EL ARTE DEL
TOREO
Enciclopedia práctica
de la lidia y de sus grandes maestros
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Tiene en sus manos un extraordinario compendio de la tauromaquia, una revisión profunda de la lidia como patrimonio cultural y popular, y también una completa aproximación didáctica al universo del toro.
Andrés Amorós, uno de los escritores y críticos taurinos más reconocidos, realiza en este ensayo un recorrido riguroso por la historia de la fiesta, desde los orígenes del toro como protagonista de ceremonias y celebraciones, hasta la evolución del festejo durante los siglos xx y xxi. Las ganaderías, la crianza y selección de los astados, las grandes plazas y las mejores faenas, un diccionario explicativo de las suertes y de los elementos de las corridas…
Este tratado enciclopédico recoge, así mismo, ejemplos de la impronta de la tauromaquia en la literatura, el cine y la pintura, y convierte sus páginas en un reconocimiento a los maestros más sobresalientes en sus más de dos siglos de vigencia: ochenta y cinco nombres de los que se recopila su trayectoria y su aportación a la lidia.
Una obra imprescindible para los nuevos aficionados y una referencia ineludible para los amantes del arte del toreo.
PRÓLOGO
A pesar de los continuos ataques de los animalistas y de los independentistas, la tauromaquia en España sigue gozando de bastante buena salud. Los datos y la experiencia lo demuestran: en 2023, la asistencia de público a las dos principales plazas españolas, la de Sevilla y la de Madrid, ha superado a la de todos los años anteriores. Sin bajar a estadísticas concretas, la tendencia está ahí, es indiscutible. También lo es la presencia creciente de grupos de mujeres y de jóvenes en los tendidos de las plazas españolas.
El tópico que esgrimían los antitaurinos de que es una fiesta vieja, casposa, sin futuro, se está disolviendo como un azucarillo. Una de sus causas puede ser que, después del covid, la sociedad española se ha lanzado con entusiasmo a la calle, a los bares y restaurantes, a los viajes, a los conciertos, a disfrutar de la vida… Es cierto, pero eso no ha afectado por igual a todos los espectáculos. También es posible que una parte de la sociedad española esté reaccionando frente a tanta monserga seudoprogresista.
En una sociedad urbana, no agrícola, como es la nuestra, muchos jóvenes desconocen el mundo de la tauromaquia. Es lógico que algunos no la entiendan o no les interese, pero no es disparatado pensar que otros, precisamente como reacción contra tantas exageraciones, sientan curiosidad por ver en qué consiste ese espectáculo y quieran forjarse su propia opinión. Por eso acuden a las plazas con sus amigos, dispuestos a pasarlo lo mejor posible. El resultado no puede ser unánime. Depende, ante todo, de la suerte que hayan tenido en esa primera experiencia.
Por mucho que me gusten los toros, no puedo negar que hay corridas aburridas, exactamente igual que algunos partidos de fútbol, algunas películas y algunas obras de teatro. Pero hay tardes en las que en una plaza de toros se vive algo único, una experiencia extraordinaria, una comunión total. Si los jóvenes han tenido la suerte de vivir eso, o algo cercano, y si su sensibilidad conecta con ese arte, es casi seguro que querrán volver: presenciar otras corridas, comparar una tarde con otra, comentar con sus amigos… Cuando esa semilla ha prendido, no es fácil que se la lleve el viento, por muchas matracas antitaurinas que escuchen. Su asistencia a los toros dependerá de otras circunstancias: del precio de las entradas, sobre todo; de la facilidad para conseguir descuentos para jóvenes; del eco que tengan los toros en los medios de comunicación (por desgracia, hoy, tan escaso); del atractivo de los carteles; de la competencia con otras formas de diversión…
Es decir, lo mismo que pasa con los demás espectáculos. Para el futuro de la fiesta, esta asistencia de jóvenes es decisiva. Exactamente igual sucede, por ejemplo, con los conciertos de música clásica. No todos los síntomas son negativos.
Hace algunos años, ¿quién podría imaginar que muchos jóvenes europeos se iban a apasionar por la ópera, por la música barroca, por el canto gregoriano? Hoy es una realidad indiscutible. Para disfrutar con los toros, como con cualquier arte y espectáculo, hace falta una educación, un cierto conocimiento. Es muy fácil encontrar ejemplos: si a mí me aburre mortalmente un partido de béisbol, no debo pensar por ello que los millones de americanos a los que les apasiona son seres inferiores (ni tampoco superiores, claro está).
Lo que me pasa es muy sencillo: yo desconozco por completo las reglas del béisbol, no sé apreciar una buena jugada, carezco de referencias, porque ese deporte es totalmente ajeno a la cultura en la que me he criado. Si yo viviera cierto tiempo en Estados Unidos, presenciara unos cuantos partidos y me lo explicaran bien, quizá acabaría gustándome. En otro terreno, a nadie le suele gustar un cuarteto de Beethoven la primera vez que lo escucha, ni un cuadro de Paul Klee, ni un poema de Góngora o Quevedo. Para apreciarlos, hace falta una familiaridad, cierto aprendizaje.
No estoy diciendo que la tauromaquia sea algo intelectual, todo lo contrario: es una fiesta popular que entra por los ojos, pero, para apreciarla de verdad, es necesario conocer sus reglas. Exactamente igual que sucede con cualquier arte o espectáculo. No es un problema de edad, sino de conocimiento. Me alegra ver llenos los tendidos de una plaza de toros, pero más de una vez me ha disgustado presenciar reacciones de una parte del público que no me parecían adecuadas. Y no es puritanismo: comportamientos que son habituales en un concierto de rock no serían admisibles, por ejemplo, en un partido de tenis.
En los toros se aprende, entre otras muchas cosas, que cada uno debe estar en su sitio. En algunos públicos de toros, he advertido últimamente cierta desorientación, falta de criterio. No es extraño. Ya dijeron Ortega y Pérez de Ayala que en las plazas de toros se refleja claramente el clima social. Teniendo en cuenta cómo anda hoy la sociedad española, sería increíble que no viéramos algo semejante en la fiesta.
Tuve la idea de este libro pensando en esos públicos, jóvenes o no, que acuden a una plaza de toros con más curiosidad que conocimientos. Para los que hemos visto bastantes corridas de toros y hemos escuchado y leído a unos cuantos maestros, resulta casi una obligación transmitir lo que ellos nos han enseñado. No solo necesitan orientación y criterio los nuevos aficionados. Como dice un refrán que me gusta mucho, «entre todos lo sabemos todo». Especialmente, en un mundo tan rico y tan complejo como es la fiesta de los toros. Hasta el muy sabio Marcial Lalanda hizo suya la frase de Goya: «Todavía aprendo».
He intentado resumir en un libro manejable la información que puede querer cualquiera que asista a una plaza de toros. Eso incluye datos concretos sobre muchos aspectos: la historia de la fiesta, el toro bravo, la plaza, las reglas clásicas, los maestros del toreo, la relación con la sociedad y la cultura… He procurado explicar con claridad y sencillez, sin tecnicismos innecesarios, lo que yo considero básico. De cada uno de los temas, por supuesto, hubiera podido extenderme mucho más, pero no buscaba lucirme, sino ayudar al lector, sea cual sea su nivel de conocimientos taurinos. Me he dirigido tanto al espectador novel como al experto.
Pido perdón por los errores —me temo que habrá muchos— y por las omisiones, sobre todo, en la dificilísima selección de los toreros que comento. La extensión manda. También me disculpo por las repeticiones, inevitables en una obra de este tipo: una suerte (por ejemplo, la verónica o el natural) se menciona al hablar de la lidia, de la historia, del diestro que mejor la interpretó, de la obra literaria en la que se cita…
He intentado que este libro se pueda leer seguido, como un ensayo sobre la fiesta; también, que pueda utilizarse como una obra de referencia para solucionar alguna duda. Recojo muchos datos objetivos y también ofrezco muchas valoraciones: inevitablemente, son subjetivas.
En los públicos actuales, suelo echar de menos el criterio para discernir el arte auténtico de los efectismos; lo admirable de lo que es menos bueno.
¿Cuál es mi criterio? El que aprendí de mis mayores en edad y sabiduría. No es difícil resumirlo:
la tauromaquia nació como un rito sagrado; se convirtió luego en un juego caballeresco y popular del que derivó la corrida moderna con su equilibrio de belleza y emoción. Hoy en día, la tauromaquia es, sin duda alguna, un arte: se basa en una técnica; tiene unas reglas que es preciso conocer para cumplirlas o infringirlas, pero sabiendo que existen; expresa la personalidad del artista; agrada y consuela al que lo contempla.
Es decir, que la fiesta reúne todas las condiciones necesarias, según los filósofos escolásticos, para ser considerada un arte. A la vez, las corridas de toros son, ahora mismo, un importante espectáculo de masas: algo que mueve mucho dinero, con todos los riesgos de comercialización y falsificación que eso comporta. Frente a los enemigos de la tauromaquia, resulta fácil mostrar su valor ecológico, su valor económico y su valor cultural. Para que ese arte no se degrade, es indispensable que se mantenga la casta brava del toro sin rebajarla. Sin eso, todo se vendría abajo. Como el toro es un animal peligrosísimo y cambiante, resulta imprescindible, ante todo, dominarlo.
A partir de ese dominio, surgirá luego la estética personal de cada diestro. Para ser buen torero, es absolutamente necesario tener valor, pero no basta con eso ni con ponerse bonito. El dominio del toro exige mucha inteligencia: ver rápidamente las condiciones del toro y conocer las reglas clásicas de la tauromaquia. Cada toro tiene su lidia. Todo lo que se le haga a un toro ha de tener un porqué, un sentido. La lidia de cada toro plantea problemas diferentes, que el diestro ha de ver claro y resolver al instante.
El buen aficionado disfruta viendo la manera en que los soluciona el diestro: cómo es capaz de convertir el mando en belleza; la técnica, en arte. Quiero agradecer a Ymelda Navajo, que ya había editado otros libros míos de tema taurino, el interés con que acogió este proyecto y la profesionalidad con la que lo ha realizado, como es propio de ella y de La Esfera de los Libros. También, el trabajo minucioso del editor, Carlos Alcelay, y la ayuda de Manuel Durán para seleccionar las fotografías.
Nace este libro de haber visto unas cuantas corridas de toros a lo largo de los años, desde que de niño me llevó a una plaza por primera vez mi padre, Manuel Amorós, un buen aficionado. Debo dedicárselo a él y a algunos grandes maestros y amigos que me ayudaron a entender lo que iba viendo:
Marcial Lalanda, Domingo Ortega, Luis Miguel Dominguín y Manolo Vázquez. También a mi hijo, Antonio Amorós, que continúa nuestra afición. Y a mi mujer, Auxi, que me ha aguantado tantas latas por culpa de los toros.
Deseo que este libro ayude a algunos lectores a entender mejor y a disfrutar más con el toreo, ese arte único.
EL TORO SAGRADO
«Viene el toro de Grecia
por el Mediterráneo…».
Agustín de Foxá
Desde hace cerca de 40.000 años, los hombres cazaban toros para alimentarse. Al abandonar el nomadismo y hacerse sedentarios, comenzaron a criar ganado vacuno. Se ha considerado al toro como un animal sagrado en muchas culturas del Oriente Próximo y del Mediterráneo: la India, Mesopotamia, Anatolia, Grecia, Roma…
Se le ha identificado simbólicamente con muchas cualidades positivas:
la luz, la fuerza, la agricultura, la fecundidad, la renovación de la vida…
En la India, el toro y la vaca son sagrados, y el dios Siva cabalga sobre el toro Nandi.
En Mesopotamia, se identifica con los cuernos de la luna (bucráneos).
Según la leyenda babilónica, Gilgamés mata al toro celeste.
En Egipto, el toro Apis encarna a Osiris, el dios solar: se le dedica un templo en Menfis.
En la mitología griega, Dionisos aparece como toro.
En la cultura helenística impera el culto a Mitra, la luz celeste.
Sostienen algunos que la palabra «Italia» quiere decir ‘tierra de ganado vacuno’; son frecuentes en Roma los sacrificios rituales; Julio César introduce los uros en los espectáculos… Esta visión sagrada del toro da lugar a muchos mitos poéticos: Pasífae, enamorada del toro, se disfraza de vaca para unirse a él y concebir al Minotauro, mitad hombre, mitad toro, al que mata Teseo.
Europa, robada por el toro (Zeus), ama a su raptor y da su nombre a un nuevo mundo, el nuestro. Surgen también ritos, como el taurobolio: sacrificio de un toro para conseguir un bautismo de sangre. En los frescos del palacio de Cnosos, en Creta, la taurocatapsia, en la que los jóvenes gimnastas —chicos y chicas— saltan sobre el toro…
¿Tiene todo esto que ver con la tauromaquia actual? Los saltos cretenses recuerdan a los recortadores; los juegos romanos, como el de Urso, en Quo Vadis, a la suerte de mancornar o derribar a un toro, cogiéndolo por los cuernos, y a los forçados portugueses. En general, las diferencias son grandes, pero el vínculo parece evidente. El arte del toreo no es un deporte, sino que hunde sus raíces en una raíz mítica, sagrada: significa la proclamación de la vida frente a la muerte.
DOCUMENTAL | En la piel del toro
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