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miércoles, 5 de febrero de 2025

LA DEMOCRACIA VENEZOLANA Y LA CRISIS DEL SISTEMA POPULISTA DE CONCILIACIÓN por JUAN CARLOS REY

LA DEMOCRACIA VENEZOLANA Y LA CRISIS
DEL SISTEMA POPULISTA DE CONCILIACIÓN


INTRODUCCIÓN 

Desde 1958, Venezuela disfruta de una estabilidad democrática excepcional en su convulsionada historia, que, hasta fechas recientes, ha sido considerada como un ejemplo para América Latina. El hecho de que, durante los últimos treinta y tres años, en el país hayan funcionado y se hayan sucedido, en forma continua, gobiernos libremente elegidos, y de que la actual Constitución, con sus treinta años de vigencia, se haya convertido en la de más larga duración de toda nuestra historia republicana, son acontecimientos singularísimos, pues rompen con una lamentable tradición de gobiernos autoritarios y de inestabilidad político-constitucional, que ha caracterizado nuestra vida como nación independiente. En efecto, de las Constituciones del pasado, la única que puede ser considerada como realmente democrática es la de 1947, que apenas duró año y medio, y durante cuya vigencia el primer presidente civil, y elegido por votación universal, directa y secreta en la historia de Venezuela —el gran novelista Rómulo Gallegos—, no pudo completar diez meses en el ejercicio del cargo, pues fue derrocado por un golpe militar. 

Dados esos antecedentes, y el cuadro general de gobiernos dictatoriales que hasta hace poco prevaleció en América Latina, el caso venezolano, a partir de 1958, no sólo resultaba extraordinario, sino que ha podido ser considerado —para otros países de la región (o incluso de fuera de ella)— como un modelo de transición y de consolidación democrática exitoso. Sin embargo, algunos acontecimientos recientes —en especial, el estallido social que se produjo el 27 y 28 de febrero de 1989 (sobre su significado, véanse PRATO BARBOSA, 1989; KORNBLITH, 1989, y CIVIT/ESPAÑA, 1989)— han puesto de manifiesto, de forma espectacular, la existencia de una seria crisis, que, aunque agravada en los últimos tiempos, estaba presente, en forma larvada o solapada, desde muchos años atrás, y que constituye una prueba crucial para la aparentemente sólida democracia de Venezuela. De modo que el análisis del caso venezolano puede también arrojar luz sobre las graves dificultades que existen en la actualidad para el mantenimiento de la democracia en América Latina. 

En este artículo me propongo tres objetivos: 
Primero, examinaré las razones por las que, antes de 1958, no se pudo establecer un régimen democrático en Venezuela y, en particular, por qué se frustró el intento de instaurar una democracia de masas durante el trienio 1945-48. 
Segundo, analizaré cómo, a partir de la experiencia traumática de ese período y de las enseñanzas que de ella se derivaron, se logró, a partir de 1958, estabilizar la democracia, y examinaré, asimismo, los principales mecanismos políticos que lo hicieron posible. 
Tercero, discutiré las causas de la actual crisis del sistema político venezolano y las perspectivas de la democracia en el país.

LA CRISIS DEL SISTEMA Y LAS PERSPECTIVAS DE LA DEMOCRACIA 

Pese a la crisis por la que atraviesa el sistema populista de conciliación hasta el momento actual, ningún actor social o político de importancia ha planteado una alternativa que no sea democrática, y el debate se centra más bien en la cuestión de, en qué consiste y cómo realizar una «verdadera» democracia, que se supone ha sido distorsionada por el proyecto político que hemos seguido a partir de 1958. Esto requiere una modificación de las reglas de juego básicas del orden político. 

En lo que se refiere a las reglas de juego jurídico-formales, consagradas en la Constitución de 1961, hasta hace poco ningún sector de derecha o de izquierda había proclamado expresamente que su proyecto político no cabía dentro del marco amplio y extraordinariamente flexible que proporciona el texto constitucional, y a lo más se habían sugerido ciertas enmiendas que no tocaban lo esencial. Pero con motivo de los trabajos que lleva a cabo la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado y la Comisión Bicameral del Congreso, encargada de estudiar posibles modificaciones a la Constitución, se han hecho oír algunas voces, asociadas al sector empresarial, y que expresan una posición neoliberal, según las cuales habría que modificar sustancialmente el actual texto constitucional, pues consideran que obedece al modelo de welfare state, que sería incompatible con el desarrollo de la iniciativa y la empresa privada. Aunque no es probable que se llegue a una modificación de las reglas jurídico-formales de la Constitución, en el sentido en que lo desearía la iniciativa neoliberal, su ofensiva contra las reglas informales en que se basaba el sistema populista de conciliación se está desarrollando con notable éxito. 

En Venezuela se está desarrollando una feroz crítica al «populismo», al que se identifica como el principal responsable de la crisis que vive nuestro sistema político, y que es atacado, por igual, tanto desde las posiciones ideológicas propias de la nueva derecha neoliberal (ROMERO, 1986) como desde las de la izquierda tradicional (MALAVÉ MATA, 1987). Esa crítica abarca los más variados aspectos de ese complejo sistema, que van desde su ideología y mensaje político manipulativo (BRITTO GARCÍA, 1988 y 1989) hasta su manejo ineficiente de la economía (SUÁREZ/MANSUETI, 1983); pero los dos blancos favoritos de tales ataques son el «estatismo» y la «partidocracia». 

En Venezuela, la acción del Estado y de los partidos políticos ha sido fundamental no sólo para el mantenimiento de la democracia, a partir de 1958, sino, desde mucho antes, para el proceso de integración nacional y para la promoción y el desarrollo de la sociedad moderna; por esta razón, la presencia de ambos (Estado y partidos) en todo el entramado social es muy prominente. De modo que, como consecuencia de esa acción del Estado y de los partidos, no sólo se ha producido un importante desarrollo de la llamada «sociedad civil», sino también ha tenido lugar una compleja imbricación entre todos ellos, cuya naturaleza y significación última está abierta a discusión. 

De acuerdo a la interpretación neoliberal, el crecimiento del sistema de empresas del Estado, de los entes públicos descentralizados y del llamado «sistema de planificación», que se incrementa y acelera después de 1958, ha significado básicamente un aumento del papel del Estado, de su capacidad reguladora y de la esfera de actividades sometidas al mismo, así como una disminución correlativa de la autonomía de la «sociedad civil», y representa —según tal interpretación— un creciente e indeseable «estatismo», que se impone unilateralmente sobre la sociedad, asfixiando o bloqueando sus iniciativas, energías y potencialidades y amenazando convertirse en un abierto despotismo. Pero, de acuerdo a la interpretación que es propia de la izquierda, ese proceso obedece básicamente al deseo de favorecer los intereses de la empresa privada y ha tenido como consecuencia poner a disposición de ese sector recursos financieros e instrumentos de regulación públicos (para una discusión de ambas interpretaciones, véase BIGLER, 1981a). En mi opinión, ambas interpretaciones son excesivamente unilaterales. En realidad, como consecuencia de la creación de esos mecanismos semicorporativos, una significa tiva parte del proceso de formación de políticas públicas del Estado venezolano tiene lugar mediante un complejo proceso de negociación entre factores de poder e intereses diversos. Aunque el Gobierno, en cuanto representante oficial del Estado, aparece como un «arbitro» entre los diversos intereses privados especiales, de hecho es un poder más, sin duda muy importante, pero que, en la práctica, carece de una capacidad de regulación unilateral, de modo que tiene que negociar constantemente con esos intereses (lo cual, frecuentemente, ocurre en la fase de implementación de las decisiones o políticas). A partir de esa interacción entre poderes e intereses diversos, se producen eventuales equilibrios a largo plazo que no son el producto de una acción reguladora autónoma y unilateral por parte del Estado, sino del «balance de poder» de los distintos actores que toman parte. La existencia de ese sistema semicorporativo introduce, sin duda, en favor de los grupos minoritarios y poderosos, una importante distorsión del resultado final (con respecto al que cabría esperar si sólo funcionaran mecanismos de representación y participación puramente democráticos) (véase ARROYO TALAVERA, 1988). En estas circunstancias, el Gobierno (en tanto que representante oficial del Estado), los partidos políticos y las organizaciones sociales por éstos controladas son, frecuentemente (pese a sus tendencias elitistas, oligárquicas y manipulativas), los únicos factores que contribuyen a balancear la situación en favor de los sectores populares para intentar restablecer un cierto equilibrio. 

Para algunos —cada vez menos—, la realización de la «verdadera» democracia consistiría en introducir «mejoras» en el sistema de privilegios de naturaleza semicorporativa existente, incorporando al mismo, eventualmente, a sectores o grupos sociales que todavía no han sido beneficiados por ese sistema. Pero esta «solución» plantea dificultades teóricas, y prácticas insuperables. 

Primera, no existe una teoría satisfactoria de algo que pueda ser considerado como una democracia corporativa. 
Segunda, un sistema corporativo se basa en una distribución desigual del poder y de los privilegios, y es incompatible, por tanto, con los valores básicos de la democracia, mucho más en situaciones como la venezolana, en que los grandes sectores populares carecen de organización (salvo los partidos políticos y los sindicatos controlados por ellos, sobre cuyas deficiencias volveré en un momento), y, por consiguiente, les falta poder de negociación. 

Y tercera, una ampliación o extensión del sistema de privilegios existente encuentra límites infranqueables en la situación de escasez relativa de recursos del presente, y sólo podría ser viable a partir de un modelo de desarrollo económico basado en un aumento continuo e ininterrumpido de la renta petrolera, que no es previsible; por el contrario, a medida que la economía del país se vuelva menos dependiente de los recursos petroleros de origen externo, aumentarán los conflictos distributivos (incluso se convertirán en conflictos redistributivos, en los que hay que «quitar» a unos para «dar» a otros), de modo que lo que, en realidad, está planteado no es el aumento de los privilegios, sino cuáles de sus actuales beneficiarios deberán ser excluidos de los mismos. En realidad, para la realización de una verdadera democracia habría que desmantelar los mecanismos de representación y participación semicorporativa existentes, o limitarlos severamente, asegurando y reforzando el control democrático sobre la toma de decisiones públicas; pero ello no debería implicar ni una eliminación de las actividades distribuidoras y políticas sociales del Estado, ni una disminución de su capacidad para responder a las preferencias de la mayoría, sino, por el contrario, un aumento de ella. 

La prédica antiestatista propugna no sólo la privatización de gran número de actividades o empresas actualmente bajo control estatal y la eliminación de gran parte de las regulaciones de la actividad económica privada, sino también el abandono de las políticas sociales y de bienestar por parte del Estado venezolano (en las que ve la manifestación de una democracia «populista», esto es, demagógica) como condición para el libre desarrollo de la iniciativa privada. Esta «solución» resulta muy tentadora, pues, por un lado, es la propugnada por los grandes organismos financieros internacionales, cuyo respaldo es necesario para hacer frente a los graves problemas derivados del manejo de la deuda externa, y por otro, permite aliviar la carga del Estado, agobiado por las dificultades fiscales, y renovar el apoyo de grupos de poder (empresariales e incluso sindicales), que serían los beneficiarios de la privatización de algunas empresas estatales. Esta es la línea de acción que ha emprendido el actual Gobierno del presidente Pérez, aunque con serias reservas y creciente descontento dentro de su partido (AD). Pero esta política perjudica a los sectores mayoritarios, que disponen de menos recursos y poder, de modo que cabe prever que generará un mayor descontento y probablemente obligará al Gobierno, a medio o largo plano, si no la abandona, a tomar medidas más autoritarias y represivas. 

El otro gran tema de crítica generalizada es el de los partidos políticos. Aunque, desde mucho antes de 1958, está presente, entre los sectores más conservadores, una actitud de hostilidad hacia los partidos, no es sino mucho después cuando se extiende y generaliza la crítica a la llamada «partidocracia». Una idea constante en la cultura política tradicional del país, de inspiración roussoniana-bolivariana —y muy arraigado aún en el estamento militar—, es el rechazo del «espíritu de partido» (como equivalente a la facción) y la exhortación a la construcción de la «unidad moral» de la República mediante la superación o renuncia de los intereses particulares. Pero es evidente que, en las condiciones de la sociedad venezolana contemporánea, la eliminación del «espíritu de partido» sólo podría hacerse a costa de instaurar una dictadura o alguna forma de despotismo estatal, que, con toda probabilidad, serviría, en realidad, a algún interés privado. En todo caso, es frecuente considerar a los partidos políticos como responsables de gran parte de los males que afectan a nuestro sistema político e incluso al conjunto de nuestra sociedad. Así se ha afirmado que nuestra democracia ha degenerado en una «partidocracia», pues (ha dejado de ser el Gobierno del pueblo y para el pueblo y se ha convertido en un Gobierno no sólo de los partidos, sino para los partidos» (BREWER-CARÍAS, 1985: 57), y no sólo se llega a considerar a los partidos políticos como los responsables de la crisis política e institucional del Estado venezolano (BREWER-CARÍAS, 1988), sino que se les acusa de haber usurpado funciones propias de la sociedad civil y de ahogar sus iniciativas y posibilidades de libre desenvolvimiento. 

Como tuvimos ocasión de ver, las diversas funciones que han tenido que cumplir los partidos en Venezuela no son el producto de una «usurpación», sino, por un lado, del relativo vacío social en que nacieron y, por otro, de la falta de adecuado funcionamiento del Estado y de recursos institucionales, que aún subsiste. Pero lo cierto es que, pese a todas sus deficiencias, los partidos políticos y los sindicatos por ellos controlados constituyen en Venezuela uno de los pocos factores de equilibrio en favor de los sectores populares, de modo que su eliminación o la disminución de su papel como agregadores y articuladores de intereses llevaría a fortalecer el poder de los grupos económicos o de los empresarios individuales. De modo que la «verdadera» democracia no puede consistir en el abandono por parte del Estado de las funciones que actualmente desempeña, en favor de la llamada sociedad civil, ni en la eliminación de las funciones esenciales cumplidas por los partidos políticos y por los sindicatos, pues si esto ocurriese sólo quedaría la influencia de las organizaciones económicas privadas. 

En todos los análisis anteriores he partido del supuesto de que una característica esencial de un Gobierno democrático es que debe tratar de satisfacer las preferencias de la mayoría o de dar respuestas positivas a las demandas de quienes lo han elegido. He supuesto, además, que la competición electoral entre partidos es un mecanismo adecuado para asegurar ese resultado. Pero no faltan quienes —dentro y fuera de Venezuela— rechazan estos dos supuestos. En efecto, en Venezuela son cada vez más frecuentes las voces que, desde una perspectiva neoliberal, y a partir de una crítica al «populismo» (al que identifican con la competencia demagógica entre los partidos), rechazan como indeseable la idea de que el Gobierno deba dar respuestas positivas a tales demandas, y afirman que la única función del voto debe ser proporcionar un mecanismo destinado a evitar que el Gobierno se convierta en despótico o tiránico. Desde tal perspectiva se propugna, una vez más, si no la eliminación, al menos la disminución del papel de los partidos políticos en los procesos electorales. Ante la crisis del sistema populista de conciliación y la imposibilidad de manejar y satisfacer demandas heterogéneas y crecientes, la tentación de un cierre del sistema ante ellas, de aumentar la desmovilización y de exigir, una vez más, a las masas, paciencia y pasividad, es muy grande. A tal proyecto responden gran parte de las críticas al «populismo», al «estatismo» y a la «partidocracia» que proliferan en el país. Pero en un sistema que se basó en el alza continua de las expectativas de los diversos grupos sociales, y en el que la confianza en las organizaciones y líderes está muy deteriorada, las posibilidades de lograr tal «cierre» sin acudir a la represión en gran escala son muy escasas. 

Pero el rechazo de la «partidocracia» también es común —aunque por razones distintas— en la izquierda. Así, a partir de una crítica —en gran parte justa— a la mediatización que los partidos ejercen sobre las organizaciones sociales, así como a su falta de democracia interna y al carácter oligopólico de la competencia entre ellos, propugnan el reducir al mínimo su influencia, para abrir paso a una democracia más auténtica cuyos principales actores serían los nuevos «movimientos sociales» (vecinales, ecológicos, etc.) (GÓMEZ CALCAÑO, 1987a y 1987b, y DE LA CRUZ, 1988). El problema consiste en que tal programa responde, más bien, a deseos personales y a la influencia de ideas provenientes del extranjero que a la realidad venezolana, pues esos «movimientos», que apenas se inician en el país, son extraordinariamente débiles. De modo que, aunque nadie que sea partidario de una verdadera democracia puede estar en contra de la promoción de nuevas capacidades organizativas entre los sectores sociales actualmente más débiles y desorganizados, esto constituye una tarea a largo plazo y de resultados muy inciertos; de modo que, a corto y medio plazo, la tarea más urgente parece ser la democratización de las organizaciones sociales ya existentes (en particular, los partidos políticos y los sindicatos). 

Hay, por otra parte, quienes, desde un enfoque de inspiración marxista, niegan que las elecciones puedan constituir un mecanismo efectivo para asegurar la satisfacción de las demandas de la mayoría de los electores (por ejemplo, SILVA MICHELENA/SONNTAG, 1978: 32, 77-78). Pero son muchos más quienes, insatisfechos con la falta de respuesta de los partidos a las preferencias de la mayoría de los votantes, creen que, a través de reformas electorales que lleven a la personalización del sufragio, se producirá un debilitamiento de la presencia de las organizaciones partidistas y se logrará un mayor control de los electores sobre los elegidos. Pero si lo que desea es aumentar la responsabilidad de los elegidos frente a sus electores, habría que perfeccionar los mecanismos electorales y de representación y participación democrática, que, como tuvimos ocasión de ver, en la actualidad limitan severamente esa responsabilidad. Es cierto que la existencia de partidos políticos organizados implica siempre una forma de competencia oligopólica en la vida política, pero no se trataría de eliminar tal forma para sustituirla por una competencia perfecta, que resultaría imposible y, en todo caso, indeseable. En efecto, para ello habría que destruir a los partidos, que son un factor indispensable para la moderna democracia de masas, y si ellos perdieran el papel central que hoy ocupan, éste sería desempeñado por los mass media (como ya comienza a ocurrir en Venezuela) y por poderosas organizaciones de intereses privados, y los dirigentes partidistas serían reemplazados por demagogos o líderes carismáticos irresponsables. Lo que habría que tratar más bien es de asegurar una competencia oligopólica imperfecta, pero satisfactoria, capaz de proporcionar incentivos suficientes a los partidos para satisfacer los deseos e intereses del electorado. Para ello, fundamentalmente, habría que bajar las «barreras de entrada», que actualmente, representan los altísimos gastos de las campañas electorales, no para colocar a todos los partidos en situación de igualdad, sino para permitir un mínimo satisfactorio de competencia efectiva. Por otro lado, habría que eliminar las distorsiones que introduce el sistema de financiamiento privado, a cargo de los económicamente poderosos. Junto a ello sería necesario aumentar la democracia interna de los partidos para hacerlos más responsables ante sus militantes de base y su electorado. Y sería necesario, además, que los partidos recuperaran sus funciones de conducción y liderazgo, en la formación de las preferencias de los votantes, y cesara la competencia demagógica perversa, que sólo conduce a la frustración de los electores.

CORRUPTOS MULTINACIONALES

ALEK BOYD EN LA FIESTA CON PIÑATA | PRESENTACIÓN EN LONDRES
FUERA DE ORDEN 444 | MARTES 17.1.2023

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Todo lo que querías saber sobre la oposición y tenías miedo de preguntar, feat. Alek Boyd

El TOP5 de los ESTAFADORES "REVOLUCIONARIOS", 
según ALEK BOYD y DANIEL LARA FARIAS

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AL VENEZOLANO LE QUEBRARON LA LÓGICA Y EL SENTIDO COMÚN por NOEL ALEJANDRO LEAL ROJAS 😵 y "LOS VENDEHUMOS Y CORREVEIDILES DE LA OPOSICIÓN PUTILERA

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ARTÍCULOS DE ERIK BOYD









La Democracia Venezolana y ... by Víctor M. Quiñones Arenas.


viernes, 16 de agosto de 2024

LIBRO "EDUCAR EN LA MENTIRA": ADOCTRINAMIENTO Y MANIPULACIÓN NAZI EN LAS AULAS DE CATALUÑA Y EL PAÍS VASCO por PEDRO ANTONIO HERAS


EDUCAR EN 
LA MENTIRA

ADOCTRINAMIENTO Y MANIPULACIÓN NAZI 
EN LAS AULAS DE CATALUÑA Y EL PAÍS VASCO

PEDRO ANTONIO HERAS

Desde el control de la enseñanza y de la cultura, los nacionalistas catalanes y vascos se han dedicado de forma tenaz y sin complejos a levantar instrumentos y discursos de nacionalización negadores de la realidad común española. Todo ha sido potenciar, crear e inventar identidades ajenas al sentimiento nacional español; proyectando sus procesos particulares y excluyentes de nacionalización como alternativas frontales y contrapuestas a la nación española. 
Este empeño nacionalista en construir naciones requiere obligatoriamente un intenso adoctrinamiento escolar. Ninguna faceta de la enseñanza queda libre de él. Para ello cuentan con la colaboración de las editoriales nacionales de libros de texto escolares que presentan adaptaciones, mutilaciones y ocultaciones sobre todo de los símbolos y realidades del conjunto de la nación particulares en cada comunidad, y con el fervor de las editoriales de inspiración nacionalista existentes en cada comunidad plenamente identificadas con los proyectos nacionalistas. 
Si a esto sumamos la pasividad total de la Alta Inspección del Estado, el panorama no puede ser más desesperanzador. Este libro se centra en estudiar los textos de ciencias sociales e historia en el País Vasco y Cataluña, porque son los ejemplos más reales de la situación citada. 

No significa que el exceso de particularismo y narcisismo empobrecedor y estéril, se limite exclusivamente a las autonomías estudiadas, pero es donde se alcanzan los mayores despropósitos. Se expone lo encontrado en libros y periódicos. Y, desde estas páginas, se apela a las conciencias de la ciudadanía para que tengan presente los riesgos de una enseñanza en la que, por delante de valores como razón y libertad, se anteponen las creencias y emocionalismos identitarios excluyentes. 
Quizá haya que plantearse si necesitamos una escuela que nos enseñe a vivir en libertad y responsabilidad, y no unas aulas que nos inoculen el virus del odio, así como la del insondable victimismo narcisista e identitario.

INTRODUCCIÓN

No hay problema de mayor peso y lastre para el tuturo de nuestra sociedad que el estado actual de la enseñanza.
La situación de la educación en España es francamente mejorable en todos los aspectos. Estamos en las últimas posiciones europeas, según todos los paráme­ tros y baremos de clasificación del rendimiento y aprovechamiento escolar y de calidad de la enseñanza.

Por nuestra parte, estamos convencidos de que no es un problema de falta de medios materiales, sino de una profunda crisis de valores sociales, familiares y de la propia institución escolar. Escuchar las quejas de los profesores -sobre todo en la enseñanza pública- y de los alumnos más responsables y con ganas de aprovechar el tiempo -ese concepto que «Suena tan antiguo» pero tan verdadero y auténtico-, nos coloca ante el principal problema que tiene nuestra sociedad. El futuro está hipotecado en todos los órdenes por la mala educación de los jóvenes.

Diversos son los remedios y cambios que debemos aplicar en nuestra escuela. Pero uno es el principal e insoslayable para poder salir del marasmo: hay que fomentar y estimular los hábitos de trabajo, esfuerzo y responsabilidad, de bús­ queda de la excelencia -que sean los alumnos más trabajadores los que marquen la pauta, no al revés, como sucede ahora-; y admitir que la necesaria e irrenun­ ciable igualdad de oportunidades no conlleva, no puede hacerlo, a la igualdad en los resultados en la enseñanza. Estos deben depender del esfuerzo de cada centro, profesor y alumno no de una empobrecedora nivelación por abajo como sucede ahora.

Ahora nos encontramos -cualquier profesor, padre y alumno lo sabe- con el ambiente contrario a esta necesidad: los mejores alumnos, los que quieren estudiar, están desmotivados, y muchas veces acobardados, desprotegidos y forzados a la inhibición. Por ello es obligatorio generar y robustecer un sentido de respeto, autoridad moral y disciplina en las aulas. Sin esto, no saldremos del pozo en el que estamos, por más medios materiales que tengamos e invirtamos.

Nuestro problema es ético y moral, no material. Rechazar esta apreciación es negarnos a ver y leer la realidad, y toda realidad ignorada prepara su venganza y nos incapacita para un futuro de mayor libertad y responsabilidad individual y social.

Pero lo dicho hasta ahora son los problemas estructurales, de crisis de un mo­delo de enseñanza. Sin embargo, tenemos otros problemas, relacionados con la división de nuestro sistema de enseñanza en diecisiete comunidades con -en la práctica- total libertad para enseñar lo que crean conveniente. Esta libertad aprovechada de forma sesgada y sectaria carece de controles y coordinaciones que limiten y pongan coto a un sistema que produce aberraciones transidas de excesivos localismos y particularismos en la enseñanza de las ciencias sociales y humanísticas en general, y en la historia en particular; en especial en aquellas comunidades autónomas en las que los nacionalismos niegan de forma orgánica y sistemática la existencia histórica de España como nación y como realidad y proyecto de futuro en común.

Desde el control de la enseñanza y de la cultura, se han dedicado -de forma te­ naz y sin complejos- a levantar instrumentos y discursos de nacionalización ne­ gadores de la realidad común española. Todo ha sido potenciar, crear e inventar identidades ajenas al sentimiento nacional español; proyectando sus procesos particulares y excluyentes de nacionalización como alternativas frontales y con­ trapuestas a la nación española.

Para eso, han elaborado un discurso, lineal y monocorde, con afán globalizador para acotar y limitar los diversos espacios sociales, emocionales e histórico-políticos de la vida humana. Acotar, aislar, mutilar y empequeñecer -ese afán y ese deseo de fijar y achicar el campo real de la vida- de acuerdo con lo canónica­mente nacionalista. Desafío totalitario para la sociedad abierta, que busca razo­nes, ideas y no creencias; y desafío a la verdad histórica, aquella que más se apro­xima a la realidad pasada y presente. Por eso, para los nacionalistas, el mito es ne­cesario para debelar la realidad y hacerla irreconocible para los alumnos adoctri­nados, sin pudor ni límites, en los valores y en el discurso nacionalista.

Este empeño nacionalista «en construir naciones» requiere obligatoriamente un intenso adoctrinamiento escolar. Ninguna faceta de la enseñanza queda libre de él. Para ello cuentan con la colaboración de las editoriales nacionales de libros de texto escolares que presentan adaptaciones, mutilaciones y ocultaciones -sobre todo de los símbolos y realidades del conjunto de la nación- particulares en cada comunidad, y con el fervor de las editoriales de inspiración nacionalista existen­tes en cada comunidad plenamente identificadas con los proyectos nacionalistas. Si a esto sumamos la pasividad total de la Alta Inspección del Estado, el pano­ rama no puede ser más desesperanzador.

Por nuestra parte, nos hemos centrado en estudiar los textos de ciencias sociales e historia en el País Vasco y Cataluña. Lo hemos hecho así ya que son los ejemplos más reales de la situación arriba citada. No significa que el exceso de particula­ rismo y narcisismo empobrecedor y estéril, se limite exclusivamente a las autonomías estudiadas, País Vasco y Cataluña; pero es donde alcanzan los mayores despropósitos.

Hemos dividido nuestro trabajo en dos volúmenes: uno, dedicado a la formación del espíritu nacionalista en la enseñanza de la geografía, la política, la sociedad, la cultura y la ideología; y otro, centrado en la enseñanza de la historia y sus descaradas manipulaciones, que es el que el lector tiene en las manos.

Exponemos lo que hemos encontrado. Y apelamos a las conciencias, al poso moral de la ciudadanía, para que tengan presente los riesgos de una enseñanza en la que por delante de valores de ciudadanía, razón y libertad, se anteponen las creencias y emocionalismos identitarios excluyentes. Necesitamos una escuela que nos enseñe a vivir en libertad y responsabilidad, no una escuela que nos enseñe a odiar y a potenciar el insondable victimismo narcisista e identitario.

No son estas líneas portadoras de menosprecio a legítimas y respetables identidades culturales con raíces históricas, todo lo contrario; pero sí son portadoras del más tajante rechazo a utilizar la mentira, la manipulación y el engaño, el adoctrinamiento, en suma, para llevar una parte de la sociedad -los individuos que se sienten nacionalistas- a imponerse sobre el conjunto de los ciudadanos y no respetar sus diferencias ni sus derechos.

No estamos por mitologías españolistas -los que hemos vivimos otras épocas sabemos de su falsedad-, pero tampoco por los mitos y las imposiciones de los nacionalismos actuales. Son los mismos, solo que al ser su ámbito de aplicación más pequeño, con más intensidad se ven impelidos a aplicar sus dogmas de «constructores de naciones», y a no dejar espacio alguno, libre de su fabulación y coerción. Achiques y recortes de espacios éticos, morales y cívicos... esa es la la­ bor auténtica de los nacionalistas en busca de sus sueños y delirios de homogeneidad.

Los mitos nacionalistas son cuentos de buenos y malos. La historia de verdad nunca fue así. Hay historiadores que consideran que «Un mito solo se rinde a otro mito». Entrar a valorar lo que de cierto tenga este aserto nos aleja del valor ético y moral que se le debe exigir a cualquier historiador: decir la verdad y, como diría Tácito, decirla sin parcialidad ni rencor, y sin añadir ni inventar nada, y sin ocul­tar lo que no guste. Es así de sencillo. Claro que ser así aleja del poder y de susprebendas, pero acerca a la verdad. La forma de abordar la historia no debe estar do­ minada por la declamación patriótica sino por el esfuerzo por comprenderla. Si Tucídides hubiese pensado en mitos y contramitos, no habría escrito su obra; y desde luego si en las facultades de historia esto se le dijese a los alumnos, muchos -entre los que me encuentro- se hubieran dedicado a la filosofía, que no tiene que contraprogramar mitos, o directamente al arte de la propaganda política. Para mí está claro... Allá cada cual con su conciencia, sus limitaciones y asp1rac1ones.

Hacemos nuestro el reciente manifiesto de historiadores franceses que, entre otras cosas, frente a los políticos que se atreven a legislar cómo fue el pasado, afirman:
La historia no es una religión. El historiador no acepta ningún dogma. El historiador puede ser irritante. La historia no es la moral. El papel del historiador no es exaltar o condenar, sino explicar. La historia de la actualidad. El historiador no aplica al pasado esquemas ideológicos contemporáneos y no introduce en los acontecimientos de otras épocas la sensibilidad de hoy. La historia no es la memoria. La historia no es un objetojurídico. En un Estado libre, no corresponde ni al parlamento ni a la autoridad judicial definir la verdad histórica. La política del Estado, aun cuando esté animada por las mejores intenciones, no es la política de la historia.

El empeño nacionalista hace de la educación el campo donde concentran sus máximos esfuerzos. Saben que para sostener su visión han de falsificar, adulterar y mentir; pero no se sienten compelidos por las obligaciones ligadas a la razón, la veracidad y la honestidad intelectual. Consideran que la verdad no es necesaria, que solo lo es la voluntad emocional de construir una nación y lograr la separa­ ción y la creación de un estado independiente. Con su mecanismo mental se pone de manifiesto la dificultad de hacer entrar en razón a unas personas que han lle­ gado a unas conclusiones lejos de esta. Hemos de tomarnos en serio sus mitos ri­ dículos y fantásticos, y aunque nos parezcan incongruentes y absurdos tenemos que conocer su ideología y su práctica para contrarrestar en la medida de lo posi­ ble su acción adoctrinadora, falsificadora y negadora de la realidad.

Hay dos autores, uno vasco, Caro Baraja, y otro catalán, Josep Pla, que de forma magistral describen el problema. Baraja escribe:

El que tiene una imagen magnífica de su pueblo o de su grupo étnico suele tener otra des­ pectiva de los otros. Ya hace mucho, los teóricos del nacionalismo catalán y vasco construye­ ron estas imágenes contrarias entre sí,que hoy día no solo se siguen aceptando sino que tam­ bién se amplifican y exageran. Se hace dogma de la virtud propia y del vicio ajeno. Sobre esto se construye todo un sistema político vindicativo o reivindicativo, que se defiende también mediante un lenguaje e incluso un tipo de vocabulario especial (...). En ámbitos nacionalistas la palabra España es tabú y cuando hay que referirse a algo contenido en España misma se habla del «Estado», la «Península» y otras cosas por el estilo. Junto al tabú de vocabulario funciona todo un sistema de palabras,consagradas en los mismos ámbitos.

Pla dirá: «Los localistas tiene un defecto: desorbitar sus sentimientos... No podríamos acabar con esas historias falsas e infectas, producidas por un idealismo ciego y microscópico».

Para acabar, queremos aclarar que los textos del País Vasco que estaban editados en lengua vasca han sido traducidos por personas a las que -por miedo a represalias- no podemos mostrar nuestro agradecimiento en público. Los textos de Cataluña estaban todos en catalán, y han sido traducidos personalmente por nosotros.

Los libros están numerados en la bibliografía final -en dos listados indepen­dientes- y, dentro de cada paréntesis, la primera cifra es el número de ordena­ción y clasificación deltexto. Las posteriores son las páginas numeradas y utiliza­das del libro al que se hace referencia.

Como complemento a esta publicación, recomendamos la primera parte que se editó con el título "La España raptada". La formación del espíritu nacionalista1.

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VER+:




Pedro Antonio Heras: La manipulación de la enseñanza en Cataluña


Cómo manipulan la mente de los niños en Cataluña. 
(Disponible para todos los oyentes).

sábado, 10 de agosto de 2024

¿FRAUDE ELECTORAL EN LA ESPAÑA CASTROCHAVISTA? por ALBERT CASTILLÓN 📠


¿Fraude electoral en 
España?

Durante años en las distintas convocatorias electorales nadie ha controlado qué pasa con nuestro voto tras depositarlo en la urna. Las mesas electorales con los apoderados de los partidos hacen bien su trabajo, elaboran las actas de cada mesa y a partir de ahí quien acumula los datos es la empresa Indra y el Ministerio del Interior. Docenas de denuncias a la Junta Electoral Central han demostrado que los resultados de muchas de esas actas no corresponden con los que se hacen públicos como oficiales con posterioridad. A estos múltiples errores se les quita importancia, dicen ser “errores puntuales sin afectación en el resultado final” y no se investiga por qué suceden. 

Casualmente, en muchas de las citas electorales se producen caídas del sistema informático del Ministerio del Interior o del centro de recogida de datos de la Generalitat de Cataluña, sin que se ofrezca una explicación pública de las causas. A diferencia de Alemania, Francia y otros países europeos, en España en estas elecciones europeas nos escondieron los resultados generales durante 3 horas, y casualmente en esos comicios Puigdemont recibe miles de votos en toda España que ningún ciudadano depositó en las urnas y quitaron a otros partidos, sin que se ofrezca de nuevo ninguna explicación por ello. No fue un error humano, las actas de las mesas lo demuestran.

Indra recibió una aportación extra de 11 millones de euros de dinero público destinado solo para estas elecciones. Hace justo un año el grupo Prisa duplicó su inversión en Indra y se convirtió en el segundo socio mayoritario tras el Estado. Indra no es una empresa prestigiosa en el ámbito internacional ni tampoco en nuestro país, donde fue condenada por la Comisión Nacional del Mercado de Valores por encarecer precios de servicios informáticos junto a otras empresas y sancionada a pagar 13,5 millones de euros; la Audiencia Nacional lo calificó como “cartel de las apps”. Ha recibido numerosas críticas y auditorías contrarias en Angola, Colombia, Venezuela o Londres, y sin embargo sigue siendo la empresa participada del Estado elegida para manejar los datos electorales en nuestro país.
Con el posible fraude electoral pasa como con las vacunas en pandemia, el simple hecho de cuestionarlas te convierte en un apestado negacionista
Jamás como en estas pasadas elecciones europeas hubo tanto control del proceso electoral, nuevos partidos fotografiaron actas y convirtieron la jornada en la más transparente en años. A la vez se demostró que en numerosas ocasiones no se cumple la ley electoral por desconocimiento. Las mesas electorales cierran por triplicado sus sobres con los resultados, pero Indra solo los coteja si existe una reclamación puntual en alguna de las mesas; si no, se considera voto oficial la estimación que hace Indra. Dicen hacerlo así para agilizar el recuento, pero sin duda facilita el presunto fraude.

Estos días conocí a María, durante 26 años fue la esposa de un director general de Indra, la entrevisté y confirmó que una semana antes de las elecciones generales de abril de 2019 su entonces marido reunió a la cúpula de la empresa para hacer públicos los datos de un algoritmo que ofrecía para las generales el siguiente resultado: 24 diputados para Vox, 66 al PP y 123 al PSOE. Una semana después se celebran las elecciones y el resultado electoral de estos tres partidos fue exactamente el que presentaron en esa reunión de Indra. Cuando María le pregunta asustada si habían cometido algún tipo de fraude electoral, la respuesta de su esposo, según su testimonio, fue “calla y no digas nada”. María está dispuesta a ratificar ante un juez estas declaraciones.

Con el posible fraude electoral pasa como con las vacunas en pandemia, el simple hecho de cuestionarlas te convierte en un apestado negacionista. Hay suficientes indicios para que se investiguen todas las irregularidades demostradas y que un juez independiente despeje nuestras dudas al respecto. El gobierno que preside Pedro Sánchez ha dado suficientes muestras de cometer flagrantes ilegalidades por interés puramente electoralista, desde eliminar la sedición, amnistiar a los socios de gobierno o rebajar la malversación de caudales públicos. Sabemos que la Fiscalía no abrirá jamás una investigación mientras siga dirigida por el brazo ejecutor de Sánchez, García Ortiz. 
¿Tendremos que esperar a que Manos Limpias o Hazte Oír lo hagan? Lo normal sería que partidos de la oposición cogieran las riendas de este caso y lleguen hasta el final, pero por ahora se mantienen en un bochornoso silencio que, de seguir así, les hará cómplices. Al tiempo.



Por si a alguien le quedaba alguna duda de que hubo fraude electoral en las pasadas elecciones del 23J en España, aquí os comparto unos vídeos que han grabados los voluntarios del @OpT_Electoral en el escrutinio popular, donde aparecen varias cajas de sobres de actas sin abrir. 
Nuestra democracia ha muerto Es la prueba irrefutable de que no se hace el escrutinio general, se comete una ilegalidad y el gobierno de
@sanchezcastejon no ha sido elegido en las urnas. Tenemos un gobierno ilegítimo que quiere destruir España.

Urgente | FRAUDE ELECTORAL

@LMPardoAbogado explica el pucherazo y las similitudes entre Venezuela y España, las actas electorales y los escrutinios. Acudiremos en amparo ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo.



En España el gobierno NO publica las actas electorales como Maduro. Parece increíble, pero hay una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha donde reprochan que no se suman las actas electorales. ¿Cómo exigimos transparencia en Venezuela cuando aquí ocurren las mismas cosas? 

#Venezuela #Elecciones #Justicia

🔴INDRA HA SIDO CONDENADA POR ESTAFA Y FRAUDE AL ESTADO 
Y ES LA ENCARGADA DE GESTIONAR LAS ELECCIONES

Movilización Ciudadana para auditar las elecciones Europeas

El Observatorio Para la Transparencia Electoral OpTE, convoca a la sociedad civil para formar equipos de acceso a las actas electorales, en todas las provincias, a fin de poner al servicio de TODOS el documento base para la autentificar la verosimilitud de una auditoría de resultados electorales. 
Todo depende de vosotros, los colaboradores de fotografiado; sin vosotros, no será posible acceder al fotografiado de las Actas, publicarlas para todos, y así dar la oportunidad a la sociedad civil de auditar los resultados electorales definitivos. 
Con Miguel de la RLOV, en esta entrevista a Mª Reyes, comentamos otros aspectos que reclaman una acción de vigilancia, como lo ocurrido con los votos esparcidos por España a la candidatura de Junts-C, ¿podremos saber qué ha ocurrido? ¿hay elementos que puedan aclarar los hechos?

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jueves, 8 de agosto de 2024

YO ACUSO 👉 A LA OLIGARQUÍA GLOBALISTA, HUMANICIDA Y SUS CÓMPLICES DE MIERDA por MICHEL GEOFFROY


Yo acuso 👉a la oligarquía

Como en el famoso "Yo acuso" de Zola en el asunto Dreyfuss, un nuevo "Yo acuso" es lanzado por Michel Geoffroy contra la oligarquía que nos oprime
Lo habitual es llamarlo «democracia». Queda mejor que «liberalismo» y, además, bullen en la mágica palabra el demos y el kratos: el pueblo (soberano) y el poder. El poder del pueblo, pues.
Y todos lo aceptan. Sin pestañear, sin cuestionar nada.
Cuestionarlo, interrogarnos sobre la realidad de las cosas y del liberalismo; preguntarnos si un régimen liberal —o sea, liberal- capitalista— es (o no) sinónimo de «poder del pueblo». Interrogarnos para saber si, en el reino del individualismo atomista y gregario que el liberalismo implica, hay lugar (o no) para algo como la grandeza, la nobleza o la belleza. Escudriñar si, la libertad total de expresión que la Ley liberal ofrece, es realmente tal.

Acuso a la oligarquía occidental de provocar crisis para controlar al pueblo y allanar el camino hacia un gobierno mundial
La oligarquía no ha fracasado a la hora de encontrar soluciones a las distintas "crisis", ya se trate del desempleo, la inmigración, la natalidad o la inseguridad. Estos "fracasos" son en realidad éxitos para la oligarquía, porque el choque y el caos son parte integrante de su estrategia.

Acuso a la oligarquía de haber sistematizado la práctica del choque, teorizada por los neoliberales de la Escuela de Chicago en los años 70, como medio de imponer reformas económicas y sociales contra la voluntad del pueblo.

Acuso a la oligarquía de fomentar la sucesión de "crisis" para reducir la resistencia del cuerpo social, extender la ansiedad y provocar un estado de aturdimiento en los sometidos para inhibir su capacidad de reacción política y de oposición. 
  • La inseguridad lleva así a los ciudadanos a replegarse sobre sí mismos, lo que contribuye a su desmovilización política y debilita la legitimidad de los Estados. También permite la rápida privatización de las funciones soberanas del Estado, en gran beneficio del "mercado".
  • El terrorismo permite reforzar el control sobre la población, en particular a través de Internet y de las nuevas tecnologías de la comunicación.
  • La inmigración beneficia a los empresarios, pero también sirve para desmoralizar a los europeos haciéndoles sentir que ya no están en casa.
  • El desempleo propaga la ansiedad sobre el futuro y hace que los empleados sean dóciles con sus empleadores.
  • La crisis de la deuda soberana permite controlar la política económica nacional y promover soluciones cada vez más liberales para "restablecer las cuentas públicas". A su vez, estas políticas liberales están deconstruyendo la protección social, reforzando el aislamiento y la dependencia de los individuos.
  • El ecologismo y la cuestión del calentamiento global proporcionan nuevos pretextos para extender la ansiedad y legitimar el aumento de las regulaciones y controles y la reducción de las libertades prácticas.
Acuso a la oligarquía en el poder en Occidente no de ser incapaz de resolver las "crisis" sino, al contrario, de provocarlas, orquestarlas y mantenerlas. Pues cada crisis ofrece nuevos pretextos para avanzar por el camino hacia la "gobernanza" mundial que tanto desea.

Acuso a la oligarquía de alentar todo lo que favorezca la implosión de las sociedades
En siglos anteriores, las revoluciones se libraban contra los poderes fácticos. En el siglo XXI, por el contrario, son los poderes establecidos los que inician la agitación constante de las sociedades.

Acuso a la oligarquía de revolucionar constantemente la sociedad, en contra de la voluntad del pueblo, para controlarla mejor.

Acuso a la oligarquía de promover el individualismo en todas partes y la desaparición de las tradiciones y de las normas religiosas, morales, culturales y sociales para reducir a todos los pueblos al estado de átomos indiferenciados e indiferentes entre sí, al estado de "recurso humano" que hay que trabajar a merced. Pues la instauración de un gobierno mundial ejercido sin reparto presupone la ruina previa de todo orden social, de todas las tradiciones, de todas las instituciones y de toda la solidaridad humana existente.

Acuso a la oligarquía de declarar una guerra permanente a las naciones, a las soberanías, a las identidades y a la naturaleza humana por una única razón: crear el caos en todas partes para socavar todo lo que pueda obstaculizar la realización de su sueño escatológico de una humanidad sometida a una ley única y al gobierno de unos pocos autoproclamados "elegidos".

Acuso a la oligarquía financiera de fomentar todo lo que pueda socavar la identidad y los valores de cada pueblo. La acuso de promover el cosmopolitismo, el mestizaje, la inmigración, la "revolución de la moral", la banalización del consumo de drogas, la homosexualidad, el aborto y el feminismo como "valores universales". También la acuso de promover el egoísmo individual, presentado como una virtud "liberal". Porque la oligarquía se ha unido al neoliberalismo, una ideología de lucha que propugna el individualismo radical, la deconstrucción de los Estados y la "sociedad abierta" -es decir, la desintegración de la sociedad- y que afirma que los vicios humanos son virtudes sociales.

Acuso a la oligarquía de planear la destrucción de la cultura y el conocimiento
A diferencia de siglos anteriores, la oligarquía no pretende basar el orden político en la difusión de la educación y el conocimiento en la sociedad, sino en el embrutecimiento y el condicionamiento mediático de los individuos. Por eso planea erradicar la cultura y el conocimiento, un proyecto que denomina "sociedad de la comunicación".

Acuso a la oligarquía de organizar cínicamente el embrutecimiento de la población mediante los medios de comunicación, el deporte y la publicidad.

Acuso a la oligarquía de permitir que los sistemas de educación pública se deterioren por este motivo. En particular, se están asegurando de que la educación deje de ser un medio de transmisión de cultura o de selección de competencias. Porque la degradación de la educación hace que el futuro "recurso humano" sea aún más dócil.

Acuso a la oligarquía de destruir el lenguaje, de cambiar el significado de las palabras y de imponer la novolengua para impedir que la gente piense y perciba el estado de sometimiento en el que la mantienen. Acuso a la oligarquía de querer imponer el inglés como lengua del nuevo orden mundial.

Acuso a la oligarquía de fomentar la difusión por todas partes de un “arte” cosmopolita desarraigado que contribuye a ahogar el genio de cada pueblo.

Acuso a la oligarquía de utilizar los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la comunicación para condicionar a los jóvenes. Pues es reeducando a los jóvenes —que representan la mayoría de la población mundial— como la oligarquía espera realizar su proyecto y cambiar a la gente.

Acuso a la oligarquía de difundir una cultura del arrepentimiento cuya verdadera función es hacer que los europeos renieguen de sus antepasados, nieguen los logros de su civilización y renieguen de su identidad. Tanto mejor para mantenerlos en la sumisión y el letargo.

Acuso a la oligarquía de destruir la democracia
Lo habitual es llamarlo «democracia». Queda mejor que «liberalismo» y, además, bullen en la mágica palabra el demos y el kratos: el pueblo (soberano) y el poder. El poder del pueblo, pues.
Y todos lo aceptan. Sin pestañear, sin cuestionar nada.
Cuestionarlo, interrogarnos sobre la realidad de las cosas y del liberalismo; preguntarnos si un régimen liberal —o sea, liberal- capitalista— es (o no) sinónimo de «poder del pueblo». Interrogarnos para saber si, en el reino del individualismo atomista y gregario que el liberalismo implica, hay lugar (o no) para algo como la grandeza, la nobleza o la belleza. Escudriñar si, la libertad total de expresión que la Ley liberal ofrece, es realmente tal.

La oligarquía lleva a cabo su proyecto en secreto porque sabe que el pueblo se rebelaría contra ella si conociera su propósito. Por ello, su plan implica el uso constante del engaño, el doble lenguaje, la desinformación y la coacción.
Acuso a la oligarquía de probar la aplicación de su proyecto escatológico en los pueblos de Europa.

La llamada Unión Europea es el primer laboratorio de lo que la oligarquía quiere para el mundo entero: un sistema de "gobernanza" en el que las decisiones no sean tomadas por representantes elegidos sino por responsables cooptados, jueces inamovibles e intereses financieros; un sistema que reduzca constantemente la soberanía de los Estados y de los legisladores al papel de meros transcriptores de directivas emitidas por responsables invisibles; un sistema en el que se coarta constantemente la libertad de los ciudadanos y en el que el espionaje, la delación y la represión de quienes rechazan un pensamiento único se generalizan con los pretextos más diversos; un sistema en el que la oligarquía ha erigido la "transparencia", es decir: un sistema en el que el proceso electoral carece progresivamente de sentido, puesto que ya no existe una verdadera alternancia política, y en el que el recurso al referéndum ha sido deliberadamente demonizado.

Acuso a la oligarquía de vaciar de sentido la democracia en Europa: haciendo creer a la gente que la democracia ya no es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, sino simplemente la sumisión del pueblo a los mandatos de una ideología única, la del libre comercio y los derechos humanos; la ideología que sirve de pantalla al proyecto escatológico de la oligarquía. Haciendo creer también al pueblo que sólo hay una política posible: la que conduce al gobierno mundial.

Pero no puede haber democracia sin la soberanía del pueblo y sin un Estado que garantice su ejercicio dentro de un espacio delimitado por fronteras. Por esta razón, la democracia mundial nunca será más que una máscara para la tiranía. El plan de la oligarquía para destruir las fronteras, los Estados y la soberanía de los pueblos es, por tanto, intrínsecamente antidemocrático.

Tampoco puede haber democracia sin identidad o preferencia nacional, que es la única forma de que los pueblos se entiendan entre sí: por eso la oligarquía defiende la inmigración en todas partes, y en particular la "gran sustitución" de europeos, como forma de hacer imposible la democracia. Por eso está introduciendo la preferencia extranjera en todas partes en nombre de la "lucha contra la discriminación".
Acuso a la oligarquía de querer imponer a todo el mundo el sistema que ha instaurado en Europa.

Acuso a la oligarquía de conducir a la guerra
El proyecto globalista oligárquico consiste en someter a todos los pueblos a un modelo único: los "valores" y el modo de vida encarnados actualmente por Estados Unidos y ya impuestos a todo Occidente desde la caída de la Unión Soviética. Este es el verdadero significado de la frase "la expansión de la democracia en todo el mundo". Porque la oligarquía globalista tiene un don para disfrazar sus planes de dominación con bellas palabras.

Acuso a la oligarquía de apuntar a todos aquellos que no comparten su proyecto totalitario, a todos aquellos que quieren preservar su identidad, su religión, sus tradiciones, sus valores, su territorio o su modo de vida y a los que designa como enemigos de la humanidad. Porque la oligarquía odia, más que a nada, a los pueblos orgullosos de su identidad y celosos de su soberanía, así como a la diversidad de las civilizaciones y de los seres humanos.

Acuso a la oligarquía de utilizar todos los medios de coerción posibles para lograr sus fines: chantaje económico o chantaje sobre los recursos naturales, corrupción de las élites, desestabilización de los gobiernos considerados hostiles, "revoluciones de colores" manipuladas, demonización y aislamiento de las potencias que podrían interponerse en el camino de la superpotencia estadounidense como Rusia y China, organización de atentados y asesinatos, guerras civiles y, por supuesto, guerras a secas.

Acuso a la oligarquía de planear una guerra de civilizaciones. Las guerras emprendidas por la oligarquía -aunque se niegue a utilizar esta palabra- le permiten destruir gobiernos hostiles, sembrar el caos y acabar con poblaciones consideradas difíciles de rehabilitar. También le permiten estimular el crecimiento de los gastos militares y, por tanto, los beneficios de las grandes empresas mundiales y de la oligarquía financiera. Por último, nos permiten apoderarnos de materias primas estratégicas, lo que a su vez refuerza nuestra capacidad de chantajear al mundo.

La guerra fue el medio por el que Estados Unidos se convirtió en la superpotencia mundial en el siglo XX, y toda la oligarquía ha aprendido la lección.
La guerra contra el Islam o el terrorismo ya ha permitido sembrar el caos en los países musulmanes. Pero mañana la oligarquía abrirá otros frentes: en Asia, África, el Pacífico e incluso contra Rusia y la propia Europa.
Acuso a la oligarquía occidental de conspirar cada día contra la paz, contra la identidad y contra el derecho de los pueblos a la autodeterminación, contra la diversidad del mundo.

Pueblos y civilizaciones de todos los continentes, ¡uníos contra el proyecto escatológico y totalitario de la oligarquía occidental! 
¡Levantaos contra esta pequeña minoría arrogante que conduce a la humanidad por el camino de la regresión y el caos!

© Polémia

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Hace mas de 20 años, la élite mundial elaboró 
un programa de ingeniería social para España 
con el objetivo de destruirla, como la ideología de género,
 aborto, transexualidad, etc., y ese programa se extenderia 
después a todos los paises. 
Pues bien, ese modelo ya está completado, 
y la prueba la tenemos en la casi total 
descomposición social que vive España