PENSAR RÁPIDO,
PENSAR DESPACIO
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Daniel Kahneman, uno de los pensadores más importantes del mundo, recibió el premio Nobel de Economía por su trabajo pionero en psicología sobre el modelo racional de la toma de decisiones. Sus ideas han tenido un profundo impacto en campos tan diversos como la economía, la medicina o la política, pero hasta ahora no había reunido la obra de su vida en un libro.
Un apasionante recorrido por el funcionamiento de la mente de la mano del padre de la psicología conductista y premio Nobel de Economía en 2002: Daniel Kahneman.
En Pensar rápido, pensar despacio, un éxito internacional, Kahneman nos ofrece una revolucionaria perspectiva del cerebro y explica los dos sistemas que modelan cómo pensamos. Daniel Kahneman, uno de los pensadores más importantes del mundo, recibió el premio Nobel de Economía por su trabajo pionero en psicología sobre el modelo racional de la toma de decisiones. Sus ideas han tenido un profundo impacto en campos tan diversos como la economía, la medicina o la política, pero hasta ahora no había reunido la obra de su vida en un libro.
En este libro Kahneman expone la extraordinaria capacidad (y también los errores y los sesgos) del pensamiento rápido, y revela la duradera influencia de las impresiones intuitivas sobre nuestro pensamiento y nuestra conducta. Toca muchos temas que nos afectan en el día a día: el impacto de la aversión a la pérdida y el exceso de confianza en las estrategias empresariales, la dificultad de predecir lo que nos hará felices en el futuro, el reto de enmarcar adecuadamente los riesgos en el trabajo y en el hogar, el profundo efecto de los sesgos cognitivos sobre todo lo que hacemos, desde jugar en la Bolsa hasta planificar las vacaciones; todo esto solo puede ser comprendido si entendemos el funcionamiento conjunto de los dos sistemas del cerebro a la hora de formular nuestros juicios y decisiones.
Al implicar al lector en una animada reflexión sobre cómo pensamos, Kahneman consigue revelar cuándo podemos confiar en nuestras intuiciones y cuándo no, y de qué modo podemos aprovechar los beneficios del pensamiento lento. Además, ofrece enseñanzas prácticas e iluminadoras sobre cómo se adoptan decisiones en la vida profesional o personal, y sobre cómo podemos usar distintas técnicas para protegernos de los fallos mentales que nos crean problemas. Pensar rápido, pensar despacio cambiará para siempre nuestra manera de pensar sobre cómo pensamos.
En Pensar rápido, pensar despacio, un éxito internacional, Kahneman nos ofrece una revolucionaria perspectiva del cerebro y explica los dos sistemas que modelan cómo pensamos. El sistema 1 es rápido, intuitivo y emocional, mientras que el sistema 2 es más lento, deliberativo y lógico. Kahneman expone la extraordinaria capacidad (y también los errores y los sesgos) del pensamiento rápido, y revela la duradera influencia de las impresiones intuitivas sobre nuestro pensamiento y nuestra conducta. El impacto de la aversión a la pérdida y el exceso de confianza en las estrategias empresariales, la dificultad de predecir lo que nos hará felices en el futuro, el reto de enmarcar adecuadamente los riesgos en el trabajo y en el hogar, el profundo efecto de los sesgos cognitivos sobre todo lo que hacemos, desde jugar en la Bolsa hasta planificar las vacaciones; todo esto solo puede ser comprendido si entendemos el funcionamiento conjunto de los dos sistemas a la hora de formular nuestros juicios y decisiones.
Al implicar al lector en una animada reflexión sobre cómo pensamos, Kahneman consigue revelar cuándo podemos confiar en nuestras intuiciones y cuándo no, y de qué modo podemos aprovechar los beneficios del pensamiento lento. Además, ofrece enseñanzas prácticas e iluminadoras sobre cómo se adoptan decisiones en la vida profesional o personal, y sobre cómo podemos usar distintas técnicas para protegernos de los fallos mentales que nos crean problemas. Pensar rápido, pensar despacio cambiará para siempre nuestra manera de pensar sobre cómo pensamos.
INTRODUCCIÓN
Me imagino que todo autor piensa en los lectores que podrían beneficiarse de la lectura de su obra. En mi caso, pienso en el proverbial dispensador de agua de la oficina, junto al cual se comparten opiniones y se intercambian chismes. Espero enriquecer el vocabulario que la gente emplea cuando habla de las opiniones y las decisiones de otros, de las nuevas directrices empresariales o de las inversiones que ha hecho un compañero.
¿Por qué nos interesan los chismes? Porque es mucho más fácil, y también más entretenido, encontrar y etiquetar los errores de otros que reconocer los propios. En el mejor de los casos, cuestionar lo que creemos y queremos es difícil, especialmente cuando más necesitamos hacerlo, pero podemos beneficiarnos de la opinión informada de otros. Muchos de nosotros anticipamos espontáneamente cómo valorarán los amigos y compañeros nuestras decisiones; la cualidad y el contenido de estos juicios anticipados importa. Esperar un chisme inteligente es un motivo poderoso para hacer una autocrítica seria, más poderoso que los propósitos de Año Nuevo de mejorar en el trabajo y en casa.
Para ser un experto en diagnóstico, un médico necesita conocer una larga serie de nombres de dolencias, en cada uno de los cuales la idea de la enfermedad se asocia a sus síntomas, posibles antecedentes y causas, posibles evoluciones y consecuencias, y posibles intervenciones para curar o mitigar esa enfermedad. Aprender medicina consiste en parte en aprender el lenguaje de la medicina. Un conocimiento más profundo de juicios y decisiones requiere igualmente un vocabulario más rico que el del lenguaje que usamos cada día. Del chisme informado se espera que en él haya pautas características de los errores que la gente comete.
Los errores sistemáticos son fruto de inclinaciones, y puede predecirse su recurrencia en ciertas circunstancias. Cuando, por ejemplo, un orador apuesto y seguro de sí mismo sale a escena, podemos anticipar que la audiencia juzgará sus comentarios más favorablemente de lo que merece. Disponer de una etiqueta para diagnosticar esta inclinación o sesgo —el efecto halo— nos hace más fácil anticipar, reconocer y entender. Cuando nos preguntan qué estamos pensando, normalmente respondemos.
Creemos saber lo que tenemos en nuestra mente, que a menudo consiste en un pensamiento consciente que discurre ordenadamente. Pero esta no es la única manera en que la mente trabaja, ni siquiera la manera habitual. La mayor parte de nuestras impresiones y pensamientos surgen en nuestra experiencia consciente sin que sepamos de qué modo. No podemos averiguar cómo llegamos a contar con que hay una lámpara en el escritorio delante de nosotros, o cómo detectamos un tono de irritación en la voz de nuestra esposa al teléfono, o cómo reaccionamos para evitar un peligro en la carretera antes de ser conscientes de él.
El trabajo mental que produce impresiones, intuiciones y multitud de decisiones se desarrolla silenciosamente en nuestras mentes. Muchas de las argumentaciones de este libro tratan de los sesgos de intuición. Sin embargo, que el centro de esas argumentaciones sea el error no menoscaba la inteligencia humana más que la atención a las enfermedades en los textos médicos niega la salud.
La mayoría de nosotros estamos sanos la mayor parte del tiempo, y la mayoría de nuestros juicios y acciones son apropiados la mayor parte del tiempo. Cuando conducimos nuestras vidas, normalmente nos dejamos guiar por impresiones y sentimientos, y la confianza que tenemos en nuestras creencias y preferencias intuitivas normalmente está justificada, pero no siempre. Con frecuencia estamos seguros de nosotros mismos cuando nos equivocamos, y es más probable que un observador objetivo detecte nuestros errores antes que nosotros mismos. Y este es mi propósito para las conversaciones junto a los dispensadores de agua:
mejorar la capacidad de identificar y comprender errores en juicios y decisiones, en otros y eventualmente en nosotros mismos, proporcionando un lenguaje más rico y preciso para discutirlos. Al menos en algunos casos, un diagnóstico acertado puede sugerir una intervención para limitar el daño que a menudo causan los malos juicios y las malas elecciones.
INTRODUCCIÓN
EL PUNTO DE PARTIDA
Este libro no pretende ser una exposición de la primera investigación que Amos y
yo realizamos juntos; esta tarea y a la han llevado cumplidamente a cabo muchos
autores a lo largo de los años. Lo que aquí me propongo es presentar una
panorámica que muestre cómo trabaja la mente, para lo cual tengo en cuenta los
más recientes avances en psicología cognitiva y social. Uno de los avances más
importantes es que ahora entendemos tanto las maravillas como los defectos del
pensamiento intuitivo.
Amos y yo no nos ocupamos de las intuiciones acertadas, que quedan fuera de la afirmación informal de que la heurística de los juicios «es muy útil, pero a
veces conduce a graves errores sistemáticos».
Nos concentramos en los sesgos
porque ambos los considerábamos interesantes en sí mismos y porque nos
proporcionaban evidencias sobre la heurística de los juicios. No nos preguntamos
si todos los juicios intuitivos en situación de incertidumbre los producía la
heurística que estudiábamos; ahora está claro que no es así. En particular, las
intuiciones acertadas de los expertos se explican mejor por los efectos de la
práctica prolongada
[6] que por la heurística. Ahora podemos dibujar un cuadro
más rico y equilibrado en el que la sagacidad y la heurística son fuentes
alternativas de juicios y elecciones intuitivos.
El psicólogo Gary Klein cuenta la historia de un equipo de bomberos que
penetraron en una casa en la que la cocina estaba en llamas.
[7] Poco después de
aplicar la manguera a la cocina, el jefe de bomberos dio un grito.
«Salgamos de
aquí», exclamó sin saber por qué. El suelo se hundió casi inmediatamente
después de que los bomberos escaparan. Solo después de ocurrir aquello, el jefe
de bomberos se dio cuenta de que el fuego había sido extrañamente silencioso y
que sus orejas habían estado extrañamente calientes. Estas impresiones juntas
despertaron lo que llamó un «sexto sentido del peligro».
No tenía ni idea de lo
que andaba mal, pero sabía que algo andaba mal. Resultó que el foco del
incendio no estaba en la cocina, sino en el sótano, debajo de donde sus hombres
habían estado.
Todos hemos oído historias de intuición experta: el maestro ajedrecista que
pasa por delante de una fila de jugadores y anuncia sin pararse: « Blancas dan
jaque mate en tres jugadas» , o el médico que hace un complejo diagnóstico
después de una sola mirada a un paciente. La intuición de los expertos nos parece
mágica, pero no lo es.
Cada uno de nosotros realiza muchas veces al día
verdaderas proezas de experto intuitivo. La mayoría de nosotros tenemos un oído
perfecto para detectar un enfado en la primera palabra de una conversación
telefónica, o para reconocer, cuando entramos en una habitación, que hemos sido
tema de conversación, y rápidamente reaccionamos a señales sutiles de que
llevar el coche por el carril de al lado es peligroso. Nuestras capacidades
intuitivas cotidianas no son menos maravillosas que las asombrosas percepciones
de un bombero o un médico experimentados; solo son más comunes.
La psicología de la intuición acertada no encierra magia alguna.
Quizá la
mejor formulación al respecto es la del gran Herbert Simon, que estudió a
maestros ajedrecistas
[8] y mostró que tras miles de horas de práctica llegaban a
ver las piezas en el tablero de otra manera que nosotros. Podemos comprender la
impaciencia de Simon con la mitificación de la intuición experta cuando escribe: «La situación proporciona la ocasión; esta da al experto acceso a información
almacenada en la memoria, y la información da la respuesta.
La intuición no es ni más ni menos que el reconocimiento».
[9]
No nos sorprende que un niño de dos años mire a un perro y diga «chuchi»,
porque estamos acostumbrados al milagro de los niños aprendiendo a reconocer
y nombrar cosas. La cuestión central en Simon es que los milagros de la intuición
experta tienen el mismo carácter. Las intuiciones válidas se producen cuando los
expertos han aprendido a reconocer elementos familiares en una situación nueva
y a actuar de manera adecuada a ella. Los buenos juicios intuitivos vienen a la
mente con la misma inmediatez que «chuchi».
Desgraciadamente, no todas las intuiciones de profesionales surgen de la
auténtica experiencia. Hace muchos años visité al jefe del departamento de
inversiones de una gran empresa financiera, y me contó que acababa de invertir
unas decenas de millones de dólares en acciones de la Ford Motor Company.
Cuando le pregunté cómo había tomado esa decisión, me respondió que no hacía
mucho había visitado una exposición de automóviles y había quedado
impresionado.
«¡Chico, menudos coches hacen!», fue su explicación. Dejó muy
claro que confiaba en su instinto y estaba satisfecho con su decisión. Me dejó
sorprendido que, según parecía, no hubiera tenido en cuenta algo que para un
economista no es nada irrelevante: ¿habrían bajado en ese momento las acciones
de la Ford?
Simplemente había seguido su intuición; le gustaban los coches, le
gustaba la compañía, y le gustaba la idea de ser accionista de ella. Por lo que
sabemos de la manera acertada de adquirir acciones, es razonable creer que no
sabía lo que estaba haciendo.
La heurística específica que Amos y yo estudiamos nos era de poca ayuda
para entender cómo al ejecutivo le dio por invertir en acciones de la Ford, pero
ahora existe una idea más desarrollada de la heurística, que explica muy bien
estas cosas. Un avance importante es que la emoción está ahora en nuestra
comprensión de juicios y elecciones intuitivos mucho más presente que en el
pasado.
La decisión del ejecutivo sería hoy descrita como un ejemplo de
heurística afectiva,
[10] en la que los juicios y las decisiones son directamente
regidos por sentimientos de agrado y desagrado con escasa deliberación o
razonamiento.
Cuando se enfrenta a un problema —el de elegir una jugada de ajedrez o el
de decidir invertir en acciones—, la maquinaria del pensamiento intuitivo hace lo
mejor que puede hacer. Si el individuo tiene una experiencia relevante,
reconocerá la situación, y es probable que la solución intuitiva que le venga a la
mente sea la correcta. Es lo que ocurre cuando un maestro ajedrecista examina
una posición complicada: las pocas jugadas que inmediatamente se le ocurren
son todas buenas.
Cuando el problema es difícil y no se tiene una solución
adecuada, la intuición dispone todavía de un cartucho: una respuesta puede venir
rauda a la mente; pero no es una respuesta a la cuestión original. La cuestión que
encaró el ejecutivo (¿debo invertir en acciones de la Ford?) era difícil, pero inmediatamente vino a su mente la respuesta a una cuestión más fácil y en
sintonía con ella (¿me gustan los automóviles Ford?), y esta determinó su
elección. Tal es la esencia de la heurística intuitiva: cuando nos vemos ante una
cuestión difícil, a menudo respondemos a otra más fácil, por lo general sin
advertir la sustitución.
[11]
La búsqueda espontánea de una solución intuitiva a veces fracasa: no nos
viene a la mente ni una solución experta, ni una respuesta heurística. En estos
casos es frecuente que nos pasemos a una forma más lenta, meditada y
esforzada de pensar. Este es el pensamiento lento que evoca el título del libro. El
pensamiento rápido incluy e las dos variantes del pensamiento intuitivo —el
experto y el heurístico—, así como las actividades mentales puramente
automáticas de la percepción y la memoria, las operaciones que nos permiten
saber que hay una lámpara en el escritorio o recordar el nombre de la capital de
Rusia.
Muchos psicólogos han examinado la diferencia entre pensamiento rápido y
pensamiento lento en los últimos veinticinco años. Por razones que explicaré con
más detalle en el capítulo siguiente, describo aquí la vida mental con la metáfora
de dos agentes, llamados Sistema 1 y Sistema 2, que producen respectivamente
pensamiento rápido y pensamiento lento. Hablo de las características del
pensamiento intuitivo y del deliberado como si fuesen rasgos y disposiciones de
dos caracteres existentes en nuestras mentes. En el cuadro resultante de la
investigación reciente, el intuitivo Sistema 1 es más influy ente de lo que nuestra
experiencia nos dice, y es el secreto autor de muchas elecciones y juicios que
hacemos. La may or parte de este libro trata del trabajo del Sistema 1 y las
influencias recíprocas entre este y el Sistema 2.
LO QUE VENDRÁ A CONTINUACIÓN
El libro se divide en cinco partes. La primera parte presenta los elementos
básicos de un tratamiento de los juicios y las elecciones basado en dos sistemas.
Elabora la distinción entre las operaciones automáticas del Sistema 1 y las
operaciones controladas del Sistema 2, y muestra cómo la memoria asociativa,
el núcleo del Sistema 1, continuamente construy e una interpretación coherente
de lo que sucede en nuestro mundo en cada instante. Intento dar una idea de la
complejidad y riqueza de los procesos automáticos, y a menudo inconscientes,
subyacentes en el pensamiento intuitivo, y de cómo estos procesos automáticos
explican la heurística de los juicios.
Uno de mis objetivos es introducir un
lenguaje para pensar y hablar acerca de la mente.
La segunda parte actualiza el estudio de la heurística de los juicios y examina
un problema mayor: ¿por qué nos resulta tan difícil pensar estadísticamente?
Pensamos asociativamente, pensamos metafóricamente y pensamos causalmente con facilidad, pero hacerlo estadísticamente requiere pensar en
muchas cosas a la vez, algo para lo que el Sistema 1 no está diseñado.
Las dificultades del pensamiento estadístico contribuyen a conformar el tema
principal de la tercera parte, que describe una desconcertante limitación de
nuestra mente: nuestra excesiva confianza en lo que creemos saber y nuestra
aparente incapacidad para reconocer las dimensiones de nuestra ignorancia y la
incertidumbre del mundo en que vivimos.
Somos propensos a sobrestimar lo que
entendemos del mundo y a subestimar el papel del azar en los acontecimientos.
El exceso de confianza es alimentado por la certeza ilusoria de las
retrospecciones. En mis ideas sobre este tema ha influido Nassim Taleb, autor de
El cisne negro. Espero de las conversaciones junto a los dispensadores de agua
que consideren inteligentemente las lecciones que pueden aprenderse del pasado
y no caigan en la trampa de la retrospección y la ilusión de certeza.
El núcleo de la cuarta parte es un diálogo con la disciplina de la economía
acerca de la naturaleza de la decisión y la suposición de que los agentes
económicos son racionales. Esta sección del libro hace una exposición actual,
informada por el modelo de los dos sistemas, de los conceptos clave de la teoría
de las perspectivas, el modelo de la elección que Amos y y o publicamos en
1979. Los capítulos siguientes tratan de las distintas formas de las elecciones
humanas que se apartan de las reglas de la racionalidad.
Me ocupo de la
desafortunada tendencia a tratar problemas de forma aislada, y con efectos
marco, cuando las decisiones vienen conformadas por características ilógicas
instaladas en los problemas de elección. Estas observaciones, que son
debidamente explicadas por el carácter del Sistema 1, constituy en un gran
desafío a la suposición de racionalidad tan favorecida en la economía estándar.
La quinta parte describe investigaciones recientes que han introducido una
distinción entre dos y o: el y o que experimenta cosas y el yo que las recuerda, los
cuales no tienen los mismos intereses.
Podemos, por ejemplo, someter a unas
cuantas personas a dos experiencias dolorosas. Una de estas experiencias es
francamente peor que la otra porque es más larga. Pero la formación automática
de la memoria de las mismas —una característica del Sistema 1— tiene sus
reglas, que podemos utilizar de manera que el episodio peor deje una memoria
mejor. Cuando más tarde esas personas eligen qué episodio repetir, naturalmente
les guía el y o que recuerda y se exponen (el y o que experimenta) a sufrimientos
innecesarios.
La distinción entre dos y o es aplicada a la medición del bienestar,
donde nuevamente encontramos que lo que hace feliz al yo que experimenta no
es precisamente lo mismo que lo que satisface al y o que recuerda. Cómo dos yo
en un mismo ser pueden buscar la felicidad es algo que plantea algunas difíciles
cuestiones, tanto para los individuos como para las sociedades que ven en el
bienestar de la población un objetivo político.
Un capítulo a modo de conclusión examina, en orden inverso, las implicaciones de tres distinciones hechas en el libro: entre el y o que experimenta
y el y o que recuerda, entre el concepto de agente en la economía clásica y en la
economía conductual (que toma ideas de la psicología), y entre el automático
Sistema 1 y el esforzado Sistema 2.
Y vuelvo a las ventajas de afinar los cotilleos
y a lo que las organizaciones pueden hacer para elevar la calidad de los juicios y
las decisiones en su propio beneficio.
El libro reproduce como apéndices dos artículos que escribí con Amos. El
primero es la revisión del juicio en situación de incertidumbre a la que antes me
he referido. El segundo, publicado en 1984, resume la teoría de las perspectivas y
nuestros estudios sobre los efectos marco.
Estos artículos representan las
contribuciones que el comité del premio Nobel citó… y puede que el lector se
sorprenda de lo simples que son. Ley éndolos se hará una idea de cuánto
sabíamos hace y a tiempo, y de cuánto hemos aprendido en las últimas décadas.
__________________________
[6] Herbert Simon y sus alumnos de Carnegie Mellon sentaron las bases de nuestro concepto de experto en los años ochenta. Una excelente y popular introducción al tema es la obra de Joshua Foer, Moonwalking with Einstein: The Art and Science of Remembering, Penguin Press, Nueva York, 2011. El autor presenta un trabajo que ha sido reseñado con detalles más técnicos en K. Anders Ericsson et al., eds., The Cambridge Handbook of Expertise and Expert Performance, Cambridge University Press, Nueva York, 2006.
[7] Gary A. Klein, Sources of Power, MIT Press, Cambridge, MA, 1999.
[8] Herbert Simon fue uno de los grandes especialistas del siglo XX, con descubrimientos e invenciones en varias disciplinas, desde las ciencias políticas (en las que comenzó su carrera) y económicas (recibió el premio Nobel) hasta las ciencias de la computación (de las que fue pionero) y la psicología.
[9] Herbert A. Simon, «What Is an Explanation of Behavior?»,Psychological Science 3 (1992), pp. 150-161.
[10] El concepto de heurística afectiva fue desarrollado por Paul Slovic, compañero de estudios de Amos en Michigan y amigo suyo de toda la vida.
[11] Véase el capítulo 9.
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