🔦 Gato por liebre:
Ideología por ciencia
Temas como la crisis climática, la bomba demográfica, o la transexualidad están contaminados de ideología e intereses creados bajo un ropaje de objetividad científica.
La sociedad está admitiendo, con actitud acrítica, algunos mitos de la crisis climática, exagerada por los gobiernos con escaso respeto por la objetividad científica. El primer motivo para sospechar es que la mayor parte de las catástrofes anunciadas no se han cumplido:
“Las Maldivas estarán bajo el agua en treinta años” (1988); “El Ártico se quedará sin hielo en 2015” (2013); “Solo quedan quinientos días antes del caos climático” (2014) etc. El segundo motivo es que no hay consenso entre los expertos.
Frente al Grupo de Naciones Unidas (IPCC), otro grupo de mil ochocientos científicos –dos de ellos Premio Nobel– sostiene que “el calentamiento global es mucho más lento de lo que el IPCC asegura, y que acabar con las emisiones de CO2 en 2050 puede ser contraproducente”.
El físico Steve Koonin señala en El clima: No toda la culpa es nuestra que “los cambios producidos por la influencia humana son pequeños o sutiles y tardan décadas en producirse”; que “el tratamiento de los informes y su transmisión a la población está repleto de interpretaciones maniqueas” y que “es preciso rebajar la histeria periodística”.
¿Quién tiene razón? Nadie cuestiona que estamos en una etapa de calentamiento global. Más discutible es que sea catastrófico; y que tenga un origen fundamentalmente antropogénico. Hay que tener en cuenta "la imprecisión de las mediciones", indica a "La Antorcha", Javier del Valle, doctor en Geografía (Climatología), y coautor de Premoniciones:
Cuando la alerta climática lo justifica todo. El entorno de muchos termómetros cambia “por urbanización, aumento del tráfico, de las calefacciones o de los aires acondicionados, fuentes de calor que alteran las mediciones”. Y “no hay evidencia estadística de que el calentamiento global esté provocando incendios, inundaciones o huracanes”.
Cosa distinta –matiza– es que hayan aumentado los efectos de estos fenómenos porque “ha aumentado la exposición debido a que hay más población en la Tierra, más infraestructuras, zonas urbanizadas, vías de comunicación, por lo que ante un evento similar al que pudo ocurrir hace años, las consecuencias actuales son mayores”.
Otra previsión discutible es la subida del nivel del mar. Koonin recuerda una portada de National Geographic (de 2013) que representaba a la Estatua de la Libertad medio sumergida, y aclara que tal cosa era ciencia ficción porque, de acuerdo con un mareógrafo situado a tres kilómetros de la estatua, el nivel sólo ha subido treinta centímetros desde 1855, con lo que, a ese ritmo, las aguas tardarán más de 20 000 años en tragarse a Lady Liberty.
El nivel del mar ha aumentado algo por la pérdida de hielo de glaciares continentales, explica del Valle, pero el deshielo del Ártico no afecta a la masa oceánica pues se trata de agua congelada, y al fundirse ocupa el mismo volumen que antes ocupaba el bloque de hielo –lo mismo que pasa cuando se derrite un cubito en un refresco–.
Acabar con las emisiones de CO2 en 2050, como proponen las cumbres del clima, puede ser contraproducente.
“No es un contaminante como tal, si se mantiene dentro de determinados valores” afirma del Valle. Pero se le “ha demonizado, a pesar de que sirve de alimento de las plantas en la fotosíntesis; a la vez que se minimizan otros gases de efecto invernadero como el metano o el vapor de agua”.
Por supuesto, que “es preciso ir disminuyendo las emisiones en conjunto” pero de “una forma progresiva, sin forzar a la sociedad y siempre con carácter global”. ¿A qué obedece entonces el alarmismo peliculero de Antonio Guterres (ONU): “El tic-tac de la bomba climática ha iniciado la cuenta atrás”? ¿A quién beneficia la descarbonización?
“En los seis primeros meses de 2023 se superaron los 360 millones de dólares en inversiones en energías renovables que dependen del mantenimiento del alarmismo climático”, apunta Fernando Pino en su blog. Y muchas empresas de combustibles fósiles han invertido grandes sumas en energías renovables; lo mismo que muchos países productores de petróleo.
Hay, en suma, juego de intereses y condicionamientos ideológicos en un asunto multifactorial. “El investigador –subraya Javier del Valle– siempre se tiene que plantear dudas, y no dar nada por supuesto, mientras no se demuestre. El debate científico permite avanzar, mientras que el dogma es un lastre”. Para favorecer “el debate abierto e informar a la sociedad, de forma veraz y rigurosa, sobre el conocimiento actual de la ciencia del clima” está en proceso de constitución en España, la Asociación de Realistas Climáticos, a imagen de otras similares en otros países, indica del Valle.
Llueve sobre mojado. Muchos se tomaron en serio las predicciones de Paul Ehrlich sobre la escasez de recursos en La bomba de la población (1968), a pesar de que el profeta no era demógrafo sino estudioso de los lepidópteros. Predicciones que jamás se cumplieron: que morirían por inanición cientos de millones en los años 80, o que el Reino Unido quedaría reducido a islas habitadas por personas hambrientas. Mientras no se demuestre, no hay que dar nada por supuesto.
El debate científico permite avanzar, mientras que el dogma es un lastre" Ehrlich proponía reducir el número de bocas: “tener más de dos hijos –decía– es egoísta”. Igual que el filme Cuando el destino nos alcance (1974), adaptación de la novela Hagan sitio, hagan sitio, que abogaba por recortar la pirámide de población por la base (anticoncepción) y por el vértice (eutanasia). Coincidía esta moda con otro plan ideado por Henry Kissinger, asesor del presidente Nixon. En Implicaciones del crecimiento de la población mundial para la seguridad de los EE.UU. afirmaba que el exceso de población en el tercer mundo generaba inestabilidad, lo cual dificultaba los planes de EE.UU. para obtener minerales de esos países. Solución: neutralizar ese crecimiento mediante políticas antinatalistas a cambio de ayudas al desarrollo.
La ONU impuso esos programas en Asia, América del Sur y África. En un solo año, 1976, el Gobierno indio esterilizó a 6,2 millones de hombres. Uno de los socios estratégicos de la ONU fue Planned Parenthood, la multinacional del aborto. Hoy en día las farmacéuticas fabrican anticonceptivos a precios bajos en la India, se los venden a la ONU, y esta los comercializa triplicando el precio.
“Las políticas del informe Kissinger se podrían considerar una forma de colonialismo, no extractivo, pero sí ideológico, al tratarse de una intrusión en los valores de esos países” indica a "La Antorcha", Alejandro Macarrón, autor de Suicidio demográfico de Occidente y medio mundo. Cree que La bomba de Ehrlich “pudo estar manipulada”, y tampoco descarta que lo fueran “las previsiones pesimistas del Club de Roma” en Los límites del crecimiento (1972), para el año 2000, según las cuales, yacimientos de crudo del planeta estarían agotados, por culpa de… la explosión demográfica.
El economista Julian Simon (19321998) puso las cosas en su sitio al constatar que los recursos naturales no tienen un límite definible, y que quien los acrecienta no es otro que el ser humano, lo que deja en evidencia a Malthus (“el gran festín de la naturaleza no ha puesto cubiertos para tantos”). La prueba es que en la segunda mitad del siglo XX la tecnología aplicada a los cultivos ha posibilitado que 1.500 millones de agricultores alimenten a 7.700 millones de personas, según destacaba Guy Sorman en The modern food miracle (City Journal, 2020) La ideología también ha suplantado a la ciencia en la transexualidad.
“Es hora de que dejemos de llamarnos mujeres trans, somos mujeres” ha dicho la primera actriz trans en ganar el Festival de Cannes. Una persona así –indica a "La Antorcha", Nicolás Jouve, catedrático emérito de Genética–, “merece todo el respeto y es muy libre de manifestar lo que quiera, pero no es una mujer”.
Podrá operarse, hormonarse e implantarse órganos sexuales femeninos, o vestir como una mujer “pero no podrá cambiar jamás su DNI genético:
su dotación cromosómica XY”. “La sexualidad humana es un rasgo biológico objetivo binario”, porque su finalidad no es otra que la reproducción de la especie subraya el Colegio Americano de Pediatras. Es verdad, puntualiza Jouve, que existen trastornos del desarrollo sexual gonadal que pueden implicar una disgénesis estructural o funcional. Pero son desviaciones (término estadístico sin connotaciones peyorativas) de la norma sexual binaria, estadísticamente poco relevantes (desde 1 caso por cada 1000 hasta 1 por cada 99 000).
“Nadie nace con un género, todo el mundo nace con un sexo biológico”, afirma el catedrático; y el género (el sentimiento de uno mismo como hombre o mujer) es un concepto sociológico y psicológico, no un concepto biológico objetivo.
un credo herético al servicio
de un Nuevo Orden Mundial
Descritas en 2009 por el profesor Dalmacio Negro, las bioideologías son el sustituto de las ideologías tradicionales, y buscan enmendar la obra de Dios para crear una especie de superhumanos… que, sin embargo, acabarían subyugados por los caprichos de una élite globalista
Hace unas semanas, Elon Musk las amalgamaba bajo el difuso slogan de “virus woke”, a propósito de la “transición de género” de su hijo Xavier. Pero, aunque hoy parezcan una suerte de “mal ambiental”, abstracto y con mil y una variantes, la realidad es que lo que el fundador de Tesla criticaba era –es– una corriente de pensamiento perfectamente definida, estructurada, planificada, implementada y financiada desde hace años: las bioideologías.
Fue el catedrático de Ciencia Política e Historia de las Ideas de la Universidad CEU San Pablo, y miembro de la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas, Dalmacio Negro, quien las definió pormenorizadamente en 2009 en su obra El mito del hombre nuevo (Ediciones Encuentro).
Y quince años después, sus palabras no sólo resultan proféticas –y alarmantes–, sino que desvelan hasta qué punto las bioideologías son el corpus doctrinal que permea la cultura, la educación, la política, el ocio, la acción social y hasta la economía internacional de nuestros días, con una clara “vocación totalitaria” y una confesa intención de modificar el plan de Dios.
“Superar las deficiencias de la raza humana”
Como explica Dalmacio Negro en su obra, las ideologías clásicas, que propugnaban la transformación de la sociedad a través de la política y la economía, han evidenciado su incapacidad para construir el paraíso terrenal que habían prometido. Pero lejos de ser orilladas, han sido sustituidas a lo largo del siglo XXI por las nuevas bioideologías.
Estas, aupadas “en el darwinismo social”, y “tanto en el dogma socialista de la lucha de clases como en el particularismo del nacionalismo burgués”, sostienen la posibilidad, e incluso la necesidad, de emplear todos los progresos que permitan la ciencia y la tecnología para “superar las deficiencias de la raza humana para acabar con el conflicto social”, en palabras de Negro.
Con discursos grandilocuentes y mesiánicos, y presentándolas bajo la capa de un “humanitarismo compasivo”, casi de “un gesto de amor”, sus promotores han visto cómo hoy “la ciencia hace posible orientar directamente la política hacia la organización total de la vida, desde su origen hasta la muerte”. O lo que es lo mismo, el control absoluto de la persona en todos los aspectos de su vida, a partir de una enmienda a la ley natural, a la creación divina y a la historia humana.
Tres grandes bloques totalitarios
Conscientes de la revolución social que implica su imposición, los promotores de las bioideologías han dado origen “a la biopolítica” y “al bioderecho”, con los que “aceleran los cambios sociales, con leyes coercitivas que buscan transformar la moral, el pensamiento y la actuación de las masas”. Todo para crear un ser humano nuevo, mitificado y todopoderoso… que en realidad acabaría prisionero de aquellos que gobernasen un nuevo orden mundial basado en la sumisión y en la tiranía cientificista.
Sus promotores han visto que es posible el control absoluto de la persona en todos los aspectos de su vida"
Y aunque este nuevo credo puede parecer un conglomerado de inconexos postulados (o desbarres), Negro hace una catalogación pormenorizada de cada uno de ellos, sistematizándolos en tres bloques.
1. Sexuales: Feminismo, homosexualidad, transexualidad e ideología de género.
Son los más extendidos en el ámbito político, cultural y económico. Y también los más financiados por las élites globalistas que abominan de Dios e idolatran el cientificismo materialista. Según esta concepción, el sexo fisiológico e incluso el cuerpo humano son aspectos que pueden ser modificados y alternados, no sólo al margen, sino incluso en contra de la propia naturaleza. De hecho, ven en la naturaleza humana, y de un modo especial en el sexo, el origen de un mal que se debe erradicar.
“Sostienen que el hombre es capaz de alterar arbitrariamente no sólo las leyes humanas positivas, como las que rigen el matrimonio y la familia, sino las leyes de la naturaleza, como la diferencia de sexos”, dice Negro.
2. Ecologistas: Ambientalismo, animalismo, veganismo, antiespecismo, transespecismo.
Aunque surge como una “actitud beneficiosa frente a excesos concretos, condenables por el sentido común, del industrialismo y el progreso”, su carácter totalitario hace que “se pervierta cuando idealiza o diviniza la naturaleza –una naturaleza imaginaria–”. De hecho, “mitifica y rediviniza la naturaleza, proclamando que el ser humano es su mayor enemigo y declarando la guerra total a los que no comparten sus medios o sus fines”. Como explica Dalmacio Negro, “en sus formas extremas es indiscutible su carácter de religión fundamentalista, centrada en la divinización de la Tierra, para los antiguos la diosa Gea, como la naturaleza, que el cristianismo había desmitificado. Aunque, en verdad, lo que mitifica o sacraliza ni siquiera es la Tierra, como los paganos, sino lo que supone que es el medio ambiente en toda su pureza”.
Y “por su romanticismo, su apariencia inocua y benéfica, y sus argumentos de aparente sentido común, apoyados en ideas cientificistas, es la más persuasiva de las bioideologías. Su capacidad de seducción y su efecto paralizador la hacen terriblemente peligrosa” porque convierten al ser humano en el objetivo a eliminar o a controlar.
3. Sanitarios: Abortismo, eugenesia, eutanasia y transhumanismo.
El paraíso terrenal puede alcanzarse a través de la ciencia y la tecnología, que serán capaces de controlar cuándo, cómo y a quién le llega la muerte o el dolor. Con este postulado, las bioideologías sanitarias convierten la salud física en un tótem al que ofrecer sacrificios, y en aras de un bienestar “justifica el genocidio del aborto o la eutanasia al tiempo que su ideal oculto, raramente explícito, es conseguir la inmortalidad”. Por eso mismo, es la “sustituta de la salvación del alma por la salud corporal”.
Esto hace que, a la vez, se oculte el significado y la trascendencia de la muerte, “como si fuese una vergüenza que el hombre no haya conseguido la inmortalidad”. “Tan potente como difusa, tiene atemorizadas a las gentes y extiende el concepto de enfermedad a todo aquello que impide la satisfacción del deseo”, ya sea eliminando un hijo no deseado, mediante el aborto, o fabricándolo a través de la reproducción artificial, y considerando ambos hechos como un derecho. El miedo natural al dolor es su mayor aliado y, como en el ecologismo, al partir de un fin noble que acaba por pervertirse al absolutizarlo, “está consiguiendo la medicalización de la sociedad, y el progreso de las técnicas médicas se paga con un aumento del control social y una disminución global de la alegría de vivir”.
Como resultado, se estigmatiza a quien está enfermo, que es considerado un lastre social prescindible, por ser contrario al fin utópico de crear “un mundo transhumano o poshumano, poblado por hombres inmortales, física, mental y moralmente superiores” … capaces de pagarse sus propios progresos técnicos.
Y concluía Dalmacio Negro con una advertencia: “La destrucción del sentido común y de las tradiciones de la conducta, la politización totalitaria de la naturaleza humana, la amoralidad nihilista, el predominio de la religiosidad secular que da pábulo a toda clase de utopías y supersticiones –sobre todo las cientificistas–, la alianza demagógica de la política con la ciencia –en especial con la biología utilizando los pretextos que le da el igualitarismo pseudodemocrático– y en suma la pérdida de la realidad, todo ello podría llevar, de la mano del estatismo –el Estado como la iglesia de la democracia totalitaria–, no a un tipo humano nuevo, propio de la era tecnológica, sino a experimentos y desenlaces imprevisibles”.
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