HUNDIÉNDONOS EN EL EXCREMENTO
DEL DIABLO
Cuando en Venezuela se celebraba la nacionalización petrolera por la bonanza inmediata y el progreso que prometía, Juan Pablo Pérez Alfonzo salió a vocear que nunca el país había estado tan mal: “Ahora estamos en una mayor carraplana”. Habíamos caído en la trampa de embarcarnos “en ilusorios programas de desarrollo forzado, de éxito imposible”. Estos programas eran la respuesta irreflexiva a la táctica de las transnacionales de engañarnos “con una siembra imposible de petróleo”. Imposible por onerosa y por inviable en sus resultados, pues las corporaciones y las grandes potencias le imponían al mercado una lógica que terminaría por cerrar inventarios y reservas, lo cual anularía la posibilidad de un retorno rentable de las inversiones.Dos factores favorecían ese manejo suicida de la explotación petrolera: la convicción de que el dinero fácil permitiría “traernos de afuera el salvador para nuestros males”, y la falta de la formación técnica y de conciencia política necesarias para comprender la realidad y los cambios que se gestaban a escala global. Su juicio era tan conciso como elocuente, llevábamos “más de medio siglo de aprender a brujos intentando Venezuela abonar la tierra con excrementos del diablo”. Y los frutos no podían ser sino los peores.
Prólogo
En el presente volumen se recogen sucesivos trabajos dados a la publicidad —en su mayoría a través de sus originales ruedas de prensa— por el Dr. Juan Pablo Pérez Alfonzo.
En ellos se encierra una profunda unidad, no solo en su temática y en su contenido, sino también en la coherente visión global que los anima.
En efecto, podría parecer a primera vista que el tema es simplemente el que por lo común se asocia al nombre del autor, esto es, el petróleo venezolano.
Y aunque por cierto tal es el punto de partida y la espina dorsal de este libro, sería una simpleza imperdonable no captar el alcance incomparablemente más vasto y la penetración incomparablemente más profunda que se van revelando en esta obra a medida que nos adentramos en sus páginas.
En primer lugar, los ensayos aquí reproducidos registran con fidelidad barométrica el desencadenamiento, el clímax y las secuelas de la crisis energética, que en los años 70 ha estado sacudiendo el mundo capitalista.
Del conocimiento a fondo de sus cuatro puntos cardinales, a saber: petróleo, capitalismo, monopolio y subdesarrollo, deriva el Dr. Pérez Alfonzo una serie de conclusiones que no solo van tejiendo un diagnóstico cada vez más preciso a medida que evoluciona el proceso, sino que también se traducen en una severa consideración crítica sobre la política del estado venezolano —petrolera o no— y sobre la gestión de la OPEP, rematando en cada caso con proposiciones concretas para enmendar los errores, mejorar los resultados positivos y evitar disparates de monta mayor.
Es ese conocimiento a fondo de los elementos esenciales de la realidad contemporánea, continuamente renovado y profundizado, que no se conforma con las generalidades formuladas de una vez y para siempre, sino que ha de estar siempre al día y al dedillo, conjugado con el cálculo minucioso de los centavos por barril, y todo ello animado por una pasión redentora de todos los hombres por igual, lo que confiere a Pérez Alfonzo esa densidad de visión que le permite mirar hacia adelante, y forjar en medio de la neblina del futuro un neto horizonte temporal. En ello consiste esa capacidad profética que de más en más se le reconoce y a la que no poco se le teme.
Esto último debido a su sagacidad crítica y a su condición de político, que sabe demasiado bien que el futuro no es un discurrir fatalista y ajeno, sino que se elabora a partir de las decisiones del presente, en las cuales nos corresponde una participación activa. Esta audacia creadora para imaginar o planificar futuros distintos es, en Pérez Alfonzo, la desembocadura natural de su previsión. Y aunque esa audacia se acompaña de una sobria evaluación de las posibilidades y de los límites, para hacerse lúcidamente realista en la formulación de sus proposiciones, se sitúa siempre muy por encima de la dirigencia política vernácula, por lo general a rastras de los hechos y de las iniciativas extrañas para a duras penas improvisar respuestas alegres. No es raro que, en la comparación, algunos se sientan disminuidos a un orden de magnitud bastante inferior, de lo cual se derivan a menudo resentimientos y otras reacciones ambiguas que no por inconfesadas dejan de traducirse en mil y un intentos de restar méritos al autor y a su mensaje, aunque para ello haya que recurrir a las más sutiles y turbias maniobras.
Una de las más socorridas para intentar descalificar a Pérez Alfonzo se elabora a partir de su facultad excepcional para el pronóstico, enriquecido en una admirable y tesonera labor de investigación de cada día, desde antes hasta después del sol. Pues bien, a este fruto madurado a lo largo de un quehacer científico incansable y prolongado pretende dárselo como origen algo así como una revelación sobrehumana, extraterrestre, lindante con la religión y la brujería. De estos poderes especiales, que son del reino de la parasicología, a las perturbaciones psíquicas que son del dominio de la psiquiatría, hay solo un paso que el despecho hace que muchos den, entre avergonzados y regocijados. En una palabra, Pérez Alfonzo sería un loco, que así como a veces tiene grandes aciertos, en ocasiones lanza monumentales desatinos. La moraleja es obvia: no hay que hacerle demasiado caso. Un genio reducido de esta manera a loco se convierte en un enemigo tanto más fácil de vencer cuanto que ni siquiera hay que tomarse el trabajo de contestarle. De esta alegre manera se acallan los escrúpulos de conciencia y la subyacente y martillante sospecha evidentemente inconfesable de que pese a todo Pérez Alfonzo tiene razón.
A darles visos de veracidad y mayor circulación clandestina a la calumnia sibilina contribuye el hecho, de que, para desesperación de los hombres públicos —ahítos de recepciones, cócteles y ocasiones de figurar—, Pérez Alfonzo desdeña los ritos convencionales de esta sociedad de vanidades y vive en su atalaya de Los Chorros una austera vida transparente. Rechazar los cargos en el gabinete, las candidaturas presidenciales, las condecoraciones y honores de todo género ¿no es acaso la mejor prueba de estar rematadamente loco?; ceder gran parte de sus bienes en beneficios de una Fundación para el aprendizaje permanente y para otros ensayos educativos y cooperativos ¿no constituye en esta sociedad del lucro individual la mejor prueba de locura?
En realidad, lo que hay de incómodo, espinoso e intolerable en Pérez Alfonzo para muchos de los lectores es el soterrado reconocimiento de que, no solo en su palabra sino también en su existencia, hay una condena global del modo de vida que de una manera u otra nos embarga a todos y cada uno de los venezolanos, convirtiéndonos en portadores —sanos, en muchas ocasiones— de los virus del colonialismo, de la ignorancia, de la explotación, del despilfarro, del parasitismo y de todas las plagas modernas o ultramodernas del nunca bien ponderado American way of life.
El haber descubierto y denunciado cómo el petróleo ha servido de medio por excelencia para que el capital anglosajón hiciera de Venezuela una nación a su medida —incluida la mayoría de su pueblo—, constituye para Pérez Alfonzo uno de esos hallazgos dolorosos de confesar, pero cuya denuncia es al mismo tiempo imprescindible si se pretende rescatar a ese pueblo y hacerlo volver a sí. Ciertamente el autor no dulcifica ni embellece sus palabras a la hora de lanar sus graves advertencias. ¡Cuánto más cómodo y más tranquilizador sería para todos un lenguaje complaciente y diplomático! Qué bueno sería que, a tono con nuestra visión facilista, el Dr. Pérez Alfonzo se quedara en el área de su “especialidad” o a lo sumo que se limitara a la consideración de los aspectos fiscales y administrativos, sin tener que meterse en complicaciones tales como la electricidad o los medios de comunicación de masa, o en problemas tan espinosos como los de la educación y los de la población. Pero pretender esto o justificar la indiferencia con el supuesto alegato de que al salirse de “su campo” el Dr. Pérez Alfonzo está cayendo en un diletantismo peligroso, es tanto como ignorar que cuando en Venezuela se habla de petróleo y de nacionalización de lo que se trata ni más ni menos es de la posibilidad de rescatar a su pueblo de un prolongado proceso de deterioro, de desnacionalización y de intoxicación, que en gran medida le ha hecho perder la razón de sí mismo. Se trata por eso de rescatarlo, de hacerlo volver en sí, en buena medida de renacionalizarlo, para que la nacionalización de los recursos básicos no se constituya en una simple ilusión de soberanía y en un nuevo gigantesco negocio para los negociantes de siempre.
Para tal propósito de salvación de nuestro patrimonio humano de su deterioro biológico y cultural, impónese una vasta y profunda campaña de concientización y remodelación social que convierta a la sociedad venezolana en una gran escuela abierta para la reeducación recíproca, una gran comunidad educativa donde todos seamos a la vez maestros y aprendices (más que profesores y estudiantes), donde el aprender a ser se derive del esfuerzo concreto por aprender a hacer, una comunidad para el aprendizaje permanente de la vida convivencial y humana, donde ni información ni educación constituyan fuente de enriquecimiento privado y de deformación social, donde la formación del hombre desde su primera hasta su última edad constituya responsabilidad social.
Naturalmente que semejante visión será de inmediato tachada de ingenua y utópica. Sin negar la pizca de utopía que debe tener y tiene toda visión de un futuro sustancialmente mejor, sería pecar de extremada superficialidad el no advertir, en todos y cualquiera de los aspectos que aborda el Dr. Pérez Alfonzo, como criterio normativo, un tratamiento que no se detiene ante la propiedad capitalista sino que tiende siempre a superarla. Aquí reside precisamente el verdadero motivo de reproche.
En efecto, si el lector se toma el trabajo de interrelacionar los diagnósticos y las soluciones que ofrece el Dr. Pérez Alfonzo para las diversas áreas, no le será demasiado difícil descubrir que el hilo conductor apunta inequívocamente hacia el socialismo. Esto, que para muchos puede constituir una revelación sorprendente, no es más que el resultado de una evolución perfectamente natural en un humanista que ha conocido y enfrentado en primera persona y cada vez más hondo toda la irracionalidad antihumana de este reino de los monopolios. Es natural que al vislumbrar un nuevo mundo aparezca como primer requisito el suprimirlos. Pero en los actuales momentos no es suficiente hablar simplemente de socialismo a secas.
Tal vez aquél en cuyo rumbo anda Pérez Alfonzo puede bautizarse con la expresión de Galbraith: “nuevo socialismo”, que se emparenta con la del eslovaco Dubcek: “socialismo con rostro humano”; en todo caso, el de Pérez Alfonzo quizás se ubique entre el socialismo a la sueca y el socialismo chino. Ciertamente, no fue por placer turístico, ni por completar la vuelta al mundo, que nuestro autor decidió ir “hasta China, buscando una salida”. Pero aquí la prudencia aconseja que me detenga y que no me adelante a revelar hasta qué punto, en opinión del viajero, China constituye una salida para el tercer mundo en ebullición...
Solo diré que allí pudo ver realizado, a escala de cientos de millones de personas, su concepción de una nación como “gran comunidad educativa”, donde el modelo es Tachai, una aldea rural de 75 familias.
El título de esta obra es una muestra evidente a la vez de la severidad de juicio y palabra, de la capacidad para mirar a fondo y lejos hacia adelante. Hundiéndonos en el excremento del diablo desafía hasta tal punto el conocimiento convencional que a primera vista puede dar la sensación de insensatez y de exageración. En efecto, atreverse a afirmar, en medio de esta euforia venezolana de millones, en plena prosperidad petrolera y en la cresta misma de la onda nacionalizadora, que nos estamos hundiendo en el excremento del diablo podría parecer un desplante oposicionista a ultranza, ocurrencia malévola y disparatada de caprichoso aguafiestas, empeñado en restar méritos a la labor gubernamental. Tomando en cuenta estos elementos, que se prestan a la manipulación interesada por poderosos enemigos, profesionales de la comunicación social advirtieron al Dr. Pérez Alfonzo de los riesgos a que lo exponía este título:
es obvio que puede prestarse para abonar la conseja de la locura. En la respuesta resaltaron otros rasgos del carácter de este Simón Rodríguez de nuestro siglo:
la seguridad en sí mismo, la perseverancia, la valentía y la responsabilidad social a toda prueba. Aun a sabiendas de todo lo que podría abatirse en su contra, declinó “dulcificar” el título, manifestando la convicción de que éste refleja no solo lo que ha venido ocurriendo, sino también lo que sigue ocurriendo hoy día y, lo que es peor, lo que ocurrirá con mayor gravedad en un futuro inmediato si no se pone coto a los planes dinosáuricos que cocinan dentro y fuera de palacio los empresarios del desarrollismo, promotores de una dependencia tanto más peligrosa cuanto más disimulada en los pliegues de su vestimenta nacionalista y bajo su lustrosa cubierta “tecnológica” y “científica”.
Esta corajuda actitud de restearse a fondo, que lo convierte tal vez en el más lúcido dirigente de la oposición a “su” propio gobierno, la asume porque sabe bien que lo que está en juego es demasiado serio como para andarse con disimulos y maquillajes. Se trata nada más ni nada menos de que Venezuela, junto con otros países petroleros del tercer mundo, están malbaratando la oportunidad histórica que ellos mismos se forjaron de dar un vuelco a su estructura subdesarrollada —chucuta, preferiría el Dr. Pérez— y de contribuir a superarla también en otras naciones, acelerando así la marcha hacia un nuevo y verdadero orden socio-económico.
En efecto, luego de haberse atrevido a herir el tigre y habiéndolo dado prematuramente por muerto, la mayoría de los países de la OPEP se han dedicado alegremente a “la gran comilona” de dólares, actuando como Estados rentistas en las ferias financieras de occidente, inflando las importaciones de toda suerte de “caratijas” (porque con precios tan altos sería irónico llamarlas baratijas) o embarcándose en desmesurados proyectos “de desarrollo” a la occidental, con gran densidad de capital y poca absorción de mano de obra, con equipos y tecnología importados y a menudo con la “colaboración” de monopolios transnacionales. De esta manera se repiten o multiplican con imperdonable ligereza errores harto conocidos de industrialización imitativa, importadora, dependiente, forjadora de nuevas servidumbres con monopolios y potencias transnacionales, abriendo así el campo para que el “nuevo orden internacional” quede reducido al reencauchamiento de la sempiterna división internacional desigual del trabajo y para que la “superación del subdesarrollo” no sea más que su renovación o “modernización”, con el capitalismo de Estado en rol estelar.
Para colmo de males, en cuanto el tigre se sacudió y rugió, la OPEP quedó casi congelada por el espanto, y el mercado petrolero anda de nuevo al garete. Y hoy no son muchos los voluntarios para ponerle el cascabel al temible gato...
Esta involución causa mucha desazón a Pérez Alfonzo. El haber logrado que cuajara la OPEP en las desfavorables condiciones de 1960 es uno de sus motivos de orgullo. Se le ha bautizado como “padre de la OPEP”. Aunque la lisonja no lo convierte ciertamente en un complaciente “padrino”, es obvio que sus premoniciones críticas están orientadas a evitar el naufragio de la esperanzadora aventura liberadora emprendida y a contribuir a que ella cunda y se propague al resto del tercer mundo. Su concepción del subdesarrollo como síndrome intolerable que afecta a la mayoría de la humanidad y como causa única e indivisible de todo el tercer mundo, le impide limitarse a soluciones estrechamente nacionalistas o regionalistas. Sabe que para que el resto del tercer mundo abrace la causa de la OPEP, ésta debe hacer suya la causa de todo el tercer mundo. Ciertamente los países de la OPEP ocupan en este momento la vanguardia de la periferia, pero sin el consenso de la retaguardia no podrán vencer.
Esta concepción de la solidaridad del tercer mundo en la pelea contra el centro capitalista le sirve de brújula para denunciar las veleidades que debilitan el frente, ya sea el egoísmo nacionalista, ya se manifieste en el “reciclaje” financiero, ya sea en los coqueteos con Israel —enclave capitalista occidental en el Medio Oriente—, ya en el desarrollismo “occidentalista”.
Por este camino, lo que se inició como ópera magna podría terminar como opereta. Sería tremendamente deplorable. Pérez Alfonzo cree que tal fracaso es todavía evitable. Y se ha empleado a fondo para tratar de evitarlo.
Ha advertido, una y otra vez, que Venezuela ha tomado rumbo al abismo. “Nunca volveremos a recibir los diez mil millones de dólares de este año, por concepto de petróleo (...). Estamos despilfarrando alocadamente los ingresos petroleros, mientras las avispadas potencias nos esperan en la bajadita (...). Si seguimos resbalando por esta pendiente, caeremos en el endeudamiento exterior nuevamente, y por allí en el círculo vicioso del despilfarro y de la dependencia”.
Estas advertencias fueron recibidas con incredulidad tranquilizadora. Ahora, sin embargo, el presupuesto y el presunto “V Plan de la Nación” han hecho estallar la verdad. Los ingresos petroleros se han reducido, mientras los alegres proyectos desorbitados han multiplicado los compromisos de gastos a tal punto que el déficit fiscal ha reaparecido y se anuncia un endeudamiento para los próximos 5 años de 60 a 80 mil millones de bolívares. Semejante anuncio ha causado tremendo estupor en una opinión que grabó la cifra de 40 mil millones de bolívares como ingreso petrolero del país en un año. El absurdo llega al clímax.
En torno a este acontecimiento se libra una batalla decisiva. A ella Pérez Alfonzo se ha lanzado con todas las armas. Porque en lo que considera un “plan de destrucción nacional” están condensados, a su juicio, los peores rasgos de la deformación de nuestro ser venezolano.
Además de la mentalidad colonialista, expresión de la dependencia mental exacerbada por el parasitismo de quienes recibimos todo hecho —hasta las ideas—, Pérez Alfonzo encuentra la causa de esta esquizofrénica “planificación”, paralela al deterioro y la corrupción del aparato administrativo, en la acelerada concentración de poder económico y político que intoxica con delirios de grandeza y avidez desaforada de riqueza a las oligarquías, así como al centralismo ejecutivista, apoplético, que paraliza la administración pública y entraba todo el organismo social, dejándolo a merced del presidente y su corte.
A esta formidable hipertrofia de poder, aniquiladora de la democracia y que deja reducidos los 12 millones de venezolanos a una docena de “grandes” familias y otros tantos gestores burocráticos, Pérez Alfonzo opone solo la fortaleza de su poder moral —el que concebía Bolívar como contrapeso a los demás—, sancionado por la opinión pública, que lo ha convertido en una suerte de ombudsman o gran vigilante social.
A juzgar por los titulares de los diarios y por las afecciones de las cuerdas vocales de los “superplanificadores”, éstos no las tienen todas consigo. El monstruoso plan parece agonizar. Ojalá. Sería un triunfo significativo de Pérez Alfonzo y del país. Pero para que planes semejantes no resuciten y para que esto entrañe un cambio de rumbo deberían abrirse las bocas de la mayoría silenciosa. Solo así podremos librarnos de este hundimiento colectivo en los excrementos del diablo.
Francisco Mieres
Juan Pablo Pérez Alfonzo, padre intelectual de la OPEP, escribió este libro no para exaltar el petróleo, sino para advertir sus consecuencias. En "Hundiéndonos en el excremento del diablo" denuncia cómo la renta petrolera destruyó la cultura del trabajo, alimentó el clientelismo y desvió al país del camino del esfuerzo y la institucionalidad.
Casi medio siglo después, su mensaje sigue vigente. No criticó al recurso, sino al uso irresponsable que hicimos de él. Una lectura que obliga a pensar en qué modelo de país queremos construir.
VER+:
Hundiéndonos en el excremento del diablo de Juan Pablo Pérez Alfonzo by Cándido Roberto Rodríguez Báez
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