Carta a un “negacionista”
"Negacionista" por ser libre, por dudar, por someter al más elemental análisis empírico las normas impuestas para combatir una enfermedad. Querido “negacionista”, te llamen lo que te llamen, es mejor negar la tiranía (LA MENTIRA Y EL ENGAÑO) que colaborar con ella.
Querido “negacionista”:
NEGACIONISTA: Vocablo despectivo que se utiliza de forma institucionalizada y totalitaria para menospreciar, humillar, segregar o perjudicar a quien se atreve a cuestionar la versión oficial de un determinado fenómeno.
La narrativa que durante un año se ha ido haciendo monolítica e implacable ha dado a ese término que de sobra conoces una segunda juventud tan poco espontánea como bienintencionada. Lejos de sentirte aludido, lo oyes como insulto, cuando la verdadera afrenta es su uso: primero, porque está destinado a quienes niegan el Holocausto y no conviene utilizarlo en vano. Menos, a sabiendas. Segundo, porque te atribuye una posición simple, bárbara. Lo que es peor, en serie. Es la materialización irresponsable de un prejuicio emitido afanosamente por quienes desde hace demasiado tiempo tratan de moldear el pensamiento, utilizando cualquier etiqueta para marcar a quien busca la Verdad.
Por la siempre tiránica vía del sentimentalismo, brocha gorda empapada de relativismo moral, un pensamiento único más enfrentado a ti de lo que tú jamás podrías posicionarte contra él llama insensibilidad a tu sentido común. Egoísmo a tu empatía. Frialdad a tu consciencia. Tozudez a tu razón. Opinión a la Verdad.
Se te acusa de negar la existencia de un virus que posiblemente conoces por encima de lo recomendable y más de cerca de lo deseable. Todo por ser libre, por dudar, por someter al más elemental análisis empírico las normas impuestas para combatir la expansión de una enfermedad. Medidas tal vez normales –nunca naturales– en China. No en Occidente, donde nos costó siglos abordar las adversidades sin negar la libertad de nuestros semejantes.
Han sido decisiones políticas, y no un virus, las que te han encerrado en casa durante meses bajo amenaza de multa o detención
Con el paso del tiempo y la confirmación práctica de tus intuiciones, acaso de tus incertidumbres o, simplemente, después de haber comprobado tu error, no has dejado de recibir el mismo trato. Tal vez, la fuerza de la costumbre te ha endurecido. Ya no lo notas, no lo oyes, no lo ves, por muy grave que sea de fondo. O quizá porque no te importan los exabruptos.
Aquellos “como se nota que a ti no te ha pasado”, “no te deseo ningún mal, pero”, reductores de la realidad a mera percepción, de quienes en un año no han sido capaces de ver que las medidas liberticidas aplicadas por sus gobernantes y los de tantos países para combatir un virus –el tono bélico es fundamental en la narrativa– nada tienen que ver con tu salud. Aún menos con la suya: es habitual verles haciendo lo contrario de lo que imponen.
Un largo periodo que ha ido evidenciando la enfermedad como coartada para el totalitarismo. Han sido decisiones políticas, y no un virus, las que te han encerrado en casa durante meses bajo amenaza de multa o detención. Las que te prohíben salir a partir de cierta hora, aunque llueva y la calle esté desierta. El virus no cerró tu trabajo ni lo catalogó como no esencial. Si te hubieran consultado, habrías defendido como necesario el medio de vida de tu familia.
Has comprobado que la fatalidad de la enfermedad y las medidas políticas son dos fenómenos independientes se miren por donde se miren. A pesar de ello, no has quemado ningún contenedor
El virus no acabó por dejarte en paro. El virus no paralizó tu tratamiento médico ni retrasó tu operación. El virus no encerró a tu abuelo en un lugar del que no te dejaron sacarlo. El virus no te prohibió acudir a un templo a rezar. El virus no te impidió ver a los tuyos ni reunirte con ellos en Navidad. El virus no te ha separado de tus pasiones ni te ha arrebatado los ritos que dan forma a las tradiciones más profundas de tu vida, tal vez heredadas de tus antepasados. El virus no mantiene abiertas las ventanas de las aulas donde dan clases tus hijos en las frías mañanas de invierno. El virus no te dice a qué hora debes ver a tus amigos ni con cuántas personas puedes sentarte en una mesa. El virus no oculta tus expresiones y las de los demás. El virus no te impide reconocerte en el espejo cuando te colocas frente a él: lo importante es que ocultes tu rostro, no la condición de aquello que lo cubre.
Sabes que un virus no toma decisiones, tanto como que las decisiones tienen consecuencias. También los arbitrios. Has comprobado que la fatalidad de la enfermedad y las medidas políticas son dos fenómenos independientes se miren por donde se miren. A pesar de ello, no has quemado ningún contenedor, no has pateado ninguna papelera ni has rodeado la sede de ningún partido político para protestar. No es tu estilo.
Siempre es hora de señalar lo evidente por obvio que parezca. De defender que, aunque chapoteemos en el reduccionismo materialista, los seres humanos somos muchísimo más que un saco de células luchando contra un virus
Tampoco, siquiera por aquello de usar la misma moneda, has respondido llamando colaboracionistas a quienes te difaman con una liberalidad tan inconsciente como peligrosa. Los que te acusan de irresponsable por contradecir unas normas totalitarias, cuando lo irresponsable es no hacerlo. Los que, con tal de seguir las caprichosas imposiciones de unos gobernantes que demuestran día tras día su indiferencia por aquellos que tratan como súbditos, son capaces de perder su puesto de trabajo, el sustento de su familia, sin dar la más mínima batalla, autómatas, insultando a quien lo hace. Los que llevan un año sin abrazar a sus mayores, como si sus mayores no vivieran de cariño. Los que te señalan desde la ventana por tu bien. Los que te delatan por tu salud. Los supersticiosos que pasean por la playa sin nadie alrededor con la cara tapada en nombre de la ciencia. Los que creen a quien sabe que les miente. Los inconscientes que te acusan de negar la realidad. Los agentes de la autoridad que abusan de la autoridad de la que sólo son agentes. Los tontos útiles que hacen más que cualquier tirano por imponer un régimen liberticida.
A pesar de ellos, siempre es hora de señalar lo evidente por obvio que parezca. De defender que, aunque chapoteemos en el reduccionismo materialista, los seres humanos somos muchísimo más que un saco de células luchando contra un virus. Es lo que menos somos. De decir que el totalitarismo no cura. Al contrario, nos debilita en lo espiritual, en lo moral y en lo físico, creando un terreno fértil para la enfermedad. De saber que la libertad es el estado natural del alma, indispensable para la salud. Que la pena mata. Que la Verdad es verdad.
Querido “negacionista”, te llamen lo que te llamen, es mejor negar la tiranía que colaborar con ella.
Un abrazo
LLEGARÁ ESE DÍA
No lo dudes. No te va a gustar y no lo vas a pasar bien. Pero ese día va a llegar.
Seguramente la lectura de este artículo —si es que lo lees, cosa que no está nada clara—, te haga levantar la ceja, condescendiente, presumiéndote tan cargado de argumentos y tan autorizado por la lógica de la historia que incluso sentirás cierto desdén por quien lo firma y por lo que dice. Esbozarás una sonrisilla despectiva, pensarás más o menos: “Gilipolleces de un facha español, uno de tantos”. Estás en tu derecho, faltaría más. Pero tu desprecio y suficiencia no son razones, ni ideas. Son una respuesta emocional ajustada a una condición psicológica, algo perfectamente comprensible. No te extrañe: no tienes convicciones políticas sino una inclinación sentimental hacia un relato que te consuela de casi todos tus fracasos, frustraciones, miedos, inseguridades. Un relato urdido por gente mucho más lista que tú —no lo dudes—, que te libera de la necesidad de responsabilizarte de tu futuro, del futuro de tus hijos, del futuro de tus nietos, para descargar en otros, tus enemigos, el peso de la culpa por todo lo malo que te ha pasado y todo lo bueno que no ha sucedido en tu vida.
El esquema es más viejo que los caminos pero sigue funcionando si se aplica a mentalidades simples como la tuya: “No soy responsable de nada, la culpa siempre es de los otros y mi partido y sus dirigentes saben lo que debo hacer para resarcirme de todas las injusticias cometidas contra mí”. Por supuesto, no te ofendas por calificar de “simple” a tu mentalidad; mira, de eso no tienes la culpa: los maestros enseñan a pensar pero tus líderes sólo te han enseñado a creer en lo que ellos piensan por ti. No tengo ninguna esperanza de que comprendas estas frases, no por ahora, ni que asumas lo que va a sucederte dentro de unos años. Ni siquiera te pido que confíes en que algún día se hará realidad lo que ahora mismo lees y te disgusta. Tus dirigentes sí te exigen continuamente, cada día, ese acto de fe. Yo sólo te prevengo: llegará el día en que te darás cuenta de cómo te han engañado, cómo se han aprovechado de ti y de muchos como tú, de cómo te hicieron sentir con intensidad, hasta la indignación y el fervor, pero no fueron capaces de mostrarte la manera de alcanzar alguna idea útil, una pizca de criterio propio; y, por supuesto: ni leve asomo de solución a ninguno de los desmanes e injusticias por las que públicamente se rasgan las vestiduras y que agradecen en privado porque su negocio consiste, justamente, en vivir de eso: clamar ante multitudes y arreglarse el condumio vitalicio a costa de los demás. Siempre ha sido así y eso no va a cambiar.
Quien va a cambiar eres tú.
Llegará el día en que te canses de girar en torno a la noria sin sacar más que arena, en que empieces a “mosquearte” porque los de siempre siguen con el discurso de siempre, hacen lo mismo de siempre y viven opíparos como nunca mientras que tú también estás como siempre: jodido y sin perspectivas. Entonces lo sabrás. Entonces será el día.
Llegará. Ese día va a llegarte, no le des más vueltas. Llegará ese día en que te sentarás frente a tu pareja, tus hijos, tus nietos, tu familia, tus amigos… Lanzarás un suspiro resignado y dirás con convicción y sin ningún entusiasmo: “Cómo nos engañaron”.
Puede que ese día, más que tu fracaso te duela saber que otras gentes, ahora mucho más jóvenes que tú, recién llegados a la ceremonia, se encuentran donde tú estabas hace tiempo, pensando lo mismo que tú pensabas, quejándose de lo mismo que tú te quejabas, apoyando a los mismos que tú apoyabas antes de dar portazo a este teatrillo del absurdo. No te preocupes por ellos: también les llegará el día. A todos les llega su momento a menos que, naturalmente, pertenezcan a la comunidad de beneficiarios o a la cofradía de los fanáticos incondicionales, que de esos también hay de sobra.
Salvo que te encuentres en alguno de esos casos, te llegará ese día. Ahora te fastidia pensarlo, muy cierto. Ese día te fastidiará no haberlo sabido antes. Tampoco sufras por ello porque, ya sabes: nunca es tarde.
Histerocracia, otra vez
Lo último de lo último: la prevalencia de la razón sobre las emociones y los sentimientos es rasgo distintivo de la masculinidad tóxica. Lo dice el ministerio de igualdad, no me invento nada. El nuevo hombre deconstruido, convenientemente purgado del machismo original, debe mostrarse tan empático como racional a la hora de abordar cualquier asunto, complicación o dilema. Si no puedes remar, llora. Los hombres que lloran son progresistas y sus lágrimas civilizadas como el aroma a maderas antiguas en una pinacoteca. Los que guardan sus lágrimas para casa y encima en casa las disimulan —o peor aún, las ocultan—, una de dos: son maltratadores o votan a Vox. Seguramente las dos cosas.
Así las conclusiones del estudio sobre “el machismo en la escuela española, 1945-1970” publicado hace unos meses por no me acuerdo ni me apetece recordar qué asociación gloriosamente subvencionada por el irénico ministerio. Lo primero que apetece es preguntarse qué delito hemos cometido los españoles para sufragar 100% con nuestros impuestos esta aburrición. ¿De verdad hace falta encargar a unes amigues un sesudo estudio acerca de la materia para llegar a la conclusión de que, en efecto, la educación en España durante la época señalada era machista? Pero la segunda conclusión es más grave todavía: racionalizar la vida es de patriarcones, señoros y machirulos. Vivir, pensar, creer y decidir conforme al latido de nuestras emociones y poquito más, es progresista.
Algo importante hay que agradecer, sin embargo, a estos dispendios intelectuales con que nos regala de vez en cuando la feminastia hispánica. Despejan el panorama. Entendiéndome a mí mismo: desde hace mucho tiempo llama la atención esa tendencia montuna de la progresía a escandalizarse por dos rayas en el agua, el griterío, la sobreactuación. En su día llamé histerocracia a la famosa indignación. Fue en tiempos pasados, desde luego, aquella época en la que Pedro Sánchez gritaba en sus mítines como una pescadera ofendida por los precios del rodaballo, cuando Pablo Iglesias decía “tic-tac” y Monedero organizaba escraches a Rosa Díez. Esos tiempos han cambiado porque la grosería pasó de las esquinas callejeras a los despachos ministeriales, pero queda el poso doctrinal destilado por aquellas toneladas de cochambre ideológica. Al final, todo se reducía al axioma eterno, lo que psicólogos y psiquiatras llaman disociación cognitiva: lo que no me gusta me ofende y además es mentira; y un paso más hacia lo extremo: lo que me ofende tiene que desaparecer y estoy legitimado para borrarlo del mapa. Cancelación. Ilegalización. Delito de odio. Así piensa —piensa— el progrerío español y, en general, el progrerío de occidente, los entusiastas enterradores de una civilización dimisionaria que aún llamamos nuestra, no se sabe por qué. Lo que sí se sabe es que la razón produce monstruos, ahí está el punto. Donde esté una buena corazonada que se quiten los ejes cartesianos. Me ofendo luego existo.
Atención y despierte el alma dormida, sin embargo: los tiempos del arrebato y la ira pueden volver en cualquier momento. Sólo hacía falta, por ejemplo, que la izquierda tuviese una mala tarde electoral y perdiera de golpe treinta o cuarenta ayuntamientos y tres o cuatro comunidades autónomas, o que se anuncien urnas próximas y el resultado de la consulta se prevea contrario a la causa del Bien Universal. La derecha se convierte de inmediato en extrema derecha, toda ella y sin matices; los pactos municipales son “vergüenza” y las personas transmutan en investigados, números de cuota en expedientes sujetos a la supervisión de los censores del recto pensar. Ilustrativo, sin duda, el ruido que han organizado desde su côte por la antigua profesión del nuevo vicepresidente de la Generalitat valenciana: matador de toros. Un escándalo. Si antaño se hubiese dedicado a matar personas en vez de toros habría tenido más posibilidades de ser alcalde o concejal en cualquier ciudad de cualquier provincia cercana al Cantábrico sin que el Gran Hermano rugiera o rugiese. Oigan, y que todo lo demás, para el angélico gusto de los redentores, va de paso atrás en derechos y conquistas sociales. No hace falta especificar qué derechos y qué conquistas sociales, pero ya se entiende. Se grita derechos y se grita conquistas sociales y enseguida se activa el resorte: a por ellos. Ya se pensará más adelante en lo concreto, en qué tienen que ver los derechos de las personas y los avances de la sociedad con que los ayuntamientos estén en manos de la izquierda, de Pitágoras o del archimandrita de Meteora. Total, ya estaba dicho: lo que importa es el sentimiento.
Todo este kabuki me recuerda a aquel poeta ambulante granadino que escribía sus poemas en las servilletas de los bares y los vendía a la parroquia por veinte duros y la voluntad. “Pero oiga, si lo ha redactado usted en cinco minutos y además tiene faltas de ortografía”, le reprochó más de un posible cliente. “Nada, nada”, respondía él: “Lo que importa es que salió auténtico, y que está escrito con mucho sentimiento”.
Pues eso.
Rescatamos esta recopilación como dedicatoria a todos los hijos de satanás que en el día de hoy han alzado la voz contra “la cultura del odio y las cacerías inhumanas”.
Con el pasar del tiempo, vuestro terrorismo informativo está quedando todavía más en evidencia.
VER+:
"EL NEGACIONISTA"
Un video dedicado a los médicos y científicos que plantaron cara a las élites, y como no, a todos aquellos que pusieron su granito de arena. Porque no fue la vacuna quien salvó millones de vidas, fueron los negacionistas.
«Llegará un momento en que los hombres caerán en lo absurdo, y cuando vean a alguien que no está trastornado, lo atacarán diciendo: Estas demente; tú no eres como nosotros.» San Antonio, Abad
"En la razón soy librepensador y, en la Fe,
soy libre por Cristo".
Yanka
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