EL Rincón de Yanka: RAZONES

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domingo, 15 de junio de 2025

LIBRO "ECONOMÍA PARA SACERDOTES" UNA APROXIMACIÓN A LA RACIONALIDAD ECONÓMICA DE LA ACCIÓN HUMANA EN EL MERCADO por ZANOTTI y ŠILAR

Este libro está dirigido fundamentalmente a personas con formación y vida religiosa. No solamente sacerdotes sino también a religiosos y religiosas, a seminaristas y demás personas que tengan inquietudes por encontrar mejores vasos comunicantes entre la racionalidad económica y la visión inspirada en el cristianismo del hombre y la vida en sociedad.

No es un libro introductorio a la economía entendida en sentido técnico, como econometría y análisis estadístico. Tampoco es una especie de manual introductorio a la administración, las finanzas y la contabilidad, pensado para orientar al religioso en la administración de la parroquia u otra institución eclesial.

El libro constituye una aproximación a la racionalidad económica para enriquecer la comprensión del creyente respecto de algo tan simple como maravilloso: la acción de los hombres en el mercado, la «institución económica que permite el encuentro entre las personas» (Benedicto XVI, Caritas in veritate, nº 35). Al mismo tiempo, se intenta analizar este fenómeno a la luz de la vida de Fe, y de la visión del hombre y de la sociedad que ofrece la sabiduría cristiana. De este modo, la lectura del libro aspira a iluminar un ámbito de crucial importancia para entender la complejidad de la vida social en sociedades extensas, a la luz de la vida de fe.

En efecto, tener un mínimo conocimiento de estas interacciones de mercado resulta crucial para que el estudio y el discurso moral del religioso sea realista y eficaz ante el laicado y la sociedad en su conjunto. Una formación sólida en estos temas permitirá una sana distancia crítica del mensaje de fe, impidiendo así que este caiga víctima del populismo, de los intereses político partidistas y de proclamas simplistas, a menudo falaces.

NOTA ACLARATORIA

Este no es un libro para la administración de la parroquia, el episcopado o el estado del Vaticano. Tampoco es un libro que suponga que el sacerdote deba hablar de economía en tanto sacerdote, aunque como ciudadano tiene todo el derecho a opinar lo que quiera como cualquier otro ser humano. 

Pero los sacerdotes sí deben hablar sobre una moral que se deriva de las Escrituras, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Y en esa moral entran cuestiones económicas. 

Pero entonces, cuando el sacerdote habla de temas económicos desde la moral (por ejemplo, la indignante miseria que sufren muchos pueblos), puede surgir el siguiente problema: ¿cuál la diferencia entre un tema de ética social y una cuestión “técnica” de ciencia económica? 

Si no se hace la distinción, se corren dos peligros que se retroalimentan: 
a) negar la esfera de autonomía propia de la ciencia económica y absorberla en una moral que luego resulta ingenua frente a los economistas preparados; 
b) negar una esfera de razonamiento moral que no se reduce tampoco a la oferta y la demanda. 

Pero entonces, ¿cuál es el criterio de demarcación? Que las acciones humanas, libres y voluntarias, que se encuentran en el mercado (en la oferta y la demanda) tienen consecuencias no directamente intentadas y ese es el ámbito de la ciencia económica. El salario de tal o cual jugador de futbol es muy alto porque son millones y millones de personas las que miran sus partidos. El salario alto es la consecuencia no intentada de los millones de espectadores. Luego viene la pregunta moral: ¿está bien que sea así? Posiblemente sí, posiblemente no, pero la consecuencia no intentada sigue siendo la misma. 

Tener un mínimo conocimiento de estas interacciones de mercado es necesario para que el discurso moral del sacerdote sea realista y eficaz ante el laicado y la sociedad en su conjunto. Que los salarios sean en general muy bajos es muy injusto pero ignorar que ello tiene que ver con la inflación –por ejemplo– no permitirá al clérigo hacer, precisamente, un juicio moral correcto. 

Todo esto es muy importante porque de lo contrario se sigue creyendo que de un lado está la moral y del otro la economía, como dos seres que se miran distantes, con recelo y desconfianza mutua. Sacerdotes, obispos, conferencias episcopales y pontífices hablan desde la moral y los economistas “contestan” desde la economía y viceversa, produciéndose un diálogo de sordos que conduce a muchas cosas excepto al bien común y a la solución de la pobreza. 

Para que esto no ocurra, ofrecemos estas breves reflexiones, con la esperanza de colaborar de este modo, también, con un mundo más justo, más humano, con mayor interdisciplinariedad, y menos malentendidos entre personas cuyas intenciones, esta vez sí directamente intentadas, es que todos puedan vivir en una sociedad más justa, más digna del hombre, a pesar del pecado original.

Gabriel J. Zanotti 
1 de diciembre de 2015


INTRODUCCIÓN

El libro está dirigido a personas con formación y vida religiosa. No solamente sacerdotes sino también a religiosos y religiosas, a seminaristas y jóvenes que estén en su período de formación y que tengan inquietudes por encontrar mejores vasos comunicantes entre la racionalidad económica y la visión inspirada en el cristianismo del hombre y la vida en sociedad. 

Como se ha indicado en la Nota Aclaratoria, no se trata de texto que sea un manual de microeconomía o de macroeconomía. Tampoco se trata de un manual científico sobre la historia del pensamiento económico. En este sentido se ha intentado, a lo largo del texto, reducir el aparato crítico y de referencias al estricto mínimo necesario. No obstante, el texto supone abordar en clave diáfana problemas que requieren, para su mejor comprensión, de la sistematización de una cierta conceptografía (vocabulario específico y técnico) propia del análisis económico. La adquisición de este marco conceptual resulta inevitable si se pretende comprender mejor un ámbito tan complejo del horizonte de lo humano como es el vinculado a la vida económico-social. 

Sin duda la crisis económico-financiera de 2008 y el escenario posterior –conocido como la época de la gran recesión– han servido de acicate para volver a cuestionar muchos implícitos de la ciencia económica. El religioso sabe distinguir entre “la teología” y “las teologías”, en el sentido de que una cosa es el saber teológico, genéricamente entendido, y otro, la impronta específica que pueda tener determinada corriente teológica: la teología de los Padres, la teología agustiniana, la teología franciscana, la teología tomista, la teología escolástica, la teología moderna, la teología rahneriana, la teología de Balthasar, la teología ratzingeriana, la teología del pueblo, y otras son distintas expresiones y desarrollos del saber teológico, y ninguna de ellas se identifica con “la teología”. El religioso, cuando aborda problemas epistémicos de otras ciencias también debe tener presente esta distinción. En el caso concreto de la economía sucede lo mismo, aunque haya un modo de estudiar la economía que esté muy extendido en los claustros universitarios de los principales centros de Europa y América, ello no significa que esta aproximación sea sinónimo de “la economía”. Peter Boettke, profesor de economía en la George Mason University (EE.UU.) señala que conviene distinguir entre “la economía de la corriente principal” (mainstream economics) o, dicho en otros términos, la economía que está de moda en un momento histórico concreto (de modo análogo a como a las distintos modos de hacer teología podríamos denominar como el modo de hacer teología en un tiempo determinado) de lo que constituiría el núcleo sustantivo –allende las modas– del análisis económico, compartido a lo largo del tiempo por distintos pensadores que se introdujeron en el estudio de la racionalidad económica, y que no siempre coincide en el tiempo con “la economía de la corriente principal”. A esta segunda aproximación –que se identificaría en el ámbito de la teología con la noción de teología como ciencia con relativa independencia de los signos de familia de una escuela teológica concreta– Boettke la denomina “economía de la línea troncal” (mainline economics). La aproximación a la racionalidad económica que se ofrece en este texto se inscribe en la línea de reflexión vinculada a “la economía de la línea troncal”, que según Boettke y otros historiadores del pensamiento económico, hunde sus raíces en el pensamiento proto-económico presente en algunos teólogos medievales y en la segunda escolástica. Esta aproximación guarda una distancia crítica respecto de la tendencia tan extendida en la corriente principal a reducir el análisis económico a la econometría (la formalización y matematización de los problemas económicos), así como de la reacción posmoderna presente en muchas líneas heterodoxas de reducir el análisis económicos a problemas de imposición ideológica de modos arbitrarios de ver el mundo. Frente a ello, un rasgo de identidad de los economistas de la línea troncal es la convicción en que puede haber un ejercicio robusto de la racionalidad que no suponga la reducción de la razón a la tecno-ciencia ni la huida al irracionalismo o subjetivismo propio de las aproximaciones posmodernas. 

El texto conserva un registro divulgativo especialmente pensado para que resulte fácilmente comprensible a personas no versadas en economía. Sin embargo, el texto también expone con cierto rigor los ejes característicos de la racionalidad económica, es decir, un modo particular de ejercer la racionalidad no divorciado de la racionalidad moral pero no idéntico a esta. Se trata de lo que en la literatura anglosajona se denomina como el “economic way of thinking” o modo de pensar desde la economía. Bien entendida, esta peculiar aproximación a los problemas de la coordinación y cooperación intersubjetiva no implica caer en el reduccionismo del economicismo sino adquirir un tipo particular de análisis conceptual que permite desarrollar en la racionalidad humana un hábito mental particular. El libro aspira a que el lector paciente, al seguir el hilo de los desarrollos argumentales expuestos en cada capítulo, consolide este particular hábito analítico, especialmente útil para comprender con mayor rigor algunos de los problemas más difíciles a los que se enfrenta el hombre en sociedades complejas y extensas. Como se puede intuir, desde esta perspectiva, la confluencia de horizontes entre la racionalidad moral y la racionalidad económica, y ello en un contexto de armonía fe razón, resulta una tarea tan apasionante como fecunda y, lamentablemente, todavía no muy extendida en los currículos de los centros de formación de inspiración cristiana. 

Al final de cada apartado se incluye una propuesta didáctica en la que se ofrece un sumario de las ideas más relevantes expresadas en el capítulo. También se incluyen algunas definiciones que pueden resultar útiles para una mejor comprensión de los conceptos operativos incluidos en cada capítulo. 
Finalmente, a modo de ejercicio de comprensión lectora o en caso que el texto se utilice en sesiones grupales de discusión, se incorporan algunas preguntas para la reflexión y el análisis. Las preguntas pretenden ayudar en la consolidación de las nociones centrales de cada capítulo así como ofrecer pistas para una mayor profundización entre las conclusiones de cada capítulo y las implicancias que se siguen para quienes tienen una visión trascendente del sentido de la vida humana. 
La economía de la línea troncal expresa una firme confianza en la razón pero, al mismo tiempo, mantiene la convicción de hacer un ejercicio humilde de la razón: el hombre puede ir aprendiendo mediante ensayo y error, y de modo colaborativo, en diálogo y discusión con otros hombres. Al mismo tiempo, el análisis que se hace supone asumir que la utopía no es una opción. 
La historia de la humanidad tiene una dolorosa experiencia de épocas en las que en nombre de la utopía, pretendiendo traer el cielo a la tierra se terminaron creando condiciones de vida infernales para millones de seres humanos. Un ejercicio confiado, humilde y riguroso de la racionalidad constituya tal vez uno de los desafíos de nuestra hora más importantes. 

Finalmente, conviene destacar que muchas de las ideas presentes en el texto son fruto de las conferencias, grupos de análisis y discusión en los que participaron los autores durante los últimos años. Muchos de estos encuentros tuvieron lugar en contextos donde el auditorio compartía una común visión respecto de la posibilidad y fecundidad de analizar los problemas socio-económicos contemporáneos desde la armonía fe-razón, si bien ello no impedía el debate y la legítima diferencia de opiniones en temas de suyo contingentes y abiertos a la libre opinión. 

Si al finalizar la lectura de este texto, el religioso, la religiosa, el seminarista, sacerdote o laico interesado en estos asuntos incorpora una visión más informada del saber económico y de su complejidad, se habrá cumplido uno de los objetivos del libro. Si esto impulsa al lector a experimentar un renovado asombro ante la maravilla que supone la cooperación de los hombres en el mercado, en contextos de paz, justicia y libertad, el objetivo se habrá superado con creces.

Los autores agradecen el apoyo del Acton Institute (EE.UU.), del Instituto Acton (Argentina) y del Centro Diego de Covarrubias (España).

Mario Šilar y Gabriel J. Zanotti 
8 de diciembre de 2015

CAPÍTULO I: 
LA ESCASEZ

La economía para sacerdotes, religiosos y religiosas no es diferente de la economía para todos los seres humanos. Excepto, claro, porque los economistas rara vez hablan teniendo en cuenta la formación teológica del sacerdote, de las religiosas y de los religiosos católicos y su visión cristiana del mundo. Es la intención de esta serie de escritos cubrir ese vacío y contribuir a que las personas con sensibilidad religiosa tengan mejores elementos para analizar y discernir algunos de los problemas que padecen las sociedades contemporáneas, vinculados a la vida económica. 

Comencemos con la escasez. El cristianismo es una religión de la abundancia, no de la escasez. ¿Por qué? Porque el cristianismo es, precisamente, una religión que se nutre de la Gracia infinita de Dios, a través de su Segunda Persona encarnada, Cristo. La gracia de Dios es abundante e infinita, como la fuente de la cual procede, el mismo Dios. El Antiguo Testamento nos habla del maná del cielo; el Nuevo, de la multiplicación de los peces, del agua que se convierte en vino, siempre en una abundancia que es figura de la gracia y la misericordia infinita de Dios. 

Ante eso, es obvio que un tema como la escasez resulte extraño. Tal vez no había escasez antes del pecado original. Sí, es cierto que los hombres moraban en el paraíso originario, en armonía total con Dios, “para trabajar”, pero era un trabajo que no tenía mucho que ver con la pena del trabajo posterior. Tampoco es razonable suponer que nuestros primeros padres sufrieran pobreza, desnutrición o desocupación. 
¿Será entonces la escasez un mal intrínseco del mundo al cual fuimos arrojados después del pecado original? No, si por “mal” se entiende propiamente la herida que ese pecado original dejó en el corazón del hombre. El hombre, sencillamente, se enfrenta con la naturaleza, una naturaleza física que es entre indiferente y hostil ante los reclamos de la naturaleza cultural que caracteriza al ser humano. 
El hombre no satisface sus necesidades como los demás animales, donde sus necesidades están satisfechas por plantas u otros animales, en el reino animal cuando de un bien X “no hay” lo suficiente, solo la lucha despiadada entre las diversas especies animales (o entre individuos de la misma especie) es la “solución”. 
El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios –Imago Dei que no se perdió después del pecado original– tiene inteligencia, voluntad libre, y por ende cultura e historia. Desde la tribu aparentemente sencilla hasta las civilizaciones modernas de entramados más complejos, el hombre no encuentra los bienes que necesita y desea tal como si fueran frutos que caen de los árboles. Ni las lanzas, ni las flechas, ni los talismanes, ni las vestimentas, ni el agua, ni nada, y menos aún el tiempo ilimitado para vivir los usos, costumbres y ritos de cada cultura, están allí “disponibles” como el maná del cielo. Sencillamente, NO están. NO los hay. Eso es la escasez. Y como solo Dios puede crear, el hombre tiene que transformar, aplicar su inteligencia y sus brazos para obtener un “producto” que satisfaga sus necesidades culturales. Y todo ello es escaso: escasos son los bienes que consumimos y escasos son los medios para producirlos (así como escaso es el tiempo del que disponemos en nuestra vida). 

¿Es malo todo ello? No, en la medida en que hemos visto que, el ser humano, al ser “arrojado al mundo” es arrojado en parte al mundo como mundo físico creado, creado por Dios, que en ese sentido nunca puede ser malo (ontológicamente hablando), sino bueno, aunque escaso a efectos de las necesidades humanas que antes, tal vez, nos eran sobrenaturalmente satisfechas. 

¿Es este escenario fruto de un pérfido capitalismo? Ya tendremos tiempo de hablar del capitalismo, pero ya hemos observado que la escasez, como la hemos visto, es una condición natural de la humanidad, tal vez no sobrenatural, pero sí intrínseca a toda cultura humana, sea maya, sumeria, romana, incaica, mapuche, norteamericana, árabe o china.

¿Es esto fruto de que la riqueza “allí está” pero no está bien distribuida? No, porque ya hemos visto que “no está allí”, aunque obviamente pueda haber males en la justicia distributiva. 

Conclusión: la escasez como tal no es mala, y el cristianismo como tal implica la sobreabundancia de la gracia pero NO de los bienes que cada cultura determina como necesarios en el marco de su horizonte histórico-temporal. Claro, el pecado original implica que los problemas ocasionados por la escasez sean peores. Si dos santos estuvieran en un desierto y no tuvieran más para beber, si Dios no hace un milagro, ¿cómo morirían? Santamente. Se darían el uno al otro hasta la última gota de agua. Pero morirían. Cualquiera de nosotros, en cambio, moriría también, pero no tan santamente, sino que posiblemente nos terminemos peleando por la última gota de agua. Pero que el agua sea escasa no es el mal; el mal está en el corazón del hombre. 

¿Pero entonces? ¿Cómo hacemos para minimizar la escasez? ¿Cómo hacemos para que alguien que tiene sed vaya a un grifo, abra la canilla y beba? El agua de la vida eterna ya la tenemos, e infinitamente, como regalo de Dios misericordioso. El agua de la vida natural, no. ¿Cómo hacemos entonces? De eso trata, precisamente, la economía. Ver el fenómeno de la escasez, no negarlo, ni condenarlo, es el primer paso. 

PROPUESTA DIDÁCTICA: 
I. Sumario 

En este capítulo se ha presentado el concepto de “escasez” y se ha señalado la importancia que tiene una adecuada comprensión de la condición natural de escasez humana a la hora de analizar la acción de los seres humanos. Esta condición de escasez, obviamente, no niega la gran riqueza de bienes que existen en el orden natural. Sin embargo, en categorías aristotélicas, se puede afirmar que a la luz del horizonte cultural del ser humano, esta riqueza y abundancia del orden natural solo se encuentra en un estado “potencial” en el mundo físico, como si estuviera esperando de la agencia creativa humana (cultura) para actualizarse. El capítulo también ofrece las pistas para comprender la no contradicción entre la bondad ontológica del mundo en tanto creado por Dios y la condición natural de escasez respecto del ser humano. 

II. Definiciones 

1. Capitalismo: 
Sistema económico que reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios de producción; de la libre creatividad humana en el sector de la economía (Juan Pablo II). 

2. Justicia distributiva

Dentro de la división clásica de la justicia, se entiende por justicia distributiva aquella que va desde el bien común a los particulares. 

3. Economía: 

Ciencia que estudia la acción humana en el mercado desde el punto de vista de las consecuencias no intentadas de la interacción de oferentes y demandantes de bienes escasos.

III. Para reflexionar

1. ¿Qué idea de economía tenía antes de leer este texto? ¿En qué medida la lectura de este capítulo ha contribuido a modificar o confirmar esa visión previa de la economía que tenía?
2. ¿Por qué es tan importante no olvidar la noción de escasez a la hora de pensar en los problemas económicos? ¿Qué consecuencias cree que se siguen de no prestar atención o ignorar el drama de la escasez?
3. ¿Ha pensado alguna vez en este carácter bifronte de las nociones de escasez y abundancia respecto del orden natural y el orden de la Gracia?
4. ¿En qué medida cree que los problemas generados en el mundo post-pecado original agravan el drama de la escasez?
5. ¿En qué medida la noción de escasez es relativamente independiente respecto de la bondad o maldad moral de los agentes que actúan en el mundo?
6. Según el texto leído, las condiciones de escasez constituyen el escenario “natural” de la especie humana. ¿Qué opina al respecto? ¿Qué implicancias se siguen de ello respecto de la distribución y redistribución de bienes?
7. Redacte con sus propias palabras un párrafo en el que explique la relación entre el principio de bondad ontológica del mundo creado y la situación de escasez natural de la especie humana (intente mostrar en qué medida ambas ideas no son contradictorias sino compatibles).

CONCLUSIÓN FINAL

Bien, mi querido sacerdote, religioso o religiosa que has tenido la paciencia de llegar hasta aquí: hemos visto que luego del pecado original, la escasez, los precios, el mercado, las consecuencias no intentadas de los que interactúan en el mercado, el ahorro, la inversión, etc., son aspectos fundamentales de una naturaleza humana que ha pedido los dones preternaturales. Y en ese estado estamos desde que hemos sido arrojados al mundo y contamos con la promesa de un redentor. Por lo tanto esos temas deben formar parte de una cosmovisión cristiana del mundo, no porque hayan sido revelados, no porque no sean opinables en relación a la Fe, sino porque no debemos ignorarlos so pena de hablar de todo ello como malo, despreciable o casi inexistente, o sin reconocerle su justa autonomía como ciencia. 

Porque, aunque sea una condición posterior al pecado original, no por ello está fuera de la ética. Permanentemente hemos visto que no. La autonomía de la ciencia económica tiene que ver con las consecuencias no intentadas de las acciones humanas en el mercado: ese ese margen de análisis el que tiene autonomía “relativa” de una moral que juzga según los fines de las acciones humanas directamente intentados. Pero aún así, decimos “relativa” porque las consecuencias no intentadas son en sí mismas buenas cuando se producen dentro de un marco institucional que respeta los derechos de las personas y da la paz y estabilidad necesarias para el ahorro y la inversión. No es malo que un precio sea alto y un salario sea bajo, si ello es fruto de la escasez. Lo importante es cómo hacer para que los precios tiendan a la baja y los salarios al alza: con el ahorro, la inversión y las condiciones institucionales que lo hace posible. 

La economía es por ello una de las ciencias con mayor compromiso moral. La miseria indignante en la que viven millones y millones de personas, los que mueren tratando de huir de todo ello, los que llegan a países supuestamente libres y son deportados de vuelta al infierno del cual intentaron salir. Son injusticias que claman al cielo, que no son fruto de sunamis, terremotos o tornados, sino de malas instituciones económicos que tienen su origen en nuestra ignorancia o, casi siempre, en nuestra indolencia para estudiar y luego para mantenerse firme en la defensa de verdades que no gustan ni al político demagogo ni a las masas alienadas. 

Hay en la economía, verdaderamente, una auténtica opción preferencial por el pobre. Ha llegado el momento de que esa opción preferencial se llene de estudio y comprensión de una ciencia económica que verdaderamente libere a las masas de la ignorancia de sepulcros blanqueados que dan pie a la verdadera denuncia profética.

LA IDEOLOGÍA SOCIALISTA DE 
LA DOCTRINA SOCIAL ECLESIÁSTICA
JESÚS HUERTA DE SOTO

EL SEÑOR DEL LIBRE MERCADO

Economía para Sacerdotes con Mario Šilar & Fray Gonzalo Irungaray | BIA En Vivo


LA ECONOMÍA 
DE LAS PARÁBOLAS


Las sabias lecciones económicas en las enseñanzas de Jesús

Las parábolas del Nuevo Testamento siguen siendo omnipresentes. Muchas de estas narraciones didácticas con las que Cristo predicaba el Evangelio han trascendido al imaginario popular y al lenguaje cotidiano y, sin embargo, pocos han percibido las enseñanzas de una de las analogías más frecuentes de Cristo: el dinero.
En La economía de las parábolas, Robert Sirico detecta los propósitos económicos universales de las trece parábolas —la del tesoro escondido, los talentos, los trabajadores de la viña, el rico insensato, los dos deudores y el hijo pródigo, entre otras— configuradas a partir de las realidades económicas y la vida comercial de la época de Jesús.
La fuerza de estos relatos perdura porque los ejemplos del Mesías son atemporales, como también lo son los dilemas sobre la distribución de los recursos. De estas alegorías, que tienen un significado espiritual más profundo, pueden extraerse múltiples lecciones prácticas sobre el cuidado de los pobres, la administración de la riqueza, la distribución de herencias, el manejo de las desigualdades o la resolución de las tensiones familiares.



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jueves, 9 de enero de 2025

LIBRO "UNA FE LÓGICA": ARGUMENTOS RAZONABLES PARA CREER EN DIOS por TIMOTHY KELLER 🔥

 UNA FE LÓGICA

Argumentos razonables 
para creer en Dios


VIVIMOS EN UNA ÉPOCA en que se valora la razón empírica, la evolución del progreso humano y el derecho de todos a elegir su más auténtica expresión del sentido de la vida, de propósito y de gozo. Entonces, ¿tiene sentido la noción de un Dios o de un poder superior? ¿La fe y la religión ofrecen algo de valor?
En este nuevo libro intelectualmente estimulante, el pastor y autor de varios best seller del New York Times, Timothy Keller, invita a los estudiantes de filosofía secular y a aquellos escépticos en cuanto a la fe y la religión en general a considerar que el Dios cristiano sigue teniendo sentido. ¿Qué pasaría si el cristianismo nos proveyera recursos sin precedentes para responder las preguntas sobre la satisfacción, la libertad personal, la justicia y la esperanza?
Escrito para el que está buscando pero se encuentra indeciso, así como para el escéptico secular, Una fe lógica arroja luz sobre el profundo valor y la importancia del cristianismo, ahora más pertinente que nunca.

PREFACIO

La fe de la persona secular 

He sido pastor en Manhattan, Nueva York, durante casi 30 años. La mayor parte de la gente que vive en esta ciudad no profesa una religión, ni son lo que suele llamarse cristianos porque celebran la Navidad y la Semana Santa. Más bien, la mayoría se identificaría como «secular» o «sin afiliación religiosa». 

Hace poco el New York Times hizo un reportaje sobre un foro semanal que tiene nuestra iglesia para gente que es escéptica sobre la existencia de Dios o cualquier otra realidad sobrenatural. Las reglas básicas del grupo asumen que ninguna religión ni la secularidad son verdad. En cambio, se consultan múltiples fuentes (experiencia personal, filosofía, historia, sociología, así como textos religiosos) para comparar los sistemas de creencias y considerar cuán razonable es uno u otro con respecto a los demás. Sin duda, la mayor parte de los participantes viene a la discusión con un punto de vista y tiene la esperanza de que su cosmovisión se refuerce mediante este proceso de evaluación. No obstante, también a cada persona se le invita a estar abierta a la crítica y a estar dispuesta a reconocer las fallas y los problemas en su manera de ver las cosas [1]. 

Después de que se publicó el artículo, varios tableros de mensajes y foros en internet lo discutieron. Muchos no lo tomaron en serio. Uno de los comentarios afirmaba que el cristianismo «carece de sentido en el mundo real y natural en que vivimos» y por tanto no tiene «mérito [racional]» en absoluto. Muchos se opusieron a la opinión de que la secularidad fuera un conjunto de creencias que podría compararse con otros sistemas. Por el contrario, afirmaban, sería solo una apreciación adecuada de la naturaleza de las cosas basada estrictamente en una evaluación racional del mundo. La gente religiosa trata de imponer sus creencias en otros, pero, se indicó, cuando las personas seculares exponen sus argumentos, ellas solo tienen hechos, y las personas que no están de acuerdo cierran sus ojos a estos hechos. La única manera de ser un cristiano, afirmaba otro, es asumir que las fábulas de la Biblia son verdad y cerrar tus ojos a toda razón y evidencia. 

En otro foro, los participantes no podían entender por qué algunos escépticos seculares se acercarían a ese grupo. «¿Piensan que “aquellos que no tienen afiliación religiosa” en Estados Unidos es porque nunca han escuchado las “buenas nuevas?”» preguntó un hombre con incredulidad. «¿Piensan que la gente secular llegará a ese lugar y escuchará y dirá: “por qué nadie me había dicho esto?”». Otro escribió: «Las personas no carecen de una afiliación religiosa porque no están familiarizadas con la religión, sino porque así lo han escogido [2]». 

Sin embargo, a través de los años han sido innumerables las veces que he estado en esta clase de discusiones de grupo, y las conjeturas de estos críticos sobre aquellos que carecen de una afiliación religiosa son en gran medida equivocadas. Tanto los creyentes como los no creyentes en Dios llegan a sus respectivas conclusiones a través de una combinación de la experiencia, la fe, el razonamiento y la intuición. Y en estos foros, suelo escuchar a los escépticos decirme: «Desearía haber conocido antes que existía esta clase de creencia religiosa y esta forma de pensar sobre la fe. Esto no quiere decir que voy a creer ahora, pero nunca antes había tenido tantos elementos para reflexionar sobre estos temas». 

El material en este libro es una manera de ofrecer a los lectores (en especial a los más escépticos, quienes pueden pensar que las «buenas nuevas» carecen de relevancia cultural) los mismos elementos para la reflexión. Compararemos las creencias y las afirmaciones del cristianismo con las creencias y las afirmaciones del punto de vista secular, al preguntarnos cuál tiene más sentido para un mundo complejo y la experiencia humana. 

Sin embargo, antes de que procedamos, deberíamos detenernos un momento para considerar en qué forma usaremos la palabra «secular». Hay, al menos, tres maneras en que se usa esta palabra hoy. 

Una manera aplica el término a la estructura política y social. Una sociedad secular es aquella en la que hay una separación entre la iglesia y el estado. El gobierno y las instituciones culturales más importantes no favorecen ninguna fe religiosa. El término «secular» puede también usarse para describir a los individuos. Una persona secular es aquella que no conoce si hay un Dios ni un ámbito sobrenatural más allá del mundo natural. Todo, según este punto de vista, tiene una explicación científica. Por último, el término puede describir un determinado tipo de cultura con sus temas y narrativas. Una época secular es aquella en la que todos los énfasis están en el saeculum, en el aquí y el ahora, sin ningún concepto de lo eterno. El sentido de la vida, la dirección y la felicidad se entienden y se buscan en la prosperidad económica del tiempo presente, el bienestar material y la plenitud emocional. 

Es útil distinguir cada uno de estos aspectos de la secularidad, porque no son idénticos. Una sociedad podría tener un estado secular incluso si hubiera pocas personas seculares en el país. Otra distinción es muy común. Los individuos podrían profesar no ser seculares y tener una fe religiosa. No obstante, a un nivel práctico, la existencia de Dios quizás no tenga un impacto perceptible en su conducta y en las decisiones en sus vidas. Esto es así porque en una época secular incluso las personas religiosas tienden a escoger a sus parejas y cónyuges, carreras y amistades, así como las opciones financieras, con un objetivo no mayor que su propia felicidad en el tiempo presente. Sacrificar la paz y la prosperidad personal por causas trascendentes ha llegado a ser raro, incluso para las personas que afirman que creen en valores absolutos y en la eternidad. Aunque no seas una persona secular, la época secular puede «diluir» (secularizar) la fe hasta que la consideres solo como una elección más en la vida —al igual que el trabajo, la recreación, los pasatiempos, la política— más que como el marco general que determina todas las elecciones en la vida [3]. 

En este libro, usaré la palabra «secular» en la segunda y tercera maneras y presentaré a menudo fuertes críticas a estas posiciones. Sin embargo, soy un gran defensor del primer tipo de secularidad. No quiero que la iglesia o cualquier otra institución religiosa controle al estado, ni que el estado controle a la iglesia. Las sociedades en las cuales el estado ha adoptado y promovido una fe única han sido a menudo opresivas. Los gobiernos han usado la autoridad de la «única religión verdadera» como una justificación para la violencia y el imperialismo. Resulta irónico que el matrimonio entre la iglesia y el estado termine debilitando a la religión que se ha favorecido más que fortalecerla. Cuando a las personas se les impone una religión a través de la presión social en vez de escogerla libremente, a menudo la adoptan a medias o de manera hipócrita. La mejor opción es un gobierno que no promueve una sola fe ni una forma doctrinaria de creencia secular que denigra y margina la religión.

Un estado realmente secular crearía una sociedad de verdad pluralista y un «mercado de ideas» en que las personas de toda clase de creencias, que incluye a aquellos con creencias seculares, podrían con libertad contribuir, comunicar, coexistir y cooperar en un marco de respeto mutuo y paz. ¿Existe ese lugar? No, todavía no. Sería un lugar donde las personas, aunque difieran enormemente, escucharían con atención antes de hablar. Allí, las personas evitarían todo subterfugio y tratarían las objeciones y las dudas de los demás con respecto y seriedad. Tratarían de comprender la otra posición tan bien que sus oponentes pudieran afirmar: 
«Tú presentas mi posición en una mejor manera y más convincente de lo que yo mismo lo hago». Admito que tal lugar no existe, pero espero que este libro sea una pequeña e imperfecta contribución hacia su creación. 

Hace algunos años escribí el libro ¿Es razonable creer en Dios?, el cual provee un conjunto de razones para creer en Dios y el cristianismo. Aunque este libro ha sido útil para muchos, no comienza lo suficientemente atrás para muchas personas. Incluso algunos no comenzarán el viaje de exploración, porque, con franqueza, el cristianismo no parece bastante relevante para que valga la pena. «¿Acaso la religión no exige saltos de fe ciega en una época marcada por la ciencia, la razón y la tecnología?», preguntan. «Sin duda, menos y menos personas sentirán la necesidad de la religión y esta desaparecerá». 

Este libro comienza abordando esas objeciones. En los primeros dos capítulos desafiaré con firmeza tanto la presunción de que el mundo se está volviendo más secular y la creencia de que las personas no religiosas, seculares, fundamentan su punto de vista sobre la vida principalmente en la razón. La realidad es que cada persona adopta su propia cosmovisión por una variedad de factores racionales, emocionales, culturales y sociales. 

Después de esa primera sección del libro, en los próximos capítulos compararé y contrastaré cómo el cristianismo y la secularidad (con referencias ocasionales a otras religiones) buscan proveer sentido en la vida, satisfacción, libertad, identidad, una brújula moral y esperanza; todas estas cosas tan cruciales que no podemos vivir sin ellas. Argumentaré que el cristianismo tiene más sentido emocional y cultural, que explica las cuestiones relativas a la vida en las formas más incisivas, y que nos ofrece inigualables recursos para satisfacer estas necesidades humanas ineludibles. 

¿Es razonable creer en Dios? no aborda muchas de las creencias de trasfondo que nuestra cultura nos ha impuesto en cuanto al cristianismo, lo cual lo hace parecer poco creíble. Estas presunciones no se nos presentan de manera explícita con argumentos. Más bien, son absorbidas por las historias y los temas del espectáculo y las redes sociales. Se asume que son simplemente «como son las cosas [4]». Son tan fuertes que incluso muchos creyentes cristianos, quizás en secreto al principio, descubren que su fe se ha hecho cada vez menos real en sus mentes y corazones. Mucho o la mayor parte de lo que creemos en este nivel es, por lo tanto, invisible a nosotros como creencia. Algunas de las creencias que abordaremos son: 
  • «No necesitas creer en Dios para tener una vida plena de significado, esperanza y satisfacción» (capítulos 3, 4 y 8). 
  • «Debes ser libre para vivir como mejor te parezca, mientras que no lastimes a otros» (capítulo 5). 
  • «Empiezas a ser tú mismo cuando eres fiel a tus más profundos deseos y sueños» (capítulos 6 y 7). 
  • «No necesitas creer en Dios para tener un fundamento para los valores morales y los derechos humanos» (capítulos 9 y 10). 
  • «Hay poca o ninguna evidencia para la existencia de Dios o la veracidad del cristianismo» (capítulos 11 y 12). 
Si piensas que el cristianismo no promete mucho en cuanto a tener sentido para una persona razonable, entonces este libro está escrito para ti. Si tienes amigos o familia que se sienten de esta manera (y ¿quién en nuestra sociedad no se siente así?), este libro debería ser de interés para ti y para ellos también. 

Después de una de estas discusiones de «bienvenida para los escépticos» en nuestra iglesia, un hombre mayor se me acercó. Él había asistido a muchas de nuestras reuniones. «Me doy cuenta ahora —me indicó—, que tanto en mis años de juventud cuando iba a la iglesia y en los años en los que he vivido como un ateo, nunca en realidad consideré cuidadosamente mis fundamentos. Mi entorno me ha influenciado demasiado. No he reflexionado en las cosas por mi cuenta. Gracias por esta oportunidad». 

Confío en que este libro permitirá a los lectores, tanto dentro como fuera de la creencia religiosa, que hagan lo mismo.

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[1] Samuel G. Freedman, «Evangelists Adapt to a New Era, Preaching the Gospel to Skeptics», New York Times, 4 de marzo de 2016. El artículo es un buen resumen de lo que sucede en esta clase de discusiones auspiciadas por nuestra iglesia. Añadiría que el enfoque que se describe aquí, al hablar sobre la fe no es nuevo. Es la única manera en que he hablado a otros sobre la fe en mis 40 años de ministerio, y tengo muchos colegas que han hecho lo mismo.


[3] Estas tres formas de usar el término «secular» se basan en el análisis de Charles Taylor en su libro A Secular Age (Cambridge, MA: Harvard University Press, 2007), 1-22. Primero, él da las dos definiciones más comunes de secularidad. La primera es que una sociedad secular es aquella en la que el gobierno y las principales organizaciones sociales no están restringidos a una religión. 
En una sociedad religiosa todas las organizaciones incluyendo el gobierno se basan y promueven un conjunto particular de creencias religiosas. En una sociedad secular las organizaciones y estructuras políticas no están conectadas con ninguna religión (excepto en formas históricas, pero no en formas sustanciales, como en Inglaterra y los países escandinavos). 
La vida y el poder políticos se reparten equitativamente entre creyentes y no creyentes. La segunda definición es que una sociedad secular es aquella en la que muchos o la mayoría de las personas no creen en Dios ni en un mundo no material y trascendente. En esta definición ser secular es ser personalmente no religioso, es no creer en una dimensión sobrenatural de la vida y del universo. Aunque algunas personas seculares sean explícitas ateas o agnósticas, otras quizás continúan asistiendo a los servicios religiosos y extrapolan de la religión las verdades morales para vivir. Sin embargo, al final encuentran todos los recursos que necesitan (para el sentido de la vida y la realización personal, para la moralidad y el trabajo en favor de la justicia) en recursos meramente humanos, de este mundo. Taylor llama a esto «ser autosuficiente o humanismo exclusivo […] 
Una era secular es aquella en la que el eclipse de todos los fines más allá del auge humano se hace posible» (pág. 19). Incluso las personas que retienen vínculos con las organizaciones religiosas son en todo caso seculares, si perciben una vida plena en términos completamente terrenales y de realización personal y rechazan la idea del sacrificio y la obediencia a Dios para alcanzar la vida eterna. La cultura advierte a las personas que el sacrificio para servir a otros o los ideales más elevados pueden ser emocionalmente enfermizos y que es una manera de colaborar con las fuerzas opresivas. Aunque Taylor reconoce que la palabra «secular» suele tener uno de estos dos primeros significados, aun ofrece un tercero. 
Él considera que una sociedad secular es aquella en la que las condiciones para creer han cambiado (págs. 2–3). 
En las sociedades religiosas la fe simplemente se asume. La religión no es algo que eliges. Sería considerada una actitud escandalosamente egoísta. Sin embargo, en una cultura secular la religión se considera como algo que tú debes elegir, y sin duda el pluralismo de las sociedades seculares significa al fin y al cabo que tu religión es algo que puedes elegir o dejar a un lado. Por esta razón, debes tener alguna justificación para tus creencias, ya sea que tengas un fundamento racional o uno más intuitivo y práctico. En una cultura secular, la fe ha dejado de ser algo automático o axiomático. En este sentido, afirma Taylor, somos (en la sociedad occidental) personas de una era y sociedad seculares.

[4] En A Secular Age, Charles Taylor analiza lo que llama «un imaginario social», el cual es «una manera de construir sentido y significado» (pág. 26). Es algo a lo que podríamos llamar una cosmovisión; un conjunto de creencias de trasfondo que moldean todo. Sin embargo, Taylor evita la palabra «cosmovisión» y en cambio usa este término para comunicar algunos aspectos importantes de cómo vivimos nuestra vida que el término «cosmovisión» sencillamente no captura. Quiere comunicar «algo mucho más amplio y profundo que los esquemas intelectuales» (pág. 171). Dice que un imaginario social no solo incluye proposiciones de cómo debemos vivir, sino también «nociones normativas más profundas e imágenes que sustentan estas expectativas» (pág. 171). ¿Y eso qué significa?


jueves, 19 de diciembre de 2024

GATO POR LIEBRE 🐈🐇: IDEOLOGÍA POR CIENCIA por ALFONSO BASALLO y BIOIDEOLOGÍAS: UN CREDO HERÉTICO AL SERVICIO DE UN NUEVO ORDEN GLOBALISTA por NILO VIEJO (REVISTA LA ANTORCHA Nº 6) 🔥

🔦 Gato por liebre:
Ideología por ciencia
Temas como la crisis climática, la bomba demográfica, o la transexualidad están contaminados de ideología e intereses creados bajo un ropaje de objetividad científica. 

La sociedad está admitiendo, con actitud acrítica, algunos mitos de la crisis climática, exagerada por los gobiernos con escaso respeto por la objetividad científica. El primer motivo para sospechar es que la mayor parte de las catástrofes anunciadas no se han cumplido: 

“Las Maldivas estarán bajo el agua en treinta años” (1988); “El Ártico se quedará sin hielo en 2015” (2013); “Solo quedan quinientos días antes del caos climático” (2014) etc. El segundo motivo es que no hay consenso entre los expertos. 
Frente al Grupo de Naciones Unidas (IPCC), otro grupo de mil ochocientos científicos –dos de ellos Premio Nobel– sostiene que “el calentamiento global es mucho más lento de lo que el IPCC asegura, y que acabar con las emisiones de CO2 en 2050 puede ser contraproducente”. 

El físico Steve Koonin señala en El clima: No toda la culpa es nuestra que “los cambios producidos por la influencia humana son pequeños o sutiles y tardan décadas en producirse”; que “el tratamiento de los informes y su transmisión a la población está repleto de interpretaciones maniqueas” y que “es preciso rebajar la histeria periodística”. 

¿Quién tiene razón? Nadie cuestiona que estamos en una etapa de calentamiento global. Más discutible es que sea catastrófico; y que tenga un origen fundamentalmente antropogénico. Hay que tener en cuenta "la imprecisión de las mediciones", indica a "La Antorcha", Javier del Valle, doctor en Geografía (Climatología), y coautor de Premoniciones: 

Cuando la alerta climática lo justifica todo. El entorno de muchos termómetros cambia “por urbanización, aumento del tráfico, de las calefacciones o de los aires acondicionados, fuentes de calor que alteran las mediciones”. Y “no hay evidencia estadística de que el calentamiento global esté provocando incendios, inundaciones o huracanes”. 

Cosa distinta –matiza– es que hayan aumentado los efectos de estos fenómenos porque “ha aumentado la exposición debido a que hay más población en la Tierra, más infraestructuras, zonas urbanizadas, vías de comunicación, por lo que ante un evento similar al que pudo ocurrir hace años, las consecuencias actuales son mayores”. 

Otra previsión discutible es la subida del nivel del mar. Koonin recuerda una portada de National Geographic (de 2013) que representaba a la Estatua de la Libertad medio sumergida, y aclara que tal cosa era ciencia ficción porque, de acuerdo con un mareógrafo situado a tres kilómetros de la estatua, el nivel sólo ha subido treinta centímetros desde 1855, con lo que, a ese ritmo, las aguas tardarán más de 20 000 años en tragarse a Lady Liberty.

El nivel del mar ha aumentado algo por la pérdida de hielo de glaciares continentales, explica del Valle, pero el deshielo del Ártico no afecta a la masa oceánica pues se trata de agua congelada, y al fundirse ocupa el mismo volumen que antes ocupaba el bloque de hielo –lo mismo que pasa cuando se derrite un cubito en un refresco–. 
Acabar con las emisiones de CO2 en 2050, como proponen las cumbres del clima, puede ser contraproducente. 
“No es un contaminante como tal, si se mantiene dentro de determinados valores” afirma del Valle. Pero se le “ha demonizado, a pesar de que sirve de alimento de las plantas en la fotosíntesis; a la vez que se minimizan otros gases de efecto invernadero como el metano o el vapor de agua”. 

Por supuesto, que “es preciso ir disminuyendo las emisiones en conjunto” pero de “una forma progresiva, sin forzar a la sociedad y siempre con carácter global”. ¿A qué obedece entonces el alarmismo peliculero de Antonio Guterres (ONU): “El tic-tac de la bomba climática ha iniciado la cuenta atrás”? ¿A quién beneficia la descarbonización? 

 “En los seis primeros meses de 2023 se superaron los 360 millones de dólares en inversiones en energías renovables que dependen del mantenimiento del alarmismo climático”, apunta Fernando Pino en su blog. Y muchas empresas de combustibles fósiles han invertido grandes sumas en energías renovables; lo mismo que muchos países productores de petróleo. 

Hay, en suma, juego de intereses y condicionamientos ideológicos en un asunto multifactorial. “El investigador –subraya Javier del Valle– siempre se tiene que plantear dudas, y no dar nada por supuesto, mientras no se demuestre. El debate científico permite avanzar, mientras que el dogma es un lastre”. Para favorecer “el debate abierto e informar a la sociedad, de forma veraz y rigurosa, sobre el conocimiento actual de la ciencia del clima” está en proceso de constitución en España, la Asociación de Realistas Climáticos, a imagen de otras similares en otros países, indica del Valle.

Llueve sobre mojado. Muchos se tomaron en serio las predicciones de Paul Ehrlich sobre la escasez de recursos en La bomba de la población (1968), a pesar de que el profeta no era demógrafo sino estudioso de los lepidópteros. Predicciones que jamás se cumplieron: que morirían por inanición cientos de millones en los años 80, o que el Reino Unido quedaría reducido a islas habitadas por personas hambrientas. Mientras no se demuestre, no hay que dar nada por supuesto. 

El debate científico permite avanzar, mientras que el dogma es un lastre" Ehrlich proponía reducir el número de bocas: “tener más de dos hijos –decía– es egoísta”. Igual que el filme Cuando el destino nos alcance (1974), adaptación de la novela Hagan sitio, hagan sitio, que abogaba por recortar la pirámide de población por la base (anticoncepción) y por el vértice (eutanasia). Coincidía esta moda con otro plan ideado por Henry Kissinger, asesor del presidente Nixon. En Implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad de los EE.UU. afirmaba que el exceso de población en el tercer mundo generaba inestabilidad, lo cual dificultaba los planes de EE.UU. para obtener minerales de esos países. Solución: neutralizar ese crecimiento mediante políticas antinatalistas a cambio de ayudas al desarrollo.

La ONU impuso esos programas en Asia, América del Sur y África. En un solo año, 1976, el Gobierno indio esterilizó a 6,2 millones de hombres. Uno de los socios estratégicos de la ONU fue Planned Parenthood, la multinacional del aborto. Hoy en día las farmacéuticas fabrican anticonceptivos a precios bajos en la India, se los venden a la ONU, y esta los comercializa triplicando el precio. 

“Las políticas del informe Kissinger se podrían considerar una forma de colonialismo, no extractivo, pero sí ideológico, al tratarse de una intrusión en los valores de esos países” indica a "La Antorcha", Alejandro Macarrón, autor de Suicidio demográfico de Occidente y medio mundo. Cree que La bomba de Ehrlich “pudo estar manipulada”, y tampoco descarta que lo fueran “las previsiones pesimistas del Club de Roma” en Los límites del crecimiento (1972), para el año 2000, según las cuales, yacimientos de crudo del planeta estarían agotados, por culpa de… la explosión demográfica. 

El economista Julian Simon (19321998) puso las cosas en su sitio al constatar que los recursos naturales no tienen un límite definible, y que quien los acrecienta no es otro que el ser humano, lo que deja en evidencia a Malthus (“el gran festín de la naturaleza no ha puesto cubiertos para tantos”). La prueba es que en la segunda mitad del siglo XX la tecnología aplicada a los cultivos ha posibilitado que 1.500 millones de agricultores alimenten a 7.700 millones de personas, según destacaba Guy Sorman en The modern food miracle (City Journal, 2020) La ideología también ha suplantado a la ciencia en la transexualidad. 

 “Es hora de que dejemos de llamarnos mujeres trans, somos mujeres” ha dicho la primera actriz trans en ganar el Festival de Cannes. Una persona así –indica a "La Antorcha", Nicolás Jouve, catedrático emérito de Genética–, “merece todo el respeto y es muy libre de manifestar lo que quiera, pero no es una mujer”. 
Podrá operarse, hormonarse e implantarse órganos sexuales femeninos, o vestir como una mujer “pero no podrá cambiar jamás su DNI genético: 

su dotación cromosómica XY”. “La sexualidad humana es un rasgo biológico objetivo binario”, porque su finalidad no es otra que la reproducción de la especie subraya el Colegio Americano de Pediatras. Es verdad, puntualiza Jouve, que existen trastornos del desarrollo sexual gonadal que pueden implicar una disgénesis estructural o funcional. Pero son desviaciones (término estadístico sin connotaciones peyorativas) de la norma sexual binaria, estadísticamente poco relevantes (desde 1 caso por cada 1000 hasta 1 por cada 99 000). 

“Nadie nace con un género, todo el mundo nace con un sexo biológico”, afirma el catedrático; y el género (el sentimiento de uno mismo como hombre o mujer) es un concepto sociológico y psicológico, no un concepto biológico objetivo.

Bioideologías:
un credo herético al servicio
de un Nuevo Orden Mundial



Descritas en 2009 por el profesor Dalmacio Negro, las bioideologías son el sustituto de las ideologías tradicionales, y buscan enmendar la obra de Dios para crear una especie de superhumanos… que, sin embargo, acabarían subyugados por los caprichos de una élite globalista
Hace unas semanas, Elon Musk las amalgamaba bajo el difuso slogan de “virus woke”, a propósito de la “transición de género” de su hijo Xavier. Pero, aunque hoy parezcan una suerte de “mal ambiental”, abstracto y con mil y una variantes, la realidad es que lo que el fundador de Tesla criticaba era –es– una corriente de pensamiento perfectamente definida, estructurada, planificada, implementada y financiada desde hace años: las bioideologías.

Fue el catedrático de Ciencia Política e Historia de las Ideas de la Universidad CEU San Pablo, y miembro de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, Dalmacio Negro, quien las definió pormenorizadamente en 2009 en su obra El mito del hombre nuevo (Ediciones Encuentro).

Y quince años después, sus palabras no sólo resultan proféticas –y alarmantes–, sino que desvelan hasta qué punto las bioideologías son el corpus doctrinal que permea la cultura, la educación, la política, el ocio, la acción social y hasta la economía internacional de nuestros días, con una clara “vocación totalitaria” y una confesa intención de modificar el plan de Dios. 

“Superar las deficiencias de la raza humana”

Como explica Dalmacio Negro en su obra, las ideologías clásicas, que propugnaban la transformación de la sociedad a través de la política y la economía, han evidenciado su incapacidad para construir el paraíso terrenal que habían prometido. Pero lejos de ser orilladas, han sido sustituidas a lo largo del siglo XXI por las nuevas bioideologías.
Estas, aupadas “en el darwinismo social”, y “tanto en el dogma socialista de la lucha de clases como en el particularismo del nacionalismo burgués”, sostienen la posibilidad, e incluso la necesidad, de emplear todos los progresos que permitan la ciencia y la tecnología para “superar las deficiencias de la raza humana para acabar con el conflicto social”, en palabras de Negro.

Con discursos grandilocuentes y mesiánicos, y presentándolas bajo la capa de un “humanitarismo compasivo”, casi de “un gesto de amor”, sus promotores han visto cómo hoy “la ciencia hace posible orientar directamente la política hacia la organización total de la vida, desde su origen hasta la muerte”. O lo que es lo mismo, el control absoluto de la persona en todos los aspectos de su vida, a partir de una enmienda a la ley natural, a la creación divina y a la historia humana.

Tres grandes bloques totalitarios

Conscientes de la revolución social que implica su imposición, los promotores de las bioideologías han dado origen “a la biopolítica” y “al bioderecho”, con los que “aceleran los cambios sociales, con leyes coercitivas que buscan transformar la moral, el pensamiento y la actuación de las masas”. Todo para crear un ser humano nuevo, mitificado y todopoderoso… que en realidad acabaría prisionero de aquellos que gobernasen un nuevo orden mundial basado en la sumisión y en la tiranía cientificista.
Sus promotores han visto que es posible el control absoluto de la persona en todos los aspectos de su vida"
Y aunque este nuevo credo puede parecer un conglomerado de inconexos postulados (o desbarres), Negro hace una catalogación pormenorizada de cada uno de ellos, sistematizándolos en tres bloques.

1. Sexuales: Feminismo, homosexualidad, transexualidad e ideología de género.

Son los más extendidos en el ámbito político, cultural y económico. Y también los más financiados por las élites globalistas que abominan de Dios e idolatran el cientificismo materialista. Según esta concepción, el sexo fisiológico e incluso el cuerpo humano son aspectos que pueden ser modificados y alternados, no sólo al margen, sino incluso en contra de la propia naturaleza. De hecho, ven en la naturaleza humana, y de un modo especial en el sexo, el origen de un mal que se debe erradicar.
“Sostienen que el hombre es capaz de alterar arbitrariamente no sólo las leyes humanas positivas, como las que rigen el matrimonio y la familia, sino las leyes de la naturaleza, como la diferencia de sexos”, dice Negro.

2. Ecologistas: Ambientalismo, animalismo, veganismo, antiespecismo, transespecismo.

Aunque surge como una “actitud beneficiosa frente a excesos concretos, condenables por el sentido común, del industrialismo y el progreso”, su carácter totalitario hace que “se pervierta cuando idealiza o diviniza la naturaleza –una naturaleza imaginaria–”. De hecho, “mitifica y rediviniza la naturaleza, proclamando que el ser humano es su mayor enemigo y declarando la guerra total a los que no comparten sus medios o sus fines”. Como explica Dalmacio Negro, “en sus formas extremas es indiscutible su carácter de religión fundamentalista, centrada en la divinización de la Tierra, para los antiguos la diosa Gea, como la naturaleza, que el cristianismo había desmitificado. Aunque, en verdad, lo que mitifica o sacraliza ni siquiera es la Tierra, como los paganos, sino lo que supone que es el medio ambiente en toda su pureza”.
Y “por su romanticismo, su apariencia inocua y benéfica, y sus argumentos de aparente sentido común, apoyados en ideas cientificistas, es la más persuasiva de las bioideologías. Su capacidad de seducción y su efecto paralizador la hacen terriblemente peligrosa” porque convierten al ser humano en el objetivo a eliminar o a controlar.

3. Sanitarios: Abortismo, eugenesia, eutanasia y transhumanismo.

El paraíso terrenal puede alcanzarse a través de la ciencia y la tecnología, que serán capaces de controlar cuándo, cómo y a quién le llega la muerte o el dolor. Con este postulado, las bioideologías sanitarias convierten la salud física en un tótem al que ofrecer sacrificios, y en aras de un bienestar “justifica el genocidio del aborto o la eutanasia al tiempo que su ideal oculto, raramente explícito, es conseguir la inmortalidad”. Por eso mismo, es la “sustituta de la salvación del alma por la salud corporal”.

Esto hace que, a la vez, se oculte el significado y la trascendencia de la muerte, “como si fuese una vergüenza que el hombre no haya conseguido la inmortalidad”. “Tan potente como difusa, tiene atemorizadas a las gentes y extiende el concepto de enfermedad a todo aquello que impide la satisfacción del deseo”, ya sea eliminando un hijo no deseado, mediante el aborto, o fabricándolo a través de la reproducción artificial, y considerando ambos hechos como un derecho. El miedo natural al dolor es su mayor aliado y, como en el ecologismo, al partir de un fin noble que acaba por pervertirse al absolutizarlo, “está consiguiendo la medicalización de la sociedad, y el progreso de las técnicas médicas se paga con un aumento del control social y una disminución global de la alegría de vivir”.
Como resultado, se estigmatiza a quien está enfermo, que es considerado un lastre social prescindible, por ser contrario al fin utópico de crear “un mundo transhumano o poshumano, poblado por hombres inmortales, física, mental y moralmente superiores” … capaces de pagarse sus propios progresos técnicos.

Y concluía Dalmacio Negro con una advertencia: “La destrucción del sentido común y de las tradiciones de la conducta, la politización totalitaria de la naturaleza humana, la amoralidad nihilista, el predominio de la religiosidad secular que da pábulo a toda clase de utopías y supersticiones –sobre todo las cientificistas–, la alianza demagógica de la política con la ciencia –en especial con la biología utilizando los pretextos que le da el igualitarismo pseudodemocrático– y en suma la pérdida de la realidad, todo ello podría llevar, de la mano del estatismo –el Estado como la iglesia de la democracia totalitaria–, no a un tipo humano nuevo, propio de la era tecnológica, sino a experimentos y desenlaces imprevisibles”.