EL Rincón de Yanka: ECONOMÍA

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martes, 9 de septiembre de 2025

LIBRO "LA LEY" por FRÉDÉRIC BASTIAT

 LA  LEY

FRÉDÉRIC BASTIAT


"Cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto a la ley. Dos desgracias igualmente grandes entre las cuales es difícil elegir". F.B.
"Yo, lo confieso, soy de los que piensan que la capacidad de elección y el impulso deben venir de abajo, no de arriba, y de los ciudadanos, no del legislador. La doctrina contraria me parece que conduce al aniquilamiento de la libertad y de la dignidad humanas". F.B.
Frédéric Bastiat (1801 - 1850) nació en Bayonne, en el sur de Francia. Tal vez no ha existido un escritor más hábil para articular el pensamiento económico y para exponer los mitos que plagan el debate político que Bastiat. Durante su corta vida, escribió ensayos clásicos como "La ley" y "Lo que se ve y lo que no se ve". Poseía una notable capacidad de desarmar los sofismas del proteccionismo, el socialismo y otras ideologías propias del Estado interventor y solía hacerlo con una impresionante claridad e ingenio.
El ensayo famoso de Bastiat “La ley” muestra sus talentos como un activista a favor del libre mercado. Allí explica que la ley, lejos de ser el instrumento que permitió al Estado proteger los derechos y la propiedad de los individuos, se había convertido en el medio para lo que denominó “expoliación” o “saqueo”. De su ensayo “El Estado”, en el cual Bastiat argumenta en contra del socialismo, viene tal vez su cita más conocida: “El Estado es la gran ficción mediante la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de los demás”.

¡La ley pervertida! ¡La ley —y con ella todas las fuerzas colectivas de la nación—, la ley, digo, no sólo desviada de su fin, sino aplicada a perseguir un fin directamente contrario al que le es propio! ¡La ley convertida en instrumento de todas las codicias en lugar de ser su freno! ¡La ley que perpetra por sí misma la iniquidad que tenía por misión castigar! Si realmente es así, se trata sin duda de un hecho grave, sobre el cual se me permitirá que llame la atención de mis conciudadanos.

Hemos recibido de Dios el don que los encierra a todos, la vida: la vida física, intelectual y moral. Pero la vida no se sostiene por sí misma. Quien nos la dio nos dejó el cuidado de mantenerla, desarrollarla y perfeccionarla.
Para ello nos ha dotado de un conjunto de facultades maravillosas; nos ha sumergido en un medio de elementos diversos. Mediante la aplicación de nuestras facultades a estos elementos se realiza el fenómeno de la asimilación, de la apropiación, por el que la vida recorre el círculo que le ha sido asignado.
Existencia, facultades, asimilación —en otros términos, personalidad, libertad, propiedad—, tal es el hombre. De estas tres cosas puede decirse, al margen de toda sutileza demagógica, que son anteriores y superiores a toda legislación humana. La personalidad, la libertad y la propiedad no existen porque los hombres hayan proclamado las leyes, sino que, por el contrario, los hombres promulgan leyes porque la personalidad, la libertad y la propiedad existen.

¿Qué es, pues, la ley? Como he dicho en otra parte, la ley es la organización colectiva del derecho individual de legítima defensa.
Cada uno de nosotros recibe ciertamente de la naturaleza, de Dios, el derecho a defender su personalidad, su libertad y su propiedad, puesto que estos son los tres elementos que constituyen y conservan la vida, elementos que se complementan entre sí y que no pueden comprenderse aisladamente. Pues ¿qué son nuestras facultades sino una prolongación de nuestra personalidad, y qué es la propiedad sino una prolongación de nuestras facultades?
Si cada hombre tiene derecho a defender, incluso por la fuerza, su persona, su libertad y su propiedad, varios hombres tienen derecho a ponerse de acuerdo, a entenderse, a organizar una fuerza común para atender eficazmente a esta defensa.

El derecho colectivo tiene, pues, en principio, su razón de ser, su legitimidad, en el derecho individual, y la fuerza común no puede tener racionalmente otro fin, otra misión, que las fuerzas aisladas a las que sustituye.
Así como la fuerza de un individuo no puede atentar legítimamente contra la persona, la libertad y la propiedad de otro individuo, así también la fuerza común no puede aplicarse legítimamente a destruir la persona, la libertad y la propiedad de los individuos o de las clases.

Esta perversión de la fuerza, tanto en un caso como en otro, estaría en contradicción con nuestras premisas. ¿Quién osará decir que la fuerza se nos ha dado, no para defender nuestros derechos, sino para aniquilar los derechos iguales de nuestros hermanos? Y si esto no puede decirse de cada fuerza individual, que actúa aisladamente, ¿cómo podría afirmarse de la fuerza colectiva, que no es sino la unión organizada de las fuerzas aisladas?
Así pues, si hay algo evidente es esto: la ley es la organización del derecho natural de legítima defensa; es la sustitución de las fuerzas individuales por la fuerza colectiva, para actuar en el ámbito en que aquéllas tienen derecho a actuar, para hacer lo que las fuerzas individuales tienen derecho a hacer, para garantizar las personas, las libertades y las propiedades, para mantener a cada uno en su derecho, para hacer reinar entre todos la justicia.

Si existiera un pueblo constituido sobre esta base, creo que en él prevalecería el orden tanto en los hechos como en las ideas. Creo que este pueblo tendría el gobierno más simple, más económico, menos pesado, menos sentido, menos responsable, el más justo, y por consiguiente el más sólido que pueda imaginarse, sea cual fuere su forma política.
Porque, bajo un tal régimen, cada uno comprendería que tiene toda la plenitud, así como toda la responsabilidad, de su propia existencia. Dado que la persona sería respetada, que el trabajo sería libre y los frutos del trabajo estarían garantizados contra todo atentado injusto, nada habría que arreglar con el Estado. En caso de ser felices, en modo alguno tendríamos que agradecerle nuestra suerte; pero en caso de que fuéramos desgraciados, tampoco tendríamos que echarle la culpa de nuestras desgracias, del mismo modo que los campesinos no le hacen responsable del granizo o de las heladas. Sólo le conoceríamos por la inestimable ventaja de la seguridad.

Puede afirmarse también que, gracias a la inhibición del Estado en lo que respecta a los asuntos privados, las necesidades y las satisfacciones se desarrollarían en el orden natural. No se vería a las familias pobres buscar la instrucción literaria antes de tener pan. No se vería que las ciudades se pueblan a costa del campo o el campo a costa de las ciudades. No se producirían esos grandes desplazamientos de capitales, del trabajo, de la población, provocados por medidas legislativas y que hacen tan inciertas y tan precarias las fuentes mismas de la existencia y que agravan, por lo tanto, en tan gran medida, la responsabilidad de los gobiernos.

Por desgracia, la ley no se ha limitado a cumplir la función que le corresponde, y cuando se ha apartado de esta función, no lo ha hecho en asuntos neutros y discutibles. Hizo algo peor: obró contra su propio fin, destruyó su propio fin; se dedicó a aniquilar la justicia que habría debido hacer reinar, a borrar entre los derechos el límite que debería haber hecho respetar; puso la fuerza colectiva al servicio de quienes quieren explotar, sin riesgo y sin escrúpulos, la persona, la libertad y la propiedad ajenas; convirtió el despojo en derecho para protegerlo y la legítima defensa en crimen para castigarlo.

¿Cómo se ha perpetrado esta perversión de la ley? ¿Cuáles han sido sus consecuencias?
La ley se ha pervertido bajo la influencia de dos causas muy distintas: el egoísmo obtuso y la falsa filantropía.

Hablemos de la primera.

Conservarse, desarrollarse, es la aspiración común a todos los hombres, de tal forma que si cada uno gozara de la libre disposición de sus productos, el proceso social sería incesante, ininterrumpido e infalible.
Pero hay otra disposición que también les es común: vivir y desarrollarse, cuando pueden, a costa unos de otros. No es una imputación aventurada, lanzada por un espíritu malhumorado y pesimista. La historia nos ofrece abundantes pruebas en las guerras incesantes, las migraciones de los pueblos, las opresiones sacerdotales, la universalidad de la esclavitud, los fraudes industriales y los monopolios de los que los anales están llenos.
Esta funesta disposición brota de la constitución misma del hombre, de ese sentimiento primitivo, universal, invencible, que le impele hacia el bienestar y hace que evite el dolor.

El hombre no puede vivir y disfrutar sino por una asimilación, una apropiación continua; es decir, por una continua aplicación de sus facultades sobre las cosas, o por el trabajo. De ahí la propiedad.
Pero, de hecho, puede vivir y disfrutar asimilando, apropiándose del producto de las facultades de sus semejantes. De ahí la expoliación.
Ahora bien, como el trabajo es por sí mismo una carga y el hombre tiende naturalmente a evitar el dolor, se sigue —como lo demuestra la historia— que allí donde la expoliación es menos onerosa que el trabajo, prevalece la expoliación; y prevalece sin que ni la religión ni la moral puedan hacer nada, en este caso, para impedirlo.

¿Cuándo se detiene la expoliación? Cuando resulta más peligrosa que el trabajo.
Es evidente que la ley debería tener como objetivo oponer el poderoso obstáculo de la fuerza colectiva a esta funesta tendencia; que debería tomar partido a favor de la propiedad contra la expoliación.
Pero lo normal es que la ley sea obra de un hombre o de una clase de hombres. Y como la ley no existe sin sanción, sin el apoyo de una fuerza preponderante, es lógico que, en definitiva, ponga esta fuerza en manos de los legisladores.
Este fenómeno inevitable, combinado con la funesta tendencia que hemos descubierto en el corazón del hombre, explica la perversión casi universal de la ley. Se comprende que, en lugar de ser un freno a la injusticia, se convierta a menudo en el instrumento más invencible de injusticia. Se comprende que, según el poder del legislador, destruya —en beneficio propio, y en grados diversos, en el de los demás hombres— la personalidad por la esclavitud, la libertad por la opresión, la propiedad por la expoliación.

Está en la naturaleza de los hombres reaccionar contra la iniquidad de que son víctimas. Así pues, cuando la expoliación está organizada por la ley, en beneficio de las clases que la hacen, todas las clases expoliadas tienden, por vías pacíficas o por vías revolucionarias, a participar de algún modo en la confección de las leyes. Estas clases, según el grado de ilustración a que han llegado, pueden proponerse dos fines muy distintos cuando persiguen por esta vía la conquista de sus derechos políticos: o bien quieren hacer que cese la expoliación legal, o bien aspiran a tomar parte de la misma.

¡Desdichadas, tres veces desdichadas las naciones en las que esta última actitud domina entre las masas, cuando se apoderan a su vez del poder legislativo!

Hasta ahora la expoliación la ejercía un pequeño número de individuos sobre la gran mayoría de ellos, como podemos observar en los pueblos en que el derecho a legislar se halla concentrado en unas pocas manos. Pero ahora se ha hecho universal y se busca el equilibrio en la expoliación universal. En lugar de extirpar lo que la sociedad contiene de injusticia, ésta se generaliza. Tan pronto como las clases desheredadas recuperan sus derechos políticos, lo primero que se les ocurre no es liberarse de la expoliación (lo cual supondría una inteligencia que no poseen), sino organizar un sistema de represalias contra las demás clases y en su propio perjuicio, como si fuera preciso, antes de que llegue el reino de la justicia, que una cruel retribución viniera a golpear a todas las clases, a unas a causa de su iniquidad, a otras a causa de su ignorancia.
No podría someterse a la sociedad a un cambio mayor y a una mayor desgracia que convertir la ley en instrumento de expoliación.

¿Cuáles son las consecuencias de semejante perturbación? Se necesitarían varios volúmenes para exponerlas todas. Contentémonos con destacar las más notables.
La primera es que borra de las conciencias la noción de lo justo y lo injusto.
Ninguna sociedad puede existir si en ella no reinan las leyes en alguna medida; pero lo más seguro para que las leyes sean respetadas es que sean respetables. Cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto a la ley. Dos desgracias igualmente grandes entre las cuales es difícil elegir.

Pertenece de tal modo a la naturaleza de la ley hacer reinar la justicia, que ley y justicia son la misma cosa en la conciencia popular. Todos tenemos una fuerte disposición a considerar todo lo que es legal como legítimo, hasta el punto de que son muchos los que, falsamente, hacen derivar toda justicia de la ley. Basta que la ley ordene y consagre la expoliación para que ésta parezca justa y sagrada a muchas conciencias. La esclavitud, el proteccionismo y el monopolio tienen sus defensores no sólo entre quienes se benefician de ellos, sino también entre quienes los padecen. Intentad avanzar ciertas dudas sobre la moralidad de estas instituciones, y se os dirá que sois un innovador peligroso, un utópico, un teórico, un denigrador de las leyes que quebranta el basamento en que se sustenta la sociedad. Si usted sigue un curso de moral o de economía política, se encontrará con multitud de cuerpos oficiales para transmitir al gobierno este ruego: Que, a partir de ahora, la ciencia se enseñe, no ya sólo desde el punto de vista del libre cambio (de la libertad, la propiedad y la justicia), como ha sucedido hasta ahora, sino también y sobre todo desde el punto de vista de los hechos y de la legislación (contraria a la libertad, la propiedad y la justicia) que rige la industria francesa. Que en las cátedras públicas, financiadas por el Tesoro, el profesor se abstenga rigurosamente de atentar lo más mínimo contra el respeto debido a las leyes vigentes, etc.

De modo que si existe una ley que sanciona la esclavitud o el monopolio, la opresión o la expoliación bajo cualquier forma, no se podrá siquiera hablar de ello, porque ¿cómo hablar sin quebrantar el respeto que la ley inspira? Más aún, habrá que enseñar la moral y la economía política desde el punto de vista de esta ley, es decir, desde el supuesto de que esa ley es justa por el simple hecho de que es ley.
Otro efecto de esta deplorable perversión es que da a las pasiones y a las luchas políticas, y en general a la política propiamente dicha, una preponderancia exagerada. Podría probar esta proposición de mil maneras. Me limitaré, a modo de ejemplo, a relacionarla con el tema que recientemente ha ocupado a todos los espíritus: el sufragio universal.

Al margen de lo que de él piensen los seguidores de la escuela de Rousseau, que se considera muy avanzada (aunque yo entiendo que lleva veinte años de retraso), el sufragio universal (tomado el término en su acepción rigurosa) no es en absoluto uno de esos dogmas sagrados respecto a los cuales el examen y la duda misma constituyen un crimen.

Contra él pueden formularse graves objeciones.

Ante todo, la palabra «universal» oculta un burdo sofisma. Hay en Francia treinta y seis millones de habitantes. Para que el sufragio fuera realmente universal, habría que reconocer ese derecho a treinta y seis millones de electores. Ahora bien, en el sistema más generoso, sólo se les reconoce a nueve millones. Así pues, tres de cada cuatro personas quedan excluidas, y lo más grave es que es la otra cuarta parte la que les niega ese derecho. 
¿En qué principio se basa esta exclusión? En el principio de la incapacidad. Sufragio universal quiere decir: sufragio universal de los capaces. Pero cabe preguntarse: 
¿Quiénes son los capaces? La edad, el sexo, las condenas judiciales, ¿son los únicos signos que nos permiten reconocer la incapacidad?
Si se mira con atención, se observa enseguida el motivo por el que el derecho de voto descansa en la presunción de capacidad, y que a este respecto el sistema más generoso sólo difiere del más restringido por la apreciación de los signos que denotan esta capacidad, lo cual no constituye una diferencia de principio sino de grado.

Este motivo es que el elector no decide para sí mismo sino para todos. Si, como pretenden los republicanos de tendencia griega o romana, el derecho de voto se otorga con la vida, sería inicuo que los adultos impidieran votar a las mujeres y a los niños. ¿Por qué impedírselo? Porque se presume que son incapaces. ¿Y por qué la incapacidad es un motivo de exclusión? Porque el elector no vota sólo para él, porque cada voto compromete y afecta a toda la comunidad; porque la comunidad tiene derecho a exigir ciertas garantías en cuanto a los actos de los que depende su bienestar y su existencia.
Intuyo la respuesta. Sé qué es lo que se puede replicar. No es éste el lugar para tratar a fondo esta controversia. Lo que quiero poner de relieve es que esta controversia (al igual que la mayoría de las cuestiones políticas), que agita, apasiona y conturba a los pueblos, perdería todo su mordiente y su importancia si la ley fuera lo que siempre debería haber sido.

En efecto, si la ley se limitara a hacer que sean respetadas todas las personas, todas las libertades y todas las propiedades; si sólo fuera la organización del derecho individual de legítima defensa, el obstáculo, el freno, el castigo de todas las opresiones, de todas las expoliaciones, ¿sería concebible una discusión apasionada entre los ciudadanos a propósito del sufragio más o menos universal? ¿Cabe pensar que se cuestionaría el mayor de los bienes, la paz pública? ¿Que las clases excluidas estarían impacientes por que les llegara su turno, y que las clases admitidas defenderían con uñas y dientes su privilegio? ¿No es evidente que, al ser idéntico y común el interés, los unos obrarían, sin mayor inconveniente, por los otros?

Pero si se introduce este funesto principio; si, so pretexto de organización, de reglamentación, de protección, de estímulo, la ley puede quitar a unos para dar a otros, tomar de toda la riqueza creada por todas las clases para aumentar sólo la de una de ellas, ya sea la de los agricultores, la de los industriales, la de los comerciantes, la de los armadores, la de los artistas, la de los comediantes, entonces ciertamente no hay clase que no pretenda, con razón, meter también la mano en la ley, que no reivindique con ardor su derecho a elegir y a ser elegido, que no ponga la sociedad patas arriba con tal de conseguirlo. Los propios mendigos y vagabundos os demostrarán que también ellos poseen títulos incontestables. Os dirán: «Nosotros jamás compramos vino, tabaco o sal sin pagar impuestos, y una parte de estos impuestos se concede legislativamente en primas, subvenciones y ayudas a gente menos menesterosa que nosotros. Otros son los que hacen que la ley sirva para elevar artificialmente el precio del pan, de la carne, del hierro, de la tela. Puesto que todos explotan la ley en beneficio propio, también nosotros queremos explotarla. Queremos que se reconozca el derecho a la asistencia, que es la parte de expoliación del pobre. Para ello es preciso que seamos electores y legisladores, a fin de poder organizar en grande la limosna para nuestra clase, como vosotros habéis organizado por todo lo alto la protección para la vuestra. No digáis que vosotros lo haréis por nosotros, que nos destinaréis, según la propuesta del señor Mimerel, 600.000 francos para taparnos la boca y como un hueso que roer. Nosotros tenemos otras pretensiones y, en todo caso, queremos estipular para nosotros mismos como las demás clases han estipulado para ellas».

¿Qué se puede responder a este argumento? Mientras se admita en principio que la ley puede ser apartada de su verdadera función, que puede violar la propiedad en lugar de protegerla, cada clase querrá hacer la ley, ya sea para defenderse de la expoliación, ya sea también para beneficiarse de ella. La cuestión política será siempre previa, dominante, absorbente; en una palabra, se luchará a las puertas del Palacio legislativo. La lucha no será menos encarnizada en el interior. Para convencerse de ello, apenas es necesario contemplar lo que sucede en las Cámaras francesa o inglesa; basta saber cómo se plantea la cuestión.


La Ley Frederic Bastian by Alison Salazar


sábado, 30 de agosto de 2025

LIBRO "NO FUE UN MILAGRO": CHILE: A 50 AÑOS DEL PLAN DE RECUPERACIÓN ECONÓMICA (1975 - 2025) por ÁNGEL SOTO y ÁLVARO IRIARTE

 NO fue un 
MILAGRO

CHILE: A 50 AÑOS DEL PLAN DE 
RECUPERACIÓN ECONÓMICA 
(1975 - 2025)

"En Chile, la presión por la libertad política, que fue [en parte] generada por la libertad económica y los exitosos resultados económicos, terminó en un plebiscito que introdujo la democracia. Ahora, luego de largo tiempo, Chile tiene las tres cosas: libertad política, libertad humana y libertad económica. Chile seguirá siendo muy interesante de observar, para ver si puede mantener las tres simultáneamente, o ahora que tiene libertad política, ésta no vaya ser usada para destruir o reducir la libertad económica". Milton Friedman, 1991
Medio siglo después de la puesta en marcha del Plan de Recuperación Económica (1975-2025), la inquietud del economista norteamericano y Premio Nobel de Economía sigue plenamente vigente. De esta reflexión surge una profunda interrogante: 
¿seremos un nuevo caso de desarrollo frustrado? o por el contrario, ¿construiremos un nuevo consenso de Chile y avanzaremos hacia un Plan de Recuperación 2.0?
Los milagros económicos no existen, y por el contrario el éxito o fracaso de un país en su camino al desarrollo se explica por una serie de factores. Se trata en definitiva de las consecuencias que tienen las ideas y de su impacto de largo plazo en una sociedad. Chile es una de las tantas muestras de ello, y en materia económica, quizás puede ser el caso ejemplar.
Prefacio

¿Puede el historiador  escribir sobre su propio  tiempo? ¿Es legítimo salir del ámbito propiamente académico y entrar en la plaza pública de la discusión coyuntural? 
Ambas preguntas pueden tener respuestas diversas y obedecerán a las aproximaciones que cada uno tenga. Sin embargo, creemos, es legítimo al tiempo que nos preguntamos  ¿por qué no? Hasta puede que sea necesario.
Especialmente cuando con preocupaeton observamos un Chile detenido, de regreso a un "crecimiento mediocre" con  las consecuencias diarias que eso conlleva para millones de personas.

Las dos preguntas que nos convocaron fueron ¿será   Chile el  tercer caso   de   desarrollo   frustrado en Latinoamérica?,  tras   Argentina   y  Venezuela. ¿Perderemos la  segunda  oportunidad  histórica  de  alcanzar  el progreso?

Creemos que es plenamente válido aportar a la discusión pública desde un estilo más ensayístico  donde  confluyen lecturas, reflexiones,  hipótesis,  documentos,  miradas  del mundo   determinadas   por   contextos   propios   de   cada   uno y en una forma más simple. Sin los requisitos del "papel". Totalmente   opinable  y en  uso de  la libertad  de pensamiento.

Ese es nuestro objetivo. A cincuenta años de la puesta en marcha del Plan de Recuperación Económica Chileno, 1975-2025, nos pareció oportuno no solo recordar uno de los momentos fundantes de lo que concordamos es la "Última revolución económica chilena", resultado de que las ideas tienen consecuencias. Sino que junto a una serie de documentos que permitan al lector conocer de primera mano que las ideas tienen consecuencias,es un relato del recorrido que nos puso a las puertas  de alcanzar  el desarrollo. 

Quisimos aportar  con  una  reflexión desde  la situación  del  Chile  actual. Estamos conscientes  que  es incompleta, criticable y nos faltan muchos elementos que enriquecerían una mirada más "total", pero era necesario comenzar. Lo hacemos sólo con el ánimo de contribuir a que los chilenos iniciemos la conversación para la construcción  de un nuevo Plan de Recuperación Económica 2.0, acorde a los nuevos tiempos, moderno y con una visión de futuro en el que nadie sobra.

Agradecemos a todos quienes nos han animado a escribir  este ensayo  y a quienes  apoyaron  en  la  búsqueda de  material  y  estadísticas, en  especial  a  Josefa  Calderón, pasante  del Equipo  de Contenidos del Instituto  Res Pública.

Especial   mención merece  el  historiador  Alejandro   San Francisco, quien con la generosidad intelectual que le caracteriza, tanto   desde  la  dirección  general  del  proyecto "Historia   de Chile  1960-2010" de  la  Universidad  San  Sebastián, como  en sus años  de colaboración  en  el Instituto  Res Pública  en  roles claves como investigador  senior, director  de extensión  y director de  formación,  nos  permitió  el  acceso  a  libros,  documentos y  sobre  todo,  largas jornadas  de  conversación  e  inspiración.

Finalmente,   queremos   agradecer   al   Instituto   Res  Pública y  a  su  Director   Ejecutivo,  José  Francisco  Lagos,  que  en  el marco  de  su  visión  institucional  de  promover   la  formación intelectual de gente joven en las ideas de la libertad y la dignidad de   la  persona   humana,   ha   decidido   publicar   este   ensayo.

Todos ellos están libres de los errores que este texto pueda contener.
Los autores 
Santiago de Chile, 
abril de 2025

lunes, 25 de agosto de 2025

LIBRO "DEMOCRACIA: EL dios QUE FRACASÓ" por HANS-HERMANN HOPPE

DEMOCRACIA 
El dios que fracasó


El núcleo de este libro es un análisis sistemático de la transformación histórica de Occidente de la monarquía a la democracia. De carácter revisionista, concluye que la monarquía es un mal menor que la democracia, pero señala las deficiencias de ambas. Su metodología, axiomático-deductiva, permite al autor derivar teoremas económicos y sociológicos y aplicarlos para interpretar acontecimientos históricos. Un capítulo convincente sobre la preferencia temporal describe el progreso de la civilización como una disminución de las preferencias temporales a medida que se construye la estructura del capital, y explica cómo la interacción entre las personas puede reducir el tiempo en general, con interesantes paralelismos con la Ley de Asociación Ricardiana. Al centrarse en esta transformación, el autor puede interpretar numerosos fenómenos históricos, como el aumento de la delincuencia, la degeneración de las normas de conducta y moralidad, y el crecimiento del megaestado. Al subrayar las deficiencias tanto de la monarquía como de la democracia, el autor demuestra cómo ambos sistemas son inferiores a un orden natural basado en la propiedad privada.

Hoppe deconstruye la creencia liberal clásica en la posibilidad de un gobierno limitado y aboga por la alineación del conservadurismo y el libertarismo como aliados naturales con objetivos comunes. 
Defiende el papel adecuado de la producción de defensa, tal como la realizan las compañías de seguros en un mercado libre, y describe el surgimiento del derecho privado entre aseguradoras competidoras. Tras establecer un orden natural como superior por razones utilitaristas, el autor evalúa las perspectivas de alcanzar dicho orden. Basándose en su análisis de las deficiencias de la socialdemocracia y con la ayuda de la teoría social de la legitimación, prevé la secesión como el futuro probable de Estados Unidos y Europa, que resultará en una multitud de regiones y ciudades-estado. 
Este libro complementa la obra previa del autor en defensa de la ética de la propiedad privada y el orden natural. Democracia: 
El dios que Falló será de interés para académicos y estudiantes de historia, economía política y filosofía política.


Prólogo

La mentalidad política, la visión de lo político que de ella se deduce y también las doctrinas e ideologías vigentes en una época histórica deben contemplarse en su relación existencial con la forma política, vieja categoría historiográfica referida a la ordenación concreta del vivir político de una comunidad. En ese orden geopolítico y cliopolítico (La influencia de la historia en la política) singular vienen trenzados los elementos políticos sustantivos de la convivencia humana: 
los modos del mando y la obediencia políticos; la regulación de lo público y lo privado; la designación de amigos y enemigos. También la representación política, una cierta idea del derecho -ligada al Bien común- y los expedientes de solución y neutralización de conflictos -condicionados por el empleo, como ultima ratio legis, de una fuerza reactiva cuya legitimidad se presupone- o Puesto que toda asociación humana está proyectada en la historia, la política tiene, en último análisis, una dimensión narrativa. 

La política es pues, en este sentido, la actualización permanente del hecho político fundacional, nunca exento de violencias. El recuerdo de los Patrum Patriae o los Foundíg Fathers está siempre presente, acompañando a las generaciones, en las divisorias históricas. Su herencia es vindicada o impugnada según las necesidades de la élite o partido discrepante. A la imagen especular que de todo ello nos ofrecen contemporáneamente la sociología, la filosofía o la ciencia políticas se la suele denominar «cultura política».

Liberalismo y pensamiento estatal Ahora bien, esta suele ser, al menos en Europa, una visión determinada radicalmente por la concepción excluyente de la política como actividad estatal. Se diría, a juzgar por cierta literatura, a la sazón vastísima, que no hay más politicidad que la conformada por el Estado. Suelen quedar así fuera del razonamiento académico que se estila entre los meridianos de Lisboa y Berlín tres realidades políticas del máximo interés: el Common Wealth como forma política; las constelaciones espaciales futuras que ya apuntan en algunas regiones de la tierra (Grossraume), a pesar incluso de las formas políticas de compensación, retardatarias de los procesos históricos (Unión Europea); y, por último, la idea de un «Anarquismo de la propiedad privada» u Orden natural, según reza en el título de este libro. Estos olvidos explican, tal vez, la frecuencia con que la visión liberal de lo político, consubstancial a la tradición occidental!, aparece desvirtuada o reducida interesadamente a una supuesta escolástica económica. 

El liberalismo no se agota en la visión que de él han ofrecido sus críticos, desde Sismondi [1773-1842l hasta las versiones actualizadas o disimuladas del neokeynesianismo, pasando por la Escuela histórica alemana, confundiendo generalmente el paradigma cataláctico con la tópica de la Economía neoclásica2. Mas la tradición liberal tampoco puede quedar circunscrita a las interpretaciones de las escuelas que después de la II Guerra Mundial le devolvieron su lustre secular, particularmente el Ordoliberalismo y la Escuela austriaca. Hay en esta última, bajo la inspiración de Ludwig van Mises [1881-1973l y Friedrich A. von Hayek [1899-1992l, una cierta prevención antipolítica, consecuencia de su crítica del constructivismo social, que, sin embargo, se resuelve equívocamente en la aceptación de una suerte de Estado mínimo, cuya magnitud espacial coincide, idealmente en el caso de Mises, con el Estado mundial, lo que no deja de resultar paradójico tratándose de un defensor del derecho colectivo de autodeterminación. 

La ambigüedad de esta posición política la han puesto de manifiesto precisamente los discípulos de Mises, haciendo cabeza Murray I\. Rothbard [1926-1995l, en cuyo «Manifiesto libertario»3 se abrió una nueva vía a la indagación ética y política apelando a lo que se ha llamado el «legado libertario» (the Libertarían Heritage)4.

Murray N. Rothbard como pensador político

Rothbard ha desarrollado axiomáticamente su sistema a partir de los postulados de la no agresión y de la propiedad privada, deducidos originariamente de una concepción realista del Derecho natural. El Estado, opuesto polarmente a la sociedad anarquista, debía ser a su juicio erradicado. Sin embargo, no puede decirse que el antiestatismo rothbardiano sea necesariamente antipolítico, al menos desde el punto de vista de la estrategia revolucionaria liberal. 

En todo caso, convendría recordar ahora que ha habido antiestatismos políticos, es decir, no negadores de la centralidad de la políticas5, como demuestra el ejemplo de la Revolución americana, y claramente antipolíticos, como el socialismo utópico. Por otro lado, tampoco las ideologías antipolíticas son unívocas, pues las hay de raíz antiestatista, como el anarquismo clásico, y estatista, como el socialismo marxista y la socialdemocracia hoy predominante. El anarcocapitalismo que representan, entre otros, Rothbard y su discípulo Hans-Hermann Hoppe [1949] entraría, con ciertas reservas, dentro de la categoría del antiestatismo no necesariamente antipolític6. Si este detalle suele pasar inadvertido a los comentaristas, incluso a los propios libertarios, ello es debido a la confusión general entre los conceptos de Estado y Gobierno. Así lo reconocía el propio Rothbard: 
«Uno de los más graves problemas que se plantean en los debates acerca de la necesidad del gobierno es el hecho de que tales discusiones se sitúan inevitablemente en el contexto de siglos de existencia y de dominio del Estado»7.

Acostumbradas las gentes a la monopolizadora mediación del Estado, les resulta extraordinariamente difícil comprender que su concurso no es perse necesario para el sostenimiento del orden, incluso puede convertirse, como viene sucediendo desde 1945, en el mayor impedimento para la persistencia de un orden social sano. Sucede, en el fondo, que una cosa es el Estado -«forma política concreta de una época histórica»- y otra el Gobierno -«mando jurídicamente institucionalizado»8

El Estado es accidental, pero el Gobierno, al menos en términos de la durée humana, es eterno. Por eso, no sólo como economista teórico, sino como crítico de los sistemas políticos contemporáneos, escribió Rothbard que «el gran non sequitur en que han incurrido los defensores del Estado, incluidos los filósofos clásicos aristotélicos y tomistas, es deducir de la necesidad de la sociedad el Estadü»9. Esto ha sido así desde finales del siglo XV, fecha a partir de la cual esta forma política operó en etapas sucesivas la pacificación del continente, neutralizando los conflictos y sometiéndolos, si no había más remedio, al juicio de unas guerras limitadas, ante las que todos los Estados se presentaban como justus hostis. Pero ello no quiere decir que la estatal sea la forma definitiva de la convivencia política. 

El Estado sucedió a otras formas premodernas, incluso convivió con algunas de ellas10, y será sucedido por ordenaciones de los elementos básicos de la convivencia política desconocidas hasta ahora. La filosofía política de Hans-Hermann Hoppe El análisis en profundidad de estos asuntos, en el que las contribuciones de los saberes político y económico resultan imprescindibles por igual, se va abriendo camino en el pensamiento contemporáneo. De ahí el interés que tiene la publicación en España de los trabajos de Hoppe agrupados en su libro Monarquía, Democracia y Orden natural. 

La obra de Hoppe, economista alemán afincado en los Estados Unidos, en donde imparte clases de Economía política en la Universidad de Nevada-Las Vegas, no desmerece de las enseñanzas de sus dos maestros, Mises y Rothbard. Vale la pena que reparen en estas páginas los juristas y politólogos de formación europea. También cualquier persona preocupada como «ciudadano-contribuyente» por el derrotero de la política contemporánea, objeto que Hoppe examina siempre desde perspectivas insólitas para los lectores habituados a las categorías políticas estatales. 

Sin embargo, no puede decirse que al autor le resulten ajenas estas últimas. De hecho las ha estudiado con gran aprovechamiento, de ahí que sus planteamientos, particularmente los relativos al fenómeno bélico y a la destrucción del orden interestatal europeo -Jus gentium europaeum- a partir de la I Guerra Mundial coincidan con los de cualquier escritor de la tradición del realismo político, entendida en un sentido amplio: Carl Schmitt, Raymond Aran [1905-1983], Bertrand de Jouvenel [1903-1987] o Gianfranco Miglio [1918-2001]11. Con este libro pretende su autor ofrecer algunos de los argumentos definitivos en contra de la política estatista y sus consecuencias de todo orden: económicas y éticas particularmente -explotación fiscal y exclusión del derecho de autodefensa-, pero también culturales, pues el estatismo, que altera la preferencia temporal de los individuos, opera en su opinión como un elemento descivilizador. El Estado, en último análisis, es para Hoppe el gran corruptor.

Crítica de la mitología política del siglo XX

Por otro lado, al recorrer las vías incoadas por sus maestros, Hoppe aspira a introducir algunas rectificaciones en la benévola visión que estos tenían de la forma de gobierno democrática. Demostrará además, indirectamente, la potencia científica del método deductivo (teoría social a priori), que para evitar confusiones sería preferible denominar, con Eugen Bbhm-Bawerk [1851-1914], axiomático. «Me gustaría fomentar y desarrollar --escribe Hoppe en su introducción-la tradición de una gran teoría social, abarcadora de la Economía política, la Filosofía política y la Historia». El resultado es la revisión sistemática de tres grandes mitos del siglo XX:

a) la presunción de la bondad del proceso que, iniciado con la Revolución francesa, culminó después de la I Guerra Mundial con la liquidación del principio monárquico; 
b) la presunción de que la forma de gobierno democrático constituye la fórmula óptima de gobierno 
y c), la presunción de la legitimidad de la forma política estatal. El autor desmonta sistemáticamente estas creencias y profundiza en la concepción del gobierno como objeto de apropiación dominical. 
Ello le permite elaborar una sugestiva teoría de las formas de gobierno, pues, más allá de las clasificaciones tradicionales 12, desde el punto de vista de la propiedad los gobiernos pueden ser «privados» o «públicos».

La renovación de la teoría de las formas de gobierno: el Estado socialdemócrata.

En la práctica, las monarquías europeas tradicionales pertenecen a la primera categoría, a la de los gobiernos de titularidad privada, mientras que las democracias, generalizadas desde la nefasta intervención del presidente Woodrow Wilson [1856-19241 en la Gran guerra y universalizadas, bajo la égida de la mentalidad socialdemócrata, después de los acuerdos de Potsdam, pertenecen a la de los gobiernos públicos. Mas esta distinción, por otro lado, también le permite apuntar las diferencias de todo orden que marcó la injerencia norteamericana en los asuntos europeos. Su apología de los regímenes democráticorrepublicanos («gobiernos públicos»), mezclada con otros factores internos al continente europeo -crisis de civilización, debilidad de la tradición liberal, estrategia oportunista de la socialdemocracia-, abocó al modo de vida político a cuyo sostenimiento se intima a todo el mundo a contribuir, a saber: 
el Welfare State o Estado de bienestar, según la terminología despolitizada impuesta por los sociólogos, o el Sozialstaato Estado social y democrático, terminología acuñada en el siglo XIX pero naturalizada políticamente por el constitucionalismo de la II postguerra. 

En realidad, aunque el asunto no se ha estudiado como merece, las constituciones posteriores a la última contienda mundial no han disimulado su afiliación ideológica, pues al declararse «Estados sociales y democráticos de  derecho» apenas ocultan su verdadera naturaleza -la del «Estado socialdemócrata»)13-, rindiendo así homenaje al SocialdemokratFerdinand Lasalle [1825-1864], enemigo declarado, por cierto, del movimiento asociativo alemán de base liberal.

Una mentalidad política infleri

Toda la potencia de los conceptos austriacos, incluida la dimensión temporal de toda acción humana, está en estas páginas al servicio de una revisión sistemática de una tópica político-económica que reclama, con urgencia, ser puesta al día. Así procede Hoppe, denunciando las transformaciones de la guerra o la fiscalidad que han tenido lugar con la sustitución de los gobiernos privados por gobiernos públicos. Su examen de la guerra resulta particularmente oportuno, pues destaca que la democratización de los regímenes políticos ha operado como elemento totalizador de aquella. Las guerras de las monarquías, que respondían a la visión clásica de los conflictos interestatales del Derecho de gentes europeo, pero también, aunque a veces se olvide, a la racionalización y al buen sentido introducidos por el liberalismo decimonónico en estos asuntos14, fueron siempre guerras limitadas.

También la fiscalidad de las monarquías ha estado orientada por la prudencia, es decir, la «baja preferencia temporal» de la teoría austriaca. Así, al príncipe que posee como dueño su Estado no le interesa aumentar más allá de cierto límite la presión fiscal, pues eso, a medio plazo, empobrece a los súbditos y descapitaliza su patrimonio. En cambio, recuerda Hoppe, el custodio Ccaretaker) o representante democrático se desentiende del futuro, pues su cargo es provisional. Ello le aboca a maximizar sus utilidades, pues los beneficios que no pueda realizar a corto plazo aprovecharán a otro cuando sea removido de su cargo. Con esta óptica, elabora también el autor soluciones concretas para la regulación de los flujos migratorios internacionales, la proscripción de la corrupción democrática, el desmantelamiento del Estado nación, la devolución de las propiedades públicas a sus legítimos dueños, la reordenación política de los regímenes sucesores del Imperio soviético y, en última instancia, la transformación del Nuevo Orden Mundial en una agregación de pequeñas y pacíficas ciudades según el modelo de San Marino o Liechtenstein. 

Sería deseable que este libro contribuyera a la difusión en el mundo hispánico de la teoría político-social del liberalismo anarquizante, al que su autor, libre del prejuicio europeo de la forma de gobierno óptima15, se adscribe. Hoppe, presente ya en las bibliografías inglesa, alemana, francesa, italiana, rumana, checa, rusa o coreana, es uno de los representantes más brillantes de esa tradición intelectual, renovada por Rothbard en los años 70 y a la que él mismo ha aportado los notables desarrollos, en algún caso originales, comprendidos en estas páginas. De su lectura cabe esperar, en suma, un impulso para la renovación de la inteligencia de lo político.

Jerónimo Molina
Universidad de Murcia
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1 Es la tesis sostenida por Dalmacio Negro [1931] en su magnífico libro, hasta cierto punto heterodoxo en el planteamiento historiográfico, "La tradición liberal y el Estado". Madrid, Unión Editorial, 1995.
2 Una comparación sistemática de la Escuela austriaca y la Economía neoclásica en J. Huerta de Soto [1956], «El Methodenstreit, o el enfoque austriaco frente al enfoque neoclásico en la ciencia económica (997»>. Nuevos estudios de Economía política. Madrid, Unión Editorial, 2002.
3 Murray N. Rothbard, For a New Liberty. Tbe Libertarian Manifesto 09731'). San Francisco, Fax and Wilkes, 1996.
4 Los resultados de estas investigaciones aparecen sistematizados como una teoría ética en M.N. Rothbard, La ética de la libertad 09821'). Trad. Marciano Villanueva Salas. Madrid, Unión editorial, 1995.
5 Sobre la «centralidad» de lo político: Alessandro Campi [1961], el retorno (necesario) della politica. Roma, Antonio Pellicani, 2002.
6 Como ha recordado]. Huerta de Soto, «el sistema de Estados mínimos y ciudades libres concebido por Hoppe» tiene, «en última instancia, carácter gubernamental, por lo que podrían seguir coaccionando a sus ciudadanos mediante el sistema fiscal, las regulaciones intervencionistas, etc ...». Véase «El desmantelamiento del Estado y la democracia directa (2000)», op. cit., p. 244.
7 M.N. Rothbard, La ética de la libertad, p. 242.
8 Véanse sobre estos asuntos: Carl Schmitt [1888-1985], «Staat als ein konkreter, an eine geschichtliche Epoche gebundener Begriff (941)», en Velfassungsrechtliche Aufsatze. Berlín, Duncker und Humblot, 1958, pp. 375-85. Jerónimo Malina [1968], Ju/ien Freund, lo político y la política. Madrid, Sequitur, 2000, pp. 187-89. Dalmacio Negro, Gobierno y Estado. Madrid, Marcial Pons, 2002.
9 M.N. Rothbard, op. cit, p. 259. Cfr. Julien Freund [1921-19931, L'essence du politique 09651')' París, Sirey, 1992, p. 32: «Lo Político está en el corazón de lo social. En este sentido, lo Político es una esencia, es decir, un elemento constitutivo de la sociedad y no una simple institución inventada por la maldad de los hombres o por el designio de unos pocos».
10 Con la Monarquía austrohúngara hasta 1918 y con la Monarquía hispánica hasta 1931-36. Mientras que la sustitución de la primera por una pluralidad de Estados obedecía, según Hoppe, a la obsesión antiaustriaca de la elite norteamericana favorable a la intervención en la Gran guerra. la transformación de la segunda en Estado obedece. a nuestro juicio, a factores internos, genuinamente españoles.
11 Gianfranco Miglio, cultivador clásico de la teoría política, adquirió un enorme protagonismo en el panorama intelectual italiano al vincularse a principios de los 90 a la Lega Nord de Umberto Bossi [1941J, partidario de la secesión padana, y defender una visión de Europa como un gran espacio político constituido por las viejas ciudades europeas y sus respectivas áreas de influencia, liberadas finalmente de la dominación estatal que se impuso progresivamente a partir de la Baja Edad media. Véase G. Miglio, Le regolarita della politica. 2 tomos. Milán, Giuffre, 1988.
12 La teoría clásica de la formas de gobierno, de origen griego, nunca experimentó modificaciones sustantivas, pues su trilogía resulta praxeológicamente insuperable. Lo cierto es que o manda uno (monocracia), o mandan varios (aristocracia) o mandan casi todos o la mayoría (democracia). La elaboración de Hoppe, que contrapone «gobiernos públicos» y «gobiernos privados», no sólo resulta original, sino que además puede llegar a ser de mucha utilidad en el campo de la ciencia y la filosofía políticas.
13 El jurista alemán Ernst Forsthoff [1902-19741 ha explicado suficientemente la incompatibilidad del elemento liberal de las constituciones contemporáneas (<<Estado de derecho») con su elemento socializante (<<Estado social»). La experiencia constitucional demuestra que la ambigüedad constitucional se resuelve siempre, con raras excepciones, a favor de los elementos antiliberales. Véase Ernst Forsthoff, «Problemas constitucionales del Estado social», en Ernst Forsthoff et alii, El Estado social. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1986.
14 El liberalismo político del siglo XIX, cuyo espíritu reguló el concierto de las potencias europeas, haciéndose depositario de la visión estatal de lo político, nunca fue en realidad partidario de la teoría de las causas justas de las guerras. En rigor, todas las guerras europeas posteriores a las campañas napoleónicas y anteriores a la 1 Guerra Mundial fueron justas desde la óptica del Derecho de gentes. Si todos los enemigos estatales son justos y así mismo, por definición, son justas sus causas, ambos supuestos operan como factores moderadores de la violencia que los enemigos pueden recíprocamente aplicarse. En cambio, cuando la causa del enemigo es considerada injusta y el enemigo mismo reducido a un hors l'humanité, su propia existencia resulta odiosa. Se allana así el camino a las guerras de exterminio. Aquí han tropezado no pocas de las ideologías que durante el siglo XX han reivindicado para si la ascendencia liberal, pues han terminado defendiendo causas liberticidas como la del «progreso» frente a la «reacción». 
15 Expresión máxima de esta actitud intelectual es el esquemático enunciado de los artículos de una constitución genuinamente liberal, en la que no hay lugar para los principios orgánicos de las convenciones constitucionales. He aquí su contenido, recogido por Hoppe en el capítulo VI: «Todas las personas, además de ser los únicos propietarios de su cuerpo. tienen derecho a utilizar su propiedad como estimen oportuno mientras no perturben la integridad física o la propiedad de los demás. Todo intercambio de títulos de propiedad entre propietarios particulares debe ser voluntario (contractual). Estos derechos de una persona son absolutos. Cualquier persona que los infrinja podrá ser legítimamente perseguida por la víctima o por su mandatario y podrá ser procesada de acuerdo con los principios de proporcionalidad del castigo y de la responsabilidad absoluta».


sábado, 23 de agosto de 2025

LIBRO "EL NUEVO ORDEN ECONÓMICO MUNDIAL": EE.UU., CHINA, EUROPA Y EL DESCONTENTO MUNDIAL: POR QUÉ EL FIN DE LA GLOBALIZACIÓN NOS EMPOBRECE A TODOS Y POR QUÉ DEBEMOS OPONERNOS AL ESTADO DEPREDADOR por DANIEL LACALLE

EL  NUEVO  ORDEN  
ECONÓMICO  MUNDIAL

Por qué el fin de la globalización nos empobrece a todos 
y por qué debemos oponernos al Estado depredador

EE. UU., China, Europa 
y el descontento global


Llevamos una década de intervencionismo woke descontrolado. Ha llegado el momento de la política de verdad.
En 2025, Occidente afronta el reto de cambiar el paso y dinamitar la era más intervencionista desde la Segunda Guerra Mundial, una era marcada por políticas económicas, laborales y culturales diseñadas para anular la libertad y la voluntad emprendedora de los ciudadanos en una Unión Europea sumida en una grave crisis social y económica y aislada en su afán regulatorio y su incapacidad para innovar.
Con su característica habilidad para analizar y explicar la realidad, sin tapujos y alejado de cualquier tópico, el economista Daniel Lacalle presenta una contundente radiografía del mundo que nos ha dejado más de una década de políticas woke y que ahora recogen y quieren reordenar líderes como Donald Trump, Javier Milei y Nayib Bukele y empresarios como Elon Musk.

Lacalle denuncia en El nuevo orden mundial el totalitarismo y la vocación de controlar a la sociedad que se esconde detrás de buenistas medidas vinculadas al progresismo y la socialdemocracia en los «Estados depredadores», con España como uno de los mejores y más tristes ejemplos de hasta qué punto se han recortado las libertades de la gente en nombre de, precisamente, la libertad y la paz social (con la coordinación de la pandemia de la COVID-19 como paradigma).
El autor alerta del peligro de la Agenda 2030, el papel de la inteligencia artificial y el riesgo de implantar identidades digitales en un contexto en el que Estados Unidos ha roto la inercia de las relaciones geopolíticas clásicas, China parece haberse convertido en un inesperado aliado para Europa a última hora y Oriente Próximo y Ucrania se afianzan como problemas imposibles de gestionar.
Por suerte, más allá de su capacidad para radiografiar el oscuro estado de las cosas, Lacalle también propone soluciones al alcance del ciudadano medio para plantarse y «luchar pacíficamente». 
Porque «tú eres mucho más poderoso de lo que crees y ellos son mucho más débiles de lo que piensan».

Todas las dictaduras, de derechas y de izquierdas, 
practican la censura y usan el chantaje, 
la intimidación o el soborno para controlar 
el flujo de información.
MARIO VARGAS LLOSA

Introducción

El avance del Estado depredador
 
«Nunca esperes ni dudes en declarar el destino 
que le espera a quienes intentan sacudirte o tomarte, 
no dejes que te rompan, 
puedes hacer todo lo que quieras hacer». 
PHIL LYNNOTT

"La envidia fue considerada una vez 
como uno de los siete pecados capitales 
antes de que se convirtiera en una de las virtudes 
más admiradas bajo su nuevo nombre «justicia social»". 
THOMAS SOWELL


¿Qué significa esta frase? La idea es que entregues tu libertad y tu privacidad a cambio de un futuro tecnológico donde lo que necesites te sea proporcionado por el Estado. Ya no tendrás que comprar, sino elegir entre lo que esté disponible; no tendrás propiedades, ni obligaciones ni estrés; serás libre para disfrutar en tu pequeño mundo, en tu pequeña vida circunscrita a una población de la que no necesitarás salir o desplazarte. Una vida sin horizonte ni incentivos, acomodada en la rutina de la tranquilidad, el ocio y la colaboración. Los robots trabajarán por ti y el Estado proveerá. 

Por supuesto, hay truco en esta idílica arcadia de ciudad de «quince minutos», en la que todo está cerca y no necesitas pasar horas acudiendo al lugar de trabajo, y en la que el empleo es una anécdota entre las horas de asueto. El truco, obviamente, es que, en una sociedad en la que no tienes nada, estás vigilado (por tu bien, por supuesto) y el Estado te da lo que te corresponde; es el gobernante el que decide tu modo de vida, lo que necesitas y cómo lo empleas. Es el Estado el que te reprimirá si te quejas y, como no tienes nada, podrá ejercer esa represión con total libertad y sin que nadie te ayude ni levante la voz, ya que cualquiera que lo hiciera se arriesgaría a perder su cuota de servicios y bienes esenciales. 

Es increíble que haya quien caiga en una trampa tan burda, la de entregar tu libertad a cambio de una seguridad que no recibes. Lo trágico es que, cuando tomas conciencia de la estafa y de que, además, eres infeliz, ya es demasiado tarde para remediarlo. Eres un rehén dependiente, ¡bienvenido a 2030! 

«No tengo nada, no tengo privacidad y la vida nunca ha sido mejor», la frase que resuena en la mente de muchos políticos que prometen todo tipo de derechos y un vergel de ocio e irresponsabilidad. 

No tendrás que preocuparte por nada, porque hay una entidad, el Estado, que al tener el monopolio de la violencia y de la represión podrá repartir lo ganado por los demás (robar a los demás) para darte a ti lo que necesites. 

Si eres uno de los que leen esa frase y les parece una buena idea, piensa por un momento qué es lo que ocurre cuando se pone en práctica. Lo primero es que desaparece el incentivo para crear riqueza, ¿por qué he de esforzarme para crear lo que me van a quitar? Por lo tanto, aunque el Estado prometa repartir la riqueza, lo único que puede hacer es redistribuir la miseria que queda. La pregunta lógica entonces es ¿qué interés puede tener el Estado en empobrecer a sus ciudadanos? ¿No es una estrategia de «tiro en el pie»? 
¿Qué beneficio puede tener en este nuevo orden mundial debilitar económicamente al país que gobiernas? La razón hay que buscarla en el interés último del gobernante, que no es otro que mantener su posición de poder sin riesgo de competencia. Más vale reinar sobre las cenizas que no reinar. Por eso, convencerte de que el esfuerzo, el trabajo y la ganancia de tu independencia económica no merecen la pena, de que serás feliz viviendo una existencia básica y dependiente, no es una casualidad, es una estrategia; un arancel al progreso y un impuesto que la élite política paga con gusto a cambio de que nadie la desplace del gobierno. 

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Te parecerá increíble ver que, tras décadas de avance de la democracia y de los contrapesos independientes en sociedades libres, de haber vivido un progreso inimaginable, se estén imponiendo lentamente mecanismos de control y represión que creíamos olvidados. 
¿Por qué? 
La propiedad privada y la libertad económica generan individuos libres y críticos que exigen responsabilidades a sus gobernantes. Pero, cuando no tienes nada de tu propiedad, el gobernante pasa de ser servidor público a señor feudal autocrático dispuesto a usar la represión y la violencia en contra de tus intereses. 

En el momento en el que aceptas voluntariamente el robo a los demás como fuente de tu mejora relativa, estás abriendo la puerta a que te roben a ti. 

Decía Escohotado que no hay libertad sin responsabilidad, y la propiedad es responsabilidad. En esa libertad, dos activos se convierten en la manifestación más clara de las decisiones vitales de cada persona: su vivienda en propiedad y su vehículo. No debería sorprender, por lo tanto, que aquellos que te quieren quitar la libertad intenten eliminar la propiedad que te permite controlar tu vida. 

Tú pensarás que estas cosas no son así porque los gobernantes que más valoras te dicen que van a quitarles el dinero a los ricos para dártelo a ti. Curiosamente, aunque una y otra vez te das cuenta de que esa promesa de robo redistributivo no llega y de que en el proceso te vas haciendo más pobre, crees al siguiente que te promete lo mismo. Sólo entiendes el engaño cuando eres consciente de que el enfrentamiento entre ricos y pobres es una falacia y de que la verdadera desigualdad es la que existe entre políticos extractivos y contribuyentes. 

Por otra parte, nadie caería en la trampa del socialismo si entendiera que el Estado no baja los precios, los sube porque necesita la inflación para diluir sus promesas y pasivos en la moneda que emite; y que poca gente hay más rica que los líderes políticos y sus allegados en una dictadura comunista. 

Te lo explico. La inflación no es una casualidad, es una política. El Estado promete una serie de cosas en el futuro que va a pagar en la moneda que emite. ¿Por qué necesita la inflación, que es la pérdida del poder adquisitivo de la moneda? 
Porque así lo que promete lo paga en algo que vale menos cada año y, a la vez, la deuda que acumula, que está emitida en la moneda que el Estado emite, se diluye en valor real. En realidad, es como el timo de la estampita. Te prometen un sobre lleno de dinero que está lleno de recortes de periódico. El Estado necesita la inflación para descargar sus promesas de valor real y convertirlas en lo que son: humo. 

La inflación, además, funciona como un impuesto que afecta especialmente a los más pobres. El Estado muchas veces no puede recaudar impuestos de los pobres porque no tienen nóminas ni ahorros, pero sí necesitan comprar. Es más, subir los impuestos a los pobres queda mal políticamente. Pues la inflación es la manera perfecta de crujir con un impuesto a esos pobres y clases medias que los gobiernos fingen proteger, ya que son los rehenes más fáciles de expoliar: pagando los bienes y servicios que necesitan con una moneda a la que el Estado resta valor cada año.

Muchos socialistas te dicen que la inflación perjudica a los rentistas y a los ricos y beneficia a los pobres. Es una de las sandeces más grandes que se han dicho. Un rico puede defenderse de la inflación invirtiendo, sacando su dinero e intercambiándolo por oro o por una moneda que no se devalúe tanto. 
El pobre recibe un salario que pierde poder adquisitivo y tiene un empleo donde le pagan menos en términos reales y, encima, no se puede escapar financieramente. 
La promesa socialista de robo y redistribución no busca acabar con la élite económica, sino hacerte dependiente para que la élite política se enriquezca. 

El socialismo nunca redistribuye de los ricos a los pobres, sino de la clase media a los políticos. Por eso muchos de los verdaderamente ricos, los milmillonarios, están encantados con el socialismo y el Estado depredador, dado que elimina la competencia. El día en que te das cuenta, ya eres pobre y dependiente. 

Esos derechos que te prometen se pagan y suponen más deuda y, con ello, mayor inflación durante más tiempo. A medida que se acumulan promesas imposibles de cumplir y compromisos irrealizables, a medida que la población se enfada, pasamos del estado de bienestar al Estado depredador. 

El estado de bienestar es una consecuencia de la creación de riqueza y la libertad económica que genera el avance de la clase media, el crecimiento económico productivo, la cooperación entre países libres, el comercio y el avance tecnológico. El estado de bienestar es consecuencia del capitalismo, de la riqueza y de un Estado burocrático pequeño, facilitador y responsable. En realidad, el estado de bienestar es un lujo que nos permitimos porque creamos riqueza, y no está garantizado porque la riqueza no es algo estático: o se crea o se destruye. Penalizar a los que crean riqueza y subvencionar a los que la frenan es atacar al estado de bienestar. 

El Estado depredador es equivalente al sistema fascista, donde el individuo libre es el enemigo, el pueblo es el Estado y el Estado es el gobernante, sólo que ahora se presenta a sí mismo como ejemplo de lucha contra el fascismo. Por supuesto, si defiendes la libertad individual, el libre mercado y la libertad de expresión, eres fascista, según la definición de los comisarios políticos del Estado depredador. Ya sabemos que no hay mayores fascistas que los que se autodenominan antifascistas y que el comunismo y el fascismo son equivalentes porque rechazan la naturaleza humana, al individuo libre, se centran en la ingeniería social y para ello usan la violencia y la miseria. Como repetía Mussolini, «todo reside en el Estado, y nada que sea humano o espiritual existe, y mucho menos tiene valor, fuera del Estado». 
El Estado depredador elimina a Dios para deificar una maquinaria burocrática cuyo objetivo no es facilitar la libertad y la actividad de individuos libres, sino convertirse en un comisario que controla la economía y la vida de los ciudadanos. 

El Estado depredador no busca el progreso ni la riqueza, sino el control. 
¿Cómo se pasa de un estado de bienestar a un Estado depredador? Cuando la maquinaria política es consciente de que sus compromisos sociales no van a poder pagarse y, a la vez, se siente amenazada por el avance de la tecnología. 

El Estado depredador es el vehículo de supervivencia de la clase política extractiva, que sabe que no va a cumplir sus promesas y debe reprimir el descontento social, y que es muy consciente de que la tecnología deja en evidencia la irrelevancia del entramado burocrático, por lo que debe intentar frenarla. El Estado depredador no es un concepto que los ciudadanos puedan aceptar con agrado, porque su objetivo es crear una clase dependiente y secuestrada incapaz de rebelarse contra los gobiernos, por eso viene escondido dentro del caballo de Troya del estado de bienestar. 

La democracia no tiene como objetivo conceder a los gobiernos todo el poder para darte lo que necesitas. Cuando a un gobierno se le da todo el poder para darte lo que necesitas, algo imposible matemática y estadísticamente, lo que en realidad se le otorga es el poder para quitártelo todo y decidir qué y cuánto es lo que tú necesitas. La democracia es justo lo contrario, es el sistema que limita el poder de los gobernantes a través de contrapesos e instituciones independientes, por eso al Estado depredador no le gusta la democracia. Sin embargo, tiene que usarla para perpetuarse, demoliéndola desde dentro. Todos los que defienden ardientemente este Estado depredador lo hacen desde la arrogancia de creer que sólo ellos saben qué es democrático y, si tú no estás de acuerdo, debes ser cancelado y silenciado. 

Para ello, el gobernante autócrata utilizará el miedo, la represión y la propaganda oficial, con el objetivo de perpetuar un control que sería imposible ejercer sobre individuos libres e informados desde fuentes independientes. Se utilizan mecanismos de aparente defensa de la democracia para destruirla desde dentro y se acaba con los contrapesos y limitaciones al poder bajo la excusa de que impiden la consecución de sus imposibles promesas. 

Así, la «Neoinquisición» y el nuevo orden mundial se sustentan en varios elementos interconectados:
  • La revolución de EE. UU., que se divide en dos. Estados Unidos pasa de ser el mayor importador de petróleo del mundo y policía global a ser independiente en energía y mirar hacia dentro. 
  • A ello se une el pánico a los gigantes tecnológicos que no dependen de los Estados y que han democratizado el acceso a la información dando poder y mayor acceso a bienes y servicios a la inmensa mayoría de los ciudadanos, y a la vez han demolido las barreras comerciales y de información levantadas por los gobiernos. 
  • La envidia a China. La élite política en muchos países mira a China con admiración. Es lógico. Pero por las razones equivocadas. En vez de entender que el envidiable progreso económico y social de China se ha dado con la apertura económica y la libertad de empresa, miran al gigante asiático con envidia por su control policial de la población y el uso estatal de la represión. 
  • El fracaso del modelo politizado de la Unión Europea y las políticas de demanda. Los países desarrollados han entrado en un proceso de declive económico y monetario constante al ignorar aquello que crea riqueza para perpetuar el aumento del peso del Estado en la economía como norma; donde recurrir a planes de mal llamados estímulos es la norma; donde el Estado se convierte en el proveedor de primera instancia, no en el último; y donde todos los agentes económicos están subordinados a que el Estado consuma más y tome más crédito. Con ello se consuma una sociedad basada en la deuda y el gasto y no en la inversión y el ahorro. 
  • La utilización de la política monetaria para imponer el control, lo cual destruye el poder adquisitivo de la moneda emitida para disfrazar el aumento constante de desequilibrios fiscales. En esencia: una nacionalización de la economía a fuego lento. 
  • El miedo a los gigantes norteamericanos, la envidia al Estado policial chino y una visión miope de qué genera la riqueza, que asume que ambos gigantes lo son por tener Estados gigantes en vez de por haber alcanzado su poder premiando la riqueza.
Como esos factores generan descontento, la represión se convierte en un arma esencial, bajo la apariencia de «luchar contra la desinformación»... Los mismos que imponen propaganda y mentiras oficiales. 

No nos debería sorprender que cierta élite económica y política se apoye en el neomarxismo como peón útil para imponer el control. Es una estrategia brillante, porque nunca han contado con comisarios políticos más enardecidos y proactivos a la hora de imponer la Inquisición, aunque después sean purgados y cancelados. 

Tampoco nos debería sorprender que organizaciones aterradoras como el Grupo de Puebla, que reúne a los que blanquean y defienden las dictaduras de Cuba, Venezuela y Nicaragua, aparezcan en el debate político como inocuas, mientras exigen que la izquierda se una a China para tomar instituciones como Naciones Unidas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) o el Fondo Monetario Internacional (FMI) para poner a Estados Unidos en una «situación imposible». El enemigo que hay que batir es la democracia liberal y la mejor manera es hacerlo desde dentro y desde unos debilitados organismos internacionales. Mientras te amenazan con el peligro del avance de la ultraderecha, te reprimen con el encumbramiento evidente de la ultraizquierda. 

No lo dudes. El gobernante autocrático siempre se presenta como defensor de la democracia y la libertad y se autocalifica de víctima con el objetivo de acabar con la democracia y la libertad y conseguir la impunidad. Para ello, usa el caballo de Troya de un estado de bienestar en supuesto peligro y una falsa justicia social para imponer el Estado depredador que le garantice el control. 

Sin embargo, el Estado depredador no es una consecuencia inevitable del avance del socialismo. Es la evidencia de la debilidad del poder político, porque la libertad avanza y la tecnología diluye las fronteras y destruye la imagen mesiánica de los gobernantes. 

Todo empieza por la economía. Estados que prometen cosas mágicas e imposibles que necesitarán monedas digitales para controlarte y vigilarte, cancelación y veto para que no discrepes, ataque a la libertad de empresa y de expresión, convertir a los individuos en amenazas y dividir a la sociedad en colectivos y en supuestas víctimas para garantizar que la burocracia política siga gobernando. Pues bien, todo esto termina también con la economía. 

Tú crees que ellos tienen el poder, pero tú tienes la llave que lo impide. 

He escrito este libro porque el aparente avance inexorable del totalitarismo, del Estado depredador y de los políticos autocráticos es evitable. En España vemos con resignación cómo el gobierno acapara cada vez mayores espacios y dinamita las instituciones independientes, demoliendo los contrapesos y colocando a comisarios políticos en los puestos clave que limitan las intenciones de poder autocrático del gobierno. Asistimos conformes al avance de un gobierno liberticida que premia a los que ocupan y ataca a los que producen y ahorran, que se perpetúa a través de la coacción y la corrupción, destruyendo a la sociedad civil. Sin embargo, no nos damos cuenta de que el Estado que reacciona intentando destruir nuestra libertad es mucho más débil de lo que creemos, y de que la historia nos demuestra que la libertad gana. No olvidemos lo que se consiguió en los ochenta y en los noventa, cuando se recuperó la libertad económica y se limitaron los gobiernos liberticidas. 

En 2024 también hay ejemplos. 

De Argentina a Canadá, Estados Unidos, El Salvador, Irlanda y otras naciones, son cada vez más los países en los que avanza la libertad y se demuestra que la sociedad civil tiene más poder de lo que nos creemos, y que el avance del autoritarismo y el expolio no es una fatalidad. De hecho, el avance del Estado depredador es la mayor señal de debilidad y una prueba irrefutable de que la libertad avanza. 

Vamos a analizar qué es lo que ha pasado para llegar hasta aquí y por qué ese tramposo nuevo orden mundial, que promete felicidad sin propiedad, esconde miseria sin escapatoria. De hecho, te voy a explicar por qué el verdadero nuevo orden mundial no es un megaestado policial, sino el final de éstos. ¿Me acompañas?

Lucha. Rebélate contra el Estado depredador


¡No me pises, vive libre o muere!
JON SCHAFFER

La libertad nunca está a más 
de una generación de su extinción. 
No la transmitimos a nuestros hijos 
en el torrente sanguíneo. 
La única manera de que hereden la libertad 
que hemos conocido es si luchamos por ella, 
la protegemos, la defendemos. 
RONALD REAGAN

Somos muchos los que no nos rendimos y seguimos defendiendo la libertad porque no estamos equivocados. Así que lucha. De manera pacífica. Lucha por tu dinero y tu propiedad. Lucha por tu libertad de expresión. Lucha contra el Estado depredador. 

La libertad es como la riqueza: o se crea o se destruye. No permanece inmutable. Debemos avanzar cada día ganando terreno, o si no lo perderemos. 

No olvides que la libertad avanza y que las acciones de algunos Estados que intentan perpetuar su represión no son más que el reflejo de su desesperación ante el avance inexorable de la libertad. Parece que son inexpugnables, pero no lo son. 

Llegamos al final de este viaje con vientos de cambio y esperanza en Estados Unidos, Argentina y muchos otros países. En la Unión Europea, se empieza a cuestionar el dirigismo liberticida. Sin embargo, no podemos caer en el mismo error que cometió el centroderecha tras la caída del muro de Berlín, pensando que la libertad se había ganado para siempre. Tal y como reza la cita de Reagan que abre este capítulo, la libertad hay que conquistarla todos los días para que perviva en las siguientes generaciones. 

El estatismo siempre estará al acecho para ganar más terreno y aprovechará nuestra incomparecencia para arrebatarnos cuotas de libertad. Hay que ser conscientes de esto en todo momento. Cada regulación abusiva, cada nueva corriente política disfrazada de objetivos utópicos, puede esconder un auténtico caballo de Troya cuyos objetivos sean el control, la represión y el expolio. Estemos atentos a los mensajes mesiánicos y confrontemos cada idea equivocada, cada idea que tenga como fin último el robo y la miseria. Los que quieren acabar con tu libertad «por tu bien» no descansan. Los ingenieros sociales no han desaparecido, sólo se han retirado a hibernar temporalmente. 

Los que te quieren convencer de que van a mantener todas tus libertades y derechos civiles si les entregas tu libertad económica y política siguen intentándolo. Lo harán con las generaciones más jóvenes, siempre buscarán la forma de convencer a una gran parte de la población de que ceder libertad a cambio de un supuesto bienestar o seguridad es una buena idea.

Por eso es tan importante dar la batalla cultural todos los días y en todos los frentes. Para que todo el colectivo de personas libres e independientes, emprendedoras y críticas sepan que no están solas. No queremos censura por nuestro bien, ni siquiera silenciar a los que nos vetan y cancelan. La verdad no teme la confrontación. No tienes que agachar la cabeza y asentir por miedo a que te afecte personal o profesionalmente. Lucha.

No vamos a dejar que los jóvenes se queden solos escuchando las falacias de los estatistas. Tienen derecho a hacer preguntas y llegar a su propia conclusión de manera libre. Tienen la obligación de asistir en todo momento y lugar a un rico debate de ideas en el que se confronten distintos modelos de sociedad y sepan cuáles son los que crean prosperidad y cuáles miseria y ruina. 

¿Por qué la batalla cultural? En una conversación que tuvimos Agustín Laje y yo en mi canal de YouTube, discutimos sobre la importancia de la batalla cultural en la defensa de la libertad. 

El ser humano necesita regirse por unas guías morales y normas de conducta, unos principios y valores que le permiten avanzar y fijar objetivos de prosperidad y libertad. Interpretar el contexto cultural es esencial para darle sentido a la acción humana, para dar un propósito a nuestras vidas y nuestras acciones como individuos libres. Así, el ser humano actúa basándose en su interpretación del entorno cultural, y esa cultura define nuestros valores como individuos y como sociedad. 

La importancia de la batalla cultural la ha entendido perfectamente el neomarxismo tras el colapso económico de su modelo. Abandonaron su objetivo fundamental —el control económico y la represión del individuo económicamente libre— buscando imponer la ingeniería social para centrarse en el aspecto emocional que persigue siempre aislar a los individuos de la toma de decisiones, aglutinarlos en torno a unas identidades creadas artificialmente y colectivizarlos para que sea más fácil propagar su mensaje.

Batallar en el campo de las ideas no es cómodo. No es fácil. Te atacan y te calumnian. Sin embargo, si tú no defiendes las ideas de la libertad, nadie lo va a hacer por ti. 

La izquierda ha pasado de centrarse en la lucha de clases a promover nuevas «dialécticas de opresión» (género, raza, etc.) para justificar la expansión del Estado. El progresismo promueve cada vez más derechos que en realidad limitan la libertad y la propiedad. No lo hacen con derechos fundamentales que todos tenemos más que asumidos en las democracias liberales. Convierten los deseos en derechos y convencen a mucha gente de que esos derechos se harán realidad y siempre serán positivos si se impone mayor control estatal. Ya hemos visto el daño que han causado. 

La batalla del liberal y de la derecha debe dejar al descubierto cada nuevo intento de seducir a las masas de esta izquierda mal llamada progresista, ofreciendo argumentos y discursos sólidos y solventes. 

No es complicado: se trata, simplemente, de defender las ideas de la libertad frente a los disparates varios a los que nos somete una izquierda radicalizada, recordando que todas estas ideas liberticidas las están adoptando principalmente clases privilegiadas y acomodadas y que no benefician a los más desfavorecidos. Al contrario, los empobrecen. 

Debemos ser críticos con la derecha por enfocarse únicamente en «las cuentas» mientras la izquierda se centra en «los cuentos». 

Tener un relato potente es imperativo en la batalla política y cultural. La gente necesita conocer los argumentos contra el estatismo en todos sus ámbitos de influencia, no sólo en la gestión de la quiebra que van dejando los gobiernos socialistas. El discurso no puede ser económico. Debe ser moral: no desfallecer y defender la libertad mientras se gestionan las cuentas. Ambas cosas deben hacerse simultáneamente y darse a conocer.

Por eso considero que es ridícula la división. Debemos entender que la alianza entre liberales, conservadores y soberanistas es ganadora para enfrentarse al Estado depredador, el socialismo del siglo XXI y la agenda woke. Resulta crucial unir fuerzas para defender la libertad, la propiedad, la familia que desees tener y las instituciones independientes. En vez de centrarse en diferencias nimias, hay que reconocer lo que hizo que las ideas de la libertad triunfaran en la época de Thatcher y Reagan: la unión entre liberales y conservadores.

A los que defienden la equidistancia entre la izquierda y la derecha hay que recordarles que es la equidistancia entre los que están contra la propiedad privada y la libertad de expresión y los que las defienden. 

Debemos entender que la izquierda global se ha unido alrededor del neomarxismo y de esta nueva Inquisición —que ya no existe, porque probablemente nunca existió—, el socialismo moderado. La socialdemocracia no sólo ha fracasado económicamente, sino que se ha entregado a la Neoinquisición y a los postulados del neomarxismo con brazos abiertos. Aquellos que sí son moderados se han dado cuenta de la deriva totalitaria y defienden las ideas de la libertad sin complejos. 

Es muy sencillo, un libertario puede dar un discurso ante miles de personas afines a la derecha, como ha hecho Milei en tantas ocasiones, y está hablando con gente con la que tiene dos grados de separación. Ninguno rechaza la propiedad privada ni el libre mercado. Un libertario en un congreso socialista nunca encontrará afinidad y, además, nunca será admitido ni se le permitirá expresarse porque la mentira no permite ser desafiada. 

El caso de Javier Milei en Argentina demuestra que esta estrategia triunfa, al haber logrado un apoyo popular desconocido, cuando se había vendido el discurso de que no se pueden ganar las elecciones con mensajes libertarios y anuncios de fuertes recortes. A un año de la asunción de Javier Milei como presidente, el 52,2 % de los argentinos aprobaba su gestión. 

La alianza entre libertarios, conservadores y soberanistas es esencial para contrarrestar la imposición cultural de la Neoinquisición, que ha ganado influencia modificando valores, lenguaje y tradiciones.

Los tres grupos comparten preocupaciones sobre temas como la igualdad ante la ley, la ideología de género y la oleada antipropiedad, que pueden articularse en torno a los valores de la libertad individual como expresión máxima de una sociedad solidaria y en progreso.

Esta alianza permite además enfrentarse de manera eficaz contra iniciativas liberticidas escondidas detrás de la Agenda 2030 o propuestas del Foro de Davos, defendiendo de manera conjunta la soberanía y la libertad. 

Este reequilibrio ideológico evita el desgaste personal, fortalece a las personas que se sienten abandonadas en sus valores por las autoridades y recuerda al mundo que la mayoría se opone a las ideas mal llamadas progresistas, que en realidad son estatismo depredador. 

Con ello, los verdaderos progresistas se unirán a las ideas de la libertad. 
No olvidemos que los derechos civiles, sexuales, de las mujeres, de los trabajadores y el respeto al medioambiente son causas liberales, no neomarxistas. 

La derecha y el llamado centroderecha tienen la oportunidad de rearmarse ideológicamente recogiendo el testigo de la mayoría silenciosa que está harta de que le impongan el pensamiento único de una minoría intervencionista. Para ello, debemos recuperar el liberalismo económico y social con propósito y determinación. 

Liberales, conservadores y soberanistas ganamos en el terreno de lo económico, lo político y lo emocional si defendemos nuestros valores y principios sin complejos. Por separado, perdemos, aunque se ganen las elecciones, porque la arquitectura de expolio y ataque a la propiedad privada heredada del socialismo permanece en esos años de gobierno. 

El mayor fracaso para el centroderecha es ganar elecciones y estar en el poder, pero perpetuar las medidas dejadas por el socialismo depredador.

El mayor fracaso para el centroderecha liberal es abandonar sus principios y valores y presentarse como el fontanero de la gotera del anterior, como el contable del socialismo. 

«En un campo de maravillosas vacas, lo que hace más ruido son los grillos», decía Winston Churchill. Si haces caso a los grillos y te crees que son la mayoría por el ruido que hacen, te quedas sin vacas, sin carne y sin leche. 

El éxito de la coalición entre conservadores y libertarios llega cuando escucha a la mayoría silenciosa, defiende los principios y valores de la libertad, sin complejos, y gana las elecciones, el progreso y la historia.

El Nuevo Orden Económico Mundial. EE. UU., China, Europa y el descontento global | Liberacción 2025



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