EL Rincón de Yanka: LIBRO «EL HECHO EXTRAORDINARIO» QUE DERRUMBÓ LAS CERTEZAS DE UN ESCÉPTICO por MANUEL GARCÍA MORENTE

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domingo, 21 de septiembre de 2025

LIBRO «EL HECHO EXTRAORDINARIO» QUE DERRUMBÓ LAS CERTEZAS DE UN ESCÉPTICO por MANUEL GARCÍA MORENTE

El hecho extraordinario 
que derrumbó las certezas 
de un escéptico


En 1940, pocos meses antes de recibir la ordenación sacerdotal, García Morente escribe una carta a su director espiritual, José Mª García Lahiguera, en la que relata el Hecho extraordinario que vivió en la noche del 29 al 30 de abril de 1937. En esta carta explica su radical conversión a la fe, su profunda y singularísima experiencia de Dios y su decisión de entregarse a las almas a través del sacerdocio.
«Nadie mejor que yo —a no ser Nuestro Señor mismo, que todo sabe— sabe lo pecador, lo radicalmente perverso que soy en mi fondo natural. Toda la ira, toda la escala de los más abyectos pecados, había sido recorrida por mi alma. Con la agravante de una superestructura doctrinal o ideológica que los encubría bajo el manto mendaz de una ética natural, humana, más o menos filosófica y racional, rematada en una concepción absurda e impía de Dios y su providencia. ¿Y a semejante tipo iba Dios Nuestro Señor a presentarse para derramar sobre él mercedes extraordinarias? No. No lo puedo creer». Manuel García Morente

«“El Hecho extraordinario” es la obra maestra de Manuel García Morente. En este relato autobiográfico nos da a conocer quién fue, cómo era su corazón, cuál fue su trayectoria vital, qué pensaba, cuál fue su filosofía, y cuáles fueron las claves de la evolución de ésta. Es uno de los pocos grandes relatos de conversión de uno de los grandes conversos. Es revelación del pensamiento de quién, en palabras del ilustre filósofo don Antonio Millán Puelles, fue “uno de los pensadores españoles más insignes y representativos de la primera mitad del siglo XX”».
Hay historias que nos marcan no solo por lo que cuentan, sino por cómo llegan a lo más profundo de nuestra existencia. La vida de Manuel García Morente es una de ellas

"En los designios de la Providencia no hay meras coincidencias" (San Juan Pablo II, tras su atentado el 13 mayo de 1981)

Al estallar la Guerra Civil será desposeído del cargo y sustituido por Julián Besteiro, el político socialista. García Morente, jienense nacido en 1886, fallecerá en Madrid en 1942, tras experimentar "El Hecho extraordinario", que le produjo una fulminante conversión mientras vivía exiliado en París para evitar ser asesinado. Hijo de un reputado oftalmólogo, volteriano y no creyente, y una ferviente católica, crecerá educado en la fe que abandonará pronto. Su formación liberal pasará por la Institución Libre de Enseñanza y opositará joven a la cátedra universitaria señalada.

Un mes después de comenzada la guerra, el 28 de agosto, fue informado de que un comando de la FAI había asesinado a su yerno de 29 años, por el que sentía un profundo afecto y cariño. Ingeniero agrónomo y geógrafo, gozaba de prestigio profesional y de virtudes humanas. Morente tenía dos pequeños nietos del matrimonio entre éste y una de sus hijas, que a los 22 años se encontró viuda, con su madre ya fallecida y su padre dedicado a su intensa vida universitaria. La noticia le abrió una dolorosa herida. Un mes después recibió un aviso, de solvencia contrastada, advirtiéndole de la urgencia en abandonar España porque, en determinados ámbitos, se preparaba asesinarle.

Salió con un salvoconducto hacia Barcelona para llegar a París el 2 de octubre de 1936 sin medio económico alguno. Allí, comenzó una nueva vida, donde la Providencia se desarrollará en su pensamiento y en su vida de forma cada vez más intensa. Será precisamente el hecho de constatar cómo gestiones que había iniciado no salían adelante y, sin embargo, otras no emprendidas sí lo conseguían, lo que le llevó a plantearse seriamente la existencia de alguien ajeno a él que lo dirigía.

"Un golpe de suerte"

A finales de enero, "un golpe de suerte" le abrió la puerta a la esperanza al recibir una carta por la que se le ofrecía, por parte de una editorial, la elaboración de un nuevo diccionario que le permitirá compensar a la viuda de un amigo ya fallecido que le daba de comer cada día en su casa.
A los pocos días recibe "otro golpe de teatro" al otorgarle un amigo suyo –decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires– la cátedra de Filosofía en la Universidad de Tucumán, en Argentina, lo que aceptó inmediatamente a la espera de poder viajar cuando consiguiera llevar a su familia con el. Desde su llegada a París había iniciado gestiones para traer a sus hijas y nietos, resultando todas ellas infructuosas.

Un día, al visitar a su buen amigo José Ortega y Gasset, también exiliado como él, tendrá una sencilla experiencia que le impactará, al caer en la cuenta de que el recorrido que llevaba efectuando por las calles de París tantas veces para verse con él atravesaba la calle "de la Asunción" y el convento de las religiosas con las que se había educado su querida esposa ya fallecida.
Nunca se había fijado en ese detalle, que hizo rebrotar su esperanza y, llegado a casa de don José, coincidirá, para su sorpresa, con un buen amigo de Madrid que tenía un hijo secretario de Negrín que llegaba al día siguiente a París, lo que confiaba daría solución a la salida de España de su familia.

Esas coincidencias le harán reflexionar hondamente: En esa carta escribió: "Me quedé pasmado. ... Alrededor de mí o, mejor dicho, sobre mí e independientemente de mí, se iba tejiendo, sin la más mínima intervención de mi parte, toda mi vida. El encargo del diccionario, el ofrecimiento de la cátedra argentina, el felicísimo encuentro con el padre de un secretario de Negrín –entonces ministro de Hacienda del gobierno de la República–, nada de eso había sido ni buscado, ni procurado, ni siquiera sospechado por mí (..). Diríase que algún poder incógnito, dueño absoluto del acontecer humano, arreglaba sin mí todo lo mío. Es más, todo lo que yo hacía o intentaba por propia iniciativa, salía mal y fracasaba; las gestiones en la Embajada inglesa, con la Cruz Roja Internacional, todas las innumerables gestiones para encontrar trabajo en París, habían fracasado estrepitosamente. En cambio, me caían como llovidos del cielo acontecimientos que ni podía imaginar y en los que mi personal iniciativa no había tenido la menor parte. Por tercera vez, la idea de la Providencia se clavó en mi mente. Pero, por tercera vez, la rechacé con terquedad y soberbia".
Determinismo o providencia

García Morente prosigue en la carta a su director espiritual: "La idea cósmica del determinismo universal anidó en mi mente, y rechacé como una puerilidad la idea de rezar a Dios". Mientras tanto, los obstáculos para que sus hijas y nietos pudieran reunirse con él no se superaban, lo que le convenció de que el gobierno las mantenía allí para impedir que pudieran escribir o hablar algo no conveniente para ellos.
Su gozo dio paso a una cierta depresión y desánimo al no poder tomar posesión con su familia de la cátedra argentina: "¿Qué está haciendo –pensaba– Dios conmigo, la Providencia, la Naturaleza, el Cosmos, o lo que sea?". 
"La impotencia, la ignorancia, una noche sombría en derredor, y nada, absolutamente nada, sino esperar la sentencia de los acontecimientos; y una esperanza que no sabe lo que espera, es sencillamente la desesperación".

El 27 y el 28 de abril el amigo que le había cedido una habitación en su casa tuvo que ausentarse y quedo sólo, incrementando su insomnio nocturno y sus razonamientos: "Desde que empezó la guerra yo no había intervenido en la contextura, en los hechos de mi propia vida. Los hechos de mi vida se habían hecho sin mí, sin mi intervención. De alguna manera yo los había experimentado pero no los había causado. ¿Qué o quién o cuál había sido la causa de esa vida que, siendo mía, no había sido causada por mí? Esa contradicción me obligaba a plantearme una antinomia que no tenía aparente solución", escribirá.La única respuesta que encontró es que ese alguien había pensado una vida para él, y se la entregaba, pudiendo él libremente rechazarla.

La idea de Dios providente comenzó a arraigar en su cabeza, y su corazón. La noche del 29 de abril se quedó dormido en un sillón ante la ventana que dominaba la ciudad de París, tras escuchar por la radio una suave melodía, despertando súbitamente y poniéndose en pie. Frente a él, Montmartre y, al girar la cabeza hacia la oscura habitación, allí estaba Él. En silencio, sin tocarlo, permaneció inmóvil en su presencia. Cayo de rodillas balbuceando entre lágrimas el Padre nuestro y el Ave María, y la decisión de ordenarse sacerdote.

Pocos días después, el gobierno de Largo Caballero caía y el Dr. Negrín le sustituyó. Recibió un telegrama de sus hijas anunciándole que salían hacia Francia. El 9 de junio embarcaban para Lisboa y, de allí, a Buenos Aires. El 28 de junio de 1938 se despedía de la Universidad de Tucumán. En el barco de regreso a España, entre sollozos y con gran alegría, comunicó a sus hijas su decisión. El 10 de septiembre de 1938 comenzaba su preparación para el sacerdocio y, 2 años después, escribía esta carta. Falleció como un ejemplar sacerdote el 7 de diciembre de 1942.

Filósofo, académico y racionalista convencido, la vida de Manuel García Morente está atravesada por un suceso inesperado, un golpe del destino que trastoca su mundo: su conversión repentina al cristianismo.
Su obra «El hecho extraordinario» no es simplemente un testimonio de fe, es la crónica de un hombre que, en medio de la tormenta, descubre un horizonte insospechado.
«El hecho extraordinario» es un documento autobiográfico de excepcional interés. Se trata de una carta que García Morente escribió en 1940, al doctor José María García Lahiguera, y que se hizo pública después de la muerte del autor.
La vida es un torbellino de incertidumbres. Manuel García Morente no buscaba a Dios. No oraba, no le interesaban los dogmas ni las respuestas religiosas.
Y, sin embargo, una noche, en la más absoluta soledad, sintió que lo divino irrumpía en su vida sin previo aviso.

Su conversión no fue el resultado de largas reflexiones, sino un hecho extraordinario, un instante que le partió el alma en dos y le mostró un camino que nunca pensó recorrer. Porque así es como se manifiesta Dios, cuando menos te lo esperas.

Cuando la vida se desmorona

Imagina perderlo todo de la noche a la mañana: tu patria, tu estabilidad, tus raíces. García Morente, un hombre que vivía por y para la razón, se encontraba en el exilio, sumido en una angustia abrumadora.
¿Cómo se reconstruye alguien cuando lo único que tiene es el eco de su propia desesperanza?
En ese estado de abatimiento, sucedió algo imposible de prever. En medio de la noche, solo en su cuarto, sintió una presencia envolvente, algo tan real como el dolor que lo atormentaba. No fue un razonamiento lógico ni un autoengaño, sino una certeza indudable: Dios estaba allí. En un instante, su incredulidad se hizo trizas y su vida tomó un rumbo que nunca imaginó.
«Era como si toda la habitación se hubiera llenado de una luz y de una dulzura inefables» (García Morente, El hecho extraordinario).
«No era un pensamiento, no era una sensación, era una realidad objetiva que se imponía con una evidencia irresistible» (El hecho extraordinario). Su relato nos deja una pregunta importante: ¿estamos abiertos a lo inesperado? ¿O hemos cerrado las puertas de nuestra alma?

La fe no es una evasión ni una ilusión para débiles.

Es una fuerza que transforma, que da sentido, que levanta al que ha caído. Pero para recibirla, hay que estar dispuestos a abrir el corazón, a dejar que lo extraordinario nos alcance, a admitir que, quizás, no lo sabemos todo. «Comprendí en ese instante que toda mi vida hasta entonces había sido ciega y sorda a una dimensión esencial de la existencia» (El hecho extraordinario).
Las grandes preguntas están para todos ahí: ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿Qué nos sostiene cuando todo lo demás se derrumba?
«Cuando el hombre se queda solo consigo mismo, sin más ruido que el de su propio pensamiento, es cuando la verdad puede entrar» (El hecho extraordinario).

¿Qué podemos aprender?

1. La razón no lo es todo

Imagínese a un pensador, un hombre que ha dedicado su vida a la razón, al estudio minucioso, a la búsqueda del conocimiento absoluto. Y, de repente, su mundo racional se tambalea.
García Morente descubre que hay experiencias que no encajan en la lógica, que la realidad tiene pliegues que la mente no puede desdoblar del todo. ¿No será que la razón es solo una pequeña linterna en la oscuridad de lo desconocido?
Su historia es un recordatorio de que aferrarnos solo a la lógica puede convertirnos en prisioneros de nuestra propia seguridad.
«¿Quién es ese algo distinto de mí que hace mi vida en mí y me la regala? Claro está que enseguida se me apareció en la mente la idea de Dios. Pero también enseguida debió asomar en mis labios la sonrisa irónica de la soberbia intelectual»

2. La transformación a través del sufrimiento

Para García Morente, la tragedia del exilio, la soledad y la pérdida se convirtieron en una grieta por donde entró la luz.
Su conversión no fue un ejercicio teórico, sino una consecuencia de un sufrimiento que lo llevó a un abismo, y en ese abismo, halló un resplandor inesperado. Fue necesaria la caída para que existiese una resurrección.
¿Cuántas veces evitamos el dolor, sin darnos cuenta de que es precisamente en él donde se esconde un regalo de transformación?

«Desde que empezó la guerra, yo no había intervenido ni poco ni mucho en mi propia vida, en la contextura real de los hechos de mi vida, se habían hecho sin mí, sin mi intervención. En cierto sentido cabría decir que yo los había presenciado, pero de ningún modo causado. ¿Quién, pues, o qué o cuál era la causa de esa vida que, siendo la mía, no era mía? Porque lo curioso y extraño era que todos estos acontecimientos eran hechos de mi vida, esto es, míos; pero, por otra parte, no habían sido causados ni provocados ni siquiera sospechados por mí; esto es, no era míos. Había aquí una contradicción evidente. Por un lado, mi vida me pertenece, puesto que constituye el contenido real histórico de mi ser en el tiempo. Pero, por otro lado, esa vida no me pertenece, no es, estrictamente hablando, mía, puesto que su contenido viene, en cada caso, producido y causado por algo ajeno a mi voluntad.
No encontraba yo a esta antinomia más que una solución: algo o alguien distinto de mí hace mi vida y me la entrega, me la atribuye, la adscribe a mi ser individual. El que algo o alguien distinto de mí haga mi vida, explica suficientemente el por qué mi vida, en cierto sentido, no es mía. Pero el que sea vida, hecha por otro, me sea como regalada o atribuida a mí, explica en cierto sentido el que yo la considere como mía. Sólo así cabría deshacer la contradicción u oposición entre esa vida no mía porque otro la hizo, y sin embargo, mía porque sólo yo la vivo.
Pero, llegado a esta conclusión, se me plantearon dos nuevos problemas: Primero. ¿Quién es ese algo, distinto de mí, que hace mi vida en mí y me la regala?» (El hecho extraordinario).

3. La experiencia del misterio

El momento crucial de su relato no es una gran revelación pública ni una manifestación ruidosa. Es, más bien, un susurro, un instante íntimo y personal en el que lo divino se hace presente sin necesidad de argumentos.
García Morente no nos ofrece pruebas, solo nos comparte lo que vivió, nos regala su vida y su experiencia. Y ese es el gran misterio: hay cosas que no se explican, solo se experimentan, pues son un don tan grande de difícil explicación.
Nos recuerda que lo trascendente no se conquista, se recibe. Se produce un encuentro, un tú a Tú.

4. La importancia del silencio y la interioridad

Imagine un mundo sin ruido, sin móvil en la mano de forma constante, sin distracciones.
En la quietud de su cuarto, lejos del bullicio, García Morente se abre a lo extraordinario.
Su conversión ocurre en un espacio de recogimiento, como si la verdad solo pudiera encontrarnos cuando todo lo demás se apaga.
El hecho extraordinario nos invita a redescubrir la importancia del silencio, del diálogo interior, de la posibilidad de contemplar y de escuchar lo que siempre ha estado ahí.

5. La fe como don inesperado

García Morente no buscaba la fe. No era un proyecto, ni un plan, ni un objetivo.
Y, sin embargo, un día, sin previo aviso, la fe lo encontró a él.
Su testimonio es una bofetada a nuestra mentalidad moderna, que nos hace creer que todo es cuestión de esfuerzo, de planificación, de méritos.
No. La fe, como el amor, simplemente se recibe.
Dios está ahí
García Morente nos ha dejado un testimonio de esos que estremecen el alma. Dios nos busca.
La contemplación de ese Dios de carne y hueso, que se compromete por amor a compartir la suerte del hombre, convirtió aquella distancia infranqueable para García Morente en una cercanía sobrecogedora.

Esa vecindad hizo posible la interrelación personal, la oración, el diálogo con Dios: un encuentro que suscita sentimientos de paz y transforma la vida y la mentalidad del hombre que ora.
«Volví la cara hacia el interior de la habitación y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo no lo veía, yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí».

Aceptar con humildad a Dios. Había aceptado a Dios. «El acto más propio y verdaderamente humano –decía– es la aceptación de la voluntad de Dios. Querer libremente lo que Dios quiera: he ahí el ápice supremo de la condición humana.»
García Morente se hallaba angustiado por resolver el gran problema que acosaba su espíritu: aunar la libertad y la obediencia, sentir la vida como propia y al tiempo reconocer que uno es dependiente de otras realidades que son distintas, pero no ajenas, al propio destino.
Tal vez, como Manuel, muchos de nosotros nos aferramos a la razón, a la seguridad de lo medible, lo tangible. Pero, ¿qué hacemos cuando la razón se nos queda corta? ¿Qué hacemos cuando el dolor nos arrebata incluso las certezas más férreas?

La respuesta de Morente fue sencilla y vertiginosa: se dejó encontrar.

Nos toca a nosotros preguntarnos si estamos dispuestos a lo mismo. Si estamos dispuestos a salir al encuentro de ese susurro que, aún en medio del estruendo de nuestras vidas, sigue llamándonos.
No con imposiciones ni con exigencias, sino con la delicadeza, idioma y la certeza de lo inefable.
Basta con estar atentos, con permanecer en silencio, con atrevernos a recibirla.
«¡Querer libremente lo que Dios quiera! He aquí el ápice supremo de la condición humana. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo».




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Manuel García Morente (Biografía)