UN VIRUS RECORRE EL MUNDO
EL VIRUS DEL
LIBERALISMO
Nunca fue tan engañosa la raíz de una palabra: liberalismo. Liber, libre… Pero ¿quién va ser libre con respecto a qué? No se trata aquí de la persona, que supuestamente se libera de poderes que la envuelven y aplastan. Antes bien: se libera la Economía respecto del poder político. Nunca se cometió mayor aberración en la historia de los pueblos civilizados, libertando a las peores fuerzas e instintos crematísticos, esclavizando al ser humano sometiéndolo a un becerro de oro. Esta es la causa de la muerte de Europa.
Carlos X. Blanco nació en Gijón (1966). Doctor y profesor de Filosofía. Autor de varios ensayos y novelas, así como de recopilaciones y traducciones de David Engels, Ludwig Klages, Diego Fusaro, Costanzo Preve, entre otros. Es autor de los libros La insubordinación de España y Ensayos antimaterialistas, coordinador de las obras El Imperio y la Hispanidad, co-autor de Pandemia contra España y del estudio introductorio de Tiempo de incertidumbre:
El final del franquismo y la transición según la CIA estadounidense, todos ellos publicados por Letras Inquietas. También colabora de manera habitual con diferentes medios de comunicación digitales.
INTRODUCCIÓN
Un virus recorre el mundo, y recorre Europa. Es el virus del liberalismo.
Este virus, auténtico parásito cultural, no posee vida propia. Su actividad seme jante a la vida, pues toda ella es depredación y reproducción, carece no obstante de motor propio. Es una actividad que destruye aquello en donde se aloja.
El virus del liberalismo hizo su aparición en medio del orbe cristiano, ese orbe que después se llamó Europa. El virus promovió y, a la vez, obtuvo ventajas de la disolución de la comunidad tradicional. Ésta comunidad era, en realidad, un complejo organismo en donde el trabajo y su heterogeneidad se veían protegidos. Las propias profesiones se autorregulaban y se establecían los debidos procedimientos contra la chapuza, el intrusismo y la falta de mérito. Las comunas rurales o urbanas protegían a los pobres y creaban, bajo redes tupidas y sólidas, un "estado asistencial" que luego el liberalismo, como haría con los gremios, barrería del mapa.
Los reyes anteriores al virus no eran absolutos, pues el Rey de Reyes, aquí en la Tierra, un emperador, y allá en el Cielo, el propio Dios Padre, pediría cuentas y clamaría justicia. Los reyes no eran absolutos, pues el Pueblo y la Iglesia eran entidades de derecho propio, que sabían y podían detectar tiranos y, llegado el caso, resistirse a ellos. Asambleas y sínodos, jerarquías y cuerpos intermedios, principios de subsidiariedad y derecho natural protegían al hombre de cualesquiera reduccionismos. Protegían a la persona del virus liberal.
La Edad Media fue denostada, condenada. Significativo nos parece que la invención y propagación del término, asociado al mismo auge del absolutismo, aconteciera en la Europa de finales del siglo XVII, en los albores de una Ilustración en la cual las "luces" disiparían unas supuestas tinieblas que se superponían entre la antigua luz diáfana de los clásicos (Grecia y Roma) y la luz triunfante del capitalismo "moderno". Lo "moderno" fue, entonces, el proceso de secularización del yo protestante. Ese yo suelto (absoluto) que se reclama intérprete único y dialogante íntimo y sin mediadores con el Altísimo, que rinde cuentas sólo ante él sin Madre ni Maestra (la Iglesia se atomiza), quiere decirse el yo suelto propio de los protestantes, deviene el yo-ciudadano (productor-consumidor) que en un capitalismo desbocado también se atomiza, descoyuntando la comunidad orgánica que tan alto grado de civilidad había alcanzado de forma católica (universal) en torno al siglo XIII.
Nada más lejos de la luz que este "liberalismo": tiniebla satánica, verdadero ocaso de la Universalidad Cristiana que trabajosamente se había tratado de recomponer en suelo cristiano tras la caída de Roma. La llamada Edad Medía,y su continuidad legítima, el Imperio de la Monarquía Hispánica, fue un katehon, el espíritu de resistencia y recomposición de esa Unidad Espiritual, que también es unión político-militar, del Imperium. El cristiano civilizado, consciente de su misión y de las posibilidades de su alma y su sangre, nunca había renunciado a recomponer esa verdadera Comunidad Superior bajo la cual se amparan y "nidifican" todas las demás comunidades orgánicas (rural, feudal urbana) y agrupaciones estamentales:
esto es, el Imperio. La protección del desvalido, el apoyo mutuo de los estamentos, la lealtad personal, la protección de los "derechos", todo cuanto de humanismo y civilidad se atesoró tras las invasiones bárbaras, vino a consolidar un fermento para la nueva Civilización:esa que renace con los reconquistadores asturianos en las montañas del Norte, cuna de la Hispanidad. Esa que renace con Carlomagno y el sueño hecho realidad de un imperio franco-romano, preludio destellante del mucho más duradero Sacro Imperio Romano Germánico. Esa que renace tras el órdago protestante y la inmensa presión otomana: la resistencia neomedieval de la Monarquía Hispánica.
Pero el katehon enflaquece a partir de la derrota de los Austrias españoles y de la Iglesia combatiente. A Europa le entra un virus. Todo virus es parasitario, destructivo, simula la vida y no es verdadera vida. El virus del liberalismo fue tan catastrófico y letal como el virus Covidl 9, o más. Al infectar a las sociedades europeas, ya en los inicios mismos de la llamada "Modernidad", millones de personas perecieron, preciosos monumentos de la Civilización Cristiana, como el propio concepto de "persona" y "caridad", sucumbieron. Este virus ejerció la clara misión "separadora" que la tradición asigna al diablo. Hermanos de sangre, como Caín y Abel, llegaron al asesinato por el vil oro.
Las guerras de sectas, perdida la Unidad Católica, regaron de sangre nuestra Europa (aunque la Península Ibérica, protegida desde lo Alto, conservó esa Unidad y, por ende, esa paz interna).Y mientras Europa se desangraba en los siglos XVI y XVII por obra de los sectarios, los turcos avanzaban sobre Viena. Mientras los capitalistas efectuaban su "acumulación originaria"(Marx) y las "leyes de pobres" se abolían (Polanyi), el virus no hizo sino extenderse, no pudo sino circular sin freno.
El individualismo rebelde y hereje que la falsa teología difundió en la Europa del norte y del centro mutó muy pronto en un individualismo ético, económico, político. Quedó abolida la verdadera caridad, esto es, el amor al otro que consiste en verle como parte de la propia sangre y como aspecto de una misma comunidad orgánica ética. Ésta se disolvió por obra de una ideología que, al igual que todas, se formó como detritus procedente de lejanas filosofías. El empirismo y liberalismo fundante de un Locke no suponen sino un empobrecimiento de la lejana escolástica nominalista, ya de por sí decadente, una adaptación de ésta a un creciente materialismo mecanicista, para el cual el hombre es, en potencia, mercancía, un bruto sin alma cuyo valor económico ha de realizarse.
Hoy en día, el liberalismo no se ve representado exclusivamente por los Estados Unidos y su cortejo de satélites anglosajones y sionistas. La propia existencia de la Unión Europea responde a la misma traición perpetrada en los comienzos de la "Modernidad", con su despótica absorción centralizada de soberanías nacionales, con su sempiterna búsqueda de mecanismos que impiden coactivamente el proteccionismo económico de cada Estado-nación, con su sumisión desastrosa a los dictados globalistas... Quizá sea el hombre europeo el primer ejemplo de tipo de hombre civilizado, condenado en vida a la mercantilización de su persona, a la bestialización de su existencia.
Otros tipos de hombre, v.gr. el romano, vieron cómo se barbarizaba por momentos, sin dejar de ser, en el fondo, aquello que un día fue, un punto de luz civilizada en la noche. Pero el europeo de hoy se oscurece, chapotea en el barro de su ignominia y relame su propia sucie dad. No es simplemente un civilizado tardío,un nuevo bárbaro. Es un esclavo, una hormiga humanoide. El liberalismo mundial ha previsto que sea el nuevo esclavo de un "tercer mundo" revanchista, la sustancia irreconocible de mil mestizajes, la puta que aporta su propia cama y el nuevo converso que muerde el polvo, orientado hacia desiertos que se extienden por las orillas norteñas del Mediterráneo, hasta más allá, hasta una Hiperbórea perdida para siempre. Allá, en boreales latitudes será también en donde las arenas de Arabia y el viento seco de África derritan los hielos y se entierran las cruces de las iglesias.
La Civilización que creó el concepto de persona, sujeto libre de derechos, y el más fino y ajustado concepto de propiedad privada, como extensión de la propia persona y nunca ajeno a la responsabilidad comunitaria, es también la Civilización que ha optado por el suicidio. Se ha expuesto al virus del liberalismo, entronizando la Economía por encima de la Política, pero la Economía meramente crematística, el afán de lucro a costa de los seculares fundamentos de su existencia:
la propia noción de persona y la propia noción de propiedad privada. El neoliberalismo que asoma sus garras hoy en este negro horizonte es un virus ideológico que no se conforma con colonizar y esclavizar naciones enteras, deteriorar el medio ambiente, anular la existencia religiosa y nacional de las masas.
El neoliberalismo es un virus que ataca directamente ala persona. Para ese afán de lucro, ya sobra la propia noción de "persona". Es una noción prescindible. Unos fondos de inversión opacos, robotizados, a locales, que actúan sobre todo el orbe terrestre, tienen absoluta primacía sobre las masas humanas, reducidas hoy a la condición de hormigas, sin ideas ni sexo distinguibles, todas iguales, ambiguas en su piel, sin fe ni convicciones, débiles y desarraigadas...
Una reseña de
La amenaza liberal
Nacido en 1966 en Gijón, Asturias, Carlos X. Blanco es profesor de Filosofía. Ávido lector de Oswald Spengler, Ludwig Klages, David Engels y Robert Steuckers, escribió varios ensayos, entre ellos La caballería espiritual. Ensayo de psicología profunda (2018), Ensayos antimaterialistas (2021) o La insubordinación de España (2021). Recientemente fundada, Éditions La Nivelle publica finalmente un breve ensayo, Le virus du liberalisme, la traducción francesa de El virus del liberalismo: Un virus recorre el mundo (2021) editado por Letras Inquietas.
Contrariamente a la tendencia actual, que nos hace ver a una derecha identitaria nacionalista europea desviándose hacia la adulación de Donald Trump, Elon Musk y el presidente argentino Javier Milei, Carlos X. Blanco desafía la ideología liberal en sus diversas facetas mortíferas al aplicar a su pensamiento "el método del análisis dialéctico [...], en esencia, holístico y funcional".
Así, señala que "la economía se libera del poder político", lo que fomenta la propagación del "virus del liberalismo [...], un verdadero parásito cultural, [que] no tiene vida propia. Su actividad vital, al ser pura depredación y reproducción, carece de motor propio". Sin embargo, "este virus ha favorecido y se ha beneficiado de la disolución de la comunidad tradicional". Cree que "el mundo actual es un mundo pornográfico". Ésta es la esencia última y radical del liberalismo y la expansión del modo de producción capitalista en su fase globalista. También ataca con insistencia la "globalización", que no es otra cosa que el nombre de moda que resume las tendencias expansivas, intrusivas y destructivas del capitalismo a escala planetaria". Según el autor, "el imperialismo estadounidense es el agente militar de la vanguardia y de la globalización forzada, entendida en el sentido estrictamente económico, globalización ejercida por el capital mundial". Sin embargo, "hoy en día, el liberalismo no está representado exclusivamente por Estados Unidos y su séquito de satélites anglosajones y sionistas". Mucho antes de la actual distorsión de las relaciones transatlánticas bajo los arietes del trío Donald Trump, J.D. Vance y Marco Rubio, Carlos X. Blanco ya previó que, para Estados Unidos, «la alianza actual con Europa es puramente circunstancial, y llegará el día en que se romperá. La injerencia de los sionistas, los rusos y los chinos, el conflicto con las fuerzas más expansionistas del islam, etc., tendrán algo que ver». La disociación actual es, en última instancia, bienvenida, especialmente si la ideología liberal "es la causa de la muerte de Europa".
El fracaso pseudoeuropeo
Estas fuertes consideraciones confirman un realismo sólido, en particular sobre el destino de la politogénesis europea. Europa es el juguete del americanismo y el sionismo. Carece de un verdadero ejército y su economicismo frenético impide una educación exigente y disciplinada de sus ciudadanos para una verdadera unión federal europea. El autor recuerda con mordaz ironía que «esta misma maravillosa Unión [...] permitió genocidios durante las guerras en la antigua Yugoslavia. Esta misma “unión de destino en lo universal” [...] recientemente encubrió y ocultó los vuelos secretos de la CIA". Más recientemente, canceló la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Rumania, tal como había instigado la organización de otra segunda vuelta para la elección del jefe de Estado austriaco en 2016. Argumenta además que «la Unión Europea es una unión de estados, pero no es en absoluto una unión de pueblos. Estados y pueblos:
dos categorías conceptuales inconexas. Siempre se complace en hacer esta distinción beneficiosa. Pueblos y estados nunca son sinónimos ni intercambiables. El pueblo-estado (y no el estado-nación) es poco común si tomamos la palabra "pueblo" en su sentido etnocultural, con la posible excepción del caso de la República Popular Democrática de Corea. El estado-pueblo en un sentido social (y plebeyo) no existe, ni siquiera en la época del socialismo soviético.
El Estado puede crear un pueblo siguiendo un enfoque cívico y contractual, es decir un grupo de ciudadanos iguales en derechos y deberes, una comunidad política que borre las especificidades bioculturales. Todavía existen Estados formados por varios pueblos, especialmente en África, América Latina y Asia. Los pueblos pertenecen a varias afiliaciones estatales distintas (los francófonos viven en el Valle de Aosta italiano, en la Suiza francófona, en la Valonia belga, sin olvidar, al otro lado del Atlántico, los francos y los cajunes en Estados Unidos, los quebequenses, los acadianos, los bois-brûlés y los fransaskois en Canadá). Entre los separatismos regionales que minan España y un estatismo centralizador que borra las diferencias históricas y populares, Carlos X. Blanco adopta una tercera vía. Ni un nacionalismo español jacobino, como el de UPyD [centristas centralizadores] o Vox [derecha nacionalista], ni un poscomunismo sin Marx, como es el de Podemos [el equivalente español de La Francia insumisa] (y, por lo tanto, sin un análisis actualizado del modo de producción capitalista en términos de explotación, plusvalía y alienación) tienen futuro a largo plazo.
Mejor aún, el Estado español casi no existe, según nos dicen [los políticos establecidos], es una especie de ONG que "garantiza la solidaridad" entre las comunidades autónomas, y otras tonterías. Los soberanismos nacionales y regionales encarnan ahora viejas ideologías o tácticas desgastadas que incitan la desconfianza, fortalecen el sistema de partidos y benefician a una parte de la oligarquía. Son incapaces de ir más allá del marco actual: “España” y “Europa” se conciben como categorías antiguas y vacías. Además, ignoran la geopolítica actual:
un islam en guerra civil, una africanización de Europa, una reorganización de las potencias extracomunitarias (China, Rusia, India, Brasil, etc.) que hace peligrosa nuestra alianza con Estados Unidos, etc. Además, el autor describe a la llamada Unión Europea como una "absorción despótica y centralizada de las soberanías nacionales, con su búsqueda perpetua de mecanismos para impedir coercitivamente el proteccionismo económico de cada Estado-nación, con su desastrosa sumisión a los dictados globalistas". Para él, "quienes afirman que la Unión Europea es un antídoto contra el estatismo saben que mienten. La Unión Europea es una entidad monstruosa, una entidad con un claro signo capitalista y al servicio de la gran acumulación de plusvalía. La Unión Europea no es menos Estado, ni en el sentido liberal ni en el anarquista: es simplemente el club de los Estados-nación existentes y el instrumento de unos pocos, con cuya primacía podrán ejercer una especie de neocolonialismo sobre los demás".
Refundación neomedieval para el siglo XXI
A principios del siglo XVIII , en la época de la terrible Guerra de Sucesión Española (1701-1714), Carlos X. Blanco habría sido sin duda un ardiente austracista, es decir, un partidario español del pretendiente Carlos de Habsburgo. Hostil a la dinastía borbónica restaurada en 1975, deplora la acelerada americanización de la Corona y de la vida política española. Condena además, por una parte, "el concepto de igualdad (de todos los hombres) [que] oculta la desigualdad material de la especie en todos los aspectos, especialmente en lo que respecta a la posesión de los medios de producción", y, por otra parte, a riesgo de parecer reaccionario, "la democracia, que […] es estrictamente una forma de ley política, [ahora...] trasplantada a terrenos donde el concepto mismo degenera". De ahí surgieron el "lenguaje del algodón" (título de una obra de François-Bernard Huyghe publicada en 1991), la corrección política y el wokismo . En los análisis de Carlos X. Blanco podemos detectar formulaciones similares a las del francés Guy Debord en La sociedad del espectáculo (1967) y luego en Comentarios sobre la sociedad del espectáculo (1988).
¿Ha leído a Debord? Podemos suponer que debía estar interesado por los escritos de Guillaume Faye. De hecho, afirma que "occidental y europeo serán términos incompatibles. No lo son ya, pero la divergencia solo aumentará en las próximas décadas". Redescubrir la esencia de lo europeo implica, en primer lugar, rechazar “lo “moderno” [que] fue, por tanto, el proceso de secularización del yo protestante”. El surgimiento y expansión del individualismo ha abolido «la verdadera caridad, es decir, el amor al otro que consiste en considerarlo como parte de la propia sangre y como un aspecto de la misma comunidad ética orgánica». Proveniente de la matriz reformada, preludio de la fétida ideología de la Ilustración, el individualismo concibió el liberalismo, el gran corruptor de los vínculos comunitarios orgánicos. Asambleas y sínodos, jerarquías y organismos intermediarios, los principios de subsidiariedad y ley natural protegieron al hombre de todo reduccionismo. Protegieron al individuo del virus liberal.
En respuesta, insiste en la obligación imperativa de redescubrir el feudalismo, que es un personalismo opuesto a la reificación capitalista. Sin embargo, debemos ser cautelosos al abordar esta noción histórica. Karl Marx se equivoca al hablar de la economía feudal. El liberalismo y el feudalismo forman parte de la esencia de la política, y no de la economía, al establecer vínculos sinalagmáticos a pesar de la fuerte jerarquía político-social entre los miembros del clero y/o la nobleza. Al igual que el filósofo ruso Nicolás Berdiaeff, Carlos X. Blanco aboga por un retorno a la Edad Media en un contexto tecnocientífico avanzado. Lo que se denomina la Edad Media, y su legítima continuidad, el Imperio de la Monarquía Hispánica, fue un katechon , el espíritu de resistencia y recomposición de esta Unidad espiritual, que es también una unión político-militar, del Imperio.
Sabemos por Carl Schmitt que el katechon es el que retrasa la llegada del Anticristo. Éste es un factor determinante que impide la aparición del caos en la gran política.
Al referirse a la Monarquía Hispánica, un poder a la vez telurocrático y talasocrático, que dominó a varios pueblos (incluidos los arpitanos francófonos del Franco Condado y los hablantes de oïl picard en los Países Bajos), ¿hace el autor una alusión implícita a una nueva Unión de Armas? En 1626, el rey Felipe IV de España intentó acelerar la unidad de sus coronas y reinos (Castilla, Portugal, Países Bajos, Aragón, las Dos Sicilias, Franco Condado y posesiones de ultramar en América, África y Asia) en los planos militar y financiero. Las reservas y otras reticencias de las asambleas provinciales paralizaron y finalmente interrumpieron esta gran idea geopolítica inacabada.
Como podemos ver, El virus del liberalismo muestra una hostilidad radical hacia la mercantilización del mundo. Carlos X. Blanco ocupa una posición clave en la actual batalla de ideas. ¡Un libro para meditar urgentemente!
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