EL Rincón de Yanka: LA LECCIÓN ESPIRITUAL DEL 'KINTSUGI': RÍOS DE ORO PARA ALMAS ROTAS por WILHELM 🙌 y DESMONTANDO EL PSICOANÁLISIS: "PARA FREUD, EL SANTO ES EL MAYOR NEURÓTICO"

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viernes, 29 de diciembre de 2023

LA LECCIÓN ESPIRITUAL DEL 'KINTSUGI': RÍOS DE ORO PARA ALMAS ROTAS por WILHELM 🙌 y DESMONTANDO EL PSICOANÁLISIS: "PARA FREUD, EL SANTO ES EL MAYOR NEURÓTICO"

La lección espiritual del 'Kintsugi': 
ríos de oro para almas rotas
"Thereis a crack, a crack in everything /
That's how the light gets in"
Leonard Cohen, 'Anthem'
"Hay una grieta, una grieta en todo (en cada cosa) / 
Así entra la luz" 
Leonard Cohen, 'Himno'

Cuentan que un día, durante la ceremonia del té, al sirviente del gran señor feudal Hideyoshi se le cayó al suelo un valiosísimo bol de cerámica. Los trozos saltaron por los aires en todas direcciones. No era una pieza cualquiera, sino una de las favoritas del daimyō, que alzó con furia la mano para castigar al criado. Uno de sus invitados, el samurái poeta Yusai Hosokawa decidió intervenir. Con una canción improvisada calmó los ánimos de su señor, asumiendo la responsabilidad por la falta del mayordomo.

Hosokawa recogió los pedazos de cerámica y los unió de nuevo, aplicando laca en las fisuras y cubriendo las "heridas" con oro. La belleza del resultado conmovió a Hideyoshi, que perdonó a su sirviente, y la historia -convertida en fábula- se extendió por todo Japón. Con el tiempo, esta técnica se popularizó entre los artesanos nipones, recibiendo el nombre de Kintsugi, unión de las palabras japonesas "oro" y "reconectar''.

"El Kintsugi no solo repara un recipiente roto, sino que transforma la cerámica rota en algo más hermoso aún que la pieza original'; reflexiona el pintor Makoto Fujimura en su libro Art + Faith. A Theology of Making. Para él, esta técnica tradicional no se limita a las tazas o los cuencos, sino que emerge como una metáfora perfecta para comprender la acción de Dios en nuestras vidas: 
"El ejemplo del Kintsugi captura y amplifica esta promesa [del Evangelio]. (...) Cristo no vino a repararnos, no vino solamente a restaurarnos, sino a convertirnos en una nueva creación"; escribe.

A Cristo por la belleza y el martirio

Fujimura se encontró con Cristo cuando tenía 27 aüos, en Tokio. El joven artista había viajado a Japón tras graduarse en la universidad en EE.UU. y estaba aprendiendo el arte del Nihonga, una antigua técnica de pintura japonesa que emplea materiales preciosos como la malaquita o la azurita como base para los pigmentos. En esta búsqueda artística, Fujimura se topó con su propio límite. 
"Me di cuenta de que no había un lugar en mi corazón -un estante- para sostener aquella belleza, aquella misma belleza que estaba creando"; recuerda en un testimonio filmado por el canal Explore God.

El pintor identifica varios momentos cruciales en su camino espiritual, como la lectura del poema épico Jerusalem, de William Blake, (compuesto en himno) el que hay un diálogo entre el personaje simbólico Albión y Jesús en la cruz: 
"En aquel momento Jesús ya no era una figura histórica, sino quien me había estado llamando desde siempre a través de mi creatividad": 
El Kintugi no solo repara un recipiente roto, sino que lo transforma en lago más hermoso aún que la pieza original".
Otros hitos en su proceso de conversión -según relata en una entrevista para Religion News Service- fueron la relación con un grupo de misioneros protestantes o una visita a un museo en Tokio donde se topó con algo inesperado. Frente a él se alineaban docenas de losetas con la imagen de Jesús o de la Virgen, pero no se trataba de una simple colección de arte sacro, sino que eran testimonios de algo mucho más doloroso. Durante doscientos cincuenta años, los cristianos fueron perseguidos en Japón: los magistrados forzaban a los creyentes a pisotear aquellos iconos bajo la amenaza de la tortura y la muerte, llevando a muchos al martirio por mantenerse fieles.

Fujimura vio en aquellas imágenes un "misterio profundamente marcado por las cicatrices'; que le tocó en lo más hondo de su ser: 
"Todo lo que he hecho deriva de aquello"; confiesa. Hoy, Fujimura tiene 63 años, y se ha convertido en uno de los pintores contemporáneos de arte sacro más reconocidos en todo el mundo. Su obra, que aúna la tradición japon esa, el expresionismo abstracto y una fe profunda y meditada, cuelga en las paredes de iglesias y museos de todo el mundo. Y en todo ello -vida, obra, fe­ late como un hilo dorado una intuición: 
"El Dios artista se comunica con nosotros antes que el Dios profesor".
La teología del hacer

En el citado Art + Faith, Fujimura plantea las bases de lo que él llama "teología del hacer"; un modo de comprender la relación con Dios y con el mundo basado en la misericordia y la belleza. Para el pintor, vivimos en un mundo caído, pero "cuando creamos, invitamos a la abundancia del mundo de Dios a entrar en la realidad de la escasez que nos rodea". Leyendo el Antiguo Testamento, Fujimura identifica guiños en la importancia de esta actitud: constata por ejemplo que Adán, poniendo nombre a los animales en el Jardín del Edén, realiza un acto de creatividad, o que las primeras personas en ser citadas como "llenados" por el Espíritu Santo son dos artesanos, Bezalel y Oholiab, los autores materiales del Arca de la Alianza.

Frente a una concepción utilitarista o mecanicista de la relación con Dios, Fujimura escribe que "Dios no necesita ninguna de nuestras instituciones para existir, punto; pero su amor exuberante nos invita a nosotros, vasijas rotas elegidas por Dios, a cocrear en la nueva creación a través de Jesús". La imagen de las vasijas rotas nos devuelve a la metáfora del Kintsugi, una concepción que parte de reconocer u na verdad: no somos perfectos.
"Cuando creamos, invitamos a la abundancia del mundo de Dios a entrar en la realidad de la escasez que nos rodea".
"No podemos mantener las promesas que hacemos, y mucho menos las promesas que Dios nos mandó mantener. (...) Somos fragmentos rotos de algo que una vez fue hermoso": comenta Fujimura, apuntando al pecado original y destacando que a los apóstoles les ocurría lo mismo. Pero también que este no es el final: 
"A aquellos que traicionaron, que huyeron, que no pudieron ser valientes cuando era necesario serlo... A aquellos corazones miserables les pasó algo después de la resmrección".

La resurrección de Cristo -elemento nuclear de la fe cristiana y también de esta "teología del hacer"- no es, para Fujimura, una mera restauración. No es un viaje atrás en el tiempo a un estado sin pecado ni maldad, sino una transfiguración del mundo y de cada uno, una nueva creación. El ejemplo más claro de ello -escribe- es el propio Cristo: su cuerpo resucitado no está impoluto, sino que -como descubrieron santo Tomás y los otros­ conserva las llagas y las heridas de la pasión.

"Cuando el hacer honra la ruptura -continúa el artista-, las formas quebradas pueden revelarse como componentes necesarios del nuevo mundo por venir"; y sigue: 

"Esta es la promesa más escandalosa de la Biblia, y está en el corazón de nuestro camino hacia lo nuevo: no solo somos restaurados, sino que estamos llamados a participar en la cocreación de lo nuevo a través de nuestras heridas y dolor". La sangre de Cristo, como el oro que fluye por las grietas en el Kintsugi, no tapa ni borra el pasado, sino que -concluye Fujimura- "es precisamente a través de nuestras fisuras donde puede brillar la gracia de Dios".

"El hombre no está hecho para la derrota 
-se dijo el viejo pescador 
en medio de la lucha-. El hombre puede ser destruido, 
pero no derrotado (gracias a Jesucristo)".
(El viejo y el mar, E. Hemingway)

Desmontando el psicoanálisis: 
«Para Freud, 
el santo es el mayor neurótico»


Analiza la figura del «padre del psicoanálisis», una doctrina anclada en el pesimismo antropológico

Pocos autores han tenido tanta influencia en las ciencias de la salud mental contemporáneas como Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. Sobre su figura han escrito muchos; entre ellos el psicólogo y doctor en Filosofía Joan d’Àvila Juanola, profesor de la Universidad Abat Oliba CEU, que entiende el psicoanálisis freudiano «más como doctrina y no tanto como hipótesis científica», como apunta en Antropología cristiana y ciencias de la salud mental. En esta entrevista, aborda a fondo la cuestión del psicoanálisis: sus postulados, su validez y –también– su relación con la tradición cristiana.

–Empecemos definiendo el objeto de estudio: ¿en qué consiste el psicoanálisis y cuáles son sus postulados principales?
–Es una explicación acerca del funcionamiento psíquico humano que elaboró Sigmund Freud, basándose en las investigaciones acerca del origen y tratamiento de la histeria que se estaban llevando a cabo en el Hospital de la Pitié-Salpêtrière bajo la dirección de Jean-Martin Charcot. Su postulado principal es que la vida psíquica está dirigida desde pulsiones psíquicas inconscientes e irracionales.

–¿Cuál es el papel de la sexualidad en la teoría freudiana?
–Para Sigmund Freud, la vida humana se interpreta desde la pulsión de vida (eros), cuya energía es la libido. La descarga energética es necesaria para evitar la tensión psíquica y esta es objetual, empezando por el pecho materno y terminando con el coito. La transicionalidad de los objetos de descarga erótica marca las conocidas distintas fases del desarrollo psico-sexual: oral, anal, fálica y sexual. En las neurosis podrían identificarse comportamientos interpretables como fijación en etapas previas del desarrollo psico-sexual o regresiones. Una anamnesis completa de la historia del paciente permite establecer conexiones entre eventos del pasado y conflictos presentes. Sin embargo, yo nunca he trabajado desde estas interpretaciones freudianas, sino que he preferido dialogar con los pacientes sobre sus consideraciones respecto de estas conexiones. Prefiero trabajar desde la introspección consciente del paciente y su juicio al respecto.
Freud quiere evitar cualquier intervencionismo sobre este proceso del paciente, para evitar la transferencia
–La imagen típica es la del diván, donde el paciente habla y habla mientras el psicoanalista le escucha.
–La escucha activa, al generar la convicción en el paciente de que se le está escuchando y de que se está empatizando con su situación, es una herramienta terapéutica muy eficaz. En el psicoanálisis que plantea Freud no se trata tanto de tener una escucha activa del paciente como de darle un espacio para que pueda asociar libremente las ideas que le vengan a la mente y, de esta forma, expresar cosas reprimidas al inconsciente. A través de este soliloquio asociativo, se irían haciendo conscientes los complejos reprimidos que son causa del malestar psíquico del paciente y, consecuentemente, se rebajaría su tensión psíquica, su neurosis. Freud quiere evitar cualquier intervencionismo sobre este proceso del paciente, para evitar la transferencia: es decir, que el paciente empiece a establecer vínculos afectivos con el terapeuta y estos complejicen más la situación terapéutica.

–Freud aseguraba que este método daba buenos resultados, pero en el libro Antropología cristiana y ciencias de la salud mental, usted advierte que este éxito «no es necesariamente atribuible a esta forma de terapia».
–En esta concepción hay una serie de presupuestos que deben tenerse en cuenta, como que el origen del malestar psíquico es resultante de un complejo reprimido y que se alivia al hacerse consciente. Es probable que el espacio de libertad que brinda la asociación libre redunde en cierto desahogo, pero no necesariamente mejorará su salud psíquica si no se discuten sus interpretaciones sesgadas de la realidad. Se deja al paciente tranquilo con su versión, consciente y sin censura, de la historia. Sin embargo, cabe considerar que las interpretaciones de un paciente neurótico sean discutibles y que sea precisamente esta discusión lo que permita al paciente ver la situación más objetivamente. No se puede disociar la salud psíquica de la realidad de las cosas y hacerla depender de representaciones reprimidas. Los autores neopsicoanalistas se han ido alejando del énfasis en lo irracional para centrarse más en el «Yo», aunque esto ha sido tachado de heterodoxo por los autores fieles a Freud.

–En este mismo capítulo usted señala que «el quid de la cuestión es antropológico». ¿El psicoanálisis trae consigo una visión propia del hombre?
–Freud escribe que para el psicoanalista no hay ningún aspecto del psiquismo que sea azaroso, y que la labor psicoterapéutica pretende encontrar sus causas. Los fenómenos más banales deben interpretarse como signos, o síntomas. Sueños, olvidos o tartamudeos son tomados como indicios de represión psíquica; son síntomas neuróticos. Este determinismo psíquico puede dar cierta seguridad, pero esta premisa es incompatible con la libertad humana; de ahí la necesidad de psicoanalizarse para descubrir las causas reprimidas del malestar. Las relaciones pretendidamente altruistas, desinteresadas, amorosas también son relaciones objetales; es decir, relaciones con objetos que permiten la descarga libidinal de la pulsión erótica del sujeto. Por eso, coloquialmente, se dice que para Freud todo es sexual. La práctica del psicoanálisis lleva a que el paciente tome conciencia de la naturaleza pulsional de su vida psíquica, y negarlo es interpretado como un síntoma neurótico, represión que ejercen los principios morales introyectados en el «superyó” (o «superego») del paciente.
Existe una conexión entre la teología de Martín Lutero y el psicoanálisis de Freud
–El poeta Tomás Segovia veía el psicoanálisis «más una religión que una tendencia en psicología». Freud se consideraba un ateo acérrimo, pero ¿tiene el psicoanálisis algo de sustitutivo de la fe?
–Existe una conexión entre la teología de Martín Lutero y el psicoanálisis de Freud: su pesimismo antropológico. Lutero entiende que el ser humano no juega ningún papel en su propia salvación, sino que es por pura voluntad divina, pues su naturaleza humana está completamente corrompida y cualquier pensamiento sobre el mérito es sospechoso de pecaminoso, por soberbio. Análogamente, Freud defiende que negar la naturaleza pulsional, irracional, de la vida psíquica es de hipócritas pretenciosos. En ambos casos, la salud-salvación humana proviene de una toma de conciencia. El psicoanálisis, por otra parte, se ha considerado religioso porque afirma dogmáticamente el Complejo de Edipo como primer complejo reprimido y, por lo tanto, la interpretación psicoanalítica de la primera causa de la neurosis está determinada a priori.

–En esta línea, Freud considera que la ascesis cristiana es un proceso neurótico.
–Sí, para Freud el santo es el mayor neurótico porque se niega a aceptar la naturaleza pulsional del sujeto. El santo pretendería superar su naturaleza pulsional a través de la adquisición de la virtud y la unión con Dios, pero, en realidad lo que estaría haciendo es sublimar energía pulsional (libido) mediante la ascética. En todo caso, tampoco la sublimación resolvería del todo la tensión neurótica puesto que solo permitiría una descarga parcial de la libido. Desde el planteamiento cristiano se entiende que la ascética es necesaria para vencer la concupiscencia resultante del pecado original, y que la tensión psíquica por el conflicto entre la razón y las pasiones es una condición que se tiene que asumir desde la humildad y la confianza en Dios. Hay una diferencia sustancial entre ambos planteamientos porque, según el psicoanalítico, el santo actúa contra natura y, según el cristiano, el santo logra restaurar la naturaleza humana a la que remite Jesús cuando dijo: «Al principio no era así».
Bien se dice que quien no vive como piensa, acaba pensando como vive
–¿Es compatible el psicoanálisis con la fe católica? Es decir, ¿cabe plantear un «psicoanálisis católico», una conciliación -como tratan de defender algunos-, o la ruptura se plantea en la raíz?
–Ha habido autores que han intentado separar el método psicoanalítico del trasfondo psicoanalítico. Sin embargo, no se pueden separar porque el método aplicado es consecuente con el trasfondo antropológico. El método psicoanalítico por excelencia es la asociación libre de ideas, como decía antes. Hasta cierto punto, tener un momento para pensar y decir libremente las cosas que vienen a la mente puede permitir que la persona se aclare, pero cabe considerar que las personas trastornadas caigan en sus propias trampas mentales y no logren una conclusión saludable en sus monólogos. Bien se dice que quien no vive como piensa, acaba pensando como vive.

–Le cito una última vez: «[La salud mental] no debería considerarse desvinculada de la madurez humana, de la felicidad ni tampoco de la santidad». En un sentido más general, ¿la psicología contemporánea ha reducido su campo de visión a lo biológico, excluyendo la relación con lo trascendente?
–La psicología contemporánea considera que la salud es el bienestar emocional, por herencia del planteamiento homeostático de la salud mental que propone Freud —es decir, la necesaria descarga de la energía pulsional para volver a un punto de equilibrio—. Pero cabría puntualizar que el bienestar emocional debe provenir de la salud y no al revés. La salud está en el orden de los procesos que constituyen la vida humana. Los avances en el campo de la neurobiología han permitido conocer mejor la materialidad de la actividad psíquica, pero no pueden dar una respuesta suficiente a la pregunta por la felicidad humana. Biológicamente, tengo salud cuando no estoy enfermo ni tengo hambre. Humanamente considerada, la felicidad no puede solo tener en cuenta la salud neurobiológica sino el cumplimiento de mi naturaleza humana, que implica vivir racionalmente, en sociedad y con un sentido de la propia existencia.


Venid a mí los que estáis cansados por el hermano Carlos María

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