Tiene en sus manos un extraordinario compendio de la tauromaquia, una revisión profunda de la lidia como patrimonio cultural y popular, y también una completa aproximación didáctica al universo del toro.
Andrés Amorós, uno de los escritores y críticos taurinos más reconocidos, realiza en este ensayo un recorrido riguroso por la historia de la fiesta, desde los orígenes del toro como protagonista de ceremonias y celebraciones, hasta la evolución del festejo durante los siglos xx y xxi. Las ganaderías, la crianza y selección de los astados, las grandes plazas y las mejores faenas, un diccionario explicativo de las suertes y de los elementos de las corridas…
Este tratado enciclopédico recoge, así mismo, ejemplos de la impronta de la tauromaquia en la literatura, el cine y la pintura, y convierte sus páginas en un reconocimiento a los maestros más sobresalientes en sus más de dos siglos de vigencia: ochenta y cinco nombres de los que se recopila su trayectoria y su aportación a la lidia.
Una obra imprescindible para los nuevos aficionados y una referencia ineludible para los amantes del arte del toreo.
PRÓLOGO
A pesar de los continuos ataques de los animalistas y de los independentistas, la tauromaquia en España sigue gozando de bastante buena salud. Los datos y la experiencia lo demuestran: en 2023, la asistencia de público a las dos principales plazas españolas, la de Sevilla y la de Madrid, ha superado a la de todos los años anteriores. Sin bajar a estadísticas concretas, la tendencia está ahí, es indiscutible. También lo es la presencia creciente de grupos de mujeres y de jóvenes en los tendidos de las plazas españolas.
El tópico que esgrimían los antitaurinos de que es una fiesta vieja, casposa, sin futuro, se está disolviendo como un azucarillo. Una de sus causas puede ser que, después del covid, la sociedad española se ha lanzado con entusiasmo a la calle, a los bares y restaurantes, a los viajes, a los conciertos, a disfrutar de la vida… Es cierto, pero eso no ha afectado por igual a todos los espectáculos. También es posible que una parte de la sociedad española esté reaccionando frente a tanta monserga seudoprogresista.
En una sociedad urbana, no agrícola, como es la nuestra, muchos jóvenes desconocen el mundo de la tauromaquia. Es lógico que algunos no la entiendan o no les interese, pero no es disparatado pensar que otros, precisamente como reacción contra tantas exageraciones, sientan curiosidad por ver en qué consiste ese espectáculo y quieran forjarse su propia opinión. Por eso acuden a las plazas con sus amigos, dispuestos a pasarlo lo mejor posible. El resultado no puede ser unánime. Depende, ante todo, de la suerte que hayan tenido en esa primera experiencia.
Por mucho que me gusten los toros, no puedo negar que hay corridas aburridas, exactamente igual que algunos partidos de fútbol, algunas películas y algunas obras de teatro. Pero hay tardes en las que en una plaza de toros se vive algo único, una experiencia extraordinaria, una comunión total. Si los jóvenes han tenido la suerte de vivir eso, o algo cercano, y si su sensibilidad conecta con ese arte, es casi seguro que querrán volver: presenciar otras corridas, comparar una tarde con otra, comentar con sus amigos… Cuando esa semilla ha prendido, no es fácil que se la lleve el viento, por muchas matracas antitaurinas que escuchen. Su asistencia a los toros dependerá de otras circunstancias: del precio de las entradas, sobre todo; de la facilidad para conseguir descuentos para jóvenes; del eco que tengan los toros en los medios de comunicación (por desgracia, hoy, tan escaso); del atractivo de los carteles; de la competencia con otras formas de diversión…
Es decir, lo mismo que pasa con los demás espectáculos. Para el futuro de la fiesta, esta asistencia de jóvenes es decisiva. Exactamente igual sucede, por ejemplo, con los conciertos de música clásica. No todos los síntomas son negativos.
Hace algunos años, ¿quién podría imaginar que muchos jóvenes europeos se iban a apasionar por la ópera, por la música barroca, por el canto gregoriano? Hoy es una realidad indiscutible. Para disfrutar con los toros, como con cualquier arte y espectáculo, hace falta una educación, un cierto conocimiento. Es muy fácil encontrar ejemplos: si a mí me aburre mortalmente un partido de béisbol, no debo pensar por ello que los millones de americanos a los que les apasiona son seres inferiores (ni tampoco superiores, claro está).
Lo que me pasa es muy sencillo: yo desconozco por completo las reglas del béisbol, no sé apreciar una buena jugada, carezco de referencias, porque ese deporte es totalmente ajeno a la cultura en la que me he criado. Si yo viviera cierto tiempo en Estados Unidos, presenciara unos cuantos partidos y me lo explicaran bien, quizá acabaría gustándome. En otro terreno, a nadie le suele gustar un cuarteto de Beethoven la primera vez que lo escucha, ni un cuadro de Paul Klee, ni un poema de Góngora o Quevedo. Para apreciarlos, hace falta una familiaridad, cierto aprendizaje.
No estoy diciendo que la tauromaquia sea algo intelectual, todo lo contrario: es una fiesta popular que entra por los ojos, pero, para apreciarla de verdad, es necesario conocer sus reglas. Exactamente igual que sucede con cualquier arte o espectáculo. No es un problema de edad, sino de conocimiento. Me alegra ver llenos los tendidos de una plaza de toros, pero más de una vez me ha disgustado presenciar reacciones de una parte del público que no me parecían adecuadas. Y no es puritanismo: comportamientos que son habituales en un concierto de rock no serían admisibles, por ejemplo, en un partido de tenis.
En los toros se aprende, entre otras muchas cosas, que cada uno debe estar en su sitio. En algunos públicos de toros, he advertido últimamente cierta desorientación, falta de criterio. No es extraño. Ya dijeron Ortega y Pérez de Ayala que en las plazas de toros se refleja claramente el clima social. Teniendo en cuenta cómo anda hoy la sociedad española, sería increíble que no viéramos algo semejante en la fiesta.
Tuve la idea de este libro pensando en esos públicos, jóvenes o no, que acuden a una plaza de toros con más curiosidad que conocimientos. Para los que hemos visto bastantes corridas de toros y hemos escuchado y leído a unos cuantos maestros, resulta casi una obligación transmitir lo que ellos nos han enseñado. No solo necesitan orientación y criterio los nuevos aficionados. Como dice un refrán que me gusta mucho, «entre todos lo sabemos todo». Especialmente, en un mundo tan rico y tan complejo como es la fiesta de los toros. Hasta el muy sabio Marcial Lalanda hizo suya la frase de Goya: «Todavía aprendo».
He intentado resumir en un libro manejable la información que puede querer cualquiera que asista a una plaza de toros. Eso incluye datos concretos sobre muchos aspectos: la historia de la fiesta, el toro bravo, la plaza, las reglas clásicas, los maestros del toreo, la relación con la sociedad y la cultura… He procurado explicar con claridad y sencillez, sin tecnicismos innecesarios, lo que yo considero básico. De cada uno de los temas, por supuesto, hubiera podido extenderme mucho más, pero no buscaba lucirme, sino ayudar al lector, sea cual sea su nivel de conocimientos taurinos. Me he dirigido tanto al espectador novel como al experto.
Pido perdón por los errores —me temo que habrá muchos— y por las omisiones, sobre todo, en la dificilísima selección de los toreros que comento. La extensión manda. También me disculpo por las repeticiones, inevitables en una obra de este tipo: una suerte (por ejemplo, la verónica o el natural) se menciona al hablar de la lidia, de la historia, del diestro que mejor la interpretó, de la obra literaria en la que se cita…
He intentado que este libro se pueda leer seguido, como un ensayo sobre la fiesta; también, que pueda utilizarse como una obra de referencia para solucionar alguna duda. Recojo muchos datos objetivos y también ofrezco muchas valoraciones: inevitablemente, son subjetivas.
En los públicos actuales, suelo echar de menos el criterio para discernir el arte auténtico de los efectismos; lo admirable de lo que es menos bueno.
¿Cuál es mi criterio? El que aprendí de mis mayores en edad y sabiduría. No es difícil resumirlo:
la tauromaquia nació como un rito sagrado; se convirtió luego en un juego caballeresco y popular del que derivó la corrida moderna con su equilibrio de belleza y emoción. Hoy en día, la tauromaquia es, sin duda alguna, un arte: se basa en una técnica; tiene unas reglas que es preciso conocer para cumplirlas o infringirlas, pero sabiendo que existen; expresa la personalidad del artista; agrada y consuela al que lo contempla.
Es decir, que la fiesta reúne todas las condiciones necesarias, según los filósofos escolásticos, para ser considerada un arte. A la vez, las corridas de toros son, ahora mismo, un importante espectáculo de masas: algo que mueve mucho dinero, con todos los riesgos de comercialización y falsificación que eso comporta. Frente a los enemigos de la tauromaquia, resulta fácil mostrar su valor ecológico, su valor económico y su valor cultural. Para que ese arte no se degrade, es indispensable que se mantenga la casta brava del toro sin rebajarla. Sin eso, todo se vendría abajo. Como el toro es un animal peligrosísimo y cambiante, resulta imprescindible, ante todo, dominarlo.
A partir de ese dominio, surgirá luego la estética personal de cada diestro. Para ser buen torero, es absolutamente necesario tener valor, pero no basta con eso ni con ponerse bonito. El dominio del toro exige mucha inteligencia: ver rápidamente las condiciones del toro y conocer las reglas clásicas de la tauromaquia. Cada toro tiene su lidia. Todo lo que se le haga a un toro ha de tener un porqué, un sentido. La lidia de cada toro plantea problemas diferentes, que el diestro ha de ver claro y resolver al instante.
El buen aficionado disfruta viendo la manera en que los soluciona el diestro: cómo es capaz de convertir el mando en belleza; la técnica, en arte. Quiero agradecer a Ymelda Navajo, que ya había editado otros libros míos de tema taurino, el interés con que acogió este proyecto y la profesionalidad con la que lo ha realizado, como es propio de ella y de La Esfera de los Libros. También, el trabajo minucioso del editor, Carlos Alcelay, y la ayuda de Manuel Durán para seleccionar las fotografías.
Nace este libro de haber visto unas cuantas corridas de toros a lo largo de los años, desde que de niño me llevó a una plaza por primera vez mi padre, Manuel Amorós, un buen aficionado. Debo dedicárselo a él y a algunos grandes maestros y amigos que me ayudaron a entender lo que iba viendo:
Marcial Lalanda, Domingo Ortega, Luis Miguel Dominguín y Manolo Vázquez. También a mi hijo, Antonio Amorós, que continúa nuestra afición. Y a mi mujer, Auxi, que me ha aguantado tantas latas por culpa de los toros.
Deseo que este libro ayude a algunos lectores a entender mejor y a disfrutar más con el toreo, ese arte único.
EL TORO SAGRADO
«Viene el toro de Grecia
por el Mediterráneo…».
Agustín de Foxá
Desde hace cerca de 40.000 años, los hombres cazaban toros para alimentarse. Al abandonar el nomadismo y hacerse sedentarios, comenzaron a criar ganado vacuno. Se ha considerado al toro como un animal sagrado en muchas culturas del Oriente Próximo y del Mediterráneo: la India, Mesopotamia, Anatolia, Grecia, Roma…
Se le ha identificado simbólicamente con muchas cualidades positivas:
la luz, la fuerza, la agricultura, la fecundidad, la renovación de la vida…
En la India, el toro y la vaca son sagrados, y el dios Siva cabalga sobre el toro Nandi.
En Mesopotamia, se identifica con los cuernos de la luna (bucráneos).
Según la leyenda babilónica, Gilgamés mata al toro celeste.
En Egipto, el toro Apis encarna a Osiris, el dios solar: se le dedica un templo en Menfis.
En la mitología griega, Dionisos aparece como toro.
En la cultura helenística impera el culto a Mitra, la luz celeste.
Sostienen algunos que la palabra «Italia» quiere decir ‘tierra de ganado vacuno’; son frecuentes en Roma los sacrificios rituales; Julio César introduce los uros en los espectáculos… Esta visión sagrada del toro da lugar a muchos mitos poéticos: Pasífae, enamorada del toro, se disfraza de vaca para unirse a él y concebir al Minotauro, mitad hombre, mitad toro, al que mata Teseo.
Europa, robada por el toro (Zeus), ama a su raptor y da su nombre a un nuevo mundo, el nuestro. Surgen también ritos, como el taurobolio: sacrificio de un toro para conseguir un bautismo de sangre. En los frescos del palacio de Cnosos, en Creta, la taurocatapsia, en la que los jóvenes gimnastas —chicos y chicas— saltan sobre el toro…
¿Tiene todo esto que ver con la tauromaquia actual? Los saltos cretenses recuerdan a los recortadores; los juegos romanos, como el de Urso, en Quo Vadis, a la suerte de mancornar o derribar a un toro, cogiéndolo por los cuernos, y a los forçados portugueses. En general, las diferencias son grandes, pero el vínculo parece evidente. El arte del toreo no es un deporte, sino que hunde sus raíces en una raíz mítica, sagrada: significa la proclamación de la vida frente a la muerte.
De humo, de piedra, de arcilla, de seda, de piel, de árboles, de plástico y de luz...
Un recorrido por la vida del libro y de quienes lo han salvaguardado durante casi treinta siglos.
Este es un libro sobre la historia de los libros. Un recorrido por la vida de ese fascinante artefacto que inventamos para que las palabras pudieran viajar en el espacio y en el tiempo. La historia de su fabricación, de todos los tipos que hemos ensayado a lo largo de casi treinta siglos: libros de humo, de piedra, de arcilla, de juncos, de seda, de piel, de árboles y, los últimos llegados, de plástico y luz.
Es, además, un libro de viajes. Una ruta con escalas en los campos de batalla de Alejandro y en la Villa de los Papiros bajo la erupción del Vesubio, en los palacios de Cleopatra y en el escenario del crimen de Hipatia, en las primeras librerías conocidas y en los talleres de copia manuscrita, en las hogueras donde ardieron códices prohibidos, en el gulag, en la biblioteca de Sarajevo y en el laberinto subterráneo de Oxford en el año 2000. Un hilo que une a los clásicos con el vertiginoso mundo contemporáneo, conectándolos con debates actuales: Aristófanes y los procesos judiciales contra humoristas, Safo y la voz literaria de las mujeres, Tito Livio y el fenómeno fan, Séneca y la posverdad…
Pero, sobre todo, esta es una fabulosa aventura colectiva protagonizada por miles de personas que, a lo largo del tiempo, han hecho posibles y han protegido los libros: narradoras orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, monjas, esclavos, aventureras… Lectores en paisajes de montaña y junto al mar que ruge, en las capitales donde la energía se concentra y en los enclaves más apartados donde el saber se refugia en tiempos de caos. Gente común cuyos nombres en muchos casos no registra la historia, esos salvadores de libros que son los auténticos protagonistas de este ensayo.
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«Muy bien escrito, con páginas realmente admirables; el amor a los libros y a la lectura son la atmósfera en la que transcurren las páginas de esta obra maestra. Tengo la seguridad absoluta de que se seguirá leyendo cuando sus lectores de ahora estén ya en la otra vida». MARIO VARGAS LLOSA
«Vallejo ha decidido sabiamente liberarse del estilo académico y ha optado por la voz del cuentista, la historia entendida no como ristra de documentos citados, sino como fábula. Así para el lector común y corriente (a quien reivindicaba Virginia Woolf) es más conmovedor y más inmediato este encantador ensayo, por ser simplemente un homenaje al libro de la parte de una lectora apasionada». ALBERTO MANGUEL, Babelia, El País
«Parecen dibujos, pero dentro de las letras están las voces.
Cada página es una caja infinita de voces».
MIA COUTO, Trilogía de Mozambique
«Los signos inertes de un alfabeto se vuelven significados
llenos de vida en la mente.
Leer y escribir alteran nuestra organización cerebral».
SIRI HUSTVEDT, Vivir, pensar, mirar
«Me gusta imaginar lo pasmado
que se quedaría el bueno de Homero,
quienquiera que fuese, al ver sus epopeyas
en las estanterías de un ser tan inimaginable
para él como yo, en medio de un continente
del que no se tenía noticia».
MARILYNNE ROBINSON, Cuando era niña me gustaba leer
«Leer es siempre un traslado,
un viaje, un irse para encontrarse.
Leer, aun siendo un acto comúnmente sedentario,
nos vuelve a nuestra condición de nómadas».
ANTONIO BASANTA, Leer contra la nada
«El libro es, sobre todo,
un recipiente donde reposa el tiempo.
Una prodigiosa trampa con la que la inteligencia
y la sensibilidad humana vencieron
esa condición efímera, fluyente,
que llevaba la experiencia del vivir hacia la nada del olvido».
EMILIO LLEDÓ, Los libros y la libertad
PRÓLOGO
Misteriosos grupos de hombres a caballo recorren los caminos de Grecia. Los campesinos los observan con desconfianza desde sus tierras o desde las puertas de sus cabañas. La experiencia les ha enseñado que solo viaja la gente peligrosa: soldados, mercenarios y traficantes de esclavos. Arrugan la frente y gruñen hasta que los ven hundirse otra vez en el horizonte. No les gustan los forasteros armados.
Los jinetes cabalgan sin fijarse en los aldeanos. Durante meses han escalado montañas, han franqueado desfiladeros, han cruzado valles, han vadeado ríos, han navegado de isla en isla. Sus músculos y su resistencia se han endurecido desde que les encargaron esta extraña misión. Para cumplir su tarea deben aventurarse por los violentos territorios de un mundo en guerra casi constante. Son cazadores en busca de presas de un tipo muy especial. Presas silenciosas, astutas, que no dejan rastro ni huella.
Si estos inquietantes emisarios se sentasen en la taberna de algún puerto, a beber vino, comer pulpo asado, hablar y emborracharse con desconocidos (nunca lo hacen por prudencia), podrían contar grandes historias de viajes. Se han adentrado en tierras azotadas por la peste. Han atravesado comarcas asoladas por incendios, han contemplado la ceniza caliente de la destrucción y la brutalidad de rebeldes y mercenarios en pie de guerra. Como todavía no existen mapas de regiones extensas, se han perdido y han caminado sin rumbo durante días enteros bajo la furia del sol o las tormentas. Han tenido que beber aguas repugnantes que les han causado diarreas monstruosas. Siempre que llueve, los carros y las mulas se atascan en los charcos; entre gritos y juramentos han tirado de ellos hasta caer de rodillas y besar el barro. Cuando la noche les sorprende lejos de cobijo alguno, solo su capa les protege de los escorpiones. Han conocido el tormento enloquecedor de los piojos y el miedo constante a los bandoleros que infestan los caminos. Muchas veces, cabalgando por inmensas soledades, se les hiela la sangre al imaginar un grupo de bandidos esperándolos, conteniendo el aliento, escondidos en algún recodo del camino para caer sobre ellos, asesinarlos a sangre fría, robarles la bolsa y abandonar sus cadáveres calientes entre los arbustos.
Es lógico que tengan miedo. El rey de Egipto les ha confiado grandes sumas de dinero antes de enviarlos a cumplir sus órdenes a la otra orilla del mar. En aquel tiempo, solo unas décadas después de la muerte de Alejandro, viajar llevando una gran fortuna era muy arriesgado, casi suicida. Y, aunque los puñales de los ladrones, las enfermedades contagiosas y los naufragios amenazan con hacer fracasar una misión tan cara, el faraón insiste en enviar a sus agentes desde el país del Nilo, cruzando fronteras y grandes distancias, en todas las direcciones. Desea apasionadamente, con impaciencia y dolorosa sed de posesión, esas presas que sus cazadores secretos rastrean para él, haciendo frente a peligros ignotos.
Los campesinos que se sientan a fisgonear a la puerta de sus cabañas, los mercenarios y los bandidos habrían abierto los ojos con asombro y la boca con incredulidad si hubieran sabido qué perseguían los jinetes extranjeros.
Libros, buscaban libros.
Era el secreto mejor guardado de la corte egipcia. El Señor de las Dos Tierras, uno de los hombres más poderosos del momento, daría la vida (la de otros, claro; siempre es así con los reyes) por conseguir todos los libros del mundo para su Gran Biblioteca de Alejandría. Perseguía el sueño de una biblioteca absoluta y perfecta, la colección donde reuniría todas las obras de todos los autores desde el principio de los tiempos.
Siempre me asusta escribir las primeras líneas, cruzar el umbral de un nuevo libro. Cuando he recorrido todas las bibliotecas, cuando los cuadernos revientan de notas enfebrecidas, cuando ya no se me ocurren pretextos razonables, ni siquiera insensatos, para seguir esperando, lo retraso aún varios días durante los cuales entiendo en qué consiste ser cobarde. Sencillamente, no me siento capaz. Todo debería estar ahí —el tono, el sentido del humor, la poesía, el ritmo, las promesas—. Los capítulos todavía sin escribir deberían adivinarse ya, pugnando por nacer, en el semillero de las palabras elegidas para empezar. Pero ¿cómo se hace eso? Mi bagaje ahora mismo son las dudas. Con cada libro vuelvo al punto de partida y al corazón agitado de todas las primeras veces. Escribir es intentar descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos, así lo expresa Marguerite Duras, pasando del infinitivo al condicional y luego al subjuntivo, como si sintiese el suelo resquebrajarse bajo sus pies.
En el fondo, no es tan diferente de todas esas cosas que empezamos a hacer antes de saber hacerlas: hablar otro idioma, conducir, ser madre. Vivir.
Después de todas las agonías de la duda, después de agotar los aplazamientos y las coartadas, una tarde calurosa de julio me enfrento a la soledad de la página en blanco. He decidido abrir mi texto con la imagen de unos enigmáticos cazadores al acecho de la presa. Me identifico con ellos, me gusta su paciencia, su estoicismo, sus tiempos perdidos, la lentitud y la adrenalina de la búsqueda. Durante años he trabajado como investigadora, consultando fuentes, documentándome y tratando de conocer el material histórico. Pero, a la hora de la verdad, la historia real y documentada que voy descubriendo me parece tan asombrosa que invade mis sueños y cobra, sin yo quererlo, la forma de un relato. Siento la tentación de entrar en la piel de los buscadores de libros en los caminos de una Europa antigua, violenta y convulsa. ¿Y si empiezo narrando su viaje? Podría funcionar, pero ¿cómo mantener diferenciado el esqueleto de los datos bajo el músculo y la sangre de la imaginación?
Creo que el punto de partida es tan fantástico como el viaje en busca de las Minas del Rey Salomón o del Arca Perdida, pero los documentos atestiguan que existió de verdad en la mente megalómana de los reyes de Egipto. Tal vez allá, en el siglo III a. C., fue la única y última vez que se pudo hacer realidad el sueño de juntar todos los libros del mundo sin excepción en una biblioteca universal. Hoy nos parece la trama de un fascinante cuento abstracto de Borges —o, quizá, su gran fantasía erótica—.
En la época del gran proyecto alejandrino, no existía nada parecido al comercio internacional de libros. Estos se podían comprar en ciudades con una larga vida cultural, pero no en la joven Alejandría. Los textos cuentan que los reyes usaron las enormes ventajas del poder absoluto para enriquecer su colección. Lo que no podían comprar, lo confiscaban. Si era preciso rebanar cuellos o arrasar cosechas para hacerse con un libro codiciado, darían la orden de hacerlo diciéndose que el esplendor de su país era más importante que los pequeños escrúpulos.
La estafa, por supuesto, formaba parte del repertorio de cosas que estaban dispuestos a hacer para conseguir sus objetivos. Ptolomeo III ansiaba las versiones oficiales de las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides conservadas en el archivo de Atenas desde su estreno en los festivales teatrales. Los embajadores del faraón pidieron prestados los valiosos rollos para encargar copias a sus minuciosos amanuenses. Las autoridades atenienses exigieron la exorbitante fianza de quince talentos de plata, que equivale a millones de dólares de hoy. Los egipcios pagaron, dieron las gracias con pomposas reverencias, hicieron solemnes juramentos de devolver el préstamo antes de que transcurrieran — digamos— doce lunas, se amenazaron a sí mismos con truculentas maldiciones si los libros no volvían en perfecto estado y a continuación, por supuesto, se los apropiaron, renunciando al depósito. Los dirigentes de Atenas tuvieron que soportar el atropello. La orgullosa capital de tiempos de Pericles se había convertido en una ciudad provinciana de un reino incapaz de rivalizar con el poderío de Egipto, que dominaba el comercio del cereal, el petróleo de la época.
Alejandría era el principal puerto del país y su nuevo centro vital. Desde siempre, una potencia económica de esa magnitud puede extralimitarse alegremente. A todos los barcos de cualquier procedencia que hacían escala en la capital de la Biblioteca se les sometía a un registro inmediato. Los oficiales de aduanas requisaban cualquier escrito que encontraban a bordo, lo hacían copiar en papiros nuevos, devolvían las copias y retenían los originales. Estos libros tomados al abordaje iban a parar a las estanterías de la Biblioteca con una breve anotación aclarando su procedencia («fondo de las naves»).
Cuando estás en la cima del mundo, no hay favores excesivos. Se decía que Ptolomeo II envió mensajeros a los soberanos y gobernantes de cada país de la tierra. En una carta sellada les pedía que se tomasen la molestia de enviarle para su colección sencillamente todo: las obras de poetas y escritores en prosa de su reino, de oradores y filósofos, de médicos y adivinos, de historiadores y todos los demás.
Además —y esta ha sido mi puerta de entrada a esta historia—, los reyes enviaron por los peligrosos caminos y mares del mundo conocido a agentes con la bolsa llena y órdenes de comprar la máxima cantidad posible de libros y de encontrar, allí donde estuvieran, las copias más antiguas. Ese apetito de libros y los precios que se llegaban a pagar por ellos atrajeron a pícaros y falsificadores. Ofrecían rollos de falsos textos valiosos, envejecían el papiro, fundían varias obras en una para aumentar su extensión e inventaban toda clase de hábiles manipulaciones. Algún sabio con sentido del humor se divirtió escribiendo obras bien amañadas, auténticos fraudes calculados para tentar la codicia de los Ptolomeos. Los títulos eran divertidos; podrían comercializarse hoy con facilidad, por ejemplo: «Lo que Tucídides no dijo». Sustiyamos a Tucídides por Kafka o Joyce, e imaginemos la expectación que provocaría el falsario al aparecer en la Biblioteca con las fingidas memorias y los secretos inconfesables del escritor bajo el brazo.
A pesar de las prudentes sospechas de fraude, los compradores de la Biblioteca temían dejar pasar un libro que pudiera ser valioso y arriesgarse a enfurecer al faraón. Cada poco tiempo, el rey pasaba revista a los rollos de su colección con el mismo orgullo con el que pasaba revista a los desfiles militares. Preguntaba a Demetrio de Falero, el encargado del orden de la Biblioteca, cuántos libros tenían ya. Y Demetrio lo ponía al día sobre la cifra: «Ya hay más de veinte decenas de millares, oh Rey; y me afano para completar en breve lo que falta para los quinientos mil». El hambre de libros desatada en Alejandría empezaba a convertirse en un brote de locura apasionada.
He nacido en un país y una época en que los libros son objetos fáciles de conseguir. En mi casa, asoman por todas partes. En etapas de trabajo intenso, cuando pido docenas de ellos en préstamo a las distintas bibliotecas que soportan mis incursiones, suelo dejarlos apilados en torres sobre las sillas o incluso en el suelo. También abiertos boca abajo, como tejados a dos aguas en busca de una casa que cobijar. Ahora, para evitar que mi hijo de dos años arrugue las hojas, formo pilas sobre el reposacabezas del sofá, y cuando me siento a descansar, noto el contacto de sus esquinas en la nuca. Al trasladar el precio de los libros al de los alquileres de la ciudad donde vivo, resulta que mis libros son unos inquilinos costosos. Pero yo pienso que todos, desde los grandes libros de fotografía hasta esos viejos ejemplares de bolsillo encolados que siempre intentan cerrarse como si fueran mejillones, hacen más acogedora la casa.
La historia de los esfuerzos, viajes y penalidades para llenar los estantes de la Biblioteca de Alejandría puede parecer atractiva por su exotismo. Son acontecimientos extraños, aventuras, como las fabulosas navegaciones a las Indias en busca de especias. Aquí y ahora, los libros son tan comunes, tan desprovistos del aura de novedad tecnológica, que abundan los profetas de su desaparición. Cada cierto tiempo leo con desconsuelo artículos periodísticos que vaticinan la extinción de los libros, sustituidos por dispositivos electrónicos y derrotados frente a las inmensas posibilidades de ocio. Los más agoreros pretenden que estamos al borde de un fin de época, de un verdadero apocalipsis de librerías echando el cierre y bibliotecas deshabitadas. Parecen insinuar que muy pronto los libros se exhibirán en las vitrinas de los museos etnológicos, cerca de las puntas de lanza prehistóricas. Con esas imágenes grabadas en la imaginación, paseo la mirada por mis filas interminables de libros y las hileras de discos de vinilo, preguntándome si un viejo mundo entrañable está a punto de desaparecer.
¿Estamos seguros?
El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo. Cada vez que hemos despertado del sueño de nuestras revoluciones o de la pesadilla de nuestras catástrofes humanas, el libro seguía ahí. Como dice Umberto Eco, pertenece a la misma categoría que la cuchara, el martillo, la rueda o las tijeras. Una vez inventados, no se puede hacer nada mejor.
Por supuesto, la tecnología es deslumbrante y tiene fuerza suficiente como para destronar a las antiguas monarquías. Sin embargo, todos añoramos cosas que hemos perdido —fotos, archivos, viejos trabajos, recuerdos— por la velocidad con la que envejecen y quedan obsoletos sus productos. Primero fueron las canciones de nuestras casetes, después las películas grabadas en VHS. Dedicamos esfuerzos frustrantes a coleccionar lo que la tecnología se empeña en hacer que pase de moda. Cuando apareció el DVD, nos decían que por fin habíamos resuelto para siempre nuestros problemas de archivo, pero vuelven a la carga tentándonos con nuevos discos de formato más pequeño, que invariablemente requieren comprar nuevos aparatos. Lo curioso es que aún podemos leer un manuscrito pacientemente copiado hace más de diez siglos, pero ya no podemos ver una cinta de vídeo o un disquete de hace apenas algunos años, a menos que conservemos todos nuestros sucesivos ordenadores y aparatos reproductores, como un museo de la caducidad, en los trasteros de nuestras casas.
No olvidemos que el libro ha sido nuestro aliado, desde hace muchos siglos, en una guerra que no registran los manuales de historia. La lucha por preservar nuestras creaciones valiosas: las palabras, que son apenas un soplo de aire; las ficciones que inventamos para dar sentido al caos y sobrevivir en él; los conocimientos verdaderos, falsos y siempre provisionales que vamos arañando en la roca dura de nuestra ignorancia.
Por eso decidí sumergirme en esta investigación. Al principio de todo, hubo preguntas, enjambres de preguntas:
¿cuándo aparecieron los libros? ¿Cuál es la historia secreta de los esfuerzos por multiplicarlos o aniquilarlos? ¿Qué se perdió por el camino, y qué se ha salvado? ¿Por qué algunos de ellos se han convertido en clásicos? ¿Cuántas bajas han causado los dientes del tiempo, las uñas del fuego, el veneno del agua? ¿Qué libros han sido quemados con ira, y qué libros se han copiado de forma más apasionada? ¿Los mismos?
Este relato es un intento de continuar la aventura de aquellos cazadores de libros. Quisiera ser, de alguna manera, su improbable compañera de viaje, al acecho de manuscritos perdidos, historias desconocidas y voces a punto de enmudecer. Quizá aquellos grupos de exploradores eran solo esbirros al servicio de unos reyes poseídos por una obsesión megalómana. Tal vez no entendían la trascendencia de su tarea, que les parecía absurda, y en las noches al raso, cuando se apagaban los rescoldos de la hoguera, mascullaban entre dientes que estaban hartos de arriesgar la vida por el sueño de un loco. Seguramente hubieran preferido que los enviasen a una misión con más posibilidades de ascenso, como sofocar una revuelta en el desierto de Nubia o inspeccionar el cargamento de las barcazas del Nilo. Pero sospecho que, al buscar el rastro de todos los libros como si fueran piezas de un tesoro disperso, estaban poniendo, sin saberlo, los cimientos de nuestro mundo.
Epílogo
Los olvidados, las anónimas
Un pequeño ejército de caballos y mulas se aventura cada día por las resbaladizas pendientes y quebradas de los montes Apalaches, con las alforjas cargadas de libros. Los jinetes de esa tropa son, en su mayoría, mujeres —amazonas de las letras—. Al principio, los lugareños del este de Kentucky, en sus valles aislados de los Estados Unidos y del resto del mundo, las observan con ancestral suspicacia. ¿Alguien en su sano juicio cabalgaría durante el frío invierno por ese territorio desprovisto de carreteras, tierra de caminos borrosos, frágiles puentes que se columpian sobre el abismo y lechos de arroyo donde las patas de los animales derrapan entre cataratas de guijarros? Aguzan la mirada, escupen con energía. En otros tiempos vieron llegar a forasteros llamados a trabajar en las minas o en los aserraderos, pero eso sucedió antes de la Gran Depresión. Desde luego, no están acostumbrados a la estampa siniestra de estas mujeres solas, jóvenes, con un alarmante aire de servir a remotas autoridades, merodeando como tramperos. Cuando llega una de ellas, pesa en el ambiente la presencia sombría de una amenaza. Las familias de los condados de la montaña sienten un miedo difuso, primario, a la llegada de extraños. Son pobres y temen a la autoridad tanto como a los criminales. Solo un tercio de esa buena gente rural sabe leer, pero incluso ellos se asustan cuando un desconocido enarbola un papel. Una deuda sin pagar, una denuncia malintencionada o un pleito incomprensible podrían arrasar sus escasas propiedades. Jamás lo admitirían, pero esas mujeres a caballo les inspiran temor. El miedo se convierte en sorpresa cuando las ven desmontar, abrir las alforjas y sacar —espanto y rechinar de dientes— libros.
El misterio se resuelve, y los lugareños no dan crédito. ¿De verdad? ¿Bibliotecarias a caballo? ¿Suministro literario? No acaban de entender la jerga extraña que utilizan las mujeres: proyecto federal, New Deal, servicio público, planes para favorecer la lectura. Empiezan a sentir alivio. Nadie menciona impuestos, tribunales o desahucios. Además, las jóvenes bibliotecarias tienen aspecto amistoso, parecen creer en Dios y en la bondad.
Combatir el desempleo, la crisis y el analfabetismo mediante amplias dosis de cultura sufragada por el Estado: ese era uno de los cometidos de la Work Progress Administration. En torno a 1934, cuando se concibió el proyecto, las estadísticas solo registraban un libro per cápita en el estado de Kentucky. En el empobrecido territorio montañoso del este, sin carreteras ni electricidad, era impensable poner en marcha un sistema de bibliotecas móviles en vehículos, que tanto éxito estaban alcanzando en otras zonas del país. La única alternativa era lanzar a las aguerridas bibliotecarias por las trochas de los Apalaches para que llevasen a cuestas los libros hasta los reductos más aislados. Una de ellas, Nan Milan, bromeaba diciendo que sus caballos tenían las patas más cortas en un lado que en otro, para no resbalar en los escarpados senderos de la sierra. Cada jinete recorría tres o cuatro rutas distintas cada semana, con trayectos de hasta treinta kilómetros por día. Los libros, procedentes de donaciones, se almacenaban en oficinas de correos, barracones, iglesias, juzgados o en viviendas particulares. Las mujeres, que tomaban su trabajo tan en serio como los infatigables carteros de la época, recogían los lotes en las distintas sedes y los distribuían por escuelas rurales, centros comunitarios y hogares campesinos. No faltaba la épica en sus cabalgadas solitarias:
los documentos recogen anécdotas de caballos reventados en medio de ninguna parte, ante lo cual las mujeres continuaban el camino a pie, acarreando la pesada alforja de mundos imaginarios. «Tráeme un libro para leer», era el grito de los niños que veían llegar a las forasteras. Aunque en 1936, el circuito alcanzaba a 50.000 familias y 155 escuelas, con un total de 8.000 kilómetros recorridos al mes, las bibliotecarias montadas de Kentucky apenas cubrían un décimo de las peticiones. Vencido el primer brote de desconfianza, los montañeses se habían transformado en ávidos lectores. En Whitley County, las porteadoras literarias encontraban comités de bienvenida de hasta treinta lugareños.
En cierta ocasión, una familia se negó a mudarse a otro condado porque allí no había servicio bibliotecario. Una vieja fotografía en blanco y negro muestra a una joven amazona leyendo en voz alta junto al catre de un anciano enfermo. La afluencia de libros mejoró la salud y los hábitos de higiene en la región —las familias aprendieron, por ejemplo, que lavarse las manos era mucho más efectivo para evitar cólicos que soplar humo de tabaco sobre una cucharada de leche—. Los adultos y los niños se enamoraron del sentido del humor de Mark Twain, pero el título más demandado con diferencia fue Robinson Crusoe. Los clásicos pusieron en contacto a los nuevos lectores con un tipo de magia que siempre se les había negado. Los escolares letrados los leían a sus padres analfabetos. Un joven dijo a su bibliotecaria: «Esos libros que nos trajiste nos han salvado la vida».
El programa empleó a casi mil bibliotecarias hípicas durante una década. La financiación terminó en 1943, el año de la disolución de la WPA, cuando la Guerra Mundial sustituyó a la cultura como antídoto frente al desempleo.
Somos los únicos animales que fabulan, que ahuyentan la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprenden a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños.
Hay algo asombroso en el hecho de haber conseguido preservar las ficciones urdidas hace milenios. Desde que alguien narró por primera vez la Ilíada, las peripecias del viejo duelo entre Aquiles y Héctor en las playas de Troya nunca han caído en el olvido. Como escribe Harari, un sociólogo arcaico que hubiera vivido hace 20.000 años, bien pudiera haber llegado a la conclusión de que la mitología tenía muy pocas posibilidades de sobrevivir. Al fin y al cabo, ¿qué es un cuento? Una secuencia de palabras. Un soplo. Una corriente de aire que sale de los pulmones, atraviesa la laringe, vibra en las cuerdas vocales y adquiere su forma definitiva cuando la lengua acaricia el paladar, los dientes o los labios. Parece imposible salvar algo tan frágil. Pero la humanidad desafió la soberanía absoluta de la destrucción al inventar la escritura y los libros. Gracias a esos hallazgos, nació un espacio inmenso de encuentro con los otros y se produjo un fantástico incremento en la esperanza de vida de las ideas. De alguna forma misteriosa y espontánea, el amor por los libros forjó una cadena invisible de gente —hombres y mujeres— que, sin conocerse, ha salvado el tesoro de los mejores relatos, sueños y pensamientos a lo largo del tiempo.
Esta es la historia de una novela coral aún por escribir. El relato de una fabulosa aventura colectiva, la pasión callada de tantos seres humanos unidos por esta misteriosa lealtad: narradoras orales, inventores, escribas, iluminadores, bibliotecarias, traductores, libreras, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, viajeros, monjas, esclavos, aventureras, impresores. Lectores en sus clubs, en sus casas, en cumbres de montaña, junto al mar que ruge, en las capitales donde la energía se concentra y en los enclaves apartados donde el saber se refugia en tiempos de caos. Gente común cuyos nombres en muchos casos no registra la historia. Los olvidados, las anónimas. Personas que lucharon por nosotros, por los rostros nebulosos del futuro.
Este libro es una enmienda a la totalidad contra eso que se viene llamando mundo moderno y que no es más que la debacle de occidente programada y dirigido por las élites mundiales. Vivimos el final de un ciclo, no ya económico, sino civilizatorio; una decadencia moral, social y estructural de todo el orbe desarrollado, el fin de la clase media como sustento de las democracias liberales y un proceso de sustitución poblacional que va a modificar irremediablemente la faz de la tierra sobre la que habitamos. Este libro trata de verter luz sobre una serie de procesos que están relacionados entre sí e impuestos deliberadamente desde los grupos de poder como el multiculturalismo, el feminismo, la diversidad de género, el ecologismo, la implantación de las ONGs o la corrección política. David Pasarin-Gegunde (Bilbao, 1977) es licenciado en LADE por la Universidad del País Vasco y ha cursado estudios de Protocolo en la Universidad de Salamanca. Vivió su infancia y juventud en la localidad vizcaína de Galdácano de la que fue concejal (2011-2015), primero como portavoz del Partido Popular hasta el estallido del Caso Bárcenas y posteriormente en el grupo mixto. Tras su paso por Ciudadanos, formación con la que fue candidato a la alcaldía de Bilbao (2015), fundó su propio partido, Bilbaínos-Iniciativa por Bilbao, con el que volvió a ser candidato en 2019. En la actualidad es presidente del partido Liga Foralista-Foruzaleak con el que fue candidato a lehendakari en los comicios autonómicos de 2020. Es colaborador habitual de varios medios digitales y compagina la actividad política y literaria con su trabajo en la empresa privada.
Prólogo
Complicada tarea escribir un libro como este; dificil empeño componer un relato en el que se cuestionan la mayoría de los principios vigentes en una sociedad y un tiempo concretos. Estos valores, si es que se puede denominar asi a la acumulación de medias verdades, ausencia de ética y exceso de manipulación que nos rigen actualmente, han llegado a un punto de corrupción pocas veces observado anteriormente en nuestra historia.
Estamos tan inmersos en este informe y frívolo sistema de pensamiento moderno que cualquier crítica, por encontrarse la realidad tan distante de la ficción en la que habitamos, requiere de altas dosis de valentía. Sin embargo, posiblemente, esa sea la obligación moral y la finalidad última de toda verdadera obra literaria, el cuestionamiento del pensamiento contemporáneo en que nos ha tocado vivir. Esta necesidad de crítica se hace imperiosa en un tiempo como el nuestro en el que los pilares de la civilización se resquebrajan a una velocidad pocas veces antes vista.
La palabra modernidad es uno de esos vocablos que, en nuestro tiempo, siempre ha tenido connotaciones positivas. Define la Real Academia de la Lengua Espaliola (RAE) el adjetivo moderno como "lo relativo al tiempo de quien habla o a una época reciente". En este sentido, todos los hombres y mujeres que han existido a lo largo de nuestra Historia han vivido inmersos en la modernidad. Todos, ineludiblemente, habitamos en el momento presente que discurre desde nuestro nacimiento hasta nuestro fin. La diferencia está en la percepción que tenemos en cada una de las épocas de Ia civilización con respecto al pasado y a quienes lo han habitado. Históricamente siempre se nan tenido en cuenta las épocas pretéritas para tomar ejemplo o bien para oponerse a ellas, pero nunca como hoy se ha dejado de mirar al pasado. Ninguna generación ha mirado con tanto desdén hacia otras etapas de nuestro desarrollo y, desde luego, ninguna ha despreciado tanto las lecciones que podemos recibir de nuestroe antepasados. El pensamiento moderno actual está convencido de que todos los que nos precedieron no supieron hacer las cosas de acuerdo a los actuales parámetros de calidad, ética o equidad social. El hombre de nuestro tiempo mira a sus antecesores con los ojos de un "supremacismo histórico" que dice muy paco de los valores que rigen el tiempo que nos ha tocado vivir. Nos hemos acostumbra a juzgar a los humanos que nos precedieron con criterios actuales, y claro, nos parecen todos retrasados, bárbaros o incultos.
Serían dignos de ver viviendo hace cien años todos esos jóvenes que hoy en ella siente insoportable la perdida de una maleta o la ausencia de leche de soja en el desayuno de su hotel. Sería Curioso ver cómo se las hubiesen ingeniado para dar la vuelta al mundo en tiempos de Magallanes o para realizar un simple viaje por Europa en plena Edad Media. ¿Se imaginan a los hombres de hoy sigu.ienclo a Alejandro Magno a los confines del mundo? ¿Se imaginan a los adolescentes europeos camino de América en tres pequeñas embarcaciones de madera? ¿Se imaginan a los actuales españoles conquistando la Amazonia comidos por los mosquitos y las enfermedades? Quienes nos precedieron hlcieron cosas tan grandes con tan pocos medios que deberíamos ''lavamos la boca" antes de juzgar la mayoría de sus actuaciones.
Para hacer una crítica de nuestro tiempo, ese es el objeto de este libro, debemos tener en cuenta algunos conceptos imprescindibles para entender el pensamiento predomina nte en este inicio del tercer mileno que nos ha tocado vivir. Todos los momentos históricos son susceptibles de crítica y discusión pero especialmente nuestra época, su pensamiento predominante en concreto, excede los parámetros de cualquier lógica. Por supuesto que han existido otros periodos humanos mucho peores que el nuestro, pero sin duda, los hombres que los protagonizaron nunca fueron tan mediocres ni tan ridículos como nosotros. Vivimos rodeados de una ramplonería y una simplicidad buenista que parece increíble que podamos sobrevivir a nuestra propia estupidez. Es sorprenderte que la gente no necesite de vez en cuando salir del mar de mentira en el que bucean para coger una bocanada de aire de verdadero. Quienes nos precedieron fueron, sin lugar a duda, bastante más inteligentes que nosotros ya que florecieron bajo unas condiciones de vida inmensamente peores que las nuestras. No solo eso, además tuvieron tiempo para crear unas obras de arte cuya perfección, grandeza y belleza están vetadas a los creadores de un mundo mediocre y vulgar como el nuestro. Aun hoy podemos ver puentes, acueductos, palacios o templos que desafían el paso de los milenios mientras las construcciones modernas no soportan el menor embate de una meteorología adversa. Frescos, lienzos o cerámicas producidas hace siglos siguen pujando por ser las más bellas de la Historia mientras la estética moderna desbarra hacia un mundo absurdo e ininteligible por el público. Repasaremos en este libro también las claves de la producción artística de nuestro tiempo.
En cualquier caso, el objetivo de este libro no es tanto criticar los valores que estos últimos años se nos han inculcado desde el poder, es más bien, fomentar la reflexión sobre el mundo que nos ha tocado vivir. Estamos siendo bombardeados con una serie ele mensajes de manera tan sistemática desde los medios de comunicación, las redes sociales, las declaraciones de los políticos o la pllblicidad que es difícil volver a las coordenaclas mentales que nos regían antes de este "lavado de cerebro colectivo". En este contexto, la publicación de este volumen trata más de reformular preguntas ocultas bajo el ruido mediático en el que vivimos que de dar respuestas. De hecho, una de las caracteristicas de nuestro tiempo consiste en la sustitución de la deliberación personal por una serie de respuestas absolutas y dogmaticas suministradas por el poder. La modernidad trata de dar réplica a todas las preguntas posibles, en esto tiene mucho de religión, y extingue el sentido crítico de los ciudadanos sustituyéndolo por una serie de verdades concretas y definitivas que no dejan sitio a la discrepancia.
La modernidad es una ceremonia de la confusión en la que la apariencia ha desplazado a la realidad, la ha apartado de nuestros ojos o directamente la ha asesinado. La contemporaneidad es la ausencia de contenido, eso si, trasmitida en directo y con la mejor de las calidades de imagen posibles. Una sucesión de eslóganes y frases fáciles repetidas hasta la saciedad que enturbian deliberadamente nuestro sentido crítico. De hecho, a diferencia de lo que nos quieren hacer creer, las tecnologías que disfrutamos actualmente no nos hacen más inteligentes, todo lo contrario, limitan nuestra capacidad mental focalizando nuestra atención hacia lo que quieren que veamos, compremos, pensemos o votemos.
Vivimos un momento histórico en el que la brecha de concordancia entre la realidad y la representación que nos quieren hacer pasar por real está en niveles máximos. Esta falta de cercanía entre los valores que han dirigido nuestra civilización durante milenios y los nuevos principios que nos rigen actualmente está en el origen de la gran parte de las angustias vitales que acucian al hombre actual. No es normal que en Occidente suframos indices de enfermedades mentales y cifras de suicidios como nunca se han visto en la cronología de la humanidad en un momento en el que gozamos de los mayores niveles de bienestar de nuestra historia. Y lo peor de todo es que nos han hecho creer que este estado de cosas es el correcto, que vivir en la modernidad implica desenvolverse en este nivel de estrés existencial. Muchos de los que miramos a la modernidad con cierto recelo intuimos que detrás de las luces que la iluminan no hay más que un escenario de cartón piedra vacío de contenido y fabricado en China. El problema es que en este mundo de corrección política bajo el que vivimos no se puede decir algo tan revolucionario como la verdad. No se puede decir que la comida moderna es una basura, que las relaciones personales están degradadas, que internet tiene cada vez más influencia negativa en nuestra existencia o que los productos fabricados hace treinta años tenían unos niveles de calidad inalcanzables hoy en día. Este tipo de contradicciones y puntos muertos de nuestro sistema son los que vamos a repasar en este libro abordándolos desde diferentes puntos de vista. En ocasiones plantearemos incluso visiones contradictorias del mismo argumento o nos referiremos a un asunto concreto en sucesivos capítulos.
Lo importante es la conclusión que el lector saque por sí mismo de los diferentes temas y no la posible respuesta (coherente o no) que se dé a los mismos en esta obra. Analizaremos desde ideas abstractas que condiclonan nuestros pensamientos y conductas más intimas hasta cuestiones cotidianas que han alterado profundamente nuestra manera de desenvolvernos en este mundo. Trataremos de poner ejemplos de cómo se ha modificado de forma radical nuestra manera de razonar y actuar y como nos hemos acomodado a esas correcciones. En estos últimos veinticinco años, diez años, cinco años... no solo se aceleran los cambios... también nuestra capacidad de adaptación. El hombre no es solo capaz de aptarse al cambio; también a su aceleración.
1
Pensamiento único
Empecemos por diseccionar los conceptos básicos que rigen el intelecto moderno y la manera de desenvolvernos en este primer cuarto del siglo XXI. Vamos a desgranar los criterios comúnmente aceptados por la gente que viven en un mismo momento histórico y en una misma área geográfica. Sin lugar a dudas el pensamiento único es uno de los pilares básicos que explican el tiempo que nos ha tocado vivir. Hay innumerables definiciones para esta idea pero esencialmente viene a ser la concreción ideológica, una manera de pensar colectiva, de los intereses del gran capital internacional. Básicamente hace referencia a uno estructura coherente y cerrado de valores, una serie de "lugares comunes" que las clases dirigentes quieren que asimilemos. Otra de sus características determinantes es el absoluto convenchniento por parte de quienes lo practican de su superioridad moral sobre quienes piensan de otra manera.
Hoy en día esa difusa ideología que impregna ámbitos tan dispares como el feminismo, la estructura de las familias, la posición ante la inmigración, la eutanasia o el aborto ha conseguido convencer a la opinión pública de la inexistencia de alternativas factibles.
El poder mediático ha triunfado de tal manera en la difusión del pensamiento único que todos lo hemos aceptado como nuestro e incluso se ha producido la apropiación del mismo por parte de amplios sectores de la izquierda. El verdadero problema para la clase media occidental de la implantación de este nuevo dogma sociológico es una de sus derivadas más perjudiciales: el globalismo.
Definiremos a lo largo de este libro desde diversos puntos de vista este concepto y sus implicaciones para la forma de vida que hemos conocido hasta estos últimos diez años los ciudadanos europeos.
Con la apropiación y defensa a ultranza por parte de la derecha tradicional, y de la mayoría de la izquierda, de los conceptos derivados del pensamiento único, este, deja de ser una ideología para convertirse en una forma de ver el mundo. De facto, gracias al control que el poder ejerce sobre los medios de comunicación y las redes sociales, en la única forma posible.
La progresía internacional "ha comprado" este nuevo posicionamiento doctrinal a sus antiguos enemigos liberales arrastrando a millones de ciudadanos bienintencionados a esta nueva fe. El silencio de sindicatos y socialdemócratas con respecto a la degradación de las condiciones laborales en Occidente o la falta de barreras arancelarias a los productos chinos son claros ejemplos de ello. Bien es verdad que las élites dirigentes hace tiempo que se encargaron de que las cúpulas de los partidos politicos "obreros" estuvieran formadas por personas que no han tenido en la vida una llave inglesa entre sus manos. No hay más que observar la apariencia y el nivel de vida de los dirigentes de estas organizaciones para constarlo. Por si fuera poco, estos líderes mantienen conexiones nada disimuladas con grandes capitalistas como Bill Gates o despiadados especuladores como George Soros. La izquierda sistémica no solo lo ha comprado la nueva doctrina, la ha interiorizado de tal manera que incluso se la tira a la cara a la propia derecha que se hace la ofendida mientras sonríe entre dientes.
La unanimidad entre todo el espectro ideológico tradicional es evidente desde el momento en que no se produce la derogación masiva de leyes cuando sobreviene una alternancia en el gobierno. Ni la derecha suprime las normas que promulgó la izquierda cuando se sentó en el consejo de ministros ni viceversa. Esta sospechosa connivencia entre fuerzas aparentemente adversarias ha acuñado un nuevo concepto denominado "muerte de las ideologías" repetido hasta la saciedad en la mayoría de los discursos políticos de uno u otro signo. Evidentemente, no es que las bases teóricas defendidas por los partidos hayan perdido su vigencia, es que los dirigentes de esas formaciones sirven a los mismos intereses internacionales. No hay más que ver la unanimidad, en ocasiones convenientemente disimulada, en temas oomo la inmigración, las políticas de género, la economía o los recortes en material laboral para darse cuenta de que existe una posición común entre estos partidos. Si ya no hay ni izquierda ni derecha solo nos queda el pensamiento único, han vencido.
Están abriendo la Caja de Pandora, es decir, nosotros (EL PODER) cambiamos las leyes, cambiamos conceptos porque una vez que tú cambias el concepto, automáticamente tú estás haciendo un cambio completo en la Norma, que es lo que no terminan de entender. No se trata simplemente, de dejar que dos personas del mismo sexo se casen, no se trata simplemente, de decir, Bueno, vamos a cambiar los pronombres, sino que se trata un cambio completo: y es una ideología.
El problema es que ellos dicen y, ellos mantienen que no es una ideología, sin embargo, una ideología que busca modificar, buscan modelar y. busca condicionar. Así es, modificar, condicionar y modelar. Eso es lo que busca una ideología.
LOS NUEVOS MANDAMIENTOS DEL GLOBALISMO
DE LA CORRECCIÓN POLÍTICA
Europa sin fe y sin futuro ❌ Desde mi punto de vista por Constantino de Miguel.
🔔 En este episodio te traigo una reflexión personal y contundente: Europa ha matado a Dios... y ha perdido el alma.
Desde la Reforma y la Ilustración, pasando por la Revolución Francesa y la Unión Europea, el viejo continente ha sustituido lo trascendente por el poder del Estado y la burocracia sin alma.
🕍 ¿Qué queda de la civilización cristiana que dio origen a catedrales, arte, filosofía, derecho y sentido de vida? Hoy Europa se avergüenza de sus raíces, mientras el islam crece y ocupa el vacío que dejó un cristianismo débil y domesticado.
📉 Las iglesias están vacías. El suicidio, la baja natalidad y la desesperanza lo demuestran: un continente que renunció a la eternidad también ha renunciado al futuro.
Pero hay esperanza: la Hispanidad conserva la llama viva.
👁🗨 No te pierdas este análisis histórico, cultural y espiritual.
BIBLIOGRAFÍA
• Rémi Brague – Europa, la vía romana; El futuro de Occidente
• Philippe Nemo – ¿Qué es Occidente?
• Christopher Dawson – La religión y el origen de la cultura occidental; La crisis de la civilización occidental
• Alasdair MacIntyre – Tras la virtud
• George Weigel – El cubo y la catedral: Europa, América y la política sin Dios
• Edmund Burke – Reflexiones sobre la Revolución Francesa
• Augusto Del Noce – El problema del ateísmo; La crisis de la modernidad
• Juan Donoso Cortés – Ensayo sobre el catolicismo, el liberalismo y el socialismo
• Juan Vázquez de Mella – Discursos (selección)
• Eric Voegelin – Las religiones políticas
• Alexis de Tocqueville – La democracia en América
• Hannah Arendt – Los orígenes del totalitarismo
• Carl Schmitt – Catolicismo romano y forma política
• Robert Nisbet – La búsqueda de la comunidad
• Bat Ye’or – Eurabia: The Euro-Arab Axis
• Oriana Fallaci – La rabia y el orgullo; La fuerza de la razón
• Thilo Sarrazin – Alemania se suprime a sí misma
• Douglas Murray – La extraña muerte de Europa
• Francisco de Vitoria – Relecciones (especialmente De potestate civili)
• Juan de Mariana – De rege et regis institutione
• Marcelino Menéndez Pelayo – Historia de los heterodoxos españoles
• Ramiro de Maeztu – Defensa de la Hispanidad
• José Antonio Primo de Rivera – Discursos
• Julián Marías – La España real y la España oficial
• Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) – Sin raíces. Europa, relativismo, cristianismo, islam
Creo en el Dios de Jesús y de María, el Dios de los bienaventurados, sencillos y sabios humildes como Abraham y Sara; Isaac y Rebeca; Jacob y Raquel. Y no el de los expertos racionalistas e ideologistas teólogos y entendidos escribas de todos los tiempos, El Mismo JesuCristo nunca los eligió ni como apostóles ni como discípulos. Ni antes ni ahora. Soy Venezolano, Maracucho/Maracaibero, Zuliano y Paraguanero, Falconiano; Soy Español, Gallego, Coruñés e Fillo da Morriña; HISPANOAMÉRICANO; exalumno marista y salesiano; amigo y hermano del mundo entero.
La Línea Editorial de este Rincón es la Veracidad y la Independencia imparcial.
¡¡¡ Que El Señor de La Comunicación, de La Amistad, de La Paz con Justicia, te bendiga, te guarde, te proteja, siempre... AMÉN !!! ________________________________
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#NoEstánSolos: Ya estamos hartos de que los criminales exterminen a los cristianos solo por su fe. Ha llegado la hora de movilizarse y defenderlos. Basta de cobardía. Se valiente y osado frente a los asesinos y defiende con ardor tu fe y a los que son perseguidos por la horda. Coloca en tu página el símbolo creado por el movimiento en defensa de los cristianos perseguidos para la campaña mundial que se ha iniciado para que no nos olvidemos de todos aquellos que están siendo perseguidos y masacrados por ser cristianos. El símbolo del centro es la letra N del alfabeto árabe, con la que los yihadistas están marcando las casas de los Nazarenos, que es como ellos llaman a los cristianos. Juntos hagamos que no se olviden aquellos hermanos perseguidos en todo el mundo por amar a su Dios. #NoEstanSolos #PrayForthem #ن #YoTambiénSoyCristianoPerseguido #Iglesia #Kenya #Siria #Irak #Afganistán #ArabiaSaudí #Egipto #Irán #Libia #Nigeria #Pakistán #Somalia #Sudán #Yemen y otros...
EL SILENCIO CULPABLE
QUE LA LUZ BRILLE SOBRE TI, TIERRA FÉRTIL #SOSVENEZUELA
VENEZUELA UN PAÍS PARA QUERER Y PARA LUCHAR
“Nací y crecí en un lugar donde dicen ” Pa’lante es pa’llá”, donde se pide la bendición al entrar, al salir, al levantarte y al acostarte, donde se comen arepas, cachapas y espaguetti con diablito, donde se menea el whisky con el dedo, donde se respira alegría aún en las adversidades, donde se regalan sonrisas hasta a los extraños, donde todos somos panas, donde aguantamos chalequeos, donde se trata con cariño sincero, donde los hijos de tus amigos son tus sobrinos, donde la gente siempre es amable, donde los problemas se arreglan hablando y tomando una cervecita, donde no se le guarda rencor a nadie y donde nadie se molesta por tonterías, donde hasta de lo malo se saca un chiste, donde besamos y abrazamos muchísimo, donde expresamos con cariño nuestros sentimientos, donde hay hermosas playas, ríos, selvas, montañas, nieve, llanos, sabana y desierto, un país de gente bella, cariñosa y alegre donde se mezclaron armoniosamente las razas, donde el extranjero se siente en casa y donde siempre encontramos cualquier motivo para celebrar con los amigos. Nací y crecí en VENEZUELA, me siento orgulloso de ser venezolano y seguiré manteniendo mi espíritu venezolano en cualquier lugar del mundo”
¡NO TE RINDAS!
♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥ Si la angustia te seca, si la ansiedad te asfixia, si la tristeza te ahoga, si el pesimismo te ciega... llora, grita, comunícate, exterioriza tu dolor.... pero JAMÁS te rindas.
Levanta tu mirada, respira hondo... ¡LUCHA..! amig@...lucha ... PORQUE Sí hay salida. Sí hay sentido. Sí hay ESPERANZA. Levanta tus manos y pide ayuda.
No te des por vencid@...y poco a poco verás La Luz. NO te rindas amig@, lucha. NO ESTÁS SOL@.
PORQUE VERÁS QUE SÍ VALIÓ LA PENA... ♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥♥
LA FUERZA INVENCIBLE DE LA FE
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"Ya veis que no soy un pesimista, ni un desencantado, ni un vencido, ni un amargado por derrota alguna. A mí no me ha derrotado nadie, y aunque así hubiera sido, la derrota sólo habría conseguido hacerme más fuerte, más optimista, más idealista, porque los únicos derrotados en este mundo son los que no creen en nada, los que no conciben un ideal, los que no ven más camino que el de su casa o su negocio, y se desesperan y reniegan de sí mismos, de su patria y de su Dios, si lo tienen, cada vez que le sale mal algún cálculo financiero o político de la matemática de su egoísmo.
¡Trabajo va a tener el enemigo para desalojarme a mi del campo de batalla! El territorio de mi estrategia es infinito, y puedo fatigar, desconcertar, desarmar y doblegar al adversario, obligándolo a recorrer por toda la tierra distancias inmensurables, a combatir sin comer, ni beber, ni tomar aliento, la vida entera; y cuando se acabe la tierra, a cabalgar por los aires sobre corceles alados, si quiere perseguirme por los campos de la imaginación y del ensueño. Y después, el enemigo no podrá renovar su gente, por la fuerza o por el interés., que no resisten mucho tiempo, y entonces, o se queda solo, o se pasa al amor, que es mi conquista, y se rinde con armas y bagajes a mi ejército invisible e invencible...."
(Fragmento de una página del discurso de Joaquín V. González "La universidad y alma argentina" 1918). ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
COMBATE Y DENUNCIA A LOS PEDÓFILOS (PEDERASTAS)
SEÑOR, TE PEDIMOS QUE PROTEJAS A L@S NIÑ@S, TE LO PEDIMOS EN EL NOMBRE DE JESÚS. AMÉN. ¡Ay de aquel que escandalice a uno de estos pequeñitos! Mejor le fuera que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar, que hacer tropezar a uno de estos pequeñitos....... Lc 17,1-2 -- ÚNETE Y DENUNCIA --
SI LOS MEDIOS CALLAN, EL PUEBLO GRITA...
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Cuando existe la esperanza, todos los problemas son relativos
EL SENTIDO COMÚN ES IMPRESCINDIBLE PARA EL BIEN COMÚN Y PARTICULAR
SOMOS ANTI-OBSOLESCENCIA: NUESTRA CALIDAD TIENE VALOR
OBSOLESCENCIA ES LA planificación o programación del fin de la vida útil de un producto o servicio de modo que este se torne obsoleto, no funcional, inútil o inservible tras un período de tiempo calculado de antemano, por el fabricante o empresa de servicios, durante la fase de diseño de dicho producto o servicio, nos conduce al CONSUMISMO exacerbado, por culpa de algo evitable, destruimos recursos, planeta y dinero por algo que podríamos tener durante mucho tiempo.