EL Rincón de Yanka: LIBRO "ARECHABALA, AZUCAR Y RON (1878-1959)": LA HISTORIA DE UNA FAMILIA DE INMIGRANTES ESPAÑOLES EN CUBA 🍹🍸

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viernes, 2 de mayo de 2025

LIBRO "ARECHABALA, AZUCAR Y RON (1878-1959)": LA HISTORIA DE UNA FAMILIA DE INMIGRANTES ESPAÑOLES EN CUBA 🍹🍸

Arechabala, 
azúcar y ron (1878-1959) 

Es este libro la historia de una familia de inmigrantes vascos en Cuba, y gaditanos también, y de la compañía que allí creó su iniciador y prosiguieron sus descendientes y empleados, entre cuyos productos estuvo el más reputado de los rones de la isla, Havana Club, y muchos otros, pues en su crecimiento se convirtió en una de las mayores compañías del país e internacionales. Comienza la obra cuando el fundador de la firma llegó a la Gran Antilla, en 1862, y acaba al ser esta nacionalizada por la revolución de 1959. Se trata, pues, de un relato que conjuga narración y análisis de vidas y empresa y del entorno cambiante en el que acontecieron, que afrontaron y con el que interactuaron, de las relaciones sociales y políticas que construyeron y, claro está, del espacio en que se desempeñaron y, en su devenir, contribuyeron a modificar, el de la ciudad de Cárdenas particularmente. Cuando se acababa de publicar esta obra la Unesco distinguía los saberes de los maestros del ron ligero cubano como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y los de Havana Club están entre los más genuinos de ellos.

PREÁMBULO

Lo que pone en marcha este relato es responder a una pregunta que a mí me fue formu­lada por personas de la familia: hijos, hermanos, primos, sobrinos, aunque contestarla respondía también a mi propio deseo de conocer. La historia que demandaban era sobre la vida de José Arechabala Aldama, que con catorce años dejó Gordejuela, un pueblo pequeño de las Encartaciones vizcaínas, para hacer las Américas en la isla de Cuba, y sobre las vicisitudes de su negocio de azúcar, derivados y ron, que allí fundó y le sobre­vivió hasta la revolución de 1959.

Una vez en marcha el proyecto de la historia familiar, dos acontecimientos lo enriquecieron y modificaron. El primero de ellos fue en 2017. Con ocasión de un viaje a Cuba, una amiga, Lourdes Urrutia, natural de Cárdenas -que me daría además poste­riormente muy buenos consejos para este libro-, hija de Ricardo Urrutia, directivo de la empresa José Arechabala Sociedad Anónima (JASA), me presentó a Ernesto Álvarez Blanco, historiador oficial de la ciudad de Cárdenas desde 2002 a 2010, a la que había dedicado diversas obras 1 y que residía entonces en Barcelona. Para elaborar sus publi­caciones había estudiado indirectamente a José Arechabala Aldama y su acción empre­sarial, y deseaba seguir investigándolo. Esta coincidencia de intereses me hizo posible trascender el área familiar, y adentrarme en otra historia, la de La Vizcaya, la referida compañía, tan relacionada con el desarrollo de Cárdenas.

Al mismo liempo escribir esta historia me obligó a leer y a documentarme sobre el lugar en que ocurrió. Había que contextualizar lo sucedido con otros estudios para lograr entender lo que pasó en un tiempo lejano, en otro momento histórico, en una so­ciedad diferente. Trabajos sobre la migración española, las guerras de independencia de Cuba, las instituciones de la isla, coloniales y republicanas, de su metrópoli, de Estados Unidos, sus avatares políticos, sus leyes y aranceles, las cuotas azucareras, eran funda­mentales para comprender el desarrollo de la familia y su empresa.

Además de manejar autores de información general que ya conocía, como Hugh Thomas, Manuel Moreno Fraginals, Alejandro García Álvarez u Óscar Zanetti, encontré en mi búsqueda estudios específicos sobre la economía del azúcar, muy esclarecedores, de Antonio Santamaría, historiador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid (CSIC).

En el 2020, muy poco antes del confinamiento de la covid, y nuevamente a través de una amiga, Mercedes García Arenal, compañera de él en el CSIC, logré ponerme en contacto con Santamaría que, además de escucharme, me brindó buenos consejos para orientar mi estudio, amplió su bibliografía y me informó de dónde encontrarla. Pasado el tiempo, en una nueva reunión, ya abocetado el texto familiar, se ofreció amablemente a leerlo y, como si de una tesis doctoral se tratara, a corregir y subsanar sus posibles inexactitudes y errores. En cada capítulo sus recomendaciones, observaciones, referen­cias o datos, progresivamente más numerosos según avanzaba en la lectura, se fueron entretejiendo con el documento inicial, aportándole un gran valor añadido y cambian­do el esbozo inicial para ser algo nuevo.Así se fue pergeñando de manera natural y progresiva la coautoría de lo que ahora publicamos. Es sin duda un honor y privilegio para mí, y significa la elevación de una historia realizada por una biznieta del emigrante José Arechabala Aldama, a urna visión más amplia, rigurosa y académica.

Que Santamaría compartiese experiencia y responsabilidad literaria, junto a la inestimable ayuda de Álvarez Blanco, han permitido que el presente texto trascienda de lo familiar, paliar en lo posible lo subjetivo,y enfocar la historia que narra desde La Vizcaya, nombre original de la compañía de Arechabala, y su contexto, internacio­nal, cubano y, particularmente, de la ciudad en la que se estableció, Cárdenas.

Un libro histórico-empresarial riguroso exige una información extensa y contrastada, pero en esto tropezamos con el hecho de que la documentación de la empresa Arechabala, especialmente la referente a las décadas de 1930 a 1950, no se ha hallado,a pesar de la profesional y extensa tarea ele investigación de Álvarez Blanco. Sus archivos desaparecieron tras la intervención de la firma por la revolución cubana en 1959. Como alternativa se dispone de lo publicado en la prensa, en reportes y estudios de la época y posteriores sobre la industria azucarera y sus derivados en la Gran Antilla -sector al que se dedicó la compañía- y con un relato, obviamente interesado, de la propia cor­poración, publicado en un álbum que se editó con motivo de su 75 aniversario y, sobre todo, de manera continua, en Gordejuela, una revista más centrada en lo personal de los accionistas y directivos que en el desempeño y la economía de su firma, que salió de imprenta regularmente entre 1940 y 1956.

La documentación disponible en los archivos que conservamos la familia Arechabala tampoco resuelve la falta del empresarial perdido.Es dispersa, discontinua, consta sobre todo de correspondencia. Se ha empleado para conocer los negocios de su compañía y, cuando ha sido posible, comparar su estructura financiera con la de otras finnas, usando también estudios y datos sobre la economía cubana y su oferta y en el mru·co de las deci­siones políticas y el contexto de la evolución del mercado internacional. Sin embargo, hay muchos aspectos que han quedado oscuros, de los cuales no se tiene información.

Por esta razón, era mejor no pretender una publicación histórica académica. No deja de serlo, sin embargo, goza de todo el rigor, empleo de información, contraste de sus datos y estructura de relato que ello requiere, si bien es cierto que se ha limitado la exposición de cifras a lo mínimo necesario. Pese a ello, no obstante, este libro es, sobre todo, una historia de vida que admite capítulos truncados y hechos desconocidos, si entendemos por tal un método de estudio, en el sentido más amplio, consistente en la presentación de narraciones parciales de ciertas etapas o momentos biográficos que, combinada con análisis del contexto, cobra sentido y se enriquece con otras orientacio­nes y miradas tan ciertas como las académicas.

Yo había tenido una experiencia en el sentido señalado, la escritura de una conferencia, en febrero de 2012, en el evento internacional «Republicanismo: Memoria, Teo­ría y Praxis», celebrado en el Colegio Universitario San Gerónimo, de la Universidad de La Habana, con Alfredo Guevara como presidente del Comité Organizador. El texto se titula «La herencia republicana en la vida cotidiana» y relata retazos de la emigración y vida de mis dos abuelos, nacidos en el País Vasco y en Asturias, que habían viajado con muy corta edad a Cuba, pretendiendo con ello iluminar los primeros años de la Repú­blica insular en la vida diaria de Cárdenas y La Habana.

Volviendo al presente, el objetivo de este libro es intentar narrar la historia de unas personas concretas a través de sus palabras, o de las palabras de otros sobre ellos, que quedaron plasmadas en relatos orales,en algunas cartas, en algunos objetos que perpe­túan instantes, como lo hacen ciertas fotos vieja. Es el fin de la obra, por tanto, relatar el desarrollo de la empresa cardenense de los Arechabala en una narración que ponga de manifiesto los valores, cómo se vivió una época y unos hechos determinados, las condiciones sociológicas de la parte de la historia que les tocó vivir a sus protagonistas. Quien escucha se hace depositario de la historia. Escuché las palabras que querían describir los hechos de los vü¡jos, leí las cartas,escuché las músicas que ellos disfruta­ron. Es una labor necesaria y un relato necesario, aunque han desaparecido físicamente sus personajes, pues así se convierte en un modo de decir a sus descendientes cómo eran ellos y el país donde vivieron, y en u na forma de transmitir y afirmar el origen familiar y de dar linaje a sus sucesores. Pienso, además, que escribir historias no ofi­ciales ayuda a conocer mejor un momento de la historia oficial, ya que estos relatos mencionan las instituciones que la atraviesan y la constituyen, en esa línea difusa que separa lo público y lo privado.

No se puede obviar que este relato, concebido como historia de vida con algunas anécdotas, con correspondencia y estudios, con las investigaciones de Santamaría, ayu­dadas por las de Álvarez Blanco, se ve afectado por mi propia escucha y la lectura que hago de sus fuentes. Al narrar se ordenan los hechos, y no es posible evitar confundir en tal ensamblaje lo que pasó con la comunicación que se hace de ello, con la selección de lo que otros contaron, porque fueron sucesos que les habían afectado, y que yo hice míos a mi vez, escogiendo aquellos a los que presté mayor atención porque me afectaron también.

El acontecimiento que abre el relato es la emigración a Cuba de José Arechabala Aldama en 1862. Su narración y la de aquello que le aconteció después procura conocer su adaptación  a su nueva  tierra y la faceta empresarial,  social y  personal  que desarrolló en ella, ¿cómo reaccionó, en qué triunfó, en qué fracasó?, ¿qué aprendió de su nuevo destino y de su situación?, ¿Cómo se relacionó con sus semejantes, con Cárdenas y sus moradores?, ¿cómo fue su matrimonio, sus hijos?

Además, no solo emigró a Cuba José Arechabala Aldama, parientes y paisanos lo hicieron antes que él y, después, también su hermano Juan y sobrinos, como José y Ramón Arechabala Sainz, Juana y Juan José Llaguno Arechabala, Juan Abiega, entre otros, que se incorporaron a su negocio. Y el personaje de este relato se casó en la isla con una criolla, pero de padre gaditano y, por tanto, a su vez, con una historia propia de inmigración.

Son las de este libro, pues, historias de migraciones sucesivas y continuas idas y vueltas entre España y Cuba. Muchos de sus protagonistas mantuvieron los lazos con la tierra en la que nacieron, o donde vieron la luz; sus padres. Algunos viajaron con fre­cuencia a su pueblo natal y establecieron allí residencia temporal y la mayoría de sus descendientes, con el tiempo, acabaron afincados en el país de sus ancestros. Los relatos de sus vidas y negocios se centran en el aspecto cotidiano de la inmigración y su función como proyecto de vida de unas mujeres y hombres que llegaron a Cuba, trabajaron, ad­quirieron una profesión, se casaron, entablaron amistades, formaron una familia. Son historias, por tanto, que se encuentran dentro de lo íntimo y del mundo de los afectos.

Miguel Marinas afirma en su libro "La escucha en la historia oral", que los relatos de migración ocupan un lugar privilegiado en las historias de vida, ya que son metáfora y metonimia del curso vital. En ese sentido, las trayectorias de cada uno de sus protago­nistas y de sus familias transmiten memoria personal y colectiva y describen las formas de vida de un país y una ciudad, de un tiempo determinado, y ofrecen un tipo de infor­mación más arraigada en la experiencia social y que genera percepciones distintas a las convencionales.

Ojalá esta historia familiar y empresarial, inmersa en unos acontecimientos locales enmarcados en un tiempo determinado, sea, aun sin pretenderlo, un relato que tras­cienda lo personal para convertirse en algo que ataña a todos. Escribirla ha requerido documentarse, atender a lo que se ha investigado sobre la historia de Cuba, de Cárde­ nas, del azúcar, sus derivados, el ron y, sobre todo, a las muchas voces familiares que han enriquecido el relato. Son versiones y puntos de vista diferentes o complementarios de lo acontecido, y también de los propios, ya que hay tantas perspectivas y enfoques de los asuntos como personas implicadas en ellos.

He disfrutado con las conversaciones con los descendientes del matrimonio Arechabala Hurtado de Mendoza, que me aportaron, además, datos y fotografías. Fueron muy enriquecedoras las que tuve con mi hermano José Manuel, poseedor de un buen archivo y de una gran memoria. Mi mayor agradecimiento en cuanto a la documenta­ción es para mi sobrina Catalina García Arechabala, que encontró entre las propiedades y recuerdos de su madre fotos y cartas que han iluminado enormemente períodos de esta historia.

Infinidad de personas han participado directa o indirectamente en esta aventura literaria y le han aportado algo. Es el caso de Ernesto Álvarez Blanco, cuya contribución merece ser considerada colaboración en su autoría. Y, por último, este libro no hubiera podido existir sin la ayuda en su diseño de mi hija Inés.

MARÍA VICTORIA ARECHABALA FERNÁNDEZ
Madrid, abril de 2023

PROEMIO RON DE BASE

De forma premeditada no se ha mencionado en el primer proemio de este libro que la compañía Arechabala creó el ron Havana Club, genuinamente cubano, al menos en su origen, genuinamente propio de la historia familiar y empresarial que aquí se propone. La razón es que, sin omitir la importancia de la marca, esta obra no se dedica a ella y además huye de la polémica en que se ha visto envuelta durante décadas. En fin, sobre tales asuntos se volverá más adelante, pues lo que aquí interesa, es decir, que las páginas que siguen a continuación albergan pretensiones más amplias, son un relato vital, y un análisis también, de una persona y su descendencia, y de la compañía que creó en la Gran Antilla -a la que el fundador emigró-, y del sector de producción al que se dedicó. Eso es lo esencial, como el ron base, que dicen los maestros que destilan la bebida.

Dícese ron a la bebida elaborada a partir del guarapo (jugo) de la caña, o de sus mieles, obtenidas de él tras su clarificación y evaporación, antes de convertirlas en azúcar mediante purga. El líquido primero se fermenta, luego es destilado hasta con­seguir un alto contenido en etanol, y después se rebaja a 35 o 40 grados de alcohol diluyéndolo en agua pura. Esa es su base, y se puede consumir o proceder a añejarla, normalmente en barriles de madera. Y, por similitud, ese es, igualmente, el propósito del libro.

La obra que aquí se presenta al lector, en efecto, tiene su propia historia. Resulta de sumar la narración de la vida y obra de una familia y el análisis del contexto en que aconteció. Combina relato vital, por tanto, y exploración más académica, las posibili­dades que ofrece el ejercicio literario sin corsé y el rigor del método científico. Se ha pretendido con ello libertad para escribir el libro y precisión en el tratamiento de su información de base y exposición de sus datos. El ejercicio es arriesgado, pero honesto, y solo el lector tiene capacidad de decidir acerca del resultado.

Es este libro historia de una familia de inmigrantes vascos en Cuba, y gaditanos también, y de la compañía que allí creó su iniciador y prosiguieron sus descendientes y empleados, entre cuyos productos estuvo el más reputado de los rones de la isla, "Havana Club", y muchos otros, pues en su crecimiento se convirtió en una de las mayores com­pañías del país e internacionales. Comienza la obra cuando el fundador de la firma llegó a la Gran Antilla, en 1862, y acaba al ser esta nacionalizada por la revolución de 1959. Se trata, pues, de un relato que conjuga narración y análisis de vidas y empresa y del entorno cambiante en el que acontecieron, que afrontaron y con el que interactuaron, de las relaciones sociales y políticas que construyeron y,claro está, del espacio en que se desempeñaron y, en su devenir, contribuyeron a modificar, el de la ciudad de Cárdenas particularmente.

Es la historia de este libro, además, resultado del ensamblaje de una gran variedad de fuentes,siempre escasas, parciales,muchas dispersas, que permiten conocerla, nor­malmente no del todo, en ocasiones solo aproximadamente. Algunas algunas oficiales, otras particulares, publicadas, pero también inéditas, privadas, desperdigadas, conser­vadas en los archivos que atesora dicha familia protagonista, ergo nuevas y desconocidas en su mayoría

La documentación más relevante conservada sobre la empresa y familia que fundó José Arechabala Aldama se halla custodiada por dos de sus ramas, en el archivo fun­damentalmente de Catalina García Arechabala, por lo que en el libro nos referiremos a él como ACGA, y en el de los Arechabala Fernández, que del mismo modo se mencionará con las siglas AAF.

Teodoro José Arechabala Aldama, primer protagonista de esta historia, sin el que no hubiese acaecido, nació en 1847 en Gordejuela (Gordexola en euskera), pueblo de las Encartaciones, provincia de Vizcaya, reino de España. En 1862 emigró a Cuba, entonces Cuba era parte del virreinato de Nueva España hasta 1821. Anteriormente, fue una gobernación dependiente de la Capitanía General de Santo Domingo de ese país. Allí residió hasta el fin de sus días (falleció en 1923); ya se ha dicho, fundó familia y empresa.

Vivió y trabajó Arechabala en Ja ciudad de Matanzas sus primeros diez años de es­tancia en Cuba, ocupado en los negocios de depósito y comercio de azúcar y derivados, oferta principal de la isla, pues a ello se dedicaban sus parientes y paisanos en la ciudad, quienes le dieron empleo. En 1872 tuvo ocasión de trasladarse a la vecina Cárdenas y ya no la abandonó. Allí se casó, dos años después, con Carmen Hurtado de Mendoza, que fue siempre su compañera y madre de sus hijos, y siguió laborando en los mismos oficios, en las empresas de otros, hasta que pudo establecerse por su cuenta.

Al decidir dejar su pueblo, Arechabala eligió Cuba como destino, sin duda porque allí tenía familiares y coterráneos que podían ayudarlo en su nueva tierra, algo común en los flujos migratorios. Además de un tío lejano, residente en Cárdenas, se hallaban entre aquellos la familia Aldama -con el tiempo unida a la Alfonso y a la Madán- o la Ga­líndez, emparentadas entre ellas y también oriundas de las Encartaciones. La primera había sido principal entre los hacendados -dueños de ingenios de moler caña- de la isla, y aún era una de sus mayores productoras de azúcar. Para la segunda trabajó el vizcaíno tras arribar a la Gran Antilla, según se ha dicho ya, ocupado en sus negocios de almace­naje y comercio del dulce y de sus mieles residuales, ubicados en Matanzas.

Entre 1868 y 1878 se combatió en Cuba por la independencia y Miguel Aldama, marqués de Santa Rosa del Rio, abrigó la causa separatista. Quizá por ello, o por el conocimiento que había alcanzado en los negocios y afán de progresar, José Arechabala dejó su antiguo empleo y aceptó otro en Bea y Bellido, compañía más grande, igualmen­te dedicada a consignar y comerciar azúcar y sus derivados en Matanzas, pero además a muchas otras actividades mercantiles, navieras, agrícolas, industriales o bancarias.

Tenía intereses en Bea, Bellido y Compañía, el también vasco Julián de Zulueta, traficante principal de esclavos africanos y coolies chinos de Cuba, hasta que, en la década de 1870, cesó la trata de personas destinadas, sobre todo, a trabajar en la producción insular de azúcar (la abolición se produjo en 1886). Este empresario era entonces el más prominente entre los dueños de ingenios en la isla caribeña y en 1872 decidió fundar un gran almacén de dulce y mieles en Cárdenas, para cuya gestión ofreció a José Arecha­bala ser su apoderado.

Desde 1872 Arechabala hizo de Cárdenas su tierra, tanto como aquella en Ja que nació y con la que mantuvo siempre fuertes lazos, alimentados por visitas temporales, edificación de casa y mausoleo y algunos donativos. En la ciudad cubana aprendió a destilar, trabajando para Zulueta, quien también fundó allí un alambique al que puso como nombre el de su provincia natal, Álava, y allí pudo, en fin, cinco años después de llegar, establecer su negocio.

En 1877, en efecto, Arechabala había reunido el conocimiento de la actividad en la que se empleó y el capital preciso, y entablado las relaciones sociales y de negocios necesarias para crear su propia compañía. Voluntad y capacidad de hacerlo nunca le faltaron y, en tales condiciones, decidió contratar un crédito y arrendar unos antiguos almacenes de azúcar -que luego pudo comprar-, y en 1878 adquirir un viejo alambique, en el que comenzó a destilar alcohol, aguardiente y licor obtenidos de las mieles de caña. Denominó a su firma "La Vizcaya".

Con la creación de La Vizcaya Arechabala inició una historia empresarial peculiar en Cuba. Siendo que la mayoría de las grandes compañías de la isla estuvieron en su sector de actividad, en los ferrocarriles, el comercio o la producción de tabaco, fue su compañía la única que abarcó integralmente todo procesamiento o negocio que posibilitó con el tiempo la caña de azúcar, por lo que sele puede considerar la azucarera total de la isla.

Puso nombre a su empresa el gordejolano en honor y recuerdo de su tierra natal, donde probablemente nunca vio ni saboreó bebidas procesadas del jugo o templa de la caña de azúcar, aunque destilándolos su compañía acabó elaborando ron, el mejor de sus néctares y, entre ellos, el referido Havana Club, y otro que llevó como nombre el de la fir­ma y su familia, Arechabala. Asimilación que ofreció el sino, ya que tal apellido procede de la unión de las voces euskera haritz y zabala, que traducidas al castellano significan roble ancho, madera de la que se fabrican las barricas en que se añeja el espiritoso ex­tracto filtrado del zumo de la gramínea Saccharum Officinarum.

En honor de su tierra y apellido, Arechabala dotó a su empresa de blasón con el arbola roble (haritz) de Guernica (Quercus Robur), y dos lobos o perros, guardianes de sus divisas, símbolos de fe y fidelidad. Y es por ello que antes de estampar en su etiqueta la giraldilla de la capital cubana, después de su nacionalización, Havana Club se comer­cializó con el sello de la antigua insignia de La Vizcaya, la fagácea y sus canes custodios. Este libro -se ha dicho- es la historia de La Vizcaya y su sucesora, José Arechabala Sociedad Anónima (JASA), como fue registrada en 1921. Aquella primera denominación se mantuvo, sin embargo, para los establecimientos industriales de la compañía, pese a que esta creció, se expandió y diversifico y, aparte de almacenar y comercializar azúcar y mieles y destilar, con el tiempo se dedicó también a refinar dulce, a elaborarlo crudo, al transporte de sus productos y los de otros, a prácticamente cualquier actividad vincula­da con sus negocios de origen y con algunos más.

Y al ser este libro la historia ele La Vizcaya y JASA lo es también de sus dueños, de su fundador, de la familia que creó en Cuba, de los operarios que empleó, proceden­tes de la tierra natal del emprendedor y de Cárdenas. Lo ha dicho su autora al relatar que si decidió escribirlo fue en atención a la demanda e interés de sus allegados y de ella misma por conocer y rescatar su memoria. No obstante, para el viaje literario, ofre­ció compartir experiencia y trabajo a un historiador de profesión, dedicado a asuntos del pasado cubano, de su economía, ferrocarriles e industria azucarera, y resultado de tal unión son las páginas que siguen. Y es así como una narración en contestación a inquietudes personales y familiares, íntimas, se ha procurado hacer extensiva a todo aquel que lo desee y dotar de rigor académico lo concerniente a su análisis empresarial y del contexto temporal en que se desempeñaron la firma y sus negocios. En ese empeño por ser algo más que respuesta a demandas domésticas y,sin abandonar tal pretensión, por contribuir a generar conocimiento histórico y socialmente útil, la elaboración del libro ha tropezado con inconvenientes. Sus autores están capacitados por su formación y experiencia de trabajo para afrontar el reto, pero documentarse como habría sido de­seable no ha resultado fácil, pese a la ayuda recibida, especialmente de Ernesto Álvarez Blanco. Siguiendo el símil con el que se comenzó, antes que ron se hace aguardiente y solo así puede elaborarse su base. En las páginas que siguen esta se desarrolla, adquiere cuerpo y buqué, pero para decidir perseverar en la lectura, igual que en saborear bebida, se precisa algo más de información.

Ya se indicó que la documentación de empresas Arechabala no se ha hallado, sobre todo la concerniente al período posterior a 1930. Como alternativa se dispone de lo publicado en la prensa y en algunos estudios de la época, en obras de los cronistas de Cárdenas, de su provincia o de Cuba, en artículos de revistas especializadas, anuarios estadísticos de Ja ii:dustria azucarera y sus derivados o de Ja economía y los negocios insulares.Además, se cuenta con lo conservado en los archivos de la familia que fuera propietaria de JASA y con lo que esta editó: un libro para celebrar los tres cuartos de siglo pasados desde su fundación y el magazine Gordejuela 2. Las últimas son fuentes interesadas, sesgadas, de la propia firma, y precisan ser contrastadas. Igualmente ha sido útil lo que alberga la Braga Brothers Collection, del grupo empresarial creado por Manuel Rionda, aunque alcanza solo hasta el decenio de 1940, y lo escrito de la compa­ñía, sus marcas y la ciudad en que se ubicó en infinidad de páginas web y blogs.

Con la información proporcionada por las referidas fuentes y otras, por ejemplo, los archivos eclesiásticos de Cárdenas y Gordejuela, se ha podido escribir una historia bas­tante completa de José Arechabala, su empresa y su familia. Para el contexto en el que se desempeñaron, sin embargo, se dispone de numerosas más y de estudios antiguos y recientes. No hay muchos, empero, acerca de la firma, a excepción de los publicados en la década de 1940 por Julia Santuiste o Saturnino Ullivarri, y de un artículo y un trabajo de diploma que dedicaron Daily Vega y Adit Portero y Laideen Díaz y Ralén G. Darias en 2017 y 2019 al patrimonio legado por ella. Tampoco son copiosos los concernientes a su sector, salvo a la producción de ron, aunque centrados sobre todo en la corporación Bacardí para el caso de Cuba. Los editados suelen ser de gran calidad, las obras de .Juan Maspons, de 1932, y las posteriores de Fernando Campoamor, Miguel Bonera o Javier Moreno.

Junto a la información y análisis provistos por las fuentes y estudios citados, han sido útiles para escribir este libro los trabajos dedicados a las empresas de Cuba, a su industria azucarera o economía, mucho más abundantes. Solo como ejemplo cabe citar los de Luis V. de Abad, Ramiro Guerra, Raúl Cepero Bonilla, Rolan T. Ely, Manuel Mo­reno Fraginals, Laird Bergad, Alejandro García Álvarez, Carlos del Toro, Oscar Zanetli, Alan Dye, Guillermo Jiménez, Antonio Santamaría o María Antonia Marqués.

Con tales mimbres, como se ha dicho, se ha logrado hilvanar un relato bastante completo de la historia de JASA en su contexto. La intención divulgativa nos ha moti­vado a limitar la exposición de datos cuantitativos a lo mínimo preciso, generalmente en el inicio de los capítulos. No obstante, en lo referente a la información de dicha em­presa, de sus productos, costes, inversiones o estructura financiera, hay más oscuridad que luz, y también en algunos aspectos cualitativos de su devenir, y se sospecha que será difícil hallar nuevas fuentes que los aclaren.

Con sus déficits, se ha de reiterar que, sin huir del rigor en su información y el tratamiento de esta, el libro es una historia de vida, contiene narraciones que en ocasiones son parciales o limitadas en el tiempo, de momentos biográficos, y hasta ciertas anéc­dotas, cuyo sumatorio, entroncado con el análisis de su contexto, ofrece una idea de conjunto fruto de combinar en un relato articulado los retazos que lo construyen, ilus­tran y enriquecen. Por eso est obra es peculiar, y también debido a que se ha construido a partir de una mirada poco convencional, privada, hasta íntima. No obstante ese en­foque puede ayudar a conocer mejor el pasado, observado desde prismas inusuales, y hacerlo con perspectiva empresarial, además, es infrecuente en los estudios sobre Cuba, pese a las grandes e internacionales firmas que hubo allí, a las marcas -sobre todo de ron y tabaco- que se consagraron en el mercado mundial, a los muchos inmigrantes que participaron en su creación, junto a los locales, a las enormes fortunas que amasaron.

Este libro, por tanto, empresarial  y familiar, preso de su propósito y de lo que su documentación permite, está afectado también por sus fuentes, por su referida limita­ción, claro está, pero además por la selección y lectura que realizan sus autores de las disponibles y el relato que con ellas han elegido construir.

El acontecimiento que inicia el relato del libro es la emigración a Cuba de José Are­chabala, ya se ha dicho.A partir de él la narración es una reconstrucción ordenada de aquello que le aconteció a él,a los suyos, a sus negocios y, en sintonía, de las decisiones que tomó. Se trata, pues, de un acercamiento a cómo fue la adaptación del personaje a su tierra de acogida, de todo aquello que allí emprendió, vinculado con su desempeño personal, familiar y social. Intenta la obra, así, escudriñar cómo respondió a sus cir­ cunstancias y aprendió de ellas.

El libro se interesa, en fin, por el modo en que se relacionaron José Arechabala, su familia y empresa con sus semejantes, con Cárdenas, su ciudad, pero también con sus paisanos y parentela de las tierras vascas en las que nació el fundador de La Vizcaya. Como toda compañía de inmigrantes, no solo en Cuba, cuando aquellos formaron re­ des, las emplearon en sustitución del mercado de trabajo formal, y se valieron del pro­pio negocio en la formación de sus cuadros, para los cuales eligieron allegados, sobre todo en un primer momento. Priorizaron igualmente en el empleo a Jos obreros locales y, en ambos casos, la disposición progresiva de beneficios dedicados a ellos, desde loca­les sociales, deportivos y de ocio y su dotación de actividades, hasta becas de estudios a las que podían optar los hijos y, con el paso del tiempo, según se extendieron las de­mandas laborales en la isla, scn- cios de salud, retribuciones no dinerarias, derechos en general. La empresa pecó de paternalismo en tales actividades, dramatizadas en actos solemnes, entrega de medallas a los operarios que llevaban determinado tiempo de ser­vicio en la firma, sorteo de casas, reseñados con ilustraciones en la revista Gordejuela.

Nada infrecuente, sin embargo, en el entorno empresarial de la época, pero poco ade­cuado cuando arreciaron las luchas proletarias, según pasó el tiempo, y la compañía. no las apoyó suficientemente, aunque sus exigencias no fueran dirigidas a ella, sino a los poderes públicos, priorizando el interés de sus propias relaciones políticas al respaldo de peticiones de sus empleados.

Se ha mencionado también que, aparte de José Arechabala, se trasladaron a Cuba, desde Gordejuela, su hermano Juan y varios sobrinos. Y con el tiempo las familias se hicieron también cubanas. José Fermín Iturrioz, hijo de Juana Llaguno Arechabala, nació en Cárdenas. Su padre, del que heredó nombre, era mayordomo de almacenes de la compañía. Aquel y Juan Abiega, nieto también de Isabel Arechabala Aldama, se incorporaron en la firma y después la dirigieron.

En La Vizcaya, por tanto, se emplearon muchos familiares y allegados de su fundador, además de cardenenses. Los primeros participaron en su gestión, aunque, con el tiempo, fue preciso darle una estructura diferente.

Poco antes de morir su fundador, en 1923, La Vizcaya se transformó en sociedad anónima con el nombre de José Arechabala, su prócer, y limitación de riesgos a lo in­vertido en ella, sin comprometer el patrimonio de sus propietarios. Al faltar aquel, la presidencia de la empresa recayó en José Arechabala Sainz, su yerno, sobrino y cónyuge de su hija Carmen. Aparte de las acciones que ésta heredó de su padre, la pareja había comprado otras, convirtiéndose en los accionistas principales de la firma. Su nuevo rec­tor, además, había sido colaborador y mano derecha de su creador desde la década de 1880, y su director efectivo a partir de 1921, de modo que el relevo en el gobierno de la compañía se caracterizó por la normalidad y continuidad.

La presidencia de José Arechabala Sainz en JASA, tras morir su suegro, sin embargo, fue muy breve. En 1924 falleció víctima de un robo con violencia y, parece que por su reco­mendación mientras esperaba ser operado, la familia encomendó el manejo de la compa­ñía al tándem Iturrioz-Abiega, colaboradores históricos de la firma y ejecutivos expertos, además de estar emparentados con sus dueños. Esa separación de gestión y propiedad fue fruto también de los tiempos, usual en la historia empresarial, por la necesidad de ge­rentes profesionales, capacitados en negocios progresivamente complejos, especialmente los internacionales, en un mercado sujeto a crecientes regulaciones. Junto a ello, el hecho de que muchos de los descendientes del fundador de La Vizcaya se trasladasen a España, provocó que a partir de 1924 la mayor parte de su accionariado no participase en el día a día de la sociedad.

La presidencia del Consejo de Administración de JASA siguió recayendo en su familia fundadora tras morir José Arechabala Sainz. La ocupó Gabriel Malet en 1924 y, al fallecer éste en 1926, Tomás Pita Álvarez, maridos, respectivamente, de las hijas el fundador de la compañía, Juana y Mercedes. En 1936 ejerció el cargo Miguel Arechabala, yerno de Car­men Arechabala y, a su muerte en 1946, la propia Carmen, que había regresado a Cuba.

JASA debía ser manejada in situ, pues si per se es difícil atender el día a día de un negocio y decidir sobre su futuro desde lejos, en su caso lo fue más debido a las cir­cunstancias complejas que hubo de afrontar, en especial a partir de la década de 1920, cuando la producción y comercio del azúcar y derivados sufrieron reiteradas crisis de mercado, a las que se añadió, en sus licores, el efecto de la Ley Seca en Estados Unidos, principal importador de bebidas cubanas. Como resultado arreciaron también los pro­blemas sociales y laborales, las demandas de los trabajadores, conflictos asociados y, en su contexto, surgieron oportunidades de negocio que fue posible aprovechar.

No es lugar esta introducción para detallar con más precisión lo acontecido en el entorno de negocio y laboral en el que se desempeñó JASA. Lo apuntado es indicador suficiente de las dificultades que hubo de afrontar. Su fundador ya había tenido que operar en contextos complicados, resultado de la independencia de Cuba en 1898 y del establecimiento en la isla de un protectorado de Estados Unidos, tras intervenir en la guerra que desde 1895 se libró en la Gran Antilla contra España, con efecto devastador. Hubo de lidiar también José Arechabala en el nuevo escenario de relaciones comercia­les especiales entre el país caribeño y el norteamericano y su demora hasta que se pro­clamó la República en el antillano, tras un período de intervención (1699-1902) por un Gobierno que nombró la Administración de Washington.

El creador de La Vizcaya también tuvo que decidir cómo proceder cuando Cuba fue ocupada de nuevo por Estados Unidos entre 1906 y 1909, tras un levantamiento contra la reelección de su primer presidente, Tomás Estada Palma, o durante la crisis financiera que comenzó en 1907. Y, sobre todo hubo de lidiar Arechabala Aldama con lo ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, cuando se elevó extraordinariamente la demanda y las cotizaciones del azúcar, y en su postguerra, al derrumbarse estas y pro­vocar la ruina de gran número de negocios. Sin embargo, el efecto tan complejo de tales sucesos no aminoró después, más bien se agravó.

Parece que Carmen Arechabala, que encarnaba el sentir mayoritario del accionariado de JASA, perseveró en la decisión de que su poder ejecutivo recayese en los altos cargos que ya habían participado en su dirección con su marido. El hecho es que Iturrioz y Abiega la gestionaron con eficacia y bajo su tutela la firma creció, aprovechó sus oportunidades, se desenvolvió relativamente bien en las progresivamente difíciles circunstancias en que hubo de desempeñarse. Como empresa dedicada a transformar de­rivados del azúcar y a refinarlo tuvo la posibilidad de ampliar sus negocios, priorizar unos sobre otros, cambiar sus decisiones al respecto según varió el mercado y las regulacio­nes internacionales del mismo, que fueron en aumento, conforme los poderes públicos controlaron cada vez más las operaciones de su sector de actividad en sintonía con los acuerdos alcanzados por los gobiernos de Cuba y los de sus principales importadores de productos, en especial de Estados Unidos, y arreció la conflictividad interna en la isla y hubo de mitigarse con políticas sociales, salariales, de dotación de derechos a la pobla­ción y redistribución de renta.

Regida por sus gerentes, JASA prosiguió desde mediados de la década de 1920 sus actividades de refinado de azúcar, almacenaje y comercio de tal producto y sus mieles y elaboración de derivados, las tradicionales bebidas destiladas de ellas, la conversión en combustible de sus alcoholes. En general la firma aumentó su oferta de todos esos bienes, redujo la de algunos si lo aconsejaba el mercado, incrementó la de otros, varió sus decisiones al respecto en función de la demanda y los precios, emprendió nuevos negocios, incorporó para ello las tecnologías precisas, incluso algunas ideadas o trans­formadas por sus propios empleados, amplió sus instalaciones y su espectro fabril y co­mercial, confeccionó caramelos, nuevos carburantes y licores, hasta cosméticos, y papel o levadura obtenidos de los residuos de la caña y su melaza, y siropes y mieles ricas a partir de esta.

Además de su estrategia comercial, conforme con ella, JASA diseñó también sus re­laciones de negocios, sociales y políticas en sintonía, y técnicas de marketing y publici­tarias. Estableció, vínculos más o menos duraderos con el grupo Rionda, productor y co­rredor de azúcar, con la chocolatera y dueña de centrales en Cuba Hershey Corporation, con Lamborn & Company, en ese caso con el fin de facilitar la distribución y venta de sus productos en Estados Unidos. También los entabló con licoreras y vinateras extranjeras, españolas, británicas, y se ocupó de acabar algunas de sus bebidas y de su mercado en la isla y fuera de ella, empleando la red que había constituido para la suyas.

La mayoría de las personas conocidas que visitaron Cuba, desde los tiempos en que la dirigió su fundador, fueron invitadas a recorrer y conocer las instalaciones de La Vizcaya, luego JASA, ya se tratase de políticos, empresarios, artistas o deportistas extranjeros, y también locales. En 1919 Pepucho Arechabala promovió la construcción de un teatro por la firma y esta lo aprovechó y empleó con el mismo propósito de publi­citarse y entablar provechosas relaciones. La sala fue sede de actos teatrales, musicales, de entretenimiento y sociales.

Además de los mencionados, JASA utilizó en su estrategia de marketing todos los recursos disponibles y oportunos. Por supuesto empleó los que brindaba Ja prensa, pu­blicitó sus marcas en la local, la nacional y también en la internacional, en prestigiosos medios como New Yorker. Con el mismo fin se valió luego también de cualquier otro instrumento de comunicación y propaganda que fue surgiendo, la radio, la televisión, vinculó su nombre al deporte -patrocinó un estadio y equipos de béisbol y sóftbol, rega­tas-, a la música y el turismo que, según avanzó el siglo XX, fue proliferando en el Caribe y tuvo como escenario principal las magníficas playas cardenenses de Varadero.

Este libro, pues, detalla y analiza en lo posible -lo que permiten sus fuentes- cómo y por qué creció JASA, qué decisiones se tomaron al respecto. La compañía acaparó progresivamente el espacio de la bahía de Cárdenas, fue parte activa y prominente de la recuperación y urbanización de su litoral y aledaños y concibió esas acciones y sus es­trategias de marketing como parte de otras mayores. Sus ejecutivos decidieron vincular la empresa y sus productos a lo auténtico de Cuba, así prestigiaron Havana Club y sus demás bebidas en el mercado, las vincularon a los deportes y música nacionales, a los crecientes viajes de ocio, y fue por ello que arreció su vínculo con su ciudad, establecido por José Arechabala Aldama -nombrado su hijo predilecto- y debido a lo cual privile­gió sus relaciones con los gobiernos locales y de la isla. Uno de sus altos empleados fue incluso secretario en la Administración de Fulgencio Batista.

En su estrategia de crecimiento, según se verá, JASA diversificó su actividad y diseñó en sintonía su estrategia de mercado, social y política. La familia Arechabala invirtió en otros negocios, ferroviarios, energéticos, alimenticios, pero sobre todo afines a ese plan, infraestructuras de transporte, especialmente naval, barcos, con el fin de acarrear sus productos, insumos y materias primas, aunque también turistas. Además, colocó su capital en la producción de azúcar crudo mediante la adquisición de dos fábricas, en la elaboración de cualquier derivado del dulce que fuese rentable comercializar, en manu­facturas precisas para ello, de botellas y embotellado, tonelería, cosido de sacos, aparte de ampliar y sofisticar su fabricación de bebidas.

En fin, JASA se presentó mediante su estrategia empresarial como genuinamente cubana. Financió incluso un monumento de la bandera en Cárdenas, donde en su día desembarcó Narciso López con ánimo independentista portando el estandarte. Nada más representativo de lo auténtico, pues en la publicidad de la firma fue común el uso de esa palabra.

Auténtico es vocablo adecuado, en efecto, para entender lo que pretendió industrias Arechabala con las visitas a sus instalaciones, su vinculación a las artes, deportes y mú­sicas vernáculas, con el turismo tropical naciente, pues actuar así le permitió hacer de lo local global, internacionalizarse desde su espacio concreto y universalizarlo con ella, unido a su nombre o al de sus productos. No en vano la compañía fue de las pocas que, desde muy temprano, acabó el principal bien ofertado por la Gran Antilla en su territo­rio, azúcar, pero refinado, y en esto fue la más grande de la isla. Sin embargo tal artículo se caracteriza por su estandarización, es igual provenga de dónde provenga, aunque no los demás que fabricó. JASA, derivados varios del dulce, siropes, licores, confituras, sobre todo ron de marca propia.

En fin, diversificación y sofisticación de sus negocios acabaron convirtiendo a JASA en una empresa. única, como se ha dicho. Pese a operar en el negocio más común de Cuba, fue la azucarera total e integral de la isla y procuró identificarse con su esencia. Por esa razón ha dejado un patrimonio que conviene rescatar, y en parte, urbanística­mente, ya se está recuperando.

El periplo empresarial de JASA, por tanto, fue iniciativa de su fundador y voluntad de sus herederos, pero no hubiese sido posible, y menos aún eficiente, sin una gerencia que la gobernase in situ por las razones de mercado mencionadas, la conflictividad de su entorno social y laboral, y el clientelismo y corrupción políticos que caracterizaron Cuba, que en parte explican la progresiva radicalización de su sociedad y las veces que esto derivó en actos violentos.

Inicialmente la gerencia de JASA, separada de la propiedad,  tuvo una armoniosa y fluida relación con esta, en gran parte ausente de Cuba, y también su respaldo, y se puede documentar y seguir a través de la correspondencia que ello generó. Sin embargo, con el tiempo, la dirección, que por los motivos citados hubo de tener amplios y muy discrecionales poderes ejecutivos, fue acaparando los puestos de responsabilidad de la firma, algo tampoco inusual en casos similares.

Iturrioz se fue rodeando de familiares y personas de confianza, como había hecho el fundador de industrias Arechabala, pero él no era su dueño. Su poder en JASA creció aún más tras las muertes en 1946 de su presidente, Miguel Arechabala, y su vicedirec­tor, Juan Abiega, cuyo contacto directo y fluido con la propiedad de la firma favoreció el control de la gestión de la misma. Pese a que manejó bien la empresa, evidencias y sospechas de un comportamiento inadecuado, conducción a su favor de los negocios, contabilidad opaca, y una comunicación cada vez más limitada de sus decisiones a los accionistas, condujeron a la destitución de delegado -según denominación actual- del Consejo de Administración de la Compañía.

Cuando la gestión de JASA cambió por última vez e Iturrioz fue cesado corría el año 1957 y la situación social en Cuba era muy conflictiva. Los problemas sin resolver habían provocado una dictadura, la de Fulgencio Batista, iniciada en 1952, y un amplio movimiento en su contra del que surgió la revolución que desde 1959 gobernó la isla, y que al poco tiempo intervino y, después, nacionalizó la firma. Este libro termina con su fin, decididamente no se prolonga al período ulterior, pues, aunque muchos de sus productos continuaron elaborándose, incluido Havana Club, ya no lo hicieron bajo la administración de sus fundadores, e iniciaron una historia diferente.

El libro termina así en 1959, con un breve corolario, sin ánimo de exhaustividad o síntesis, pues por su esencia e intención pretende que sean sus lectores quienes extrai­gan de él las conclusiones oportunas. Los autores no eluden, en el sucinto epílogo, hacer explícitas las suyas, pero sin propósito de ofrecer más que solera. Así han tenido a bien titularlo, en sintonía con la metáfora empleada en la introducción, ron base. La obra, además, está repleta de imágenes, material gráfico y documentación, dispuestos en forma de ilustración de su relato o como apéndices, de modo que no dificulten una lectura ágil y proporcionen a los interesados recursos con los que ampliar o completar su contenido principal. También, con igual objetivo, el libro incluye una extensa bibliografía que alber­ga la relación precisa de las fuentes y estudios publicados empleados en su elaboración.

Cuando se acababa de escribir esta obra la UNESCO distinguía los saberes de los maestros del ron ligero cubano como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, y los de Havana Club están entre los más genuinos de ellos. El epílogo de la obra comienza con tal consideración y se prolonga, más allá de sus sucintas conclusiones o solera, con el otro legado de la empresa Arechabala, especialmente en Cárdenas. Vinculado a lo ante­rior, recientemente se han materializado acciones para la recuperación y puesta en valor de la herencia histórica industrial dejada en esa ciudad y en la Gran Antilla por dicha compañía, su fundador y familia, sus empleados y productos.

Ha parecido que el patrimonio histórico es un buen modo de concluir el libro, una forma sin igual de cerrar sus páginas, de insistir en que el de La Vizcaya y JASA, que re­iteradamente se ha catalogado de azucarera total y genuinamente cubana, es herencia singular de la Gran Antilla y de sus gentes como el de muy pocas otras empresas. Es tam­bién, y a la vez, un modo de no dar por zanjado su relato y desear que se prolongue lo más ampliamente posible, en un legado material e inmaterial puesto en valor, con utilidad cultural, educativa, social.

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1 Ernesto Aramís Álvarez Blanco nació en Cárdenas y, además de los oficios desempeñados, es graduado y especialista en Museología, vicepresidente en su localidad de la Unión de Periodistas de Cuba y miembro de la Unión de Historiadores de Cuba. Ejerce también el periodismo, escribe poesía y ensayos y es fundador y primer director del Museo A la Batalla de Ideas de su ciudad y, en la actualidad, webmaster de El Cardenense, blog dedicado a la actualidad y el pasado de la villa, Matanzas y Cuba. Su vasta obra comprende títulos como Cárdenas. Prehistoria de una ciudad. Cárdenas: Comité 180 Aniversario de la Fundación de Cárdenas; Asociación Hispano-Cubana Paz y Amistad, 2019, galardonado con el Premio Nacional de investigación; Oscar M. Rojas. Cárdenas: Ediciones Matanzas, 2001; Subiendo como un sol la escalinata, biografía de José Antonio Echeverría. Cárdenas: abril, 2009, o Yo soy la Virgen de la Caridad. Barcelona: RBA, 2010.

2 El prólogo, salvo en un caso obligado, no incluye aparato crítico para que sea más ágil su lectura. En el libro se ofrecen las referencias oportunas cuando se analizan los diversos temas y se cita a los autores con rigurosidad. Las obras de los citados pueden consultarse en la bibliografía, que debido a su extensión se ha dividido en apartados, libros y artículos científicos, en prensa y editados en la revista de JASA o como capítulos de álbum con el que conmemoró su 77 aniversario, y textos diversos en medios digitales.


El vizcaíno José Arechabala llegó en barco a Cuba en 1862, cuando tenía 14 años. Se costeó el viaje como cocinero a bordo. Con el tiempo, creó un imperio del azúcar y el ron –con marcas como Havana Club– en la ciudad que convirtió en su hogar: Cárdenas.
Sin embargo, su historia –que para la curadora de arte cubana Cristina Vives conforma un “binomio cuadrado perfecto” con la localidad– no aparece en los registros de la EcuRed, la Wikipedia cubana, y, si se menciona su nombre en voz alta a jóvenes al azar, muchos, por no decir casi todos, no podrían decir quién fue.

Revivir su memoria, su legado y su importancia en un momento de profunda crisis en la isla que lo acogió, y de la que se hizo ciudadano, es el leitmotiv de la exposición fotográfica y de artes plásticas ‘Hacer país’, inaugurada a finales de marzo y que seguirá en pie hasta junio en Estudio 50, una antigua fábrica de cristales reconvertida en un centro de arte de La Habana.
El trabajo lo confeccionaron seis artistas cubanos que estudiaron el archivo de la familia: José Alberto Figueroa, Yanelis Mora, Alejandro Campins, Ariamna Contino-Alex Hernández y Alexandre Arrechea.

Sus obras, que van desde fotografías originales –y muy bien conservadas– de la época, publicidad de los productos del conglomerado fundado por el vasco hasta una especie de pared-destilería, en memoria de la gran fábrica de José Arechabala SA, pueden apreciarse a lo largo del estudio.
En declaraciones a EFE, Vives, quien curó la exhibición junto con Inés Atienza Arechabala, asegura que se trata de un “recorrido por la vida de un emigrante y un emprendedor (…) con fotos originales, todas procedentes de la colección familiar, encomendadas a fotógrafos cubanos y de Cárdenas”.

De Bizkaia a Cuba

La idea tuvo dos génesis. 
La primera fue el libro ‘Arechabala, azúcar y ron’, de Antonio Santamaría y María Victoria Arechabala, bisnieta del fundador del emporio José Arechabala SA.
La segunda está en el pueblo originario del empresario: Gordexola (Bizkaia, País Vasco). Ahí, Vives y su marido, José Alberto Figueroa, visitaron la casa familiar.
Se trata de un palacete en el que el país caribeño está presente desde que se entra en la propiedad –hay una placa con el nombre Villa Cuba– hasta que se pasa por sus pasillos y habitaciones, con un vitral con el escudo nacional e incluso una bandera.
Figueroa, reconocido fotógrafo en la isla, capturó todo lo que le llamó la atención en la propiedad. El artista cuenta a EFE cómo el lugar lo dejó asombrado por la forma en la que los Arechabala congelaron varios momentos de la historia en Cárdenas.

“Fue mi primera visita a una casa de indianos. Yo había oído mucho sobre eso pero nunca había estado en una. No tenía idea de lo que podía ser. Y aquella casa era impresionante. Sigue siendo utilizada por la familia”, recuerda.
Para Vives, los Arechabala no solo emplearon a cardenenses, sino que fueron medulares en la construcción –y reconstrucción, tras un fuerte huracán en 1933– de la ciudad y enfocaron la consolidación del emporio del azúcar en “hacer país”, como se llama la exposición de Estudio 50.
Es decir: la familia del vizcaíno se consolidó con la idea de que ellos formaban parte de una industria nacional que debía ser fuerte, casi como un concepto nacionalista.
Al final, explica Vives, era tan fácil como resumir que Arechabala SA era un conglomerado cubano, que hacía productos cubanos, de una familia cubana y con empleados cubanos.
Pese a eso, tras el triunfo de la revolución en 1959, la firma fue expropiada y con el paso del tiempo, el barco que llegó en 1862 volvió a zarpar hacia Bizkaia dejando un legado que se disipó con el paso del tiempo.



Arechabala, Azúcar y Ron (1878-1959) por María Victoria Arechabala Fernández y Antonio Santamaría García by Yanka

José Arechabala y su legado olvidado resurgen 
con la muestra artística 'Hacer país' en La Habana

¿Turbulencia o Revolución? La Historia del Ron de origen Cubano