no podían entender por qué algunos escépticos seculares se acercarían a ese grupo. «¿Piensan que “aquellos que no tienen afiliación religiosa” en Estados Unidos es porque nunca han escuchado las “buenas nuevas?”» preguntó un hombre con incredulidad. «¿Piensan que la gente secular llegará a ese lugar y escuchará y dirá: “por qué nadie me había dicho esto?”». Otro escribió: «Las personas no carecen de una afiliación religiosa porque no están familiarizadas con la religión, sino porque así lo han escogido [2]». 

Sin embargo, a través de los años han sido innumerables las veces que he estado en esta clase de discusiones de grupo, y las conjeturas de estos críticos sobre aquellos que carecen de una afiliación religiosa son en gran medida equivocadas. Tanto los creyentes como los no creyentes en Dios llegan a sus respectivas conclusiones a través de una combinación de la experiencia, la fe, el razonamiento y la intuición. Y en estos foros, suelo escuchar a los escépticos decirme: «Desearía haber conocido antes que existía esta clase de creencia religiosa y esta forma de pensar sobre la fe. Esto no quiere decir que voy a creer ahora, pero nunca antes había tenido tantos elementos para reflexionar sobre estos temas». 

El material en este libro es una manera de ofrecer a los lectores (en especial a los más escépticos, quienes pueden pensar que las «buenas nuevas» carecen de relevancia cultural) los mismos elementos para la reflexión. Compararemos las creencias y las afirmaciones del cristianismo con las creencias y las afirmaciones del punto de vista secular, al preguntarnos cuál tiene más sentido para un mundo complejo y la experiencia humana. 

Sin embargo, antes de que procedamos, deberíamos detenernos un momento para considerar en qué forma usaremos la palabra «secular». Hay, al menos, tres maneras en que se usa esta palabra hoy. 

Una manera aplica el término a la estructura política y social. Una sociedad secular es aquella en la que hay una separación entre la iglesia y el estado. El gobierno y las instituciones culturales más importantes no favorecen ninguna fe religiosa. El término «secular» puede también usarse para describir a los individuos. Una persona secular es aquella que no conoce si hay un Dios ni un ámbito sobrenatural más allá del mundo natural. Todo, según este punto de vista, tiene una explicación científica. Por último, el término puede describir un determinado tipo de cultura con sus temas y narrativas. Una época secular es aquella en la que todos los énfasis están en el saeculum, en el aquí y el ahora, sin ningún concepto de lo eterno. El sentido de la vida, la dirección y la felicidad se entienden y se buscan en la prosperidad económica del tiempo presente, el bienestar material y la plenitud emocional. 

Es útil distinguir cada uno de estos aspectos de la secularidad, porque no son idénticos. Una sociedad podría tener un estado secular incluso si hubiera pocas personas seculares en el país. Otra distinción es muy común. Los individuos podrían profesar no ser seculares y tener una fe religiosa. No obstante, a un nivel práctico, la existencia de Dios quizás no tenga un impacto perceptible en su conducta y en las decisiones en sus vidas. Esto es así porque en una época secular incluso las personas religiosas tienden a escoger a sus parejas y cónyuges, carreras y amistades, así como las opciones financieras, con un objetivo no mayor que su propia felicidad en el tiempo presente. Sacrificar la paz y la prosperidad personal por causas trascendentes ha llegado a ser raro, incluso para las personas que afirman que creen en valores absolutos y en la eternidad. Aunque no seas una persona secular, la época secular puede «diluir» (secularizar) la fe hasta que la consideres solo como una elección más en la vida —al igual que el trabajo, la recreación, los pasatiempos, la política— más que como el marco general que determina todas las elecciones en la vida [3]. 

En este libro, usaré la palabra «secular» en la segunda y tercera maneras y presentaré a menudo fuertes críticas a estas posiciones. Sin embargo, soy un gran defensor del primer tipo de secularidad. No quiero que la iglesia o cualquier otra institución religiosa controle al estado, ni que el estado controle a la iglesia. Las sociedades en las cuales el estado ha adoptado y promovido una fe única han sido a menudo opresivas. Los gobiernos han usado la autoridad de la «única religión verdadera» como una justificación para la violencia y el imperialismo. Resulta irónico que el matrimonio entre la iglesia y el estado termine debilitando a la religión que se ha favorecido más que fortalecerla. Cuando a las personas se les impone una religión a través de la presión social en vez de escogerla libremente, a menudo la adoptan a medias o de manera hipócrita. La mejor opción es un gobierno que no promueve una sola fe ni una forma doctrinaria de creencia secular que denigra y margina la religión.

Un estado realmente secular crearía una sociedad de verdad pluralista y un «mercado de ideas» en que las personas de toda clase de creencias, que incluye a aquellos con creencias seculares, podrían con libertad contribuir, comunicar, coexistir y cooperar en un marco de respeto mutuo y paz. ¿Existe ese lugar? No, todavía no. Sería un lugar donde las personas, aunque difieran enormemente, escucharían con atención antes de hablar. Allí, las personas evitarían todo subterfugio y tratarían las objeciones y las dudas de los demás con respecto y seriedad. Tratarían de comprender la otra posición tan bien que sus oponentes pudieran afirmar: 
«Tú presentas mi posición en una mejor manera y más convincente de lo que yo mismo lo hago». Admito que tal lugar no existe, pero espero que este libro sea una pequeña e imperfecta contribución hacia su creación. 

Hace algunos años escribí el libro ¿Es razonable creer en Dios?, el cual provee un conjunto de razones para creer en Dios y el cristianismo. Aunque este libro ha sido útil para muchos, no comienza lo suficientemente atrás para muchas personas. Incluso algunos no comenzarán el viaje de exploración, porque, con franqueza, el cristianismo no parece bastante relevante para que valga la pena. «¿Acaso la religión no exige saltos de fe ciega en una época marcada por la ciencia, la razón y la tecnología?», preguntan. «Sin duda, menos y menos personas sentirán la necesidad de la religión y esta desaparecerá». 

Este libro comienza abordando esas objeciones. En los primeros dos capítulos desafiaré con firmeza tanto la presunción de que el mundo se está volviendo más secular y la creencia de que las personas no religiosas, seculares, fundamentan su punto de vista sobre la vida principalmente en la razón. La realidad es que cada persona adopta su propia cosmovisión por una variedad de factores racionales, emocionales, culturales y sociales. 

Después de esa primera sección del libro, en los próximos capítulos compararé y contrastaré cómo el cristianismo y la secularidad (con referencias ocasionales a otras religiones) buscan proveer sentido en la vida, satisfacción, libertad, identidad, una brújula moral y esperanza; todas estas cosas tan cruciales que no podemos vivir sin ellas. Argumentaré que el cristianismo tiene más sentido emocional y cultural, que explica las cuestiones relativas a la vida en las formas más incisivas, y que nos ofrece inigualables recursos para satisfacer estas necesidades humanas ineludibles. 

¿Es razonable creer en Dios? no aborda muchas de las creencias de trasfondo que nuestra cultura nos ha impuesto en cuanto al cristianismo, lo cual lo hace parecer poco creíble. Estas presunciones no se nos presentan de manera explícita con argumentos. Más bien, son absorbidas por las historias y los temas del espectáculo y las redes sociales. Se asume que son simplemente «como son las cosas [4]». Son tan fuertes que incluso muchos creyentes cristianos, quizás en secreto al principio, descubren que su fe se ha hecho cada vez menos real en sus mentes y corazones. Mucho o la mayor parte de lo que creemos en este nivel es, por lo tanto, invisible a nosotros como creencia. Algunas de las creencias que abordaremos son: 
  • «No necesitas creer en Dios para tener una vida plena de significado, esperanza y satisfacción» (capítulos 3, 4 y 8). 
  • «Debes ser libre para vivir como mejor te parezca, mientras que no lastimes a otros» (capítulo 5). 
  • «Empiezas a ser tú mismo cuando eres fiel a tus más profundos deseos y sueños» (capítulos 6 y 7). 
  • «No necesitas creer en Dios para tener un fundamento para los valores morales y los derechos humanos» (capítulos 9 y 10). 
  • «Hay poca o ninguna evidencia para la existencia de Dios o la veracidad del cristianismo» (capítulos 11 y 12). 
Si piensas que el cristianismo no promete mucho en cuanto a tener sentido para una persona razonable, entonces este libro está escrito para ti. Si tienes amigos o familia que se sienten de esta manera (y ¿quién en nuestra sociedad no se siente así?), este libro debería ser de interés para ti y para ellos también. 

Después de una de estas discusiones de «bienvenida para los escépticos» en nuestra iglesia, un hombre mayor se me acercó. Él había asistido a muchas de nuestras reuniones. «Me doy cuenta ahora —me indicó—, que tanto en mis años de juventud cuando iba a la iglesia y en los años en los que he vivido como un ateo, nunca en realidad consideré cuidadosamente mis fundamentos. Mi entorno me ha influenciado demasiado. No he reflexionado en las cosas por mi cuenta. Gracias por esta oportunidad». 

Confío en que este libro permitirá a los lectores, tanto dentro como fuera de la creencia religiosa, que hagan lo mismo.

_________________________________

[1] Samuel G. Freedman, «Evangelists Adapt to a New Era, Preaching the Gospel to Skeptics», New York Times, 4 de marzo de 2016. El artículo es un buen resumen de lo que sucede en esta clase de discusiones auspiciadas por nuestra iglesia. Añadiría que el enfoque que se describe aquí, al hablar sobre la fe no es nuevo. Es la única manera en que he hablado a otros sobre la fe en mis 40 años de ministerio, y tengo muchos colegas que han hecho lo mismo.


[3] Estas tres formas de usar el término «secular» se basan en el análisis de Charles Taylor en su libro A Secular Age (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2007), 1-22. Primero, él da las dos definiciones más comunes de secularidad. La primera es que una sociedad secular es aquella en la que el gobierno y las principales organizaciones sociales no están restringidos a una religión. 
En una sociedad religiosa todas las organizaciones incluyendo el gobierno se basan y promueven un conjunto particular de creencias religiosas. En una sociedad secular las organizaciones y estructuras políticas no están conectadas con ninguna religión (excepto en formas históricas, pero no en formas sustanciales, como en Inglaterra y los países escandinavos). 
La vida y el poder políticos se reparten equitativamente entre creyentes y no creyentes. La segunda definición es que una sociedad secular es aquella en la que muchos o la mayoría de las personas no creen en Dios ni en un mundo no material y trascendente. En esta definición ser secular es ser personalmente no religioso, es no creer en una dimensión sobrenatural de la vida y del universo. Aunque algunas personas seculares sean explícitas ateas o agnósticas, otras quizás continúan asistiendo a los servicios religiosos y extrapolan de la religión las verdades morales para vivir. Sin embargo, al final encuentran todos los recursos que necesitan (para el sentido de la vida y la realización personal, para la moralidad y el trabajo en favor de la justicia) en recursos meramente humanos, de este mundo. Taylor llama a esto «ser autosuficiente o humanismo exclusivo […] 
Una era secular es aquella en la que el eclipse de todos los fines más allá del auge humano se hace posible» (pág. 19). Incluso las personas que retienen vínculos con las organizaciones religiosas son en todo caso seculares, si perciben una vida plena en términos completamente terrenales y de realización personal y rechazan la idea del sacrificio y la obediencia a Dios para alcanzar la vida eterna. La cultura advierte a las personas que el sacrificio para servir a otros o los ideales más elevados pueden ser emocionalmente enfermizos y que es una manera de colaborar con las fuerzas opresivas. Aunque Taylor reconoce que la palabra «secular» suele tener uno de estos dos primeros significados, aun ofrece un tercero. 
Él considera que una sociedad secular es aquella en la que las condiciones para creer han cambiado (págs. 2–3). 
En las sociedades religiosas la fe simplemente se asume. La religión no es algo que eliges. Sería considerada una actitud escandalosamente egoísta. Sin embargo, en una cultura secular la religión se considera como algo que tú debes elegir, y sin duda el pluralismo de las sociedades seculares significa al fin y al cabo que tu religión es algo que puedes elegir o dejar a un lado. Por esta razón, debes tener alguna justificación para tus creencias, ya sea que tengas un fundamento racional o uno más intuitivo y práctico. En una cultura secular, la fe ha dejado de ser algo automático o axiomático. En este sentido, afirma Taylor, somos (en la sociedad occidental) personas de una era y sociedad seculares.

[4] En A Secular Age, Charles Taylor analiza lo que llama «un imaginario social», el cual es «una manera de construir sentido y significado» (pág. 26). Es algo a lo que podríamos llamar una cosmovisión; un conjunto de creencias de trasfondo que moldean todo. Sin embargo, Taylor evita la palabra «cosmovisión» y en cambio usa este término para comunicar algunos aspectos importantes de cómo vivimos nuestra vida que el término «cosmovisión» sencillamente no captura. Quiere comunicar «algo mucho más amplio y profundo que los esquemas intelectuales» (pág. 171). Dice que un imaginario social no solo incluye proposiciones de cómo debemos vivir, sino también «nociones normativas más profundas e imágenes que sustentan estas expectativas» (pág. 171). ¿Y eso qué significa?


sábado, 17 de febrero de 2024

LIBERTAD RELIGIOSA PARA TODOS: UNA GUÍA DE TUS DERECHOS 🛐⚛️✝️🕉️✡️☸️☯️☦️☪️☮️🕎🔯


LA LIBERTAD RELIGIOSA 
EN EL DERECHO INTERNACIONAL
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Además de la protección a la libertad religiosa que hay en cada país, también existen diferentes instrumentos o documentos legales internacionales que protegen este derecho. En 1948, se introdujo el derecho a la libertad de religión y de conciencia a través de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Desde entonces, ha habido diferentes pactos y convenciones que han establecido y protegido este derecho a nivel internacional.

¿Qué protecciones recibo por medio del derecho internacional?

Los instrumentos internacionales establecen que todas las personas son iguales ante la ley, sin importar su religión. También se establece que nadie podrá ser discriminado por razón de su religión ya que esto es una ofensa a la dignidad humana y es condenada como violación de los derechos humanos y las libertades
fundamentales.

¿Qué libertades incluyen estos instrumentos internacionales?

La libertad de pensamiento, conciencia y religión. Esta libertad incluye la libertad de pensamiento sobre todas las cuestiones, las convicciones personales y el compromiso con la religión o las creencias, así como la libertad de tener creencias. No permite ningún tipo de limitación de la libertad de tener o adoptar la religión o las creencias de la propia elección. No se puede obligar a nadie a revelar sus pensamientos o suadhesiónauna religión o creencia.
La libertad de cambiar de religión o creencia. Todas las personas tienen el derecho de dejar su propia religión o creencias y adoptar otras, o permanecer sin ninguna.
Está prohibido el uso de la fuerza física, sanciones penales, políticas o prácticas para obligar a una persona a adoptar, cambiar o mantener alguna religión o creencias en particular.

La libertad de manifestar y profesar su propia religión o creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado.
Todos disfrutan del derecho a manifestarse pacíficamente y compartir su religión o creencias con los demás, sin estar sujetos a la aprobación del Estado y otra comunidad religiosa. Este derecho no se limita a los miembros de las comunidades religiosas registradas. Es más, el registro no debería ser obligatorio para las comunidades u organizaciones religiosas a fin de que éstas disfruten de sus derechos.

La libertad de los padres y los tutores de hacer que sus hijos o pupilos reciban la educación religiosa o moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones.
Los niños tienen derecho a acceder a educación y enseñanzas religiosas de conformidad con los deseos, religión o de convicciones de sus padres o tutores. De igualmanera,noselespuedeobligaraque reciban instrucción religiosa que sea contraria a los deseos de sus padres o tutores.

De conformidad con el principio del interés superiordelniño, elEstado debe fomentar un ambiente de tolerancia religiosa en las escuelas y promover el respeto del pluralismo y la diversidad religiosa.

Sí. Existen algunas limitaciones que son dadas por la ley y su propósito es proteger la seguridad, el orden, la salud y la moral públicos, así como los derechos y libertades fundamentales de los demás. Sin embargo, no se deben imponer restricciones con fines discriminatorios, ni aplicarse de manera discriminatoria.



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Libertad Religiosa: Una guí... by Yanka


lunes, 4 de diciembre de 2023

"SEMIDIOSES Y GUSANOS" y "A DIOS ROGANDO Y CON EL MAZO DANDO" y "A LOS QUE REZAN EL ROSARIO" 🐛 por JUAN MANUEL DE PRADA 🐛

 

SEMIDIOSES Y GUSANOS

Las sociedades escépticas, tras perder la fe en una vida de ultratumba, caen tarde o temprano en la desesperación y el suicidio, aunque su irrisoria pretensión sea disfrutar a tope de la vida. Pues, después de los disfrutes, llegan siempre los padecimientos físicos y espirituales, que antaño se consideraban penitencias llevaderas en comparación con la bienaventuranza eterna; pero ahora los padecimientos, perdida la fe en esa bienaventuranza, se vuelven de súbito insoportables y sin sentido, y necesitan ser borrados mediante nuestra extinción física, cuanto más indolora y rápida, mejor.

Las sociedades escépticas no saben arrostrar la muerte con serena naturalidad. Así que se dedican alternativamente a adular y deprimir a las personas: mientras están sanas, la ciencia y el progreso les inspiran ideas eufóricas y engreídas, haciéndoles creer que son semidioses; en cambio, cuando están enfermas y no tienen remedio (es decir, cuando la ciencia y el progreso se revelan insuficientes o inútiles), se les dice que valen menos que un gusano. Exactamente lo contrario sucede en las sociedades religiosas, donde a las personas sanas se les repite que están hechas de barro; mientras que a las personas enfermas se les recuerda que sus cuerpos hechos papilla serán semilla de resurrección.

En las sociedades escépticas, los semidioses huyen de la muerte como pollos descabezados, recurriendo a la gimnasia, la cosmética y la cirugía por ahuyentar patéticamente el fantasma de la decrepitud. Y cuando ese fantasma acaba por hacerse presente, los semidioses se metamorfosean en gusanos e imploran la muerte. En las sociedades religiosas, nadie implora la muerte, aunque todos la aguarden tranquilos, aceptando el envejecimiento y el dolor, porque saben que los peores achaques son naderías, comparados con la bienaventuranza eterna que les ha sido prometida.

En las sociedades religiosas, existe una comunidad que vela por el enfermo y lo ayuda a sobrellevar sus padecimientos, rezando por él y con él, brindándole consuelo, anticipando a su lado la bienaventuranza. En las sociedades escépticas, para demostrar que somos semidioses, nos liberamos de la comunidad y disfrutamos de plena autonomía; y cuando el sufrimiento se convierte en algo inasumible que amenaza esa orgullosa autonomía, exigimos que la ciencia y el progreso nos libren de todas las enfermedades. Pero resulta que la ciencia y el progreso se muestran incapaces ante muchas enfermedades, por lo que –¡a falta de pan, buenas son tortas!– nos ofrecen extirparnos el sufrimiento... extirpándonos también la vida. 

En las sociedades escépticas, la compasión exige eliminar el sufrimiento matando al enfermo, al revés de lo que ocurre en las sociedades religiosas, donde la compasión exige velar el sufrimiento del enfermo hasta la muerte, para acompañarlo hasta el umbral mismo de la bienaventuranza, donde será por completo resarcido. Tan 'por completo' que ese resarcimiento no incluye sólo nuestra alma afligida, sino también el barro con el que hemos sido moldeados, también nuestra carne decrépita que pronto se convertirá en polvo y que también padece en vida mil penalidades. La muerte, en las sociedades religiosas, se afronta mirando a los ojos a la bienaventuranza no sólo del alma, también de la carne.

Dios llega a nosotros por la carne, se hace una sola carne con nosotros, en un desposorio eterno cuya consecuencia natural es la posesión divina de cada una de nuestras fibras a través de la resurrección. 
Saber que nuestra carne ha sido también incluida en la alianza que Dios entabló con los hombres: este es el corazón de la fe, lo que distingue una sociedad religiosa de una sociedad escéptica. Sólo la resurrección de la carne sostiene la supervivencia de la persona más allá de la muerte. Y esta supervivencia ultraterrena implica que seguiremos siendo quienes ahora somos, bajo otra forma de vida superior, infinitamente más plena, en la que el alma no se sienta dentro del cuerpo como en una cárcel; y en la que el cuerpo no esté sometido a los padecimientos. 

Quienes creen sinceramente en esto no temen a la muerte, ni tiemblan ante la enfermedad, ni ceden al desaliento, por más que los desalientos y las enfermedades los machaquen. Si el grano cae en la tierra y muere, da fruto. Las sociedades religiosas saben que nuestros cuerpos, machacados por el sufrimiento, abatidos por la muerte, brotarán un día con nueva vida y florecerán como rosas bajo el sol de la eternidad. Por eso en las sociedades religiosas se vive humanamente, frente a lo que ocurre en las sociedades escépticas, donde sólo se puede vivir como si fuésemos semidioses y morir como si fuésemos gusanos.

A DIOS ROGANDO Y CON EL MAZO DANDO

Aunque los archipámpanos de Bruselas traten de rebajar el exultante optimismo del ministro Bolaños, lo cierto es que la Unión del Pudridero Europeo no pondrá reparos, o sólo reparos cosméticos, a la ley de amnistía guisada con los indepes. Y es que la misión de la Unión del Pudridero Europeo no es otra sino someter, humillar y convertir en guiñapos a los países bendecidos por la luz de Roma, en beneficio de los países anegados de nieblas germánicas, que así hallan cetrino consuelo en su lóbrega vida sin canciones ni risas. 

Como señala el profesor Miguel Ayuso, la misión de esa sedicente Unión (que en todo caso es unión de hormiguero, como la de aquéllos cuyo nombre es Legión) no es otra sino crear en los Estados miembros un clima 'posestatal', mediante la transferencia a brumosos organismos burocráticos de competencias que implican su abandono; y también dispersar el poder político bajo una única supranacionalidad con sede en Bruselas.

Y vaya si lo están logrando; con ayuda, desde luego, de las distorsiones cognitivas introducidas en las gentes de derechas, a quienes se ha hecho creer que la Unión del Pudridero Europeo será nuestra salvación. Pocas cosas nos dan tanta pena en la vida como ver a esas muchedumbres derechosas con su banderita de la Unión del Pudridero Europeo al hombro, en manifestaciones donde las arengan escritores socialistas renegados que invocan el 'Non serviam' luciferino como argumento de autoridad y vía de salvación para España. Y las muchedumbres derechosas, como el periodismo farlopero que las apacienta, aplauden a rabiar.

Pero a ese mismo periodismo farlopero que instila distorsiones cognitivas en los cerebros de la gente de derechas, diciéndole que la Unión del Pudridero Europeo es nuestra salvación, le parece ridículo o grimosillo que haya gente que se junta en Ferraz a rezar el rosario. Resulta, sin embargo, que la bofia no tunde las costillas a los que llevan la banderita de la Unión del Pudridero Europeo, sino a los que rezan; resulta que la Delegación del Gobierno no prohíbe llevar la banderita de marras por la calle, sino rezar; resulta, en fin, que ondear banderitas de la Unión del Pudridero Europeo a la puerta de un abortorio no está penado, mientras que rezar sí lo está. Prueba inequívoca de que rezar resulta mucho más perturbador para quienes creen y tiemblan (y, por lo tanto, mucho más eficaz) que ondear banderitas de la Unión del Pudridero Europeo (y, en general, cualquier banderita).

¿Y por qué molesta tanto que la gente rece en público a todos los que creen y tiemblan? Porque rezar significa «hablar con Dios y pedirle toda clase de bienes»; y quienes creen y tiemblan (incluido el periodismo farlopero que apacienta a la derecha) prefieren que los hombres hablen con quienes pueden traerles toda clase de males. Por eso unos prohíben rezar (la facción gubernativa) y otros se pitorrean de quienes rezan (el periodismo farlopero). Pero burlarse del coloquio con Dios, en el que el hombre emplea todas las potencias del alma (memoria, entendimiento y voluntad), a las que suma el fervoroso anhelo, es tanto como burlarse de la condición humana, que siempre en las circunstancias difíciles, cuando se siente desfallecer, impetra la ayuda de Quien es más fuerte que él.

Rezar, en privado y en público, ayuda a que el cielo nos conceda una gracia; pero no podemos pretender que la gracia subsane lo que nuestra naturaleza ha abandonado. Si se quiere solucionar un problema político se deben emplear medios políticos adecuados, sobre los que luego podrá actuar la gracia (sobre todo si se la invoca mediante la oración). Pero permanecer encadenados a todos los males que nos han conducido hasta aquí, haciendo profesión de fe constitucionalista y pensando que los archipámpanos de Bruselas nos van a ayudar, es del género tonto, por mucho que añadamos al guiso la pimienta del rezo; y, además, Dios escupe esas oraciones, como escupe la del botarate que no sabe lo que es un endecasílabo y le pide inspiración para escribir un soneto. Quien desee rezar con eficacia debe recordar el refrán que reza así: «A Dios rogando y con el mazo dando».

El mensaje directo de Juan Manuel de Prada a los que rezan el rosario en Ferraz

VER+:








domingo, 12 de noviembre de 2023

VIRTUD DE LA ESPERANZA CONTRA LA QUEJOSA ACEDIA 🌲🙏


Quienes seguimos a Jesús y nos sentimos movidos por su Espíritu tenemos mucho que decir y compartir con nuestros contemporáneos respecto a la esperanza. El cristianismo es… esperanza, mirada y orientación hacia delante. Es, por ello mismo, apertura y transformación del presente1. Nuestra fe en el Dios de la historia se transforma en esperanza: “la fe que más amo es la esperanza” (Charles Péguy). Ésta es la herencia que hemos recibido: el Evangelio de la esperanza. ¿Qué hará nuestra generación con esa herencia?
En su encíclica Spe Salvi el papa Benedicto XVI nos recordaba el texto de 1Tes 4,13 que dice “no os aflijáis como los hombres sin esperanza” y comentaba que “el elemento distintivo de los cristianos es el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío… solo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente” (Spe Salvi, 2).
Y también añadía:
“La puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva” (Spe Salvi, 2).
La esperanza es una virtud que nos infunde Dios y consiste en esperar con confianza, con la ayuda de Dios, el alcanzar la felicidad eterna, así como esperar con confianza el tener a nuestra disposición los medios para asegurarla. Su objeto inmediato es Dios. Y se dice que es una virtud infusa porque no es como los buenos hábitos en general el resultado de actos repetidos o el producto de nuestra propia industria. Al igual que la fe sobrenatural y la caridad, el Dios Todopoderoso lo implanta directamente en el alma.
Hay dos pecados que contrarían la esperanza: la desesperación y la presunción. El primero niega la esperanza por desconfiar u olvidar que Dios pueda ayudarnos a alcanzar la felicidad eterna. El segundo lo hace al dar por sentada y asegurada la felicidad eterna, por lo cual no se necesitaría ya de ninguna ayuda divina para obtenerla, pues ya estaría obtenida. La raíz de ambos pecados, me atrevo a decir, consiste en poner las esperanzas en uno mismo, en el mundo, o aun el mismo diablo, pero no en Dios.

Esperamos porque tenemos la convicción de que Dios ha establecido su Alianza con nosotros, con la humanidad: es la Alianza, es nueva y definitiva en la sangre de Cristo Jesús. Dios se ha desposado con la humanidad para siempre. Dios cumplirá sus promesas.
En contraposición, hay un virus malicioso que, inyectado en nuestro corazón, atenta contra la esperanza. Tiene un extraño nombre: se llama “acedia”.
En este retiro queremos meditar y orar sobre la virtud de la esperanza para comprender mejor este don divino y para inmunizarnos contra el virus de la quejosa acedia. Este retiro seguirá tres pasos: 
1) La acedia, el virus de la desesperanza; 
2) Las dos caras de la Esperanza cristiana. 
3) En misión de esperanza.

La acedia: el virus de la desesperanza

Aunque hablamos mucho de la esperanza, ¡no seamos ingenuos! Hay un virus –más común de lo que pensamos– que atenta permanentemente contra ella: la acedia. Fue descubierta por los cristianos de los primeros siglos (Evagrio Póntico, padre del desierto y asceta); él la definió como el “demonio de medio día” o el vicio que más hace sufrir y más problemas causa.
¿Qué es la Acedia?
Sorprendentemente el tema de la acedia goza de actualidad. Se le dedican no pocos estudios2, porque –según se dice– vivimos en “la civilización de la acedia” (Horacio Bojorge). La acedia es denominada “mal oscuro” (Gabriel Bunge), “morfina espiritual” que nos inyectamos cuando se requiere demasiado de nosotros (Katheleen Norris), “apatía espiritual”, que favorece la combinación tóxica de la concupiscencia de los ojos con la concupiscencia de la carne (Reinhardt Hütter), “vicio de forma del cristianismo” (Lucrèce Luciani-Zidane). El papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium presenta la acedia como un vicio paralizante que ataca a los evangelizadores. Produce un “inmediatismo ansioso”, que desea obtener resultados pastorales inmediatos; que no aguanta la espera que requieren los procesos. Las personas atacadas por la acedia (laicos, consagrados y sacerdotes) están obsesionadas por preservar “su tiempo” y no se puede contar con ellas; su vida queda revestida de un “gris pragmatismo”; están apegados a una “tristeza dulzona, sin esperanza”, que es el “elixir del demonio” (EG, 83). La acedia vuelve a los evangelizadores “pesimistas quejosos y desencantados” (EG, 85). La acedia genera desiertos espirituales, ambientes áridos.

El origen de la acedia está en los deseos frustrados. Los síntomas de infección son: atonía, pérdida de tensión en el alma, sensación de vacío, aburrimiento, desgana, incapacidad de concentración, ansiedad del corazón, oposición a cualquier propuesta o novedad, falta de esperanza en los demás, en uno mismo, en Dios. Está precedida por la “tristeza” y de ella se desprende la “agresividad”.
Las manifestaciones de la acedia son: vacío interior, inquietud, desasosiego, que llevan a desear el cambio y buscar compensaciones: ¡cambiar de casa, de trabajo, de amistades, de compañías, de instituto religioso, de matrimonio, o abandonar la propia vocación, o entregarse a la concupiscencia de los ojos –uso de la pornografía–! Otra manifestación es la imposibilidad de concluir trabajos emprendidos, en el temor a caer enfermo. Las personas con acedia no se aguantan a sí mismas, y, por eso, se evaden. La acedia se reviste, a veces, de virtud. Se encuentra en personas adictas al trabajo, a la actividad constante, a la agenda llena, al móvil o celular siempre en actividad. Ocultan así el propio vacío interior, huyen del tiempo para establecerse en el instante.

Un virus contra la esperanza

En el contexto de la vida espiritual la acedia muestra una grave falta de esperanza en la Providencia de Dios: no se espera la intervención de Dios en la historia3. Por eso no se aguantan los “largos plazos” y solo se desean los “a corto plazo”; seduce la levedad del ser, la vida instantánea4.
Para los creyentes el tiempo está bajo la mirada y actuación del Espíritu de Dios. La persona secularizada –en cambio– se siente expuesta al tiempo, y sumamente débil ante algo que no depende de sus propios recursos. Cuando Dios es evacuado del futuro, el ser humano trata de apropiarse de un tiempo que él no puede dominar y del cual no puede esperar nada, a no ser el resultado de sus propios esfuerzos. Se piensa que “esperar es de locos”. Quien no espera en la Providencia es incapaz de imaginar un futuro con sentido. El tiempo no lleva a ninguna parte.

Las dos caras de la Esperanza cristiana

Contra acedia, ¡esperanza! Nuestro Dios es providente no solo porque es el único señor del tiempo y de la historia, sino también porque nos garantiza un tiempo lleno de sentido en el conjunto de la historia, y no permite que el tiempo se fragmente y caiga en una sucesión informe de instantes desarticulados que se suceden unos a otros”5. Contemplemos la virtud teologal de la esperanza como teopatía apofática y orante.

La esperanza es una “teo-patía” o la segunda virtud teologal

La esperanza es una virtud teologal, es decir, es como una “patía” que se apodera de nosotros y nos determina: nos hace participar de la hesed de Dios, por la cual Él es fiel a su Alianza con nosotros y con el mundo. Por la esperanza tenemos la certeza de que Dios cumplirá todas sus promesas y que el Reino de Dios se impondrá sobre cualquier fuerza opositora, sea el pecado o la muerte. El Espíritu Santo, derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5,1-5), nos concede el don de la esperanza y nos asegura que la Gloria de Dios se manifestará en nuestros cuerpos y en la creación entera (Rom 8,18-28).
La teopatía de la esperanza modifica nuestras constantes vitales. Eleva nuestra tensión. Activa todo nuestro ser. Elimina la acedia, nuestros miedos y nos lanza al campo de batalla apocalíptico con la moral alta de la victoria final. Esta teopatía de la esperanza nos vuelve creativos, innovadores, impacientes anticipadores de aquello que esperamos. Qué bien lo entendió Martin Luther King cuando dijo: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”.

Como toda “patía”, la teo-patía de la esperanza es sufrimiento: así la experimentó Jesús en su Viernes Santo. Es la esperanza que grita a Dios y que se atreve a exclamar: “Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado? En la celebración del Viernes Santo la Iglesia se atreve a cantar: ¡Ave Crux, spes unica! (¡Salve, oh cruz, esperanza única!). Jesús sufrió la “noche de la esperanza”. Por ella atravesaron antes Job, el Jeremías de las Lamentaciones, los profetas, los orantes de los salmos. La esperanza nos armoniza dolorosamente con los incomprensibles ritmos de Dios. El gran místico maestro Eckhart decía: “Implorar a Dios por alguna otra cosa que no sea Él mismo, es injusto y no es fe”6. Jesús en la cruz sufrió una aparente lejanía del Abbá; esperó porque sabía que el Abbá no es solo el que es, sino el que será. Y Dios es amor.

La esperanza es apofática y orante

La esperanza es apofática porque nos hace entrar en un proceso de negación de todo aquello que responde a nuestras expectativas; nos introduce en la noche. La oración es el lenguaje de la esperanza. No porque la oración dé pistas a nuestra creatividad o soluciones nuestros dramas y sufrimientos. Es el lenguaje de la confianza en el Dios de la Alianza que nunca falla, aunque no responda inmediatamente. Este lenguaje es a veces una interpelación que procede del sufrimiento y de la ansiedad; y que provoca un abandono total en las manos de Dios: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
La virtud teologal de la esperanza tiene, por tanto, una faz luminosa y otra faz oscura: es pasión creadora y es pasión-sufrimiento. Es tensión creativa hacia el futuro y resistencia dolorida ante las contradicciones del presente.
En la vida consagrada también experimentamos las dos caras de la esperanza: su luz y su noche. La esperanza –como luz y noche– rejuvenece a la vida consagrada. La falta de esperanza nos lleva a la decadencia. El don de la esperanza nos abre a sorprendentes y nuevas perspectivas, nos lanza hacia delante con una confianza inmensa y con moral de victoria.

En misión de Esperanza

Ante todo, acoger la virtud teologal: el arte formativo El Concilio Vaticano II habló de la vida consagrada en términos de Perfectae Caritatis. Hoy debemos contemplarla desde la perspectiva de la “Perfecta Spes” (esperanza perfecta). Los tres consejos evangélicos son los consejos del Espíritu Santo que nos energiza para vivir en la apofática esperanza desde la perspectiva de la obediencia, el celibato y la pobreza. Y nosotros, por los votos, nos comprometemos a vivir “en la loca esperanza” en que los consejos y carísimas evangélicos nos introducen. La Esperanza es la virtud fundamental para quien desee anticipar y vivir en el cielo y tierra nuevos del Reino de Dios.

Vivir en esperanza es un arte que hemos de aprender y ejercitar: es el arte de superar lo que nos deprime, lo que nos vuelve desconfiados o susceptibles. Quien confía no se amilana ante las dificultades, ni se echa para atrás ante la dificultad. El papa Benedicto XVI nos propone varias modelos de esperanza en su encíclica Spe Salvi: la religiosa canosiana Josephine Bakhita, el cardenal vietnamita Nguyen van Thuan o el mártir vietnamita Leo-Bao-Thin (1857), que escribió “una carta desde el infierno” (Spe Salvi, nn.3.37 etc.). El desánimo que a veces nos sobrecoge no ha de tener la última palabra. Puede ser un momento de parada que nos hace reflexionar, corregir errores, fijarnos en lo esencial. Pero después es necesario entregarse de nuevo a la esperanza. Los obstáculos la estimulan. Tenemos dentro de nosotros recursos inéditos, insospechados. La persona esperanzada es como un artista de la vida: de lo que aparentemente no existe, hace brotar una realidad nueva y bella que conmueve a quienes la contemplan y les ofrece sentido y razones para vivir.

No solo hay que dejarse guiar por la esperanza, sino “ser” esperanza: En la fortaleza de ánimo está la raíz subjetiva de la esperanza. Francesco Alberoni en su obra sobre la Esperanza señala toda una serie de virtudes que acompañan a la esperanza en contraposición a ciertos vicios7:

– El entusiasmo, como opuesto al cinismo, que nos hace vivir encerrados en el presente, en el propio egoísmo y no cree ni espera en nada porque está privado de fantasía y de generosidad.
– El remordimiento como memoria de lo que hemos hecho mal y el mundo ha hecho mal, pero que al mismo tiempo nos hace rectificar y nos prepara un futuro limpio.
– La piedad es la virtud de la compasión hacia el sufrimiento de los débiles. La piedad es lo contrario a la rivalidad, o a la envidia, o el odio político. La piedad nos hace sentirnos un poco más solos cuando alguien muere. La piedad es la fuerza espontánea que nos impulsa a mejorar la vida de los demás, a mejorar el mundo para todos. La piedad es también compasión, cercanía, proximidad, hospitalidad.
– La humildad abre el camino a la esperanza, porque nos sitúa en el lugar adecuado ante el mundo, ante los demás, ante nosotros, ante Dios. Quien se siente humilde, necesita de todos, se ubica en el todo. En la totalidad encuentra su plenitud y no en la egolatría. La humildad intelectual, espiritual, amorosa… nos abre los horizontes de la esperanza.

Cuando estamos pasando por esos valles de sombra y de muerte, nuestro primer error, que nos va sumiendo, sin siquiera sospecharlo en tinieblas de angustia y soledad, es rebelarnos y renegar contra todo lo que Dios hace.
Renegar de lo que Dios dispone en nuestras vidas. Renegar de Dios..
El no aceptar confiados y humildes lo que Dios dispone en nuestras vidas, es una de las cosas más terribles que como hijos podemos hacer.
Segundo error es que al renegar de lo que Dios nos da para vivir, renegamos del Dador y Su Voluntad. No nos gusta pasar malos ratos, angustias y desgracias.
Así somos: rebeldes ante la voluntad de Dios cuando ésta trae problemas y dolores.
Mil veces le hemos dicho - aquí estoy, Señor, que se haga Tu Voluntad- pero, apenas nos llega un período muy difícil o ingrato o doloroso, nos desesperamos, desconfiamos del amor de Dios y de su interés por nosotros.
Nos hacemos rebeldes al Todopoderoso Señor y le quitamos Su Gloria al reclamar frente a otros por todo lo que nos sucede.
También al expresar nuestra rabia, angustia y desesperanza, aunque sea verdaderamente fuerte el dolor que sufrimos, hacemos un daño terrible a la obra que tenemos encomendada por Jesús. Ser Sus testigos.

Proclamar y contagiar esperanza

El Evangelio se caracteriza por ser propuesta de esperanza católica –es decir, esperanza para todos–. La Alianza de nuestro Dios con toda la humanidad y con toda la Creación, ratificada por Jesús, nos dice que “no estamos dejados de la mano de Dios” y que de Él podemos esperar todo lo mejor sin excluir a nadie. Nunca hemos de dejarnos llevar por el desaliento, sino esperar contra toda esperanza.
A María, nuestra madre, le suplicamos en una preciosa y conocida canción: “Santa María de la esperanza / mantén el ritmo de nuestra espera”. En eso consiste el arte de la esperanza: ¡saber mantener el ritmo de la espera! Lo que se promete en el germen, no adviene inmediatamente. Para que algo nazca es necesario saber regular la espera. La impaciencia puede producir estragos y generar abortos de todo tipo.
Las comunidades cristianas y religiosas están necesitando “líderes de la esperanza”, capaces de aglutinar expectativas y poner a todos en alerta hacia el “porvenir” de Dios.

Anticipar la Nueva Jerusalén

El libro del Apocalipsis nos enseña que la nueva Jerusalén está bajando hacia la tierra:

“Vi también la ciudad santa, la nueva Jerusalén que bajaba del cielo de parte de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo. Y oí una fuerte voz procedente del trono que decía: Esta es la morada de Dios con los hombres. Habitará con ellos y ellos serán su pueblo y Dios, habitando en medio de ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos; y no habrá ya muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor, porque todo lo anterior ya pasó” (Apc 21,2-4).

Quienes pertenecemos a la vida consagrada –misioneros y misioneras de esperanza– queremos ejercitarnos en anticipar la “nueva ciudadanía” y plasmarla en nuestras comunidades e institutos. A ello nos ayuda la vivencia de los tres consejos-carismas de celibato, pobreza y obediencia. A ello nos lanza la Misión del Espíritu.
Hubo un tiempo en que se nos pedía tener grandes ideales, proponernos sublimes objetivos. En este tiempo lo que más necesitamos es recuperar la “visión” apocalíptica: intuir –desde nuestra humilde complicidad con el Espíritu de Dios– por dónde irán las cosas, visualizar –en una especie de maqueta del porvenir– los sueños que podrán hacerse realidad. Solo la visión dará fundamento y razón de ser a la misión. Los guías ciegos solo llevan al abismo y al caos, o a lo más nos hacen emprender un viaje a ninguna parte.
Este templo santo, esta morada de Dios en el Espíritu, no es solo la Iglesia. Ella es sacramentum mundi, anticipación de aquello que nuestro mundo está llamado a ser. San Pablo concluye su primera carta a los Corintios con un apasionado canto a la esperanza cristiana cuando dice:

“Mirad, os declaro un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados… cuando este cuerpo corruptible se haya revestido de incorruptibilidad y este cuerpo mortal se haya revestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está muerte tu victorioa? ¿Dónde está muerte tu aguijón?… Demos gracias a Dios que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo” (1Cor 15,51-57).
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1 Cf. J. Moltmann, Teología de la esperanza, Sígueme, Salamanca 1968, p. 20.
2 Cf. Lucrèce Luciani-Zidane, L’acédie. Le Vie de forme du cristianismo. De saint Paul à Lacan, Du Cerf, París, 2009; Jeffrey A. Vogel, The speed of sloth: reconsidering the sin of Acedia, en Pro Ecclesia 18 (2009), 50-68; Reinhardt Hütter, Pornography and acedia, en First Things 222 (2012), 45-49; Gabriel Bunge, Akedia: il male oscuro, ed. Qiqajon, Magnano, 1999; Katheleen Norris, Acedia & Me: A marriage, Monks and a Writter’s life, Penguins Books, New York – London, 2008; Id., Wasted days: struggling with acedia, en Christian Century 125 (2008), 30-33; Andrew Crislip, The sin of the sloth or the illnes of the demons? The demon of acedia in the early monasticism, en Harvard Theological Review 98 (2005), 143-169; Horacio Bojorge, En mi sed me dieron vinagre. La civilización de la acedia, Lumen, Buenos Aires, 1999; Id, Mujer, ¿por qué lloras? Gozo y tristezas del creyente en la civilización de la acedia, Lumen, Buenos Aires, 1999.
3 “Vivir en un mundo secular es considerar el mundo en sus términos propios. Es este mundo y no otro el que encierra todos los secretos de nuestra existencia. Nos toca a los individuos administrar nuestro propio tiempo. Ese tiempo es, en última instancia, todo lo que tenemos”: cf. Richard Fenn, Time Exposure: the personal experience of time in secular societies, Oxford University, Oxford 2001, p. 48; Michael G. Flaherty, A watched pot: how we experience time, New York University Press, New York, 1999, 56-63.
4 Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, México – Buenos Aires, 2003, 127-138.
5 K. Rahner, Theological observations on the concepto of time, en Theological Investigations XI: Confrontatios I, Longan & Todd, London, 1974, 290.
6 Maestro Eckhart, Werke, I y II, Frankfurt, 1993, vol.1, 681.
7 Cf. Francesco Alberoni, La speranza, Rizzoli, Milano 2001, pp. 73-104.


NO A LA DESESPERACIÓN, PRESUNCIÓN Y ATENTADO CONTRA LA CONFIANZA 
Y SUMISIÓN A LA DIVINA PROVIDENCIA