EL Rincón de Yanka: LIBROS "EL(LA) JOVEN DE CARACTER: CORAZÓN DE BRONCE por MONSEÑOR T. TÓTH 👨👩

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viernes, 18 de marzo de 2022

LIBROS "EL(LA) JOVEN DE CARACTER: CORAZÓN DE BRONCE por MONSEÑOR T. TÓTH 👨👩

«Permanecer firme aun cuando todos los que le rodean sean cobardes y sin carácter. Permanecer firme a pesar de millares y millares de ejemplos adversos. ¡Permanecer firme en los principios, sean cuales fueren las circunstancias! Sólo Dios sabe cuán difícil es esto a veces». T.Tóth
UN CORAZÓN DE BRONCE

Ahora ya sabes de quien decimos: es un joven de carácter. Lo decimos de aquel que tiene principios, ideales nobles y sabe ejecutarlos y permanecer firme en ellos. Permanecer firme aun cuando nadie en el mundo confiese estos nobles ideales; aun cuando todos los que le rodean sean cobardes y sin carácter. Permanecer firme a pesar de millares y millares de ejemplos adversos y malos. ¡Permanecer firmes en nuestros principios, sean cuales fueren las circunstancias! Sólo Dios sabe cuan terriblemente difícil es a veces.

Cuando muchachos sin entrañas, cual jauría suelta, torturan largo rato a un compañero de menor capacidad, y éste como ciervo asustado ante los perros de caza en vano mira a su rededor buscando ayuda…, desviar entonces con suavidad el interés de los compañeros crueles, esto es amor, valentía, fidelidad de principios: Un corazón de bronce.

Cuando en un grupo de jóvenes imberbes se salpican con burlas y hiel las más santas verdades religiosas y con «argumentos» sacados de libros baratos –hojarasca de literatura–, entre rudas carcajadas, se refutan, las enseñanzas de la clase de religión..., levantar entonces la palabra sin espíritu de ofender, pero con valentía incontrastable, con ciencia imponente, descubriendo los errores y falsos argumentos, y defender la doctrina que ha servido de blanco a la mofa, es algo que requiere carácter fuerte, heroísmo.

Cuando la risa despreocupada de tus compañeros se oye debajo de tu ventana y te atrae el patio de recreo apartándote de la ingrata lección de álgebra, permanecer en estas ocasiones, con vigorosa decisión, fieles al deber, es propio de todo un carácter: Un corazón de bronce.

En las sangrientas persecuciones de los primeros siglos cristianos apresaron a un campesino sencillo y le pusieron ante una estatua de Júpiter… 

– “Echa incienso en el fuego y sacrifica a nuestro dios”.
– “¡No lo hago!” -contesta con calma Barlaam.

Empiezan a torturarlo. En vano. Entonces extienden, a viva fuerza su brazo para que la mano esté justamente encima de las llamas, y le ponen incienso en la palma. 

– “¡Deja caer el incienso y serás libre!”
– “¡No lo hago!” -repite Barlaam.

Y allí está en pie, inconmovible, con el brazo extendido... La llama del fuego va subiendo, ya está lamiendo la palma de la mano, ya empieza a humear el incienso...; pero el hombre sigue impertérrito. El fuego consumió su mano, y así se quemó el incienso, pero el corazón del mártir Barlaam no fue perjuro a su Dios: Un corazón de bronce.

Hijo mío, ¡cuán pocos son, por desgracia, en nuestros días, los que tienen este carácter de mártir! El carácter al cual rindió ya pleitesía el poeta pagano al escribir:

Justum, ac tenacem propositi virum...
Si fractus illabatur orbis,
Impavidum ferient ruinae.
(Al hombre justo y firme en sus propósitos..., 
aunque el mundo resquebrajado caiga, 
lo encontrarán impávido las ruinas).

¡Aquel soldado de Pompeya, que estaba de centinela cuando la erupción del Vesubio! La lava hirviente redujo a cenizas todo cuanto había en torno suyo; todo se desplomaba, todo se deshacía, todo se tambaleaba en derredor de él, ¡mas no se movió ni un solo paso del lugar que le señalara el deber!
Pues bien, hijo mío, este temple, esta fidelidad de principios, esta frente levantada, esto es lo que llamamos carácter.

Pero, ¡ay!, si ahora fijo la mirada en los muchachos, ¡qué tipos más distintos veré! Pero ¡cuán distintos! Veo estudiantes perfumados, que se exhiben como damiselas en los paseos. Estudiantes que no saben salir del «cine». Estudiantes que nunca dejan las tertulias. Estudiantes con monóculo y cigarrillo. Estudiantes que saben de memoria las noticias de los diarios de deportes. Estudiantes que devoran páginas y más páginas de literatura barata. Estudiantes holgazanes. Y una inmensidad de estudiantes que todo saben menos estudiar. (Tihamer Tóth. El joven de carácter).

¿Cuál es el joven de carácter? 

En la primavera de la vida, todo joven se pregunta: «Vida ¿Qué me darás? ¿Qué es lo que me espera?» Y la vida le devuelve la pregunta, como la tierra al campesino: «Depende de lo que tú me des. Recibirás tanto cuanto trabajes, y cosecharás conforme hayas sembrado.» No se puede pedir que todos los hombres sean ricos o muy inteligentes, ni que todos sean famosos, pero sí que todos tengan carácter. Tal vez no comprendas ahora del completo lo que significa la palabra «carácter». Piensa para empezar, que la escuela actual tiene un gran defecto porque pone mucho empeño en formar la inteligencia de los jóvenes y olvida demasiado la formación del carácter, es decir, forjar la voluntad y la coherencia del joven. De ahí la triste realidad de que en la sociedad abunden más las cabezas instruidas que las voluntades de acero, que haya más ciencia que carácter. 

Hoy día, la falta aterradora de voluntad y de coherencia es el origen de muchos vicios, de los desordenes más trágicos de la humanidad. Hoy, el no tener carácter pasa, en el sentir de muchos, como virtud de prudente adaptación a las circunstancias, y la falta de coherencia con los propios principios se denomina «astucia», y el perseguir el interés individual se llama interés por el bien común. Por eso se prima tanto la comodidad y el goce sobre la honradez. Y es que el carácter no es un «premio gordo» que se pueda conseguir sin méritos y sin trabajo, sino el resultado de una lucha ardua, forjada a base de autoeducación, de abnegación, de una batalla espiritual sostenida con firmeza. Y esta batalla ha de librarla cada uno por sí solo. Nadie lo hará por ti. !Anímate! El día en que ganes esta batalla, entonces se te escapará un grito de entusiasmo, como el que se le escapó a Haydin, el gran compositor, cuando oyó su obra titulada Creación: 

«Dios mío y ¿soy yo el autor de esta obra.» Este libro, por tanto, quiere formar «jóvenes de carácter», jóvenes que piensen de esta manera: 
«Una responsabilidad inmensa pesa sobre mí. Mi vida tiene un objetivo que cumplir. En mi alma está en proyecto mi porvenir en esta vida terrena y en la eterna; he de procurar de llevar a término este proyecto de Dios para ser feliz aquí abajo y poder gozar con Él para siempre en el cielo.» 

Por este motivo, este libro quiere educar jóvenes cuyo carácter sea integro, cuyos principios de vida sean firmes y justos, cuya voluntad no se detenga ante las dificultades; jóvenes cuya alma y cuyo cuerpo sean fuertes como el acero, rectos como la verdad y sinceros y claros como la luz del sol. Tener carácter no es fácil. Requiere esfuerzo, pero sólo así se llega a una vida digna del hombre. El valor real de un hombre no depende de la fuerza del entendimiento sino de su voluntad. Quien esté desprovisto de está poco hará de provecho, a pesar de que posea grandes dotes individuales. Y los ejemplos abundan, es lamentable comprobar la existencia de personas muy inteligentes pero sin carácter. Verás por propia experiencia que el camino del carácter no es un camino llano. Al andarlo, sentirás muchas veces qué voluntad más robusta se requiere para guerrear de continuo contra tus propias faltas, pequeñas y grandes, y para no hacer paces nunca con ellas. 

¿Qué es el carácter? ¿Qué pensamos cuando decimos de alguien que es un joven de carácter? 
Con la palabra carácter entendemos la adaptación de la voluntad del hombre en una dirección justa; y joven de carácter es aquel que tiene principios nobles y permanece firme en ellos, aun cuando esta perseverancia fiel le exija sacrificios. En cambio, es de carácter inestable, de poca garantía, débil o en último término, hombre sin carácter quien, contra la voz de la propia conciencia, cambia sus principios según las circunstancias, según los amigos, etc., y hace traición a sus ideales desde el momento en que por ellos tenga que sufrir lo más mínimo. Con esto ya puedes ir vislumbrando en qué consiste la educación del carácter. 

Primero tendrás que adquirir ideales y principios; después, tendrás que acostumbrarte a su ejercicio continuo, a obrar según tus nobles ideales en cualquier circunstancia de la vida. La vida del hombre sin principios sólidos está toda ella expuesta a continuas sacudidas y es como la caña azotada por la tempestad. Hoy obra de un modo, mañana se deja llevar por otro parecer. Antes de todo, pues, pongamos principios firmes en nuestro interior; después, adquiramos la fuerza requerida para seguir siempre lo que consideramos justo y recto. 
¿Cuál es, por ejemplo, uno de principios en el estudio? 
«He de estudiar con diligencia constante, ¿porque he de desarrollar, según la voluntad de Dios, las dotes que me fueron dadas?» ¿Cuál es el principio justo respecto a mis compañeros? «Lo que deseo que me hagan a mí he de hacerlo yo también a los otros.» Y así sucesivamente. En todo has de tener principios rectos y justos. 

El segundo deber, ya más difícil, es seguir estos principios justos; es decir, forjar tu carácter. Y éste, cómo hemos dicho no se da gratis, sino que hemos de alcanzarlo mediante una lucha tenaz, de años y decenas de años. El ambiente, cualidades heredadas, buenas o malas, pueden ejercer influencia sobre tu carácter; pero, en resumidas cuentas, el carácter será obra personal tuya, el resultado de tu trabajo formativo. 
¿Sabes en qué consiste la educación? 
En inclinar la voluntad del hombre de suerte que en cualquier circunstancia se decida a seguir sin titubeos y con alegría el bien. ¿Sabes que es el carácter? Un modo de obrar siempre consecuente con los principios firmes: constancia de la voluntad para alcanzar el ideal reconocido como verdadero; perseverancia en plasmar ese noble concepto de la vida. Lo que resulta difícil no es tanto formular estos rectos principios firmes para la vida, lo cual se consigue con relativa facilidad, sino el persistir en ellos a través de todos los obstáculos. 

«Es uno de mis principios y me mantengo en él, cueste lo que cueste.» 
Y como esa firmeza exige tantos sacrificios, por eso hay tan pocos hombres de carácter entre nosotros. No ser veleta, no empezar a cada momento algo nuevo; fijarse el objetivo y perseguirlo hasta el fin. Guardar siempre fidelidad a los propios principios, perseverar siempre en la verdad... 
¿Quién no se entusiasma con tales pensamientos? ¡Si no costase tanto llevarlo a la práctica! ¡Si no se esfumasen con tanta facilidad bajo la influencia contraria de los amigos, de la moda, del ambiente y de mi propio «yo», egoísta y comodón! Esculpir mi alma Esculpir en tu propia alma la imagen sublime que Dios concibió al formarte es la noble labor a la que damos el nombre de autoformación. Trabajo personal, ningún otro puede hacerlo en tu lugar. Has de ser tú quien desees ser noble, fuerte, limpio de alma. Has de conocerte bien, descubrir las malas hierbas que hay en ella, y qué es lo que le falta. El éxito ha lo obtendrás a costa de muchos esfuerzos, abnegaciones y victorias alcanzadas sobre ti mismo, a base de negarte a menudo cosas deleitosas, de hacer muchas veces lo que no te apetece, de no quejarte, y seguir intentándolo. 

Tu carácter y el curso que des a toda tu vida dependen de pequeñas acciones mediante las cuales vas entretejiendo la suerte de tu vida. Siembra un pensamiento y cosecharás el deseo; siembra un deseo y recogerás la acción; siembra la acción y recogerás la costumbre; siembra la costumbre y recogerás el carácter; siembra el carácter y tendrás por cosecha tu propia suerte. No pierdas jamás la ocasión de hacer una obra buena, y si esta obra estuviere en pugna algunas veces con tu provecho y deseo momentáneos, acostumbra tu voluntad a vencerlos... 

Así alcanzarás un carácter con que puedas un día hacer algo grande. Altísima escuela de carácter, la más sublime que pueda haber, es la que nos hace exclamar con sentimiento sincero: «Señor, no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22, 42). Has de educar, por tanto, tu voluntad para que se compenetre con la voluntad de Dios. Lograrás la más valiosa autoeducación si tras tus acciones puedes contestar afirmativamente a la pregunta: 
«Señor, ¿ha sido de veras tu voluntad lo que he hecho? ¿Lo querías Tú de esta manera?» Y esta educación del carácter has de empezarla ahora. En la edad madura es mucho más difícil. Quien llega sin carácter firme al ajetreo del mundo, es fácil que pierda hasta lo poco que haya podido tener. Sin traicionar mis ideales Ahora ya sabes de quién decimos: es un joven de carácter. Lo decimos de aquel que tiene principios, ideales nobles y sabe ejecutarlos y permanecer firme en ellos. 

Permanecer firme aun cuando todos los que le rodean sean cobardes y sin carácter. Permanecer firme a pesar de millares y millares de ejemplos adversos. ¡Permanecer firme en los principios, sean cuales fueren las circunstancias! Sólo Dios sabe cuán terriblemente difícil es esto a veces. Cuando en un grupo de jóvenes se ridiculiza con burla la verdad, la doctrina católica o la Iglesia, levantar entonces la palabra sin espíritu de ofender, pero con valentía, descubriendo los errores y falsos argumentos, es algo que requiere un gran carácter, y cierto heroísmo. Cuando la risa despreocupada de tus compañeros te invita a dejar el estudio ingrato de tu lección de matemáticas, permanecer en estas ocasiones impertérrito fiel al deber, es propio de todo un carácter. 

En las sangrientas persecuciones de los primeros siglos cristianos apresaron a un campesino sencillo y le pusieron ante una estatua de Júpiter... «Echa incienso en el fuego y sacrifica a nuestro dios.» «¡No lo hago!», contesta con calma Barlaam. Empiezan a torturarlo. En vano. Entonces extienden a viva fuerza su brazo para que la mano esté justamente encima de las llamas, y le ponen incienso en la palma. «¡Deja caer el incienso y serás libre!» ¡No lo hago!», repite Barlaam. Y allí está en pie, inconmovible, con el brazo extendido... La llama del fuego va subiendo, ya está lamiendo la palma de la mano, ya empieza a humear el incienso...; pero el hombre sigue impertérrito. El fuego consumió su mano, y así se quemó el incienso, pero el corazón del mártir Barlaam no fue perjuro a su Dios. ¡Qué pocos son, por desgracia, los que en nuestros días tienen este carácter de mártir! Los grandes pensadores del paganismo descubrieron la gran verdad de que un hombre puede ser una celebridad por su inteligencia, riqueza, dotes artísticos o deportivos; pero si no tiene carácter, nada vale. Mira qué elevados pensamientos aparecen en las obras de Epiceto (Gnomologium Epicteti), un esclavo pagano: 

«Al hombre justo y firme en sus propósitos, aunque el mundo resquebrajado caiga, lo encontrarán impávido en las ruinas. No te preocupes de satisfacer las necesidades de tu estómago, sino las de tu alma. Antes morir que vivir con mala moralidad. Quien es libre según el cuerpo, pero tiene atada su alma, es esclavo; quien está exento de mal en el alma, es hombre libre, aunque tenga el cuerpo encadenado. Es de más provecho para el Estado si en moradas pequeñas viven almas grandes, que si en palacios viven hombres de un alma esclava. Tu alma es la irradiación de la divinidad; eres su hijo; por tanto, tenla en gran estima. ¿No sabes que llevas a Dios en tu persona? Nuestro fin es obedecer a Dios para que de esta suerte nos hagamos semejantes a Él. El alma es como una ciudad sitiada; detrás de sus muros resistentes vigilan los defensores. Si los cimientos son fuertes, la fortaleza no tendrá que capitular. 

Si quieres ser bueno, antes has de creer que eres malo. Absténte del mal y no condesciendas jamás con tus malas inclinaciones. En todas tus obras, grandes o pequeñas, mira a Dios. Enseña a los hombres que la felicidad no está donde ellos, en su ceguera y miseria, la buscan. La felicidad no está en la fuerza, porque Muyo y Ofelio no eran felices; no está en el poder, porque los cónsules no tenían dicha; ni en el conjunto de estas cosas, porque Nerón, Sardápalo y Agamenón hubieron de gemir, llorar, mesar sus cabellos, y fueron los esclavos de las circunstancias, los prisioneros del parecer. 

La felicidad está en ti, en la libertad verdadera, en el absoluto dominio de ti mismo, en la posesión de la satisfacción y la paz...» La fuerza de un gran objetivo Fíjate algún ideal grande y elevado para tu vida, no te contentes con ser un mediocre. Después no te apartes nunca de él y aplica todas tus fuerzas a conseguirlo, aunque tardes años en alcanzarlo. Incluso hasta podría darse el caso de que nunca lo alcanzaras. Pero no importa, nos acercamos al fin. Quien se propone con todas sus energías conseguir un objetivo elevado descubrirá en sí, día tras día, nuevas fuerzas, cuya existencia ni siquiera sospechaba. Las privaciones increíbles de las guerras nos han demostrado cuanto puede soportar el cuerpo humano; así también si te lanzas con todas tus fuerzas hacia tu ideal, sólo entonces podrás ver de cuánto es capaz el alma humana con una voluntad firme. Podrías fijarte, por ejemplo, como meta librarte cueste lo que cueste de tu peor defecto, raíz de todos los demás. O bien, si en el curso pasado sacaste sólo aprobados, en el año que viene propónte sacar notables en todo, por mucho trabajo que pudiera costarte. O también resuelve aprender inglés, y a esto dedicarás media hora cada día; pero sin dejar de estudiarlo ni un solo día. Y así sucesivamente. Pero además de estos fines inmediatos me gustaría que te fijaras un objetivo más lejano. Te ayudará a animarte leer frases como estas: «Donde millones de hombres se arredraron, allí empieza tú a trabajar. En las cumbres aún hay sitio para los esforzados. Los mayores cimas del mundo están aún por conquistarse.» Si tus anhelos se lanzan siempre como el águila a un fin elevado, los alcanzará con más facilidad que si, a modo de golondrina, no hace sino rozar de continuo la tierra. Además, piensa que hay jóvenes que se degradaron moralmente porque no supieron fijar a su vida un gran ideal, una cumbre elevada que conquistar. Acepta el reto que Dale Carnegi propone a los jóvenes: «Mi puesto está en la cumbre.» Pero sólo se alcanza por el trabajo duro y el cumplimiento del deber.

Hay quien se justifica diciendo que él quiere se conforma con ser «humilde», «resignado», «modesto». Confunden la cobardía con la virtud y la pereza con la humildad. La verdadera humildad hace decir al hombre: «Nada soy, nada puedo por mi propia fuerza, pero si Dios me ayuda no hay en el mundo cosa que no pueda hacer. Repite, pues, con frecuencia: «Dios mío, Dios mío! Nada soy y lo que soy es completamente tuyo. Confío en tu ayuda que no me ha de faltar.» 
Reza esta oración muchas veces y verás qué fuerza espiritual tan viva brota de tan sencilla súplica. Antes piénsalo. Hay muchachos capaces de llevar a cabo mil hazañas estupendas... pero sólo en su fantasía.
Refieren a sus compañeros empresas atrevidas pero sólo «sobre el papel»; eso no es carácter. Obrar, eso es carácter.
Tampoco es carácter la precipitación desatinada, defecto común muchos jóvenes. No es del joven de carácter lanzarse a la acción sin pensarlo antes, emprenderlo todo para dejarlo mañana. Ahora empiezas a estudiar inglés, pero dentro de una semana te descorazonas por las dificultades y echas en un rincón la gramática inglesa. En compensación te entregas a los deportes. Durante dos semanas te entrenas sin compasión, desde la mañana a la noche, pero al llegar a la tercera semana ya estás
cansado. Cambias continuamente.
Antes pensarlo, después lanzarse. Es decir, pensar bien la cuestión, si es mi deber llevarla a cabo, considerar las circunstancias. Pero si ves que has de hacerlo, o vale la pena de que lo hagas, entonces no has de retroceder, por más abnegación, perseverancia, sacrificio que te costare; he de hacerlo, es deber mío, por tanto, lo hago; esto ya es ser hombre de carácter.

La libertad No hay palabra que guste tanto a los jóvenes como la palabra «libertad». ¡Crecer libremente!
¡Desarrollarse libremente! ¡Vivir libremente! Libremente, como un pájaro. Un deseo instintivo impele a la juventud hacia la libertad. Y si es instintivo, luego lo dio el Creador; y si lo dio Él, entonces habrá fijado metas elevadas para este instinto. Este fin no puede ser otro que asegurar el desarrollo del espíritu. Y por ello no has de luchar contra toda regla o norma eso sería libertinaje, desenfreno , sino sólo contra los obstáculos pasiones e inclinaciones que se oponen al libre desenvolvimiento de tu carácter.
Muchas normas o reglas favorecen tu desarrollo, aunque a veces resulten incómodas y
desagradables. Al igual que la parra se sostiene y eleva cuando está unida al rodrigón, necesitamos normas o reglas que nos permitan el crecimiento como personas, aunque a veces nos agraden. Si nos atamos a las normas no es para contrariar nuestra libertad, sino para dirigir y asegurar su recto crecimiento.
Todo instinto abandonado a sí mismo es ciego. Es ciego también el instinto de libertad y cuando no está sujeto a la dirección de la razón por la que nos orientamos haci a el bien verdadero, precipita al hombre en la perdición y la ruina. Por esto vemos día tras día la triste realidad de muchos jóvenes que se pierden por una libertad mal entendida. Los instintos sin control arrastran hacia lo fácil, hacia lo que «me apetece» y no a lo que favorece un desarrollo armónico y espiritual.

Si el joven quiere verse libre e independiente, más lo desean para él sus educadores y padres, que sea libre verdaderamente. No es independencia el desorden, el emanciparse de toda ley, sino la independencia interior, el dominio de sí mismo, el dominio contra la desgana, contra el desaliento, el capricho y la pereza.
¿Cómo, pues, podrás trabajar por tu independencia espiritual? 
Viendo en las órdenes de tus padres, en las reglas de tu centro educativo, en el deber cotidiano, no mandatos caprichosos que coartan tu libertad y que sólo han de cumplirse mientras lo ven otros y pueden vigilarlo, sino al contrario, medios que te sirven para vencer tu comodidad, tu mal humor, tus caprichos, tu superficialidad, tu inconstancia. Quien mira bajo este aspecto cuanto se le manda y obedece, este tal trabaja de veras por la libertad del alma. 

«Servir a Dios es reinar», dice un proverbio latino. El cuerpo al servicio de la persona El ideal de la educación es el joven que se desarrolla armónicamente en su cuerpo y en su alma. El cuerpo es santo como el alma, ya que lo recibimos del Creador para que nos ayude a conseguir nuestro fin eterno; sabemos que el cuerpo humano fue santificado por el mismo Hijo de Dios cuando asumió carne mortal, y creemos que un día también el cuerpo participará de la vida eterna. El cristianismo no ve, pues algo «diabólico», algo «pecaminoso» en el cuerpo. No tiene por fin destruir el cuerpo ni debilitarlo. Lo que intenta es hacer del cuerpo un trabajador puesto al servicio de los fines eternos. Así, los mandamientos de Dios no son obstáculos a tu libertad, sino garantías y ayuda imprescindible para el vuelo de tu alma. No vamos nosotros a pedir menos de los que pedía el noble pensar de un romano, Juvenal, en los versos que siguen: 

«Has de pedir alma sana en cuerpo sano. Pide ánimo fuerte, que no tema a la muerte, que pueda sobrellevar cualquier trabajo, que no se queje. Cuerpo sano, alma fuerte, capaz de soportar las fatigas pesadas y la auto-disciplina».
Magnánimos en lo cotidiano La mayoría de los hombres no tendrán ocasión ni una vez en su vida de realizar una sola gesta heroica. Aunque muchos jóvenes muestren su ardoroso entusiasmo contando lo que harían en una expedición al Polo Sur, cómo morirían de muy buena gana por Jesucristo... por muy hermoso que tal entusiasmo sea, mientras no pase de ser un vago sueño, será de muy poco valor en la vida real. Hay que aplicar, pues, este entusiasmo a la vida cotidiana. Eso te pide hoy Jesucristo, una vida saturada de continuos heroísmos. Y esto es lo más difícil. 

El ejemplo de muchos desgraciados que ponen fin a su existencia muestra muy a las claras que muchas veces es preciso más valor para la vida que para la muerte. Se necesita mucha menos valentía para bañarse a mediados de enero entre los trozos de hielo que flotan en un río caudaloso que para perseverar firme en lo que considero que es mi deber, o para ser coherente con mis principios morales o con mi fe, en medio de una sociedad permisiva. Es valentía ser honrado. Es valentía perseverar inconmovibles en el bien, y esto es lo que hace el joven de carácter. 

«Pero ¡qué egoísta eres!» ¿Qué es el egoísmo? 
Un amor a sí mismo desordenado, desquiciado. El amor justo a sí mismo es mandamiento de Dios y un instinto de conservación que evita todo lo que pueda dañarnos. Pero el egoísmo es la caricatura del justo amor a sí mismo. El muchacho egoísta cree ser el centro del universo, que todo el mundo está hecho para él y que todos los hombres están para servirle. Juzga hasta los grandes acontecimientos mundiales según la ventaja que para él representan. Cuanto más pequeño es el niño, tanto más vive bajo el poder de los sentidos, y es por eso mismo más egoísta. Mira, si no, a un niño de tres o cuatro años. ¡Cuántas exigencias tiene! Todo lo ansía para sí. A un pequeño se lo perdonamos, aunque es preciso ir acostumbrándolo al desprendimiento. Cuando más te desarrollas, más comprendes que el mundo no está hecho sólo para ti; que no eres el personaje más importante de la Tierra; que millones y millones de hombres hay a tu alrededor con quienes tienes que tener atenciones. A quien no comprende esto lo llamamos egoísta. Y es curioso notar con que facilidad los muchachos se hacen egoístas a partir de la pubertad. Del joven que es insoportable en casa, que cierra las puertas con estrépito, que pone mala cara, que siempre está
descontento, que no trata a nadie con corrección, suele decirse: «¡Es bastante nervioso!» ¡Qué va a serlo! Solamente es egoísta.
Hay egoísmo cuando un estudiante rico describe ante su compañero pobre las vacaciones que ha disfrutado. Hay egoísmo si te ríes cuando hay motivo de tristeza en la familia. Hay egoísmo si te burlas siempre de los otros y les das pie para irritarse.
Acostúmbrate a practicar el desprendimiento ya en tu juventud. ¡Qué repugnante egoísmo si un hombre no busca más que su propio interés en la vida y está dispuesto para lograrlo a pasar por encima de todos los demás! Pero, ¿cómo llegó hasta tal punto? Quizá haya empezado con cosas insignificantes en la niñez. Cuando andaba con sus amigos por espesos bosques, él iba delante soltando las ramas para que fueran a herir en la cara a los que lo seguían; a él sólo le importaba que ya había pasado.

En cambio, ¡qué satisfacción si se dice que es un joven de alma noble! La nobleza del alma es lo contrario del egoísmo. Si tu compañero tiene algún pesar, consuélalo con unas palabras que broten del corazón. Eso es nobleza del alma. Si se alegra, alégrate con él; el egoísta en estos casos se pone amarillo de envidia. Si compartes tu desayuno con tu compañero, tienes nobleza de alma. Si lo ayudas por la tarde para que aprenda la lección, si procuras alegrar a los demás, si tratas a los extraños con amabilidad... eso es grandeza de alma, es decir, amor al prójimo en las insignificantes
pequeñeces de la vida.

¿Sabes decir «NO»?
Sin el arte de decir «NO» es imposible que haya un hombre de carácter. Cuando los deseos, las pasiones de los instintos se arremolinan en ti; cuando, después de una ofensa, la lava encendida de los gases venenosos bulle en tu interior y se prepara una erupción a través del cráter de tu boca; cuando la tentación del pecado te muestra sus alicientes, ¿eres capaz entonces, con gesto enérgico, de pronunciar la breve y decisiva palabra «No»? Si eres capaz, entonces no habrá erupción. No habrá golpes ni disputas.
Haz como Alberto, que quiso acostumbrarse a no hablar precipitadamente, a pensar las palabras de antemano, contando hasta veinte en sus adentros antes de dar una respuesta. Excelente medio. ¿Para qué sirve? Para que nuestro mejor «yo», nuestro juicio más equilibrado, pueda hablar.

Un joven se deslizaba esquiando por un espléndido nevado. Al final de la bajada se abría un profundo precipicio. El joven iba volando hacia abajo, lanzado como una flecha; pero he aquí que delante del precipicio, con admirable técnica, se para de repente y se mantiene allí, en el borde de la sima, como una columna de granito. ¡Bravo! ¡Estupendo! ¿Dónde los has aprendido? 
«Ah! contesta el muchacho. No ahora, por supuesto. Tuve que ensayarlo muchísimas veces en pendientes cada vez más inclinadas».

También el camino de la vida es una especie de carrera de esquí, con innumerables precipicios. Y todos caen y todos van al abismo si no han hecho prácticas de pararse infinitas veces, plantados como una columna de mármol, respondiendo con un «NO» a las tempestades turbulentas de las pasiones.
Qué otro fin pretende el ejercicio de la voluntad sino prestar una ayuda sistemática al espíritu en la guerra de la libertad, guerra que se ha de sostener contra el dominio tiránico del cuerpo. Quien se incline, sin oponerse, sin decir palabra, a cualquier deseo instintivo, perderá el temple de su alma y su interior será la presa de fuerzas encontradas. Ahora comprenderás la palabra del Señor: «El reino de los cielos se alcanza a viva fuerza, y los esforzados lo arrebatan» (Mateo 11,12).

Por tanto, primera condición del carácter: la guerra contra nosotros mismos para poner orden en el salvaje entramado de las fuerzas instintivas.
La mejor defensa es el ataque. Quien empieza la ofensiva gran ventaja lleva. En el combate del alma has de atacar día tras día, aunque sólo sea en pequeñas escaramuzas, al ejército enemigo que está dentro de ti y cuyo nombre es pereza, comodidad, capricho, glotonería, curiosidad, desamor...
Ejemplo de gran dominio de sí mismo nos da Abtuzit, el sabio naturalista de Ginebra. Durante veintidós años estuvo midiendo la presión del aire, anotándola cuidadosamente. Un día entró en la casa una nueva criada, que empezó por hacer una «gran limpieza» en su estudio. Llega el científico y pregunta a la muchacha: «¿Dónde están los papeles que tenía aquí, debajo del barómetro?», papeles donde tenía anotadas todas esas mediciones. «Ya no están, señor. Estaban tan sucios, que los he quemado, pero los he cambiado por otros completamente limpios». Pues piensa lo que
habrías hecho en semejante caso. ¿Y que dijo él? Cruzó los brazos; por un momento pudo adivinarse la tempestad que rugía: y después dijo con sosiego: «Has destruido el trabajo de veintidós años. De hoy en adelante no has de tocar nada de este cuarto».

¿Sabrías guardar la serenidad en contratiempos menos importantes?
Se necesita gran vigor espiritual para que te atrevas a defender tu parecer y tu recto sentir en medio de una sociedad de pensar completamente distinto. Es menester valentía muy recia para que no reniegues ni un ápice de tu convicción religiosa por agradar a los demás. Quien está falto de esta valentía demuestra un carácter débil.
¿Sabes por qué empiezan a fumar muchos jóvenes? ¿Por que les gusta? ¡Qué va a gustarles! Fuman porque también los otros fuman.
¿Sabes por qué bastantes jóvenes se hacen negligentes y vagos? Porque los otros también lo son.
Hay jóvenes que se ruborizan de confesar su fe en medio de compañeros por el «qué dirán». Hay muchos que, a pesar de su alto concepto del amor, se divierten con historias obscenas, y hasta ellos mismos cuentan algunas, porque «los otros también lo hacen».
La flor abre sus pétalos al rayo de sol de la mañana, y no mira qué hacen las demás flores. ¡De cara al sol!, es lo que dice el hombre de carácter. El águila no espía con temor a las demás aves para ver si también ellas la siguen hacia arriba, sino que se lanza a las alturas serenas y puras, cara al sol.
Hacia arriba, es la divisa del joven de carácter.
Es una suerte si puedes pronunciar cuando es necesario el «NO» enérgico.
¡No! has de decir a tus compañeros cuando te incitan a cosas prohibidas.
¡No! has de gritar a tus instintos cuando ciegamente te empujan.
¡No! has de gritar a las tentaciones.

El dominio de sí mismo
La base de toda virtud es el dominio de sí mismo. En cuanto alguien se hace esclavo de sus instintos, pierde inmediatamente la garantía de su vida moral: el gobierno de sí mismo.
Cuando uno no se domina está a merced de las olas instantáneas de la vanidad ofendida, de la ira, del sensualismo, del orgullo... y se ve empujado y arrastrado a realizar acciones de las que a los cinco minutos se lamentará. Muchos crímenes se evitarían si los hombres aprendieran a dominarse a sí mismos.

Al filósofo pagano Crates, cierto día, lo golpeó tanto el pintor Nicódromo, que se le hinchó toda la cara. ¿Sabes cuál fue la venganza de Crates? «Le pagó con otro golpe», piensas tú. No. Sobre su cara hinchada puso esta inscripción: «Es obra de Nicódromo». De esta suerte toda la ciudad vio qué ruin era el pintor por dejarse llevar tan fácilmente de la cólera.

Todos los hombres, por muy materialistas que sean, elogian al hombre en quien el espíritu triunfa de la materia. !Con cuánto entusiasmo acogió el mundo entero la noticia de la llegada al Polo Sur, después de muchas privaciones, de Amundsen, el viajero impertérrito de los Polos! ¡Y qué sincera fue también la compasión cuando el mundo se enteró de que Shakalton había muerto helado, unas millas antes de llegar a su término!... 

¿Qué es lo que celebra la Humanidad en estos descubridores?
Estos hombres no abrieron ninguna mina de diamantes, no inventaron máquinas nuevas; celebra en ellos el triunfo del espíritu sobre las fuerzas del cuerpo, el heroísmo de su espíritu emprendedor.
Un día me encontré por la calle a un niño que lloraba. Durante días había trabajado con esmero en hacer una hermosa cometa y cuando la soltó se quedó prendida en un tendido eléctrico. La bonita cometa se retorcía y se hacía pedazos a merced del viento. Hay muchos jóvenes también que llegarían muy alto si no quedasen prendidos en las redes de sus pasiones no dominadas.

Contra corriente
Quien vive con entereza sus convicciones, despreciando la ironía y el respeto humano el «que dirán» de los demás , es un joven de carácter.
Daniel a la edad de catorce años, cayó cautivo y llegó a la corte del rey Nabucodonosor. Ya puedes imaginarte que lujo y seducción deslumbrante le rodeaban. ¿Y cuál fue su lema? «Yo permaneceré fiel a mi Dios». La tentación duró tres años, y el permaneció limpio de alma en medio de todas las seducciones del palacio del rey. ¡Era un joven de carácter!
No temas tanto la opinión de los demás. Si levantas la voz con valentía en defensa de tus principios, verás no una, sino muchas veces, cómo va retrocediendo tu enemigo.
En las algunas ciudades de origen medieval pueden verse con frecuencia ruinas de fortalezas o de castillos antiguos. Cuando todo el edificio ya está desmoronado, la torre sigue desafiando aún años y más años la fuerza destructora del tiempo. Estas torres seculares permanecen cuando a sus pies todo se agita en medio del ajetreo de la vida. Parecen la viva imagen del carácter firme: a sus pies todo cambia, se inclina, se adapta, se vende, se compra, pero ellas no ceden en sus principios. Si esta torre ha permanecido como la defensa más fuerte del castillo, así también hoy el hombre de
carácter es la columna más poderosa de la sociedad humana. Parece que esta torre nos dice a todos:

«Miradme, yo no fui edificada en un solo día; ¡cuántos bloques de piedra tuvieron que ponerse uno sobre otro!, y ¡con cuánta fatiga, con qué voluntad, a costa de cuántos sudores!; pero ahora vedme aquí venciendo los siglos».

Para edificar la torre se necesitaron años, quizá decenas de años, y tú, ¿quieres hacerte hombre de carácter en un solo día?
Y mientras estoy mirando la torre del castillo, veo algo en la cúspide que está moviéndose de continuo. Ya se vuelve hacia acá, ya gira hacia allá... es la veleta. No tiene dirección fija, no tiene base sólida, casi diría: no tiene principios, no tiene carácter. Porque si lo tuviera, en vano le cantaría el viento sus canciones al oído. Negar los principios, ceder en la propia convicción, porque así resulta más cómodo, porque así se puede hacer una carrera más brillante, porque en el mundo entero sopla el viento en esta dirección, es lo propio de la veleta. Pues bien, medítalo: 

¿qué quieres ser, torre o veleta? ¿El cobarde esclavo del respeto humano o un hombre verdaderamente libre? La prueba de la mayoría Aunque todo el mundo hiciese el mal, ¿sabrías conservarte tú sin mancharte? 
Si en tu centro educativo todos aspirasen únicamente a disfrutar de la vida, ¿podrías tú permanecer firme en tus nobles ideales? ¿Y si todos mintiesen porque resultase ventajoso? Permanecerías fiel a la verdad aunque te crease problemas. La conciencia suele llamarse la voz de Dios, y con razón. ¿Quién no ha oído alguna vez en su interior esta palabra? Cuando el joven está a punto de pecar, oye en su interior una voz que lo amonesta: «¡No lo hagas, no lo hagas!». 

Si quieres ser libre, acostúmbrate a seguir incondicionalmente la voz de tu conciencia. No temas a nadie. Teme tan sólo a tu conciencia. No encaja con el carácter el abandonar por miramientos humanos, por miedo a habladurías o a la ironía, lo que aprueba tu conciencia. El joven que no se atreve a rezar o no se arrodilla en la iglesia porque «otros lo ven», es prisionero del reseto humano. Mas el verdadero carácter significa una voluntad fuerte, guiada por una conciencia delicada. Quien al hacer algo espía con miedo lo que dirá el otro, no tiene voluntad y su carácter todavía no está formado. Igual que quien se deja llevar sólo de lo agradable sin tener en cuenta si es bueno o malo. Piensa que la mejor ayuda para dormir, la mejor almohada, es una buena conciencia. El mártir San Pedro de Verona fue muerto a puñaladas por su fe. Después de los primero golpes gritó con tesón: 
«¡Creo!». Cuando, cubierto de sangre, ya no pudo articular palabra, con su dedo teñido en la propia sangre escribió en el suelo: 
«¡Creo!». Era un hombre de carácter porque era coherente con su fe.



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