POR QUÉ
EL FUTURO
ES HISPANO
EL PODER GLOBAL DE LA HISPANIDAD
A TRAVÉS DE LA POBLACIÓN,
LA LENGUA Y EL CIBERESPACIO
La historia nos demuestra que hemos sido grandes. La realidad nos revela que podemos volver a serlo.
Quinientos millones de hispanohablantes, una lengua perfectamente equipada y un ciberespacio que anula fronteras conforman el trinomio que puede convertir al mundo hispánico en una potencia global del siglo XXI. Carlos Leáñez Aristimuño, uno de los más lúcidos pensadores del hispanismo actual, nos presenta en esta obra una visión audaz y realista del potencial escamoteado de la hispanidad y nos indica cómo activarlo.
Este libro explora con rigor las raíces de nuestra grandeza histórica y desmonta los relatos inhabilitantes que nos mantienen fragmentados e irresolutos. Analiza el papel fundamental de la lengua española como nuestro verdadero territorio común y revela el poder transformador del ciberespacio, que nos permite superar distancias y barreras para forjar una comunidad hispánica global.
«Carlos Leáñez Aristimuño es quizás la persona que más y mejor ha reflexionado sobre el español como herramienta de futuro para los quinientos millones de personas que lo hablamos, desde su uso en internet hasta la inteligencia artificial. Este libro recoge sus ideas y sus estudios, y nos invita a pensar en las inmensas posibilidades de nuestra lengua común. Si quiere saber por qué, este es el libro que necesita». María Elvira Roca Barea, autora de Imperiofobia y leyenda negra.
«En el pensamiento de Carlos Leáñez Aristimuño acerca de la hispanidad, siempre ha primado la esperanza. Atento al futuro, nos desvela en este libro que se está gestando algo mayor que nosotros. Léanlo». José Luis López-Linares, director de Hispanoamérica, canto de vida y esperanza.
«Leáñez es una de las voces más incisivas y reputadas del panorama hispanista. Como profesor venezolano afincado en España, su detallado conocimiento de las dos orillas le permite vencer los complejos que suelen atenazar en nuestras elites académicas cualquier intento serio de defender lo obvio: la comunidad hispánica sería imparable a nivel global si administrásemos la lengua española sin complejos, con método, claridad de miras, recursos y un centro coordinador neto». Alberto G. Ibáñez, autor de El Sacro Imperio Romano Hispánico.
Prólogo
Hispanidad:
la lengua como
eje de un futuro promisorio
«Queda la lengua materna»
Hannah Arendt (1964), respondiendo
a Günter Gauss
al preguntar este
qué queda tras el horror nazi.
«En Hispanoamérica somos víctimas de un relato que es completamente falso… ¡y muy peligroso!». Con esta frase, que resuena ya
en la conciencia de muchos amantes de la Hispanidad, se inicia la
película Hispanoamérica, canto de vida y esperanza, de José Luis
López-Linares. Evidentemente, en esta decisión del director no
hay ninguna casualidad. Con elegante precisión, la oración enuncia y condensa en sí misma la esencia de este magnífi co largometraje. La formulación, además, se ve potenciada con el efecto que
ejercen la voz incisiva de su autor y la cadencia particular que
este le imprime a sus palabras. En este sentido, es llamativo que el
correlato visual ofrecido por López-Linares sea el de un río que se
abre paso en medio de la jungla, conduciéndonos sigilosamente
hacia lo remoto y lo desconocido. Desde el comienzo queda planteada así toda la gravedad del tema, mientras se siembra una profunda expectativa con respecto a lo que viene a continuación.
Puedo decir con orgullo que el autor de esa frase ya célebre es
mi gran amigo, el profesor Carlos Leáñez Aristimuño. En ella se
reconocen todos los rasgos característicos de su estilo particular,
plasmado por igual a lo largo de sus textos y conferencias. Muchas
veces he podido constatar el efecto que su estilo singular es capaz
de ejercer ante nutridos auditorios. Carlos Leáñez sabe expresar
lo profundo y signifi cativo con sencillez y brevedad, dotando de
color y textura lo que de otro modo podría resultar árido y opaco.
Se vale, para ello, no solo de un gran manejo de los tiempos y las
pausas, del énfasis y del humor, sino también de un sabio uso de
las metáforas y las vivencias personales.
Detrás de esa panoplia de recursos discursivos subyace el
hábito y el ojo experto del buen lingüista. Leáñez comprende a
cabalidad el poder performativo que las palabras ejercen sobre
los seres humanos y lo emplea con maestría. Acostumbra hurgar en cada vocablo, diseccionándolo para extraer de allí novedosas líneas de signifi cado. En otras palabras, analiza, refl exiona,
piensa. Desarma y rearma los edifi cios lógicos sobre los que
solemos discurrir de modo inadvertido.
A partir de esa base, y
mediante referencias constantes a vivencias concretas experimentadas en el mundo, nos plantea una nueva manera de entenderlo. De ahí ese eureka que muchas veces he visto refl ejarse en
los rostros de quienes lo leen o escuchan; esa sensación de que
ante ellos siempre hubo una realidad otra a la que previamente
no habían tenido acceso.
Pero nada son los conocimientos, capacidad y estilo personales si no cuentan con un objeto que fi je su atención, sin una pasión
que los motorice. Los afectos más profundos han llevado a nuestro autor a concentrar sus talentos en el estudio, defensa y promoción de la Hispanidad.
Desde su Venezuela natal, reconoce su
hogar en cada rincón de ese inmenso continente que es la lengua
española. Recordemos que, para los antiguos griegos, padres de
la civilización occidental de la que la Hispanidad es una frondosa
rama, la polis era aquel topos específico regido por un logos concreto; el territorio en el que la razón humana, materializada en palabras, le permite al ser humano levantar un universo dotado
de sentido frente al caos exterior.
En concordancia con lo anterior, Leáñez examina y defi ende la polis panhispánica desde los
cimientos de su lengua común.
De todos los pilares que han sustentado alguna vez la unidad panhispánica (la fe católica, la corona, las leyes comunes, la
unión monetaria, etc.), la más profunda y enraizada de todas; la
que mejor ha resistido los embates extranjeros y las pulsiones suicidas; la que ha preservado mejor la Hispanidad porque opera
desde un estrato previo a la conciencia es la lengua española. Se
ha mantenido allí, regularmente empleada pero en el fondo inaccesible para quienes, en vez de pensar, suelen discurrir a través
de fórmulas importadas y prefabricadas (práctica asidua y recurrente, por desgracia, entre nuestras élites).
La Hispanidad sigue
siendo un hecho colosal, a menudo contra sí misma, gracias a su
lengua; esa lengua que opera como una buena madre que vela
por la vida de sus hijos aún inmaduros, inconscientes todavía del
tesoro que en suerte heredan.
Como hispanista devoto y lingüista consumado, Leáñez
conoce, aprecia y se maneja con soltura en varias lenguas europeas, pero al mismo tiempo, sin que medie en ello contradicción
alguna y precisamente por ello, defi ende la nuestra con pasión y
fundamento. Así como su compatriota Andrés Bello —venezolano por nacimiento, chileno por adopción e hispanoamericano
por herencia y convicción— se aferró a nuestra unidad lingüística
como último e inexpugnable reducto para eludir la fragmentación total del imperio común, Leáñez propone ahora convertirla
en el pilar para una ofensiva civilizacional.
Una ofensiva que, tal como nos explica nuestro autor, solo
será posible tras experimentar una necesaria anagnórisis; ese (re)
conocimiento de sí, esa comprensión de la propia grandeza a la
que solo podremos acceder al identifi carnos con la dimensión
panhispánica que hoy custodia, de forma tan inadvertida como
solitaria, el insólito vigor de nuestra lengua común. Anagnórisis
que a su vez requiere la victoria de esa fuerza común sobre los pequeños intereses de élites parroquianas; los ánimos apocados de quienes no han sido enseñados a pensar en grande; la
ignorancia insulsa del idiota que vive ajeno a las dinámicas que
lo dominan; y las agendas externas que operan sigilosamente al
abrigo de la subordinación cultural disfrazada de prestigio social.
Leáñez observa que esa reacción está en marcha, por etapas, a
través de lo que llama la rebelión hispanista en curso. Una rebelión encabezada por un puñado de autores y divulgadores que,
sin embargo, crece sin cesar, y que hoy afronta su oportunidad
dorada, en un mundo en el que las principales distancias no son
ya temporales ni geográfi cas, sino culturales e idiomáticas. En ese
mundo nuevo que emerge con toda celeridad, dominado por las
dinámicas que imponen la interconexión permanente y la inteligencia artifi cial, el continente de la lengua española enfrenta retos
y oportunidades de las que solo saldrá airoso si la Hispanidad
cobra plena conciencia de sí, y si se decide a plantarles cara unida,
como bloque civilizacional fi rmemente articulado en torno a su
lengua común.
Es importante, además, señalar que Leáñez es un venezolano
del último entresiglo. Su vida, como la de tantos compatriotas
nuestros que a menudo dicen «venir del futuro», está marcada
por el drama de la destrucción absurda y total a la que nos pueden arrastrar no las guerras, no los desastres naturales, sino las
ideas aviesas y las voluntades torvas. Ideas y voluntades que en el
seno de la Hispanidad suelen seguir, invariablemente y al pie de
la letra, las patrañas forjadas al calor de la leyenda negra antiespañola.
Siglos después, esas patrañas nos siguen arrastrando al odio
pueril, a la vergüenza absurda, al acomplejamiento lacerante,
injustifi cado y vengativo.
La Venezuela de este primer cuarto
de siglo es, por desgracia, una muestra de los desvíos y peligros
que le aguardan a cada hispano, a la vuelta de la esquina, como no
seamos todos capaces de rescatar una visión común y equilibrada
de nuestro pasado, apta para entender quiénes somos en realidad
y las enormes potencialidades que tenemos aún por desarrollar.
Leáñez forma parte de la vanguardia que avanza indetenible
en ese rescate del hispanismo. Aporta elementos de juicio imprescindibles en un ámbito crucial como es el de la lengua, en el que
ha venido refl exionando durante décadas. En este libro, y con
su acostumbrada elocuencia, nos ofrece sus mejores recursos y
argumentos para ayudarnos a comprender el hecho inmenso de
la Hispanidad, el valor colosal de su lengua común, la naturaleza de los retos que afrontamos en el mundo de hoy, y las grandes oportunidades que podemos aprovechar si nos decidimos a
actuar conjuntamente.
Y lo hace con el mayor de los optimismos. Para Leáñez, el
futuro es hispano porque entiende y confía en el potencial gigantesco de la lengua española.
En ese gran buque que es nuestra
realidad panhispánica, la lengua lo es hoy casi todo. Es casco que
contiene; velamen que se hincha y propulsa; mástil que sostiene
las velas, y timón que marca la dirección. Solo hacen falta tripulación y gobierno dotados de ánimo y visión, con el corazón henchido de bravura y ambición, dispuestos a emprender una travesía que los lleve a descubrir y levantar nuevos continentes. Sopla
el viento de popa. Es hora de soltar lastre y cortar amarras.
Miguel Ángel Martínez Meucci *
Madrid, 16 de marzo de 2025
* Dr. en Conflicto Político y Procesos de Pacificación
por la Universidad
Complutense de Madrid.
Politólogo y consultor político, ha sido profesor
en
diversas universidades de Hispanoamérica.
Nosotros, los hispanos
A finales de los setenta del siglo pasado vivía yo en Alemania, en
la primorosa ciudad de Friburgo de Brisgovia, lejos de mi Caracas
natal. Todos los días almorzaba en el muy funcional e industrial
comedor universitario. Una vez depositada la bandeja sobre la
cinta transportadora que llevaba platos y cubiertos a un lavado
automático fascinante, se abría para los estudiantes una bifurcación: cafetería o salida.
Con frecuencia optaba por la primera.
Era una cafetería bulliciosa, grande, informal y llena de humo de
cigarrillos. La mayoría de la gente —alemanes— estaba en mesas
aisladas o en la barra. Pero, hacia un extremo, había casi siempre
un reagrupamiento de mesas y sillas del que emanaban carcajadas, apiñamiento, voz alta, mucho contacto físico. Allí había de
todo —mexicanos, uruguayos, peruanos, españoles, colombianos…— con tal de que hablase español. Era un recodo de afecto,
solidaridad, nostalgias y una suerte de ejercicio constante de
comparaciones en donde con frecuencia el tema era la sorpresa
que nos causaba el modo de ser alemán.
Es decir, ellos, una cosa;
nosotros, otra. Ellos, los alemanes; nosotros, los hispanos.
Cuando estamos ante los otros, como en esa cafetería alemana,
queda claro que somos un nosotros; cuando estamos entre nosotros, queda claro que somos argentinos, salvadoreños, venezolanos; cuando estamos entre venezolanos, queda claro que somos
orientales, maracuchos, andinos, caraqueños; cuando estamos
entre caraqueños… y así podemos subdividir adscripciones hasta llegar a cada individuo en concreto.
Cada persona se mueve a
todos los niveles, desde la humanidad, que a todos nos contiene,
hasta, pasando por toda una serie de instancias intermedias, su
individualidad irreductible. Pero la humanidad no es un idílico
paraíso: es un terreno de tensiones en el que grupos y entidades de todo tipo se despliegan para ser más poderosos que otros,
buscando con frecuencia dominar, o peor, eliminar a los otros.
Es decir, la hispánica mesa de la cafetería en Alemania, esa casa
grande común, podría desaparecer a manos de esos grupos. Cabe
entonces preguntarse: ¿podemos los hispanohablantes en modo
archipiélago hacer frente a los retos de la globalización sin correr
el riesgo de que nuestros rasgos se evaporen, sin que, dolorosamente, veamos cómo se desfigura nuestra lengua, se desdibujan
nuestras costumbres, se alejan los referentes de todo tipo que articulan nuestras vidas? Separados nunca.
Debemos arrimarnos al
más grande paraguas común disponible —el nosotros de la mesa
en Alemania— para ser fuertes ante los gigantes e impedirles que
sigan condicionando el timón de nuestra nave, manteniéndonos
en coordenadas de fragmentación, subordinación y alienación;
arrinconándonos en una periferia de hostelería, materias primas
y maquila.
Por encima de cada uno de nuestros países y antes de diluirnos en la humanidad toda, está nuestro nivel óptimo de inserción
en el mundo: la civilización hispánica. Óptimo porque en él estamos ante un grupo inmenso —500 millones— con rasgos básicos comunes absolutamente tangibles —lengua española, historia y tradiciones compartidas, una cultura de base católica— que
crean unas coordenadas —específicas y comunes— lingüísticas, religiosas, políticas, familiares y relacionales que generan
una manera distinta de estar en el mundo. Dada la potencia que
implica nuestro gigantesco tamaño y extraordinario legado cultural, si logramos reajustarnos y operar razonablemente unidos
ante el mundo, podemos encontrarnos entre las culturas que generan lo nuevo y se adaptan a los cambios sin perder su rostro en
el camino. Pero los hispanohablantes vivimos sumidos en relatos inhabilitantes que —desde comienzos del siglo XIX y hasta
hoy—nos mantienen irresolutos, desatinados y claramente dispersos. Y no solo eso: a coro con el resto de Occidente, ha cundido también entre nosotros, ya en el siglo XXI, una posmodernidad gaseosa y nihilista alérgica a todo lo que huela a grandeza. La
plaza del pueblo y la subjetividad radical parecen ser los nuevos
—y únicos— horizontes lícitos e imaginables.
Pero surgen en el horizonte signos robustos que envían señales
de detección, tanto de los relatos inhabilitantes, como del nihilismo. También de sus lamentables consecuencias. Lo que antes
era vivido como una condición real permanente es hoy percibido por muchos como una condicionante improbable e inducida
que puede —y debe— ser combatida. Y, en efecto, lo está siendo:
ha surgido una auténtica rebelión de hispanistas, divulgadores,
escritores, documentalistas, asociaciones, yutuberos y otros que
está generando un contraflujo de opinión que mucho nos ocupará en las líneas siguientes. No, no somos estandartes de la maldad, el atraso y la irracionalidad.
Los hispanos somos esa porción de Occidente que, de verse
a sí misma con nitidez, será clave para proponer una alternativa
civilizacional que supere los darwinismos, nihilismos, colectivismos, relativismos, totalitarismos y fundamentalismos que arrinconan al mundo. Hemos simplemente de, por un lado, reconectar —actualizándola— con nuestra grandeza histórica olvidada
de amplísimos horizontes y ejecutorias, y, por otro lado, percibir
cabalmente nuestro increíble potencial actual, hoy desperdiciado.
Pasaremos entonces de la periferia al centro, de la subordinación
al liderazgo, del victimismo al protagonismo, de la impotencia a
la fuerza, de la dispersión a la unidad, de la alienación a la autenticidad, de la vergüenza al orgullo, del resentimiento a la gratitud.
La plenitud hispana es factible como nunca antes y es lo que
busca hacer evidente este libro.
El futuro será hispano.
De Tierra de Fuego 🔥 hasta Alaska ❄️ nuestra raíz es hispana.
Un adelanto de 🎥 WE THE HISPANOS,
nueva película de José Luis López-Linares
VER+:
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