EL Rincón de Yanka: LIBRO "LA TIRANÍA DE LA MENTIRA": DESINFORMACIÓN, CENSURA Y CAOS por CRISTINA MARTÍN JIMÉNEZ 👿👥💥💀🙈🙉🙊

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jueves, 22 de mayo de 2025

LIBRO "LA TIRANÍA DE LA MENTIRA": DESINFORMACIÓN, CENSURA Y CAOS por CRISTINA MARTÍN JIMÉNEZ 👿👥💥💀🙈🙉🙊

 CRISTINA MARTÍN JIMÉNEZ

LA TIRANÍA DE LA MENTIRA

Desinformación, censura y caos

Quien controla la información controla el poder y moldea la sociedad. Es hora de despertar y recuperar nuestra libertad.
La famosa máxima «la información es poder» ha adquirido en las últimas décadas un carácter entre perverso y visionario, que amenaza con aniquilar el pensamiento crítico de las sociedades e imponer lo que en este libro se denomina «la era del caos».
La libertad de expresión no solo es la base de la democracia, sino del desarrollo de la Humanidad. Pero también es una amenaza para el poder, para los plutócratas y mil millonarios que quieren forjar la sociedad a su gusto. Por eso, el derecho a la información parece haberse replegado hasta perder todo su sentido, y su resultado es un más que preocupante estado de desinformación, inquietud y duda.
¿Cómo saber qué es verdad y qué es mentira? ¿Cómo se explica que una misma noticia tenga varias interpretaciones completamente opuestas? ¿Por qué ya no confiamos en el periodismo? ¿Qué está pasando en las redes sociales?
"Las revoluciones, tan incontinentes en su prisa, 
hipócritamente generosa, de proclamar derechos, 
han violado siempre, hollado y roto 
el derecho fundamental del hombre, tan fundamental 
que es la definición misma de su sustancia: 
el derecho a la continuidad".
 
José Ortega y Gasset, 

INTRODUCCIÓN

Guarda mi memoria que, desde que era una niña, siempre quise ser periodista. Y, aun­ que suene excesivo -incluso desafiante-, creo que amo el periodismo más que nadie lo ha amado jamás. Debe de haber mucha verdad en lo que siento porque, hasta hoy, no hallo una causa más sólida que la locura de un amor para entender mis primeros cincuenta años de vida. Y para explicar por qué, cuando empecé a darme cuenta de lo que la tiranía estaba haciendo con él y de él, el rayo antiguo me partió el alma en dos y, como a Pablo en su camino hacia Damasco, el fuerte impacto me tiró del caballo. Suce­dió entonces que una tenebrosa angustia me horadó la mente, y por el hueco penetró la perturbadora lucidez de la Verdad mirándome de frente. Sin embargo, en mi caso, el Cielo no brilló a mi alrededor, sino todo lo contrario. Me dejó en la más inquietante de las oscuridades, en el estado más tenebroso que jamás había conocido. Pasó el tiempo y ahora siento que ese desgarro herrumbroso no fue más que una mera fruslería si lo comparo con las amargas experiencias que aún me quedaban por vivir debido a mi obstinación -quizá absolutamente irracional- por ser una periodista de verdad.

Nací el 4 de mayo de 1974, en plena Guerra Fría, mientras el mundo asistía boquiabierto al escándalo del Watergate. Desde hacía dos años, las investigaciones de los periodistas Carl Bemstein y Bob Woodward, publicadas en el legendario The Washington Post, habían puesto contra las cuerdas al equipo del republicano Richard Nixon. Así que, mientras mi madre me amamantaba, mi pequeño cerebro en desarro­llo recibía los mensajes lanzados desde la televisión, ubicada en el salón de la casa, y, aún sin comprender qué pasaba, a mis oídos llegaban las incesantes denuncias de la sucia conspiración del presidente estadounidense, el hombre más poderoso de la Tie­rra o, al menos, de una de las dos mitades en las que entonces se hallaba dividida.

Fue así como mis primeros meses en este belicoso planeta se llenaron de los ecos de la inminente renuncia de Nixon, que copaban no solo los espacios de la prensa española, sino los de todo el mundo. Aunque yo solo era un bebé, uno de los primeros mensajes que recibió mi subconsciente fue que el periodismo era la profesión más ex­traordinaria del universo. Una profesión solo apta para personas intrépidas, honestas y dispuestas a asumir todo tipo de riesgos para defender la Verdad en el transcurso del gran combate contra la tiranía y la mentira. Una profesión a la que, como veremos en este libro, el poder intenta aplacar usando todos los medios a su alcance, sean legíti­mos o no.

El caso es que, durante la Guerra Fría, el periodismo era ia única profesión que transformaba a los mortales en héroes, pues solo los intrépidos y sagaces informadores estaban dotados para enfrentar la mentira amoral, causa de las abominables atro­ cidades que asolaban el mundo. Quizá este mensaje subliminal que recibía a diario hizo germinar en mi mente de bebé la idea de dedicar mi vida a esta noble profesión... Pero, realmente, ¿era el periodismo tan justo, libertador y valiente como parecía?

Cuando, tres meses después de mi nacimiento, el Post provocó la dimisión de Nixon, el mundo entero contuvo la respiración. En el pulso mantenido entre la institución presidencial y la prensa, había ganado la segunda. El periodismo estadou­ nidense, coronado con laurel, se presentaba como el bastión de la libertad, la verdad y la democracia, y no solo ante sus ciudadanos, sino ante su rival geopolítico: el ma­lévolo sistema comunista de la Unión Soviética, que censuraba, perseguía, ocultaba y desinformaba. Estados Unidos se había convertido en el dios del mundo libre gracias a su prensa independiente y alejada de cualquier poder, incluso del más hercúleo y prestigioso de todos, el político, encarnado en el presidente de una de las dos naciones más poderosas del planeta.

En efecto, la dimisión de Nixon sacudió la política y la sociedad estadounidenses. Fue un hecho que marcó un punto de inflexión en la confianza ciudadana hacia quienes ejercen el poder y quienes lo denuncian practicando la noble función de vi­gilantes. Los sagaces periodistas habían hecho caer al presidente, de manera que una idea poderosa marcó a fuego el imaginario colectivo: la prensa era la gran heroína, el periodismo era el «guardián de la Verdad», el «cuarto poder», sin el cual no hay ni de­mocracia ni libertad. Era de justicia loarlo, pues solo gracias a él había vencido el Bien. Y ella nos había liberado del tirano.

Sin embargo, esta épica historia ocultaba algunas tramas infames en los ángulos menos iluminados de las redacciones de los periódicos..., y del Despacho Oval. Por ejemplo, nunca se publicó por qué el entonces secretario de Estado de Nixon no solo no se vio afectado por el escándalo, sino que continuó en el cargo con el siguiente pre­sidente, Gerald Ford. Dicho secretario fue siempre un conspirador extremadamente hábil para manejar a los servicios de inteligencia y a la prensa. Conocía todos los secre­tos de Estado e intrigaba no solo en el seno del poder político estadounidense, sino en el del planeta entero. Se llamaba Henry Kissinger y, pese a sus tretas y juegos sucios, recibió el Premio Nobel de la Paz en 1973.

Pese a las falsedades vertidas contra mí durante los últimos veinte años, yo nunca he mentido y nunca he sido una «conspiranoica». Por el contrario, lo que he hecho durante todo este tiempo ha sido precisamente denunciar conspiraciones que cuestan la vida y la salud física y mental a millones de personas. Unas conspiraciones basadas en la guerra psicológica, cuyo fin es distorsionar la realidad y la compren­sión; bloquear la inteligencia y dirigirla hacia peligrosos dogmas anticientíficos. Unas conspiraciones que provocan «guerras justas» -como a las élites les gusta denominadas- y ataques climáticos. ¿Y en qué consiste el periodismo si no en investigar a los autores y las armas que los primeros emplean para librar sus «justos combates»?

Pero el poder odia a los periodistas libres. Odia todo lo que no puede controlar ni someter. Odia lo que no logra comprar con sus dólares manchados de sangre. Por eso me odia a mí. Esta ha sido la realidad que me ha tocado vivir durante las dos últimas décadas. He soportado el odio de un poder que me ha atacado ferozmente para impe­dir que realizara mi trabajo.

A menudo me preguntan qué podemos hacer para acabar con las injusticias y las mentiras,a lo que yo siempre respondo que el primer paso es conocer. Y no es una res­ puesta simple, sino el resultado de un proceso de reflexión complejo. A los periodistas nos señalan quiénes son los buenos y quiénes son los malos, los héroes y los villanos, qué bandera hemos de izar en cada guerra, qué música escuchar,quépelículas ver, qué libros leer... Pero, al seguir esas indicaciones, ¿verdaderamente estamos conociendo la Verdad, o, por el contrario, nuestra mente acaba atrapada en el caos? Yo investigo porque quiero que todos conozcamos, pues ese es el paso previo a la rebeldía moral. Lo que buscan los mensajes mentirosos del periodismo controlado por el sistema es lle­ varnos a la confusión para que no seamos capaces de distinguir el Bien del Mal. Pero se olvidan de que los seres humanos tenemos conciencia, y cuando esta se percata de que hemos sido engañados, nos lleva a rebelarnos. Ese es el valor del conocimiento: puede hacer que las cosas cambien.

Lo que mis lectores encontrarán en las dos primeras partes del libro es el origen de las alianzas de los medios tradicionales con el poder (parte l) y el vuelco que se pro­ dujo en el siglo XXI con la aparición de las redes sociales (parte 11). En la parte tercera expongo mi trabajo de investigación periodística acerca de lo ocurrido en Valencia en los meses de octubre y noviembre de 2024, así como las conclusiones obtenidas a partir de dicho trabajo; unas conclusiones que, como se verá, en absoluto coinciden con las trasladadas por el poder global, que insiste en ocultar a la ciudadanía verdades y sucesos tan obvios y dañinos -incluso homicidas- como la tiranía climática y los ataques que, en nombre de la lucha contra el calentamiento global, nos vemos obliga­dos a soportar. Por último, en la parte IV analizo eso que llaman «desinformación», un concepto con el que el poder pretende desprestigiar a quienes ni nos doblegamos ni aceptamos como válido el relato hegemónico que las élites pretenden imponer.
...
Las últimas revelaciones del propósito encubierto de la Agencia de Estados Uni­dos para el Desarrollo Internacional (USAID) me pilló acabando la redacción de este libro. Sus actividades no me causaron sorpresa alguna, sino una vibrante emoción. Al fin -me dije-, miles de personas van a conocer cómo funciona el poder en la zona autoproclamada «líder del mundo libre». Al fin, mi trabajo de más de veinte años reci­ bía su recompensa y adquiría todo su sentido.

Aunque hablaré de este asunto con más detalle en los capítulos 16 y 17, avanzaré aquí que las revelaciones producidas a raíz del cierre de la USAID a manos de la Ad­ministración Trump han marcado un antes y un después en la profesión periodística. Durante ochenta años, el periodismo ha desempeñado un papel de vigilante y cen­ sor del pensamiento universal, algo que comenzó en la década de los años cincuenta, cuando la Agencia Central de Inteligencia (CIA) invadió los medios de comunicación y estos comenzaron a trabajar a su servicio. Desde entonces,el periodismo pasó a ser un fiel lacayo del poder que lo compró y el encargado de extender falsedades sobre or­ ganizaciones, Gobiernos y personas supuestamente «enemigos» que amenazaban con cambiar el orden impuesto por Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial. Con el escándalo de las revelaciones de la USAID hemos sabido que esas prácticas siguieron desarrollándose después del final de la Guerra Fría hace ya más de tres décadas, lo que nos lleva a concluir que el periodismo y los medios de comunicación controlados están heridos de muerte al perder toda su credibilidad.

El hecho de que en el núcleo de los principales periódicos y programas informativos de Occidente haya agencias de inteligencia -que son las que, en última ins­tancia, construyen el «relato» que todos debemos comprar- ha provocado la crisis del periodismo como «cuarto poder», es decir, como el encargado de fiscalizar a los gobernantes y sus brazos armados. Ahora sabemos que tanto la CIA como la USAID crearon noticias falsas (desinformación) que eran publicadas por ciertos medios de comunicación, que de ese modo se convertían en «fuentes» para otros medios que las reproducían en sus páginas o en sus programas informativos como si fueran hechos veraces y contrastados.

En mi opinión, este ha sido el secreto mejor guardado del periodismo, la mayor estafa. Y al resultado de esa estafa yo lo llamo tiranía de la mentira, porque mantener a las personas alejadas del conocimiento y sometidas a la esclavitud de la ignorancia es uno de los mayores actos de despotismo que se pueden realizar.
Sin embargo, por mucho que se empeñen en cambiar el significado de las palabras y en crear una neolengua delirante y perversa, las palabras están inventadas y su significado no se puede ni borrar, ni censurar, ni cancelar. 
La verdad de la palabra siempre prevalecerá frente a la ignorancia que emana de la mentira de quienes viven prisioneros y gobernados por la codicia.

La tiranía de la mentira, la peor dictadura

Cristina Martín Jiménez cree firmemente que vivimos en la época de la desinformación, la mentira y el caos. Pero que son los que nos gobiernan, directamente o en las sombras, los mayores mentirosos, los mismos que nos están imponiendo la dictadura de la neocensura. Cristina es escritora, conferenciante y divulgadora. Además de doctora en Ciencias de la Comunicación-Periodismo. Está considerada como una de las mayores expertas mundiales en el Club Bilderberg. Lleva muchos años desentrañando los hilos del poder, sacando a la luz a los que verdaderamente manejan nuestras vidas a su capricho. 
Cristina lo tiene claro: quien controla la información controla el poder y moldea la sociedad. Hoy, por si fuera poco, los poderosos tratan de aniquilar el pensamiento crítico de las sociedades. Para estas élites, la libertad de expresión es percibida como una amenaza. Así, controlan con descaro los medios de comunicación, incluyendo las redes sociales. Se persigue a los que no piensan como los gobernantes, quienes intentan someter nuestro intelecto y nuestra voluntad por cualquier medio. Todo vale para robarnos en nombre de la Agenda 2030, la OTAN y la UE, con la complicidad de los "periodistas", según Cristina. 
Como luchadora por la verdad y la libertad, es objeto permanente de censura en las redes. En este programa nos habla de todos estos temas y de muchos más, como de los planes del Club Bilderberg para España, o quienes son realmente los amos del mundo. Es hora de despertar y recuperar nuestra libertad. Hagámoslo de la mano de Cristina.


Charles Wright Mills es un sociólogo que desarrolló la teoría de la "Élite del poder", la cual cuestiona la idea funcionalista de que la sociedad funciona de manera armónica y equilibrada. La teoría de Mills, a diferencia de la funcionalista, sugiere que la sociedad está organizada por una élite que ejerce un poder significativo sobre los demás.
La Élite del Poder:
La teoría de Mills sostiene que en la sociedad existe una élite poderosa que concentra el poder en los ámbitos político, militar y económico. Esta élite, según Mills, toma decisiones que afectan a la sociedad en su conjunto, y los individuos comunes son relativamente impotentes ante sus acciones.
Cuestionamiento de la Funcionalidad:
La perspectiva funcionalista, contrariamente, ve la sociedad como un sistema donde cada parte contribuye al funcionamiento general y al equilibrio. Mills critica esta visión al señalar que la concentración de poder en la élite genera desigualdades y conflictos.
El Rol de la Imaginación Sociológica:
Para Mills, la sociología debe tener una perspectiva crítica y reflexiva sobre el poder y las estructuras sociales. Él desarrolló el concepto de "imaginación sociológica", que permite comprender las relaciones entre la vida individual y las estructuras sociales, y las consecuencias de las acciones de la élite.
Ejemplos en la Sociedad Actual:
La teoría de la élite del poder de Mills sigue siendo relevante en la actualidad, ya que se observa cómo las decisiones de grandes corporaciones, gobiernos y líderes militares impactan en la vida de las personas en todo el mundo.
Importancia de la Crítica:
La teoría de Mills nos invita a cuestionar la autoridad y el poder, y a tomar conciencia de las estructuras sociales que nos afectan. En lugar de asumir una visión funcionalista, debemos ser críticos y reflexivos sobre las desigualdades y los conflictos que existen en la sociedad.

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