SOCIALISMO,
LA RUINA
DE ESPAÑA
Cómo empobrecer un país,
expoliar a sus ciudadanos
y destruir sus instituciones.
EL SOCIALISMO ES UNA DE LAS IDEOLOGÍAS MÁS DEPREDADORAS DE LA HISTORIA.En todos aquellos Estados donde se han implementado políticas socialistas, la economía y la sociedad se han degradado irremediablemente. La República Democrática Alemana, Venezuela, Argentina o Cuba entre otros muchos países son ejemplos evidentes de esto.En España, los últimos veinte años de influencia socialista han marcado por completo todos los aspectos de nuestra vida cotidiana, especialmente durante el mandato de Pedro Sánchez, que ha sido capaz de traspasar cualquier límite con tal de llevar a cabo su proyecto de supervivencia política.Manuel Llamas, uno de los analistas económicos más importantes, realiza en este afilado y rompedor libro un repaso a las dos últimas décadas de historia socialista en nuestro país, con especial atención al sanchismo, para retratar cómo, bajo su influencia, España se ha ido degenerando en todas las vertientes para situarse al borde del precipicio político y económico.
Prólogo
El socialismo no funciona. No lo ha hecho en el pasado, no lo hace en el presente y tampoco lo hará en el futuro. Y no, no es una cuestión de personas ni de países, sino de ideas. El socialismo no funciona porque no puede funcionar. Sus principios son erróneos de base y, por tanto, por mucho que se aplique, una y otra vez, el resultado siempre será el mismo: miseria, represión y muerte.
El socialismo, sencillamente, mata. Siempre y en todo lugar. El desastre que trae como resultado tan sólo depende de la intensidad con la que se imponga. A mayor socialismo, más destrucción. Y lo trágico es que nadie está a salvo. El fin de la historia, entendida como la lucha entre ideologías, no llegó con la caída del Muro de Berlín y la consiguiente extinción de la Unión Soviética, para consolidar por siempre la democracia liberal y la economía de mercado, tal y como en su día proclamaron algunos ingenuos.
No. Por desgracia, la libertad siempre está bajo amenaza. Sus enemigos son muchos y muy poderosos. La libertad es una conquista del hombre que, una vez alcanzada, requiere una defensa permanente, de modo que nunca se puede bajar la guardia. Nada está garantizado por siempre. Y eso incluye nuestros derechos, libertades y bienestar.
Hay países que, literalmente, se suicidan, mientras que otros, sin embargo, renacen y avanzan con ímpetu hacia un futuro de abundancia. Y lo único que determina uno u otro destino es la preeminencia o no de las ideas correctas. De ahí, precisamente, la importancia de la batalla cultural, que no es otra cosa que la batalla de las ideas.
Toda sociedad que abrace el socialismo caerá en la senda del declive y el empobrecimiento. El camino de la libertad y el capitalismo, por el contrario, garantiza un destino de bonanza y desarrollo a todos los niveles, no sólo material, sino también personal y espiritual.
No es una mera opinión. Son datos. Las evidencias al respecto son irrefutables, se mire por donde se mire. Y, pese a todo, el socialismo sigue gozando de buena fama e imagen, mientras que el capitalismo es la diana habitual de duras críticas y ataques por parte de políticos, intelectuales y medios de comunicación. En parte por desconocimiento, sí, pero también por interés, ya que, a diferencia de lo que sucede en el mercado libre, donde todos ganan mediante la realización de transacciones voluntarias, el colectivismo —o estatismo—, a través del ejercicio opresor del poder político, es un juego de suma cero, donde unos pocos ganan mucho a costa de lo que roban a los demás.
En eso se resume, básicamente, la historia del socialismo, que, en esencia, no es otra cosa que el saqueo sistemático de los menos —gobernantes— sobre los más —gobernados— mediante el brutal y cruel ejercicio de la violencia. El socialismo es prohibición, dictadura y pobreza. Y da igual quien lo ejerza, pues su final no cambia. No hay ni un solo caso a lo largo de la historia donde la ejecución del ideario socialista haya generado riqueza y progreso para el conjunto de la población. Ni uno.
Ejemplos hay muchos. En este libro se abordan algunos, incluido el de España. Lo primero y más importante a tener en cuenta es que la riqueza no está dada, no es una tarta que cae del cielo y que, por tanto, se pueda repartir en mil pedazos de forma más o menos justa o equilibrada. La riqueza no existe per se. La riqueza se crea y se destruye, en base a la existencia o no de una serie de principios y condiciones muy concretos.
Por eso hay países que, siendo enormemente ricos en el pasado, hoy son pobres de solemnidad, convertidos en auténticos infiernos en la tierra, cuya población, por no tener, no tiene nada. Pero, al mismo tiempo, también hay países, muchos, que, habiendo sido pobres en el pasado, hoy son ricos y disfrutan de una calidad de vida excepcional, con rentas medias que superan los 100.000 euros al año por persona y donde la gente vive rodeada de comodidades.
Lo que determina uno u otro destino no es el clima, tampoco la valía mayor o menor de sus habitantes ni los recursos naturales que tenga el país ni, por supuesto, la suerte. Una vez más, la clave son las ideas. La combinación de propiedad privada, libertad en un sentido amplio y seguridad jurídica para garantizar el cumplimiento de los contratos es lo que posibilita la creación de riqueza. La ausencia o debilidad de estos pilares, sin embargo, conduce a la destrucción de la misma.
Esto es lo que explica, en última instancia, el fracaso sin parangón de los experimentos socialistas en Rusia, China, Alemania del Este, Corea del Norte, Cuba, Camboya, Vietnam, buena parte de África, Venezuela y tantos otros. Y al revés, pues la existencia de esos mismos factores es lo que determina el nacimiento del capitalismo con la Revolución Industrial en Reino Unido y su posterior extensión por Occidente.
España no es ajena a este fenómeno. Hoy es una economía moderadamente rica, pero fue un país tremendamente pobre y atrasado durante gran parte del siglo pasado. El desastre de la República, la cruenta Guerra Civil y la autarquía en los duros años de posguerra explican dicho fiasco. España llegó muy tarde a la Revolución Industrial y a las bondades del capitalismo. Tanto la clase media como la prosperidad actuales nacen, básicamente, a partir de 1959 y se consolidan después con la llegada de la democracia.
El problema es que todo lo que sube también puede bajar. Y en esas estamos desde que el radicalismo y la mediocridad se instalaron en España con la Presidencia de Zapatero en 2004 y el posterior estallido de la crisis financiera en 2008. Desde entonces, España navega a la deriva entre la izquierda y la extrema izquierda, con socialistas de todo color y condición al frente, hasta que, finalmente, el país ha terminado entrando en una peligrosa deriva populista de la mano de Pedro Sánchez.
España vive un punto de inflexión crítico, cuyo resultado determinará el futuro de al menos una generación en las próximas décadas. El país avanza de cabeza hacia una democracia de segunda división como resultado de una grave crisis institucional, junto con una economía estancada y empobrecida, fruto, a su vez, de un intervencionismo atroz, unos impuestos confiscatorios y un ataque sin tregua a la cultura del trabajo, el esfuerzo, el ahorro y el emprendimiento.
España todavía es un país rico, pero lo cierto es que cada vez es más pobre en comparación con el resto del mundo libre. El libro que tiene en sus manos explica las causas y consecuencias del éxito y caída de los países, centrando su atención en España, donde el socialismo, si nada lo remedia, nos lleva de cabeza a la ruina.
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Qué es el capitalismo
EL CAPITALISMO ES UN MILAGRO
«Ahorro, capitalismo y trabajo duro». No hay más. Esta frase, del gran maestro Miguel Anxo Bastos Boubeta, profesor de la Universidad de Santiago de Compostela, sintetiza a la perfección la única receta eficaz y sostenible en el tiempo para salir de la pobreza.
La inmensa mayoría de la gente no es consciente de que el estado natural del hombre es la pobreza, no la riqueza; la escasez, no la abundancia; las calamidades, no el bienestar. Y es normal que sea así porque, al fin y al cabo, el ser humano fija su atención en el presente y en el corto plazo, sin reparar en la larga historia del hombre, que se remonta a miles de años atrás.
Desde los tiempos de las cavernas, donde sobrevivíamos a duras penas, a expensas de las siempre duras condiciones del entorno, a nuestros pisos y casas, con agua corriente, luz y calefacción, hemos recorrido un largo camino lleno de dificultades. Pero el nivel de desarrollo y comodidad que disfrutamos hoy, y no sólo en los países ricos, sino a nivel global, es algo muy reciente, ya que se concentra en los dos últimos siglos, apenas un segundo en la larga historia de la humanidad, desde que el hombre es hombre.
El origen de semejante milagro no es otro que el denostado y vilipendiado capitalismo. Nunca hemos vivido mejor que ahora, a pesar de todas las crisis, guerras y problemas que sufrimos en nuestro día a día y, sin duda, seguiremos sufriendo en el futuro. Cualquier persona de renta media o baja en España vive hoy cien o mil veces mejor que cualquier rey absolutista del Antiguo Régimen en la Edad Media, a pesar de todo su poder y riquezas. Se mire por donde se mire. Da igual el indicador que se use.
Y es que, por muchos castillos, tierras o criados que tuviesen entonces a su servicio, se morían de la más mínima infección, reduciendo de forma drástica su esperanza de vida. Por no tener no tenían siquiera los servicios más básicos y comunes de los que disfruta la población actual. Los monarcas del pasado darían todas sus riquezas por vivir como vive hoy cualquier familia normal.
La gente disfruta en la actualidad de un nivel de vida inimaginable hace apenas unos siglos, de modo que una persona humilde hoy sería vista como el mayor de los privilegiados ayer. Y al revés, puesto que las condiciones de los más poderosos de antaño serían percibidas como miserables a nuestros ojos.
Así pues, mucha gente no es consciente realmente de lo que tiene y, sobre todo, desconoce por qué lo tiene. Pues bien, la respuesta no es otra que el capitalismo. Sin embargo, por increíble que parezca, dicha palabra parece estar maldita, puesto que es objeto de todo tipo de críticas y ataques, mientras que sus más bien escasos creyentes se cuidan muy mucho de salir en su defensa en público por miedo al qué dirán. Sienten vergüenza e incluso culpa por defender un sistema que, a la vista está, no suele gozar de buena prensa.
Pese a ello, por mucho que digan lo contrario, el capitalismo es el artífice del bienestar actual. Es un verdadero prodigio y, como tal, lejos de ser atacado e insultado, debería ser bendecido o, cuando menos, reconocido y, por tanto, protegido. Nunca un sistema económico ha hecho tanto por el hombre como el capitalismo. Nunca, jamás.
LOS VALORES DEL CAPITALISMO
Pero ¿qué es el capitalismo? Por un lado, una serie de valores muy concretos presentes en la sociedad y, por otro, un conjunto de principios rectores de la misma sin los cuales el capitalismo no podría fructificar. En el lado de los valores, destacan, básicamente, el ahorro, el trabajo y la libertad.
El capitalismo no es consumo, es producción. Y para producir se necesita ahorro e inversión. En este caso, el orden de los factores sí altera el producto. El consumo, en especial el consumismo de masas, no es el origen, sino la consecuencia del capitalismo. No en vano, sólo podemos consumir lo que hemos producido previamente. El capitalismo es ahorro y el ahorro es sacrificio, frugalidad, contención, autocontrol… Dejar de consumir determinados bienes en el presente para poder disponer de ellos en el futuro, lo cual exige un enfoque previsor y una mirada a largo plazo.
Ese ahorro previo es lo que permite acumular con el fin de financiar bienes de capital, tales como máquinas, herramientas o equipos que, a su vez, se utilizan para producir otros bienes de consumo e inversión. Y ese particular proceso de ahorro, inversión y producción multiplica, en última instancia, nuestro particular nivel de vida.
El segundo valor básico del capitalismo es el trabajo. Las cosas no se hacen solas, por voluntad divina. Se requiere esfuerzo y dedicación, echarle horas y buen hacer. La cultura del trabajo es fundamental, a diferencia de las ideologías que, como el socialismo, lo perciben como un castigo o una explotación. El trabajo no sólo dignifica, sino que forma, educa y disciplina a quien lo ejerce. Además, ya sea como empleado, inversor o empresario, supone nuestra aportación al conjunto de la sociedad.
Por eso mismo, las sociedades que valoran y ensalzan la cultura del ahorro y el trabajo duro tienden a prosperar, frente a aquellas donde prima el consumo desaforado y el despilfarro, el aquí y ahora (carpe diem) o vivir de los demás, aplicando la ley del mínimo esfuerzo. Estas últimas, tarde o temprano, están condenadas al fracaso.
Por último, el tercer gran valor del capitalismo es la libertad y, con ella, tanto la propiedad como la responsabilidad. La libertad es un derecho natural e inalienable. El hombre es libre por naturaleza, pues nace siendo dueño de su cuerpo y sus ideas. Y siendo esto así, pues nadie en su sano juicio desea ser esclavo en contra de su voluntad, también es dueño del fruto de su trabajo, validando así la existencia misma de la propiedad privada.
La libertad lleva a la propiedad. El hombre, al ser libre por naturaleza, es dueño de cuerpo y mente, de modo que también es propietario por naturaleza. Sin libertad no hay propiedad, de igual modo que sin propiedad tampoco hay libertad. Ambos conceptos son indisolubles.
Y ser libre, en todo caso, implica, de igual manera, ser responsable. No hay libertad sin responsabilidad. Una sociedad libre es aquella en la que los individuos son conscientes y responsables de sus actos, asumiendo las consecuencias de su buen o mal hacer en la vida.
Libertad no es hacer lo que a uno le venga en gana, sino lo que debe, puesto que la libertad individual termina donde empieza la del otro. En este sentido, libertad significa ausencia de coacción, pero también responsabilidad. Ser consciente de que todo acto tiene consecuencias, que cada cual es dueño de su destino y responsable de su propia vida —y la de los suyos en caso de precisarlo—.
El capitalismo se asienta sobre estos valores. Las sociedades capitalistas fomentan y protegen la cultura del ahorro, el trabajo y la libertad en un sentido amplio. Pero de poco o nada sirven estos valores si la sociedad o país en cuestión no respeta una serie de principios igualmente esenciales.
LOS PRINCIPIOS DEL CAPITALISMO
El capitalismo se rige por una serie de principios cuya existencia y respeto son fundamentales para que pueda surgir y funcionar correctamente, propiciando así su máximo potencial. En primer lugar, una economía de mercado que permita producir y comerciar libremente a los individuos.
El mercado, a diferencia de lo que se suele pregonar a diestro y siniestro, no son los dueños del mundo sentados a una mesa conspirando contra la mayoría de la población. Eso es más bien la Asamblea de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) o el Foro Económico Mundial, más conocido como Foro de Davos, pero no el mercado. El mercado somos todos y cada uno de nosotros interactuando libremente entre nosotros.
El mercado no es otra cosa que el intercambio voluntario, libre y pacífico de bienes y servicios entre personas, valiéndose de precios a modo de guía para tomar decisiones, con el único fin de cubrir necesidades ajenas. Punto. Y en una economía de mercado todos somos, en mayor o menor medida, tanto productores como consumidores.
Al actuar como productores, satisfacemos las necesidades o intereses de los demás, desde el panadero que hornea pan hasta el propietario de un piso que lo pone en alquiler o el accionista de una empresa que ofrece un determinado servicio. Y, al revés, como consumidores acudimos al mercado para cubrir nuestras propias necesidades y deseos adquiriendo los bienes que producen los demás.
El mercado es el maravilloso juego de la oferta y la demanda. Y todo ello de forma ordenada, libre y pacífica. Sin necesidad de que uno u otro político, valiéndose del Estado, imponga qué, cómo o cuánto producir. De hecho, la figura más importante aquí es la del empresario, quien, gracias a su talento e inventiva, se juega su propio patrimonio no sólo para satisfacer lo que demandan los demás, sino para cubrir incluso necesidades que ni siquiera existen porque todavía no han sido descubiertas.
El empresario es un héroe, no un villano. El único villano de toda esta historia es el político. Toda empresa nace de uno o varios empresarios, cuya función no es otra que servir a los demás mediante la producción de los bienes y servicios que necesitan o que, sin saberlo, necesitarán porque, de algún modo, mejoran sus vidas y bienestar. El empresario de éxito es quien mejor cubre esas necesidades ajenas, es decir, el que mejor sirve a los demás, recibiendo a cambio pingües beneficios. Y al revés, el empresario que no sirve quiebra.
Somos nosotros, el mercado, quienes hacemos grandes a las empresas y convertimos en millonarios a sus dueños, pero por la sencilla razón de que nos sirven bien. En el momento que dejen de hacerlo, les dejaremos de comprar, entrarán en pérdidas y, finalmente, cerrarán. Una empresa que registre beneficios significa que hace bien su trabajo cubriendo necesidades ajenas; si registra pérdidas, por el contrario, significa que no nos sirve bien, y debe desaparecer.
El segundo gran principio es la seguridad jurídica, entendida ésta como un mecanismo que garantiza el cumplimiento de los contratos. El capitalismo no es una selva sin reglas donde cada cual hace lo que le da la gana y el más fuerte elimina sin más y de forma violenta al más débil. Todo lo contrario. El capitalismo se rige por leyes y normas que hay que respetar, empezando por la propiedad privada, la libertad de los demás y la correcta ejecución de los acuerdos libres y voluntarios alcanzados entre las partes. El mercado son transacciones y estas transacciones, grandes o pequeñas, son acuerdos que hay que cumplir, aplicando las sanciones o condiciones estipuladas en caso contrario.
Por último, un tercer principio que hay que tener muy en cuenta es el del Estado limitado. No puede haber propiedad ni libertad ni mercado sin la existencia de límites o líneas rojas al ejercicio del poder político. La función de todo Estado debería limitarse a la protección de los derechos fundamentales de las personas, como la vida, la propiedad y la libertad. Todo lo que exceda esas funciones básicas corre el riesgo de vulnerar esos derechos naturales del individuo, generando muchos más problemas que soluciones.
Este principio precisa, por un lado, la existencia de un Estado de derecho, es decir, un régimen jurídico e institucional según el cual todas las personas, incluidos los gobernantes, estén sometidas al imperio de la ley (lo que se conoce como rule of law). Nadie está por encima de la ley. O, mejor dicho, todos somos iguales ante la ley.
Y, por otro, requiere un sistema de contrapesos para limitar, o al menos dificultar en la medida de lo posible, el ansia irrefrenable de los Gobiernos para intervenir sin control, hasta el punto de atropellar derechos y libertades básicos del individuo. La división de poderes en legislativo, ejecutivo y judicial; la garantía de contar con una Justicia verdaderamente independiente; la existencia de un marco constitucional que respete derechos y libertades básicas de las personas; o la existencia de instituciones fuertes y sólidas, tanto a nivel político como social, son algunos de los mecanismos que ha puesto en marcha la democracia liberal para tratar de establecer esos frenos a la actuación de los Gobiernos. Cosa diferente es que unos países lo hayan logrado y otros muchos no.
Economía de mercado, seguridad jurídica y un Estado limitado son los grandes principios rectores del capitalismo, las reglas de juego que permiten su desarrollo. Ahorro, trabajo y libertad son sus valores esenciales, el caldo de cultivo que propicia su nacimiento.
El problema, por desgracia, es que no siempre se cumplen ni se respetan. Y esto es lo que explica, en gran medida, la existencia de países ricos y pobres.
EL CAPITALISMO ES BUENO
Hay dos formas de entender y abrazar el capitalismo: por lo que significa en sí mismo y por los resultados que genera. Yo soy liberal y, por tanto, capitalista por ambas razones. Por principios, porque el hombre no es nada sin libertad, porque el liberalismo es la corriente de pensamiento que ha dado origen al capitalismo y a la democracia representativa, posibilitando así el privilegiado estatus del que gozamos hoy en día en Occidente y que, por suerte, se extiende cada vez a más países y zonas del mundo.
Pero también lo soy por resultados. Porque sólo el capitalismo ha demostrado ser, de forma fehaciente y a lo largo del tiempo, el mejor sistema posible para garantizar el bienestar del ser humano en todas sus formas y matices.
Sin embargo, pese a las evidencias, el capitalismo es objeto de odio y ataques de todo tipo y condición. El capitalismo es pecado, según dicen sus detractores, porque la riqueza es mala per se, dado que se obtiene mediante la explotación de los demás, en especial de los más débiles, y, además, se reparte injustamente.
Es la típica imagen del empresario explotador, con chaqué y sombrero de copa, nadando en la abundancia a costa del pobre y miserable trabajador. Así se resume la lucha de clases que vende el socialismo y, en concreto, su derivada más extrema, el comunismo. Y esa teórica injusticia es lo que justifica, en última instancia, la existencia e intervención de los políticos a través del Estado, con el fin de frenar los abusos del mercado y redistribuir justa y equitativamente los recursos.
El capitalismo es malo y el Estado es bueno. Nunca antes una mentira, siendo ésta una de las más extendidas y exitosas de la historia, ha generado tanta muerte, dolor y miseria como este burdo engaño. Y es que la negación del capitalismo y sus pilares, como la libertad o la propiedad, se usa para defender su antítesis, el socialismo, con todo lo que ello supone. El socialismo, en todas sus versiones y variantes, implica, siempre y en todo lugar, mucho más poder y recursos para el Estado y su clase gobernante, una privilegiada y reducida élite política, a costa, eso sí, del resto de la población.
Cuanto más poder tienen los políticos, menos libertad tienen los individuos, el pueblo, la sociedad en su conjunto. Cuanto más dinero y recursos acapara el aparato estatal, menos tiene su población. La política, a diferencia de la economía de mercado, sí es un juego de suma cero, donde lo que gana uno lo pierde el otro.
Bajo el capitalismo, sin embargo, sucede todo lo contrario. La economía no es un juego de suma cero, donde unos sólo ganan si otros pierden. La tarta no está dada. La riqueza no es una tarta que se pueda repartir a placer, no es como el maná caído del cielo que cuenta la Biblia. La riqueza se crea de la nada, por medio de la producción y los intercambios voluntarios y mutuamente beneficiosos entre individuos libres e iguales. Y, por eso mismo, al igual que se crea, también se destruye.
Pero para que surja y crezca la riqueza se necesita ahorro, trabajo, libertad, economía de mercado, seguridad jurídica y Estado limitado. Se necesita capitalismo, cuanto más mejor. A más capitalismo, más riqueza y bienestar. A menos capitalismo, menos. Tan simple como esto. El socialismo, y el creciente poder que siempre implica para el Estado, no tiene nada de bueno, porque se sustenta sobre la coacción, la violencia y el robo vía impuestos. ¿Qué tiene eso de ético? Nada.
Dicen que el capitalismo es malo, pero sin capitalismo no hay dinero y sin dinero volvemos al trueque; no hay ahorro ni inversión y, por tanto, tampoco hay producción; y sin producción no hay riqueza, ni crédito ni consumo; sin riqueza no hay bienestar; y sin bienestar, difícilmente puede haber felicidad, que es a lo que aspira todo hombre.
El dinero no garantiza en ningún caso la felicidad, eso es cierto, pero facilita la libertad. Y la libertad es el prerrequisito, la condición indispensable para alcanzar la felicidad, ya que sólo siendo libre puedes perseguir tus propios sueños y metas en la vida. El capitalismo es ético, es algo bueno por sí mismo, porque defiende y promueve valores y principios enormemente positivos para las personas y la comunidad en la que viven.
Pero también es bueno por sus resultados. Por sus obras los conoceréis… El socialismo es un camino directo al infierno empedrado de bonitas palabras y buenas intenciones, pero de consecuencias nefastas para la vida, la libertad y la prosperidad de los hombres. El capitalismo, sin embargo, pese a no gozar de buena fama, ha propiciado la mayor etapa de crecimiento, riqueza y bienestar de la historia de la humanidad. Por eso, si no se abraza el capitalismo por sus valores, por convicción, al menos debería hacerse por puro y duro pragmatismo, por sus frutos.
Los 10 pasos de Maduro para imponer
una dictadura tiránica total en Venezuela
(seguidos por Pedro Sánchez)
La deriva dictatorial del chavismo viene de lejos, pero su instauración se ha intensificado tras la derrota electoral de Maduro en 2015.
La agónica situación política, económica y social que sufre hoy Venezuela no es nueva, puesto que se lleva gestando de forma creciente desde que Hugo Chávez llegó a la Presidencia de la República en febrero de 1999, hace ya más de 18 años. Su desastrosa política de expropiaciones, nula libertad económica, corrupción galopante, restricción de derechos y libertades fundamentales, así como elevada inseguridad jurídica y ciudadana, terminaron por configurar un régimen caracterizado por la pobreza y la ausencia de una democracia efectiva.
Sin embargo, ha sido ahora, tras la muerte de Chávez en 2013 y el consiguiente ascenso de Nicolás Maduro al poder, junto al agravamiento de la profunda crisis económica que sufre Venezuela, cuando la República Bolivariana ha empezado a transitar hacia el establecimiento de una dictadura total, tanto en forma como en fondo, cuya senda ha estado marcada por 10 grandes golpes antidemocráticos asestados por el Gobierno durante los últimos dos años, con la inestimable ayuda del Ejército, el Tribunal Supremo y el Consejo Nacional Electoral (CNE), entre otros organismos que se pliegan a la voluntad arbitraria del régimen.
1. No reconoce su derrota electoral
El punto de inflexión que marcó el inicio de esta fatídica deriva fueron las elecciones parlamentarias que tuvieron lugar el 6 de diciembre de 2015. El gran descontento social que propició la intensa recesión económica, la hiperinflación y la escasez generalizada de productos básicos se tradujo en una clara derrota de Maduro en las urnas, otorgando así la mayoría parlamentaria a los partidos de la oposición.
Sin embargo, pese a la contundencia de los resultados, el chavismo no asumió la decisión soberana que reflejó el pueblo venezolano en las urnas. Pocos días antes de las elecciones, Maduro ya advertía estar "militarmente preparado" para encajar la derrota, avanzando con ello su posterior reacción. Y es que, efectivamente, una vez celebrados los comicios, el presidente bolivariano señaló que "en Venezuela no ganó una oposición democrática, ganó una contrarrevolución, utilizando la Constitución". La victoria opositora, según él, no fue limpia, sino fruto de la "antipolítica del fraude, de la trampa y de la corrupción política-electoral".
2. No reconoce la legitimidad del Parlamento
Y, puesto que las elecciones fueron un fraude, el recién elegido Parlamento carecía de legitimidad para legislar y modificar los designios del Gobierno, erigido ya como único y verdadero representante del "pueblo".
Ésta es la razón por la que Maduro se negó a admitir la ley de amnistía que propuso el Parlamento para liberar a las decenas de presos políticos que había encarcelado el régimen en los meses previos a las elecciones: "Lo digo como jefe de Estado, no aceptaré ninguna ley de amnistía porque se violaron los derechos humanos y así lo digo y así me planto, me podrán enviar mil leyes, pero los asesinos de un pueblo tienen que ser juzgados y lo tienen que pagar, así lo digo". Asimismo, el Supremo también tumbó el proyecto de enmienda constitucional que aprobó el Parlamento para reducir el período presidencial de seis a cuatro años. Es decir, al no reconocer su autoridad, el régimen ató de pies y manos al poder legislativo para poder seguir gobernando a sus anchas, sin ningún tipo de limitaciones.
3. Declara el estado de excepción
Por si fuera poco, y dado que el descontento en las calles se agravaba por momentos, Maduro declaró el Estado de Excepción y de Emergencia Económica desde principios de 2016 con la vana excusa de aliviar los graves problemas de desabastecimiento que sufría el país, pero que, en realidad, lo único que perseguía era otorgar poderes extraordinarios al presidente para adoptar todo tipo de medidas a nivel económico, político y de seguridad. Aunque el decreto fue rechazado por el Parlamento, el Supremo volvió a acudir en auxilio del régimen declarando su legalidad.
Tras la presentación del citado decreto, Maduro ya empezó a hablar sin ningún tipo de ambages acerca de sus verdaderas intenciones: "La Asamblea Nacional perdió vigencia política, es cuestión de tiempo para que desaparezca. Está desconectada de los intereses nacionales".
4. Paraliza el referéndum revocatorio
La mayoría opositora activó entonces un nuevo mecanismo, recogido en la Constitución Bolivariana, para propiciar la salida de Maduro del poder mediante la convocatoria de un referendo revocatorio, para lo cual precisaba el apoyo expreso del 20% del electorado mediante la recogida de firmas. La Constitución venezolana establece que el presidente puede ser destituido una vez concluida la mitad de su mandato mediante referéndum.
Sin embargo, el régimen empleó todas las tretas a su alcance para dificultar la recogida de firmas y retrasar al máximo el proceso. En agosto de 2016, Maduro advertía lo siguiente: "¿Ustedes vieron lo que pasó en Turquía -en referencia al golpe de estado frustrado-? Erdogan se va a quedar como un niño de pecho para lo que va a hacer la revolución bolivariana si la derecha pasa la frontera del golpismo", en alusión al intento del Parlamento por reactivar el revocatorio tras los impedimentos chavistas.
Un mes después, en septiembre, el Consejo Nacional Electoral (CNE) decidió retrasar el referendo bajo la promesa de que se celebraría en el primer trimestre del presente año, cosa que, finalmente, no sucedió.
5. Ilegaliza el Parlamento
Y no sucedió porque, simplemente, la Asamblea Nacional fue ilegalizada el pasado mes de marzo. A finales de 2016, la cámara legislativa acusó a Maduro de provocar una "grave ruptura del orden constitucional y democrático, la violación de Derechos Humanos y la devastación de las bases económicas y sociales" del país.
Pero la reacción no se hizo esperar. Una vez más, el Tribunal Supremo -brazo ejecutor del régimen chavista a nivel judicial- declaró al Parlamento venezolano en "desacato", limitando la inmunidad de los diputados y asumiendo sus competencias, con lo que ilegalizó de facto a la Asamblea. Este hecho fue tildado inmediatamente de "golpe de estado" por la oposición y la comunidad internacional.
6. Brutal represión en las calles
Agotadas las vías democráticas para remover al Gobierno y convocar nuevas elecciones presidenciales, la oposición intensificó sus protestas en las calles a partir de abril contra la deriva dictatorial que había emprendido el régimen. Movilizaciones que, sin embargo, fueron reprimidas de forma brutal mediante la detención de cientos de manifestantes y el asesinato de más de 100 personas por parte del ejército y las fuerzas de seguridad.
Las manifestaciones se organizaron para exigir la liberación de todos los presos políticos, la apertura de un canal humanitario para facilitar la llegada de comida y medicinas, la fijación de un calendario para celebrar las elecciones regionales suspendidas, así como el restablecimiento de todos los poderes usurpados al Parlamento.
7. Encarcelamiento de líderes opositores
La represión en las calles se acompañó, además, de la detención arbitraria e indiscriminada de líderes opositores. El caso más destacado es el de Leopoldo López, sentenciado a más de 13 años de cárcel por incitación pública a la violencia en las manifestaciones de 2014. El propio fiscal encargado del caso llegó a tildar de "farsa" el juicio contra López tras abandonar el país, mientras que Human Rights Watch no dudaba en denunciar que "el Gobierno venezolano ha adoptado abiertamente las tácticas habituales de los regímenes autoritarios y ha encarcelado a opositores, censurado medios de comunicación e intimidado a la sociedad civil".
8. Convoca una Asamblea Constituyente ilegal
Una vez anulado el Parlamento, Maduro anuncia el pasado 1 de mayo la convocatoria de la famosa "Asamblea Nacional Constituyente" con el fin de redactar una nueva Constitución a su medida, y lo hace de forma abiertamente ilegal, puesto que dicha convocatoria tan sólo puede ser decidida mediante la celebración de un referéndum previo, según reza la Constitución. Sin embargo, el Supremo avaló de nuevo la ilegítima e ilegal decisión de Maduro.
El régimen ignoró la reciente consulta que organizó la oposición para rechazar la Asamblea Constituyente y procedió a la citada votación el pasado fin de semana, con el resultado ya conocido: más de 8 millones de votos, el 41,5% de la población censada, según afirmó el régimen.
9. Amaña las elecciones
El problema, sin embargo, ya no es que se tratase de una convocatoria ilegal, sino claramente fraudulenta por tres razones básicas. En primer lugar, porque las "bases comiciales" -los candidatos autorizados para formar parte de la nueva Asamblea- no se ajustan a los principios básicos de la democracia, ya que el listado de posibles elegibles lo componían, exclusivamente, miembros o simpatizantes del partido de Maduro. El decreto prohibió que los partidos políticos presentasen candidaturas para, de este modo, silenciar a la oposición.
En segundo término, porque se ignoraron los tradicionales distritos electorales para otorgar una representación desproporcionada a las zonas rurales, en donde muchos municipios el oficialismo aún es dominante y puede presionar con mayor impunidad a los electores. Además, 173 de los 545 diputados se seleccionaron por el denominado "ámbito sectorial" para asegurarse la presencia de organizaciones chavistas en el Parlamento (sindicatos, consejos comunales...). Y, por si fuera poco, porque el "carnet de la patria" -la cartilla estatal que da acceso a alimentos y subvenciones- sirvió de base para elaborar el padrón electoral.
Es decir, el régimen cambió las reglas de juego para que los diputados y votantes de la Asamblea Constituyente fueran afines al régimen con el fin de garantizarse la victoria en las urnas. Aún así, el recuento fue tildado de fraudulento, ya que nadie, salvo el propio Gobierno, se cree los 8 millones de votos cosechados. Expertos y partidos de la oposición reducen la participación real a menos de dos millones de personas, el 10% del censo.
10. Declara la dictadura total
Tras el autogolpe, Maduro se apresuró a lanzar duras y claras amenazas contra la oposición, la Fiscal General -contraria a la deriva del régimen- y la prensa díscola. Por el momento, ya ha ordenado el secuestro de Antonio Ledezma y Leopoldo López, que estaban bajo arresto domiciliario, pero esto tan sólo es el principio… Y es que, tal y como advierte Human Rights Watch, los vastos poderes que se conceden a la Asamblea Constituyente permitirán la instauración de una dictadura total en Venezuela mediante las siguientes medidas: El cierre de la actual Asamblea Nacional y su sustitución por el Parlamento chavista.
La eliminación de la inmunidad parlamentaria y la activación del "Plan Especial de Justicia de Emergencia", que sería ejecutado por el Tribunal Supremo y tribunales militares para buscar y capturar a todos los "conspiradores".
La destitución de la fiscal general.
Y la suspensión de elecciones democráticas por tiempo indefinido, ya que la Asamblea Constituyente nace sin un plazo de extinción expreso, de modo que podrá prorrogar su funcionamiento sine die, sin ningún tipo de oposición. Las elecciones regionales, previstas para 2016, se retrasaron a diciembre de 2017 y los comicios presidenciales se deberían llevar a cabo en 2018, pero ahora todo apunta a que no se celebrarán, y, si lo hacen, será con unas reglas de juego ajenas a los principios básicos de la democracia (pluralidad política, sufragio universal y plena transparencia). Maduro ya lo advirtió de forma explícita el pasado junio: "Lo que no se pueda con los votos lo haríamos con las armas". El tirano chavista está cumpliendo su palabra.
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La decisión anunciada por Sánchez respecto
a la renovación de los jueces del Supremo
hacen temer una deriva chavista en España
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