EL Rincón de Yanka: 2023

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domingo, 31 de diciembre de 2023

FANTASÍA ABANDONADA: "MÁS EXTRAÑO QUE LA FICCIÓN (Stranger than Fiction)" 😵


FANTASÍA   ABANDONADA

En 2006 se estrenó "Más extraño que la ficción", un largometraje protagonizado por el cómico estadounidense Will Ferrell. En él, Ferrell interpreta a Harold Crick, un aburrido funcionario de Hacienda que de repente comienza a escuchar una voz que va describiendo en tiempo real todos y cada uno de sus pensamientos, sentimientos y acciones, como si fuera el personaje de un libro. El descubrimiento de esta voz que solo él puede escuchar le lleva al psiquiatra. La terapeuta, tras darse cuenta de que el problema de su paciente no puede atribuirse a la esquizofrenia que se había apresurado en diagnosticar en un acto tan humilde como perspicaz decide derivarlo a un experto en literatura para que le ayude a comprender lo que le ocurre. A partir de allí la película se pone todavía más interesante. Una buena opción de mantita y sofá.

En cierto modo, el argumento de esta película me ahorra mucho trabajo ya que resume estupendamente el propósito de este artículo. La experiencia de este triste funcionario que una mañana cualquiera descubre que se trata del personaje de un libro, simboliza metafóricamente la realidad más importante que una persona puede llegar a descubrir y representa exactamente el quid de la cuestión que pretendo exponer en este número de "La Antorcha".

¿Cual es esta realidad que todos estamos llamados a descubrir? Que no somos los autores de nuestra propia historia. Aceptar esto implica reconocer algo muy difícil: que por mucho que nos empeñemos, tenemos un control limitadísimo sobre las cosas que nos ocurren, sobre nuestro día a día, sobre nuestro futuro, sobre las vidas de nuestros hijos, nuestras carreras, nuestra salud, nuestras relaciones o nuestra suerte. No somos los autores de nuestras vidas. Somos, como Harold Crick, los protagonistas de una historia que Otro está escribiendo.

Una historia sin Autor

Sin embargo, cada vez con más virulencia, esta sociedad nos obliga a creer que no hay autor. Que como no hay Otro, somos nosotros los autores de nuestras vidas. Esto, por lógica, nos conduce al individualismo egoísta más brutal. Si el autor eres tú, entonces no hay nada que te impida autodeterminarte, ser lo que quieras ser, forjar tu propio destino, conseguir todos tus sueños... ¿Le suena esta cantinela?

Quizá usted o su nieta tenga una agenda con algún mensaje de este tipo escrito con purpurina sobre un arcoíris o un unicornio kawaii. Desde aquí el mantra va degenerando. Puede que el unicornio tenga su gracia, pero que las servilletas con mensajes happy del bar de la esquina ("¡Si puedes soñarlo puedes hacerlo!") no te dejen ni tomar el café en paz o que la tía Engracia te machaque diariamente con memes del tipo "El único que te va a salvar del fondo del pozo eres tú mismo" o "Crear una vida extraordinaria depende de ti" porque "si tienes éxito es por ti, si fracasas es por ti, si eres feliz es por ti, si estás triste es por ti, si vives bien es por ti, si vives mal es por ti" la mañana de un lunes de lluvia, ya no tiene gracia ninguna. Al menos, digo yo, que no me exijan ser mi mejor versión porque sí, por lo menos que me lo pidan por favor. Todos estos mensajes, en el fondo, son terribles, porque todos dicen lo mismo: que si no eres feliz es porque no quieres. Y lo dicen, atención, en una sociedad y en una época en la que nadie es feliz.
¿Cuál es esta realidad que todos estamos llamados a descubrir? Que no somos los autores de nuestra propia historia. 
Así que el recrudecimiento de los síntomas de una crisis emocional que ya pululaba en el ambiente mucho antes de la pandemia, el dramático aumento de los trastornos mentales, sobre todo en jóvenes y niños, de depresión, ansiedad e insomnio además de un empeoramiento generalizado de los trastornos mentales graves junto al aumento de autolesiones, disturbios emocionales, de conducta alimentaria e ideación suicida junto al incremento de consumo de drogas y alcohol que está dejando a buena parte de nuestros jóvenes severamente dañados, ¿se debe a que la gente no quiere ser feliz?

¿De verdad nos creemos eso? A ver si el problema no va a ser ese. A ver si el problema va a ser que la sociedad el simple hecho de sufrir es una enfermedad. Miremos si no, la definición de salud que establece la Organización Mundial de la Salud (OMS): "La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades".

Si esto es cierto, como sufrir, sea por lo que sea, es algo que te aleja del completo bienestar físico, mental y social, por consiguiente, es una enfermedad. O sea que para la OMS estar embarazada supone estar enferma, ya que no deja disfrutar del completo bienestar físico y no llegar a fin de mes o estar en desacuerdo con el poder establecido supone también estar enfermo, ya que no permite disfrutar del completo bienestar social. El que no tiene dinero es un enfermo, el critico es un enfermo, el que sufre porque acaba demorir un ser querido o por ver como hacen acoso escolar a su hijo es un enfermo también. Cualquiera que de cualquier modo no experimente un completo bienestar, para la OMS está enfermo.

Así que probablemente usted esté enfermo y yo también junto a toda la sociedad, que está enfermo porque es imposible vivir sin experimentar algún tipo de sufrimiento. Cada vez es más común ver en las noticias a muchos de los que han  intentado vivir sin sufrir vagando como zombis por las calles de Norteamérica, hasta arriba de fentanilo. 

Y es que en la cuestión del sufrimiento se encuentra la raíz de todo el problema. Desde el mayor de los respetos por aquellos que cargan con la cruz de sufrir una enfermedad mental y necesitar por ello de una verdadera ayuda profesional, es necesario preguntarse seriamente si uno está de acuerdo con la definición de salud de la OMS o sí esta puede estar conduciendo, inevitablemente, a una sobrediagnosticación de las enfermedades mentales.

En 1897, un sociólogo (ateo) llamado Durkheim describió en su tratado "El suicidio", el llamado suicidio por anomía. Anomía significa ausencia de normas. El suicida por anomía es aquel que no ha sabido aceptar los límites impuestos; aquel que aspira a más de lo que puede y cae, por lo tanto, en la desesperación. En una sociedad en la que hasta las servilletas te dicen que eres dios parece casi inevitable caer en la anomía porque ¿qué clase de dios es aquel que no es capaz de quitarse el más mínimo sufrimiento? Nos empeñamos en relacionar los suicidios con la incapacidad de soportar sufrimientos tenibles. Pero quizá esa no sea siempre la verdad. Quizá la persona caiga en la desesperación no por causa de un sufrimiento exagerado sino porque no consigue no sufrir.
Los mensajes como "Si puedes soñarlo puedes hacerlo" son terribles, porque todos dicen lo mismo: que no eres feliz es porque no quieres.
¿Cómo no va a estar la sociedad cada vez más triste si le han dicho auno que el sufrimiento es una enfermedad? Curiosamente, "Más extraño que la ficción", nos muestra una vez más el camino que esta cuestión debería tomar. La psiquiatra de la película comprenderá que el problema del protagonista no se resuelve con terapia porque no está originado por ninguna enfermedad mental. Harold Crick tiene un problema de otro tipo. Un verdadero problema narrativo. Por eso será derivado a un experto en literatura, para que pueda comprender el sentido de todo lo que le ocurre. Para que pueda comprender que existe un Autor que no es él. Que existe de verdad.

La necesidad de educar héroes

Esta es la cuestión. El problema fundamental de la mayoría de las personas no es un problema de salud mental sino de sentido. Para encontrar cierto equilibrio, necesitamos descubrir el sentido de las cosas que nos pasan y sentirnos amados por el Autor. Conseguir esto implica educar la imaginación narrativamente. Mi paisano Francisco de Goya definió esta cuestión con acierto al decir que "la fantasía abandonada de la razón produce monstruos". Creer que uno es el autor de su propia vida, y que todo, sea lo que sea, depende de su propio esfuerzo y voluntad es la perfecta expresión de una fantasía abandonada de la razón. Creer que uno es dios y que puede con todo es un síntoma de psicosis. Es una auténtica locura. Y cualquiera puede ver los monstruos que esta locura produce en las estadísticas de salud mental. El que oye la voz de un Autor, como el protagonista de "Mas extraño que la ficción" no es el que está loco, el loco es el que se empeña en considerar esa voz fruto de la locura.

Que el monstruo existe lo sabemos todos. Lo sabemos desde muy pequeños, casi desde que tuvimos la capacidad de razonar. Quizá lo vimos por primera vez deslizándose entre las sombras que dibujó en la pared aquella discusión de nuestros padres, esa que atisbamos desde la habitación de al lado y cuyos ecos no pudimos amortiguar por mucho que hundiésemos la cabeza en la almohada.
Es necesario preguntarse seriamente si uno está de acuerdo con la definición de salud de la OMS o si esta puede estar conduciendo, inevitablemente, a una sobrediagnosticación.
El monstruo existe, sí, no es ningún secreto. Todos lo conocemos íntimamente. Vive en nuestras heridas y desde ellas ruge, se retuerce y vomita a diario su fuego mortal. Casi todos compartimos heridas similares: rechazo, abandono, humillación, traición, injusticia... Cargamos con ellas, configuran nuestra personalidad, en buena medida nos hacen ser como somos y actuar como actuamos. Nos inclinan al mal, nos fastidian, nos hacen desdichados, nos hacen sentir miserables.

Antes, cuando había héroes, las personas normales luchaban contra el monstruo, porque eso es lo que había que hacer, porque su imaginación estaba educada asi Los héroes habitaban en las películas, los libros, las series  y el cómic. Encendían luces en medio de la oscuridad, luces que iban más allá del interés narcisista y angustioso por la propia felicidad. Como dice Mark Manson: "La valentía es algo común. La resiliencia es algo común. Pero la heroicidad posee cierto componente filosófico. Existe un gran '¿por qué?' que los héroes ponen sobre la mesa: una convicción que se ve inalterada pase lo que pase. Y por eso nosotros, como cultura, necesitamos tanto un héroe, porque hemos perdido ese '¿por qué?' tan claro que motivaba a las generaciones anteriores".

Este por qué es lo que hace del héroe una figura lógica, perfectamente razonable. Obedece a la necesidad, como largamente explicará René Girard, del chivo expiatorio, de aquel que está dispuesto a cargar con la responsabilidad de salvar. Nuestra imaginación se educa cuando vemos una película en la que el héroe salva al mundo a costa de su propio sacrificio. Quizá entonces comprendemos, a nuestra pequeña escala, por qué visitar a nuestra madre anciana es mejor que quedamos en casa viendo una maratón de la nueva serie de moda. Aunque llueva, aunque me sienta víctima porque siempre quiso más a mi hermano, aunque no sienta verdadero amor por ella.
Para encontrar cierto equilibrio, necesitamos descubrir el sentido de las cosas que nos pasan y sentirnos amados por el Autor.
Pero ahora nadie educa así nuestra imaginación. Ahora la narrativa ha sido abandonada de la razón, de la posibilidad de un héroe, de la lógica del chivo expiatorio, de un por qué. No interesa hablar de héroes porque estos pequeños chivos expiatorios recuerdan al héroe verdadero, al que ha sobrellevado físicamente nuestras cargas y ha sacrificado su bienestar y hasta su propia vida para otorgamos a nosotros la felicidad que jamás hemos logrado encontrar cuando nos hemos propuesto conseguirla por encima de todo.

Abandonada así de la razón, la fantasía ha abandonado la fe. Ahora los héroes han muerto, han sido deconstruidos. Ahora los sentimientos son la nueva conciencia. Ahora nada me sacará de casa para ir a ver a mi madre porque no siento que deba hacerlo. Ahora nadie acepta sufrir. Necesitamos educar la imaginación para comprender el sentido del sufrimiento. Más aún, con palabras de C.S. Lewis, necesitamos bautizarla.

Preocupados por lo académico y lo moral, quizá no nos hemos dado cuenta de lo importante que es la imaginación. Es por medio de ella con la que revisitamos aquellos momentos que nos hacen permanecer en el rencor porque tiene la capacidad de hacemos re-senti tan vívidamente como la primera vez, aquello que nos hizo daño, agrandando así los traumas. La imaginación es la vía de la rumiación mental y esta, el castigo del que sufre depresión. Nos hace vencer discusiones que perdimos hace tiempo dejándonos más tristes con cada supuesta victoria. Nos despierta a medianoche y nos encierra en círculos viciosos que pueden volvemos paranoicos altransformar en certezas cosas más que dudosas.

Y su mayor impostura consiste en hacemos creer, contra toda lógica, que somos los autores de nuestras propias historias. Por eso, si no la educamos, si no la equipamos con un por qué, razonable como un héroe, si no la bautizamos llevándola a creer en el verdadero Autor, quedará irremediablemente abandonada de la razón y producirá monstruos.
Joseph Pearce suele citar una frase de Maurice Baring que resume todo el problema y que acierta con la solución: "el sentido de la vida está en aceptar la posibilidad de sufrir". Léala dos o tres veces y pregúntese: ¿por qué? Seguro que se da cuenta de todo lo que está fallando hoy día. De todo lo que implica.

De la imperiosa necesidad de educar héroes. ■

Despierta y vive

¿No os habéis sentido alguna vez como si fueseis personajes de un libro que alguna especie de fuerza superior estuviese escribiendo sobre vosotros? ¿No habéis sentido alguna vez que podríais pertenecer a una especie de mundo de ficción, en el que todos vuestros pensamientos, sentimientos y acciones estuviesen expuestos ante un ser omnisciente que los registra y que de algún modo los controla?
¿Y si lo que creemos libre albedrío, no lo es, o al menos no en toda su acepción? ¿Y si formamos parte de una novela?
¿Os habéis preguntado cómo se sentirían los personajes de una novela, si fuesen reales y descubrieran que están ligados a ella?
¿Hasta qué punto la realidad es tal, y hasta qué punto lo es la ficción?

Todos los que leemos novelas, y quienes nos hemos metido en la difícil tarea de escribir alguna, llegamos a un punto en que los personajes nos absorben de tal forma, parecen tan vivos, que si en ese momento se plantaran ante nosotros en carne y hueso, no nos sorprenderíamos demasiado. Esos seres podrían existir. ¿Por qué no?
Esta simpática, excéntrica y curiosa comedia plantea esa alternativa. Una autora de reconocido talento se embarca en la redacción de un libro cuyo protagonista existe fuera de las páginas del borrador. Pero con la salvedad de que ella no lo sabe.

Ella conoce exactamente todos los hábitos de Harold Creek. Describe sus meticulosas, maniáticas y milimetradas costumbres diarias. Como inspector de Hacienda y experto en números, todos sus días están perfectamente cronometrados. Siempre las mismas cosas, en los mismos momentos, todo calculado. Y su soledad. Porque Harold vive anestesiado tras el muro de protección de sus números y de sus acciones reiteradas. No se aventura más allá de ese muro, porque se ha acomodado en una rutina en la que cree que puede controlar las variables.

Y empieza a oír en su mente la voz de la autora, narrando todo lo que él hace. Y se asusta.
Su voz relatando sus hechos y pensamientos le está avisando, al igual que su reloj de pulsera, ese reloj que la escritora conoce mejor que su propio dueño.
Oyéndola hablar en su mente, Harold descubre que su muerte se aproxima.
Y reacciona.
Consultando a profesionales sobre su problema y haciéndose a la idea de que es un personaje tanto real como de ficción cuyo destino está sentenciado a menos que encuentre a la novelista y la convenza de que cambie el final, Harold empieza realmente a vivir.

A hacer lo que siempre quiso hacer y nunca se atrevió. A dejar de contar las veces que se cepilla los dientes o los escalones de los edificios. A buscar el amor. A tratar de hacer algo para mejorar el mundo.
Ninguno de nosotros sabe si le va a llegar pronto la hora, o no (afortunadamente). Pero si lo supiéramos, ¿qué haríamos?
¿Es necesario ser consciente de la propia muerte para empezar a vivir de verdad? ¿Por qué necesitamos ese aviso? ¿Por qué no vivir cada día como si supiéramos que todo se iba a acabar al día siguiente, o al otro?

Preciosa historia sobre el valor de cada momento, de cada pequeño detalle, de cada gesto. Preciosa historia que nos habla de que el destino nunca se escribe de antemano, se va redactando sobre la marcha.
A lo mejor necesitamos oír de vez en cuando esa voz dándonos la alarma, adivirtiéndonos de que estamos desperdiciando nuestras vidas.
Podemos elegir.
Todo puede cambiar si realmente lo deseamos.

sábado, 30 de diciembre de 2023

LOS MEDIOS ESTÁN CREANDO UNA SOCIEDAD DE TONTOS POLARIZADOS por ADELA CORTINA 😵


Adela Cortina: 
“Los medios están creando una sociedad 
de tontos polarizados”
La autora de ‘Aporofobia, el rechazo al pobre’ y ‘Ética mínima’, entre otros indispensables tratados morales, habla de educación, política, periodismo, filosofía y felicidad
Perenne dedo sabiamente metido en la llaga de preguntas que importan y molestan, Adela Cortina (Valencia, 76 años) sigue adelante en su misión de radiografiar los comportamientos y fallas de nuestras sociedades modernas. Su territorio no es otro que el saber que se ocupa de los fines: la ética, diseccionada en libros esclarecedores como Ética mínima, Ética aplicada y democracia radical, ¿Para qué sirve realmente la ética? (Premio Nacional de Ensayo 2014), Aporofobia: el rechazo al pobre o Ética cosmopolita. Su diagnóstico como la profesora que es no alberga duda: en cuestiones morales, y desde un punto de vista histórico, progresamos adecuadamente. Frente a la tentación del “estamos peor que nunca”, ella opone un “estamos mejor que nunca” basado en los evidentes avances de la sociedad contractual, los derechos humanos y el Estado de bienestar. Y, al mismo tiempo, constata lo evidente: queda un universo por hacer y el margen de corrección en cuestiones como las desigualdades sociales, el desastre medioambiental o la polarización política es inmenso.

La conversación con la catedrática emérita de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia sobre temas profundos y delicados fluye como si del estreno de la última serie de televisión o de la próxima jornada de Liga estuviéramos hablando. Es la virtud del que sabe de verdad: descender al territorio de su interlocutor, por repleto de lagunas que este se encuentre, con tal de transmitir verdades como puños que sean comprensibles y no ampulosas tabarras llenas de prestigiosas referencias y notas a pie de página. El encuentro, sin orden del día preestablecido ni percha de actualidad más allá de la permanente vigencia de sus pensamientos y postulados, y la innegable conveniencia de recordarlos y reivindicarlos una y otra vez, transcurre en la sede valenciana de la Fundación Étnor (Ética de los Negocios y las Organizaciones), que dirige. Eso sí: para las fotos se impuso la opción —más seductora, sin duda, que el aséptico decorado de oficina— del paraninfo y la biblioteca de la Universidad La Nau de Valencia.

¿La ética está relacionada con la felicidad?

La ética tiene dos referentes, la felicidad y la justicia, que son los dos puntos fundamentales de los que se pueden extraer todos los valores y todas las aspiraciones de la humanidad. Pero, así como la justicia puede hacerse, es alcanzable…, la felicidad no. A lo largo de la historia hemos ido creando con mayor o menor éxito y mayor o menor suerte sociedades cada vez más justas, hasta llegar al Estado social y democrático de derecho que tenemos hoy. Y es la base de las comunidades políticas: si una estructura no es justa, hay que cambiarla. De hecho, pienso que la historia de la humanidad se podría contar como la historia del progreso en la justicia. Igual estoy siendo muy optimista…

Eso que dice desmiente en gran medida la tentación recurrente del “estamos peor que nunca”.

Estamos mejor que nunca. Yo, a mis alumnos, cuando empezaban con aquello de “estamos igual que siempre” o “estamos peor que nunca”, les pedía que no dijeran tonterías. Que miraran unos años atrás y vieran cómo la esclavitud era legal. Cómo las mujeres no votaban. Ha habido enormes progresos. Así que la justicia está, en cierta medida, en nuestras manos, aun con avances y retrocesos.

No así la felicidad, ¿no?

La felicidad, como decía Aristóteles con toda la razón del mundo, depende en muy buena medida de la suerte. Tú puedes decirle a alguien: “¡Vamos, tú puedes ser feliz!”, pero, si le han diagnosticado un cáncer y le están dando un tratamiento de quimio y radio que lo deja desmontado varios días, hablarle de eso es un sarcasmo sin gracia. Hay que trabajar en ser felices, claro, y la mayoría lo hacemos, pero hay que saber que la suerte cuenta. Y luego hay gente que no va a ser feliz en su vida porque protesta por todo, porque es incapaz de cuidar a un amigo excepcional, de cuidar una buena relación de pareja, de valorar que ha tenido una educación maravillosa, de apreciar una puesta de sol…, incapaz.

Incapaz de cuidarse, incluso.

Por supuesto. Así que lo que sí se puede trabajar con relación a la felicidad es esa receptividad para apreciar lo valioso. Quienes son más capaces de apreciar tienen más posibilidades de ser felices.

¿Es una predisposición, un “tender a…”?

Cuando ya los griegos hablaban del ethos, que quiere decir “carácter”, y de ahí viene la ética, ya estaban hablando de las predisposiciones que vamos generando a lo largo de la vida. Y trabajar las predisposiciones era lo que ellos entendían como el camino hacia la felicidad. Nadie te garantiza que vas a ser feliz, pero puedes trabajar para intentarlo. Otra cosa distinta son las promesas de felicidad de algunos psicólogos, etcétera; cuidado con prometer nada.

¿Hasta qué punto estamos preparados para asumir esa ética mínima de su célebre libro de 1986, esas leyes de mínimos para saber estar en la vida? ¿Cómo lo estamos haciendo?

Pues yo estoy un poco desanimada. Desanimada con el ambiente que se ha ido generando y en el que tienen muchísima responsabilidad las redes sociales, las pantallas, internet… Igual es una vulgaridad esto que digo, pero me sorprende enormemente ver a la gente siempre pendiente del móvil hasta el punto de que, si no vas con cuidado, te atropellan. Decía un artículo de la revista The Atlantic que en esta era de internet ya es muy difícil que podamos progresar porque somos incapaces de leer un libro entero. Esto me aterra. Yo no tengo hijos, pero amigos que sí tienen me dicen que sus hijos son incapaces de leer un libro entero. Yo los devoraba desde pequeñita. Hoy estamos todo el rato mariposeando, leyendo solo trocitos, de forma que nos hacemos un pensamiento fragmentario, y eso me parece peligroso. Y como pensamos igual que leemos, según está comprobado psicológicamente, cada vez pensamos menos.
El déficit de atención ya no es una enfermedad, es un modo de vida
Lo que antes era una dolencia diagnosticada de manera individual —el déficit de atención—, hoy es una dolencia social, ¿no?

Es que el déficit de atención ya no es una enfermedad, es un modo de vida.

¿Y esa ética cosmopolita de raíz kantiana de la que trata su último libro… ¿Estamos preparados para ella? ¿No apelamos más bien a lo que podríamos denominar nuestra propia “ética local”?

Pues mira, la gente, cuando no consigue el tipo de ventajas que proporciona una sociedad cosmopolita que respeta el camino hacia la dignidad, etcétera, se queja. Cuando no se respetan su dignidad y sus derechos, se queja.

Usted ha escrito mucho sobre lo subjetivo y lo intersubjetivo. ¿No estará la raíz del problema en la defensa a ultranza de MI subjetividad frente a la intersubjetividad, a mi relación con los demás?

Justo, ahí está la raíz del problema.

A mí que no me toquen mi subjetividad.

Efectivamente, a mí que no me toquen mis derechos, yo tengo derecho a prácticamente todo. Pues no. En nuestra tradición yo no puedo reclamar un derecho que no reclame para todos los demás. Eso es la clave para conseguir una sociedad cosmopolita en el sentido kantiano de la Ilustración.

También ha escrito sobre dos rasgos que definen hoy lo que es la clase política y su discurso: lo emotivo y lo disyuntivo. Por un lado, emotividad frente a argumentación. Por otro, el reino del “o estás conmigo o contra mí”…

Así es, y está complicado corregirlo. Y aquí llegamos al que por desgracia es uno de los grandes temas de nuestros días, que es el de la polarización. Tema, por cierto, relativamente reciente, porque polarización siempre ha habido, pero su exacerbación tiene que ver con las redes y con los medios de comunicación. A mí me interesan mucho las cuestiones relacionadas con la neurociencia, y quienes hemos estudiado estos temas sabemos que existe una predisposición biológica al tribalismo, a la defensa de lo mío frente a lo de fuera; nuestro cerebro es xenófobo, lo mismo que existe en todos nosotros, como expliqué en mi libro Aporofobia, una predisposición a relegar al pobre. Pero una predisposición no es un destino, se puede cambiar, es adaptativa.

¿Y cómo cambiarla?

Es complicado. Me enteré —y me quedé sorprendidísima— de que hay polarizadores profesionales que van incitando a la gente a esa predisposición, auténticos especialistas en el esquema amigo / enemigo. Les sale muy bien, y están siendo contratados para que polaricen. Y ahí llegamos a la emotividad. ¿Por qué estamos en una época emotivista? Porque es mucho más fácil manejar la emoción que la razón. Para manejar la razón hacen falta argumentos.

Más fácil y quizá más confortable, ¿no? Las dictaduras y los populismos son confortables. Ahí no se argumenta, ahí se emociona.

Claro, trabajan las emociones y tienen a la gente a gusto. Me quedé pasmada viendo esa asignatura que se le ha ocurrido a Putin para sus escolares, a los que se les dice que hay que morir por la patria. Está volviendo el tribalismo, están volviendo los nacionalismos cerrados, el repliegue. Pero, como bien dijo Ulrich Beck, debemos tener una mirada cosmopolita ¡porque si no, no entenderemos nada de lo que ocurre! Es una cuestión epistemológica, ya no es solo una cuestión ética. Somos interdependientes, Dios mío.

Sin embargo, pensar la vida exclusivamente a partir de la razón no es viable, siempre nos hará falta un factor emocional…

A ver, a quienes formamos parte de la tradición occidental se nos ha acusado de fijarnos más en la razón que en las emociones, y se ha dicho que la filosofía occidental es el trabajo de la razón. Y es verdad. Por eso yo propuse hace tiempo —y sigo trabajando en ello— una razón cordial, una unión de razón y emoción. Porque claro que las emociones son nuestro impulso, el motor del ser humano, pero cuidado con quedarnos solo con ellas, porque se desbocan; hace falta también la razón. Y esa fórmula es la que tiene que resolver el problema de la polarización: una conversación emoción-razón.La autora de 'Aporofobia' se muestra pesimista con respecto al actual papel de los medios de comunicación.
La autora de 'Aporofobia' se muestra pesimista con respecto al actual papel de los medios de comunicación.
¿Considera que, en general, la gente hoy está polarizada o que se deja manipular por esos polarizadores profesionales de los que habla?

Creo que, en general, la sociedad no está polarizada, no lo está. Y no puede ser que las redes y los medios lo hagan. Yo creo que en España la sociedad es fundamentalmente de centroderecha / centroizquierda, si es que se puede seguir hablando de izquierda y derecha, que, la verdad, no me gusta para nada esa denominación. Pero hay polarizadores. Y muchos lo hacen por ganarse una reputación. Lo que dicen se viraliza, y entonces entramos en una deriva psicológica tremenda.

O sea, que McLuhan tenía razón: el medio es mensaje.

El medio es el mensaje. Así que, por favor, yo os pediría a los medios de comunicación que no alimentéis ese tribalismo emotivista.

Acusamos a esos polarizadores profesionales de fabricar fake news sin parar. Pero los medios tradicionales —también llamados respetables—, ¿no hacemos fakes? ¿Un fake no puede fabricarse por omisión, por no hablar de tal tema, o por esconderlo, o por hablar de él por tal o cual interés político o económico?

¡Absolutamente! Ese tema me preocupa y me crispa muchísimo porque, a pesar de las redes y de todo eso, los medios tradicionales tenéis aún muchísimo poder aunque a veces no os deis cuenta. Y yo os pediría encarecidamente que intentarais limar la polarización. Que digáis: “Mire usted, las dos posiciones son igual de legítimas, pero esta es más razonable por esto, esto y esto”. Que argumentéis. Y otra cosa: ¿es posible que se den las noticias sin calificar desde el principio a la gente, sin decir de entrada “este es de extrema derecha o este es de extrema izquierda, este es conservador y este es progresista”? ¿Pueden los medios no calificar a la gente de entrada, sino esperar a ver lo que dice, para que la audiencia valore lo que se dice y no el calificativo que se pone a quien lo dice? Porque yo comprendo que al cerebro del lector corriente y moliente le es muy cómodo pensar en pares, bueno / malo, amigo / enemigo, extrema derecha / extrema izquierda, o sea, que se lo den todo servido, pero es que no puede ser.

¿Cree que los medios en España están cumpliendo con su deber ofreciendo no solo qués, sino cómos y porqués? ¿Están abordando de verdad el contexto? ¿Se están dirigiendo de verdad a “la gente” o solo a los mundillos político, económico y cultural?

Esto es un verdadero problema. No estamos haciendo caso a Aristóteles, que en su tratado Metafísica decía que importa el qué, pero sobre todo el porqué. Que es, por cierto, la tarea de la filosofía. Al lector le tienes que situar y le tienes que dar las pistas para que él se forme la opinión acerca de qué es lo bueno, lo malo y lo regular. Si a la gente le das solo información y no le das contexto, no hay nada que hacer. Los medios están creando una sociedad de tontos polarizados, de forma que no vivimos en una sociedad del conocimiento, sino en una economía de la atención. ¿Y cómo se capta la atención? Pues con lo extravagante y lo muy llamativo. Pero los medios no tienen que tratar a la gente como si fuera tonta.

Un estudio de la Universidad de Cambridge reveló que la mayoría de los lectores no quieren noticias duras. ¿Eso tiene que ver con la aporofobia?

Tiene que ver, tiene que ver. Tenemos un mecanismo mental por el que apartamos todo aquello que nos incomoda. Y cuando no somos capaces de valorar a muchos seres humanos que, como dijo Kant, son valiosos por sí mismos, entonces rechazamos a aquellos que no pueden devolvernos nada a cambio. En general, nuestro cerebro es xenófobo. Pero además es reciprocador: yo te doy y tú me das. Y, desde luego, es mucho más inteligente reciprocar que excluir, a mí me parece un paso adelante en la civilización. Eso es el Estado de derecho, eso es la sociedad contractual. Pero, claro, todo esto tiene un inconveniente claro, y es que cuando nos parece que alguien no es capaz de devolvernos nada interesante a cambio, entonces lo excluimos.

Sus observaciones morales podrían conformar un buen programa de educación ética y filosófica para los colegios. En el caso, claro, de que ese tipo de educación un día interese a nuestros gobernantes como prioridad y no como concesión…

Hay que educar filosóficamente. Como decía Kant muy acertadamente, la educación es junto con el gobierno la tarea más difícil de un país. Y hay que decidir si educamos para el presente o para un futuro mejor. Kant opina que para un futuro mejor, y que los mejores gérmenes para eso son los gérmenes cosmopolitas, que tienen que ver básicamente con que todo el mundo sea respetado, que todo ser humano tenga su dignidad, etcétera. El futuro mejor siempre es incierto. Educamos, pues, en la incertidumbre de cómo preparar a los jóvenes para que un día puedan dar respuesta a la vida. Pero, ahora bien, una cosa está clara: si a los chicos les ponemos al mismo nivel la nueva campaña de la Liga de fútbol con el hecho de que hay gente que se muere de hambre, pues no hay nada que hacer.

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viernes, 29 de diciembre de 2023

LA LECCIÓN ESPIRITUAL DEL 'KINTSUGI': RÍOS DE ORO PARA ALMAS ROTAS por WILHELM 🙌 y DESMONTANDO EL PSICOANÁLISIS: "PARA FREUD, EL SANTO ES EL MAYOR NEURÓTICO"

La lección espiritual del 'Kintsugi': 
ríos de oro para almas rotas
"Thereis a crack, a crack in everything /
That's how the light gets in"
Leonard Cohen, 'Anthem'
"Hay una grieta, una grieta en todo (en cada cosa) / 
Así entra la luz" 
Leonard Cohen, 'Himno'

Cuentan que un día, durante la ceremonia del té, al sirviente del gran señor feudal Hideyoshi se le cayó al suelo un valiosísimo bol de cerámica. Los trozos saltaron por los aires en todas direcciones. No era una pieza cualquiera, sino una de las favoritas del daimyō, que alzó con furia la mano para castigar al criado. Uno de sus invitados, el samurái poeta Yusai Hosokawa decidió intervenir. Con una canción improvisada calmó los ánimos de su señor, asumiendo la responsabilidad por la falta del mayordomo.

Hosokawa recogió los pedazos de cerámica y los unió de nuevo, aplicando laca en las fisuras y cubriendo las "heridas" con oro. La belleza del resultado conmovió a Hideyoshi, que perdonó a su sirviente, y la historia -convertida en fábula- se extendió por todo Japón. Con el tiempo, esta técnica se popularizó entre los artesanos nipones, recibiendo el nombre de Kintsugi, unión de las palabras japonesas "oro" y "reconectar''.

"El Kintsugi no solo repara un recipiente roto, sino que transforma la cerámica rota en algo más hermoso aún que la pieza original'; reflexiona el pintor Makoto Fujimura en su libro Art + Faith. A Theology of Making. Para él, esta técnica tradicional no se limita a las tazas o los cuencos, sino que emerge como una metáfora perfecta para comprender la acción de Dios en nuestras vidas: 
"El ejemplo del Kintsugi captura y amplifica esta promesa [del Evangelio]. (...) Cristo no vino a repararnos, no vino solamente a restaurarnos, sino a convertirnos en una nueva creación"; escribe.

A Cristo por la belleza y el martirio

Fujimura se encontró con Cristo cuando tenía 27 aüos, en Tokio. El joven artista había viajado a Japón tras graduarse en la universidad en EE.UU. y estaba aprendiendo el arte del Nihonga, una antigua técnica de pintura japonesa que emplea materiales preciosos como la malaquita o la azurita como base para los pigmentos. En esta búsqueda artística, Fujimura se topó con su propio límite. 
"Me di cuenta de que no había un lugar en mi corazón -un estante- para sostener aquella belleza, aquella misma belleza que estaba creando"; recuerda en un testimonio filmado por el canal Explore God.

El pintor identifica varios momentos cruciales en su camino espiritual, como la lectura del poema épico Jerusalem, de William Blake, (compuesto en himno) el que hay un diálogo entre el personaje simbólico Albión y Jesús en la cruz: 
"En aquel momento Jesús ya no era una figura histórica, sino quien me había estado llamando desde siempre a través de mi creatividad": 
El Kintugi no solo repara un recipiente roto, sino que lo transforma en lago más hermoso aún que la pieza original".
Otros hitos en su proceso de conversión -según relata en una entrevista para Religion News Service- fueron la relación con un grupo de misioneros protestantes o una visita a un museo en Tokio donde se topó con algo inesperado. Frente a él se alineaban docenas de losetas con la imagen de Jesús o de la Virgen, pero no se trataba de una simple colección de arte sacro, sino que eran testimonios de algo mucho más doloroso. Durante doscientos cincuenta años, los cristianos fueron perseguidos en Japón: los magistrados forzaban a los creyentes a pisotear aquellos iconos bajo la amenaza de la tortura y la muerte, llevando a muchos al martirio por mantenerse fieles.

Fujimura vio en aquellas imágenes un "misterio profundamente marcado por las cicatrices'; que le tocó en lo más hondo de su ser: 
"Todo lo que he hecho deriva de aquello"; confiesa. Hoy, Fujimura tiene 63 años, y se ha convertido en uno de los pintores contemporáneos de arte sacro más reconocidos en todo el mundo. Su obra, que aúna la tradición japon esa, el expresionismo abstracto y una fe profunda y meditada, cuelga en las paredes de iglesias y museos de todo el mundo. Y en todo ello -vida, obra, fe­ late como un hilo dorado una intuición: 
"El Dios artista se comunica con nosotros antes que el Dios profesor".
La teología del hacer

En el citado Art + Faith, Fujimura plantea las bases de lo que él llama "teología del hacer"; un modo de comprender la relación con Dios y con el mundo basado en la misericordia y la belleza. Para el pintor, vivimos en un mundo caído, pero "cuando creamos, invitamos a la abundancia del mundo de Dios a entrar en la realidad de la escasez que nos rodea". Leyendo el Antiguo Testamento, Fujimura identifica guiños en la importancia de esta actitud: constata por ejemplo que Adán, poniendo nombre a los animales en el Jardín del Edén, realiza un acto de creatividad, o que las primeras personas en ser citadas como "llenados" por el Espíritu Santo son dos artesanos, Bezalel y Oholiab, los autores materiales del Arca de la Alianza.

Frente a una concepción utilitarista o mecanicista de la relación con Dios, Fujimura escribe que "Dios no necesita ninguna de nuestras instituciones para existir, punto; pero su amor exuberante nos invita a nosotros, vasijas rotas elegidas por Dios, a cocrear en la nueva creación a través de Jesús". La imagen de las vasijas rotas nos devuelve a la metáfora del Kintsugi, una concepción que parte de reconocer u na verdad: no somos perfectos.
"Cuando creamos, invitamos a la abundancia del mundo de Dios a entrar en la realidad de la escasez que nos rodea".
"No podemos mantener las promesas que hacemos, y mucho menos las promesas que Dios nos mandó mantener. (...) Somos fragmentos rotos de algo que una vez fue hermoso": comenta Fujimura, apuntando al pecado original y destacando que a los apóstoles les ocurría lo mismo. Pero también que este no es el final: 
"A aquellos que traicionaron, que huyeron, que no pudieron ser valientes cuando era necesario serlo... A aquellos corazones miserables les pasó algo después de la resmrección".

La resurrección de Cristo -elemento nuclear de la fe cristiana y también de esta "teología del hacer"- no es, para Fujimura, una mera restauración. No es un viaje atrás en el tiempo a un estado sin pecado ni maldad, sino una transfiguración del mundo y de cada uno, una nueva creación. El ejemplo más claro de ello -escribe- es el propio Cristo: su cuerpo resucitado no está impoluto, sino que -como descubrieron santo Tomás y los otros­ conserva las llagas y las heridas de la pasión.

"Cuando el hacer honra la ruptura -continúa el artista-, las formas quebradas pueden revelarse como componentes necesarios del nuevo mundo por venir"; y sigue: 

"Esta es la promesa más escandalosa de la Biblia, y está en el corazón de nuestro camino hacia lo nuevo: no solo somos restaurados, sino que estamos llamados a participar en la cocreación de lo nuevo a través de nuestras heridas y dolor". La sangre de Cristo, como el oro que fluye por las grietas en el Kintsugi, no tapa ni borra el pasado, sino que -concluye Fujimura- "es precisamente a través de nuestras fisuras donde puede brillar la gracia de Dios".

"El hombre no está hecho para la derrota 
-se dijo el viejo pescador 
en medio de la lucha-. El hombre puede ser destruido, 
pero no derrotado (gracias a Jesucristo)".
(El viejo y el mar, E. Hemingway)

Desmontando el psicoanálisis: 
«Para Freud, 
el santo es el mayor neurótico»


Analiza la figura del «padre del psicoanálisis», una doctrina anclada en el pesimismo antropológico

Pocos autores han tenido tanta influencia en las ciencias de la salud mental contemporáneas como Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. Sobre su figura han escrito muchos; entre ellos el psicólogo y doctor en Filosofía Joan d’Àvila Juanola, profesor de la Universidad Abat Oliba CEU, que entiende el psicoanálisis freudiano «más como doctrina y no tanto como hipótesis científica», como apunta en Antropología cristiana y ciencias de la salud mental. En esta entrevista, aborda a fondo la cuestión del psicoanálisis: sus postulados, su validez y –también– su relación con la tradición cristiana.

–Empecemos definiendo el objeto de estudio: ¿en qué consiste el psicoanálisis y cuáles son sus postulados principales?
–Es una explicación acerca del funcionamiento psíquico humano que elaboró Sigmund Freud, basándose en las investigaciones acerca del origen y tratamiento de la histeria que se estaban llevando a cabo en el Hospital de la Pitié-Salpêtrière bajo la dirección de Jean-Martin Charcot. Su postulado principal es que la vida psíquica está dirigida desde pulsiones psíquicas inconscientes e irracionales.

–¿Cuál es el papel de la sexualidad en la teoría freudiana?
–Para Sigmund Freud, la vida humana se interpreta desde la pulsión de vida (eros), cuya energía es la libido. La descarga energética es necesaria para evitar la tensión psíquica y esta es objetual, empezando por el pecho materno y terminando con el coito. La transicionalidad de los objetos de descarga erótica marca las conocidas distintas fases del desarrollo psico-sexual: oral, anal, fálica y sexual. En las neurosis podrían identificarse comportamientos interpretables como fijación en etapas previas del desarrollo psico-sexual o regresiones. Una anamnesis completa de la historia del paciente permite establecer conexiones entre eventos del pasado y conflictos presentes. Sin embargo, yo nunca he trabajado desde estas interpretaciones freudianas, sino que he preferido dialogar con los pacientes sobre sus consideraciones respecto de estas conexiones. Prefiero trabajar desde la introspección consciente del paciente y su juicio al respecto.
Freud quiere evitar cualquier intervencionismo sobre este proceso del paciente, para evitar la transferencia
–La imagen típica es la del diván, donde el paciente habla y habla mientras el psicoanalista le escucha.
–La escucha activa, al generar la convicción en el paciente de que se le está escuchando y de que se está empatizando con su situación, es una herramienta terapéutica muy eficaz. En el psicoanálisis que plantea Freud no se trata tanto de tener una escucha activa del paciente como de darle un espacio para que pueda asociar libremente las ideas que le vengan a la mente y, de esta forma, expresar cosas reprimidas al inconsciente. A través de este soliloquio asociativo, se irían haciendo conscientes los complejos reprimidos que son causa del malestar psíquico del paciente y, consecuentemente, se rebajaría su tensión psíquica, su neurosis. Freud quiere evitar cualquier intervencionismo sobre este proceso del paciente, para evitar la transferencia: es decir, que el paciente empiece a establecer vínculos afectivos con el terapeuta y estos complejicen más la situación terapéutica.

–Freud aseguraba que este método daba buenos resultados, pero en el libro Antropología cristiana y ciencias de la salud mental, usted advierte que este éxito «no es necesariamente atribuible a esta forma de terapia».
–En esta concepción hay una serie de presupuestos que deben tenerse en cuenta, como que el origen del malestar psíquico es resultante de un complejo reprimido y que se alivia al hacerse consciente. Es probable que el espacio de libertad que brinda la asociación libre redunde en cierto desahogo, pero no necesariamente mejorará su salud psíquica si no se discuten sus interpretaciones sesgadas de la realidad. Se deja al paciente tranquilo con su versión, consciente y sin censura, de la historia. Sin embargo, cabe considerar que las interpretaciones de un paciente neurótico sean discutibles y que sea precisamente esta discusión lo que permita al paciente ver la situación más objetivamente. No se puede disociar la salud psíquica de la realidad de las cosas y hacerla depender de representaciones reprimidas. Los autores neopsicoanalistas se han ido alejando del énfasis en lo irracional para centrarse más en el «Yo», aunque esto ha sido tachado de heterodoxo por los autores fieles a Freud.

–En este mismo capítulo usted señala que «el quid de la cuestión es antropológico». ¿El psicoanálisis trae consigo una visión propia del hombre?
–Freud escribe que para el psicoanalista no hay ningún aspecto del psiquismo que sea azaroso, y que la labor psicoterapéutica pretende encontrar sus causas. Los fenómenos más banales deben interpretarse como signos, o síntomas. Sueños, olvidos o tartamudeos son tomados como indicios de represión psíquica; son síntomas neuróticos. Este determinismo psíquico puede dar cierta seguridad, pero esta premisa es incompatible con la libertad humana; de ahí la necesidad de psicoanalizarse para descubrir las causas reprimidas del malestar. Las relaciones pretendidamente altruistas, desinteresadas, amorosas también son relaciones objetales; es decir, relaciones con objetos que permiten la descarga libidinal de la pulsión erótica del sujeto. Por eso, coloquialmente, se dice que para Freud todo es sexual. La práctica del psicoanálisis lleva a que el paciente tome conciencia de la naturaleza pulsional de su vida psíquica, y negarlo es interpretado como un síntoma neurótico, represión que ejercen los principios morales introyectados en el «superyó” (o «superego») del paciente.
Existe una conexión entre la teología de Martín Lutero y el psicoanálisis de Freud
–El poeta Tomás Segovia veía el psicoanálisis «más una religión que una tendencia en psicología». Freud se consideraba un ateo acérrimo, pero ¿tiene el psicoanálisis algo de sustitutivo de la fe?
–Existe una conexión entre la teología de Martín Lutero y el psicoanálisis de Freud: su pesimismo antropológico. Lutero entiende que el ser humano no juega ningún papel en su propia salvación, sino que es por pura voluntad divina, pues su naturaleza humana está completamente corrompida y cualquier pensamiento sobre el mérito es sospechoso de pecaminoso, por soberbio. Análogamente, Freud defiende que negar la naturaleza pulsional, irracional, de la vida psíquica es de hipócritas pretenciosos. En ambos casos, la salud-salvación humana proviene de una toma de conciencia. El psicoanálisis, por otra parte, se ha considerado religioso porque afirma dogmáticamente el Complejo de Edipo como primer complejo reprimido y, por lo tanto, la interpretación psicoanalítica de la primera causa de la neurosis está determinada a priori.

–En esta línea, Freud considera que la ascesis cristiana es un proceso neurótico.
–Sí, para Freud el santo es el mayor neurótico porque se niega a aceptar la naturaleza pulsional del sujeto. El santo pretendería superar su naturaleza pulsional a través de la adquisición de la virtud y la unión con Dios, pero, en realidad lo que estaría haciendo es sublimar energía pulsional (libido) mediante la ascética. En todo caso, tampoco la sublimación resolvería del todo la tensión neurótica puesto que solo permitiría una descarga parcial de la libido. Desde el planteamiento cristiano se entiende que la ascética es necesaria para vencer la concupiscencia resultante del pecado original, y que la tensión psíquica por el conflicto entre la razón y las pasiones es una condición que se tiene que asumir desde la humildad y la confianza en Dios. Hay una diferencia sustancial entre ambos planteamientos porque, según el psicoanalítico, el santo actúa contra natura y, según el cristiano, el santo logra restaurar la naturaleza humana a la que remite Jesús cuando dijo: «Al principio no era así».
Bien se dice que quien no vive como piensa, acaba pensando como vive
–¿Es compatible el psicoanálisis con la fe católica? Es decir, ¿cabe plantear un «psicoanálisis católico», una conciliación -como tratan de defender algunos-, o la ruptura se plantea en la raíz?
–Ha habido autores que han intentado separar el método psicoanalítico del trasfondo psicoanalítico. Sin embargo, no se pueden separar porque el método aplicado es consecuente con el trasfondo antropológico. El método psicoanalítico por excelencia es la asociación libre de ideas, como decía antes. Hasta cierto punto, tener un momento para pensar y decir libremente las cosas que vienen a la mente puede permitir que la persona se aclare, pero cabe considerar que las personas trastornadas caigan en sus propias trampas mentales y no logren una conclusión saludable en sus monólogos. Bien se dice que quien no vive como piensa, acaba pensando como vive.

–Le cito una última vez: «[La salud mental] no debería considerarse desvinculada de la madurez humana, de la felicidad ni tampoco de la santidad». En un sentido más general, ¿la psicología contemporánea ha reducido su campo de visión a lo biológico, excluyendo la relación con lo trascendente?
–La psicología contemporánea considera que la salud es el bienestar emocional, por herencia del planteamiento homeostático de la salud mental que propone Freud —es decir, la necesaria descarga de la energía pulsional para volver a un punto de equilibrio—. Pero cabría puntualizar que el bienestar emocional debe provenir de la salud y no al revés. La salud está en el orden de los procesos que constituyen la vida humana. Los avances en el campo de la neurobiología han permitido conocer mejor la materialidad de la actividad psíquica, pero no pueden dar una respuesta suficiente a la pregunta por la felicidad humana. Biológicamente, tengo salud cuando no estoy enfermo ni tengo hambre. Humanamente considerada, la felicidad no puede solo tener en cuenta la salud neurobiológica sino el cumplimiento de mi naturaleza humana, que implica vivir racionalmente, en sociedad y con un sentido de la propia existencia.


Venid a mí los que estáis cansados por el hermano Carlos María

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