La obsesión con Franco
Cómo defenderse de las leyes de memoria
Si está harto de que los políticos, especialmente de izquierdas, resuciten a Franco, cada vez que quieren salir de algún atolladero, este libro va dirigido a usted. Este libro es para todos los españoles de buena voluntad que quieren que se deje en paz a nuestro pasado y ninguna ley nos imponga como recordarlo.
Lo que tiene entre las manos es un manual para defenderse de las leyes de memoria, un arma cargada que apunta justo al corazón de la manipulación y la mentira que destilan estas normas y, sobre todo, una guía para entender las razones últimas que motivan la falsificación de la historia y su imposición por ley.
Aquí encontrará la respuesta a la pregunta de por qué el antifranquismo es más fuerte tras la muerte de Francisco Franco que en su vida, qué motiva a nuestras clases dirigentes a apelar al franquismo una y otra vez mientras ignoran los problemas actuales de nuestra sociedad y cuál es el origen último de la obsesión con Franco de buena parte de los españoles actuales, especialmente los de izquierdas.
Finalmente, descubrirá por qué el antifranquismo es el pecado original del Régimen del 78, como se engarza en una tradición negrolegendaria que comenzó en el siglo XVI y como lo conduce irremediablemente al fracaso y a la autodestrucción.
INTRODUCCIÓN PARA ANTIFRANQUISTAS:
PERO… ¿QUEDAN FRANQUISTAS EN ESPAÑA?
Pero ¿quedan franquistas en España? ¿Quiénes pueden ser esos nostálgicos recalcitrantes que defiendan a un dictador en pleno siglo 21? A un dictador fascista, según repite la tele a cada minuto, por más señas. A un, dicen, asesino siniestro y liberticida. ¿Serán, como quienes le apoyaron en un principio, militares, caciques y curas? ¿Algunos ancianos de mentalidad arcaica? ¿Neonazis violentos, empresarios explotadores, paterfamilias autoritarios, tal vez algún fanático religioso obsesionado con la virginidad y la virtud que añora la censura? No, hay franquistas de todas clases, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres, trabajadores y empresarios.
¿Cómo es posible, con toda la propaganda antifranquista de instituciones educativas y medios de comunicación, que queden españoles que insistan en defender al régimen anterior? ¿Algún extraño síndrome de Estocolmo? ¿Miedo a la libertad? ¿Rebeldía contra lo que dicen los políticos de todo signo y los medios de comunicación que, como todos sabemos, nunca se equivocan? ¿Cómo añorar una época sin paro, sin delincuencia, pero también, dicen, sin libertad? ¿Cómo defender un régimen en el que se creó la seguridad social, el sistema de pensiones, el sistema de salud pública, pero en el que no existían los sindicatos?
Es incomprensible que, por 40 años de paz y prosperidad, en los que se experimentó un crecimiento del bienestar sin precedentes, hasta el punto de hablarse del “milagro español”, se pueda llegar a olvidar que no había partidos políticos ni elecciones periódicas. ¿Prefieren estos desagradecidos españoles frivolidades como un techo sobre sus cabezas o un salario justo por su trabajo a disfrutar de libertades políticas? Sin embargo, ahí están, no son muchos, ni muy ruidosos, pero se niegan a desaparecer. Año tras año, recordando a su Caudillo, desempolvando viejas banderas que recuerdan sus épocas de gloria. La Segunda República no era idílica, argumentan. Franco no se rebeló contra una democracia ideal, sino contra un régimen contra el que las izquierdas ya habían atentado dos años antes (revolución de Asturias, declaración de independencia del estado catalán). Un pistolero del PSOE había asesinado al líder de la oposición después de que la Pasionaria lo amenazara de muerte en el Congreso.
Desde el inicio de la república se habían producido ataques a la Iglesia, como la quema de conventos. Los crímenes de guerra frentepopulistas, continúan arguyendo estos franquistas irredentos, fueron tan terribles o más que los franquistas. En la matanza de Paracuellos, con el doctor honoris causa Carrillo de responsable, fueron asesinadas más de 5000 personas. A finales de los años 40, sostienen estos extravagantes abogados del dictador, la esperanza de vida en España ya era de 70 años, por 55 de la República, había el doble de profesores que entonces y casi el doble de líneas telefónicas. Y eso en la posguerra, antes del “milagro económico español”.
En la dictadura de Franco, llamada por muchos “dictablanda”, había mucha más libertad que en, por ejemplo, los regímenes soviéticos que los antifranquistas idolatraban. Había fronteras abiertas, libertad de circulación, estado de derecho y, si bien no había elecciones democráticas ni partidos políticos, la mayoría de la población vivía con normalidad, sin echar de menos tales cosas en su vida cotidiana. La carga de la presión fiscal caía sobre las clases altas y no sobre las clases medias, y era muy inferior a la actual, no existían las ETTs ni los contratos basura ni los ERES y casi todos los contratos eran fijos. El Instituto Nacional de la Vivienda había llenado de edificios nuestras ciudades para garantizar que los españoles tuvieran un techo sobre sus cabezas, sin desalojos ni necesidad de escraches y la indemnización por despido, recientemente reducida a 20 días, era de 60. En resumen, tengamos cuidado con los franquistas, están entre nosotros, pueden ser nuestros compañeros de trabajo, los padres de los amigos de nuestros hijos en el colegio, incluso la persona con la que ligamos en un bar. Y, bien mirado, tienen argumentos convincentes.
INTRODUCCIÓN PARA FRANQUISTAS:
FRANQUISMO PARA INCREDULOS
"La objetividad no debería existir en el periodismo" porque "el deber supremo del periodista de izquierda no es servir a la verdad sino a la revolución". Salvador Allende, discurso en el Primer Congreso Nacional de Periodistas de Izquierda, El Mercurio, 9 de abril de 1971 Existe una versión oficial, políticamente correcta, de la historia reciente de la Segunda República, la Guerra Civil y el franquismo, que es la que transmiten los libros de texto que estudian nuestros hijos en los colegios (incluso los que estudian nuestros universitarios, futuros historiadores) la que transmiten los medios de comunicación con práctica unanimidad y la que se desprende de la industria cultural: cine, series de televisión, novelas y demás, también de un modo casi monolítico, con muy escasas y poco difundidas excepciones. Se tendería a pensar que esa es la única versión de la historia posible y a ese propósito parecen ir encaminadas las leyes de memoria histórica y democrática que, de un modo que solo podemos calificar de totalitario, persiguen toda versión de la historia alternativa que discrepe lo más mínimo de los postulados de esa “oficialidad” establecida.
Los puntos esenciales de esa historiografía única permitida son claros: La Segunda República fue una democracia ejemplar; los alzados el 18 de julio del 36 eran fascistas y genocidas, cometieron terribles crímenes e instauraron una dictadura de 40 años llena de terror y oscuridad; finalmente el dictador murió y una transición a la democracia ejemplar según algunas versiones o demasiado generosa con los franquistas según otras, nos permitió ver la luz. Con ciertas dosis de sentido del humor, podríamos decir que, para la historiografía oficialista y los medios de comunicación, la Segunda República fue un paraíso de democracia y de libertades en el que los niños sonreían, los pajarillos trinaban, las flores florecían y todo el mundo bailaba sobre un campo de amapolas. En esas llegó Franco, ganó una sangrienta guerra civil, en la que el ejército, el clero y los terratenientes machacaron al pueblo en armas, y poco menos que encadenó a todos los españoles y los puso a picar piedra en el Valle de los Caídos y a ver el NODO, con un cinturón de castidad vigilado por malvados curas. Finalmente, Franco murió y volvió a salir el arco iris.
Retornó el color a nuestras vidas, los niños volvieron a sonreír, los pajarillos a trinar, las florecillas a florecer y los libertinos a lo suyo. Y desde entonces seguimos bailando sobre un campo de amapolas. Y si no lo hacemos, es porque debe subsistir algo de maligno franquismo por ahí, impidiéndonoslo… Debemos admitir que esta versión de la historia es, desde luego, tranquilizadora. Confirma los prejuicios políticos previos de una mayoría de población que no ha podido resistirse a la propaganda autojustificativa del sistema: democracia buena, dictadura mala. En el caso de la extrema izquierda, todavía confirma algunos prejuicios más: izquierda buena, derecha mala; progresismo bueno, tradicionalismo malo; ateísmo bueno, catolicismo malo. Por utilizar una terminología nietzscheana, podríamos decir que durante la transición se produjo una inversión de valores políticos en el pueblo español, fruto de una propaganda asfixiante.
A principios de los 70, la izquierda en España se identificaba con desorden, miseria, guerra, inestabilidad, vagancia, caos, delincuencia, insensatez, ruina, fruto del recuerdo todavía fresco del desastre de la República y la Guerra Civil. La expresión “esto es una república” aludía al caos y al desorden. De hecho, la sexta acepción de la palabra “republica” en la RAE sigue siendo: “Lugar donde reina el desorden”. A principios de los 80, en cambio, la derecha se identificaba con vejez, autoritarismo, mal genio, represión sexual, brutalidad, violencia, hipocresía. La izquierda, por su parte, con juventud, dinamismo, renovación, libertad, ilusión, cultura, progreso, futuro.
Lo que había pasado en medio, gobernando siempre la derecha en el tardofranquismo y la transición, había sido, desde luego, un relevo generacional, en el que los nacidos en los 50 y 60 y que no habían conocido ni la república ni la guerra ni los rigores de la posguerra tomaban el relevo a sus padres que sí tenían punto de comparación y sabían valorar las lecciones de la historia, pero también una avalancha de propaganda permitida cuando no facilitada por una derecha en retirada, perdedora de la batalla cultural por incomparecencia y que solo ahora parece empezar a plantearse su importancia en Vox y en sectores minoritarios del PP, como los representados por Ayuso o Cayetana Álvarez de Toledo (a su manera liberal), mientras el sector mayoritario del PP representado antes en Casado y ahora en Feijoo la sigue ignorando. Ante esa inversión de valores políticos, la versión falsificada de la historia que nos presentan las leyes de memoria encaja con los prejuicios y percepciones “estéticas” de una población, por lo general, no muy informada.
Ciertamente, si uno se cree este relato puede vivir feliz en la ignorancia, reforzando su prejuicio con las películas sobre la guerra civil de los actores de la ceja, los debates de la Sexta o sus documentales pseudohistóricos sobre el Pazo de Meirás o cualquier otra circunstancia calumniosa para la memoria de Franco o su familia, los libros de Paul Preston o de otros autores británicos negrolegendarios (pues, como veremos, el antifranquismo tiene no poco de leyenda negra actualizada), etc. Todo ello se puede consumir sin espantarse. Todo es tranquilizadoramente coherente. Volviendo a utilizar el sentido del humor (necesario en estos casos, puesto que los relatos oficialistas, por exagerados, parecen auto-paródicos), podríamos decir que todos los republicanos eran heroicos milicianos que luchaban por la libertad y los trabajadores, y todos los combatientes nacionales falangistas gordos, grasientos y con bigote, que violaban a doncellas republicanas en los trigales. Y ya está. Y así dormimos de bien por las noches. Salvo que… Salvo que uno sea un poco incrédulo y toda esta versión no le termine de encajar.
¿Y si los frentepopulistas no eran tan buenos ni los franquistas tan malos? ¿Y si la Segunda República no fue una democracia ejemplar? ¿Y si el régimen de Franco tuvo cosas positivas? Pero eso no puede ser. Es una herejía contra la religión de la democracia. Y sin embargo… Para que la propaganda sea eficaz, tiene que ser exagerada. La mentira, mejor cuanto más gorda y más veces se repita. Pero claro, esto tiene sus riesgos. La versión oficial de la historia del franquismo, la que nos imponen las leyes de memoria de un modo totalitario, es tan exagerada que parece una parodia. Suscita un odio ciego y pasional en quienes la creen a pies juntillas, pero, como suele decirse, no se puede engañar a todo el mundo, todo el tiempo. Al final, las mentiras se vuelven inverosímiles.
Si la Segunda República era una democracia ejemplar, ¿como se explica el asesinato de Calvo Sotelo, el líder de la oposición al Frente Popular, después de que varios diputados izquierdistas (la famosa Pasionaria entre ellos) lo amenazasen de muerte? ¿Y la quema de conventos? ¿Y los miles de asesinados en Paracuellos? ¿Y el asesinato del hijo del General Moscardó? Precisamente, para que nadie se haga estas preguntas se aprueban las leyes de memoria, pero hasta el más desinformado e intoxicado joven víctima de las leyes educativas y la propaganda inserta en la industria cultural, puede estar en su casa tranquilamente, viendo un telediario y escuchar a unos manifestantes laicistas gritar:
“Arderéis como en el 36”.
No hace falta ser la persona más curiosa del mundo (y los jóvenes suelen serlo) para preguntarse a qué se refieren. Si averigua que a la matanza de fieles y religiosos de los frentepopulistas en el año que empezó la guerra civil, aunque las primeras quemas de conventos daten del 32, recién proclamada la república, este joven puede pensar que tampoco esto parece propio de una democracia ejemplar. Además, el hecho de que la extrema izquierda actual lo reivindique en sus cánticos, añade cierta preocupación al hecho. Ni los frentepopulistas eran especialmente buenos, si mataron al líder de la oposición y masacraron a religiosos, ni quienes se identifican en la actualidad con ellos pueden serlo tanto, si añoran tales crímenes. (Sic)
Cuando se cumplen casi cincuenta años de la muerte de Francisco Franco, Pío Moa concentra su atención en la figura del dictador que durante cuarenta años dirigió los destinos de España. En una obra breve, pero punzante y trabada con fuerte lógica, Moa se plantea las cuestiones clave que dibujan la significación histórica del personaje: su actitud ante la república, la cuestión de si venció a la revolución o a la democracia, su capacidad militar, su neutralidad en la guerra mundial y los principales beneficiarios de ella, su política hacia los judíos, el boicot internacional y el maquis, las "décadas perdidas", o Franco y la Transición, y las razones por las que duró tanto su dictadura.
Tanto por su enfoque como por la forma de argumentar, este libro introduce una visión muy poco habitual sobre el franquismo.
Moa, Pío - Franco Un Balanc... by Joaquín Olivera
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