PARÁSITOS
MENTALES
Siete ideas progresistas
que infectan nuestro
pensamiento y sociedad
●Derechos Sociales
●Neoliberalismo
●Estado Benefactor
●Responsabilidad Social Corporativa
●Diversidad, Equidad e Inclusión
●El Buen Indígena.
Introducción
No son pocas las ocasiones en que el cine transmite, de manera más efectiva que cualquier otro formato, descubrimientos de enorme importancia filosófica y social. La película Inception, protagonizada por Leonardo DiCaprio, ofrece por lejos la mejor introducción al tema que trata este breve libro y bien podría considerarse el marco teórico perfecto para la tesis aquí presentada. Al inicio, el personaje principal, Dominick Cobb (DiCaprio), formula la siguiente reflexión: “¿Cuál es el parásito más resistente? ¿Bacterias? ¿Un virus? ¿Un gusano intestinal? Una idea. Resiliente..., altamente contagiosa. Una vez que una idea se ha apoderado del cerebro, es casi imposible erradicarla”.
Esta afirmación del filme dirigido por Christopher Nolan tiene mucho más de realidad que de ciencia ficción. En su libro The Parasitic Mind, el biólogo Gad Saad, que ha aplicado las lecciones de la psicología evolutiva al marketing, explicó que Occidente está sufriendo una pandemia que impide a quienes se encuentran afectados pensar racionalmente. Este no es el resultado de la propagación de una bacteria o virus, sino de “ideas patógenas” difundidas por universidades, políticos, medios de comunicación, el arte y la cultura, lo que trae consecuencias devastadoras1.
Estos patógenos, añade Saad, vienen fundamentalmente de los círculos académicos de izquierda. La descripción de estas ideas que se enquistan en la mente humana coincide a la perfección con la conclusión del personaje de DiCaprio. Saad compara su poder infeccioso con el parásito de la malaria presente en los mosquitos. Los parásitos de la mente, dice, están compuestos por “patrones de pensamiento, sistemas de creencias y actitudes que impiden pensar con claridad y precisión”2.
Una vez que estos toman control de nuestros circuitos neuronales, las personas perdemos la capacidad de razonar. Porque los “neuroparásitos” determinan la conducta del huésped de diferentes maneras. Por supuesto que también existen parásitos naturales que se alojan en el cerebro con resultados horribles: hay una especie de avispa que ensarta a arañas más grandes para convertirlas en zombis y luego pone sus huevos dentro de ellas para que, cuando estos eclosionen, las crías se coman a las arañas. Si bien las ideas no generan ese efecto orgánico inmediato, ciertamente pueden llevar a serios problemas de salud mental, a desquiciamiento, suicidio e incluso el colapso de civilizaciones completas, como muestran claramente los casos del comunismo y del nazismo. Pero no es necesario llegar a ese extremo para ver los efectos perversos de los neuroparásitos.
Un artículo publicado en The Economist en abril de 2024 reportaba que la gente de izquierda (liberals) era “más triste que los conservadores”. Y añadía: “Este es un síntoma global de diferencia política, pero es particularmente fuerte en Estados Unidos. Independientemente del grupo de edad o del sexo, los progresistas también tienen muchas más probabilidades que los conservadores de informar haber sido diagnosticados con una enfermedad mental”3. La razón, explicaba el semanario británico, es posiblemente el hecho de que las ideas de izquierda progresista generan enfermedades mentales. Mientras la gente de izquierda tiende a cargarse con ideas negativas del mundo, que llevan a odiar a su propio país o a sí mismos, como ocurre en Estados Unidos con la obsesión de la izquierda por denunciar racismo sistémico, según The Economist “los conservadores tienden a ser más sanos, más patrióticos y más religiosos, y afirman haber encontrado mayores niveles de significado en sus vidas.
Estas características se correlacionan con la felicidad”. No puede sorprendernos que una ideología que promueve el odio, la culpa, la destrucción de la familia, el determinismo sociológico, la demolición de las tradiciones, el irracionalismo científico y que desprecia toda forma de espiritualidad, especialmente de origen religiosa, introduzca parásitos mentales que depriman a sus portadores. Pero el problema es mayor, porque este tipo de parásitos, como hemos dicho a propósito de Inception, es altamente contagioso y tiene la capacidad de destruir por completo el orden social.
El biólogo Richard Dawkins explicó esto en su libro The Selfish Gene, al introducir el concepto de “meme”. Según Dawkins, “así como los genes se propagan de un cuerpo a otro a través de espermatozoides u óvulos, los memes se propagan en el acervo de memes saltando de un cerebro a otro mediante un proceso que, en sentido amplio, puede denominarse imitación”4. El mismo autor explicó que las ideas tienen ese efecto infeccioso y describió a la perfección el proceso mediante el cual terminan convirtiéndose en el motor de cambio cultural:
Si un científico escucha o lee sobre una buena idea, la transmite a sus colegas y estudiantes. La menciona en sus artículos y conferencias. Si la idea tiene éxito, se puede decir que se propaga de cerebro en cerebro [...]. Los memes deben considerarse estructuras vivas no solo metafóricamente, sino también técnicamente. Cuando plantas un meme fértil en mi mente, literalmente parasitas mi cerebro, convirtiéndolo en un vehículo para la propagación del meme, del mismo modo que un virus puede parasitar el mecanismo genético de una célula huésped. Y esta no es solo una forma de hablar: el meme de, digamos, “creencia en la vida después de la muerte” en realidad se concreta físicamente, millones de veces, como una estructura en los sistemas nerviosos de individuos en todo el mundo5.
El proceso que describe Dawkins es, en su esencia, de carácter biológico, pues las ideas terminan instalándose en nuestros sistemas nerviosos y, por tanto, se convierten en parte de nuestro sistema operativo como seres humanos. Y el proceso de infección con ideas parasíticas comienza usualmente, como sugiere el biólogo, entre académicos e intelectuales; luego se esparcen en efecto cascada por toda la sociedad hasta transformar la cultura. El mejor ejemplo de esto fue el socialismo.
En su artículo de 1949, titulado precisamente “Los intelectuales y el socialismo”, el Nobel de Economía Friedrich Hayek argumentó que esta ideología jamás había sido desarrollada ni por las masas ni por los proletarios, y que de ninguna manera resultaba obvio que ofreciera una solución a los problemas de los trabajadores. Hayek explicó que el socialismo fue “una construcción de teóricos derivados de ciertas tendencias del pensamiento abstracto con las que durante mucho tiempo solo los intelectuales estaban familiarizados, y requirió largos esfuerzos por parte de los intelectuales antes de que se pudiera persuadir a las clases trabajadoras para que lo adoptaran como su programa”6.
El caso del socialismo —en el que Hayek incluyó el nazismo— demostraba, en su opinión, que era solo cuestión de tiempo hasta que las ideas de los intelectuales se convirtieran en la fuerza que determina las decisiones políticas. Tal como argumentaría Dawkins décadas después, Hayek explicó que eran los “distribuidores de segunda mano” de las ideas quienes cambiaban una sociedad al inocularlas en la población. Son los profesores, artistas, comunicadores, académicos, sacerdotes y una larga lista de profesiones y oficios quienes terminan popularizando las ideas de los teóricos.
Es importante resaltar acá que muchas veces estas son pura charlatanería seudocientífica y que adquieren prestigio debido a la validación que de ellas se hace en las universidades por parte de académicos activistas en sus revistas especializadas, clases y libros. Luego, con esa falsa aura de superioridad intelectual, impactan en el debate público, consiguiendo aceptación de crecientes grupos de distribuidores de segunda mano hasta convertirse en cultura general. Esto ocurre con parásitos mentales progresistas, pero prácticamente nunca con ideas conservadoras o libertarias.
Hayek observó que, ya en su época, cada profesor podía seguramente nombrar varios ejemplos en su área de hombres que habían alcanzado “inmerecidamente una reputación popular como grandes científicos” únicamente porque sostenían lo que los intelectuales consideraban “puntos de vista políticos progresistas”. Al mismo tiempo afirmó: “Todavía tengo que encontrarme con un solo caso en el que tal pseudorreputación científica haya sido otorgada por razones políticas a un estudioso de inclinaciones más conservadoras”7.
No existe en la historia un caso más emblemático de contagio de parásitos progresistas desde académicos y políticos que el de Karl Marx. Marx es por lejos el intelectual más citado en el mundo académico, al punto de que solo su obra acumula una cantidad de citas similar a la de los trabajos de Friedrich Hayek, John Maynard Keynes y Milton Friedman juntos8. Su célebre pasquín escrito junto a Engels, el Manifiesto comunista, se entrega en cerca de cuatro mil programas universitarios en Estados Unidos, aunque casi todos son en humanidades9. De este modo, la influencia de Marx sobre nuestra cultura sigue siendo gigantesca, a pesar de que toda su teoría no pasó de ser una pseudorreligión plagada de errores y engaños con el fin de destruir el orden cristiano occidental y abrir las puertas a una supuesta utopía cuya consecución debía fundarse en la violencia.
No podemos detenernos en todas las ideas propagadas por Marx que son disfrazadas de verdades históricas, sociológicas e incluso científicas, y que no pasan de ser una verborrea rabiosa disfrazada de profundidad intelectual. Quien mejor denunciara el fraude intelectual que constituye la empresa marxista fue el filósofo británico Bertrand Russell, en su texto de 1956, “Por qué no soy comunista”. Según Russell, Marx poseía una “mente confusa” y su pensamiento estaba “casi enteramente inspirado por odio”10. Pero, además, Russell señaló que Marx fue un fraude intelectual, pues aun cuando los hechos que él mismo observaba en su época refutaban su teoría, e incluso cuando esta era evidentemente incoherente, ajustaba tanto la teoría como los hechos para que cuadraran con las conclusiones a las que él quería llegar de antemano. Según el filósofo inglés, Marx estaba “satisfecho con el resultado no porque este concuerde con los hechos o sea lógicamente coherente, sino porque está diseñado para enfurecer a los asalariados”11. Más aún, para Russell, ideas centrales de Marx, como el materialismo dialéctico, son “pura mitología” que difundía porque “su mayor deseo era ver a sus enemigos castigados importándole poco lo que ocurriese a sus amigos en el proceso”.
El resultado de los parásitos mentales cultivados por Marx y difundidos por los distribuidores de segunda mano a los que se refería Hayek es conocido: genocidios, dictaduras, miseria y los regímenes más criminales que haya registrado la historia humana, estimándose en más de cien millones los muertos por los seguidores de la religión marxista12.
¿Cómo es posible que un fraude intelectual como Marx llegara a tener tanto impacto en el mundo?
La respuesta la dio un estudio de Phillip Magness y Michael Makovi, quienes revisaron la presencia académica de Marx desde su época hasta nuestros días y concluyeron que, en su tiempo, Marx era un pensador marginal y sin relevancia académica o pública, y que fue la propaganda soviética, luego de la Revolución rusa de 1917, la que lo elevaría al estatus de la mayor celebridad intelectual del último siglo13. El hecho de que la figura de Marx continúe ejerciendo tanta influencia incluso cuando se ha demostrado que sus teorías son fraudulentas o, en el mejor de los casos, falsas, y que no existan dudas sobre su total fracaso y carácter totalitario, demuestra, una vez más, lo difícil que resulta eliminar los parásitos mentales.
Es cierto que su relevancia política ha decrecido desde el colapso de la Unión Soviética, al menos en su sentido clásico, pero ha recobrado fuerza inusitada en las izquierdas occidentales mediante las llamadas “identity politics” (políticas de identidad) o movimiento woke, cuyo origen intelectual se encuentra en pensadores neomarxistas que se han tomado las mejores universidades del mundo. De algunas de las ideas parasíticas woke hablaremos también en este libro. Por ahora, digamos que no es necesario abrazar la ideología de la izquierda radical para ser infectado por parásitos mentales que dañan severamente nuestra capacidad de pensar con claridad.
En este libro trataremos varios casos de parásitos que parece compartir casi todo el mundo, de izquierda a derecha, y que, sin embargo, gradualmente van enfermando nuestra política e instituciones hasta degradarnos totalmente. Varios de ellos han sido objeto de crítica en escritos anteriores de mi autoría, por lo que en este texto he tomado algunos argumentos formulados previamente en distintas partes, complementándolos con nuevos análisis que harán más fácil para el lector la comprensión del problema. Entre los parásitos mentales que tratamos en este texto se encuentran varios de índole económico-cultural, de nefastas consecuencias para la libertad y la prosperidad. Se trata de las ideas de justicia social, derechos sociales, Estado benefactor, neoliberalismo, responsabilidad social empresarial, diversidad, equidad e inclusión, y el buen indígena. Cada uno de estos siete parásitos capitales será analizado en las páginas siguientes. En ellas ofreceremos un diagnóstico sobre su toxicidad esperando contribuir así también a su tratamiento.
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1. Saad, The Parasitic Mind, xi.
2. Ibid., 17.
4. Dawkins, The Selfish Gene,143.
5. Ibid.
6. Hayek, “The Intellectuals and Socialism”, 417.
7. Ibid., 419.
8. Paniagua, “Marx culpable”, 113.
9. Ibid.
10. Russell, “Por qué no soy comunista”, 12.
11. Ibid.
12. Ver: Courtois et al., The Black Book of Communism.
13. Ver: Magness & Makovi, “The Mainstreaming of Marx”.
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