EL Rincón de Yanka: FEUDALISMO-PARTIDOCRÁTICO

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lunes, 21 de julio de 2025

"LA VERDAD SOBRE LA CORRUPCIÓN" por JUAN MANUEL DE PRADA

LA VERDAD SOBRE 
LA CORRUPCIÓN

Donoso Cortés afirma que detrás de todo problema político subyace un problema teológico. Es una verdad muy profunda que sistemáticamente se ignora, con la consiguiente adopción de remedios por completo inanes, cuando no catastróficos, en la solución de los problemas políticos. Ocurre así, por ejemplo, con el problema de la corrupción, que ahora florece en las filas socialistas; pero que en puridad es un problema endémico (y constitutivo) del Régimen del 78.

Siempre que estalla un escándalo de corrupción en el seno de tal o cual partido político, aparece su líder haciendo pucheros y sosteniendo que, frente a unos pocos corruptos, militan en su partido muchísimas más personas honradas que trabajan abnegadamente en beneficio de «la ciudadanía» (cada vez que se utiliza esta expresión hay que echarse a temblar). Pero lo cierto es que la corrupción en el régimen político vigente es sistémica, con independencia de que en los partidos haya más o menos militantes honrados o corruptos, por la sencilla razón de que existe un marco filosófico, jurídico y político concebido para favorecer la corrupción, que es el marco liberal.

El liberalismo, por decirlo sucinta y brutalmente, es la santificación del pecado original. Quizá no haya evidencia teológica más abrumadora que la del pecado original; pero las ideologías modernas, hijas todas del liberalismo, se han dedicado maniáticamente a negarla, a veces proclamando eufóricamente que el hombre es bueno por naturaleza y que le basta dejarse conducir por su naturaleza para comportarse con rectitud, a veces afirmando aciagamente que la naturaleza humana está irremisiblemente corrompida y que al hombre no le queda otro remedio sino sobrevivir como una alimaña en medio de alimañas. Inevitablemente, si el hombre no está dañado por el mal, o está dañado irremisiblemente, puede dedicarse a la acumulación de riquezas, algo sobre lo que nos alertaba la moral clásica, y hasta hacer de dicha acumulación un signo de salvación, tal como proclamaba el calvinismo. Pronto, esta nueva moral del dinero se haría doctrina política y económica, exaltando el individualismo y corrompiendo el fin último de una política digna de tal nombre, que es el bien común, destruyendo los frenos morales que la conciencia del pecado original introducía en toda vida que aspiraba a ser virtuosa. El afán de lucro, a la postre, es una forma monstruosa de espiritualidad, más que una concupiscencia material.

Y este afán de lucro, que oscurece el orden moral objetivo, crea una mentalidad depravada, obsesionada por satisfacer intereses particulares, gangrenada de envidia social, que genera una corrupción social generalizada. 
El capitalismo, en contra de lo que piensan los ilusos, no es tan solo una doctrina económica, sino una visión antropológica y ontológica disolvente, un sucedáneo religioso en el que el dinero ocupa el lugar de Dios. Sobre esta base corrupta y corruptora crece, además, el moho del sistema partitocrático, que promueve la adhesión partidista como forma de medro personal y que acaba parasitando a la comunidad política, colonizando y vampirizando todas las instituciones sociales, del municipio a la corporación, de la universidad a las cajas de ahorros. 
La partitocracia destruye la comunidad política y fomenta un ethos social corruptor, favoreciendo por un lado la demogresca (de tal modo que a las masas cretinizadas sólo indigne la corrupción del partido con el que no simpatizan) y promoviendo, paralelamente, la demolición de las virtudes privadas y públicas, hasta lograr que la sociedad chapotee en un lodazal, mientras la clase dirigente se dedica al trinque y al mangoneo.

La partitocracia, sobre la base de la santificación del pecado original promovida por el liberalismo y el afán de lucro canonizado por el capitalismo, es una fábrica de hombres depravados y un régimen constitutivamente corrupto que garantiza el carácter sistémico e irrestricto de la corrupción y favorece su impunidad. 
Este es el régimen corrupto que-nos-hemos-dado; y ni todos los juristas del mundo, haciendo uso de las leyes más severas y refinadas, podrían combatirlo. Sólo aceptando el problema teológico subyacente se puede combatir la corrupción; mientras se haga omisión de una realidad humana y teológica tan incontestable, todo será como arar en el mar. Y, entretanto, como nos enseña Vázquez de Mella, seremos tiranizados: 
«La tiranía es una planta que sólo arraiga en el estiércol de la corrupción. Es una ley histórica que no ha tropezado con una excepción. En un pueblo moral, la atmósfera de virtud seca esa planta al brotar. Ningún pueblo moral ha tenido tiranos y ninguno corrompido ha dejado de tenerlos».
La corrupción política.Lágrimas en la lluvia (20 Enero 2013) coloquio completo


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domingo, 22 de junio de 2025

LIBRO "SOCIALISMO, LA RUINA DE ESPAÑA": CÓMO EMPOBRECER UN PAÍS, EXPOLIAR A SUS CIUDADANOS Y DESTRUIR SUS INSTITUCIONES por MANUEL LLAMAS

 
SOCIALISMO, 
LA RUINA 
DE ESPAÑA

Cómo empobrecer un país, 
expoliar a sus ciudadanos 
y destruir sus instituciones.

EL SOCIALISMO ES UNA DE LAS IDEOLOGÍAS MÁS DEPREDADORAS DE LA HISTORIA. 
En todos aquellos Estados donde se han implementado políticas socialistas, la economía y la sociedad se han degradado irremediablemente. La República Democrática Alemana, Venezuela, Argentina o Cuba entre otros muchos países son ejemplos evidentes de esto. 
En España, los últimos veinte años de influencia socialista han marcado por completo todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, especialmente durante el mandato de Pedro Sánchez, que ha sido capaz de traspasar cualquier límite con tal de llevar a cabo su proyecto de supervivencia política.
Manuel Llamas, uno de los analistas económicos más importantes, realiza en este afilado y rompedor libro un repaso a las dos últimas décadas de historia socialista en nuestro país, con especial atención al sanchismo, para retratar cómo, bajo su influencia, España se ha ido degenerando en todas las vertientes para situarse al borde del precipicio político y económico.
Prólogo

El socialismo no funciona. No lo ha hecho en el pasado, no lo hace en el presente y tampoco lo hará en el futuro. Y no, no es una cuestión de personas ni de países, sino de ideas. El socialismo no funciona porque no puede funcionar. Sus principios son erróneos de base y, por tanto, por mucho que se aplique, una y otra vez, el resultado siempre será el mismo: miseria, represión y muerte.

El socialismo, sencillamente, mata. Siempre y en todo lugar. El desastre que trae como resultado tan sólo depende de la intensidad con la que se imponga. A mayor socialismo, más destrucción. Y lo trágico es que nadie está a salvo. El fin de la historia, entendida como la lucha entre ideologías, no llegó con la caída del Muro de Berlín y la consiguiente extinción de la Unión Soviética, para consolidar por siempre la democracia liberal y la economía de mercado, tal y como en su día proclamaron algunos ingenuos.

No. Por desgracia, la libertad siempre está bajo amenaza. Sus enemigos son muchos y muy poderosos. La libertad es una conquista del hombre que, una vez alcanzada, requiere una defensa permanente, de modo que nunca se puede bajar la guardia. Nada está garantizado por siempre. Y eso incluye nuestros derechos, libertades y bienestar.

Hay países que, literalmente, se suicidan, mientras que otros, sin embargo, renacen y avanzan con ímpetu hacia un futuro de abundancia. Y lo único que determina uno u otro destino es la preeminencia o no de las ideas correctas. De ahí, precisamente, la importancia de la batalla cultural, que no es otra cosa que la batalla de las ideas.

Toda sociedad que abrace el socialismo caerá en la senda del declive y el empobrecimiento. El camino de la libertad y el capitalismo, por el contrario, garantiza un destino de bonanza y desarrollo a todos los niveles, no sólo material, sino también personal y espiritual.

No es una mera opinión. Son datos. Las evidencias al respecto son irrefutables, se mire por donde se mire. Y, pese a todo, el socialismo sigue gozando de buena fama e imagen, mientras que el capitalismo es la diana habitual de duras críticas y ataques por parte de políticos, intelectuales y medios de comunicación. En parte por desconocimiento, sí, pero también por interés, ya que, a diferencia de lo que sucede en el mercado libre, donde todos ganan mediante la realización de transacciones voluntarias, el colectivismo —o estatismo—, a través del ejercicio opresor del poder político, es un juego de suma cero, donde unos pocos ganan mucho a costa de lo que roban a los demás.

En eso se resume, básicamente, la historia del socialismo, que, en esencia, no es otra cosa que el saqueo sistemático de los menos —gobernantes— sobre los más —gobernados— mediante el brutal y cruel ejercicio de la violencia. El socialismo es prohibición, dictadura y pobreza. Y da igual quien lo ejerza, pues su final no cambia. No hay ni un solo caso a lo largo de la historia donde la ejecución del ideario socialista haya generado riqueza y progreso para el conjunto de la población. Ni uno.

Ejemplos hay muchos. En este libro se abordan algunos, incluido el de España. Lo primero y más importante a tener en cuenta es que la riqueza no está dada, no es una tarta que cae del cielo y que, por tanto, se pueda repartir en mil pedazos de forma más o menos justa o equilibrada. La riqueza no existe per se. La riqueza se crea y se destruye, en base a la existencia o no de una serie de principios y condiciones muy concretos.

Por eso hay países que, siendo enormemente ricos en el pasado, hoy son pobres de solemnidad, convertidos en auténticos infiernos en la tierra, cuya población, por no tener, no tiene nada. Pero, al mismo tiempo, también hay países, muchos, que, habiendo sido pobres en el pasado, hoy son ricos y disfrutan de una calidad de vida excepcional, con rentas medias que superan los 100.000 euros al año por persona y donde la gente vive rodeada de comodidades.

Lo que determina uno u otro destino no es el clima, tampoco la valía mayor o menor de sus habitantes ni los recursos naturales que tenga el país ni, por supuesto, la suerte. Una vez más, la clave son las ideas. La combinación de propiedad privada, libertad en un sentido amplio y seguridad jurídica para garantizar el cumplimiento de los contratos es lo que posibilita la creación de riqueza. La ausencia o debilidad de estos pilares, sin embargo, conduce a la destrucción de la misma.

Esto es lo que explica, en última instancia, el fracaso sin parangón de los experimentos socialistas en Rusia, China, Alemania del Este, Corea del Norte, Cuba, Camboya, Vietnam, buena parte de África, Venezuela y tantos otros. Y al revés, pues la existencia de esos mismos factores es lo que determina el nacimiento del capitalismo con la Revolución Industrial en Reino Unido y su posterior extensión por Occidente.

España no es ajena a este fenómeno. Hoy es una economía moderadamente rica, pero fue un país tremendamente pobre y atrasado durante gran parte del siglo pasado. El desastre de la República, la cruenta Guerra Civil y la autarquía en los duros años de posguerra explican dicho fiasco. España llegó muy tarde a la Revolución Industrial y a las bondades del capitalismo. Tanto la clase media como la prosperidad actuales nacen, básicamente, a partir de 1959 y se consolidan después con la llegada de la democracia.

El problema es que todo lo que sube también puede bajar. Y en esas estamos desde que el radicalismo y la mediocridad se instalaron en España con la Presidencia de Zapatero en 2004 y el posterior estallido de la crisis financiera en 2008. Desde entonces, España navega a la deriva entre la izquierda y la extrema izquierda, con socialistas de todo color y condición al frente, hasta que, finalmente, el país ha terminado entrando en una peligrosa deriva populista de la mano de Pedro Sánchez.

España vive un punto de inflexión crítico, cuyo resultado determinará el futuro de al menos una generación en las próximas décadas. El país avanza de cabeza hacia una democracia de segunda división como resultado de una grave crisis institucional, junto con una economía estancada y empobrecida, fruto, a su vez, de un intervencionismo atroz, unos impuestos confiscatorios y un ataque sin tregua a la cultura del trabajo, el esfuerzo, el ahorro y el emprendimiento.

España todavía es un país rico, pero lo cierto es que cada vez es más pobre en comparación con el resto del mundo libre. El libro que tiene en sus manos explica las causas y consecuencias del éxito y caída de los países, centrando su atención en España, donde el socialismo, si nada lo remedia, nos lleva de cabeza a la ruina.

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Qué es el capitalismo

EL CAPITALISMO ES UN MILAGRO

«Ahorro, capitalismo y trabajo duro». No hay más. Esta frase, del gran maestro Miguel Anxo Bastos Boubeta, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, sintetiza a la perfección la única receta eficaz y sostenible en el tiempo para salir de la pobreza.

La inmensa mayoría de la gente no es consciente de que el estado natural del hombre es la pobreza, no la riqueza; la escasez, no la abundancia; las calamidades, no el bienestar. Y es normal que sea así porque, al fin y al cabo, el ser humano fija su atención en el presente y en el corto plazo, sin reparar en la larga historia del hombre, que se remonta a miles de años atrás.

Desde los tiempos de las cavernas, donde sobrevivíamos a duras penas, a expensas de las siempre duras condiciones del entorno, a nuestros pisos y casas, con agua corriente, luz y calefacción, hemos recorrido un largo camino lleno de dificultades. Pero el nivel de desarrollo y comodidad que disfrutamos hoy, y no sólo en los países ricos, sino a nivel global, es algo muy reciente, ya que se concentra en los dos últimos siglos, apenas un segundo en la larga historia de la humanidad, desde que el hombre es hombre.

El origen de semejante milagro no es otro que el denostado y vilipendiado capitalismo. Nunca hemos vivido mejor que ahora, a pesar de todas las crisis, guerras y problemas que sufrimos en nuestro día a día y, sin duda, seguiremos sufriendo en el futuro. Cualquier persona de renta media o baja en España vive hoy cien o mil veces mejor que cualquier rey absolutista del Antiguo Régimen en la Edad Media, a pesar de todo su poder y riquezas. Se mire por donde se mire. Da igual el indicador que se use.

Y es que, por muchos castillos, tierras o criados que tuviesen entonces a su servicio, se morían de la más mínima infección, reduciendo de forma drástica su esperanza de vida. Por no tener no tenían siquiera los servicios más básicos y comunes de los que disfruta la población actual. Los monarcas del pasado darían todas sus riquezas por vivir como vive hoy cualquier familia normal.

La gente disfruta en la actualidad de un nivel de vida inimaginable hace apenas unos siglos, de modo que una persona humilde hoy sería vista como el mayor de los privilegiados ayer. Y al revés, puesto que las condiciones de los más poderosos de antaño serían percibidas como miserables a nuestros ojos.

Así pues, mucha gente no es consciente realmente de lo que tiene y, sobre todo, desconoce por qué lo tiene. Pues bien, la respuesta no es otra que el capitalismo. Sin embargo, por increíble que parezca, dicha palabra parece estar maldita, puesto que es objeto de todo tipo de críticas y ataques, mientras que sus más bien escasos creyentes se cuidan muy mucho de salir en su defensa en público por miedo al qué dirán. Sienten vergüenza e incluso culpa por defender un sistema que, a la vista está, no suele gozar de buena prensa.

Pese a ello, por mucho que digan lo contrario, el capitalismo es el artífice del bienestar actual. Es un verdadero prodigio y, como tal, lejos de ser atacado e insultado, debería ser bendecido o, cuando menos, reconocido y, por tanto, protegido. Nunca un sistema económico ha hecho tanto por el hombre como el capitalismo. Nunca, jamás.

LOS VALORES DEL CAPITALISMO

Pero ¿qué es el capitalismo? Por un lado, una serie de valores muy concretos presentes en la sociedad y, por otro, un conjunto de principios rectores de la misma sin los cuales el capitalismo no podría fructificar. En el lado de los valores, destacan, básicamente, el ahorro, el trabajo y la libertad.

El capitalismo no es consumo, es producción. Y para producir se necesita ahorro e inversión. En este caso, el orden de los factores sí altera el producto. El consumo, en especial el consumismo de masas, no es el origen, sino la consecuencia del capitalismo. No en vano, sólo podemos consumir lo que hemos producido previamente. El capitalismo es ahorro y el ahorro es sacrificio, frugalidad, contención, autocontrol… Dejar de consumir determinados bienes en el presente para poder disponer de ellos en el futuro, lo cual exige un enfoque previsor y una mirada a largo plazo.

Ese ahorro previo es lo que permite acumular con el fin de financiar bienes de capital, tales como máquinas, herramientas o equipos que, a su vez, se utilizan para producir otros bienes de consumo e inversión. Y ese particular proceso de ahorro, inversión y producción multiplica, en última instancia, nuestro particular nivel de vida.

El segundo valor básico del capitalismo es el trabajo. Las cosas no se hacen solas, por voluntad divina. Se requiere esfuerzo y dedicación, echarle horas y buen hacer. La cultura del trabajo es fundamental, a diferencia de las ideologías que, como el socialismo, lo perciben como un castigo o una explotación. El trabajo no sólo dignifica, sino que forma, educa y disciplina a quien lo ejerce. Además, ya sea como empleado, inversor o empresario, supone nuestra aportación al conjunto de la sociedad.

Por eso mismo, las sociedades que valoran y ensalzan la cultura del ahorro y el trabajo duro tienden a prosperar, frente a aquellas donde prima el consumo desaforado y el despilfarro, el aquí y ahora (carpe diem) o vivir de los demás, aplicando la ley del mínimo esfuerzo. Estas últimas, tarde o temprano, están condenadas al fracaso.

Por último, el tercer gran valor del capitalismo es la libertad y, con ella, tanto la propiedad como la responsabilidad. La libertad es un derecho natural e inalienable. El hombre es libre por naturaleza, pues nace siendo dueño de su cuerpo y sus ideas. Y siendo esto así, pues nadie en su sano juicio desea ser esclavo en contra de su voluntad, también es dueño del fruto de su trabajo, validando así la existencia misma de la propiedad privada.

La libertad lleva a la propiedad. El hombre, al ser libre por naturaleza, es dueño de cuerpo y mente, de modo que también es propietario por naturaleza. Sin libertad no hay propiedad, de igual modo que sin propiedad tampoco hay libertad. Ambos conceptos son indisolubles.

Y ser libre, en todo caso, implica, de igual manera, ser responsable. No hay libertad sin responsabilidad. Una sociedad libre es aquella en la que los individuos son conscientes y responsables de sus actos, asumiendo las consecuencias de su buen o mal hacer en la vida.

Libertad no es hacer lo que a uno le venga en gana, sino lo que debe, puesto que la libertad individual termina donde empieza la del otro. En este sentido, libertad significa ausencia de coacción, pero también responsabilidad. Ser consciente de que todo acto tiene consecuencias, que cada cual es dueño de su destino y responsable de su propia vida —y la de los suyos en caso de precisarlo—.

El capitalismo se asienta sobre estos valores. Las sociedades capitalistas fomentan y protegen la cultura del ahorro, el trabajo y la libertad en un sentido amplio. Pero de poco o nada sirven estos valores si la sociedad o país en cuestión no respeta una serie de principios igualmente esenciales.

LOS PRINCIPIOS DEL CAPITALISMO

El capitalismo se rige por una serie de principios cuya existencia y respeto son fundamentales para que pueda surgir y funcionar correctamente, propiciando así su máximo potencial. En primer lugar, una economía de mercado que permita producir y comerciar libremente a los individuos.

El mercado, a diferencia de lo que se suele pregonar a diestro y siniestro, no son los dueños del mundo sentados a una mesa conspirando contra la mayoría de la población. Eso es más bien la Asamblea de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) o el Foro Económico Mundial, más conocido como Foro de Davos, pero no el mercado. El mercado somos todos y cada uno de nosotros interactuando libremente entre nosotros.

El mercado no es otra cosa que el intercambio voluntario, libre y pacífico de bienes y servicios entre personas, valiéndose de precios a modo de guía para tomar decisiones, con el único fin de cubrir necesidades ajenas. Punto. Y en una economía de mercado todos somos, en mayor o menor medida, tanto productores como consumidores.

Al actuar como productores, satisfacemos las necesidades o intereses de los demás, desde el panadero que hornea pan hasta el propietario de un piso que lo pone en alquiler o el accionista de una empresa que ofrece un determinado servicio. Y, al revés, como consumidores acudimos al mercado para cubrir nuestras propias necesidades y deseos adquiriendo los bienes que producen los demás.

El mercado es el maravilloso juego de la oferta y la demanda. Y todo ello de forma ordenada, libre y pacífica. Sin necesidad de que uno u otro político, valiéndose del Estado, imponga qué, cómo o cuánto producir. De hecho, la figura más importante aquí es la del empresario, quien, gracias a su talento e inventiva, se juega su propio patrimonio no sólo para satisfacer lo que demandan los demás, sino para cubrir incluso necesidades que ni siquiera existen porque todavía no han sido descubiertas.

El empresario es un héroe, no un villano. El único villano de toda esta historia es el político. Toda empresa nace de uno o varios empresarios, cuya función no es otra que servir a los demás mediante la producción de los bienes y servicios que necesitan o que, sin saberlo, necesitarán porque, de algún modo, mejoran sus vidas y bienestar. El empresario de éxito es quien mejor cubre esas necesidades ajenas, es decir, el que mejor sirve a los demás, recibiendo a cambio pingües beneficios. Y al revés, el empresario que no sirve quiebra.

Somos nosotros, el mercado, quienes hacemos grandes a las empresas y convertimos en millonarios a sus dueños, pero por la sencilla razón de que nos sirven bien. En el momento que dejen de hacerlo, les dejaremos de comprar, entrarán en pérdidas y, finalmente, cerrarán. Una empresa que registre beneficios significa que hace bien su trabajo cubriendo necesidades ajenas; si registra pérdidas, por el contrario, significa que no nos sirve bien, y debe desaparecer.

El segundo gran principio es la seguridad jurídica, entendida ésta como un mecanismo que garantiza el cumplimiento de los contratos. El capitalismo no es una selva sin reglas donde cada cual hace lo que le da la gana y el más fuerte elimina sin más y de forma violenta al más débil. Todo lo contrario. El capitalismo se rige por leyes y normas que hay que respetar, empezando por la propiedad privada, la libertad de los demás y la correcta ejecución de los acuerdos libres y voluntarios alcanzados entre las partes. El mercado son transacciones y estas transacciones, grandes o pequeñas, son acuerdos que hay que cumplir, aplicando las sanciones o condiciones estipuladas en caso contrario.

Por último, un tercer principio que hay que tener muy en cuenta es el del Estado limitado. No puede haber propiedad ni libertad ni mercado sin la existencia de límites o líneas rojas al ejercicio del poder político. La función de todo Estado debería limitarse a la protección de los derechos fundamentales de las personas, como la vida, la propiedad y la libertad. Todo lo que exceda esas funciones básicas corre el riesgo de vulnerar esos derechos naturales del individuo, generando muchos más problemas que soluciones.

Este principio precisa, por un lado, la existencia de un Estado de derecho, es decir, un régimen jurídico e institucional según el cual todas las personas, incluidos los gobernantes, estén sometidas al imperio de la ley (lo que se conoce como rule of law). Nadie está por encima de la ley. O, mejor dicho, todos somos iguales ante la ley.

Y, por otro, requiere un sistema de contrapesos para limitar, o al menos dificultar en la medida de lo posible, el ansia irrefrenable de los Gobiernos para intervenir sin control, hasta el punto de atropellar derechos y libertades básicos del individuo. La división de poderes en legislativo, ejecutivo y judicial; la garantía de contar con una Justicia verdaderamente independiente; la existencia de un marco constitucional que respete derechos y libertades básicas de las personas; o la existencia de instituciones fuertes y sólidas, tanto a nivel político como social, son algunos de los mecanismos que ha puesto en marcha la democracia liberal para tratar de establecer esos frenos a la actuación de los Gobiernos. Cosa diferente es que unos países lo hayan logrado y otros muchos no.

Economía de mercado, seguridad jurídica y un Estado limitado son los grandes principios rectores del capitalismo, las reglas de juego que permiten su desarrollo. Ahorro, trabajo y libertad son sus valores esenciales, el caldo de cultivo que propicia su nacimiento.

El problema, por desgracia, es que no siempre se cumplen ni se respetan. Y esto es lo que explica, en gran medida, la existencia de países ricos y pobres.

EL CAPITALISMO ES BUENO

Hay dos formas de entender y abrazar el capitalismo: por lo que significa en sí mismo y por los resultados que genera. Yo soy liberal y, por tanto, capitalista por ambas razones. Por principios, porque el hombre no es nada sin libertad, porque el liberalismo es la corriente de pensamiento que ha dado origen al capitalismo y a la democracia representativa, posibilitando así el privilegiado estatus del que gozamos hoy en día en Occidente y que, por suerte, se extiende cada vez a más países y zonas del mundo.

Pero también lo soy por resultados. Porque sólo el capitalismo ha demostrado ser, de forma fehaciente y a lo largo del tiempo, el mejor sistema posible para garantizar el bienestar del ser humano en todas sus formas y matices.

Sin embargo, pese a las evidencias, el capitalismo es objeto de odio y ataques de todo tipo y condición. El capitalismo es pecado, según dicen sus detractores, porque la riqueza es mala per se, dado que se obtiene mediante la explotación de los demás, en especial de los más débiles, y, además, se reparte injustamente.

Es la típica imagen del empresario explotador, con chaqué y sombrero de copa, nadando en la abundancia a costa del pobre y miserable trabajador. Así se resume la lucha de clases que vende el socialismo y, en concreto, su derivada más extrema, el comunismo. Y esa teórica injusticia es lo que justifica, en última instancia, la existencia e intervención de los políticos a través del Estado, con el fin de frenar los abusos del mercado y redistribuir justa y equitativamente los recursos.

El capitalismo es malo y el Estado es bueno. Nunca antes una mentira, siendo ésta una de las más extendidas y exitosas de la historia, ha generado tanta muerte, dolor y miseria como este burdo engaño. Y es que la negación del capitalismo y sus pilares, como la libertad o la propiedad, se usa para defender su antítesis, el socialismo, con todo lo que ello supone. El socialismo, en todas sus versiones y variantes, implica, siempre y en todo lugar, mucho más poder y recursos para el Estado y su clase gobernante, una privilegiada y reducida élite política, a costa, eso sí, del resto de la población.

Cuanto más poder tienen los políticos, menos libertad tienen los individuos, el pueblo, la sociedad en su conjunto. Cuanto más dinero y recursos acapara el aparato estatal, menos tiene su población. La política, a diferencia de la economía de mercado, sí es un juego de suma cero, donde lo que gana uno lo pierde el otro.

Bajo el capitalismo, sin embargo, sucede todo lo contrario. La economía no es un juego de suma cero, donde unos sólo ganan si otros pierden. La tarta no está dada. La riqueza no es una tarta que se pueda repartir a placer, no es como el maná caído del cielo que cuenta la Biblia. La riqueza se crea de la nada, por medio de la producción y los intercambios voluntarios y mutuamente beneficiosos entre individuos libres e iguales. Y, por eso mismo, al igual que se crea, también se destruye.

Pero para que surja y crezca la riqueza se necesita ahorro, trabajo, libertad, economía de mercado, seguridad jurídica y Estado limitado. Se necesita capitalismo, cuanto más mejor. A más capitalismo, más riqueza y bienestar. A menos capitalismo, menos. Tan simple como esto. El socialismo, y el creciente poder que siempre implica para el Estado, no tiene nada de bueno, porque se sustenta sobre la coacción, la violencia y el robo vía impuestos. ¿Qué tiene eso de ético? Nada.

Dicen que el capitalismo es malo, pero sin capitalismo no hay dinero y sin dinero volvemos al trueque; no hay ahorro ni inversión y, por tanto, tampoco hay producción; y sin producción no hay riqueza, ni crédito ni consumo; sin riqueza no hay bienestar; y sin bienestar, difícilmente puede haber felicidad, que es a lo que aspira todo hombre.

El dinero no garantiza en ningún caso la felicidad, eso es cierto, pero facilita la libertad. Y la libertad es el prerrequisito, la condición indispensable para alcanzar la felicidad, ya que sólo siendo libre puedes perseguir tus propios sueños y metas en la vida. El capitalismo es ético, es algo bueno por sí mismo, porque defiende y promueve valores y principios enormemente positivos para las personas y la comunidad en la que viven.

Pero también es bueno por sus resultados. Por sus obras los conoceréis… El socialismo es un camino directo al infierno empedrado de bonitas palabras y buenas intenciones, pero de consecuencias nefastas para la vida, la libertad y la prosperidad de los hombres. El capitalismo, sin embargo, pese a no gozar de buena fama, ha propiciado la mayor etapa de crecimiento, riqueza y bienestar de la historia de la humanidad. Por eso, si no se abraza el capitalismo por sus valores, por convicción, al menos debería hacerse por puro y duro pragmatismo, por sus frutos.


Los 10 pasos de Maduro para imponer 
una dictadura tiránica total en Venezuela 
(seguidos por Pedro Sánchez)

La deriva dictatorial del chavismo viene de lejos, pero su instauración se ha intensificado tras la derrota electoral de Maduro en 2015.


La agónica situación política, económica y social que sufre hoy Venezuela no es nueva, puesto que se lleva gestando de forma creciente desde que Hugo Chávez llegó a la Presidencia de la República en febrero de 1999, hace ya más de 18 años. Su desastrosa política de expropiaciones, nula libertad económica, corrupción galopante, restricción de derechos y libertades fundamentales, así como elevada inseguridad jurídica y ciudadana, terminaron por configurar un régimen caracterizado por la pobreza y la ausencia de una democracia efectiva.

Sin embargo, ha sido ahora, tras la muerte de Chávez en 2013 y el consiguiente ascenso de Nicolás Maduro al poder, junto al agravamiento de la profunda crisis económica que sufre Venezuela, cuando la República Bolivariana ha empezado a transitar hacia el establecimiento de una dictadura total, tanto en forma como en fondo, cuya senda ha estado marcada por 10 grandes golpes antidemocráticos asestados por el Gobierno durante los últimos dos años, con la inestimable ayuda del Ejército, el Tribunal Supremo y el Consejo Nacional Electoral (CNE), entre otros organismos que se pliegan a la voluntad arbitraria del régimen.

1. No reconoce su derrota electoral

El punto de inflexión que marcó el inicio de esta fatídica deriva fueron las elecciones parlamentarias que tuvieron lugar el 6 de diciembre de 2015. El gran descontento social que propició la intensa recesión económica, la hiperinflación y la escasez generalizada de productos básicos se tradujo en una clara derrota de Maduro en las urnas, otorgando así la mayoría parlamentaria a los partidos de la oposición.
Sin embargo, pese a la contundencia de los resultados, el chavismo no asumió la decisión soberana que reflejó el pueblo venezolano en las urnas. Pocos días antes de las elecciones, Maduro ya advertía estar "militarmente preparado" para encajar la derrota, avanzando con ello su posterior reacción. Y es que, efectivamente, una vez celebrados los comicios, el presidente bolivariano señaló que "en Venezuela no ganó una oposición democrática, ganó una contrarrevolución, utilizando la Constitución". La victoria opositora, según él, no fue limpia, sino fruto de la "antipolítica del fraude, de la trampa y de la corrupción política-electoral".

2. No reconoce la legitimidad del Parlamento

Y, puesto que las elecciones fueron un fraude, el recién elegido Parlamento carecía de legitimidad para legislar y modificar los designios del Gobierno, erigido ya como único y verdadero representante del "pueblo".
Ésta es la razón por la que Maduro se negó a admitir la ley de amnistía que propuso el Parlamento para liberar a las decenas de presos políticos que había encarcelado el régimen en los meses previos a las elecciones: "Lo digo como jefe de Estado, no aceptaré ninguna ley de amnistía porque se violaron los derechos humanos y así lo digo y así me planto, me podrán enviar mil leyes, pero los asesinos de un pueblo tienen que ser juzgados y lo tienen que pagar, así lo digo". Asimismo, el Supremo también tumbó el proyecto de enmienda constitucional que aprobó el Parlamento para reducir el período presidencial de seis a cuatro años. Es decir, al no reconocer su autoridad, el régimen ató de pies y manos al poder legislativo para poder seguir gobernando a sus anchas, sin ningún tipo de limitaciones.

3. Declara el estado de excepción

Por si fuera poco, y dado que el descontento en las calles se agravaba por momentos, Maduro declaró el Estado de Excepción y de Emergencia Económica desde principios de 2016 con la vana excusa de aliviar los graves problemas de desabastecimiento que sufría el país, pero que, en realidad, lo único que perseguía era otorgar poderes extraordinarios al presidente para adoptar todo tipo de medidas a nivel económico, político y de seguridad. Aunque el decreto fue rechazado por el Parlamento, el Supremo volvió a acudir en auxilio del régimen declarando su legalidad.
Tras la presentación del citado decreto, Maduro ya empezó a hablar sin ningún tipo de ambages acerca de sus verdaderas intenciones: "La Asamblea Nacional perdió vigencia política, es cuestión de tiempo para que desaparezca. Está desconectada de los intereses nacionales".

4. Paraliza el referéndum revocatorio

La mayoría opositora activó entonces un nuevo mecanismo, recogido en la Constitución Bolivariana, para propiciar la salida de Maduro del poder mediante la convocatoria de un referendo revocatorio, para lo cual precisaba el apoyo expreso del 20% del electorado mediante la recogida de firmas. La Constitución venezolana establece que el presidente puede ser destituido una vez concluida la mitad de su mandato mediante referéndum.
Sin embargo, el régimen empleó todas las tretas a su alcance para dificultar la recogida de firmas y retrasar al máximo el proceso. En agosto de 2016, Maduro advertía lo siguiente: "¿Ustedes vieron lo que pasó en Turquía -en referencia al golpe de estado frustrado-? Erdogan se va a quedar como un niño de pecho para lo que va a hacer la revolución bolivariana si la derecha pasa la frontera del golpismo", en alusión al intento del Parlamento por reactivar el revocatorio tras los impedimentos chavistas.
Un mes después, en septiembre, el Consejo Nacional Electoral (CNE) decidió retrasar el referendo bajo la promesa de que se celebraría en el primer trimestre del presente año, cosa que, finalmente, no sucedió.

5. Ilegaliza el Parlamento

Y no sucedió porque, simplemente, la Asamblea Nacional fue ilegalizada el pasado mes de marzo. A finales de 2016, la cámara legislativa acusó a Maduro de provocar una "grave ruptura del orden constitucional y democrático, la violación de Derechos Humanos y la devastación de las bases económicas y sociales" del país.
Pero la reacción no se hizo esperar. Una vez más, el Tribunal Supremo -brazo ejecutor del régimen chavista a nivel judicial- declaró al Parlamento venezolano en "desacato", limitando la inmunidad de los diputados y asumiendo sus competencias, con lo que ilegalizó de facto a la Asamblea. Este hecho fue tildado inmediatamente de "golpe de estado" por la oposición y la comunidad internacional.

6. Brutal represión en las calles

Agotadas las vías democráticas para remover al Gobierno y convocar nuevas elecciones presidenciales, la oposición intensificó sus protestas en las calles a partir de abril contra la deriva dictatorial que había emprendido el régimen. Movilizaciones que, sin embargo, fueron reprimidas de forma brutal mediante la detención de cientos de manifestantes y el asesinato de más de 100 personas por parte del ejército y las fuerzas de seguridad.
Las manifestaciones se organizaron para exigir la liberación de todos los presos políticos, la apertura de un canal humanitario para facilitar la llegada de comida y medicinas, la fijación de un calendario para celebrar las elecciones regionales suspendidas, así como el restablecimiento de todos los poderes usurpados al Parlamento.

7. Encarcelamiento de líderes opositores

La represión en las calles se acompañó, además, de la detención arbitraria e indiscriminada de líderes opositores. El caso más destacado es el de Leopoldo López, sentenciado a más de 13 años de cárcel por incitación pública a la violencia en las manifestaciones de 2014. El propio fiscal encargado del caso llegó a tildar de "farsa" el juicio contra López tras abandonar el país, mientras que Human Rights Watch no dudaba en denunciar que "el Gobierno venezolano ha adoptado abiertamente las tácticas habituales de los regímenes autoritarios y ha encarcelado a opositores, censurado medios de comunicación e intimidado a la sociedad civil".

8. Convoca una Asamblea Constituyente ilegal

Una vez anulado el Parlamento, Maduro anuncia el pasado 1 de mayo la convocatoria de la famosa "Asamblea Nacional Constituyente" con el fin de redactar una nueva Constitución a su medida, y lo hace de forma abiertamente ilegal, puesto que dicha convocatoria tan sólo puede ser decidida mediante la celebración de un referéndum previo, según reza la Constitución. Sin embargo, el Supremo avaló de nuevo la ilegítima e ilegal decisión de Maduro.
El régimen ignoró la reciente consulta que organizó la oposición para rechazar la Asamblea Constituyente y procedió a la citada votación el pasado fin de semana, con el resultado ya conocido: más de 8 millones de votos, el 41,5% de la población censada, según afirmó el régimen.

9. Amaña las elecciones

El problema, sin embargo, ya no es que se tratase de una convocatoria ilegal, sino claramente fraudulenta por tres razones básicas. En primer lugar, porque las "bases comiciales" -los candidatos autorizados para formar parte de la nueva Asamblea- no se ajustan a los principios básicos de la democracia, ya que el listado de posibles elegibles lo componían, exclusivamente, miembros o simpatizantes del partido de Maduro. El decreto prohibió que los partidos políticos presentasen candidaturas para, de este modo, silenciar a la oposición.
En segundo término, porque se ignoraron los tradicionales distritos electorales para otorgar una representación desproporcionada a las zonas rurales, en donde muchos municipios el oficialismo aún es dominante y puede presionar con mayor impunidad a los electores. Además, 173 de los 545 diputados se seleccionaron por el denominado "ámbito sectorial" para asegurarse la presencia de organizaciones chavistas en el Parlamento (sindicatos, consejos comunales...). Y, por si fuera poco, porque el "carnet de la patria" -la cartilla estatal que da acceso a alimentos y subvenciones- sirvió de base para elaborar el padrón electoral.
Es decir, el régimen cambió las reglas de juego para que los diputados y votantes de la Asamblea Constituyente fueran afines al régimen con el fin de garantizarse la victoria en las urnas. Aún así, el recuento fue tildado de fraudulento, ya que nadie, salvo el propio Gobierno, se cree los 8 millones de votos cosechados. Expertos y partidos de la oposición reducen la participación real a menos de dos millones de personas, el 10% del censo.

10. Declara la dictadura total

Tras el autogolpe, Maduro se apresuró a lanzar duras y claras amenazas contra la oposición, la Fiscal General -contraria a la deriva del régimen- y la prensa díscola. Por el momento, ya ha ordenado el secuestro de Antonio Ledezma y Leopoldo López, que estaban bajo arresto domiciliario, pero esto tan sólo es el principio… Y es que, tal y como advierte Human Rights Watch, los vastos poderes que se conceden a la Asamblea Constituyente permitirán la instauración de una dictadura total en Venezuela mediante las siguientes medidas: El cierre de la actual Asamblea Nacional y su sustitución por el Parlamento chavista.
La eliminación de la inmunidad parlamentaria y la activación del "Plan Especial de Justicia de Emergencia", que sería ejecutado por el Tribunal Supremo y tribunales militares para buscar y capturar a todos los "conspiradores".

La destitución de la fiscal general.

Y la suspensión de elecciones democráticas por tiempo indefinido, ya que la Asamblea Constituyente nace sin un plazo de extinción expreso, de modo que podrá prorrogar su funcionamiento sine die, sin ningún tipo de oposición. Las elecciones regionales, previstas para 2016, se retrasaron a diciembre de 2017 y los comicios presidenciales se deberían llevar a cabo en 2018, pero ahora todo apunta a que no se celebrarán, y, si lo hacen, será con unas reglas de juego ajenas a los principios básicos de la democracia (pluralidad política, sufragio universal y plena transparencia). Maduro ya lo advirtió de forma explícita el pasado junio: "Lo que no se pueda con los votos lo haríamos con las armas". El tirano chavista está cumpliendo su palabra.

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La decisión anunciada por Sánchez respecto 
a la renovación de los jueces del Supremo 
hacen temer una deriva chavista en España

Actos PieEnPared - Presentación del libro "Socialismo, la ruina de España" de Manuel Llamas

viernes, 23 de mayo de 2025

LIBROS "EL SUICIDIO DE ESPAÑA": LA AUTOCRACIA DE PEDRO SÁNCHEZ y "EL SÍNDROME DE NARCISO": DE LA DEMOCRACIA AL SOCIALPOPULISMO AUTÓCRATA por LUIS HARANBURU ALTUNA

 EL SUICIDIO DE ESPAÑA

LA AUTOCRACIA
DE PEDRO SÁNCHEZ

España en la cuerda floja: ¿reacción o rendición? 

LUIS HARANBURU ALTUNA

España atraviesa un proceso de transformación profunda que amenaza con socavar los principios de la democracia liberal construida tras la Transición. En este ensayo provocador y meticulosamente documentado, Luis Haranburu Altuna analiza cómo la deriva autoritaria del gobierno de Pedro Sánchez ha debilitado las instituciones democráticas, impulsando una mutación política de consecuencias imprevisibles. A través de un recorrido histórico y filosófico, el autor establece un paralelismo entre la teoría de la servidumbre voluntaria, formulada por Étienne de La Boétie, y la creciente aceptación de medidas autocráticas en España. Desde el abuso del Decreto Ley hasta la manipulación del lenguaje político y la subordinación de los poderes legislativo y judicial, Haranburu Altuna expone las estrategias que han permitido a Sánchez consolidar su poder. 
El libro plantea cuestiones fundamentales: 
¿Cómo una sociedad puede aceptar voluntariamente la erosión de sus libertades? ¿De qué manera el socialismo del siglo XXI ha permeado el PSOE hasta convertirlo en un instrumento de dominación ideológica? ¿Estamos ante una transformación irreversible o aún es posible revertir este proceso? 
El suicidio de España es un ensayo imprescindible para quienes buscan comprender el rumbo político del país y las claves de un fenómeno que trasciende fronteras. Una advertencia contundente sobre los peligros del autoritarismo encubierto bajo el disfraz de la democracia. 
«Cuando un gobierno convierte a la mitad de su pueblo en su enemigo, la democracia se tambalea. Este ensayo disecciona la autocracia del sanchismo y su peligrosa mutación de España hacia la servidumbre voluntaria». José María Múgica Heras, abogado y víctima de ETA.

“La actitud pasiva de la sociedad civil 
ante el progreso del autoritarismo sanchista 
raya con la colaboración servil”

Luis Haranburu Altuna, nacido en Alegría de Oria (Guipúzcoa) en 1947 ha compaginado a lo largo de su vida las tareas de escritor y editor. Es autor de una amplia obra literaria que supera la treintena de títulos. La mayor parte de su trabajo, que abarca tanto la narrativa como el teatro y el ensayo, la ha escrito en euskera. De entre sus trabajos publicados en castellano destacan los ensayos Cartas de Agosto al Lehendakari Ibarretxe, Duelos y quebrantos del euskera, El Dios de los Vascos (2008), Historia alternativa de la literatura vasca, El Crepúsculo de Dios, Historia cultural del cristianismo en Vasconia. Recientemente, ha publicado Odiar para ser. Nacionalismo vasco y Pedro Sánchez o el síndrome de Narciso. También ha desarrollado una intensa labor periodística en periódicos y revistas como Triunfo, El Mundo, Zeruko Argia, Anaitasuna y Berriak. Acaba de publicar El suicidio de España (Editorial Almzaara, 2025).
¿Qué le llevó a escribir "El suicidio de España" en este momento político concreto? El 2024 publiqué mi ensayo sobre el perfil psicológico y político de Pedro Sánchez (Pedro Sánchez, el síndrome de Narciso) donde aventuraba un diagnóstico político sobre la ruta seguida por el sanchismo, “desde la democracia al socialpopulismo autócrata”. En este libro he llegado a la conclusión de que el régimen actualmente establecido en España es ya una autocracia. 

¿Cómo definiría en una frase el objetivo último de su libro? 
Tratar de despertar a quienes desde su silencio y anuencia han hecho posible el colapso del régimen democrático de 1978. 

¿Esta obra es una advertencia o una acusación? 
Es una mezcla de ambas cosas, pero sobre todo pretende ser una llamada a la libertad. No en vano dedico el libro a los “amantes de la libertad”. En el libro habla de un “desmantelamiento institucional planificado”. 

¿Sobre qué elementos sostiene esta afirmación?
En política es, a veces, necesario que el tiempo transcurra para poder calibrar los acontecimientos que nos afectan. Dos décadas no permiten hablar de una conspiración antidemocrática plena, pero si constituyen un lapso suficiente para identificar una voluntad destituyente de la España de 1978. El relato inspirado por Zapatero e instaurado por Sánchez denota una intencionalidad de ruptura con el sistema democrático instaurado en la Transición. 

En su opinión, ¿puede una democracia sobrevivir al abuso del Decreto Ley como herramienta habitual de gobierno? 
Nuestra democracia es parlamentaria y todas las políticas que contravengan o traten de ignorar al Parlamento mediante el abuso del Decreto Ley conllevan un grave deterioro de las formas parlamentarias. La democracia plena lo ha de ser en sus contenidos y en sus formas, pero el sanchismo elude y burla la balanza del poder al sustraerse al control del Parlamento. Sánchez afirmó que gobernaría incluso sin el apoyo del Parlamento y con ello definió su designio autocrático. Dicha afirmación fue aplaudida por el órgano de control del PSOE. 

¿Qué papel juega la sociedad civil en esta aparente “normalización” de prácticas autoritarias?
Es fundamental el silencio y el `laissez faire´ de la mayoría que sustenta al actual gobierno de España. Desgraciadamente, la sociedad civil en su conjunto no es consciente del deterioro democrático que Sánchez ha acarreado con sus políticas. En mi libro establezco un paralelismo entre el diagnóstico que Éttiene de La Boétie estableció en su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria” y el fenómeno del sanchismo. Es relevante la actitud pasiva de la sociedad civil española que raya con la colaboración servil ante el progreso del autoritarismo sanchista. 

¿Cómo ha influido el pensamiento de autores como Arendt, Schmitt o Tocqueville en su análisis? 
Tocqueville y Arendt, en sus análisis, aportan luz y criterio a la hora de escudriñar la cualidad política de nuestra decreciente democracia, mientras que Carl Schmitt nos permite identificar los vicios estructurales de la llamada “izquierda reaccionaria” representada por el gobierno de progreso que nos desgobierna. La creación de la figura del enemigo (fachosfera) realizada por el sanchismo es el principal aporte teórico de debido a Carl Schmitt, inspirador jurídico del nacionalsocialismo y temprano admirador de Mussolini. 

En el libro habla de la “neolengua del sanchismo”. ¿Puede darnos ejemplos concretos y explicar su función política?
Pedro Sánchez con su proverbial capacidad de disimulo y mendacidad es un lector aventajado de George Orwell. El relato iniciado por Zapatero y culminado por Sánchez se sostiene sobre una retórica que falsea la verdad y niega las evidencias históricas. Se trata de un falso relato, que incluso una parte de la oposición democrática ha dado por bueno y se nutre de términos manipulados como “democracia real”, “pueblo”, “progreso” o “nación de naciones”. 
En el libro se establece un léxico de urgencia para entender el neolenguaje del sanchismo. Su función es la construcción del falso relato para justificar el gobierno autocrático. 

¿Estamos ante un populismo de izquierdas o ante una nueva forma de autocracia / tecnocracia? 
La Historia pondrá nombre al régimen que nos ha tocado vivir, pero creo que el término de populismo de izquierdas se queda corto. Mas bien, nos encontramos ante una autocracia que bajo la superstición ideológica del “progresismo” ha desembocado en un régimen personalista y patrimonial que identifica autocracia con cleptocracia, arbitrariedad y narcisismo. 

¿Ve posible una regeneración democrática sin una profunda reforma institucional?
Es muy complicado. Sin embargo, tenemos la salvaguarda de Europa que si bien hasta ahora nos ha mirado con cierta perplejidad, parece que comienza a desenmascarar la tramoya sanchista. Es muy ilustrativo todo lo ocurrido con la necesidad del rearme solicitado desde la UE y la OTAN. No obstante, echo de menos la existencia de una plan alternativo, bien estructurado y eficiente, que debería rehacer los rotos producidos por el sanchismo y reparar los desperfectos estructurales provocados por el sesgo autocrático de Pedro Sánchez. Hecho de menos a las élites de la sociedad civil que aporten luz, ilusión e ideas para solucionar el entuerto que padecemos y lamento, sobre todo, la deficiente calidad intelectual y la falta de autoridad moral de nuestra clase política. 

¿Qué responsabilidad tienen los medios de comunicación en la erosión de la calidad democrática? 
Importante. Los medios, por desgracia, son siervos de la contingencia económica, pero la irrupción de las nuevas tecnologías ha hecho posible la existencia de nuevos medios que han posibilitado una democratización de la información. Lo cual ha enfurecido a quienes disfrutaban del monopolio sobre el relato y la información. Los medios tradicionales han tendido a la servidumbre respecto al poder político y ello con grave menoscabo de la libertad informativa y política. La digitalización de los medios ha abierto una ventana de oportunidad a la libertad. 

¿Qué mensaje espera que cale en el lector tras cerrar la última página de El suicidio de España? 
Concluyo mi ensayo con la imagen de Ulises que al regresar a Ítaca vislumbra el humo que emerge de su hogar. Desearía que el lector añore el regreso al hogar democrático que supuso la Constitución de 1978. Un regreso que haya somatizado el peligro tanto del populismo como de la autocracia personal del Uno. Una añoranza de la libertad y de la igualdad, que nos constituye en ciudadanos libres e iguales.


PEDRO SÁNCHEZ 
Y EL SÍNDROME DE NARCISO 

DE LA DEMOCRACIA 
AL SOCIAL POPULISMO AUTÓCRATA

En la personalidad política de Pedro Sánchez convergen signos y rasgos que sugieren un síndrome narcisista, que influye y condiciona su particular estilo de gobernanza. Si bien el narcisismo en su medida adecuada puede fortalecer la autoestima personal, en exceso puede tornarse perjudicial. El autor de este ensayo sostiene que la personalidad del presidente Sánchez está estrechamente ligada al fenómeno del socialpopulismo que actualmente define el panorama político español, caracterizado por una polarización política promovida desde el gobierno. En el socialpopulismo, la voluntad del líder se erige como la única fuente de legitimidad, sin estar sujeta ni a la ley ni al interés general. El entramado político concebido por Pedro Sánchez y su círculo cercano constituye un artefacto políticamente eficaz pero democráticamente perjudicial. Este ensayo busca indagar en las causas y motivos que han llevado a la involución democrática del peculiar Gobierno de España. El uso del «escudo social» como encubrimiento de políticas clientelistas y populistas es el núcleo del socialpopulismo, cuyo principal propósito es la perpetuación en el poder. La evitación de la alternancia política es la meta de este régimen, empleando como principal estrategia la creación de un enemigo (denominado «la fachosfera») desprovisto de virtudes y marcado por su ilegitimidad original, basada en una falsa narrativa histórica sobre la transición política de España. Luis Haranburu Altuna sostiene, en estas páginas, que el actual deterioro democrático de España está estrechamente vinculado a la personalidad de su presidente: una personalidad narcisista con un evidente sesgo autocrático.

"En realidad, el hombre no tiene derechos en una democracia.
No los perdió en beneficio de la colectividad nacional ni de la nación, sino de una casta político-financiera de banqueros y agentes electorales. 
La democracia masónica (globalista), a través de una traición sin igual, se disfraza de apóstol de la paz en esta tierra y al mismo tiempo proclama la guerra entre el hombre y Dios.
"Paz (Pacifismo) entre los hombres y guerra contra Dios". Corneliu Zelea Codreanu

Prólogo

TEO URIARTE

Este ensayo que prologo, lo digo sin rodeos, trata de entender la personalidad del presidente Sánchez, al dedicar su autor un profundo estudio de su personalidad que recuerda, aunque este sea más extenso, el que dedicara Marx a Luis Bonaparte en su "El dieciocho Brumario", personaje al que con toda justeza no dejó de llamarle crápula, y donde el autor de los grandes sistemas filosóficos nos indica que la política pasa por el carácter de sus dirigentes y hasta por cómo hacen la di­ gestión sus protagonistas.

Posiblemente nunca conozcamos las razones que llevaron a Pedro Sánchez a romper traumáticamente con la postura que España, con sus diferentes Gobier­nos de derechas e izquierdas, había mantenido con respecto al Sahara occidental, rompiendo con uno de los referentes identitarios más sólidos de la izquierda y con la resolución de una institución tan cara en sus discursos como es la ONU. Fue sorprendente que lo hiciera sin causa conocida por la opinión pública, sin ni siquiera rumor periodístico que pudiera avanzar la decisión que se iba a tomar y sin ninguna solvente explicación.
Este giro en la política exterior fue llevado de forma radical, de la noche a la mañana, sin pasar por el Consejo de Ministros y mucho menos por las Cortes. La decisión parecía surgir de la voluntad de un déspota del Antiguo régimen. 
¿Hubo chantaje del reino de Marruecos o de alguna otra potencia? Probablemente nunca lo sabremos. Pero el ensayo que nos presenta Luis Haranburu Altuna nos puede sugerir fundamentadas hipótesis y razones de por qué nuestro presidente actúa de tan arbitraria manera.

No fue el caso del contencioso marroquí con el Sahara el único en el que nos viéramos sorprendidos, recordándonos a los viejos del lugar cómo tomaba mu­chas decisiones el dictador Franco, el cual, como deben saber, acaparaba todos los poderes. Con Sánchez las formas democráticas que hasta la fecha habían regido en la corta democracia española desde su «no es no», que paralizó la vida política, estaban cambiando en un sentido autoritario amén de agresivo, pues no se puede empezar el primer debate al que asiste llamando «indecente» a su oponente. Lo que no es óbice para recurrir al victimismo cuando él se considera el insultado. Resultó de una prepotencia desmedida las dos veces que anuló derechos fundamentales de la ciudadanía, y cerró las Cortes mediante un decreto de alarma a causa del covid-19 (declarado inconstitucional), o que gobierne escandalosamente mediante el decreto ley, o que repetidamente haya llevado a cabo decisio­nes que anteriormente proclamara no realizar, sea el acuerdo de formación del «Gobierno Frankenstein», los pactos con Bildu o el indulto a los condenados por sedición y malversación en Cataluña. O que se haya atrevido recientemente a promover una amnistía, cuando en varias ocasiones él y su Gobierno la habían calificado de inconstitucional en un ejercicio de constructivismo jurídico execra­ ble, y negociar la presente legislatura con el prófugo Puigdemont en Suiza me­ nospreciando al legislativo, al poder judicial y al propio rey.

Llama la atención la sensibilidad de su partido al denunciar como delito de odio la rechazable acción, por parte de manifestantes, de destrozar una piñata que re­ presentaba su figura, cuando desde el Gobierno se ha obviado todo tipo de actos contra la figura del rey y de otros políticos, y se ha permitido homenajes a presos deeta, lo que pudiera indicar un culto a la personalidad digno de otros regímenes e impropios de nuestro sistema democrático.
Pues bien, sobre estos comportamientos descubrirán sugerentes reflexiones en este libro, en el que su autor se cuida mucho de denominar autócrata al personaje que analiza, aunque lo compara con todos los que sí responden a este calificativo y que han pasado o están presentes en la política internacional. Y lo hace sesudamente, con todo tipo de referencias, mostrando una gran preocupación ante las consecuencias que puede producir el comportamiento de este líder. 
«Es muy posible -escribe- que el presidente Sánchez pase a la historia como el campeón del bibloquismo y de la polarización política. España se encuentra dividida, como jamás lo estuvo desde la época que precedió a la guerra civil. Se trata de una divi­ sión impostada de manera artificiosa que tiene por finalidad la perpetuación en el poder del llamado "bloque progresista"». Y añade: «¿Es normal que el interés personal de uno prevalezca sobre el interés general de toda una nación?».

Y para conseguir tal polarización el autor considera, siguiendo a Félix Ovejero, que ha logrado mutar a la izquierda en una ensoñación romántica del progreso como nueva religión civil, con el triunfo del sentimiento frente a la razón, y donde «el personalismo cesarista de su dirigencia constituyen el basamento de esta nueva iglesia que nos considera creyentes o descreídos antes que ciudada­ nos. 
La izquierda ha desaparecido al amortizarse la razón, la igualdad, la libertad y el esfuerzo que siempre figuraron en el blasón de la izquierda política».
Haranburu Altuna sostiene sus opiniones sin caer en el insulto, basándose en el carácter narcisista del actual líder del socialismo español, narcisismo surgido de un evidente resentimiento. Para ello se apoya en un largo listado de psicólogos, sociólogos y politólogos: Freud, Otto Kernberg, Heinz Kohut, Christopher Lasch, Robert Jay Lifton, Amando de Miguel, Marie-France Hirigoyen, Joaquín Sama y Melanie Klein (autora del ensayo "Envidia y Gratitud"), y otros más cercanos a nosotros como Unamuno, Félix de Azúa o Fernando Sabater. No cabe duda de que la osadía del autor al someter a su análisis a tan encumbrado personaje cuenta con muchas referencias de autoridad, lo que pudiera entorpecer la rapidez de lectura y exigir una cierta dedicación.

«¿Qué humillaciones no habrá sufrido Sánchez para tener tan frenética sed de venganza personal?». Lugar de donde parte el tratamiento del personaje para conectar con la argumentación de Nietzsche sobre este trauma. En palabras del autor: 
«El resentimiento, cuna del narcisismo, es el motor que ha acelerado la eclosión identitaria contemporánea. El nativismo, el progresismo reaccionario, el feminismo woke o los nacionalismos insolidarios tienen en el resentimiento la herida narcisista que los impulsa».
En general, todas las cualidades de nuestro presidente (su contumaz uso de la mentira, cuyo caso más reciente y llamativo es recordarle al portavoz de upn, en el debate de investidura, que gobernaban en Pamplona gracias a su partido cuando ya había pactado entregar la alcaldía a Bildu; la falta de piedad con sus oponentes, como lo demostrara en la persecución de Tomás Gómez; o la carencia de escrúpulo utilizando alas personas como clínex) quedan englobadas en el aná­lisis del profundo narcisismo del que adolece.
Concluyo con el autor: «Las cosas solo pueden ir a peor mientras seamos gober­ nados por hombres y mujeres que solo tienen la perversa obsesión de quererse a sí mismos».
Vitoria, 8 de enero de 2024

Introducción

El escenario político que se ha abierto con la investidura de Pedro Sánchez, gracias al apoyo de todos los que desean derruir nuestro hábitat democrático, es imprevisible además de problemático e inseguro. Es por ello que cabe preguntar:
¿Por qué y cómo hemos llegado al escenario actual? ¿Qué oscuras fuerzas inciden en la actual deriva política de España? ¿Es acaso un problema derivado de la coyuntura política española? ¿Es debido al extravío de un partido político que ha perdido el norte del sentido de Estado? ¿O es tal vez la personalidad de nuestro presidente la que determina esta situación compleja y opaca donde la libertad y la igualdad se muestran problemáticas?
En la historiografía existen diversas corrientes a la hora de señalar a los prota­ gonistas de la historia. Una de ellas sostiene que la historia es el resultado de las acciones y decisiones de los individuos que, con su voluntad, carácter y talento, influyen en el curso de los acontecimientos. Autores como Plutarco, Carlyle, Nietzsche,Gregorio Marañón y Ortega y Gasset apoyan la tesis de la importancia de las individualidades en la historia. Otros como Marx, Engels, Lenin y Gramsci, en cambio, afirman que la historia es el producto de las condiciones materiales, sociales y culturales que determinan el comportamiento de los individuos y los grupos humanos.

Posiblemente, ni los partidarios de las individualidades, ni los que valoran las relaciones sociales de los colectivos poseen toda la razón, y es la concomitancia de individuos y de contextos históricos lo que determina el devenir de la historia. Si miramos al presente nos encontraremos con instituciones que tienen un carácter neutro, donde las individualidades carecen de protagonismo y este corresponde a colectivos burocráticos. Como ejemplo de una institución de este tipo, podríamos mencionar ala Unión Europea, que carece de personalidades destacadas. Muy por el contrario, nos encontramos con naciones y Estados fuertemente marcados por sus dirigentes, que reúnen las características de una personalidad narcisista.

Actualmente vivimos una eclosión de personalidades narcisistas que, al modo de Putin, Erdogan, Trump,Xi Jinping o Macron imprimen su sello personal a los Gobiernos que presiden, de modo que es del todo obligado estudiar sus biografías y actuaciones públicas para tratar de entender y, tal vez, predecir sus políticas. Es una obviedad que en la España actual tenemos a una individualidad desco­llante, que durante su presidencia al frente del Gobierno ha marcado de manera determinante la política española. Nos estamos refiriendo, por supuesto, a Pedro Sánchez Castejón, secretario general del psoe y presidente del Gobierno de Es­ paña. Como bien apunta Ignacio Varela: «No hay duda de que Pedro Sánchez es el político español más importante de la década. Nada de lo sucedido en España desde el verano de 2014 se explica sin él».

Para bien o para mal, lo que Varela afirma es una evidencia. La personalidad de Pedro Sánchez ha marcado la historia política de España en la última década. Este marcaje, sin embargo, no es ajeno a la manera de ser de Pedro Sánchez ni al perfil psicológico de nuestro presidente. Su personalidad narcisista nos ayudará a entender los porqués de algunas de sus actuaciones y nos aclarará algunos de los resortes psicológicos que explican su manera de proceder. Nada se entiende en la política española de la última década sin tener en cuenta la peculiar personalidad del presidente que lo impregna todo.

En la segunda parte de las memorias de Pedro Sánchez que lleva por título "Tierra firme", se cantan las excelencias de nuestro presidente y se glorifica su manera de ejercer el poder, sin atisbo alguno de autocrítica. Sánchez se nos presenta como el avezado piloto que ha traído a buen puerto la nave que es España. La exitosa singladura, sin embargo, no ha acabado aún, ya que se propone navegar «de la resistencia a la tierra firme que llegará cuando culminen las transformaciones en marcha». Las transformaciones en marcha son varias y todas ellas afectan, negativamente, a la estabilidad política de la nación, a la unidad de su territorio y a la concordia de la sociedad española. Pero de entre la profusa y reiterada na­ rración de los supuestos éxitos de Pedro Sánchez, llama la atención una reflexión del presidente que lo retrata, tal vez sin proponérselo. Casi al final de su libro Sánchez realiza la siguiente consideración sobre Vladimir Putin: «La forma de ser de Putin, determina su forma de ver el mundo y ha tenido un papel decisivo, como dirigente de un país autocrático».

Si el nombre de Vladimir Putin lo sustituyéramos por el de Pedro Sánchez, posiblemente obtendríamos una foto fija de lo que acontece en esta España presidida por el autor de la frase. Efectivamente la forma de ser de nuestro presidente determina su forma de ver el mundo, y ha tenido un papel decisivo como diri­gente de este país (cada vez más) autocrático. Es decir, Sánchez es consciente de que la personalidad de un dirigente determina su cosmovisión y ejerce un papel decisivo en su manera de gobernar. Lo que no dice el presidente es que él, al igual que Putin, padece de un trastorno de personalidad narcisista que determina su forma de ver el mundo y condiciona sus políticas. Es de esto de lo que trata el pre­sente ensayo.

Escribir sobre la personalidad de alguien es una tarea azarosa, en tanto en cuanto la privacidad de cada cual impone límites infranqueables al cuestiona­ miento de las personas. Pero las cosas cambian cuando la persona en cuestión posee una proyección pública e incide en la vida de cada cual. Pedro Sánchez ha actuado en política con alguna opacidad e incluso, a veces, de espaldas a quie­ nes están legitimados para juzgar y, en su caso, corregir sus actuaciones, pero ello no obsta para que los ciudadanos tengamos el derecho de opinar sobre su actividad pública. Las actuaciones de nuestro presidente afectan a nuestras vidas y tenemos el legítimo derecho para observar y tasar su actividad. En democracia, la ciudadanía está habilitada para emitir juicios morales y políticos sobre sus dirigentes y no solo en las elecciones habilitadas para ello, sino que es un derecho inherente a la participación democrática. Es, por lo tanto, en el uso del derecho de todo ciudadano a juzgar y a criticar al gobernante, por lo que nos hemos «entrometido» en la vida y milagros de nuestro presidente Sánchez para tratar de com­ prender y, en su caso, apoyar o no sus políticas que tanto nos conciernen.

Este no es un ensayo de índole meramente psicológico, sino que pretende ir más allá de los rasgos característicos de alguien para realizar un análisis político de las causas que intervienen en nuestro devenir político como sociedad y como ciudadanos. Existen suficientes evidencias para aventurar que la personalidad de Pedro Sánchez ha determinado y determina sus políticas, que tienen una repercusión directa en nuestras vidas. Es por ello que nos hemos propuesto indagar sobre su personalidad, tratando de hallar la razón última de algunas de sus políticas.

La Psiquiatría ha habilitado instrumentos y patrones de conducta que ayudan a rastrear y entender algunas constantes de la personalidad narcisista. Dichos instrumentos pueden ser correctamente utilizados, sin recurrir al examen clínico y pormenorizado de las personas objeto de estudio, cuando se trata de identificar y calificar actuaciones de orden político que son públicos y notorios. Lo que pretendo decir es que no es preciso reclinar en un diván a Putin ni a Sánchez para darse cuenta de que sus acciones políticas pueden ser objeto de observación y análisis. Hace dos mil años quedó sentenciado que «por sus frutos los conoce­réis» (Mateo, 7) y es que al árbol se le conoce por sus frutos. Es desde esta eviden­cia empírica como podemos aproximarnos, con tiento y buena fe, a analizar los frutos cosechados durante la última década en el huerto de Sánchez. Un huerto donde hallaremos frutos similares a los cosechados por personajes emblemáticos con nombres tan sonoros como Donald Trump, Boris Johnson, Vladimir Putin o Silvio Berlusconi. Pedro Sánchez se ha ganado a pulso el derecho a figurar en la nómina de los ilustres personajes que acabamos de enumerar.

La pregunta que cabe formular sin ningún tipo de cortapisas es la siguiente: ¿es Pedro Sánchez narcisista? La respuesta es afirmativa en la medida en la que todos los humanos lo somos en un grado u otro, por lo que habría que reformular la cuestión en otros términos: ¿es Pedro Sánchez un narcisista patológico? El autor de este ensayo es incapaz de responder a semejante pregunta, ya que no cuenta con una cualificación académica al respecto. Sin embargo, quien esto escribe se ha preocupado de realizar algunas lecturas e indagar sobre casos clínicos, que le permiten calificar de plausible y verosímil la hipótesis de un trastorno de personalidad narcisista. Es un trastorno muy corriente, tanto en la clase política como en la financiera y la empresarial. No obstante, no seré yo quien pontifique sobre si Pedro Sánchez padece un trastorno de personalidad, dejo al lector que se haga su propia composición de lugar, y mi tarea se limitará a indicar comportamientos, indicios y síntomas para que el lector se sitúe. El lector adulto y avisado sabrá hacerse una idea al respecto y concluir sobre si Pedro Sánchez se ajusta al patrón de comportamiento de un trastorno de personalidad o no. Por mi parte, me limi­taré a mostrar los frutos para que desde ellos se pueda identificar al árbol.

Vayamos, pues, a los frutos. Y a los hechos.

El primero y más destacado de los frutos de la gobernanza de Sánchez es la construcción de una trinchera política entre dos bloques antagónicos. En un lado está la España reaccionaria e históricamente perversa que PP y VOX representan, y frente a ella se alza la España progresista, feminista, ecologista y solidaria que representan la veintena de partidos soberanistas o de izquierda extrema, amalgamados en tomo a Sánchez. Poco importa el que en el bando de la España progresista se sitúen partidos de signo racista o directamente partidarios de la liquidación del espacio político que constituye la nación española. Es típico de la mentalidad narcisista la percepción de la realidad en términos maniqueos, donde el bien y la virtud se residencian en el lado del narciso (lado correcto de la historia), mientras que la maldad, el vicio y la corrupción anidan en el bloque opuesto. 
En la sesión de investidura del día 15 de noviembre de 2023, Sánchez proclamó en el Congreso que su meta política era la construcción de un muro «democrático» para hacer frente a la extrema derecha. «Conmigo o contra mí» es la personal visión narcisista de Sánchez. Es este un fruto ya cosechado por Sánchez, y en su virtud España ha recobrado el fantasma de las dos Españas enfrentadas, retrotrayéndonos a los tiempos que precedieron a la tragedia de 1936.

El segundo de los frutos cosechados por Pedro Sánchez consiste en la mayor acumulación de poder, desde la muerte de Franco, en su persona. La posesión del poder, de todo el poder, es la meta ambicionada de todo narciso, y Sánchez se ha empleado a fondo para anular los contrapesos típicos de toda democracia. Comenzó clausurando el Congreso durante la crisis sanitaria del covid-19, clausura que el Tribunal Constitucional declaró ilegal y continuó eludiendo al Congreso en su tarea legislativa. Los decretos leyes se convirtieron en norma, y los controles del Consejo de Estado y la tutela de la abogacía del Estado se convirtieron en papel mojado. 
La gota que ha colmado el vaso, en el afán de colonizar todos los aparatos del Estado, lo ha supuesto la acusación de lawfare al conjunto de la judicatura según el acuerdo de investidura alcanzado por el PSOE y Junts en Bruselas. Es decir, Pedro Sánchez ha dado por buena la imputación de prevaricación a losjue­ ces españoles. Sánchez está a punto de acumular todo el poder en sus manos.

El tercero de los frutos obtenidos por Pedro Sánchez consiste en la parcial anulación de las prerrogativas del rey. Desde la cancelación de la presencia del rey en actos oficiales celebrados en Cataluña, hasta la expresa desautorización de la figura del rey mediante la ley de amnistía pactada con Puigdemont a cambio de sus siete votos, supone un claro ejemplo de personalidad narcisista, al no tole­ rar que nadie esté por encima de su persona. La pulsión narcisista se evidencia cuando el histórico mensaje institucional del rey, del día 3 de octubre de 2017, es desautorizado al asumir Sánchez el relato político del secesionismo catalán, en virtud del cual se legitima el procés, con grave menoscabo de todas las instancias legales y políticas que se opusieron al golpe soberanista contra la democracia.

El cuarto fruto cosechado por Pedro Sánchez Castejón es el de su soberana arbitrariedad al proclamarse por encima de la ley y de la moral políticas. Narciso no reconoce una instancia superior a la de su ambición de poder. Es por ello por lo que recrea una realidad paralela presidida por su particular y egoísta interés, y guiada por una axiología propia. Ya nos avisó Nietzsche de la capacidad del resentido para generar una nueva realidad, tras subvertir la tabla de valores al uso. El narciso es, en definitiva, un resentido que trata de vivir con su herida narcisista y no concibe ninguna ley que contravenga sus intereses. No es que el narciso mienta y cambie constantemente de opinión. No. El narciso se orienta tan solo por lo que en cada momento indica la brújula de su ambición. No es que sea arbitrario o mienta, sino que desde su mendacidad orgánica (realidad virtual e interesada), el narciso es plenamente coherente con lo que el propio interés le dicta. El cambio de opinión sobre el Sahara, por ejemplo, o la sustitución de los relatos encaso del procés catalán o del terrorismo de ETA, obedecen a la pulsión úl­ tima de su interés particular, dictado por su ambición.

El quinto y más reciente de los frutos producidos por el árbol sanchista es de la ley de amnistía cosechada entre el PSOE y Junts. Si es cierto que por sus frutos se conoce al árbol, la fruta que ha madurado con el nombre de amnistía para todos los implicados en el procés catalán revela con meridiana claridad el tipo de árbol que lo ha producido.

Es un hecho que la investidura de Sánchez es la culminación de un fraude en el que la manipulación y la mentira han jugado un papel determinante. Fraude con respecto al espíritu de las leyes,manipulación del contexto cognitivo de la ciudadanía y mentira basada en la mendacidad orgánica de un presidente disociado de la realidad. Decía Max Scheler que la mendacidad orgánica era una de las notas específicas del resentimiento y de la distorsión de los valores. El narcisista resen­ tido subvierte la tabla de valores al uso, para construir una axiología propia cuya finalidad es servir a su desmesurada ambición.

La democracia parlamentaria se rige por las mayorías, pero estas han de ser coherentes y racionales con la vista fija en el interés general. La mayoría que ha hecho posible la investidura de Sánchez es un conglomerado guiado por intereses espurios que tienen en común la obscenidad de sus propósitos. Porque obsceno es mercadear con lo que es de todos,a cambio de satisfacer la ambición personal de alguien, y obsceno es el propósito de unas minorías empeñadas en subvertir el orden constitucional del que España se dotó en la Transición.

La clave de bóveda de la investidura de Sánchez no es otra que una tortuosa y falaz amnistía, arrancada al sistema por quienes trataron de arruinar nuestra democracia constitucional. Tortuosa por el constructivismo jurídico del que se ha hecho gala, para meter con calzador una ley de amnistía que contraviene el espíritu de nuestra Constitución, y falaz por la mentira que pretende equivocar la defensa de los altos valores constitucionales con la mísera ambición de quien precisa de media docena de votos para gobernar de manera despótica. Es preciso hacer notar que al malvado despotismo ilustrado,que nos gobernó durante una parte del siglo XIX, le sucede ahora el peor despotismo de la incuria y la sinrazón. Hay tres razones fundamentales para denunciar el fraude que representa la ley de amnistía redactada al son de los intereses de Puigdemont y sus secuaces.

La primera de ellas es su inconstitucionalidad, que se pretende eludir recu­rriendo a artimañas dolosas de una retórica mendaz, saboteando el espíritu de la ley y la axiología conexa a ella. Nuestra Constitución es la que ampara los valores de la libertad, la igualdad, la solidaridad, la concordia y la justicia, valores todos ellos que son denigrados y sacrificados en el altar de una ambición venal.

La segunda de las razones es que la ley que supuestamente ha de contribuir a la concordia de los ciudadanos profundiza en la discordia, que durante cinco años de Gobiernos presididos por Pedro Sánchez, se ha buscado potenciar el biblo­quismo como estrategia para perdurar en el disfrute del poder.

La tercera de las razones tiene que ver con el desarme del Estado de derecho frente a la sedición y la malversación de los fondos públicos, al quedar al albur de futuras asonadas y golpes de estado contra la democracia. La ley de amnistía buscada y propiciada por el psoe de Sánchez vulnera gravemente la división de poderes al situar la decisión del líder carismático por encima de la ley.

En la entrevista que Pablo Motos hizo a Pedro Sánchez en plena campaña electoral, el presidente del Gobierno trato de refutar el término sanchismo, y no sin un cierto sarcasmo concluyó diciendo que: «el sanchismo es mentiras, maldades y manipulación». Se trató, obviamente, de un lapsus linguae,que ocurre cuando alguien se siente demasiado seguro de sus cualidades y desprecia las críticas y argumentos de sus adversarios. La autodefinición de Sánchez tiene la virtud de la concisión y de la oportunidad. Es difícil definir tan escuetamente el perfil político de una gobernanza que no ha dejado indiferente a nadie. Glosando brevemente la autodefinición mencionada, es posible rastrear actuaciones políticas de Pedro Sánchez donde se corrobora la existencia de mentiras, maldades y manipulacio­ nes que, por otra parte, constituyen tres elementos estructurales del trastorno de personalidad narcisista.

Las mentiras que jalonan la actividad política de Sánchez son muchas y va­ riadas. Ya avisó Maquiavelo que al príncipe le estaban permitidas las mentiras siempre que estas le ayudaran a lograr y preservar el poder. Pero hay mentiras y mentiras, algunas son leves y todos los políticos mienten cuando prometen el cielo o niegan la existencia de los infiernos,pero hay mentiras que son auténticos fraudes que tergiversan la realidad. Esa realidad que el narcisista se inventa a su conveniencia. En el caso de Pedro Sánchez, la mentira es compulsiva y él miente sin pudor ni vergüenza. La mendacidad orgánica a la que ya hemos hecho refe­ rencia es, tal vez, la principal característica de su personalidad, que los suyos tra­tan de camuflar con el eufemismo de «cambios de opinión».

Las maldades que forman parte de la autodefinición de Pedro Sánchez se aglutinan en una única maldad que tiene el nombre de «discordia». Es la principal característica de las políticas llevadas a cabo durante su vida pública. La discor­ dia es su arma más letal. Llegó a la cúspide del psoe sembrando la discordia y enfrentado a quienes desde la Transición habían formado un cuerpo que, pese a las desavenencias, se había mantenido unido. Las corrientes dejaron de existir y quienes disentían de las políticas del líder eran condenados al ostracismo y al silencio. Pese a ser llamativa la forzada unanimidad en el seno del partido, todo queda en casa, pero cuando se formula la intención de levantar un muro frente a la mitad de la nación, la maldad encarnada en la discordia se convierte en letal. 

Es una obviedad el hecho de que España ha retrocedido democrática, cultural y po­ líticamente desde que el noismo de Sánchez tomo cuerpo en la política nacional hasta hacer realidad el sintagma de las dos Españas de antaño. El «no es no» de Sánchez, noismo, es un vicio político que ha acabado con los consensos básicos que fundamentaron la Transición y la Constitución de 1978. Sánchez necesita de la discordia para mantenerse en el poder, la concordia civil es su peor enemiga y lo dejó bien claro con ocasión de su investidura, cuando afirmó que su misión era levantar un muro infranqueable para que las derechas no pudieran ser alterna­ tiva de gobierno. De una tacada, Sánchez estaba condenando al ostracismo polí­ tico a once millones de españoles que no le habían votado. No cabe mayor maldad política que dividir al demos, con el único objetivo de dar cauce a su ambición personal. Se trata de la antipolítica pura y dura. Es la maldad que inspira y funda­ menta al sanchismo. La política debe estar al servicio de la concordia, y buscar la discordia para evitar la alternancia política supone prostituir la democracia.

La manipulación, como tercer elemento del sanchismo, no es posible sin el recurso al engaño y a la mentira. Según la tercera de las acepciones de la palabra manipulación, esta significa: «intervenir con medios hábiles y, a veces, arteros, en la política, en el mercado, en la información, etc., con distorsión de la verdad o la justicia, y al servicio de intereses particulares». 
La manipulación es, también, un modo de corrupción. La distorsión de la verdad y la justicia significa corromper la verdad y prevaricar. La prolija enumeración de falsos motivos en el preámbulo de la ley de amnistía, decretada para obtener los siete votos de Junts, es manipular la verdad y la justicia con la única finalidad de lograr ser inves­ tido presidente del Consejo de Ministros. Actuar con engaño y mendacidad para alterar la Constitución mediante hechos consumados o colonizando el Tribunal Constitucional, es manipular la Constitución con el único fin de perdurar en el poder. Ocultar, en el programa electoral, al conjunto de la nación e incluso a su propio partido su verdadera intencionalidad política, es una actuación mendaz e injusta. Es manipular.

Estos son los hechos. Estos los frutos que el árbol del sanchismo produce y es en virtud de dichos frutos como cabe definir política y éticamente a su líder. No porque lo diga Mateo (7, 16), sino por la coherencia epistémica que emana de los hechos probados. El peor enemigo de Pedro Sánchez es la hemeroteca y la memoria de los españoles, por mucho que la mentira y el engaño se traten de dis­ frazar como cambios de opinión o mutaciones cronológicas. Los hechos son los que son y los hechos apuntan a un probable trastorno de personalidad narcisista. Es una explicación plausible, porque como escribió Ignacio Varela en el día de la investidura de Pedro Sánchez: «Otras explicaciones posibles escapan del ámbito del análisis político y serían objeto de otras disciplinas».

El objetivo del presente ensayo es el de tratar de comprender por qué ha llegado la democracia española a la actual situación de decadencia y deterioro. Las líneas que anteceden dibujan un panorama sombrío, que las razones políticas no acaban de esclarecer. Desde mi punto de vista, es imposible llegar a compren­ der lo que ha ocurrido y ocurre en España indagando en la causalidad política, entendiendo por tal la cadena de actos observables desde el análisis político. La historia política es siempre multicausal, pero no todas las causas son detectables desde la mera politología; a veces, se ha de ampliar el foco para abarcar lacomple­ jidad de lo que sucede y tratar de entender desde las pasiones humanas aquello que escapa a la razón y al sentido común. La irrupción de Pedro Sánchez en el escenario político español supuso, desde su inicio, una alteración profunda en la lógica política y los usos democráticos. Con Sánchez irrumpió un modo atípico de hacer política, donde primaba lo pasional y visceral sobre lo razonable. Sus com­pañeros de partido lo advirtieron muy pronto y es por ello que lo apartaron de la secretaría general del psoe. Pero Sánchez regresó exhibiendo, ya sin disimulo, su verdadera faz. Sánchez es un obseso del poder y supedita a su ambición cuantas leyes, normas y usos se le oponen. Pasa por encima de las personas y de las instituciones con la única finalidad de ostentar el poder.

La ambición y la autoestima son resortes psicológicos necesarios, tanto en la vida como en la política. La ambición desorbitada, sin embargo, no tiene cabida en un régimen democrático sujeto a normas y procedimientos, y suele ser fuente de excesos y decisiones equivocadas. Las razones de una pulsión autárquica o cesarista han de ser buscadas, no en la lógica de la política democrática, sino en el ámbito personal de las pasiones. En el ámbito de la Psicología y, por qué no, en el campo de la mitología. Este ensayo pretende hallar en el mito de Narciso la expli­cación cabal de lo que ocurre en la política española. El enfoque desde la mitología no pretende ser ni unívoco ni exclusivo, pero constituye un instrumento útil para entender lo que nos ha pasado y está pasando. El drama de España tiene visos de convertirse en tragedia si las pasiones siguen sustituyendo a las razones.

En el primero de los cinco capítulos que componen el presente ensayo se trata de visualizar la deriva iliberal de los Gobiernos de Sánchez, para ello se ha recurrido a una especie de diario político que el autor ha llevado acabo desde 2016. Algunas de las páginas de dicho diario han visto la luz en las tribunas publicadas en El Correo y en El Diario Vasco, y han sido retocadas al objeto de este ensayo. Otras páginas,la mayoría, son inéditas. 

El segundo de los capítulos aborda el tema del narcisismo en la política. 
El tercer capítulo recoge las semblanzas de algunos lí­deres políticos contemporáneos, donde puede observarse que Pedro Sánchez no es la excepción. El cuarto se detiene en una exposición detallada y razonada de la personalidad narcisista del presidente Sánchez. 
Finalmente, el quinto capitulo está dedicado a las heridas narcisistas de las que España se duele.

San Sebastián, 2 de enero de 2024

El ocaso de la democracia española

Está ocurriendo ante nuestros ojos. La democracia española se deteriora y la ciudadanía contempla impotente su deriva desde una democracia plena a otra de carácter iliberal y menguante. Es la democracia que preside Pedro Sánchez Castejón, un líder cuestionado por muchos y aplaudido por otros tantos, en un escena­ rio de bloques y trincheras auspiciado desde las élites políticas.

Pedro Sánchez se ha interesado, reiteradamente, por el juicio que la historia le ha de deparar. Presume de ser el paladín de los derechos sociales y, sobre todo, de los que afectan a las mujeres; también se cree acreedor de un lugar de honor en la his­toria por sus políticas migratorias, pero es muy posible que el presidente Sánchez pase a la historia como el campeón del bibloquismo y de la polarización política. España se encuentra dividida, como jamás lo estuvo desde la época que precedió a la guerra civil. Se trata de una división impostada de manera artificiosa, que tiene por finalidad la perpetuación en el poder del llamado «bloque progresista». 

El mencionado bloque lo conforman formaciones dispares, y aún contradictorias, cuyo objetivo es impedir la alternancia política, usual en toda democracia que se precie. En el sedicente bloque de progreso se amalgaman formaciones políticas que aspiran a la independencia política de sus respectivas autonomías, partidos antisistema que tiene en el populismo de izquierda su referencia, nostálgicos de distopias fracasadas y grupos, en general, contrarios al consenso político que hizo posible la Constitución de 1978. El baluarte principal del bloque de progreso lo constituye el nuevo psoe, cuyo líder y secretario general, Pedro Sánchez Castejón, califica reiteradamente en sus memorias (Manual de resistencia) de «nuevo». El 'Nuevo psoe' de Pedro Sánchez se ha convertido en la herramienta necesaria para la instauración del socialpopulismo en España.

Poco a poco, decreto a decreto, mentira tras mentira, relato a relato, se ha ido socavando el espíritu y la letra de nuestra Constitución, de manera que el periodo en el que Pedro Sánchez ha gobernado se ha proclamado como tiempo constituyente, según declaró el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, en el Congreso de los Diputados antes de ser nombrado miembro del Tribunal Constitucional.

España se halla, de facto, en un periodo destituyente en el que se impone un constructivismo jurídico que depaupera, cuando no vacía, algunos de los contenidos fundamentales de la Constitución de 1978, como son la unidad de la nación o la igualdad de los españoles. La labor de zapa contra el orden constitucional se ha llevado a cabo de espaldas al poder legislativo, obviando al Congreso de los Diputados e ignorando los dictámenes del Consejo de Estado y evitando los cauces normales de la confección de leyes. El abusivo recurso al instrumento del decreto ley se ha utilizado para ningunear el poder legislativo, imponiendo la vo­ luntad arbitraria y discrecional del gobierno de la nación.
España no es, por fortuna, un país totalitario, pero sí posee un acusado sesgo de totalismo, según la feliz expresión de Robert Jay Lifton, experto en regímenes totalitarios y autocráticos, que conoce bien la encarnadura política de países como China, Corea del Norte y la Alemania de Hitler.

LA NORMALIDAD TÓXICA

Creo que fue el historiador Antonio Elorza quien introdujo en España a Robert Jay Filton y su concepto del totalismo en su ensayo "La religión política", que publicó en el año 1995. En dicho ensayo se hacía alusión al término totalismo en contraposición al totalitarismo. El concepto de totalitarismo, estudiado entre otros por Hannah Arendt, se refiere al régimen político en que la autocracia se implanta y perdura mediante la violencia explicita; el totalismo, por su parte, se refiere al régimen político que implanta su normalidad autocrática valiéndose de métodos no violentos, pero no por ello menos agresivos y contundentes. A la normalidad que preside un régimen totalista, Filton la califica de malignant normality, que bien podría traducirse por la castiza expresión de normalidad tóxica.

Robert Jay Filton participó como soldado en la guerra de Corea y al licenciarse se propuso continuar sus investigaciones históricas y psiquiátricas en Asia, donde reparó en el fenómeno de la implantación de una ideología hegemónica en la China de Mao, mediante técnicas de lavado de cerebro y reclusiones en «centros de reeducación». Filton se embarcó también en la averiguación de las consecuen­cias de la bomba atómica de Hiroshima y, más tarde, entrevistó a los médicos alemanes que trabajaron sobre cobayas humanas en los campos de concentración nazis.

Los médicos nazis actuaban en el marco de la normalidad tóxica implantada por Hitler. Hannah Arendt llegó a conclusiones similares al estudiar el caso del criminal Adolf Eichmann juzgado en Israel. Los médicos y el burócrata Eichmann actuaban en el contexto de una normalidad tóxica que amortiguaba cualquier tipo de reparo moral. Cumplían con sus tareas.

En la segunda mitad del pasado siglo son detectables algunas realidades po­líticas en las que la normalidad tóxica se impuso en toda su crudeza. Todos tenemos en mente la normalidad xenófoba de Sudáfrica, la normalidad populista de algunas repúblicas de América del Sur, la normalidad maligna del franquismo, la normalidad criminal de la Italia mafiosa o, sin ir más lejos, la normalidad tó­xica del País Vasco durante la vigencia del terrorismo nacionalista. También en la Europa actual asistimos a brotes de normalidad tóxica en el retroceso democrá­tico de regímenes iliberales en Hungría y Polonia, donde la división de poderes es precaria o la diversidad política es puesta en entredicho.

España está en el punto de mira de instituciones e instancias que evalúan las democracias del mundo y consideran que la democracia española sufre una de­riva descendente, habida cuenta de su extrema polarización, la colonización de las instituciones y el ímpetu de los nacionalismos étnicos. Desgraciadamente, también en España se está entronizando una normalidad tóxica, detectable en anomalías tan estridentes como palmarias. La más grave de todas ellas es el veto moral y político de la izquierda a los partidos conservadores con el fin de perpetuarse en el poder. La alternancia política es denostada e incluso declarada ilegitima. El bibloquismo maniqueo, impulsado desde el sedicente bloque progre­sista, ha impuesto una normalidad tóxica donde la separación de poderes y la ley se consideran extravagancias que chocan con la voluntad del pueblo y donde el Ejecutivo ignora los controles del Parlamento y deslegitima en la práctica las sentencias de la judicatura.

La normalidad tóxica dimana de la cabeza del Ejecutivo que ignora a los demás poderes, subvirtiendo el espíritu y la letra de la Constitución. Robert Jay Lifton se ha dedicado en la última etapa de su vida al análisis del trumpismo y sus secuelas tóxicas. Losing reality (perdiendo el principio de realidad) es el título de su penúltimo ensayo, y en él se constata la pérdida del sentido de la realidad que predomina en las políticas sectarias. Para los narcisos tóxicos y solipsistas la realidad se reduce a lo que el líder prescribe según su necesidad, con abso­ luto desprecio a la alteridad y al principio de realidad. Es el líder quien desde su supremacismo narcisista, fija lo que es la realidad de las cosas desde su interés personal, arropado siempre en el falso relato del interés general o del progreso. Quien no asuma la realidad autodesignada por el líder es excluido del bloque de los creyentes. Inmersos en la normalidad tóxica que nos invade, cabe señalar las anomalías que nos acechan y cuestionan.
(...)

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