EL Rincón de Yanka: LIBRO "FRANCISCO FRANCO SIN ADJETIVOS" por JOSÉ RAMÓN FERRÁNDIZ MUÑOZ

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miércoles, 15 de enero de 2025

LIBRO "FRANCISCO FRANCO SIN ADJETIVOS" por JOSÉ RAMÓN FERRÁNDIZ MUÑOZ

FRANCISCO FRANCO 
SIN ADJETIVOS


Se han escrito muchos libros sobre Francisco Franco. Muchos. Y se siguen escribiendo. Entonces, ¿por qué este nuevo libro? ¿Qué añade a lo que ya se conoce? ¿Qué obtendrá el lector de este nuevo ensayo sobre el estadista más analizado de España en los últimos siglos, cuya figura no pierde vigencia con el paso del tiempo?
La respuesta está en que el lector encontrará en muy pocas páginas un enfoque multifacético y completo de la vida y actuaciones de Franco, desde su nacimiento hasta su muerte. Más aún, los dos últimos capítulos se refieran a la Transición y a la situación en que nos encontramos, mostrando la evolución que experimentó el Régimen hasta nuestros días.
De forma sucinta, el lector hallará la descripción del devenir de España desde los primeros años 20 del siglo pasado hasta 1975 y más acá. Para ello he utilizado las perspectivas militar, administrativa, internacional, económica y política. Todo ello con datos, muchos datos, sin comentarios y sin valoraciones. Y con 833 pies de página, de los cuales no pocos extensos y con vida propia.
A lo largo de la primera fase de la historia de Franco, el libro trae al alcance del lector distintos protagonistas de la Historia de España, que condicionaron los acontecimientos que afectaron directa o indirectamente a Franco: Miguel Primo de Rivera, Niceto Alcalá-Zamora, José Millán-Astray, Manuel Azaña, José Calvo Sotelo y, con menor entidad, otros muchos actores con peso específico suficiente como para aparecer en este libro.
Además de todo esto, el libro está iluminado con fotografías, no todas conocidas, que permiten fijar mejor lo textos que las enmarcan. 
El resumen es que en este texto se halla lo esencial de la vida de Francisco Franco, de su entorno, de sus circunstancias y de la España que el tocó vivir.
Por todo eso he escrito este libro.

PREFACIO

El adverbio es para el escritor o periodista como esa camisa chillona que te gusta al comprarte pero que, pasado un tiempo, te pones a regañadientes porque sabes que llama la atención. Mi consejo es que, en la duda, se rechace. En cambio, el adjetivo es un complemento imprescindible en cualquier texto, pero que hay que usar con cuidado y hasta precaución. En el armario de todo caballero sería como esa chaqueta preciosa, escogida por tu mujer, que sólo encaja con una camisa y una corbata concretas. Si además has seleccionado hasta el cinturón que te pones y abrillantado los zapatos, te convierte en centro de miradas y hasta de admiración. Pero si, impulsado por las prisas o el entusiasmo, te la colocas de cualquier manera y en cualquier compañía, la chaqueta protesta y te señala como desaliñado. El adjetivo, como el titular de periódico, corona pero también condena. Por tanto, al escribir hay que tratar de prescindir de los adverbios y cribar los adjetivos. 

En esta época de ofendidos con observatorios y redes sociales, el adjetivo correcto en ocasiones se vuelve imprescindible para que un texto no se convierta en prueba de cargo contra su autor para justificar su despido o su linchamiento. Por ejemplo, siempre que se hable de la esclavitud que existió los países europeos o sus dominios desparramados por el resto del mundo, deben aparecer adjetivos como execrable, racista, odiosa, vergonzosa… Pero cuando al referirse a la esclavitud en África o Asia o incluso a la que sufrían los españoles a manos de los andalusíes y los piratas berberiscos hay que tirar de adjetivos como cultural, compensadora, ceremonial, necesaria, forzada… Es decir, la realizada por los hombres blancos cristianos es imperdonable, mientras que la realizada por todos los demás, por el contrario, es disculpable y comprensible. 

La misma norma se ha de aplicar cuando se escribe sobre el general Francisco Franco. Para referirse al español más importante del siglo XX se ha elaborado en estas últimas décadas un catálogo de adjetivos al que el doctorando, el periodista, o el historiador debe acudir para escoger unos cuantos y distribuirlos por su texto, como –siguiendo con las comparaciones de moda masculina- se mete la mano en el corbatero y se despliegan unas cuantas sobre la cama hasta que se encuentra la que combina con la chaqueta y la camisa. Sí, es una tarea larga y enojosa. Franco siempre tiene que ser sanguinario, inculto, torpe, vengativo, idiota, zafio, insensible, aburrido, calculador, beatorro, incompetente… “Astuto como campesino gallego” es una expresión que repite uno de sus más penosos y sectarios biógrafos, pero por eso mismo promocionado hasta por todo el régimen, incluso el ABC.

Por supuesto deben ocultarse sus aciertos o méritos y atribuirse en exclusiva a la suerte, a sus colaboradores o hasta a sus enemigos. Si España no entró en la Segunda Guerra Mundial como aliada del Eje la causa se debió sólo al rechazo por Berlín, ya que Franco lo deseaba; y el «milagro español» es consecuencia del desarrollo económico mundial de los años 60, sin ninguna aportación española. En 2013, participé en una rueda de prensa organizada por la editorial que publicaba un libro del historiador Max Hastings sobre la Gran Guerra y le pregunté por la neutralidad de España, debida al esfuerzo del rey Alfonso XIII y a su presidente de gobierno, el conservador Eduardo Dato, que resistieron todas las presiones (incluso las familiares en el caso del monarca). Y Hastings respondió que “los españoles siempre deberían estar agradecidos a Francisco Franco por haber evitado la entrada en la guerra”. Esa declaración sólo se pudo leer en el periódico en el que yo publicaba entonces, Libertad Digital (10-XII-2013). Ni se recogió en el teletipo de la agencia cuyo redactor también había acudido. Para Franco no puede haber un solo elogio, aunque ello contradiga la realidad. Quizás dentro de unos años alguien filme una película de terror estilo Viernes 13 en la que una muchacha imprudente traiga a su pacífico pueblo de Iowa a un monstruo sediento de sangre al pronunciar tres veces el nombre de Franco delante de un espejo durante una noche de luna llena…

El mérito de este pequeño libro de José Ramón Ferrandis es que prescinde de adjetivos y adverbios. Sintácticamente aplica la máxima del periodismo: frases compuestas por sujeto, verbo y predicado. Y en cuanto al contenido se limita a exponer hechos y datos. Queda así un Francisco Franco sorprendente y, en consecuencia, más fascinante, más (oh, maldición) atractivo. En mi opinión, quien convierte en victorioso al bando de la guerra civil que se hallaba en inferioridad en todo frente el gubernamental, quien resiste las amenazas de Adolf Hitler, quien dirige la salida de España de la pobreza y quien deja tras de sí como sucesor y jefe del Estado a un rey en el siglo que ha visto la caída de las más poderosas y prestigiosas monarquías, es una figura sugerente para historiadores y lectores, sean españoles o extranjeros. José Ramón parece ser de la misma opinión y por eso ha escrito Franco pelado de adjetivos y cubierto con datos. 

Un consejo, José Ramón: cómprate un casco. 

Pedro Fernández Barbadillo

INTRODUCCIÓN

Francisco Franco Bahamonde fue jefe del Estado español desde el 1 de octubre de 19361 hasta el 20 de noviembre de 1975. En total, sus servicios desde la más alta magistratura del Estado sumaron 39 años ininterrumpidos, que habían de dejar una profunda huella. Ello fue así no sólo entre sus contemporáneos, sino en adelante, pues no se observa (tras unos primeros años de lógico impacto mediático y analítico después de su muerte) descenso en el interés que despiertan su figura y su obra. 

En la Historia de España2, pocos jefes de Estado han permanecido más tiempo que Franco en el poder. Sólo Felipe V, 45 años; Alfonso XIII, 44 años3; Felipe IV, 44 años; Felipe II, 42 años; Carlos I de España y V de Alemania, 40 años y Juan Carlos I, con 39 años y 7 meses, le superan en longevidad en el puesto. 

De ideas conservadoras, Franco valoraba sobre todo el orden y la autoridad. Haberse educado en un entorno militar y serlo él mismo contribuía a la rectitud de carácter que le era propia. Desconfiaba del régimen parlamentario de partidos, que creía causantes de la decadencia de España en el Siglo XX; consecuentemente, identificaba la Segunda República con desorden, crimen, fragmentación nacional, humillaciones al Ejército e infiltración comunista. Esa postura era representativa del grupo de militares denominados “africanistas”4, que veían en el ejército la quintaesencia del patriotismo y la garantía de la unidad nacional. 

Desde el 18 de octubre de 1939, Franco fijó su residencia cerca de Madrid, en el palacio de El Pardo, del que utilizaba unas pocas habitaciones. Disponía de dos áreas de trabajo: una para recepciones o audiencias y otra para el Consejo de ministros. 

Era muy metódico en sus espartanas costumbres, arraigadas en su juventud. No fumaba ni bebía. Se levantaba a las 8:00, desayunaba poco, leía la prensa y paseaba. Iniciaba su jornada laboral antes de las 10:00. Concedía audiencias en días distintos a militares, a civiles y a diplomáticos (salvo los viernes, días destinados a los largos consejos de ministros). Comía frugalmente al terminar. Tras pasear o pintar, volvía a su despacho. Después de cuatro horas de trabajo, muchas con presencia de los ministros, veía la televisión o jugaba a las cartas. Cenaba, rezaba y leía largamente antes de dormir. 

Entre sus aficiones se hallaban el cine5, la pintura6, el golf, la caza y la pesca. Pescaba en alta mar con el yate Azor. Cazaba fundamentalmente los fines de semana. Era aficionado al fútbol, deporte que ya había alcanzado gran predicamento social en la época. Se desconoce de qué equipo era seguidor, si lo era de alguno, pero ello no obsta para que, en varias ocasiones,salvara al FC Barcelona de la quiebra.7

Franco pasaba sus vacaciones de verano, con su corta familia nuclear8, entre el Pazo de Meirás (La Coruña) y el Palacio de Ayete, en San Sebastián. Franco murió el 20 de noviembre de 1975, tras una larga agonía. Fue enterrado, contra su voluntad expresa, en la Basílica del Valle de los Caídos9.

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1 Fecha en la que fue investido jefe supremo de los sublevados por los mismos sublevados.
2 Entendiendo como tal no sólo desde finales del Siglo XV, sino desde el inicio del Reino Visigodo.
3 Estas cifras son equívocas: Alfonso XIII fue Rey desde su nacimiento en 1886, pero no asumió las responsabilidades del cargo hasta 1902.
4 Los africanistas eran militares que habían hecho sus carreras en el norte de África, todos en combate. Era un grupo muy cohesionado. Entre ellos se hallan Franco, Goded, Mola, Orgaz, Sanjurjo, Varela y Yagüe.
5 Especialmente westerns, que veía en pases privados en el palacio de El Pardo.
6 Era un más que pasable pintor de acuarela, como atestiguan sus obras.
7 El Barça superó reiteradamente sus deudas gracias a Francisco Franco. En 1951 se acordó una recalificación de terrenos. En 1956, Franco autorizó otra recalificación. En 1962, el Generalísimo posibilitó que el pleno municipal recalificara otros terrenos. En 1965 tuvo lugar una recalificación más. Hubo dos subvenciones directas adicionales, de 45 y 50 millones de pesetas. Consecuentemente, el club le condecoró tres veces.
8 Que se amplió mucho con el matrimonio de única su hija Carmen con el médico Cristóbal Martínez Bordiú y los siete hijos de la pareja.
9 La Basílica del Valle de los Caídos es un monumento extraordinario, gigantesco, grandioso, espectacular. Se halla en la Sierra de Guadarrama (Cuelgamuros), rodeada de bosques. Está construida en piedra de la misma zona y culminada por una cruz majestuosa, la mayor cruz cristiana del mundo. Mide 152,4 metros de altura y 46,4 metros de anchura en sus brazos, rodeada por inmensas esculturas. La Basílica se erigió como símbolo de reconciliación, por lo que alberga restos de combatientes de ambos bandos. Se hizo para cerrar las heridas de la guerra. La decisión de construir la Basílica fue anunciada el 1.4.1940. Durante los dieciocho años que duró su construcción murieron sólo 14 obreros, en una demostración de cuidado por los aproximadamente 2.000 operarios que conformaban la plantilla. De ellos, menos de la mitad eran presos. Éstos redimieron penas por el trabajo a un ritmo de cinco días por cada uno trabajado (siendo la ratio habitual de dos por uno). Cobraban por el trabajo que realizaban. Francisco Franco nunca quiso ser enterrado allí, razón por la cual había adquirido un panteón en el cementerio de El Pardo, donde yace su esposa. Fue el rey Juan Carlos I quien tomó la iniciativa de que los restos mortales de Franco fueran enviados al Valle de los Caídos. Los herederos del Frente Popular han exhumado a Franco de la cripta en la que reposaba su cadáver.

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