EL Rincón de Yanka: ESTATOCRACIA

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martes, 9 de septiembre de 2025

LIBRO "LA LEY" por FRÉDÉRIC BASTIAT

 LA  LEY

FRÉDÉRIC BASTIAT


"Cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto a la ley. Dos desgracias igualmente grandes entre las cuales es difícil elegir". F.B.
"Yo, lo confieso, soy de los que piensan que la capacidad de elección y el impulso deben venir de abajo, no de arriba, y de los ciudadanos, no del legislador. La doctrina contraria me parece que conduce al aniquilamiento de la libertad y de la dignidad humanas". F.B.
Frédéric Bastiat (1801 - 1850) nació en Bayonne, en el sur de Francia. Tal vez no ha existido un escritor más hábil para articular el pensamiento económico y para exponer los mitos que plagan el debate político que Bastiat. Durante su corta vida, escribió ensayos clásicos como "La ley" y "Lo que se ve y lo que no se ve". Poseía una notable capacidad de desarmar los sofismas del proteccionismo, el socialismo y otras ideologías propias del Estado interventor y solía hacerlo con una impresionante claridad e ingenio.
El ensayo famoso de Bastiat “La ley” muestra sus talentos como un activista a favor del libre mercado. Allí explica que la ley, lejos de ser el instrumento que permitió al Estado proteger los derechos y la propiedad de los individuos, se había convertido en el medio para lo que denominó “expoliación” o “saqueo”. De su ensayo “El Estado”, en el cual Bastiat argumenta en contra del socialismo, viene tal vez su cita más conocida: “El Estado es la gran ficción mediante la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de los demás”.

¡La ley pervertida! ¡La ley —y con ella todas las fuerzas colectivas de la nación—, la ley, digo, no sólo desviada de su fin, sino aplicada a perseguir un fin directamente contrario al que le es propio! ¡La ley convertida en instrumento de todas las codicias en lugar de ser su freno! ¡La ley que perpetra por sí misma la iniquidad que tenía por misión castigar! Si realmente es así, se trata sin duda de un hecho grave, sobre el cual se me permitirá que llame la atención de mis conciudadanos.

Hemos recibido de Dios el don que los encierra a todos, la vida: la vida física, intelectual y moral. Pero la vida no se sostiene por sí misma. Quien nos la dio nos dejó el cuidado de mantenerla, desarrollarla y perfeccionarla.
Para ello nos ha dotado de un conjunto de facultades maravillosas; nos ha sumergido en un medio de elementos diversos. Mediante la aplicación de nuestras facultades a estos elementos se realiza el fenómeno de la asimilación, de la apropiación, por el que la vida recorre el círculo que le ha sido asignado.
Existencia, facultades, asimilación —en otros términos, personalidad, libertad, propiedad—, tal es el hombre. De estas tres cosas puede decirse, al margen de toda sutileza demagógica, que son anteriores y superiores a toda legislación humana. La personalidad, la libertad y la propiedad no existen porque los hombres hayan proclamado las leyes, sino que, por el contrario, los hombres promulgan leyes porque la personalidad, la libertad y la propiedad existen.

¿Qué es, pues, la ley? Como he dicho en otra parte, la ley es la organización colectiva del derecho individual de legítima defensa.
Cada uno de nosotros recibe ciertamente de la naturaleza, de Dios, el derecho a defender su personalidad, su libertad y su propiedad, puesto que estos son los tres elementos que constituyen y conservan la vida, elementos que se complementan entre sí y que no pueden comprenderse aisladamente. Pues ¿qué son nuestras facultades sino una prolongación de nuestra personalidad, y qué es la propiedad sino una prolongación de nuestras facultades?
Si cada hombre tiene derecho a defender, incluso por la fuerza, su persona, su libertad y su propiedad, varios hombres tienen derecho a ponerse de acuerdo, a entenderse, a organizar una fuerza común para atender eficazmente a esta defensa.

El derecho colectivo tiene, pues, en principio, su razón de ser, su legitimidad, en el derecho individual, y la fuerza común no puede tener racionalmente otro fin, otra misión, que las fuerzas aisladas a las que sustituye.
Así como la fuerza de un individuo no puede atentar legítimamente contra la persona, la libertad y la propiedad de otro individuo, así también la fuerza común no puede aplicarse legítimamente a destruir la persona, la libertad y la propiedad de los individuos o de las clases.

Esta perversión de la fuerza, tanto en un caso como en otro, estaría en contradicción con nuestras premisas. ¿Quién osará decir que la fuerza se nos ha dado, no para defender nuestros derechos, sino para aniquilar los derechos iguales de nuestros hermanos? Y si esto no puede decirse de cada fuerza individual, que actúa aisladamente, ¿cómo podría afirmarse de la fuerza colectiva, que no es sino la unión organizada de las fuerzas aisladas?
Así pues, si hay algo evidente es esto: la ley es la organización del derecho natural de legítima defensa; es la sustitución de las fuerzas individuales por la fuerza colectiva, para actuar en el ámbito en que aquéllas tienen derecho a actuar, para hacer lo que las fuerzas individuales tienen derecho a hacer, para garantizar las personas, las libertades y las propiedades, para mantener a cada uno en su derecho, para hacer reinar entre todos la justicia.

Si existiera un pueblo constituido sobre esta base, creo que en él prevalecería el orden tanto en los hechos como en las ideas. Creo que este pueblo tendría el gobierno más simple, más económico, menos pesado, menos sentido, menos responsable, el más justo, y por consiguiente el más sólido que pueda imaginarse, sea cual fuere su forma política.
Porque, bajo un tal régimen, cada uno comprendería que tiene toda la plenitud, así como toda la responsabilidad, de su propia existencia. Dado que la persona sería respetada, que el trabajo sería libre y los frutos del trabajo estarían garantizados contra todo atentado injusto, nada habría que arreglar con el Estado. En caso de ser felices, en modo alguno tendríamos que agradecerle nuestra suerte; pero en caso de que fuéramos desgraciados, tampoco tendríamos que echarle la culpa de nuestras desgracias, del mismo modo que los campesinos no le hacen responsable del granizo o de las heladas. Sólo le conoceríamos por la inestimable ventaja de la seguridad.

Puede afirmarse también que, gracias a la inhibición del Estado en lo que respecta a los asuntos privados, las necesidades y las satisfacciones se desarrollarían en el orden natural. No se vería a las familias pobres buscar la instrucción literaria antes de tener pan. No se vería que las ciudades se pueblan a costa del campo o el campo a costa de las ciudades. No se producirían esos grandes desplazamientos de capitales, del trabajo, de la población, provocados por medidas legislativas y que hacen tan inciertas y tan precarias las fuentes mismas de la existencia y que agravan, por lo tanto, en tan gran medida, la responsabilidad de los gobiernos.

Por desgracia, la ley no se ha limitado a cumplir la función que le corresponde, y cuando se ha apartado de esta función, no lo ha hecho en asuntos neutros y discutibles. Hizo algo peor: obró contra su propio fin, destruyó su propio fin; se dedicó a aniquilar la justicia que habría debido hacer reinar, a borrar entre los derechos el límite que debería haber hecho respetar; puso la fuerza colectiva al servicio de quienes quieren explotar, sin riesgo y sin escrúpulos, la persona, la libertad y la propiedad ajenas; convirtió el despojo en derecho para protegerlo y la legítima defensa en crimen para castigarlo.

¿Cómo se ha perpetrado esta perversión de la ley? ¿Cuáles han sido sus consecuencias?
La ley se ha pervertido bajo la influencia de dos causas muy distintas: el egoísmo obtuso y la falsa filantropía.

Hablemos de la primera.

Conservarse, desarrollarse, es la aspiración común a todos los hombres, de tal forma que si cada uno gozara de la libre disposición de sus productos, el proceso social sería incesante, ininterrumpido e infalible.
Pero hay otra disposición que también les es común: vivir y desarrollarse, cuando pueden, a costa unos de otros. No es una imputación aventurada, lanzada por un espíritu malhumorado y pesimista. La historia nos ofrece abundantes pruebas en las guerras incesantes, las migraciones de los pueblos, las opresiones sacerdotales, la universalidad de la esclavitud, los fraudes industriales y los monopolios de los que los anales están llenos.
Esta funesta disposición brota de la constitución misma del hombre, de ese sentimiento primitivo, universal, invencible, que le impele hacia el bienestar y hace que evite el dolor.

El hombre no puede vivir y disfrutar sino por una asimilación, una apropiación continua; es decir, por una continua aplicación de sus facultades sobre las cosas, o por el trabajo. De ahí la propiedad.
Pero, de hecho, puede vivir y disfrutar asimilando, apropiándose del producto de las facultades de sus semejantes. De ahí la expoliación.
Ahora bien, como el trabajo es por sí mismo una carga y el hombre tiende naturalmente a evitar el dolor, se sigue —como lo demuestra la historia— que allí donde la expoliación es menos onerosa que el trabajo, prevalece la expoliación; y prevalece sin que ni la religión ni la moral puedan hacer nada, en este caso, para impedirlo.

¿Cuándo se detiene la expoliación? Cuando resulta más peligrosa que el trabajo.
Es evidente que la ley debería tener como objetivo oponer el poderoso obstáculo de la fuerza colectiva a esta funesta tendencia; que debería tomar partido a favor de la propiedad contra la expoliación.
Pero lo normal es que la ley sea obra de un hombre o de una clase de hombres. Y como la ley no existe sin sanción, sin el apoyo de una fuerza preponderante, es lógico que, en definitiva, ponga esta fuerza en manos de los legisladores.
Este fenómeno inevitable, combinado con la funesta tendencia que hemos descubierto en el corazón del hombre, explica la perversión casi universal de la ley. Se comprende que, en lugar de ser un freno a la injusticia, se convierta a menudo en el instrumento más invencible de injusticia. Se comprende que, según el poder del legislador, destruya —en beneficio propio, y en grados diversos, en el de los demás hombres— la personalidad por la esclavitud, la libertad por la opresión, la propiedad por la expoliación.

Está en la naturaleza de los hombres reaccionar contra la iniquidad de que son víctimas. Así pues, cuando la expoliación está organizada por la ley, en beneficio de las clases que la hacen, todas las clases expoliadas tienden, por vías pacíficas o por vías revolucionarias, a participar de algún modo en la confección de las leyes. Estas clases, según el grado de ilustración a que han llegado, pueden proponerse dos fines muy distintos cuando persiguen por esta vía la conquista de sus derechos políticos: o bien quieren hacer que cese la expoliación legal, o bien aspiran a tomar parte de la misma.

¡Desdichadas, tres veces desdichadas las naciones en las que esta última actitud domina entre las masas, cuando se apoderan a su vez del poder legislativo!

Hasta ahora la expoliación la ejercía un pequeño número de individuos sobre la gran mayoría de ellos, como podemos observar en los pueblos en que el derecho a legislar se halla concentrado en unas pocas manos. Pero ahora se ha hecho universal y se busca el equilibrio en la expoliación universal. En lugar de extirpar lo que la sociedad contiene de injusticia, ésta se generaliza. Tan pronto como las clases desheredadas recuperan sus derechos políticos, lo primero que se les ocurre no es liberarse de la expoliación (lo cual supondría una inteligencia que no poseen), sino organizar un sistema de represalias contra las demás clases y en su propio perjuicio, como si fuera preciso, antes de que llegue el reino de la justicia, que una cruel retribución viniera a golpear a todas las clases, a unas a causa de su iniquidad, a otras a causa de su ignorancia.
No podría someterse a la sociedad a un cambio mayor y a una mayor desgracia que convertir la ley en instrumento de expoliación.

¿Cuáles son las consecuencias de semejante perturbación? Se necesitarían varios volúmenes para exponerlas todas. Contentémonos con destacar las más notables.
La primera es que borra de las conciencias la noción de lo justo y lo injusto.
Ninguna sociedad puede existir si en ella no reinan las leyes en alguna medida; pero lo más seguro para que las leyes sean respetadas es que sean respetables. Cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto a la ley. Dos desgracias igualmente grandes entre las cuales es difícil elegir.

Pertenece de tal modo a la naturaleza de la ley hacer reinar la justicia, que ley y justicia son la misma cosa en la conciencia popular. Todos tenemos una fuerte disposición a considerar todo lo que es legal como legítimo, hasta el punto de que son muchos los que, falsamente, hacen derivar toda justicia de la ley. Basta que la ley ordene y consagre la expoliación para que ésta parezca justa y sagrada a muchas conciencias. La esclavitud, el proteccionismo y el monopolio tienen sus defensores no sólo entre quienes se benefician de ellos, sino también entre quienes los padecen. Intentad avanzar ciertas dudas sobre la moralidad de estas instituciones, y se os dirá que sois un innovador peligroso, un utópico, un teórico, un denigrador de las leyes que quebranta el basamento en que se sustenta la sociedad. Si usted sigue un curso de moral o de economía política, se encontrará con multitud de cuerpos oficiales para transmitir al gobierno este ruego: Que, a partir de ahora, la ciencia se enseñe, no ya sólo desde el punto de vista del libre cambio (de la libertad, la propiedad y la justicia), como ha sucedido hasta ahora, sino también y sobre todo desde el punto de vista de los hechos y de la legislación (contraria a la libertad, la propiedad y la justicia) que rige la industria francesa. Que en las cátedras públicas, financiadas por el Tesoro, el profesor se abstenga rigurosamente de atentar lo más mínimo contra el respeto debido a las leyes vigentes, etc.

De modo que si existe una ley que sanciona la esclavitud o el monopolio, la opresión o la expoliación bajo cualquier forma, no se podrá siquiera hablar de ello, porque ¿cómo hablar sin quebrantar el respeto que la ley inspira? Más aún, habrá que enseñar la moral y la economía política desde el punto de vista de esta ley, es decir, desde el supuesto de que esa ley es justa por el simple hecho de que es ley.
Otro efecto de esta deplorable perversión es que da a las pasiones y a las luchas políticas, y en general a la política propiamente dicha, una preponderancia exagerada. Podría probar esta proposición de mil maneras. Me limitaré, a modo de ejemplo, a relacionarla con el tema que recientemente ha ocupado a todos los espíritus: el sufragio universal.

Al margen de lo que de él piensen los seguidores de la escuela de Rousseau, que se considera muy avanzada (aunque yo entiendo que lleva veinte años de retraso), el sufragio universal (tomado el término en su acepción rigurosa) no es en absoluto uno de esos dogmas sagrados respecto a los cuales el examen y la duda misma constituyen un crimen.

Contra él pueden formularse graves objeciones.

Ante todo, la palabra «universal» oculta un burdo sofisma. Hay en Francia treinta y seis millones de habitantes. Para que el sufragio fuera realmente universal, habría que reconocer ese derecho a treinta y seis millones de electores. Ahora bien, en el sistema más generoso, sólo se les reconoce a nueve millones. Así pues, tres de cada cuatro personas quedan excluidas, y lo más grave es que es la otra cuarta parte la que les niega ese derecho. 
¿En qué principio se basa esta exclusión? En el principio de la incapacidad. Sufragio universal quiere decir: sufragio universal de los capaces. Pero cabe preguntarse: 
¿Quiénes son los capaces? La edad, el sexo, las condenas judiciales, ¿son los únicos signos que nos permiten reconocer la incapacidad?
Si se mira con atención, se observa enseguida el motivo por el que el derecho de voto descansa en la presunción de capacidad, y que a este respecto el sistema más generoso sólo difiere del más restringido por la apreciación de los signos que denotan esta capacidad, lo cual no constituye una diferencia de principio sino de grado.

Este motivo es que el elector no decide para sí mismo sino para todos. Si, como pretenden los republicanos de tendencia griega o romana, el derecho de voto se otorga con la vida, sería inicuo que los adultos impidieran votar a las mujeres y a los niños. ¿Por qué impedírselo? Porque se presume que son incapaces. ¿Y por qué la incapacidad es un motivo de exclusión? Porque el elector no vota sólo para él, porque cada voto compromete y afecta a toda la comunidad; porque la comunidad tiene derecho a exigir ciertas garantías en cuanto a los actos de los que depende su bienestar y su existencia.
Intuyo la respuesta. Sé qué es lo que se puede replicar. No es éste el lugar para tratar a fondo esta controversia. Lo que quiero poner de relieve es que esta controversia (al igual que la mayoría de las cuestiones políticas), que agita, apasiona y conturba a los pueblos, perdería todo su mordiente y su importancia si la ley fuera lo que siempre debería haber sido.

En efecto, si la ley se limitara a hacer que sean respetadas todas las personas, todas las libertades y todas las propiedades; si sólo fuera la organización del derecho individual de legítima defensa, el obstáculo, el freno, el castigo de todas las opresiones, de todas las expoliaciones, ¿sería concebible una discusión apasionada entre los ciudadanos a propósito del sufragio más o menos universal? ¿Cabe pensar que se cuestionaría el mayor de los bienes, la paz pública? ¿Que las clases excluidas estarían impacientes por que les llegara su turno, y que las clases admitidas defenderían con uñas y dientes su privilegio? ¿No es evidente que, al ser idéntico y común el interés, los unos obrarían, sin mayor inconveniente, por los otros?

Pero si se introduce este funesto principio; si, so pretexto de organización, de reglamentación, de protección, de estímulo, la ley puede quitar a unos para dar a otros, tomar de toda la riqueza creada por todas las clases para aumentar sólo la de una de ellas, ya sea la de los agricultores, la de los industriales, la de los comerciantes, la de los armadores, la de los artistas, la de los comediantes, entonces ciertamente no hay clase que no pretenda, con razón, meter también la mano en la ley, que no reivindique con ardor su derecho a elegir y a ser elegido, que no ponga la sociedad patas arriba con tal de conseguirlo. Los propios mendigos y vagabundos os demostrarán que también ellos poseen títulos incontestables. Os dirán: «Nosotros jamás compramos vino, tabaco o sal sin pagar impuestos, y una parte de estos impuestos se concede legislativamente en primas, subvenciones y ayudas a gente menos menesterosa que nosotros. Otros son los que hacen que la ley sirva para elevar artificialmente el precio del pan, de la carne, del hierro, de la tela. Puesto que todos explotan la ley en beneficio propio, también nosotros queremos explotarla. Queremos que se reconozca el derecho a la asistencia, que es la parte de expoliación del pobre. Para ello es preciso que seamos electores y legisladores, a fin de poder organizar en grande la limosna para nuestra clase, como vosotros habéis organizado por todo lo alto la protección para la vuestra. No digáis que vosotros lo haréis por nosotros, que nos destinaréis, según la propuesta del señor Mimerel, 600.000 francos para taparnos la boca y como un hueso que roer. Nosotros tenemos otras pretensiones y, en todo caso, queremos estipular para nosotros mismos como las demás clases han estipulado para ellas».

¿Qué se puede responder a este argumento? Mientras se admita en principio que la ley puede ser apartada de su verdadera función, que puede violar la propiedad en lugar de protegerla, cada clase querrá hacer la ley, ya sea para defenderse de la expoliación, ya sea también para beneficiarse de ella. La cuestión política será siempre previa, dominante, absorbente; en una palabra, se luchará a las puertas del Palacio legislativo. La lucha no será menos encarnizada en el interior. Para convencerse de ello, apenas es necesario contemplar lo que sucede en las Cámaras francesa o inglesa; basta saber cómo se plantea la cuestión.


La Ley Frederic Bastian by Alison Salazar


jueves, 14 de agosto de 2025

ESPAÑA HA MUERTO: EL HIPERESTADO DEVORA LA NACIÓN por DIEGO J. ROMERO

España ha muerto: 
el hiperestado devora la nación. 

«Buena falta hace que el pueblo español despierte y exija responsabilidades a nuestros políticos de la situación a la que hemos llegado»

Estimados amigos y lectores de “La Paseata”:

Me ha costado mucho titular este nuevo artículo que comparto con todos vosotros, ya que quería escribir algo original que sirviera de espejo donde la mayoría de la ciudadanía española pueda reflejarse y darse cuenta de dónde venimos, en qué situación nos encontramos y a dónde vamos. Es más, el término “Hiperestado” ni siquiera existe en el derecho internacional, pero la bondad de la lengua española nos autoriza a crear términos nuevos, mediante la utilización de técnicas lingüísticas, a diferencia de la lengua inglesa.

El “híper-Estado” desde mi punto de vista sería la metamorfosis del “Estado” como tradicionalmente lo conocemos en una entidad unitaria que marcaría un nuevo modelo de gobierno mundial, bajo las directrices de entidades supervisoras que, a modo de “relatores”, vigilarían del cumplimiento de sus normas por los sub-gobiernos de cada “Estado tutelado”, lo que acabo de adjetivar “tutelado”. Estimados lectores podría aburriros con conceptos de derecho internacional público, pero no pretendo dar una lección técnico-legal, ya que aquí escribo para vosotros, para el público en general.

Cierto que el Estado tal y como lo conocemos tradicionalmente es una entidad política con autoridad suprema e independiente sobre su territorio y población, capaz de tomar decisiones sin interferencia externa. Esta soberanía implica la capacidad de establecer leyes, mantener un gobierno, y relacionarse con otros estados. Un estado soberano no está sujeto ni subordinado a ninguna otra entidad política; pero, no menos cierto, que en la actualidad el proceso continuo de transformación o evolución del propio Estado nacional, bajo la influencia de las nuevas tecnologías y la interconexión global, cediendo su política monetaria y su economía a lo que he denominado “Híper-Estado” desemboca en una desintegración del Estado-Nación, relegando la autonomía de los gobiernos nacionales a meros gestores de los dictados internacionales.

Igualmente, y al hilo, el “Híper-Estado” absorbe la soberanía de sus “sub-mini-Estados”, dictando la política monetaria y fiscal, así como creando un único ejército; ejército profesional muy distinto de los valores inspiradores de la milicia cuya función estribaba en la defensa de la patria común que conformaba la nación. Además, esos grandes “híper-ejércitos” jugaran -y ya lo están haciendo- funciones estratégicas primando los intereses geopolíticos y comerciales: Guerra de Ucrania. Al respecto de la nueva estructura de defensa de los “Híper-Estados” recomiendo leer algunos artículos al respecto del blog de mi admirado General de División y escritor, D. Rafael Dávila Álvarez, quien escribió un artículo reciente sobre la amenaza que Marruecos supone para España, del que resalto:
“Debería preocupar Marruecos y aún más cuando vemos su firme alianza con EEUU e Israel. España en estos momentos está sin aliados en lo militar. Estados Unidos ha roto con nosotros y ordenado a la Directora de Inteligencia Nacional, Tulsi Gabbard, revisar urgentemente los acuerdos de intercambio de Inteligencia con España, base de cualquier Defensa, a la vez que los presidentes de las comisiones de inteligencia del Congreso y de la Cámara de Representantes piden a la Administración Trump que revise los acuerdos de intercambio de información. A Europa nada le preocupan Ceuta, Melilla, Peñones, y el Estrecho está en manos de Reino Unido, Marruecos y Estados Unidos. No somos fiables. Hay datos fehacientes que en caso de la más mínima escalada de inseguridad en el Estrecho todo el control pasará a manos del Reino Unido sin contar para nada con España”.
Que conste, que hasta aquí todo ha sido fruto de mi imaginación, trasladando ordenadamente mi pensamiento al lector y dotándolo de razón lógica, sin tintes de ningún color político. Y es que estoy convencido del aburrimiento que en la ciudadanía produce el leer o ver todos los días las mismas noticias, sin aportar nada nuevo. Además, pronto caemos en el olvido. ¿Quién recuerda que ya hace cinco años del confinamiento a consecuencia de la Pandemia del Covid-19, sino fuera por el “escándalo de las mascarillas”? [siento risa, pero es triste] ¿Os acordáis de las víctimas de la DANA en Valencia, o cómo estamos en verano, sólo pensamos en tomar el sol en la playa y disfrutar de las vacaciones en las playas del Levante español? ¿Y del día del apagón universal, corriendo todos por un “kit de supervivencia»?

Estimados lectores, estamos en el verano de 2025 y sólo quedan “5 añitos” para culminar la “Agenda 2030”, la cual se encuentra en un punto de no retorno -similar al punto de no retorno en el despegue de una aeronave-, por más que nos pese a muchos de los que no compartimos las políticas que nos marca el “Hiper-Estado”, que en el caso de España, se corresponde con aquellas que dicta Bruselas, en cuyo seno los dos partidos mayoritarios -PP y PSOE- votan juntos de la mano -cómo si pasearán por el jardín -“sólo pienso en ti”, José Luis Perales-.

Y mientras tanto, aquí en España, seguimos estando a la cola de Europa en empleo, con una presión fiscal contraria al dictado del art. 31.1 de la Constitución Española, el cual prohíbe taxativamente un sistema fiscal confiscatorio. Además, desde que cedimos nuestra soberanía económica y monetaria a Bruselas, vemos cómo se instalan “huertos solares”, expropiando los campos de cultivo a nuestros agricultores, o como se desincentiva las explotaciones ganaderas y, en general, se destruye el sector primario español. Vemos como nos meten “gato” por “liebre”: las anchoas que comí el otro día no eran de Cantabria, ni de la Isla de Perejil, sino de Marruecos. Sé que mi amigo Santi defiende junto al grupo de Patriotas en la UE la “Europa de las Naciones”, pero, también vemos, como desde Bruselas se presiona a aquellos socios divergentes a las propósitos de una oligarquía política y financiera, Úrsula von der Leyen y Christine Lagarde, a frenar aquellos movimientos patrióticos que demandan una Europa distinta a la actual; una Europa que regrese a aquella Europa Grande que imaginaron sus fundadores, como el católico Robert Schumann, basada en los valores y principios del humanismo cristiano.

Y, hace unos días, muchos vimos a Macron -líder de la derecha francesa- hacer públicas medidas de austeridad que afectaría al pueblo francés, interpelando a medidas como congelación de las pensiones y trabajar los festivos.
También, la propia Úrsula Von der Leyen nos emplazó a prepararnos frente a un posible ataque nuclear por parte de Rusia, recomendándonos adquirir un “kit de supervivencia”.

En España, leemos en los titulares de la “prensa libre” cómo a diario echan el cerrojo diez pymes, o cómo más de 5.000.000 (5 millones) de españoles este verano no podrán disfrutar de vacaciones, o cómo leí el otro de Ramón Rallo: “la inflación ha devorado el salario de los españoles”, encontrándose las familias que en el Siglo XX constituyeron las clases medias, en situación de estancamiento y a “viviendo a modo supervivencia”, desde que España entró en el euro. Hemos vivido episodios de quiebras de bancos, como la quiebra técnica del Banco Popular orquestada desde arriba, con Luis de Guindos de ministro, quien afirmó en su ampliación de capital que el Popular gozaba de buena salud financiera: miles de pequeños accionistas arruinados. O cómo el Sr. Montoro nos subió el IVA al 21 %, y cómo la Sra. Montero dice que la economía española “va cómo un cohete”: será para la clase política y financiera.

¿Pero dónde está el dinero que han recaudado todos estos años? ¿Dónde?

Y además, lo último por vivir: la colonización de las instituciones del Estado por Sánchez, y las nuevas leyes para politizar a los jueces a su antojo. Quien desee puede leer mis artículos al respecto del poder judicial y la reforma de Bolaños en “La Paseata”.
Pues estimados lectores, me gustaría que vosotros escribierais los siguientes párrafos, pues ya estoy cansado. Buena falta hace que el pueblo español despierte y exija responsabilidades a nuestros políticos de la situación a la que hemos llegado.

Así que meditad y pensad, pero el futuro viene muy negro.

VER+:






sábado, 24 de mayo de 2025

LIBRO "PARÁSITOS MENTALES": SIETE IDEAS PROGRESISTAS QUE INFECTAN NUESTRO PENSAMIENTO Y SOCIEDAD

 
PARÁSITOS
MENTALES
Siete ideas progresistas
que infectan nuestro 
pensamiento y sociedad

Derechos Sociales 
Neoliberalismo 
Estado Benefactor
Responsabilidad Social Corporativa
Diversidad, Equidad e Inclusión 
El Buen Indígena.

AXEL KAISER


Introducción

No son pocas las ocasiones en que el cine transmite, de manera más efectiva que cualquier otro formato, descubrimientos de enorme importancia filosófica y social. La película Inception, protagonizada por Leonardo DiCaprio, ofrece por lejos la mejor introducción al tema que trata este breve libro y bien podría considerarse el marco teórico perfecto para la tesis aquí presentada. Al inicio, el personaje principal, Dominick Cobb (DiCaprio), formula la siguiente reflexión: “¿Cuál es el parásito más resistente? ¿Bacterias? ¿Un virus? ¿Un gusano intestinal? Una idea. Resiliente..., altamente contagiosa. Una vez que una idea se ha apoderado del cerebro, es casi imposible erradicarla”. 

Esta afirmación del filme dirigido por Christopher Nolan tiene mucho más de realidad que de ciencia ficción. En su libro The Parasitic Mind, el biólogo Gad Saad, que ha aplicado las lecciones de la psicología evolutiva al marketing, explicó que Occidente está sufriendo una pandemia que impide a quienes se encuentran afectados pensar racionalmente. Este no es el resultado de la propagación de una bacteria o virus, sino de “ideas patógenas” difundidas por universidades, políticos, medios de comunicación, el arte y la cultura, lo que trae consecuencias devastadoras1. 

Estos patógenos, añade Saad, vienen fundamentalmente de los círculos académicos de izquierda. La descripción de estas ideas que se enquistan en la mente humana coincide a la perfección con la conclusión del personaje de DiCaprio. Saad compara su poder infeccioso con el parásito de la malaria presente en los mosquitos. Los parásitos de la mente, dice, están compuestos por “patrones de pensamiento, sistemas de creencias y actitudes que impiden pensar con claridad y precisión”2. 

Una vez que estos toman control de nuestros circuitos neuronales, las personas perdemos la capacidad de razonar. Porque los “neuroparásitos” determinan la conducta del huésped de diferentes maneras. Por supuesto que también existen parásitos naturales que se alojan en el cerebro con resultados horribles: hay una especie de avispa que ensarta a arañas más grandes para convertirlas en zombis y luego pone sus huevos dentro de ellas para que, cuando estos eclosionen, las crías se coman a las arañas. Si bien las ideas no generan ese efecto orgánico inmediato, ciertamente pueden llevar a serios problemas de salud mental, a desquiciamiento, suicidio e incluso el colapso de civilizaciones completas, como muestran claramente los casos del comunismo y del nazismo. Pero no es necesario llegar a ese extremo para ver los efectos perversos de los neuroparásitos. 

Un artículo publicado en The Economist en abril de 2024 reportaba que la gente de izquierda (liberals) era “más triste que los conservadores”. Y añadía: “Este es un síntoma global de diferencia política, pero es particularmente fuerte en Estados Unidos. Independientemente del grupo de edad o del sexo, los progresistas también tienen muchas más probabilidades que los conservadores de informar haber sido diagnosticados con una enfermedad mental”3. La razón, explicaba el semanario británico, es posiblemente el hecho de que las ideas de izquierda progresista generan enfermedades mentales. Mientras la gente de izquierda tiende a cargarse con ideas negativas del mundo, que llevan a odiar a su propio país o a sí mismos, como ocurre en Estados Unidos con la obsesión de la izquierda por denunciar racismo sistémico, según The Economist “los conservadores tienden a ser más sanos, más patrióticos y más religiosos, y afirman haber encontrado mayores niveles de significado en sus vidas. 

Estas características se correlacionan con la felicidad”. No puede sorprendernos que una ideología que promueve el odio, la culpa, la destrucción de la familia, el determinismo sociológico, la demolición de las tradiciones, el irracionalismo científico y que desprecia toda forma de espiritualidad, especialmente de origen religiosa, introduzca parásitos mentales que depriman a sus portadores. Pero el problema es mayor, porque este tipo de parásitos, como hemos dicho a propósito de Inception, es altamente contagioso y tiene la capacidad de destruir por completo el orden social. 
El biólogo Richard Dawkins explicó esto en su libro The Selfish Gene, al introducir el concepto de “meme”. Según Dawkins, “así como los genes se propagan de un cuerpo a otro a través de espermatozoides u óvulos, los memes se propagan en el acervo de memes saltando de un cerebro a otro mediante un proceso que, en sentido amplio, puede denominarse imitación”4. El mismo autor explicó que las ideas tienen ese efecto infeccioso y describió a la perfección el proceso mediante el cual terminan convirtiéndose en el motor de cambio cultural: 

Si un científico escucha o lee sobre una buena idea, la transmite a sus colegas y estudiantes. La menciona en sus artículos y conferencias. Si la idea tiene éxito, se puede decir que se propaga de cerebro en cerebro [...]. Los memes deben considerarse estructuras vivas no solo metafóricamente, sino también técnicamente. Cuando plantas un meme fértil en mi mente, literalmente parasitas mi cerebro, convirtiéndolo en un vehículo para la propagación del meme, del mismo modo que un virus puede parasitar el mecanismo genético de una célula huésped. Y esta no es solo una forma de hablar: el meme de, digamos, “creencia en la vida después de la muerte” en realidad se concreta físicamente, millones de veces, como una estructura en los sistemas nerviosos de individuos en todo el mundo5. 

El proceso que describe Dawkins es, en su esencia, de carácter biológico, pues las ideas terminan instalándose en nuestros sistemas nerviosos y, por tanto, se convierten en parte de nuestro sistema operativo como seres humanos. Y el proceso de infección con ideas parasíticas comienza usualmente, como sugiere el biólogo, entre académicos e intelectuales; luego se esparcen en efecto cascada por toda la sociedad hasta transformar la cultura. El mejor ejemplo de esto fue el socialismo. 

En su artículo de 1949, titulado precisamente “Los intelectuales y el socialismo”, el Nobel de Economía Friedrich Hayek argumentó que esta ideología jamás había sido desarrollada ni por las masas ni por los proletarios, y que de ninguna manera resultaba obvio que ofreciera una solución a los problemas de los trabajadores. Hayek explicó que el socialismo fue “una construcción de teóricos derivados de ciertas tendencias del pensamiento abstracto con las que durante mucho tiempo solo los intelectuales estaban familiarizados, y requirió largos esfuerzos por parte de los intelectuales antes de que se pudiera persuadir a las clases trabajadoras para que lo adoptaran como su programa”6. 

El caso del socialismo —en el que Hayek incluyó el nazismo— demostraba, en su opinión, que era solo cuestión de tiempo hasta que las ideas de los intelectuales se convirtieran en la fuerza que determina las decisiones políticas. Tal como argumentaría Dawkins décadas después, Hayek explicó que eran los “distribuidores de segunda mano” de las ideas quienes cambiaban una sociedad al inocularlas en la población. Son los profesores, artistas, comunicadores, académicos, sacerdotes y una larga lista de profesiones y oficios quienes terminan popularizando las ideas de los teóricos. 

Es importante resaltar acá que muchas veces estas son pura charlatanería seudocientífica y que adquieren prestigio debido a la validación que de ellas se hace en las universidades por parte de académicos activistas en sus revistas especializadas, clases y libros. Luego, con esa falsa aura de superioridad intelectual, impactan en el debate público, consiguiendo aceptación de crecientes grupos de distribuidores de segunda mano hasta convertirse en cultura general. Esto ocurre con parásitos mentales progresistas, pero prácticamente nunca con ideas conservadoras o libertarias. 

Hayek observó que, ya en su época, cada profesor podía seguramente nombrar varios ejemplos en su área de hombres que habían alcanzado “inmerecidamente una reputación popular como grandes científicos” únicamente porque sostenían lo que los intelectuales consideraban “puntos de vista políticos progresistas”. Al mismo tiempo afirmó: “Todavía tengo que encontrarme con un solo caso en el que tal pseudorreputación científica haya sido otorgada por razones políticas a un estudioso de inclinaciones más conservadoras”7. 

No existe en la historia un caso más emblemático de contagio de parásitos progresistas desde académicos y políticos que el de Karl Marx. Marx es por lejos el intelectual más citado en el mundo académico, al punto de que solo su obra acumula una cantidad de citas similar a la de los trabajos de Friedrich Hayek, John Maynard Keynes y Milton Friedman juntos8. Su célebre pasquín escrito junto a Engels, el Manifiesto comunista, se entrega en cerca de cuatro mil programas universitarios en Estados Unidos, aunque casi todos son en humanidades9. De este modo, la influencia de Marx sobre nuestra cultura sigue siendo gigantesca, a pesar de que toda su teoría no pasó de ser una pseudorreligión plagada de errores y engaños con el fin de destruir el orden cristiano occidental y abrir las puertas a una supuesta utopía cuya consecución debía fundarse en la violencia. 

No podemos detenernos en todas las ideas propagadas por Marx que son disfrazadas de verdades históricas, sociológicas e incluso científicas, y que no pasan de ser una verborrea rabiosa disfrazada de profundidad intelectual. Quien mejor denunciara el fraude intelectual que constituye la empresa marxista fue el filósofo británico Bertrand Russell, en su texto de 1956, “Por qué no soy comunista”. Según Russell, Marx poseía una “mente confusa” y su pensamiento estaba “casi enteramente inspirado por odio”10. Pero, además, Russell señaló que Marx fue un fraude intelectual, pues aun cuando los hechos que él mismo observaba en su época refutaban su teoría, e incluso cuando esta era evidentemente incoherente, ajustaba tanto la teoría como los hechos para que cuadraran con las conclusiones a las que él quería llegar de antemano. Según el filósofo inglés, Marx estaba “satisfecho con el resultado no porque este concuerde con los hechos o sea lógicamente coherente, sino porque está diseñado para enfurecer a los asalariados”11. Más aún, para Russell, ideas centrales de Marx, como el materialismo dialéctico, son “pura mitología” que difundía porque “su mayor deseo era ver a sus enemigos castigados importándole poco lo que ocurriese a sus amigos en el proceso”. 

El resultado de los parásitos mentales cultivados por Marx y difundidos por los distribuidores de segunda mano a los que se refería Hayek es conocido: genocidios, dictaduras, miseria y los regímenes más criminales que haya registrado la historia humana, estimándose en más de cien millones los muertos por los seguidores de la religión marxista12. 
¿Cómo es posible que un fraude intelectual como Marx llegara a tener tanto impacto en el mundo? 

La respuesta la dio un estudio de Phillip Magness y Michael Makovi, quienes revisaron la presencia académica de Marx desde su época hasta nuestros días y concluyeron que, en su tiempo, Marx era un pensador marginal y sin relevancia académica o pública, y que fue la propaganda soviética, luego de la Revolución rusa de 1917, la que lo elevaría al estatus de la mayor celebridad intelectual del último siglo13. El hecho de que la figura de Marx continúe ejerciendo tanta influencia incluso cuando se ha demostrado que sus teorías son fraudulentas o, en el mejor de los casos, falsas, y que no existan dudas sobre su total fracaso y carácter totalitario, demuestra, una vez más, lo difícil que resulta eliminar los parásitos mentales. 

Es cierto que su relevancia política ha decrecido desde el colapso de la Unión Soviética, al menos en su sentido clásico, pero ha recobrado fuerza inusitada en las izquierdas occidentales mediante las llamadas “identity politics” (políticas de identidad) o movimiento woke, cuyo origen intelectual se encuentra en pensadores neomarxistas que se han tomado las mejores universidades del mundo. De algunas de las ideas parasíticas woke hablaremos también en este libro. Por ahora, digamos que no es necesario abrazar la ideología de la izquierda radical para ser infectado por parásitos mentales que dañan severamente nuestra capacidad de pensar con claridad. 

En este libro trataremos varios casos de parásitos que parece compartir casi todo el mundo, de izquierda a derecha, y que, sin embargo, gradualmente van enfermando nuestra política e instituciones hasta degradarnos totalmente. Varios de ellos han sido objeto de crítica en escritos anteriores de mi autoría, por lo que en este texto he tomado algunos argumentos formulados previamente en distintas partes, complementándolos con nuevos análisis que harán más fácil para el lector la comprensión del problema. Entre los parásitos mentales que tratamos en este texto se encuentran varios de índole económico-cultural, de nefastas consecuencias para la libertad y la prosperidad. Se trata de las ideas de justicia social, derechos sociales, Estado benefactor, neoliberalismo, responsabilidad social empresarial, diversidad, equidad e inclusión, y el buen indígena. Cada uno de estos siete parásitos capitales será analizado en las páginas siguientes. En ellas ofreceremos un diagnóstico sobre su toxicidad esperando contribuir así también a su tratamiento.
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1. Saad, The Parasitic Mind, xi.
2. Ibid., 17.
4. Dawkins, The Selfish Gene,143.
5. Ibid.
6. Hayek, “The Intellectuals and Socialism”, 417.
7. Ibid., 419.
8. Paniagua, “Marx culpable”, 113.
9. Ibid.
10. Russell, “Por qué no soy comunista”, 12.
11. Ibid.
12. Ver: Courtois et al., The Black Book of Communism.
13. Ver: Magness & Makovi, “The Mainstreaming of Marx”.



Lanzamiento nuevo libro Axel Kaiser: «Parásitos mentales»


El engaño colectivista socialista

lunes, 12 de mayo de 2025

⛔ PROHIBIDO PROSPERAR (SIN LICENCIA PREVIA) ⛔ por ABEL MARÍN


PROHIBIDO PROSPERAR (SIN LICENCIA PREVIA)

Con la licencia de Lao-Tsé, prostituido por los burócratas modernos.

“Cuanto más prohibiciones haya, más pobre será el pueblo”.
— Lao-Tsé, siglo VI a.C.
— También aplicable en 2025, pero nadie escucha.

Hemos sustituido la tiranía por el trámite. Ya no se prohíbe con cadenas, sino con certificados. No se encarcela con barrotes, sino con “sujeto a licencia”. La nueva represión no necesita ideología, le basta un sello. Le llaman Estado de derecho, pero es un laberinto normativo donde la mayoría se pierde y unos pocos cobran entrada.

¿Quieres montar un negocio? Sujeto a licencia.
¿Reformar tu casa? Sujeto a licencia.
¿Plantar un árbol? Sujeto a licencia.
¿Trabajar con un taxi? Sujeto a licencia, tasa, registro, y si lo haces mal, multa.

Y la vivienda, nuestro gran problema real

¿Vivir? Sujeto a disponibilidad presupuestaria… y a que el técnico de urbanismo no esté de baja.

La prohibición más perversa, la que más miseria genera, es la del suelo. No se trata de proteger bosques vírgenes ni cultivos sostenibles. Se trata de suelo no urbanizable que no es rural, ni fértil, ni bello: son descampados abandonados que rodean nuestras ciudades. Terrenos baldíos, llenos de matojos, ratas y papeles que no valen nada… salvo cuando hay un pelotazo.

Y al otro lado de ese muro invisible, decenas de miles de personas viven hacinadas en pisos “sesenteros”, con tabiques de papel y sin ascensor. Muchos de esos pisos tienen habitaciones alquiladas por 500 euros, 600, 700… por dormir con desconocidos y compartir baño. Eso sí, en nombre del “urbanismo sostenible”.

Nos han convencido de que construir está mal, que solo los promotores son codiciosos, y que vivir en un cubículo de 60 metros con calefacción eléctrica y estrés permanente es “vivir dentro de nuestras posibilidades”. Mentira. No vivimos dentro de nuestras posibilidades: vivimos dentro de sus límites.

¿Y por qué callamos?

Porque hemos sido domesticados.
Porque confundimos legalidad con justicia.
Y nos tragamos los saos de dogmas urbanísticos que repetimos como papagayos, sin darnos cuenta de que la normativa actual es un cerrojo para los de abajo y una autopista para los de siempre.

Esto no va de ideología. Va de parasitismo institucionalizado. Va de estatismo obsceno que regula hasta el aire, que convierte cada acción en una tasa, cada decisión en un trámite, cada oportunidad en un expediente.

El enemigo no es el “rico”, ni el “progre”, ni el “neoliberal”.

El enemigo es el funcionariado multiplicado sin freno, el político que necesita justificar su sueldo con un nuevo Plan, la administración que fabrica miseria con cada nuevo reglamento. El verdadero enemigo es el que vive de impedir que vivas.

Estamos en 2025. Tenemos tecnología para levantar ciudades eficientes, sostenibles y humanas. Tenemos acceso al saber universal, IA, arquitectura avanzada, materiales ecológicos. ¿Qué nos impide hacerlo?
El puto papel.
El miedo a actuar sin permiso.
La sumisión disfrazada de civismo.

Ya basta.
No queremos menos reglas: queremos menos cadenas.
No pedimos permiso para ser libres: lo exigimos.





lunes, 21 de abril de 2025

LIBRO "EL OCASO DEL ESTADO DEL BIENESTAR": EL ANÁLISIS MÁS PRECISO Y ACTUAL DE NUESTRO ESTADO DE BIENESTAR por JOSÉ RAMÓN RIERA E IGNACIO BASCO

 

EL OCASO 
DEL ESTADO 
DE BIENESTAR

EL ANÁLISIS MÁS PRECISO Y ACTUAL 
DE NUESTRO ESTADO DEL BIENESTAR: 
PROPUESTAS PARA REDESCUBRIR EL FUTURO

A través de un riguroso análisis de datos oficiales durante casi tres décadas (1995-2022), esta obra revela una verdad incómoda: mientras el gasto público en España se ha disparado un 214 %, los pilares fundamentales del estado del bienestar se han deteriorado sistemáticamente.

Del estado del bienestar a la economía del bienestar.

Los autores demuestran, con evidencia empírica, cómo la mala gestión del gasto público ha provocado el declive de servicios esenciales como la seguridad ciudadana, la educación, el transporte y la vivienda. El libro introduce el concepto de «economía del bienestar» como alternativa al actual modelo, proponiendo una gestión eficiente que priorice las verdaderas necesidades de los ciudadanos.

Con prólogo de Bieito Rubido y epílogo de Daniel Lacalle, esta obra fundamental no solo diagnostica la crisis del estado del bienestar, sino que ofrece una hoja de ruta para su transformación. Una lectura imprescindible para comprender por qué pagamos más impuestos que nunca mientras los servicios públicos se deterioran.

José Ramón Riera e Ignacio Basco analizan exhaustivamente la evolución del gasto público en España, revelando hallazgos sorprendentes: mientras servicios esenciales como educación y seguridad ciudadana han perdido peso presupuestario, el gasto político no esencial se ha disparado. A través de su innovador Índice de Gestión de los Presidentes, evalúan objetivamente la gestión de cada gobierno desde 1995, desmontando mitos sobre quiénes han sido realmente los mejores gestores del bienestar ciudadano.

Una obra revolucionaria que propone transformar el actual estado del bienestar en una verdadera economía del bienestar, donde el gasto público priorice las necesidades reales de los ciudadanos sobre el despilfarro.

Prólogo por Bieito Rubido

ARGUMENTOS PARA UN NUEVO TIEMPO ECONÓMICO

El estado del bienestar es uno de los grandes logros de una parte muy reducida del mundo. Tal y como lo conocemos en España, podemos decir que esa situación apenas se da en Europa occidental y algún que otro país. La inmensa mayoría de los países de este globo terráqueo no cuentan con las enormes ventajas del estado del bienestar. Tal y como lo conocemos, comenzó después de la Segunda Guerra Mundial. El laborista Clement Attlee fue uno de sus precursores, pero en general los partidos socialdemócratas surgidos tras la contienda, especialmente en los países nórdicos y en Alemania, alentaron esa idea. A la vuelta de unas pocas décadas, el estado del bienestar es una seña de identidad de los países más avanzados. Ello conlleva unas enormes ventajas para el ciudadano en materias como sanidad, educación, pensiones, vivienda, movilidad o seguridad. Tras la experiencia de todos estos años pasados, la pregunta que se nos plantea es: ¿el estado del bienestar es sostenible? 

Nadie cuestiona los beneficios de las políticas sociales. Hasta el punto están tan asumidas, que la derecha política las ha hecho suyas y la izquierda, en su desorientación actual, ha perdido una de las banderas que más la signifi caba. Lo que ocurre es que conviene plantearse si ese estado del bienestar es sostenible en el tiempo. Las naciones que ofrecen esa calidad de vida a sus ciudadanos tienen como característica común que soportan un endeudamiento que en muchas ocasiones supera su propio PIB. Ello es consecuencia de un gasto público disparado y en ocasiones disparatado. El desafío que deben abordar las próximas generaciones políticas europeas y, por supuesto, las españolas es la racionalización del gasto y la sostenibilidad del estado del bienestar. De lo contrario, iremos camino de la quiebra. Se suele decir que un país nunca quiebra, pues entonces iremos hacia el deterioro o, como muy bien titulan el libro sus autores, hacia el ocaso del estado del bienestar. 

José Ramón Riera e Ignacio Basco son los autores de este documento al que me atrevo a calificar de revolucionario. Estamos ante un análisis clarificador como pocos, que debería servir a muchos dirigentes políticos con vocación del bien común para reflexionar con profundidad y rigor hacia dónde queremos llevar a nuestra sociedad occidental. Para ello, José Ramón e Ignacio dedicaron más de dos años. Analizaron cuadros, estadísticas, datos, números y relacionaron unas cifras con otras para esclarecer una cuestión que hoy es vital en Europa, pero muy especialmente en España. 

El estado del bienestar se ha convertido en un devorador de dinero. Las políticas fiscales desplegadas para su mantenimiento rozan la confiscación, y con ello estamos más cerca del paradigma comunista. Para un liberal confeso como es mi caso, el engrosamiento del Estado, el crecimiento del gasto público y el incremento del esfuerzo fiscal de la ciudadanía se convierten en una situación de pecado, tal y como entiende el pecado y la deuda la cultura sajona. 

El lector tiene en sus manos una obra extraordinaria, por el trabajo que hay detrás de ella, por lo clarificador de su contenido y por lo que todo ello puede suponer para abrir un debate acerca del futuro que le espera a Europa si no se replantea seriamente la sostenibilidad del modelo sin tener que acudir al endeudamiento ni a la confi scación de las rentas de los ciudadanos. 

Riera y Basco han construido uno de los mayores argumentarios para cualquier político que se precie, para cualquier líder que de verdad quiera dar esperanzas de un mundo mejor a sus votantes y a la mayoría de los ciudadanos. Para ello analizaron y estudiaron el gasto público de los últimos 28 años en España y su conclusión es que este modelo no se puede sostener por mucho más tiempo. Ellos observaron la capacidad que un español tiene para moverse por su país y fuera de él, la oferta de vivienda en ese período, la educación y la seguridad. Alcanzaron muchas y variadas conclusiones que los llevaron a afirmar que hay que hablar ya de la economía del bienestar y olvidarse del estado del bienestar. Tal vez, y esto ya es cosecha mía, el mundo privado tenga mucho que decir en el mantenimiento de esa cultura de cuidarnos los unos a los otros, relegando al Estado a un mero controlador. De hecho, en España, si no fuese por la iniciativa privada, tanto en Educación como en Sanidad habría colapsado la oferta pública. Más de doce millones de españoles pagan un seguro médico y acuden a hospitales privados. Algo parecido ocurre con la Educación, es la oferta privada la que ha permitido que los centros públicos puedan acoger al enorme número de estudiantes que aspiran a una formación gratuita, no solo en los niveles más primarios, sino también en la universidad. 

Como autor habitual de prólogos, tengo para mí que estos textos convertidos en exordios nunca se leen. En todo caso, al menos para mí, son más interesantes los epílogos, ya que allí se pueden leer las conclusiones. Les adelanto, sin embargo, uno de los corolarios de este magnífico volumen: el estado del bienestar está en crisis y, o se toma en serio una estrategia de efi cacia en el gasto, o será inviable. Pero hay más, es que en realidad el gasto público es muy ineficiente y, curiosamente, no está orientado hacia los capítulos que nosotros creíamos que necesitaban más recursos. Por ejemplo, los autores nos demuestran que el gasto medio en educación se ha reducido en los últimos años. Hemos pasado de dedicarle a la enseñanza un 30,5 % del gasto total en el año 2001, a un 22,1 % en el 2022. 

Sobre la Vivienda, cuestión enormemente palpitante en la actualidad en que se edita este libro, desde Zapatero hasta aquí, en los últimos veinte años, el Estado, en sus distintas administraciones no solo no ha construido vivienda social, sino que ha puesto todo tipo de obstáculos para que se construya vivienda libre, cuando no ha sacado leyes para favorecer la ocupación ilegal o tensionar el mercado del alquiler. El Estado solamente se ha dedicado a legislar contra la promoción inmobiliaria privada. Liberar suelo en España es una tarea que puede llevar, de media, veinte años. Construir en nuestro país es una auténtica heroicidad. 

Una de las conclusiones de este extraordinario trabajo es que el gasto político se lleva una partida muy notable de los fondos públicos. La democracia es cara, pero no tanto como en España, donde además los políticos resulta que están muy mal pagados, pero son muchos, tal vez demasiados, consecuencia lógica del hiperdesarrollo del Estado de las autonomías. Un último dato en este sentido, en el período de estudio el gasto público se ha disparado un 214 %, pero nada de las partidas fundamentales del bienestar ha crecido a un ritmo semejante, solo el gasto político. 

¿Habrá algún político que se atreva a abordar con coraje, valentía y determinación una reforma profunda en este campo? Alguien que decida darle la bienvenida a la economía del bienestar frente al Estado del bienestar, que se está demostrando especialmente ineficiente. 

Dejo la respuesta para el lector avisando que se va a adentrar en este extraordinario trabajo que a nadie va a dejar indiferente. La manera que el lector anónimo tiene de entender el futuro de nuestra economía variará, con toda seguridad, tras la lectura de las siguientes páginas. Riera y Basco, además, han hecho un esfuerzo de amenidad, poco frecuente en este tipo de publicaciones, y de manera muy inteligente han condensado lo más sustancial en la primera parte del libro, para a continuación apabullarnos con la evidencia de los datos, tan tercos como siempre. 

Faltaría a mi obligación de analista de la actualidad si pasase por alto en este exordio la inquietante situación de inseguridad jurídica que hoy se registra en España y que se deriva de una política fiscal disparatada que en algunos aspectos es incluso inconstitucional. El dinero de los Estados modernos es de la ciudadanía. Nosotros depositamos una confianza enorme en nuestros gobernantes para que lo administren. Hay que insistir mil veces en ello. Llega ahora a Europa una ola de liberalismo económico y de políticas menos invasivas en el espacio de la privacidad de las personas, el último paraíso que nos queda. Este nuevo tiempo político va a necesitar argumentación. Para quien quiera abordar esa batalla, tanto desde el campo político, de la empresa, el periodismo o simplemente por la inquietud personal de buscar una brújula que le oriente en los tiempos ya llegados, aquí tienen un texto fundamental. El libro que tiene el lector en sus manos no es un libro más.
Bieito Rubido
Director de El Debate

El fracaso del Estado de Bienestar | Miguel Anxo Bastos