EL Rincón de Yanka: marzo 2022

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jueves, 31 de marzo de 2022

BAJO LA DICTADURA DE LOS IMBÉCILES: IDIOCRACIA por FÍGARO


Bajo la dictadura de los imbéciles
Según Dostoyevski llegará un día en que la tolerancia sea tan intensa que se prohibirá pensar a los inteligentes para no molestar a los imbéciles; ese día ha llegado. Antes lo llamaban la dictadura del proletariado, pero con el marxismo que dicen cultural, cambiaron las palabras que nombraban a las cosas. Ahora eso es "progreso" y sus adeptos los "progresistas".
"Se podría afirmar por tanto que la izquierda española no ha aportado prácticamente nada al pensamiento español y tampoco al universal", escribió Ramiro de Maeztu. Pues es la izquierda la que se ha erigido en la abanderada de la vida, desde la transición. La que tiene que decirnos quién es bueno y quién es malo, qué es la verdad, y lo que hay que hacer y pensar. Y a juzgar por el estado de descomposición al que ha llegado la sociedad, de mano de los "progresistas" mediante el engaño, la propaganda y el adoctrinamiento ideológico, queda palmariamente demostrado que no aportó a la Humanidad nada bueno, sino todo lo contrario. Con el "progresismo" al ser una mentira, fue todo a peor. "Progresistas" en el mal.

Hoy cuando los perros y mascotas son considerados personas, y las personas tratadas como animales, se ha enterrado la razón y sus atributos con todo rastro de raciocinio y sentido común. Reina la destrucción y la locura, con la estupidez. No se protege al hombre del lobo, si no, al revés. El hombre no tiene ningún derecho frente a quien le puede arruinar la vida que los tiene todos: el lobo, el delincuente, el ocupa y la administración estatal, que lejos de protegerlo va a acabar con él. El gobierno prohíbe la caza del lobo en todo el territorio nacional porque quiere que coman a los españoles; como si no les llegara con los lobos de dos patas y con la subida astronómica de precios e impuestos del gobierno. Eso pasa cuando los delincuentes ocupan el poder, y dejan en la calles a sus amigos de fatigas que han de proteger. Las buenas personas pasaron a ser los malvados que hay que liquidar porque así es el mundo al revés, y para eso subieron al poder los revolucionarios: para matar a la buena gente. Los verdugos ahora son las víctimas.

Bien lo decía Lenin, después Francisco Largo Caballero, el "Lenin" español, y ahora el coleta cortada, hijo de un terrorista, Pablo Iglesias Turrión, y sus secuaces, sobre cómo acabar con los buenos: "Sus casas deben ser allanadas y ellos encarcelados, precisamente por eso, porque ellos son personas buenas. Siempre mostrarán compasión por los oprimidos. Siempre estarán contra la persecución".

En una palabra, que la buena gente sobra porque no es revolucionaria. Estos individuos que llegan al poder engañando que es para hacer el bien, hacen todo lo contrario; lo primero es asegurarse para no soltarlo, y dar un paso más adelante en su aberrante dirección. No quieren la democracia si no como medio de acceso al poder para luego destruirla. Sin democracia ya no hay oposición, y la que surja la combaten a tiros. "Hay que ocupar", repite Pablo Iglesias, para animar a los ocupas y aumentar el ejército de delincuentes. Para incrementar la violencia. No hubo nadie que les dijera nada, salvo VOX. Adiós a la propiedad privada y a la libertad que es consustancial a ella. A nuestra última propiedad que es nuestro propio cuerpo, que según ellos, y ya de niños, pertenece al estado, o sea a los directores comunistas. Para matar niños indefensos parece ser que no les llega con el aborto, o muerte del nasciturus. Y otra perla marca de la casa, la eutanasia, para concluir la vida. Pues es ésta y la libertad, la que toda esta gentuza, no soportan. A la persona viva y libre la quieren muerta, física y moralmente. Que no tenga vida ni libertad, o sea, propiedad alguna. Bien lo dice la Agenda 2030, "no tendrás nada y serás feliz". O sea, que no tendrás ni la vida. Que estarás dando ortigas. ¿Cabe mayor sarcasmo?

Todos los principios, raíces de nuestro ser, nuestro fundamento de estar aquí, nuestro pasado y presente, son eliminadas por los corruptos "progresistas", depravados y puteros socialistas que están ahí, como que sí, como que no, -ni perro dentro, ni perro fuera- nada más que chupando mariscadas y dinero, mamoneando, para dar paso al totalitarismo comunista absoluto, sin compasión y regado de terror y sangre, y donde se acaban bajo la cruel dictadura, las contemplaciones, todo el baile humano y negociación. 

Los socialistas son unos dictadores y enemigos de España, que ya destrozaron, y viven de la receptación, de tomar el dinero robado a los demás, según su propia administración. Reparten muy bien, pero solo entre ellos y quitándoselo a los demás, convencidos de que el dinero público no es de nadie, como asegura Carmen Calvo. Viven del caciquismo, del desfalco y el chantaje. Veamos los viejos sindicatos que ya estaban cuando la guerra. UGT y CC.OO. Puente entre el socialismo y el comunismo, si les hubiera ido mal el negocio, ya no lo mantendrían. El sindicato socialista, UGT, tiene 130 años. Ahora están comprados mejor que nunca, por el gobierno criminal, lo defienden a capa y espada, en vez de defender a los trabajadores, tras traicionarlos, y por lo que se hicieron sindicalistas. ¿Se puede conseguir mayor ejemplo de corrupción y robo que nace de este gobierno nauseabundo?

El social-comunismo, para mayor desgracia en el poder, como gobierno de coalición, ha atacado con sus leyes liberticidas y antinatura a nuestras vidas; ha acabado con la cultura de siempre, y las tradiciones, con nuestras ideas, referencias y sentimientos, para que puedan dominarnos a placer; para que puedan matarnos de hambre y torturas, que son los primeros resultados del comunismo. Ha cambiado el ambiente a peor en todos los órdenes. Han conseguido que sea normal lo que no lo es, como la corrupción y cualquier delito o pecado, en el que no creen. No ha quedado ni un solo rincón en el que no haya inyectado el virus venenoso de su mentira, ni hayan dejado en España piedra sobre piedra, con su toxicidad, como hacen con la memoria histórica demoliendo el patrimonio histórico cultural. Les falta derribar la gran cruz más grande del mundo en Cuelgamuros. Y no será por el empeño incesante. La sombra del mal es infinita. La sombra del mal ciega a demasiados tuertos ya fanatizados. No les falta gente que les vote, convencidos o no, y muchos con el simple deseo de que no gane la derecha.

Es sangrante la manipulación de las relaciones humanas, la de criminalizar a los hombres y excitar a las mujeres contra ellos. Como resultado vino un aumento de la violencia jamás conocido que ellos llaman de género. En el lenguaje son tan animales como en los actos. La violencia no tiene género. Habría que empezar porque estos iletrados sinvergüenzas, supieran lo que es "género", pero eso ya es harina de otro costal. Toda corrupción empieza por el lenguaje, y es aterrador oír en gente de derechas, el lenguaje de las izquierdas. Sangrante es también la manipulación y adoctrinamiento de nuestros menores. En programas de TV, series, dibujos animados y cuentos infantiles se les plantea de manera constante y sibilina que el valor del cuerpo, su genitalidad, no define nada. «Son» lo que sienten. Los sentimientos fluyen, varían. Hoy siento esto, mañana aquello. No hay nada firme. No hay verdad. Todo se relativiza constantemente. Si no hay nada estable, no tengo donde apoyarme. Si no tengo identidad, ¿Quién soy? Es mover los fundamentos de la persona para derribarla, el destierro al llevarla a otro medio, como arrancar un árbol y transponerlo donde pueda dejar de existir, bajo la tea del incendio de España por sus enemigos.

No surgirá una revolución violenta y armada, porque a los revolucionarios que la empezaron se les acabaría el chollo de vivir del cuento; de ese cuento contado por un idiota; tampoco estallará otra guerra civil, como la anterior, porque los que la empezaron quedaron bien escarmentados, al perderla. Esto no es seguro porque sólo los necios perseveran en sus errores, y después de tantos años les surgió un odio feroz que nadie entiende, salvo que sacan mucho dinero de él. También se puede crear una república de derechas, y no sería mala idea. ¿Por qué las repúblicas tienen que ser de izquierdas, sabiendo cómo terminan? Podían empezar la movilización los que están aguantando por mantener la paz, ya llevarían la ventaja de que el primero, da dos veces, pero eso es tan difícil como tocar con un dedo en el cielo. Son anti revolucionarios. Sólo ejercen el derecho del pataleo y expresan la verdad. Esa verdad que según George Orwell, dicha en una época de engaño universal, es un acto revolucionario.

Por eso los problemas nacionales, ya son internacionales. El globalismo, el NOM, (Nuevo Orden Mundial) es de extrema izquierda en carne viva, como el Grupo de Puebla, de la ciudad mexicana, es el comunismo total, enmascarado para engañar, el "mundo feliz" de Aldous Huxley. Iros con la patraña de vuestra novela al infierno. La broma de la globalización está en manos de los más poderosos del mundo, como es Xi Jinping, presidente de China, que es el primero del Foro de Davos. (Foro Económico Mundial, -FEM-) Se trata de crear el poder mundial en la sombra, de manera que no sepas quién te asesina, o al menos todo apunta a esos fines. Cuando se hizo presidente, y de qué manera, Pedro Sánchez, con el primero que se entrevistó y en secreto fue con el magnate George Soros, de la indicada camarilla. Es terrorífico pensar que el comunismo de China envuelva al mundo entero, y haya un solo gobierno mundial como pretenden. Eso es, el comunismo extendido a toda la tierra, sueño eterno de los comunistas. El nuevo orden, pues siempre le ponen el nombre de nuevo, o de progresista, o cualquier término engañoso, a todo lo que tocan. Ejemplo: "el hombre nuevo del marxismo". Y es nada más que un eslabón del sistema criminal, un robot, sin sentimientos, y memoria; sin entendimiento ni voluntad, o sea, sin alma. Ese es el hombre "nuevo" que venden, de cebo, como en todos los argumentos marxistas. O cuando llamaban, "nueva realidad", a la pos pandemia, después de traernos el virus letal comunista y gestionarlo mortalmente, sin compasión. Todo un engaño en el que tanta gente cae, como las moscas en la miel. Eso, simplemente no es el bien, ni la verdad; es nada más que el mal y la mentira.


"La forma inteligente de mantener a la gente en un estado de pasividad y obediencia es moverse siempre en el espectro de opiniones respetables, con enorme debate dentro de ese espectro, incluso animando a las personas más críticas y disidentes. De ese modo, la gente tiene la sensación de tener un pensamiento libre, mientras que, en realidad, sólo se refuerzan los preceptos del sistema dentro de los límites del debate acordados". Noam Chomsky

miércoles, 30 de marzo de 2022

LIBRO "LOS ARRIANOS DEL SIGLO IV": SENSUS FIDELIUM por JOHN HENRY NEWMAN


Los arrianos del siglo IV
John Henry Newman

En "Los arrianos del siglo IV", la primera investigación sistemática de envergadura publicada por Newman cuando aún era un joven clérigo anglicano, aborda la génesis, el desarrollo y consecuencias de la herejía arriana, la primera gran crisis de la Iglesia después de la época de las persecuciones. Aunque la obra se sitúa casi al inicio de la evolución del pensamiento de Newman, contiene algunas importantes intuiciones que el recientemente proclamado santo retomará en sus estudios posteriores.
Planteada inicialmente como una historia de los concilios, el autor terminó abordando, con un enfoque más teológico que histórico, la evolución del grupo arriano en el periodo anterior al Concilio de Nicea y la actividad de san Atanasio. A lo largo del texto Newman combina la exposición sistemática y la narración histórica, al tiempo que va estableciendo una analogía entre el siglo IV y la situación contemporánea a partir de los temas y personajes que trata, comparando en varios capítulos la Iglesia anglicana de su época y aquella de los primeros siglos.
En la reconstrucción histórica del arrianismo, destaca su aportación personal acerca del origen de la herejía en Antioquía, liberando así a la escuela de Alejandría de la acusación de ser en ella donde surgió. Sostiene también que el arrianismo estaba estrechamente relacionado con la escuela aristotélica de su época y, en especial, con los sofistas.

No te angusties por causa de los malos, 
ni envidies a los que obran maldades. 
Porque pronto serán segados como el heno, 
y se marchitarán como la hierba tierna. 
Tú confía en el Señor y obra el bien; 
vive en la tierra y de verdad recibirás tu alimento. 
Sal 37,1-3

PRESENTACIÓN

(...)
El libro fue publicado cuando era un joven clérigo anglicano y fellow del Oriel College. Puede considerarse como una fuente importante para conocer lo que su autor pensaba en esas fechas sobre la relación entre Sagrada Escritura, Tradición e Iglesia, y sobre el significado y los límites que atribuía a la disciplina arcani practicada por los cristianos durante los siglos III y IV.

Se trata de una obra mucho más teológica que histórica. Entre otras cuestiones, Newman quiere subrayar cómo la gran masa del pueblo cristiano del siglo IV se mantuvo fiel a la doctrina trinitaria ortodoxa, mientras que, al menos en ciertos momentos de la crisis arriana, la mayoría de los obispos no lo fueron. El autor ofrece asimismo una hipótesis propia sobre el origen del arrianismo que sitúa en un espacio antioqueno. A nivel estructural, el trabajo de Newman combina la exposición sistemática y la narración histórica, al tiempo que va estableciendo una analogía entre la época antigua y la moderna a partir de los temas y personajes que trata.

En el libro subyacen las preocupaciones eclesiales, políticas y sociales de Newman. Por aquel tiempo, la cuestión más importante para él era cómo evitar la liberalización de la Iglesia de Inglaterra tras la crisis surgida entre ella y el Estado en los años 1829-1832. Con el término liberales designaba a quienes consideraba que tenían como objetivo privar a la Iglesia anglicana de su forma y alterar su sistema de gobierno. No hacía referencia, por tanto, a la libertad política sino a quien negaba la validez de todo criterio para discernir entre diferentes ideas. Le preocupaba principalmente cómo esta corriente había afianzado el principio antidogmático y las consecuencias que ello acarreaba. Consideraba, a su vez, que los verdaderos principios eclesiásticos habían decaído. Juzgaba que el entonces obispo de Londres, Blomfield, se había empeñado durante años en deshacer la ortodoxia de la Iglesia, metiendo miembros del partido evangélico en puestos de influencia y confianza. Sospechaba, además, que la jerarquía estaba ajena a los problemas que asolaban a la Iglesia y no era consciente de la crisis que se avecinaba. A lo largo del libro y en diferentes capítulos, Newman comparará la Iglesia anglicana de su época y aquella de los primeros siglos. 

Consideraba que la confesionalidad del Estado estaba siendo perdida por los obispos como en el siglo IV cuando, ante el desafío arriano, la mayoría de ellos adoptaron actitudes temerosas e indolentes y se mantuvieron en segundo plano. Sugiere también que el liberalismo es una huella de la herejía de la iglesia primitiva. Introduce el término de manera explícita en el contexto patrístico estableciendo así las condiciones para que el lector interprete. Por ejemplo, acerca del prelado arriano Acadio dirá que instauró el principio del liberalismo en Constantinopla al condenar el credo de Nicea porque no contenía lenguaje bíblico. De manera similar, ve analogías entre Eusebio de Nicomedia y el partido reformista o designa al antiguo Eclecticismo como Neologismo o Liberalismo. Defiende, además, la disciplina arcani en contraste con las prácticas de la iglesia evangélica del siglo XIX.

Comparando liberalismo y antiguas herejías, Newman introducía el cristianismo antiguo en la vida: el pasado era utilizado por él para desenmascarar lo que veía como una amenaza presente al cristianismo. Por otro lado, el libro refleja también la importancia que Newman concedía a la enseñanza de los Padres pues consideraba que la Iglesia de Inglaterra estaba sustancialmente fundada en ellos. Su vasto conocimiento del pensamiento y las obras de los Padres se demuestra a lo largo de todo el libro. Para confirmar los hechos de los que habla, remite a textos patrísticos originales o se apoya en estudiosos de la Edad Moderna o en autores de la antigüedad tardía o bizantinos. Por ejemplo, introduce a los apologistas por medio de H. Dodwell y el Diálogo con Trifón mediante G. Bull. 

En la sección sobre la doctrina eclesiástica de la Trinidad antes de Nicea, las citas más frecuentes son las de G. Bull y D. Pétau. Su relato refleja así una inmersión simultánea en los comentaristas modernos y en las fuentes antiguas. Además, seguirá mucho las opiniones de los historiadores eclesiásticos del s. V: Sócrates (particularmente sobre las tesis de Arrio) y Sozomeno. De entre los Padres cita preferentemente a Atanasio, Tertuliano, Teodoreto y Crisóstomo. Tiene muy en cuenta a Orígenes, Dionisio de Alejandría y Juan Damasceno. Valora a los maestros alegoristas y los considera instructivos escritores de devoción. Sin embargo, considera irreverente el uso del lenguaje bíblico como mero recurso estilístico. 

Defiende el método alegórico, que considera casi inseparable de la disciplina arcani. En la reconstrucción histórica del arrianismo refleja visiones propias de su época. Destaca su aportación personal acerca del origen de la herejía en Antioquía, liberando así a la gran escuela de Alejandría de la acusación de que fue en ella donde surgió. Sostiene también que el arrianismo estaba estrechamente relacionado con la escuela aristotélica de la época y, especialmente, con los sofistas. Ve otra razón para el desarrollo del arrianismo en que el sistema tradicional recibido de los primeros tiempos de la Iglesia solo de manera parcial había sido expresado en fórmulas autoritativas. De ahí que por parte de algunos se pasase fácilmente a despreciar a sus antecesores más que a apoyarse en ellos y a considerar que las autoridades eclesiásticas de los tiempos antiguos eran gente ignorante. 

Concreta los orígenes del arrianismo en lo que denomina la secta ecléctica, aunque reconoce que el platonismo, y también el origenismo, se convirtieron en excusa y refugio de la herejía después de que fuera condenada por la Iglesia. Dedica además una sección a la cuestión de las posibles relaciones entre el sabelianismo y el arrianismo. Para Newman es obvio que los argumentos en los que se funda la herejía arriana no son de carácter escriturístico. Los arrianos tomaban de la Escritura solo lo suficiente para tener un fundamento sobre el cual erigir su sistema herético. Newman les acusa de pensar que la verdad se alcanzaba disputando y de asumir como axioma que no podía haber nada oculto en la doctrina de la Escritura acerca de Dios. 

En este punto, polemiza con los evangélicos que predicaban la conversión mediante una combinación de literalismo bíblico y llamadas al sentimiento. Considera que la doctrina cristiana no se ha conocido meramente a partir de la Escritura sino que, en su predicación y catequesis, la Iglesia enseñaba la verdad y luego apelaba a la Escritura para justificar su enseñanza. Afirma que, aunque no haya pruebas formales de la existencia y autoridad de la Tradición apostólica en los tiempos primitivos, es obvio que ésta hubo de existir. No distingue las traditiones apostolorum (toda clase de información miscelánea que pudiera remontarse a un Apóstol) y la Traditio ab Apostolis ad Ecclesiam (lo que la generación apostólica quiso trasmitir a la Iglesia como integrante del depósito revelado). Cuida de distinguir «entre la tradición que suplanta o corrompe los datos inspirados» —lo que originalmente pudo implicar una nota de polémica anticatólica— y la que, subordinándose a ellos, los corrobora e ilustra. 

Finalmente, cabe destacar otra interesante cuestión que aborda Newman a nivel doctrinal. Se encuentra recogida en la primera sección del capítulo II y está referida al principio por el que se forman y se imponen los credos. En dicha sección, indica cómo Arrio comenzó exponiendo preguntas y proponiéndolas en público como tema de debate y al punto se juntaron multitudes de controversistas. Explica que, en esta situación, los dirigentes de la Iglesia se vieron obligados a discutir las cuestiones controvertidas a fondo y anunciar públicamente su resolución. Por ello se hizo inevitable llegar a un sistema de doctrina que se construye a partir de los datos inspirados acerca de Dios hasta llegar a una afirmación no precisamente lógica, pero sí coherente. 

La expresión intelectual de la verdad teológica no solo ha de excluir la herejía, sino que positivamente ha de ayudar a los actos de adoración y de obediencia religiosa. Estamos, por tanto, ante una obra correspondiente a un período inicial en la evolución del pensamiento de su autor. No obstante, Los arrianos del siglo IV contiene profundas ideas e intuiciones que Newman retomará años más tarde a partir de estudios posteriores.


El libro, que puede en ocasiones detenerse en cuestiones que podrían parecer alejadas de los problemas actuales, está trufado de pequeñas joyas como ésta: “Que el mero estudio privado de la Escritura no es suficiente para llegar a la verdad exacta y completa que en ella realmente se contiene se muestra en el hecho de que Dios ha provisto siempre de credos y de maestros”. Y hablando de la secta ecléctica, que pretendía recoger los mejores aportes de los diferentes sistemas filosóficos y fundirlos en una doctrina, y que corrompió a algunos cristianos, Newman no duda en detectar en ella el mismo impulso del liberalismo teológico de su época que se mantiene tan vivo hoy en día y del que escribe que es una “herejía que se ha mostrado, más que ninguna otra, ansiosa de mantenerse oculta bajo las apariencias de la religión auténtica, guardando las formas del cristianismo mientras destruye su espíritu”. Aparece también como algo muy actual una de las tácticas de Arrio: “recurrir a una explicación figurativa para quitar toda fuerza a las más claras declaraciones de la Biblia”.

Los arrianos actúan en unas iglesias que algunos contemporáneos ortodoxos describen con tonos bastante negativos (hundiendo así el mito de una iglesia pura de los primeros siglos que sería corrompida después por el “constatinismo”): “todos tienen gran concepto de sí mismos; todos tienen pretensiones de sabios”. Como curiosidad también señala Newman que Arrio era seguido con entusiasmo por hasta setecientas mujeres, “las cuales recorrían Alejandría para promover su causa”. Y que no se me enfaden los médicos, pero cuenta Newman que “las escuelas de medicina estaban en esa época infectadas de arrianismo”.

Otra joya de Newman que ni pintada para los tiempos que vivimos: “Si la Iglesia ha de tener fuerza e influencia, ha de expresar su doctrina en un lenguaje decidido y claro,… La pretensión de acoger opiniones diversas, por bien intencionada que a menudo pueda ser, implica confundir las fórmulas verbales que solo existen en el papel con la realidad de los hábitos mentales”. Y advierte de las fórmulas vagas en las que se creía que se podía conseguir un consenso que contentase a todos, sabelianos, ortodoxos, arrianos…: “hay que admitir, pues, que no hay dos opiniones tan contrarias entre sí que no permitan hallar alguna fórmula verbal lo suficientemente vaga que las incluya a ambas”.

Como no podía ser de otra manera, Newman dedica una importante parte de la obra al Concilio de Nicea, sus prolegómenos, desarrollo y consecuencias. Cómo se demoró por la actitud de diversos pastores que querían evitar un enfrentamiento abierto con Arrio que, preveían, desgarraría a la Iglesia. En palabras de Newman, “el daño que se produjo con esta inoportuna mansedumbre llegó a ser considerable”. Los debates terminológicos, las trampas y dobleces, los cálculos, la ignorancia… todo esto aflora en Nicea, pero también la expresión de la verdad católica con fuerza y claridad. Aparece también algo que va a ser elemento clave tanto aquí como en el auge del semiarrianismo y en la “segunda ola”, por decirlo con términos de actualidad, del arrianismo: el papel, importantísimo, de los emperadores en la pervivencia y auge de la herejía. Empezando por el mismo Constantino, muy influido por Eusebio, que según Newman “ha de ser tenido como la verdadera cabeza del partido herético”, y seguido por algunos de sus hijos con mayor intensidad, especialmente por Constancio. Y es que si el edicto de Milán tuvo consecuencias indiscutiblemente beneficiosas para la Iglesia, aparece aquí ya con claridad la intromisión del poder político en los asuntos de la Iglesia, en ocasiones con buena intención, pero las más de las veces favoreciendo gustos, caprichos y una concordia irenista que dañó mucho a la Iglesia y que fue combatida por los católicos ortodoxos, empezando por Atanasio, que “mantenían los principios de la unidad eclesiástica contra aquellos que estaban dispuestos a sacrificar la verdad en aras de la paz”. Sin las intromisiones de los emperadores y la influencia de la corte, la herejía arriana hubiera tenido un recorrido mucho más limitado.

También nos presenta esta obra la apasionante vida de san Atanasio (de quien Newman da unas pinceladas que saben a poco), de Alejandría a la Galia y de ahí a Mesopotamia, amenazado y perseguido, pero siempre un gigante de la fe que supo combinar determinación en la defensa de la ortodoxia con flexibilidad a la hora, por ejemplo, de aceptar a los arrepentidos (algo en lo que falló uno de los pocos apoyos de Atanasio en el nefasto concilio de Milán, el obispo de Cagliari, Lucifer). Y es que, explica Newman, “muchos habían sido inducidos a aceptar las opiniones arrianas sin haberlas comprendido y sin consecuencias prácticas. Esto es lo que sucedía sobre todo en Occidente, donde, en lugar de a las falaces sutilezas que la lengua latina difícilmente toleraba, se había recurrido a amenazas y malos tratos”.

Ya ven que el libro y la temática abordada quizás no son fáciles, pero sí son apasionantes y dará mucho que pensar a cualquier lector con un mínimo de formación previa.


"Hay tres magisterios en la iglesia: 
los obispos, los teólogos y el pueblo". beato John Henry Newman

En la constitución sobre la Iglesia se hace una afirmación importante en el parágrafo que trata de la participación de los fieles en la función profética de Cristo; se trata de una descripción del sensus fidei: «La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf 1 Jn 2,20.27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando, "desde los obispos hasta los últimos fieles laicos" (AGUSTÍN, De praed. sanct., 14,27), presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente a la fe confiada de una vez para siempre a los santos (Jds 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado magisterio, sometiéndose al cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf I Tes 2,13)» (LG 12; cf 35 en el contexto del oficio profético de los laicos). 

Los verbos que se usan son importantes: el sentido de la fe es suscitado y mantenido (excitatur y sustentatur) por el Espíritu; es guiado en todo por el sagrado magisterio (sub ductu sacri magisterii); el pueblo acepta (accipit) la palabra de Dios y se adhiere a ella (adhaeret), penetra en ella (penetrar) y la aplica (applicat) a la vida. Se asigna un papel claro al magisterio, pero en este pasaje se considera que todos los miembros de la Iglesia pueden enseñar y todos deben aprender; en el capítulo 2, titulado "El pueblo de Dios" (no Los laicos), no hay lugar para una división dentro de la Iglesia entre una jerarquía encargada de enseñar y unos laicos cuya misión consiste sólo en escuchar, aunque más adelante se habla detenidamente del ministerio doctrinal particular de la jerarquía (LG 25). Como testimonia la tradición primitiva, todos a su modo pueden enseñar y aprender. Al recibir esta enseñanza conciliar, el Código de Derecho canónico (Can. 750) la ha atenuado hasta el punto de distorsionarla.

Un ingrediente nuevo de finales del siglo XIX y el siglo XX es el papel asumido por el >magisterio romano. En épocas anteriores las declaraciones conciliares y papales venían, por lo común después de una crisis, al final de un proceso. Ahora, en cambio, el magisterio brinda espontáneamente su enseñanza. Un problema agudo que se plantea es cómo lo recibe la Iglesia (Recepción) y hasta qué punto está abierto a examen y crítica.

El sentido de la fe (el sensus fidei de LG 12) es evidentemente crucial en el >desarrollo doctrinal, que revela al final el sentido de la fe o consenso en torno a una determinada verdad. Pero sigue siendo una cuestión difícil el determinar los criterios para establecer este sensus fidelium. No puede ser cuestión de mayoría en una votación ni de una apelación vaga a la opinión pública. Algunos criterios son: la conciencia de que todos están guiados por el Espíritu; los elementos prácticos e intelectuales implicados; la actividad de los laicos y del magisterio en la búsqueda de la verdad; la necesidad de un diálogo y una crítica abiertos, así como de una comunicación adecuada; la necesidad de un discernimiento que tenga lugar dentro de un espíritu de koinónia; el examen de las posturas de los que se consideran equivocados con el fin de detectar los posibles valores encerrados en sus falsas posiciones.

Aunque la Iglesia católica ha desarrollado cada vez más en los últimos siglos instancias institucionales y centralizadas para la defensa de la ortodoxia, pueden aprenderse algunas lecciones de las otras Iglesias. Estas muestran que se puede confiar en la Escritura, la liturgia, las fórmulas de fe, los diálogos y las asambleas para que los fieles permanezcan en la verdad. Por último, hace falta paciencia, porque la fe, como todo lo que está vivo, crece, pero pasa también por momentos de aparente declive. 

La esperanza y el valor hacen falta especialmente cuando parece que multitud de dificultades bloquean la recepción de la verdad o dificultan la obtención de la misma, de modo que da la impresión de que la Iglesia carece durante algún tiempo de respuesta definitiva a ciertos problemas urgentes, o sus respuestas parecen parciales. 
El peligro en tales circunstancias es pensar que sólo los profesionales (el magisterio y los teólogos) están en condiciones de encontrar y ofrecer la respuesta; el Espíritu puede estar guiando a otros miembros del pueblo de Dios hacia nuevas concepciones y visiones más profundas que enriquezcan luego a la Iglesia en su conjunto. En todos ha de haber el deseo de pensar y sentir con la Iglesia (sentire cum Ecclesia) en el sentido ignaciano de un marco mental habitual (sentido) de lealtad y amor (Ignacio de Loyola; Amor a la Iglesia).
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“Hablar para lograr aplausos; hablar para decir lo que los hombres quieren escuchar; hablar para obedecer a la dictadura de las opiniones comunes, se considera como una especie de prostitución de la palabra y del alma. La ‘castidad’ a la que alude el apóstol san Pedro significa no someterse a esas condiciones, no buscar los aplausos, sino la obediencia a la verdad”. (Benedicto XVI) “Donde Dios es excluido entra en su lugar la ley de la organización criminal, no importa si ello sucede de forma desvergonzada o atenuada. Esto empieza a ser patente allí donde la eliminación organizada de personas inocentes -aún no nacidas- se reviste de una apariencia de derecho, por tener a su favor la cobertura del interés de la mayoría”. (Card. Joseph Ratzinger) *VER: (“Poder global y religión universal” (J.C.Sanahuja)

Recordando las palabras de Juan Pablo II en la encíclica Evangelium vitae: 

“Los falsos profetas y los falsos maestros han logrado el mayor éxito posible”, refiriéndose a lo que llamaba una “verdadera conjura contra la verdad”.

En el mismo texto, agregué que de la colonización ideológica del Nuevo Orden, no escapan sectores del cristianismo. 
El compromiso con la verdad no es lo que prevalece en algunas estructuras de tradición cristiana: el miedo a ser tildados de fundamentalistas, la ambigüedad cómplice de la que se saca indigno provecho, la aceptación rendida de los falsos valores de la modernidad:
el éxito, la popularidad, la excelencia..., han provocado en algunos una verdadera apostasía material de la Fe en Jesucristo. Parecería que para ellos ya no hay principios inmutables que en conciencia no se puede ni ceder ni conceder. Como dice Spaemann, se ha impuesto una “nueva ética que juzga las acciones como parte de una estrategia. 

La acción moral va a ser entonces una acción estratégica. Esta forma de pensar, que en un principio se denominaba corrientemente ‘utilitarismo’, tiene su origen en el pensamiento político”, y lleva a caer en el consecuencialismo moral. 
El diálogo se convierte en dialoguismo, en el que se concede lo innegociable, y con la excusa de descubrir lo positivo en las distintas manifestaciones sociales y culturales inficionadas de paganismo, no se resisten a ninguna de sus exigencias abusivas, cohonestan el error, ocultan su fe, no demuestran con obras que son cristianos, y con frecuencia se muestran más amigos del enemigo de Dios que de sus hermanos en la fe.

La crisis de la Iglesia es grave, tengo la impresión de que a nadie se le ocultará que el cataclismo social que afecta al respeto a la vida humana y a la familia tiene esa triste situación como causa. Michel Schooyans afirma sin ningún reparo que, el Nuevo Orden Mundial, “desde el punto de vista cristiano, es el peligro más grande que amenaza a la Iglesia desde la crisis arriana del siglo IV”, cuando con palabras que se atribuyen a San Jerónimo, el mundo se durmió cristiano y despertó con un gemido, sabiéndose arriano.
No sin dolor escribí algunas de estas páginas. No sirve el consuelo banal y pusilánime de decir ya pasará, el péndulo de la historia volverá a equilibrarse,
porque mientras tanto, se dan situaciones que ponen en peligro la fe de muchos.

Como comenta Benedicto XVI, tomando “las palabras de la primera carta de san Pedro, en el primer capítulo, versículo 22. En latín dice así: ‘Castificantes animas nostras in oboedientia veritatis’. La obediencia a la verdad debería hacer casta (‘castificare’) nuestra alma, guiándonos así a la palabra correcta, a la acción correcta. Dicho de otra manera, hablar para lograr aplausos; hablar para decir lo que los hombres quieren escuchar; hablar para obedecer a la dictadura de las opiniones comunes, se considera como una especie de prostitución de la palabra y del alma. La ‘castidad’ a la que alude el apóstol san Pedro significa no someterse a esas condiciones, no buscar los aplausos, sino la obediencia a la verdad1

Benedicto XVI propuso recientemente el ejemplo de San Juan Leonardi, sintetizándolo en “tender constantemente a la ‘medida elevada de la vida cristiana’ que es la santidad” porque “sólo de la fidelidad a Cristo puede surgir la auténtica renovación eclesial”. San Juan Leonardi vivió en los años en que empezó a perfilarse el pensamiento moderno “que ha producido entre sus efectos negativos la marginación de Dios, con el espejismo de una posible y total autonomía del hombre que elige vivir ‘como si Dios no existiera’. Es la crisis del pensamiento moderno, que varias veces he puesto de relieve y que desemboca frecuentemente en formas de relativismo. San Juan Leonardi intuyó cuál era la verdadera medicina para estos males espirituales y la sintetizó en la expresión: ‘Cristo ante todo’, Cristo en el centro del corazón, en el centro de la historia y del cosmos. (…) 

En diversas circunstancias recalcó que el encuentro vivo con Cristo se realiza en su Iglesia, santa pero frágil, enraizada en la historia y en su evolución a veces oscura, donde trigo y cizaña crecen juntos (cf. Mt 13, 30), pero que es siempre Sacramento de salvación. Con la lúcida conciencia de que la Iglesia es el campo de Dios (cf. Mt 13, 24), no se escandalizó de sus debilidades humanas. Para contrarrestar la cizaña, optó por ser buen trigo: decidió amar a Cristo en la Iglesia y contribuir a hacerla cada vez más signo transparente de Él.”2

Al trastabilleo de muchos católicos se suma la dictadura de lo políticamente correcto, mucho más sutil que las conocidas hasta ahora, la cual pretende la complicidad de la religión, una religión que a su vez no puede intervenir ni en la forma de conducta ni en el modo de pensar. La nueva dictadura corrompe y envenena las conciencias individuales, y falsifica casi todas las esferas de la existencia humana. 

La sociedad y el estado han excluido a Dios y “donde Dios es excluido entra en su lugar la ley de la organización criminal, no importa si ello sucede de forma desvergonzada o atenuada. Esto empieza a ser patente allí donde la eliminación organizada de personas inocentes -aún no nacidas- se reviste de una apariencia de derecho, por tener a su favor la cobertura del interés de la mayoría” Este camino no será fácil, ni seguro: 
“En un mundo en el que la mentira es poderosa, la verdad se paga con el sufrimiento. Quien quiera evitar el sufrimiento, mantenerlo lejos de sí, mantiene lejos la vida misma y su grandeza; no puede ser servidor de la verdad, y así servidor de la fe” 4

Para ese servicio a la fe contamos con la gracia proporcionada a las circunstancias en las que Dios nos ha puesto: 
“No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios esté presente, hacer que Dios sea grande en nuestra vida; (…) Es importante que Dios sea grande entre nosotros, en la vida pública y en la vida privada. En la vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejemplo, mediante la cruz en los edificios públicos….”5

Desde que leí esta afirmación me llamó la atención que el Santo Padre concretara en este punto el testimonio público de los católicos, ¿no será que acomplejados o cobardes, estaremos omitiendo deberes elementales con la excusa del pluralismo y la apertura? Son muy poderosos los enemigos con que nos enfrentamos, irremediable el sufrimiento por la verdad, inevitable también la persecución de los buenos y a la vez impostergable la necesidad de testimonio personal y social, individual y colectivo que como cristianos se nos exige6

Por eso, hoy más que nunca debemos responder en conciencia ante Jesucristo, participando en su oración y en su Cruz, con la guía del Magisterio de la Iglesia: Ubi Petrus, ibi Ecclesia, ibi Deus. Busquemos ser buenos discípulos de Nuestro Señor, sin dar cabida a la tentación de la impaciencia, de procurar inmediatamente el gran éxito, de buscar los grandes números, dejándole a Él el cuándo y el cómo del fruto nuestro trabajo7
______________________

1 Cfr. Benedicto XVI, Homilía durante la misa con los miembros de la comisión teológica internacional, 06-10-06. 
2 Cfr. Benedicto XVI, Audiencia General, 07-10-09 
3 Cfr. Ratzinger, J., Iglesia y Modernidad, Ed. Paulinas, Buenos Aires 1992, p. 115 
4 Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la inauguración del año paulino, 28-VI-2008. 
5 Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Solemnidad de la Asunción, 15-08-2005. 
6 Recordemos que en vísperas de la Conferencia de El Cairo, Juan Pablo II nos invitó a acudir a San Miguel Arcángel con la oración que “el Papa León XIII introdujo en toda la Iglesia (…) para obtener ayuda en esta batalla contra las fuerzas de las tinieblas” (Juan Pablo II, 17-04- 1994 y 29-04-1994). En 1982 hacía referencia al misterio de iniquidad en la Homilía en Cracovia (18-08-02): “El hombre de hoy vive como si Dios no existiese y por ello se coloca a sí mismo en el puesto de Dios, se apodera del derecho del Creador de interferir en el misterio de la vida humana y esto quiere decir que aspira a decidir mediante manipulación genética en la vida del hombre y a determinar los límites de la muerte. Rechazando las leyes divinas y los principios morales atenta abiertamente contra la familia. Intenta de muchas maneras hacer callar la voz de Dios en el corazón de los hombres; quiere hacer de Dios el gran ausente de la cultura y de la conciencia de los pueblos. El misterio de la iniquidad continúa marcando la realidad de este mundo”. 
7 Vid. Ratzinger, J., La nueva evangelización: construcción de la civilización del amor, 12-12-00. 

El "sensus fidei fidelium". P. Javier Olivera Ravasi, SE

lunes, 28 de marzo de 2022

"LA ESPAÑA BORREGUIL" por AREX HUTCH

LA ESPAÑA BORREGUIL
De Arex Hutch

NO HAY SER MAS NECIO que el que quiere retorcer la realidad u ocultarla. ESPAÑA es un país totalmente ANORMAL, gobernado por gente ANORMAL del PP-PSOE durante 40 años.

El ÚNICO país del mundo donde se PROHÍBE a los niños españoles estudiar en Español en España.

El ÚNICO país del mundo donde la policía y la justicia PROTEGE a Okupas, ladrones y asesinos y desprotege a sus victimas.

El ÚNICO país del mundo donde se encarcela a dos ancianos por no haberse dejado asesinar por los ladrones que entraron en sus domicilios.

El ÚNICO país del mundo donde se subvenciona a toda persona, organización y partido que atente contra la UNIDAD nacional.

El ÚNICO país del mundo donde se indulta a GOLPISTAS que juran volver a reincidir.

El ÚNICO país del mundo gobernado por una ministra tan zafia y barriobajera que llama «Piropo precioso» a la frase «tienes un coño como una mesa».

El ÚNICO país del mundo donde se homenajea a los asesinos de policías y militares y a estos se les entierra por la puerta de atrás.

El ÚNICO país del mundo donde la derecha REGALA TODOS los medios de comunicación públicos y privados a la izquierda para imponer el PENSAMIENTO ÚNICO SOCIALISTA.

El ÚNICO país del mundo donde las violaciones y asaltos de españolas por marroquíes se ocultan y son consideradas cosas de chiquillos.

El ÚNICO país del mundo donde los golpistas y nazionalistas tienen IMPUNIDAD para saltarse las leyes constitucionales, mientras el resto de españoles estamos obligados a cumplirlas.

El ÚNICO país del mundo donde el REY firma indultos en contra del criterio del TRIBUNAL SUPREMO.

En fin, la lista es interminable y es señal de que NO PODEMOS CAER MÁS BAJO.



domingo, 27 de marzo de 2022

💥 «SI VIS PACEM, PARA BELLUM» 💥

«Si vis pacem, para bellum»
Anonadado, ojiplático, estupefacto y desconcertado: así debería quedar usted tras enterarse de que la Comisión de Salud Pública decidió ayer que los casos confirmados de COVID19 con síntomas leves no realizarán aislamiento a la par que se mantienen otras medidas
Anonadado, ojiplático, estupefacto y desconcertado: así debería quedar usted tras enterarse de que la Comisión de Salud Pública decidió ayer que los casos confirmados de COVID19 con síntomas leves no realizarán aislamiento a la par que se mantienen otras medidas.
Durante los dos últimos años usted ha sido aislado de su entorno social, maltratado psicológicamente a través de los medios de comunicación, coaccionado para administrarse un fármaco con una tecnología nunca antes probada en humanos y ha sido económicamente arruinado. Así: tal cual, sin matices.

Me estoy dirigiendo concretamente a usted que me está leyendo: ¡mírese!; ¿recuerda cómo era su vida?, ¿recuerda cuáles eran sus preocupaciones?, ¿recuerda sus sueños?, ¿recuerda sus aficiones?, ¿recuerda qué tan amplio era su círculo social?, ¿recuerda cómo se relacionaba con los demás?
Dos años de distopía es tiempo suficiente para que usted haya sido completamente alienado: su personalidad ha cambiado, usted ha sido condicionado por limitaciones impuestas que han propiciado cambios en su entorno social, económico y cultural. ¿Cree que ya está acabando lo peor?
Usted ha aceptado, y sigue aceptando, todos estos cambios nocivos para usted y para todos de forma sumisa. Usted sigue tragando con la vulneración flagrante de sus derechos más básicos y elementales. Usted sigue aceptando decisiones políticas arbitrarias, dañinas, esperpénticas e injustificables; una detrás de otra, sin un mínimo de crítica, sin ninguna reacción o reflexión. ¿Y cree, de verdad, que lo peor ha pasado?

Unos cuantos políticos, a los que no se les ha exigido ninguna formación ni bagaje para ostentar sus cargos, se reunieron ayer y decidieron eliminar la obligatoriedad de los aislamientos para las personas con infección confirmada de SARS-CoV-2 que cursen con enfermedad leve o que no estén enfermos (los llamados asintomáticos) a partir del próximo lunes 28 de marzo.
A estas alturas y teniendo un mínimo de sentido común, usted sabrá que la primera medida cautelar ante una enfermedad infecto-contagiosa es la de aislar a los enfermos ¿verdad?. Entonces, siendo la primera medida que hay que tomar para evitar nuevos contagios, ¿no debería ser también la última medida en ser retirada? No lo piense mucho: la respuesta es sí.

Sin embargo, en la práctica, el sentido común no se aplica: total, ¿para qué? ¡si usted traga!:

En la práctica, su hijo sano deberá seguir llevando la mascarilla en el colegio o en el instituto rodeado de otros niños sanos. Y usted traga.
En la práctica, usted, que está sano, deberá seguir utilizando el cubrebocas en el gimnasio mientras hace deporte. Y traga.
En la práctica, una persona con Certificado COVID podrá viajar estando infectado, mientras que una persona sana y no infectada no podrá hacerlo si no se ha pinchado o tan sólo por haber rechazado la última dosis. Y usted traga.
En la práctica, usted deberá mantener su cara tapada en el cine, en el teatro o en un concierto con, al menos, un trapo de tela o una mascarilla reutilizada durante días. ¿Por qué? Pues no lo sé, pero usted traga.

Quizá podría llegar usted a pensar que, si se eliminan los aislamientos de las personas infectadas, sería previsible que el número de contagios aumentará o, incluso, pudiera llegar a dispararse. ¡No se preocupe, hombre!. Eso no va a pasar. ¿Sabe por qué?. Porque estos mismos políticos decidieron en esa misma reunión de ayer que las pruebas diagnósticas ya no se harán con carácter general: sólo se realizarán para casos graves de COVID19, mayores de 60, inmunodeprimidos, embarazadas y personal sanitario o sociosanitario. ¿Ve qué fácil? Si no hacemos pruebas, no detectamos “casos”, y si no encontramos los “casos”, la incidencia no sube: jugada maestra.
Usted ha sido sistemáticamente adaptado y acostumbrado al terror, a los toques de queda, a los confinamientos, a la pérdida de derechos, a la ruina económica y a la muerte: está tan acostumbrado a todo esto que ahora nuestros políticos han decidido cambiar el caballo bayo por el caballo rojo, es decir, que toca guerra. ¿Cuál ha sido su reacción? Que usted traga. Se le podrán, quizá, atribuir muchos defectos; pero no el de imprevisible.

Ante las tamañas tragaderas que usted tiene casi me da reparo hasta insinuarlo, pero me veo en la obligación moral de hacer esto directamente ante el caos y la ruina a la que nos están llevando, de tal modo que ¿le puedo pedir un favor?: Apague la televisión, piense en todo lo que ha pasado, observe las incongruencias, detecte las mentiras, deje de tragar y trate de impedir que se genere un nuevo orden mundial en el que todos nos convirtamos en esclavos o en carne de cañón. Defiéndase directamente de aquellos que tratan de convertirnos en eso. No están lejos, no están en un país remoto: los tenemos aquí, nos están destrozando la vida y todo indica, a la vista de las decisiones que toman en todos los ámbitos, que no cesarán en su empeño de empeorar aún más la situación.

Así que ya sabe, piense, reflexione y «si vis pacem, para bellum».

* Médico de atención primaria, 
regresó de Berlin en marzo de 2020 
y desde entonces ha ejercido su trabajo en España 
como sanitario de primera línea contra COVID19.


VER+:





sábado, 26 de marzo de 2022

LA DESCONFIANZA EN EL PRÓJIMO NO ES CRISTIANA NI ACOGEDORA 👥



Desconfianza

"El que tiene miedo de hacer el primo, 
corre el riesgo de no ejercer como hermano"

La desconfianza es lo opuesto a la confianza. Es la raíz de la incredulidad hacia Dios. No confiamos en su voluntad, es decir, que los motivos que hay detrás de sus acciones, son siempre amor. Tal actitud provoca la ira de Dios, quien sólo planea el amor para sus hijos. Podemos ver esto cuando observamos a los israelitas en el desierto. Ellos no confiaron en Dios y afirmaron que morirían por el hecho de que Él los estaba dirigiendo a través del desierto. Esta conducta provocó tanto la ira de Dios que Él dijo: "¿Hasta cuándo va a seguir menospreciándome este pueblo? ¿Hasta cuándo van a seguir dudando de mí a pesar de los milagros que he hecho entre ellos?" (Números 14: 11).

Desconfiar de Dios significa que tenemos una imagen falsa de Él en nuestros corazones. Le atribuimos a Dios malas intenciones porque tenemos nosotros tales propósitos en nuestros corazones. Cuando desconfiamos de Dios, descubrimos que Él nos trata de la misma forma que trató al pueblo de Israel en el desierto: "Yo, el Señor, juro por mi vida que voy a hacer que les suceda a ustedes lo mismo que les he oído decir" (Números 14: 28). Dios permitirá que experimentemos lo que hemos pensado o dicho con desconfianza, por ejemplo, que Dios nos olvida, que el modo como está dirigiendo es difícil y no recibiremos ayuda. Descubrimos que Él nos trata tal como pensamos que lo haría. Cualquiera que piense que Dios tiene malas intenciones, experimentará males. Ese es su juicio contra nuestra desconfianza aquí en la tierra, ¡y cuán grande será este juicio en la eternidad!

Detrás de todo pensamiento de desconfianza, aún hacia otras personas, hay algo serio, una acusación que no se expresa con palabras. Pensamos que la otra persona no tiene en mente los mejores intereses; no quiere que tengamos nada bueno. Este veneno de la desconfianza destruye la relación de confianza con nuestro Padre Celestial y también con nuestro prójimo. Porque, si desconfiamos del amor y de la sabiduría de Dios, sin que lo hagamos intencionalmente, entraremos en la misma actitud de desconfianza y de prejuicio hacia nuestros semejantes y seremos culpables con ellos. Esta culpa nos acusará ante el tribunal de Dios, si no la sacamos a la luz, nos arrepentimos y recibimos el perdón por medio de la sangre de Jesús.

Pero si somos desconfiados hacia nuestros semejantes, seremos juzgados en nuestra vida cotidiana. Porque al destruirse la relación de confianza, ya no recibimos las cosas buenas que, de otro modo, nos hubieran dado. De esta manera llegamos a ser infelices. Esta es la consecuencia del pecado.

La desconfianza nos separa de Dios y del hombre y envenena nuestra vida. Por esta razón debemos apartarnos de este pecado. Pero esa no es la única razón. Nuestras cortas vidas sobre la tierra son una preparación para la eternidad. Si somos desconfiados, ¿cómo podremos quedar de pie ante Dios? Sabemos que la desconfianza fue una de las razones por las cuales Adán y Eva fueron echados del huerto de Edén. Ellos pensaron que Dios quería retenerles algo bueno. Esta desconfianza fue avivada por Satanás, la serpiente. Así que el hombre se rindió a la tentación y cayó bajo el dominio del príncipe de este mundo. La desconfianza nos lleva a estar sometidos al poder del enemigo. Los desconfiados ponen su confianza en Satanás, en vez de ponerla en Dios; oyen la voz seductora del maligno.

Este pecado requiere una conversión radical. No podemos seguir escuchando esta voz del acusador, que quiere sembrar el veneno de la desconfianza en nuestros corazones, o que ya lo ha hecho. Nos sugiere que Dios nos está reteniendo las mejores cosas. Tenemos que odiar la desconfianza como al mismo diablo y comenzar a pelear la batalla hasta el punto de derramar sangre, si no queremos llegar a ser propiedad del enemigo. En la lucha contra la desconfianza, primero debemos conocer la raíz de nuestra desconfianza en Dios, la cual se manifiesta normalmente en la relación con nuestro prójimo. Esa es una preocupación excesiva de nuestro ego. ¿Recibimos lo que merecemos? ¿Seremos suficientemente amados y respetados?

Esa es la razón por la cual desconfiamos de la dirección de Dios. Por eso sospechamos de nuestro prójimo. Siempre pensamos que estamos en peligro de ser “aprovechados”, o de que se digan cosas negativas acerca de nosotros, o de no ser objetos del amor o del respeto que pensamos que merecemos. Por esta razón, la persona desconfiada imagina que aquellos que tienen apariencia de ser amigos, en realidad están contra ella. El desconfiado siempre supone que los otros tienen dobles intenciones. De este modo no puede ser feliz. Pero por ello él no sólo amarga su propia vida sino también la de su prójimo y llega a ser culpable ante él, porque desconfía de los que le dicen y hacen el bien. Y cada vez que surge un mal entendido, inmediatamente supone una mala intención. La desconfianza impide que se aten los lazos de amor, porque el amor todo lo cree y no piensa mal de su prójimo, y aún corre el riesgo de ser decepcionado.

Como el egoísmo nutre la desconfianza, es muy importante, si queremos ser liberados de este pecado, hacer un compromiso serio como el siguiente: “No quiero ser respetado por ciertas personas, ni quiero ser popular, Señor, acepta hoy mi compromiso. No quiero preocuparme en cuanto a si obtengo lo suficiente o no; no quiero estar envuelto en mí mismo. Quiero confiar en que Tú no dejarás que me suceda nada que no sea para mi bien. Siempre quiero pensar lo mejor de mi prójimo y no dejar lugar a ningún pensamiento de desconfianza…” Luego debemos ir y buscar la forma de llevar amor y confianza a aquellos de quienes hemos dudado. Eso nos ayudará; porque sí damos amor a otros, ya no podremos centrarnos en nosotros mismos.

Pero experimentaremos algunas derrotas en nuestra vida de fe, por el hecho de que este veneno de la desconfianza es muy fuerte en nuestra sangre. No será fácil deshacernos de nuestros pensamientos. Sólo hay una medicina que nos ayudará: la sangre de Jesús. Debemos reclamar su efecto sobre nosotros y contar con el hecho de que Su amor confiado obrará por dentro nuestro. Jesús fue constantemente decepcionado por sus discípulos, sin embargo, confió en ellos hasta el fin. Después de que ellos lo abandonaron tan deshonradamente en su Pasión, Él volvió a confiar en ellos después de su resurrección. Él les permitió seguir siendo sus discípulos e incluso les dio nuevas comisiones. Él logró la victoria de este amor confiado para nosotros aunque le costó mucho. Él quiere garantizarnos este amor que nos permite confiar en Dios y en el hombre.

Pensemos en lo que hizo nuestro Padre celestial. El amor para Sus hijos fue tan inconcebiblemente grande que no sólo entregó a Su Hijo, sino que aún lo entregó a los pecadores, los cuales lo maltrataron, lo ridiculizaron y lo crucificaron como un criminal. Todo esto lo hizo para salvarnos y hacernos felices. Tenemos que decirnos; “Así es mi Padre celestial. Él sólo tiene pensamientos de amor y paz para mí, pues Él me ha probado Su amor”. Por tanto debemos avergonzarnos y pedirle concedernos un espíritu de arrepentimiento muy profundo por haber herido al amoroso corazón de Dios con nuestra desconfianza. Renunciemos a la desconfianza, a Satanás y a sus malas obras, porque él sólo quiere llevarnos al infortunio tanto aquí como en la eternidad. Cada vez que tengamos pensamientos de desconfianza, debemos decir: “En el nombre de Jesús, y por el poder de Su sangre redentora, apártense de mí, no quiero nada que tenga que ver con Satanás y sus pensamientos seductores. Yo pertenezco a Jesús, quien ganó para mí una confianza de niño en el amor del Padre”.

Si seguimos este camino, seremos libres del pecado de la desconfianza, así como es cierto que Jesús nos redimió de todo pecado en el Calvario.

Imagínese la siguiente situación. Usted ha robado dinero junto con un cómplice y la policía le ofrece un trato. Si denuncia a su compinche y él no le delata, usted saldrá libre y a su colaborador le caerán diez años de reclusión. Por supuesto, puede ser que a él también se le ocurra denunciarle: en ese caso, compartirían el castigo yendo cinco años a la cárcel cada uno… Usted duda. El papel de delator no le convence. Pero, de repente, se da cuenta de que está metido en una trampa, porque a su compañero le van a ofrecer el mismo pacto. Si él le denuncia y usted no lo hace, va a tener que pasar diez largos años de reclusión.

Para tener todos los datos, acaba por preguntar al juez: ¿Qué ocurriría si ninguno de los dos nos denunciamos? El letrado mira hacia abajo y le confiesa apesadumbrado que, si no encuentran pruebas, cada uno cumpliría un año de prisión. ¿Denunciaría usted a su cómplice o se callaría esperando que él no le delatara?

Esta es una posible versión del “dilema del prisionero”. Desde que fue formulado por el matemático Albert W. Tucker, este tipo de escenario ha sido utilizado para simbolizar las decisiones en las que la confianza en los demás se convierte en el factor clave. Pactos entre países, medidas contra el calentamiento global, acuerdos de comunidades de vecinos y conflictos de pareja son ejemplos de situaciones en las que elegiremos una opción u otra en función de lo que esperamos que haga el otro. Si decidimos fiarnos, buscaremos la mejor opción para las dos partes (“No denunciar” en el dilema del prisionero). Si desconfiamos, intentaremos asegurar nuestros intereses aunque eso suponga renunciar a una mejor alternativa conjunta. En el problema anterior, la falta de seguridad en nuestro compañero nos llevaría a delatarle.

La fe en los demás está en la base de nuestra vida social. Es tanta su importancia, que uno de los grandes analistas de nuestra sociedad, el sociólogo alemán Niklas Luhmann, dedicó enteramente uno de sus libros a este tema. Según este investigador, “sin confianza no podríamos levantarnos de la cama por la mañana, porque seríamos asaltados por un miedo indeterminado que nos impediría hacerlo”. Todos somos incautos a veces y nos ponemos en manos de los demás: es imposible desconfiar siempre. Lo que nos diferencia a unos de otros es cuánto confiamos y qué criterio utilizamos para decidir si nos fiamos o no de los demás.

El primer factor, la cantidad de fe que depositamos en el prójimo, depende de nuestro patrón de personalidad. El psicólogo Silvan Tomkins divide a los seres humanos en normativos y humanistas. Los primeros tienden a pensar que los demás son peligrosos (“El infierno son los otros”, decía Sartre). Por eso los normativos ocultan sentimientos y emociones: creen que estar en continua alerta es la actitud más racional. Sólo parecen confiar en el lado oscuro del ser humano. Están de acuerdo con William Faulkner, que afirmó que “se puede confiar en las malas personas: no cambian jamás”.En el otro extremo están los humanistas, personas que piensan que los seres humanos son habitualmente honestos y van a resultar, casi siempre, positivos para su desarrollo. Son empáticos y se preocupan de los problemas ajenos porque creen que la mayoría de la gente hará lo mismo. En general, tienden a atribuir intenciones benévolas a los que tienen alrededor, y por eso suelen tener una actitud conciliadora en los conflictos.

De hecho, somos tan tozudos en nuestro grado de escepticismo o credulidad que muchos investigadores buscan un origen genético de este factor de personalidad. John Loehlin, profesor de Psicología de la Universidad de Texas en Austin, calcula en un 50% el grado de herencia en este carácter.

El problema de que este rasgo sea tan estable es que acaba produciendo la “profecía autocumplida”. No revisamos la estrategia porque elegimos personas y ambientes que refuerzan nuestra hipótesis previa. Las personas desconfiadas tienden a elegir ambientes en los que la traición es habitual y, además, tienden a provocar el desapego de los demás por su forma de comportarse. A los más confiados les ocurre todo lo contrario: acaban relacionándose con personas que disimulan bien y saben aparentar que les son fieles… aunque les estén traicionando. Las dos tácticas son poco adaptativas: sufre igual un ejecutivo que no puede confiar en nadie porque se ha rodeado de tiburones (y convertido en uno de ellos) que un amable artista que cree estar rodeado de amigos de la profesión hasta que contempla atónito como ellos ascienden dejándole abajo después de haberle robado sus ideas.

En los últimos años, el profesor de la London School of Economics Nicholas Elmer lleva a cabo un estudio general de la “psicología de la reputación”. Según este investigador, las relaciones de confianza ya no se establecen basándose en la familia o el grupo social del que provienen los que nos rodean. En una sociedad individualista, el antiguo “¿y tú de quién eres?” ha dejado de ser suficiente para fiarse de alguien. Por eso, según Elmer, los seres humanos se han convertido en “estudiantes de reputación” que investigan asiduamente la de los otros y “promotores de reputación” que intentan optimizar la propia. Encontrar criterios para saber de quién nos podemos fiar y generar confianza en nosotros es una de nuestras grandes tareas sociales.

Eso explica, por ejemplo, que en las redes sociales tengamos tendencia a exagerar la coherencia de nuestra propia conducta: queremos convertirnos en “personas fiables”. Y también explica la tendencia a convertirnos en un prototipo del grupo en el que queremos generar confianza. Si buscamos que se fíen de nosotros determinados ejecutivos, vestimos de determinada manera y adquirimos un coche específico. Pero si queremos resultar creíbles en un ambiente okupa, tenemos que cambiar nuestra forma de uniformarnos y cuidar la música que escuchamos delante de los demás. Todos sabemos que los seres humanos confiamos en aquellos que creemos que se parecen a nosotros.

En el mundo actual hemos cambiado criterios de confiabilidad arbitrarios (lugar de procedencia, familia, clase social…) por otros igualmente inconsistentes (similitud con nosotros basada en la ideología política, la vestimenta, la opción erótico-afectiva o los gustos musicales). Pero la gran ventaja actual es que tenemos suficiente información científica como para saber cuáles son esas inútiles variables inconscientes que todos usamos. Detectar esos sesgos ayuda a eliminarlos y abrirse a la única verdad: no hay señales que nos permitan confiar o desconfiar de los demás. Las personas hacen lo que hacen, no lo que parece que van a hacer. Y cualquier criterio que nos parezca útil puede ser falseado porque no somos la única persona a la que se le ha ocurrido.

Como decía el poeta Wallace Stevens, “La confianza, como el arte, nunca proviene de tener todas las respuestas, sino de estar abierto a todas las preguntas”. Aceptar esa incertidumbre y la necesidad de una continua revisión de nuestras relaciones en función de los actos ajenos es el gran reto que nos plantea el mundo moderno.

En el fondo de nuestra conciencia actúa lo que en el Diario de Ana Frank se denomina “la fe en el hombre”: en que tiene la capacidad de obrar bien, pues es libre y la libertad no debiera usarse mal.
Este es, me parece, el núcleo de nuestro constante cuestionamiento acerca de la desconfianza y de los caminos para superarla. La libertad es algo maravilloso que nos iguala con los seres espirituales puros y, también, aunque de manera distinta, con Dios. Además, somos seres que vivimos con otros, no podemos vivir solos, y esa convivencia, para que sea firme y verdadera, necesita basarse en la confianza mutua. Sin embargo, a pesar de lo anterior, tenemos constantes experiencias de que se pierde cuando se usa mal la libertad.

Dice Tomás de Aquino algo muy luminoso al respecto. Después de confirmar algo de sentido común, que “La libertad respecto del bien es más libertad que la libertad respecto del mal” (II Sentencias, d. 25, a.5, ex. 150), pasa a concluir que “querer el mal ni es libertad ni parte de la libertad, aunque sea un cierto signo de la libertad” (De veritate, q. 22, a. 6, c). Aunque el poder elegir nos abra varias puertas, no todas abren perspectivas igual de adecuadas o de buenas, pues mientras unas nos perfeccionan como personas, otras, en cambio, lo dificultan, y no sólo a nosotros, sino en ocasiones también a otros. Valgan dos ejemplos: aunque sea para un pretendido bien, sucede que todo engaño genera desconfianza en los demás, o el uso de medios violentos, aunque sea para objetivos buenos, son dañinos porque no respetan a los otros en su dignidad.

Por eso hemos de acostumbrarnos a un uso bueno de nuestra capacidad de elegir. Así lo hizo nuestro patrón, Tomás de Aquino, que veía en la virtud el mejor medio para perfeccionar el uso de la libertad porque nos habitúa a elegir el bien. O como también hizo nuestro personaje del Tema Sello del año, Martin Luther King, que luchó incansablemente por el reconocimiento de la dignidad e igual trato de los hombres, fuera cual fuera su color de piel, pero sin usar medios violentos, porque sabía claramente que el fin bueno no justifica el uso de medios malos. Dijo: “El grado en que somos capaces de perdonar determina el grado de nuestra capacidad de amor hacia nuestros enemigos. […] debemos reconocer que la mala acción de nuestro prójimo- enemigo, lo que nos ha herido, no le define en forma adecuada… existe algo bueno en el peor de nosotros y algo malo en el mejor”. En el fondo, estaba convencido que: “El odio multiplica el odio, la violencia multiplica la brutalidad en una espiral descendente de destrucción” (“Amad a vuestros enemigos”, La fuerza de amar, 49-50).

Sólo aquellos actos libres orientados desde y para el amor, permiten recuperar la confianza, en uno mismo y en los demás, por eso debemos acostumbrarnos a ellos.


Sobre el tema de confiar en los demás, el rey David dijo: "Mejor es confiar en el Señor que confiar en el hombre. Mejor es confiar en el Señor que confiar en príncipes" (Salmo 118:8-9). David habló de su experiencia, después de haber sido traicionado muchas veces por quienes estaban cerca de él (ver Salmo 41:9). En lugar de amargarse o considerar por naturaleza a todas las personas como poco fiables y que no merecían su tiempo, aprendió y enseñó una verdad muy simple: la gente pecadora nos fallará, pero siempre podemos confiar en Dios. El hijo de David, el rey Salomón, aprendió muy bien esa lección y añadió, diciendo que es mejor confiar en Dios que confiar en nuestra propia inteligencia (Proverbios 3:5-6 NVI).

Aunque en ocasiones otros nos fallen, y aunque nosotros no siempre somos confiables, aún podemos y debemos confiar en la gente hasta cierto punto. Sin confianza, es imposible tener verdaderas relaciones. Es precisamente porque sabemos que Dios nunca nos fallará, que podemos confiar en los demás. Nuestra máxima seguridad es en Él, por lo tanto, somos libres para confiar en los demás y experimentar el gozo que esto produce. Confiar y amar a los demás es casi inseparable. La verdadera intimidad sólo se puede lograr a través de la honestidad y la confianza. Se requiere confianza para sobrellevar los unos las cargas de los otros (Gálatas 6:2) y "para estimularnos al amor y a las buenas obras" (Hebreos 10:24). Se necesita confianza para confesar nuestros pecados unos a otros (Santiago 5:16) y compartir acerca de nuestras necesidades (Santiago 5:14; Romanos 12:15). La confianza es necesaria en muchas de las relaciones humanas, y especialmente para el funcionamiento saludable de la familia de Cristo.

Los cristianos deben esforzarse para ser confiables. Jesús fue claro en cuanto a que Sus seguidores deben mantener su palabra (Mateo 5:37). Santiago repite el mandato (Santiago 5:12). Los cristianos están llamados a ser discretos y evitar el chisme (Proverbios 16:28; 20:19; 1 Timoteo 5:13; 2 Timoteo 2:16). Al mismo tiempo, los cristianos están llamados a hablar cuando corresponda y ayudar a lograr la restauración por causa del pecado (Mateo 18:15-17; Gálatas 6:1). Los cristianos deben ser comunicadores de la verdad y hablar esta verdad con amor (Efesios 4:15; 1 Pedro 3:15). Tenemos que "procurar con diligencia presentarnos a Dios aprobados, como obreros que no tenemos de qué avergonzarnos, que usamos bien la palabra de verdad" (2 Timoteo 2:15). Se espera que los cristianos también se preocupen de las necesidades prácticas de los demás (Santiago 2:14-17; 1 Juan 3:17-18; 4:20-21). Todas estas acciones contribuyen para que seamos confiables. Los cristianos deben ser la clase de personas que otros puedan confiar. Esa confianza está empoderada por el Espíritu Santo que obra en la vida del creyente (2 Corintios 3:18; Filipenses 1:6; Gálatas 5:13-26).

Confiar en los demás no siempre es fácil o natural. Debemos ser sabios para tomarnos el tiempo de conocer a los demás, y no darles toda nuestra confianza a la ligera. Jesús hizo esto cuando muchas veces se apartó de las multitudes (Juan 2:23-25; 6:15). Sin embargo, a veces es difícil distinguir entre ser sabios sobre nuestra confianza y ser excesivamente autoprotectores como resultado de heridas o temores del pasado. Si vemos que hasta cierto punto somos reacios a confiar en alguien, debemos ser sabios para hacer alguna introspección y, si es necesario, pedirle a Dios que sane nuestros corazones heridos.

La biblia da consejos acerca de la confianza en otras personas después de haber sido lastimados. El primer paso y el más importante es confiar en Dios. Cuando sabemos que sin importar lo que los hombres nos hagan, Dios siempre estará ahí, fiel, verdadero y confiable, es mucho más fácil lidiar con la traición o las decepciones. El Salmo 118:6 dice, "El Señor está conmigo; no temeré lo que me pueda hacer el hombre". Leer la palabra de Dios, prestando atención a las maneras en que Él describe Su propia fidelidad y confianza, será útil para nosotros. La oración es vital. De manera particular, si sentimos como si Dios ha traicionado nuestra confianza al permitir que seamos lastimados, necesitamos recordar Su verdad y ser consolados con Su amor.

El segundo paso después de ser herido por confiar en otros, es el perdón. Como Jesús le dijo a Pedro, si un hermano peca contra ti setenta veces siete al día y vuelve pidiendo perdón, debemos perdonar (Mateo 18:21-22). El punto no es que no debemos perdonar la ofensa número setenta y ocho, sino que debemos ser la clase de personas que continuamente buscamos perdonar. Si una persona repetidamente traiciona nuestra confianza y no se arrepiente, no tenemos que seguir relacionándonos con ella, o mostrarle nuestra debilidad. Pero tampoco debemos albergar amargura o permitir que las acciones de esa persona impidan nuestras relaciones con otras personas (Hebreos 12:14-15). Si la persona está verdaderamente arrepentida, (incluso cuando se trata de traición y aprovechamiento de la confianza), estamos llamados a perdonar totalmente e incluso ir en pos de la restauración y construir nuevamente la confianza con el paso del tiempo. Como parte de la lección de Jesús sobre el perdón, Él habló de la parábola del siervo a quien se le había perdonado una gran deuda y luego salió, e inmediatamente se convirtió en una persona malvada y cruel con otro siervo que le debía una pequeña deuda. Las acciones despiadadas del siervo falto de misericordia, deben recordarnos de nuestra necesidad de perdonar. Dios nos ha perdonado una deuda mucho mayor que lo que cualquier otra persona nos deba (Mateo 18:23-35).

Por último, vale la pena repetir que, a medida que aprendemos a confiar en los demás, debemos esforzarnos continuamente para que nosotros mismos seamos confiables. Esto es bueno y piadoso. Debemos ser un lugar seguro para los demás (Proverbios 3:29) y mantener la confianza (Proverbios 11:13). Debemos ser conocidos por nuestra honestidad (Proverbios 12:22) y la disposición a sufrir con un amigo (Proverbios 17:17). Todas las personas pasan por momentos difíciles, y necesitamos nuestras amistades aún más cuando el sol no está brillando. Todos muchas veces decepcionamos a otros. Pero debemos siempre esforzarnos como dijo el apóstol Pablo: "os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados, con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor" (Efesios 4:1-2).

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Cuantos hermanos que entran en la iglesia vacía para encontrar "algo" o a "alguien" para hablar de su vacío, de su tristeza, de su soledad y no encuentra ninguna acogida, o algún letrero o un timbre de atención, de esperanza... Somos tan distantes, tan ocupados, tan encerrados en nosotros mismos...