🏭 LOS ENEMIGOS DEL COMERCIO
HISTORIA DE LAS IDEAS SOBRE LA PROPIEDAD PRIVADA
La aparición de la sociedad de consumo es un hecho muy reciente, precedido por dos milenios de modelos sociales hostiles a ella. Sin embargo, su éxito ha sido tan completo que unas pocas décadas han bastado para borrar no sólo muchas instituciones, sino hasta el recuerdo de sus alternativas morales y prácticas. Se nos ha olvidado, por ejemplo, que el fundador del cristianismo empezó y terminó su vida pública expulsando a mercaderes, e incluso que desde mediados del siglo XIX a finales del XX no hubo cuestión moral y política comparable al comunismo.
¿Quiere esto decir que hemos pasado página definitivamente?
Antonio Escohotado plantea la pregunta sin dogmatismo, repasando con lupa de entomólogo las situaciones y los argumentos opuestos al tipo de mundo en el que acabamos de instalarnos. Tras localizar el complejo que precipitó la idea del comercio como un mal infeccioso, pasa a describir sus altibajos desde la civilización grecorromana hasta el día de hoy. Este análisis supone compartir con el lector una larga peripecia, donde algo que ayuda a entender nuestros orígenes tiene también el color insuperable de lo real. Los enemigos del comercio ofrece la primera historia completa del comunismo, que al ir contextualizando sus etapas expone la evolución paralela del individualismo y el pensamiento liberal.
Introducción
«La humanidad no posee regla mejor de conducta que el conocimiento del pasado». Polibio, Historia del ascenso de Roma, I, 1.
Hace algo menos de una década, cuando empecé este libro, me había propuesto en principio algo sencillo y dictado por la necesidad de reconstruir para entender. El objetivo era precisar tanto como fuese posible quiénes, y en qué contextos, han sostenido que la propiedad privada constituye un robo, y el comercio es su instrumento.
Varios años más tarde — tras averiguar quiénes fueron esas personas y grupos desde el siglo XIX— comprendí que su tesis era muy anterior, que había reinado largos siglos sin oposición y que esa zona del árbol genealógico comunista era pertinente para no confundir allí el tronco y las hojas, lo perenne y lo caduco. Como cabía esperar, el trabajo de documentación se hizo a partir de entonces mucho más arduo e incierto, acechado a cada paso por una evidencia tan incómoda como lo mencionado por un sabio a propósito de otro anterior:
«Entonces un hombre era capaz de recorrer toda la ciencia y todo el arte, y trabajar en campos muy distantes sin condenarse al desastre» (1). En mi caso el desastre no venía de campos sino de tiempos vertiginosamente distantes, y la anticipación del fracaso se habría sobrepuesto si el trabajo no hubiese sido compensado con descubrimientos en gran medida imprevistos, que ofrecían una prolongación del sentido. Al leer la cuarta historia del socialismo, por ejemplo, pude ver que no sólo todas manejaban un paquete de información casi idéntico, sino que hacían gala de un pionero gusto por lo políticamente correcto (2). Cuando mucho, mencionan de pasada a una secta israelita que identificó la compraventa con un pecado de hurto, sin añadir que buena parte de sus miembros se transformaron en nazarenos o ebionitas —el grupo original de Juan Bautista y Jesús—, y que su enseñanza vertebra el Evangelio. El especialista en historia moderna de las ideas entiende que esto es religión, que lo propuesto por Fourier, Blanqui o Marx es política, y que el comunismo constituye una rama del pensamiento socialista.
Preguntándome por qué la genealogía de este movimiento se encuentra en un estado tan rudimentario, a despecho de su inexagerable impacto universal, no encuentro mejor respuesta que la de respetar el divorcio entre sus militantes teológicos y sus militantes ateos. Las crónicas suelen estar guiadas por el sine ira et cum studio de Tácito, que en definitiva quiere saber más sobre nosotros mismos, pero en este terreno los protagonistas principales insisten en no querer saber nada el uno del otro.
La Academia de Ciencias de la URSS patrocinó cientos de obras sobre el materialismo dialéctico, aunque nunca asumió una historia circunstanciada y veraz del comunismo, donde habría sido imposible no aludir a san Juan Crisóstomo y al Código de derecho canónico al documentar la idea llamada más tarde fetichismo de la mercancía. La Santa Sede, custodio de un archivo incomparable sobre herejías y alzamientos comunistas con raíz evangélica, tampoco ha instado alguna historia del fenómeno, porque exhumar el conflicto entre la civilizada Iglesia actual y sus milenaristas de otrora abriría heridas profundas. Véase, sin ir más lejos, cómo ha preferido perder feligreses en Iberoamérica a admitir en su seno la corriente llamada Teología de la Liberación. Por otra parte, despreciar el principio de continuidad se paga con dogmatismo, «y grandes perjuicios se han seguido de ceder a esa tentación, que traza anchas líneas divisorias allí donde la naturaleza no ha dibujado ninguna» (3).
En el caso del movimiento comunista, la tentación simplificadora lleva a pasar por alto la tenacidad de algo que desde la cristianización del Imperio romano alterna fases explosivas con otras de eclipse, sin desaparecer jamás. En realidad, atender a esa combinación de escrúpulos e ignorancia nos vela la evolución del más formidable disidente conocido, cuyo parto coincide con el momento en que nuestra cultura se lanzó a apostar por la libertad política y la innovación, como hicieron algunas ciudades griegas en el siglo VI a. C. Hasta entonces el autogobierno era una rareza propia de las sociedades sin Estado —grupos de ágrafos que nunca alcanzan un mínimo de densidad demográfica—, y las sociedades demográficamente densas estaban sujetas a un autócrata divino, que al legislar fundía por fuerza el derecho natural o permanente y sus privadas ocurrencias. Con la democracia que pusieron en circulación Atenas y otras polis comerciales llegó un Estado sencillamente inaudito, donde la autoridad dejaba de ser sagrada. Innumerables automatismos y suposiciones sucumbirían a consecuencia de ello, y la expresión más brillante de escándalo es una República platónica concentrada en oponer seguridad y libertad. Allí, junto a la propuesta de regresar a la severidad del ayer, encontramos también por primera vez la de reconvertir lo privado en común. Desatendido políticamente por sus compatriotas, Platón se convirtió más tarde en el principal inspirador de la teología, la pedagogía y la ética cristiana. Su crítica de la democracia como demagogia triunfó y, sin embargo, la aspiración al autogobierno no pudo erradicarse. Por caminos casi siempre sinuosos acabó imponiéndose una libertad inseparable de innovación, y Europa se convertiría en foco de una cultura occidental llamada a ser política y económicamente hegemónica.
La tradición china, la hindú y tantas otras se aplicaron a anular la erosión del tiempo, concentrando las energías presentes sobre un retorno perenne de lo igual. La nuestra acabó descubriendo cómo servirse de la caducidad para convertir el círculo en una figura abierta, y se sostiene —de modo tan próspero como acrobático— sobre un cultivo del hallazgo. Como el motor de propulsión a chorro, que jubiló al de hélice, vive de excitar controladamente la turbulencia y es —atendiendo a la conocida expresión de Schumpeter— un sistema de desequilibrio creativo. En otros términos, la sociedad competitiva o abierta se construyó polemizando con un alter ego soliviantado por el prosaísmo calculador. Al exigir una identidad mucho más estrecha como garantía de sosiego estable, este anverso del yo comercial se demostró capaz de «crear, educar y subvencionar un disfrazado (vested) interés por el desasosiego social» (4), y como podremos seguirlo en sus pormenores baste recordar ahora dos momentos estelares. Al principio, antes de que el Imperio romano se convirtiese en un Saturno devorador de su prole, el régimen de amplísima autonomía municipal diseñado por Julio César creó clases medias locales, y un número creciente de personas pasaron a ser hombres de negocios. Pero es precisamente entonces cuando llega una denuncia del propietario y el comerciante como enemigos del pueblo, unida al anuncio de un Juicio Final donde los pobres se regocijarán viendo cómo Dios fulmina a los ricos. Dos milenios más tarde, en un mundo secularizado, cincuenta años bastan para que ateos enérgicos impongan dicho trance a la mitad de la población mundial.
Han cambiado muchas cosas salvo el contenido, que antes y después es un ajuste de cuentas precisamente «implacable». El sello occidental del fenómeno brilla en el hecho de que acabase siendo asumido por veintidós estados (5) de cuatro Continentes, sin que ninguno de esos gobiernos le encontrara algún paralelo o precedente autóctono al marxismo-leninismo. Tanto en África como en Iberoamérica y Asia un alemán y un ruso iban a ser, y son, su única brújula. Entre los europeos de mediana edad, quienes no resultaron guiados materialmente por ella se criaron tomando partido a favor o en contra, y ahora —a juzgar por el espacio que ocupa en los medios— la actitud se encuentra en una de sus fases poco expansivas, más proclive por ello a ser pensada sin tanto apasionamiento. Al ritmo en que hemos ido acostumbrándonos a no padecer guerras, el marxista ha ido decantándose por una lectura alegórica de proposiciones como que «la última palabra de la ciencia social será siempre el combate o la muerte, la lucha sangrienta o la nada» (6).
Por lo demás, las democracias sólo están a cubierto de tentaciones demagógicas mientras se mantengan relativamente prósperas, y reflexionar sobre las «otras» democracias parece más realista que dar por difunto al alter ego. Ser occidental significa de alguna manera tener sitio en el corazón para un altar donde lo venerado es la igualdad humana, principal motivo de orgullo para nuestra cultura. Sin embargo, algunos limitamos ese principio inviolable a un trato no discriminatorio por parte de las leyes, y reclamamos una igualdad jurídica compatible con las más amplias libertades. Otros —a cuyos motivos e iniciativas se dedica este libro— llevan veinte siglos abogando por abolir compraventas y préstamos para defender a quienes obtuvieron peores cartas, son incapaces de autogobernarse o sencillamente no están dispuestos a tratar la vida como un juego, aunque sus reglas sean claras.
(I) Schumpeter alude así a los ensayos de Adam Smith sobre lingüística e historia de la astronomía (Schumpeter 1995, p. 224).
(2) El modelo de esta línea es la History of Socialist Thought de Cole, una investigación avalada por el hecho de I. Berlin revisase su primer tomo. La obra empieza declarando que «ninguna idea o sistema importante puede ser definido exactamente» (Cole 1975, vol. I, p. 9), una obviedad gigantesca que no deja de ser inexacta para el comunismo en particular, sin duda un «sistema importante» aunque definido desde sus orígenes por algo tan inequívoco como su tesis sobre la propiedad y el comercio.
(3) Marshall 1920, p. XV. El texto sigue diciendo que «no hay una clara línea divisoria entre cosas que son o no capital, o necesidades, ni entre trabajo productivo e improductivo […] La acción de la naturaleza es compleja, y nada se gana a la larga pretendiendo de que es simple, e intentando describirla por medio de proposiciones elementales».
(4) Schumpeter 1975 (1942), p. 92.
(5) La voz «Karl Marx» de la Wikipedia, bien documentada en general, especifica veintiún países gobernados por dictaduras proletarias, a los cuales añade Kerala y otros dos Estados de la Federación India. Pero omite el régimen de Guinea Bissau, una variante del angoleño-castrista que persiste allí.
(6) Marx 1965, p. 360.
"Los enemigos del comercio II"
de Antonio Escohotado
Esta segunda parte de la trilogía proyectada sobre el origen y desarrollo del movimiento comunista, confirma que estamos ante una investigación sin precedente en"la" bibliografía mundial por profundidad y detalle. Ninguna historia del fenómeno ha añadido hasta ahora al debate ideológico su contexto económico, y la evolución de instituciones paralelas como el sindicato,la gran empresa o los sistemas de seguridad social; ni perfilado de paso lo singular de las revoluciones en Norteamérica, Inglaterra, Francia, España, Alemania o Rusia. Con la neutralidad valorativa como norte, Los enemigos del comercio ofrece ante todo un análisis de dinámicas impersonales y complejas, pero al hilo de ello compone medio centenar de biografías más o menos breves sobre sus principales actores: ideólogos, activistas, estadistas, sabios y empresarios.
''La Biblia hebrea manda «amar al prójimo como a ti mismo, y desde el siglo IV a.C. todas las escuelas socráticas —en particular la estoica, con mucho la más influyente— denuncian la esclavitud. Aprendimos a suponer que cuanto más nos remontásemos en el tiempo, más común e inhumana se iría haciendo la servidumbre, y que la existencia de personas sin personalidad jurídica solo fue cuestionada seriamente cuando Jesús mandó amar a los demás. Pero repasar el asunto demuestra que la relación entre el cristianismo y el abolicionismo no solo es inexistente, sino algo análogo al recuerdo encubridor en sentido psicoanalítico […]
Ciro empezó derrotando a Asiria, una nación precozmente dedicada a la captura y reventa de poblaciones, y reunió el imperio más extenso de los conocidos hasta entonces por un procedimiento tan insólito —y políticamente eficaz— como preferir la aquiescencia al terror de sus súbditos. Si cargásemos con la fábula del Nuevo Testamento como campeón del abolicionismo, Ciro sería un humanista excéntrico en vez de lo que es: una etapa tardía de la reacción antigua ante el hecho de que el trabajo voluntario se transforme poco a poco en involuntario, y arrastre el baldón de la infamia''. Capítulo 1, págs. 20-24.
2. El espíritu del capitalismo norteamericano hunde sus raíces en experiencias comunistas (más bien cristianas): "Norteamérica ni había conocido ni conocería tampoco el proyecto de abolir por decreto el tuyo y
el mío, pero al mirarlo algo más de cerca comprobamos que la comunidad de bienes fue un asunto
crucial para los primeros pobladores de Nueva Inglaterra, y que el espíritu del capitalismo
norteamericano se entrelaza con una secuencia de sectas comunistas, que fueron llegando o
formándose allí desde finales del siglo XVIII. Ellas iban a ser los ensayos del colectivismo más
duraderos y prósperos del planeta, y que esto sea un asunto habitualmente ignorado lo hace aún
más instructivo para nuestra historia moral de la propiedad." (Capítulo 4, pág. 81).
3. Que la revolución industrial genere nuevas masas miserables forma parte de un tópico victimista: "No hay duda de que acelerar el éxodo a medios urbanos redujo el periodo de aclimatación del campesino, ni de que aparecieron entonces masas sin arraigo ni otra posesión que su fuerza de trabajo, cuya sola existencia resultaba deprimente para las gentes acomodadas del momento. La versión melodramática de aquel escenario no distingue etapas, […] Desde el siglo IV al XIV el campesino libre corrió a arrodillarse ante el señor bélico de su zona, presto a regalarle indefinidamente trabajo y sumisión para no estar indefenso ante la voracidad de policías y recaudadores, como empezó ocurriendo con los colonii romanos. A finales del XVIII, cuando los campesinos se desplazan buscando libertad y promoción económica, la lente victimista les considera ofendidos porque su trabajo «ha pasado a ser una mercancía»." (Capítulo 10, págs. 201- 202).
4. Irrumpe con fuerza la figura del intelectual, profesional sin profesión, como portavoz del resentimiento: "El hecho de que Engels y él [Marx] omitan la sociología del intelectual no nos obliga a hacer lo mismo, y basta plantear el tema para caer en la cuenta de que su figura no nace a mediados del siglo XIX, con algunas personas tuteladas más allá de la juventud por sus respectivas familias. Ateniéndonos al contenido de su mensaje, que revierte crónicamente sobre «cuadros de esclavitud y martirio», el intelectualismo anima ya el medievo a través de clérigos insumisos que predican el Milenio; prosigue con los humanistas menos destacados por erudición y se renueva con el ilustrado a la francesa, igualmente ligero de equipaje técnico si se le compara con el ilustrado inglés y el alemán, hasta alcanzar su primer brote de gloria a través de Marat. […] «el comunismo moderno es la primera revolución llevada al éxito por intelectuales». El único apoyo previo para hacer esa afirmación era el análisis ofrecido por Schumpeter en 1942, donde define esa figura como «profesión del no profesional, especializado en alimentar y organizar el resentimiento», cuyo rasgo común es soslayar sistemáticamente la formación en profundidad. (Capítulo 18, pág. 354-356).
5. Cuanto mayor es el pormenor sobre Marx, más se aleja su figura de las ideas preconcebidas: "El hecho de que Marx sea el gran teórico de la propiedad común y a la vez un hombre «siempre desamparado» contribuye a precisar su tesis de que la fuente de ingresos determina la conciencia. Todos sus biógrafos subrayan una prodigalidad que […] le llevaba a superar ampliamente el gasto de colegas con familias más prósperas […] se abstuvo de trabajos remunerados, […] mediando adversidades externas como ver morir a cuatro de sus seis hijos, y perder finalmente a un cónyuge minado por el agotamiento y la angustia del pobre vergonzante. Atroz fue la muerte de Edgar a los seis años, cuando ya se había acostumbrado a la picaresca de que le fiasen el pan o la leche, o a quedarse en cama no solo porque tenía empeñados los zapatos y el abrigo, como su padre, sino porque el carbonero se negaba a seguir fiando, y las frazadas eran su único cobijo. El Capital dedica uno de sus sarcasmos más amenazadores al trabajo infantil, aparentemente ajeno a que todo resulta preferible antes de dejar que los niños sucumban por desnutrición y frío. Puede considerarse un golpe de buena suerte no saber que Laura y Eleonora, las dos hijas supervivientes, acabarían suicidándose. De los ocho miembros de su familia solo él cumplió los sesenta años […] y al aguijón de la miseria cabe atribuir al menos parte del impulso requerido para demostrar que «la economía es la ciencia de la renuncia, de la privación, del ascetismo». (Capítulo 20, págs. 391-395)
6. Marx no existe como sociólogo: "Durante la década siguiente se convierte en un economista erudito, coincidiendo con el dramático empeoramiento en sus condiciones de vida, y abandona prácticamente el trabajo de investigación aparejado a confirmar que la pauta del progreso histórico gira sobre la lucha de clases. Seguirá postulando esa «ley», desde luego, pero a la objeción fundamental —el nexo de dicho principio con el los últimos serán los primeros de la promesa mesiánica— iba a añadirse «la ironía de que muriese cuando iba a hacer un análisis sistemático del concepto de clase» o —en palabras de otro historiador— «que fuera postergando la tarea hasta cuando resultó demasiado tarde» […] Vimos ya que la sociología del intelectual tampoco mereció la atención de Marx, y el malentendido de considerarle sociólogo —cuando la diferencia entre simple y complejo fue lo menos desarrollado de su pensamiento— culmina en el carácter puramente ideal de su clase obrera, a la que no corresponde el deseo de abolir la propiedad y el comercio." (Capítulo 20, págs. 387-388)
7. El Marx economista se basa en una teoría del beneficio insostenible, pero además es Engels quien escribe la mayor parte de El Capital: "Cuando el lector empieza a temer que el tratado quizá siga sin entrar en teoría económica propiamente dicha, la sección tercera introduce el plusvalor (surplus-value, Mehrwert) como «exceso del valor del producto sobre la suma del valor de sus elementos», entendiendo que «todo beneficio es una forma transfigurada del hurto de trabajo, gracias a la cual la mercancía desdibuja y borra su origen y el secreto de su existencia»." (Capítulo 20, pág. 402). "Trabajando sobre la parte menos desordenada, Engels logra componer para 1885 un libro II («La circulación del capital») prologado con su habitual magnanimidad, alegando que «representan exclusivamente el trabajo de su autor, no el de su editor» […] Aunque el tercer volumen era mucho más importante que el segundo, pues al fin abordaba «el problema de convertir los valores en precios, y la tasa de plusvalor en tasa de beneficio», editarlo resultó «esencialmente distinto» […] A tal punto es así que sencillamente debe escribir de principio a término algún capítulo —como el IV—, poniéndolo por eso entre corchetes. Ya no puede negar que el resultado le debe algo a su editor, pero la década empleada en ello es tanto más conmovedora considerando que Marx abandonó su plan expositivo original algo antes de imponérselo realmente la salud, coincidiendo con el momento en que el hasta entonces indiscutido principio del valor/trabajo topó con el de la utilidad marginal." (Capítulo 18, págs. 365-366).
8. La dinamita es el ingrediente esencial para los revolucionarios eslavos y latinos: "Del Catecismo revolucionario [de Bakunin] se conservan dos versiones, una escrita con Nechayev —que se concentra en «destruir todo lo establecido»—" (Capítulo 16, págs. 327-329). "El héroe siguiente es el Rakmetov del ¿Qué hacer?, un ángel de la venganza popular que para curtirse solo come carne cruda y duerme sobre un lecho de clavos, a la manera del fakir hindú, cuya versión del socialismo está en las antípodas de la resistencia pasiva, […] un hallazgo de lo negativo/aniquilador como recurso higiénico supremo, que no tarda en hallar su aliado providencial en la dinamita. Esa transición estaba implícita ya desde los años cincuenta, cuando Bakunin propuso que los eslavos (y los latinos) tienen un destino revolucionario distinto de todos los ensayados, donde lo esencial es recomenzar desde cero. […] «El revolucionario ha roto cualquier vínculo con el orden, las leyes, las buenas maneras, las convenciones y la moralidad del mundo civilizado. Es su inmisericorde enemigo, y sigue habitándolo con un único propósito: destruirlo» [Nechayev]" ((Capítulo 24, págs. 465-469)
9. La revolución cantonalista de 1873 aporta a la memoria histórica nuevos datos para el análisis del cainismo ibérico: "Pero veamos en primer término qué parentesco podría tener la revolución cantonal con iniciativas como Venganza Popular, y ante todo con la tesis de que latinos y eslavos coinciden por querer destruir hasta los cimientos, aprovechando fuentes como el informe redactado entonces por Lafargue y Pablo Iglesias y un ensayo de Engels, que pasa revista a la prensa libertaria del momento. Una huelga general no parecía la mejor forma de saludar al gobierno de Pi, ni algo vagamente factible, y de ahí la sorpresa de socialistas y comunistas ante el Solidaridad Revolucionaria del 3 de julio [1873], que convoca una huelga general de cuatro semanas «ante el profundo horror que nos produce ver al gobierno desatendiendo la lucha contra los carlistas». Madrid, Bilbao y sobre todo Barcelona, donde se concentran nueve de cada diez obreros industriales, desoyen el llamamiento, aunque la Alianza Bakuninista demuestra su vitalidad provocando la aparición de hasta 35 cantones. […]" (Capítulo 26, pág. 492).
10. El poder de la Internacional y el llamamiento a la lucha de clases fueron algunos de los factores detonantes de la Primera Guerra Mundial: "Eso no obsta para que el organismo reaparezca libre de anarquistas en 1889, con una segunda IWA que irá creciendo hasta ser un factor decisivo en el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial, el evento más indeseado para ella y también el único recurso para poder vestir a sus miembros con uniformes de distinto color, y mandarles matarse unos a otros." (Capítulo 23, pág. 455). "No deja de ser frustrante, al mismo tiempo, que el triunfo de las reivindicaciones salariales repercuta en carestía de la vida, amplificando la divergencia entre ingreso real y nominal sin dejar tampoco de inducir quiebras, desempleo y más competencia por el puesto de trabajo. Lo novedoso es que en 1914 no solo obreros sino patronos están indignados al mismo tiempo, un fenómeno que la Internacional interpreta como anuncio de su imparable triunfo. Pero la presión forma un foco de turbulencia como el creado calentando algún fluido en condiciones de confinamiento, que suscita a su vez la trama oscura, azarosa y en buena medida impersonal conducente a la Gran Guerra." (Capítulo 29, pág. 547).
11. La franquicia electoral femenina precipita en Inglaterra el colapso del liberalismo que le ha concedido el voto: "Al documentar la crisis del espíritu que animaba a Peel, Cobden, Place y Allan, el libro de Dangerfi insiste en añadir como variable decisiva la franquicia electoral de la mujer, que votará laborista o conservador, no librecambio ni nada próximo a los principios presupuestarios de Gladstone el viejo. He ahí algo imprevisto, pues tanto en Inglaterra como en el resto del planeta los promotores de esa franquicia han sido los liberales, en contraste con el criterio de autoritarios y otros tradicionalistas, cuya actitud de apoyo o rechazo depende a su vez de un factor como disentir o no de la Gran Guerra. […] (Capítulo 33, pág. 626)
12. Presencia de judíos en los movimientos revolucionarios, antisemitismo y filosemitismo: "¿Cómo es posible, pregunta Bouton, que un 1 por ciento de la población ocupe el 99 por ciento de los cargos directivos? […] La concentración de personalidades judías podría negarse o pasarse por alto, tachando de antisemita a quien mencione siquiera tal cosa y prefiriendo de un modo u otro la actitud del avestruz, cuando acabamos de comprobar el abismo que separa a Ebert de Luxemburg y Leviné, por ejemplo, y cuando levantar por un momento la vista desde ese escenario a la historia general permite ver las cosas de frente.[…] Lo manifiesto es el peso de su cultura en la génesis de ambos fenómenos, alumbrando por una parte al chivo expiatorio convertido en mesías de la Restitución y por otra al banquero experto en el manejo del riesgo.[…] En nada altera lo previo que fuesen judíos nueve de cada diez líderes en la Alemania de 1919, y tampoco que las revoluciones rusas de 1905 y 1917 estén estrechamente relacionadas con judíos ruso-polacos. Dos milenios después de que la secta esenia ampliara el séptimo mandamiento —incluyendo en la obligación de no hurtar la de no comerciar— el país más extenso del orbe decreta la prohibición del comercio […]" (Capítulo 32, pág. 604-606) "El filosemitismo anglosajón responde en última instancia al valor crucial del crédito para desarrollar la inventiva técnica, un campo donde el judío no brilla tanto como en finanzas y teoría científica. Hasta el último tercio del siglo XIX también le había protegido de la xenofobia ser ajeno a la causa principal de discordia —el fervor nacionalista del romántico—, y mantenerse como outsider en política." (Capítulo 34, pág. 640)
13. La figura del empresario es rescatada del olvido al que ha sido sometida por la historiografía clásica: "El espíritu profesional es un fenómeno lo bastante denso y difuso a la vez como para que a lo largo del siglo XVIII solo tres o cuatro sabios lo tengan presente, y en todo caso de modo tangencial. Lo mismo ocurre a lo largo del siglo siguiente, cuando de grado o por fuerza lo antes raro se torna tan habitual como vivir de un sueldo, pues la figura sobre la cual gira el progreso del profesionalismo —el fabricante/inventor— sigue siendo invisible para el público general, e incluso para Ricardo y Marx, que lo confunden con el capitalista y el rentista. Ni la sociología del trabajo concreto ni pesquisas sobre el impacto del empresario creativo llegan antes de acercarse el siglo XX, y en el ínterin el tema sigue dominado por una rentable avalancha de versiones melodramáticas, cuyo denominador común es ignorar la variable de trabajar por vocación o contra ella." (Capítulo 23, pág. 444)
14. Una historia concreta de las crisis cíclicas de la economía desarrollada: "Ningún economista en sus cabales ha propuesto que la inversión pública pueda suplir sine die una creación privada de recursos, y la Depresión Larga evoca de un modo u otro la crisis también planetaria y quizá no menos duradera iniciada formalmente en 2008, que el banquero de los banqueros —A. Greenspan— atribuyó un año antes a la «exuberancia irracional» de décadas previas. En aquel caso, como hoy, los atentados a la confianza vuelven a mostrar que lo vital es la confianza misma, un punto de apoyo maravillosamente elástico mientras no lo congele alguna secuencia de estafas, cuyo resultado es siempre evaporar la liquidez. Sin abusos de confianza se observa el efecto inverso en medios donde hayan arraigado el espíritu de iniciativa y el librecambio, aunque ni lo uno ni lo otro previenen la irrupción en algún momento del estafador, una criatura común a todos los sistemas económicos." (Capítulo 29, págs. 538-539).
15. Lenin es el culmen de una aterradora secuencia% de revolucionarios profesionales que comienza con Blanqui: "Su propio retrato de Blanqui [el de Tocqueville] muestra hasta qué punto toparse con un vengador mesiánico no evoca reflexiones sobre la evolución del mesianismo sino algo más próximo al escalofrío." (Capítulo 2, pág. 48). "Aunque disolver la Asamblea Constituyente era decretar la guerra civil, Lenin acaricia ese proyecto desde los veinte años, cuando vecinos de su ciudad, Samara, le denunciaron por no sumarse a la campaña nacional montada para mitigar la hambruna de 1891, en la cual morirían medio millón de personas. Entonces explicó a un camarada que «la inanición destruye a la desfasada economía, anticipando el socialismo», y ahora está en su mano dinamitar el valor de cambio con la orden de acuñar papel moneda en cantidades gigantescas, algo fugazmente útil como liquidez y ante todo capaz de forzar el paso hacia una sociedad libre del dinero. Lo que en 1917 valía dos céntimos valdrá en 1919 cien mil rublos, y morirán de indefensión ese año unos cinco millones de personas, si bien no hay a su juicio otro modo de renovar saludablemente la vida social." (Capítulo 35, pág. 667).
«La utopía, además de una memez,
es una inmoralidad»
Antonio Escohotado lleva con una mezcla de irónica dignidad que siempre se le reconozca por su influyente «Historia de las drogas». Pero este ensayista polémico no ha dejado nunca de buscar el lado más provocativo de la vida. Lleva 14 años enfrascado en una ambiciosa trilogía dedicada a estudiar el lado oscuro del comunismo. Acaba de publicar en España el segundo volumen de «Los enemigos del comercio. Una historia moral de la propiedad». Nos recibe en su casa de La Navata una suave tarde de octubre, con un leve horizonte de perros y Lucas, uno de sus tres gatos. Se les ve saludables a ambos: «Está por ver quién va a leer más, porque tenemos la misma edad. Él tiene 14 tacos y yo 72». Nunca deja indiferente. Va por libre. Adalid del liberalismo, se despacha con perlas como «Las ganas de matar son mayores en Marx que que Stalin», o «La utopía, además de una memez, es una inmoralidad».
¿Qué le llevó a enfrascarse en esta ciclópea trilogía «Los enemigos del comercio»?
Fue elemental ser comunista de joven, cuando empezaban la dictablanda de Franco, la ETA, las Brigadas Rojas, la Baader Meinhoff, el FRAP algo después... Luego corrieron los años y me di cuenta de que había pasado por una etapa donde anduve desorientado sobre el sentido y el valor de la vida, tanto propia como ajena. Decidí entrar a fondo en la cuestión cuando compuse «Caos y orden» (1999), y asumí el compromiso de demostrar que el orden de grano fino podía sustituir al de grano grueso que suele presidir las investigaciones. Era el momento de hacer una historia adaptada a las enormes ventajas de internet.
¿Por qué una historia moral de la propiedad?
Ética es norma individual, moralidad norma colectiva, reino de las costumbres. Está especialmente claro en inglés, para describir lo impersonal y colectivo de nuestros valores y actos. La distinción sirve también para separar moral de moralina, que es el campo de las prohibiciones innecesarias y por eso mismo contraproducentes (como desterrar el librepensamiento, el cultivo de la magia, la idiosincrasia sexual, el menú farmacológico oficial). La moralidad no desborda los diez mandamientos, donde quizá solo sobra el de no fornicar, porque amar a Dios sobre todas las cosas bien puede traducirse por el kantiano sapere aude: «atrévete a saber», equiparando Dios y conocimiento.
¿Qué queda de la proclama proudhoniana de «la propiedad es un robo»?
Curiosamente, Prouhon defendió siempre la propiedad privada. Curiosamente, Prouhon defendió siempre la propiedad privada. Empezó así aquel libro para provocar al bienpensante e ironizar a costa de aquello que más detestaba: el victimismo de los primeros cristianos. Quienes realmente empiezan a considerar que la propiedad es un robo y el comercio su instrumento fueron los esenios, una secta de ebionim («hombres pobres») entre cuyos fieles más destacados estuvo Juan Bautista. Su primo hermano Jesús resultó incorporado a ella a través del bautismo precisamente.
Este segundo volumen se abre con una hermosa cita de Hegel, que habla de un ciego que recobra la vista, la claridad deslumbrante, y cómo con la llegada de la noche el sol externo ha ayudado a crear un sol interno. ¿En qué medida Hegel sigue agitando el pensamiento europeo aunque no se lea?
Es el gran filósofo realista, que por una serie de circunstancias extrañas a su pensamiento -la densidad de su estilo, la radical escasez de lectores efectivos, y el sesgo de Marx- pasa por idealista. Dedico un capítulo a intentar demostrar es el filósofo de la finitud y la muerte, lo más real, y también el único maestro multidisciplinar comparable con Aristóteles, así como el primer cristiano que no comulga ya con fantasías como la resurrección de la carne.
¿Es la izquierda la hija de malas lecturas de Hegel y Marx?
El fruto de ignorar a Hegel, y suponer que la dialéctica amo-siervo caduca desterrando el derecho de propiedad. [Se ríe]
Dice al inicio del libro que median cinco años entre el primer volumen y este, y que el tiempo le ha hecho matizar algunos conceptos. ¿En qué ha habido mesura y reconsideraciones?
Un cuadro sin terminar es como una percepción desenfocada. Nuevos flujos información no solo precisan los perfiles de las cosas, pues si seguimos con esa metáfora la nitidez descubre, por ejemplo, que aquella figura del fondo a la derecha no era un gato sino un oso hormiguero. La experiencia me convence de que basta estudiar para que las brumas retrocedan. Careciendo de inspiración alguna, este libro la suple con un trabajo sostenido durante 14 años, sin fines de semana ni otra vacación que estar un rato con los seres queridos, algo de ejercicio sano y jugar online al ajedrez.
Habla de la fábula del Nuevo Testamento como campeón del abolicionismo. ¿No están aquí exégetas como San Pablo enmendándole la plana a Jesucristo, matizando sus proclamas más incómodas para el poder?
San Pablo le dice al esclavo que el hecho de serlo le acerca al favor divino y al cielo, mientras de paso le manda cumplir las órdenes del amo «de corazón». El cristianismo fue el apoyo providencial para la sociedad esclavista, y falsificamos toda la historia antigua olvidando no solo esto, sino que dicha sociedad era entonces una creación reciente, impulsada por tres culturas concretas (asirios, espartanos y romanos). Solón y Hesiodo advierten que una sociedad donde el trabajo no sea remunerado será siempre ruinosa, y la manifestación más clara de que la cultura antigua ni conoce ni admite esclavos en sentido romano es el edicto de Ciro el Grande en el siglo V a. C., que los prohíbe en todo su Imperio. Sin el mensaje cristiano de resignación, añadido al dogma de que todo poder terrenal viene de Dios, el Imperio romano habría colapsado mucho antes, y jamás el mercado de abastos habría sido sustituido indefinidamente por el de «herramientas humanas» (Aristóteles), como ocurrió hasta la revolución comercial del siglo XII. La letra de cambio, la contabilidad por partida doble y el derecho mercantil coincidieron con la posibilidad amurallar los burgos, y solo desde ese momento fue posible vivir de la maestría profesional, de la tenacidad y la honradez. Lo previo había sido un mundo reducido a guerreros y clérigos, donde ni siquiera hay medios para procurar techo, comida y alimento al esclavo, que se transforma por eso en siervo de gleba, obligado a regalar tres días de la semana a lo que mande su amo.
¿Por qué le gusta tanto el siglo XIX?
No hay grandes guerras, y queda claro que la población puede cuadruplicarse sin perder capacidad adquisitiva. La enorme masacre acontece en el siglo XX, y también en siglos precedentes, sobre todo en el Renacimiento. El XIX es un siglo inventivo, matriz de todas las creaciones que ahora florecen. El hombre empieza a aceptar que gran parte de su principales obras –el derecho, el proyecto científico, la sintaxis, el dinero, el mercado, el civismo- no son cosas controlables por decreto, sino cristalizaciones de una inteligencia objetiva que trasciende la voluntad de cualquiera. Son obras nuestras pero no fruto de designio subjetivo. Manan de la cooperación en buena medida inconsciente de infinitos individuos a lo largo de espacios muy largos de tiempo. Esa cura de humildad deslinda al sabio del voluntarista.
Una corriente muy seductora de los historiadores se abraza a los ciclos, y dicen que se abrazan así a la realidad. ¿En qué medida esa historia cíclica es una falsificación y en qué medida su historia se ciñe a la realidad?
La teoría del devenir cíclico, formulada por Ibn Jaldún en 1377, es una variante del eterno retorno. En cierto momento un pequeño grupo logra lo que llama «cohesión tribal» (asabiya), crece hasta crear un Imperio y luego se desintegra. A continuación la asabiya migra a otras latitudes, donde vuelve a desplegarse como un organismo que florece y acaba pudriéndose. Jaldún es un genio admirable, a cuya estela se acogieron desde Vico y Gibbon hasta Spengler, Toynbee y Spengler, o últimamente Paul Kennedy, pero su núcleo es ajeno a la dinámica evolución-involución. ¿Avanzamos, retrocedemos? Lo imposible es quedarnos en algún sitio. Gibbon dedica seis colosales volúmenes a la decadencia y caída del imperio romano, espléndidos por erudición y prosa, si bien atribuye la caída a haber asimilado el cristianismo, y con esa frivolidad a lo Voltaire omite que sin el cesaropapismo se hubiera desintegrado mucho antes. Que los historiadores ulteriores se conformasen con tal simpleza apunta a lo cómodo del esquema cíclico, que reduce el devenir a sucesivas norias. La historia evolutiva, que nace con Hume, pasa del círculo a la espiral. Puede correlacionar tanto la tendencia ascendente como la descendente de cada civilización sin paralizarse en esa obviedad, como cuando descubrimos que los ciclos económicos componen también ondas o superciclos. Hegel comienza sus lecciones sobre filosofía de la historia recordando: El mundo asiático piensa que solo uno es libre, el grecorromano que algunos son libres, y el germánico que todos son libres. He ahí otra ventana a la evolución.
¿Marx está sobrevalorado como economista e infravalorado como escritor, en una suerte de simetría con Freud y el psicoanálisis?
A mi juicio solo destaca como primer historiador del pensamiento económico, y por afirmar que el capitalismo no puede ser eterno, si bien su teoría económica es –en palabras de Schumpeter- «un sistema esencialmente equivocado, incapaz de no violentar los hechos». Como escritor nunca publicó nada que no estuviese editado por su familia, por Engels o por Kautsky. Sus manuscritos combinan unos pocos asertos con invectivas y sarcasmos, mientras el hilo se pierde cada pocas líneas. Ordenar esos materiales fue siempre obra de otros.
Sin Engels Marx no hubiera sido Marx¿Es decir que sin Engels Marx no hubiera sido Marx?
Absolutamente. Este volumen aborda dicho asunto con gran lujo de detalle.
¿En qué se equivocan los que siguen sirviéndose de Marx para analizar el capitalismo y nuestra época?
(Se ríe). El concepto nuclear de Marx -la plusvalía o plusvalor- se acuña para explicar los precios, pero fracasa estrepitosamente. De hecho, esa acepción de la plusvalía es un malentendido, cuya fuente es la lectura de Ricardo hecha por Robert Owen, un lego total en teoría económica. Owen tomó de los Principles la hipótesis de que los precios podían calcularse “también“ por las horas empleadas en hacer tal o cual cosa, y al comprobar que no era así –por ejemplo, una patente inventada en minutos o segundos valía tanto como cien mil horas de trabajo no especializado- dedujo que el operario estaba siendo objeto de estafa. Su surplus value no deriva de identificar un factor concreto en un proceso concreto, sino de que decidió calcular los precios por unidad de tiempo, y como eso no funciona la irrealidad resultante se salva con una segunda irrealidad: que la diferencia entre coste de producción y precio es la medida del hurto consumado a costa del trabajador. Pero antes decidió no incluir en los costes de producción al propio empresario, y devolver los créditos pedidos para poner en marcha el negocio, como si las empresas surgiesen y se mantuviesen sin ambos elementos. Algo idéntico al plusvalor marxista introdujo el éter en la cosmología de Newton, y el flogiston en la química de Boyle. En los tres casos la construcción se desploma sin añadirle una entidad imaginaria.
Es un malentendido que ha generado toneladas de palabras y acontecimientos inauditos...
El más asombroso del siglo XIX y parte del XX, hasta que se desvaneció con la fe en una economía política planificada. Estuve como un año estudiando incompartidamente a Ricardo y a James Mill, su colega, junto con Owen y la sección correspondiente de El Capital, para poder hacer esta afirmación en términos categóricos, y el libro va detallando paso a paso la construcción de ese equívoco.
Dice que ni el operario rural ni el urbano muestran menos apego por la propiedad que otros estratos sociales y que solo cerrando los ojos al pasado y al presente se puede pensar que el comunismo es un movimiento cebado por la fuente de ingresos. Pese a la tragedia del comunismo realmente existente, o realmente aplicado, ¿por qué sigue atrayendo a muchos seres humanos?
Los últimos serán los primeros seduce intemporalmentePorque «los últimos serán los primeros» seduce intemporalmente. Dicha operación no puede ser más arbitraria, ni exigir tampoco un uso más sistemático de la violencia, pero reúne a todos cuantos están disconformes, unos con el éxito ajeno y otros con el estado de ánimo propio. «Benditos sean los pobres de espíritu, los humildes y los afligidos», como anuncia el Sermón de la Montaña, podía en principio limitarse a una consolación del desfavorecido. Pero dos milenios de historia occidental demuestran que propende a lo dicho ya por el primer apologeta evangélico, el romano Quinto Tertuliano: «¡Qué placer sentiré viendo a Platón, Euclides, Aristóteles, Sófocles y otros ricos de espíritu tostándose eternamente en las llamas del infierno!». Ese ánimo da para los siglos de los siglos.
¿Entonces una de las claves del comunismo es el resentimiento...?
Está usted empezando a adelantar las conclusiones del tercer volumen. Dejémoslo ahí, porque el resentimiento no agota en modo alguno sus fuentes de reproducción.
¿En qué medida se equivocan quienes aseguran que la idea del comunismo es buena, que su aplicación es lo que se ha hecho mal? ¿Está el totalitarismo en Marx y Lenin antes que en Stalin o Mao, los grandes aplicadores?
Las ganas de matar son mayores en Marx y Lenin que en StalinLa misantropía –o si prefiere- las ganas de matar son mayores en Marx y Lenin que en Stalin. Alguien podría asombrarse, pero el tomo III demostrará con todos los pormenores debidos que Stalin mata para protegerse de su personal delirio persecutorio. Marx y Lenin quieren matar al rico como Hitler al judío, atendiendo al mismo plan eugenésico. Ya la Epístola de Santiago había advertido a los prósperos: «Habéis engordado para el día de la matanza».
¿Mostraron los padres fundadores de la democracia americana un más exacto conocimiento del alma y la condición humana a la hora de poner contrapesos al poder, a la hora de fundar un nuevo sistema político?
No padecieron la arrogancia de pensar que todo es solucionable silenciando al disidente. Compare a Franklin y Jefferson con Marat y Robespierre, dos neuróticos guiados por la auto-importancia, que obran como matasanos del resto.
Y sin embargo en su libro se encarga de recordar que los ejemplos más perdurables de colectivismo se dieron en Estados Unidos, no en la URSS o en otros continentes?
El júbilo del historiador parte de descubrir cosas ignoradas, y de ir desconfirmando errores propios. Que la realidad te vaya guiando, en vez de ir tú ahormándola a prejuicios. Quedé atónito viendo que en el panteón fundacional del capitalismo norteamericano hay varias sectas comunistas que no lo eran en Europa, pero recurrieron a la comunidad patrimonial para sobrevivir, y persistieron tan próspera como duraderamente. Los rappitas, por ejemplo, sufragaron el primer tendido de ferrocarril, entre Pittsburg el lago Eire, y los amanitas son el origen de Whirlpool, la gigantesca multinacional de refrigeradores que inventó también el microondas. Todas ellas fueron Iglesias inconformistas (dissenter), y coincidieron en América con numerosos experimentos comunistas laicos, hasta el punto de ser los rappitas quienes venden su ciudad Armonía a Owen para que funde Nueva Armonía, en 1825. Owen regalará a un millar de colonos la maquinaria más moderna, a pesar de lo cual su proyecto perece en menos de dos años por rencillas, pereza e incompetencia. Idéntico fin padeció Icaria, el experimento del comunista Cabet, cuyos miembros acabaron queriendo matarse de hambre unos a otros, y algo menos truculentamente sucumbió Brook Farm, la llamada Granja de los Intelectuales. En definitiva, seis sectas religiosas salen adelante con un comunismo instrumental, y fracasan un centenar de proyectos laicos donde el comunismo es el fin substancial, un resultado tanto más doloroso cuanto que Owen, Cabet y sus émulos fundan sus respectivas comunas para «enseñar al mundo su recto camino». Pude empezar a informarme sobre ello gracias a la monografía Charles Nordhoff, un contemporáneo suyo, que al estar editada por Galaxia Gutenberg con una letra malísima aceleró mi operación de cataratas.
¿De modo que casi le cuesta la vista este libro...?
Le daría con gusto un ojo al dato, porque me abrió el entendimiento a la experiencia vivida por unos y otros, que apenas nadie conoce, y habla por sí misma.
Contrapone a Montesquieu y a los ilustrados ingleses, «tan sensibles a los resortes inconscientes e impersonales del progreso», a Rousseau y buena parte de los ilustrados franceses que confundieron el cristianismo con la fuente del atraso, cuando a su juicio «el legado básico de esta religión es dividir el poder coactivo en una esfera espiritual y otra material, creando con ello una fisura permanente en el monolito despótico».
Hegel y Saint-Simon me parecen los faros iniciales del XIX
No a mi juicio sino al de Saint-Simon. Hegel y él me parecen los faros iniciales del XIX, si bien Saint-Simon mediante intuiciones visionarias y Hegel completando el cuadro con una recapacitación sobre lo ya acontecido.
Decía esto al hilo de que la simpleza y la banalidad de la crítica se extiende hasta nuestros días. ¿Vivimos entre indocumentados, me temo?
Internet es lo que Aristóteles llamaba intelecto agente (nous poietikós), y está al alcance de un simple click en el ratón, pero de buenas a primeras ese tesoro no reanima la vocación de saber ni en los viejos –a quienes coge muchas veces tarde- ni en los jóvenes, que fascinados por la revolución en el manejo y traslado de paquetes audiovisuales lo reciben con algo parecido al aturdimiento. Como el destino de todo lo inmediato es ir siendo abolido, ese depósito infinito de información que nadie puede decapitar bien podría compararse al descubrimiento de la rueda, e incluso a la conquista del fuego. No hemos descubierto ningún punto de apoyo comparable para que el ser humano vaya confiando cada vez más en la inteligencia verificable, y cada vez menos en el porque me da la gana.
¿Qué impresiones y deducciones le suscita el nuevo Papa, que se nombra Francisco y obispo de Roma?
Ya era hora de que llegase un pontífice expresamente fiel al santo de Asís, que recobró el ideal del pobrismo evangélico cuando la Iglesia se dejaba tentar tanto por los bienes terrenales. Jesús expulsó por dos veces a los mercaderes del templo, y veremos hasta dónde está dispuesto a llegar este simpático Papa. Su país sigue teniendo como referente político y moral supremo a Juan Perón, un don nadie ascendido al rango de primer magistrado en 1946, si la memoria no me falla.
¿Es el falangismo latinoamericano?
Argentina, cuna también del incomparable Borges, surgió de cobrar un peaje a la plata que bajaba de la montaña boliviana –ya desaparecida- de Potosí. Atendiendo a la proporción de recursos y habitantes debería ser el país más rico del planeta, a gran distancia del siguiente.
Dice que «de haber concebido durante tanto tiempo el trabajo como maldición y vileza pervive el error funesto por excelencia, que es seguir encomendando el gobierno a quien no demostró ni la humildad ni la pericia exigidas para aprender algún oficio útil». ¿Por eso son tan ineptos tantos dirigentes nuestros?
Otrora el poder político pertenecía a quienes detentaban ya el de hecho, y gobernar les imponía desatender sus negocios, perdiendo dinero. Hoy hay en España dos castas de ámbito nacional formadas por cientos de miles de personas, y una decena de castas regionales no despreciables tampoco en número, cuya única vía de acceso a un nivel de vida alto o muy alto parte de meterse en política, pues profesionalmente no pasarían de conserje en la mayoría de los casos. La consecuencia solo puede ser un endeudamiento ruinoso, lo mismo aquí que en Portugal o Grecia. Controlar, y finalmente reducir ese segmento a personas honradas y competentes, es la tarea fundamental. Internet habilita mecanismos de democracia directa, pero su condición es un nivel de civismo quizá no alcanzado, pues podrían prosperar todavía referéndums dirigidos a no pagar impuestos, volver a una moneda devaluable y sandeces parejas. Sea como fuere, que gobernar se haya convertido en el mejor negocio para gente incapaz siquiera de hablar inglés, y que exista una clase política despreciada por la ciudadanía, es el peaje pagado por pasar a un Estado democrático. Si las cosas evolucionan como en otros países de tradición democrática, también aquí el listillo verá recortados sus privilegios, aunque no antes de que cada uno deje de seguir vendiendo o comprando en B, mientras exige que el resto lo haga en A. La primera casa a limpiar es la nuestra propia.
¿En qué medida la desaparición o (en término penoso) precarización del trabajo en España explica la falta de energía e ideas de los «partidos de los trabajadores» o de los sindicatos, o, en otras palabras, nos encontramos en una nueva proletarización que podría ser germen de un movimiento revolucionario?
Si no mejoran las cosas tampoco puede descartarse una regresión al Frente PopularSi no mejoran las cosas tampoco puede descartarse una regresión al Frente Popular, porque este país es el peor avenido de Europa, que en un siglo atravesó cuatro guerras civiles (la así llamada y las tres carlistas), un modelo de cainismo solo igualado por Rusia. Para acabar de arreglarlo está la supervivencia del trabajo como maldición, heredada directamente de la sociedad esclavista. Así como para el cristianismo reformado trabajar es rezar, para latinos y eslavos trabajar es embrutecerse. No hay mejor empleo del tiempo libre que trabajar, pero para acceder a esa alegría permanente es preciso que cada cual se busque y rebusque, hasta encontrar una actividad donde pueda pasar de aprendiz a maestro, pues el experto resulta demandado siempre. Eso se llama call en inglés, Beruf en alemán y vocación en castellano, y quien no disponga de tal cosa ya puede afanarse en hallarla. En otro caso irá pidiendo sin saber corresponder con un servicio útil a los infinitos terceros de quienes dependemos a cada momento para sobrevivir, y se enajenará tanto el respeto del prójimo como finalmente un simple lugar al sol.
Porque vocación es para muchos un término que parece reaccionario, o del siglo XVII...
Es sociología elemental. Nada más ridículo que pensar como un romano dueño de muchos esclavos, cuando por fortuna aquél mundo dejó de existir. Esa moralidad sigue reclutando adeptos por paradójicos caminos –como prohibir el trabajo por cuenta propia, al modo bolchevique-, pero todos ellos dependen de olvidar lo que sabe el refrán: de donde no hay no se saca.
En su libro dice que la pobreza no es semilla de revoluciones.
Ese fue otro de los hallazgos imprevistos, como el de las sectas comunistas americanas. En el único momento boyante de Roma brota y prospera el comunismo evangélico. Cuando llega la revolución comercial europea estallan las guerras campesinas alemanas y el comunismo husita. La revolución industrial dispara directamente el comunismo llamado científico. Mientras persiste el binomio miseria-despoblación, como en el Bajo Imperio y la alta Edad Media, no hay rastro de igualitarismo militante, y hace falta esperar a una bonanza económica para que resuene de nuevo el programa expropiador. Se diría que cada avance en el desahogo se ve seguido por algo análogo a un vértigo ante la libertad, que exige las seguridades de mantener a cada cual su sitio previo, sin resquicio para la movilidad social. Pero esa constatación es el tipo de dato que solo llega a posteriori. Entiendo que ciencia y a priori son poco compatibles, por más que muchos solo consideren científico al capaz de adivinar el futuro con exactitud. Se piensa, por ejemplo, que el clima es predecible. Pero no lo es, como prueba entre otras cosas el llamado efecto mariposa, sencillamente porque el estado de la atmósfera es un fenómeno autoproducido instante a instante, donde la ilusión determinista no tiene otro apoyo que la observación trasmitida por muchos satélites. Las cosas se hacen a sí mismas cuando en vez de ser meros símbolos constituyen objetos reales, y en el terreno de lo vivido la máxima arrogancia es el historicismo, obstinado en atribuirle leyes al acontecer. A esa razón legislativa opongo la razón observante o descriptiva, única fuente de luz para juzgar el presente y sondear el futuro.
¿Pero por qué ocurre precisamente eso? ¿Hay un crecimiento, un desarrollo y surge una mala conciencia, una conciencia que hace que surjan ideas críticas?
Al crecer la prosperidad crece la autonomía, y la novedad refuerza el espíritu conservador como antídoto para la incertidumbre, despertando un afán de certezas absolutas qu el caldo de cultivo recurrente para soluciones mesiánicas. Emergen salvadores providenciales del pueblo que venden seguridad a cambio de obediencia, alegando que la libertad ni se come ni se bebe. Con todo, basta enajenar las libertades para que la inseguridad se torne ubicua.
¿Qué le pareció el 15-M, qué le sobraba y qué le faltaba?
Pues no sé. Quizá le sobraba inmediatez, e ingenuidad. Pero no estuve en la Puerta del Sol ni hablé con sus adalides. Siempre pensé que lo oportuno para hablar de economía es estudiar economía, y que todos los hechos sociales se explican por hechos sociales previos. Me parece que la utopía –recuerde: u-topos, «no lugar», como dice Tomás Moro de su isla- constituye la pretensión de pontificar sobre todas partes desde ninguna, por lo cual es además de una memez una inmoralidad. La inmoralidad le viene de cultivar lo imposible, saboteando los recursos siempre limitados de cada aquí y ahora para salir adelante, pues solo el realismo defiende de la intemperie ambiental.
Ha dicho recientemente que su vida ha sido la conjugación del verbo estudiar (aunque tal vez convendría añadir la del vivir y experimentar). En su libro habla de la universidad alemana en tiempos de Hegel, de una «burocracia lo bastante bien organizada como para suscitar entusiasmo por el estudio». ¿Podríamos reproducir aquí o España no tiene remedio?
Mi caso es curioso. Muy poco antes de jubilarme firmé la primera (y última) oposición a cátedras, obteniendo siete ceros en el ejercicio de currículo, a despecho de superar por siete el de mis siete jueces, y tener reconocidos más sexenios de investigación que ninguno. Luego pedí seguir trabajando como emérito, pero no lo consideró oportuno mi departamento. Solo logré leer la tesis doctoral yendo con un notario, porque el presidente y dos colegas detestaban a Hegel –«ese protestante antiespañol»- y con su ausencia impidieron por dos veces el quorum. Cuando el notario iba a levantar acta de que el presidente estaba en el decanato se dignó aparecer, y en un abrir de ojos me hice doctor. En 1983, cuando unos cuatro mil adjuntos se convirtieron en titulares, solo dos aspirantes resultaron suspendidos, uno de ellos yo mismo, por más que ya entonces tuviese varios libros y muchos artículos publicados. Acuérdese de que Julián Marías ni siquiera pudo leer su tesis doctoral. En este país la pasión por el estudio es casi tan peligrosa como no pertenecer a alguna capilla.
Critica acerbamente lo que califica de sentimentalismo folletinesco en algunas obras de Víctor Hugo (como «Los miserables») o Charles Dickens y su retrato de la vida de los mineros británicos del siglo XIX. ¿Se ha forjado en esas poderosas fuentes literarias buena parte del imaginario anticapitalista? ¿Acaso no hay ejemplos contemporáneos de la explotación?
Dickens obtuvo réditos mercantiles con su amarillismoEl protagonista de «Los miserables», por ejemplo, es condenado a cadena perpetua en galeras por robar una barra de pan, aunque el hurto famélico estaba reconocido entonces como eximente por el código penal francés. Dickens obtuvo todavía más réditos mercantiles con su amarillismo. Mi libro examina de cerca el nacimiento de New Lanark, que fue la primera fábrica del mundo con varios miles de obreros, y aproximadamente una quinta parte de niños entre los 12 y los 16 años. La dirigía entonces el ya mencionado Robert Owen, un filántropo que años después se arruinó con su desastrosa comuna en Norteamérica. Vale la pena recordar que nunca se opuso al trabajo infantil mientras su jornada no superase las seis horas ni implicara un desgaste físico impropio de la edad, sencillamente porque para aquella Inglaterra era el mal menor. Owen y Dale, el fundador, organizaron escaletas de trabajo para mantener unidas a las familias, donde los niños hacían unas funciones, las mujeres otras, y los hombres otras, pero se mantenían juntos y evitaban así la falta de guarderías y escuelas gratuitas, que precisamente empezaron a establecerse dentro de aquellas primeras factorías gigantescas. Gracias a la capitalización resultante el país pudo permitirse poco a poco prescindir del trabajo infantil, pero es absurdo amplificar el mal menor creyendo que todo se soluciona a golpes de decreto. Unicef aclaró recientemente que en Bangladesh el efecto de que Norteamérica se niegue a aceptar productos donde intervengan menores de 16 años ha convertido en prostitutas, delincuentes y picapedreros a decenas de miles de jóvenes, empleados antes en la industria textil. El maximalismo logra a veces que el tiro salga por la culata, sobre todo cuando maldice la utilidad y la rentabilidad.
Entre nuestros más sensibles espíritus contemporáneos se critican los abusos del capitalismo indio y sobre todo chino. ¿Se olvidan los críticos de cuánta gente ha dejado de pasar hambre en esos países como algo que no merece crédito?
Apenas empiezo a estudiar la experiencia de Kerala, el único estado comunista de la India, y sobre todo la historia reciente de China. Carezco de información suficiente para opinar, pero parece que la capacidad adquisitiva en ambos países ha crecido de forma espectacular.
¿Por qué prendió con tanta fuerza el anarquismo revolucionario en la España del XIX y del XX?
El alma eslava y la latina comulgan en pasión por reconstruir desde ceroQuizá porque el alma eslava y la latina, según Bakunin, comulgan en pasión por reconstruir desde cero. El libro dedica dos capítulos al anarquismo y el comunismo en clave ibérica, y otros dos al mismo asunto en clave eslava. Lo cierto es que no faltan curiosos paralelismos.
¿Cuál es el genio del capitalismo que le ha hecho durar tanto? ¿Conocimiento profundo de la verdadera, irredimible, naturaleza humana?
Quizá eso. Quizá ser inseparable de la iniciativa. Decía Hayek que si un pueblo no tiene iniciativa habrá que enseñársela, o sucumbirá. El capitalismo premia al mismo tiempo la suerte y el mérito, complaciendo así al gran caníbal del planeta que es la propia vida, forzada permanentemente a devorarse. Si pudiera extraer su energía de piedras –como quizá logre la fusión nuclear- estaríamos hablando del ser concebido por Parménides. Pero no, estamos hablando aún del devenir expuesto por Heráclito.
Gracias al libro «Historia de las drogas» ha sido fuente de inspiración de muchos anarquistas en España, o de muchos libertarios. ¿Cómo encajan estas investigaciones suyas en el lado oscuro del comunismo?
La historia del comunismo es un tema todavía más tabú que la historia de las drogas.
Empiezo a comprobar que la historia del comunismo es un tema todavía más tabú que la historia de las drogas. No descarto algún nuevo acoso, viendo que 197 comentarios de «Público» al primer volumen –mucho menos inquietante que el segundo- tienen en común desearme una estancia en el gulag o «14 horas diarias en un andamio», y el único comentario positivo apareció «oculto por la valoración de los lectores».
¿Supongo que les desconcierta?
Algunos no comprendieron en su día que quien considera la libertad como justicia debe preferir la economía de mercado a la planificada, y ser partidario de derogar la arbitraria prohibición que reina en materia farmacológica, por ejemplo. Esas conclusiones se siguen como el dos del uno, pues no podemos declararnos humanistas y civilizados sin defender la autonomía y dignidad del prójimo. Intenté reunir epistemológicamente esos hilos dispersos en «Caos y orden» (1999), proponiendo un tránsito del grano grueso determinista al grano fino impuesto por la naturaleza en general, que pase de las profecías a la observación. En otras palabras, renunciar a las arrogancias del racionalismo sin abonar las arrogancias del irracionalismo. Unos rompen cosas en nombre de la razón, otros en nombre de la sinrazón. ¡Vaya espanto!
Que el camino del infierno esté empedrado de buenas intenciones. ¿Es uno de los grandes males de la izquierda, y no solo hispana?
La derecha desapareció en gran medida después de la Segunda Guerra Mundial, convertida en centro, pero la izquierda necesita pensar que crece sin pausa para mantener su propia imagen, que al ser una entidad de naturaleza polar solo se sostiene en el trance de sentirse perseguida por un adversario. Los adjetivos son todos polares, como alto, frío, bueno, grande, etcétera, mientras los sustantivos reposan todos sobre sí mismos. No hay por eso un no-caballo, aunque la inercia de aquello que Marat llamaba la agresión defensiva, y la concepción maniquea del mundo, hizo que Marx opusiese el hombre auténtico al inauténtico o individual, como si la guerra de clases pudiera o debiera trasladarse al centro del yo. No he conocido a un solo comunista español que deseara vivir en la URSS o sus satélites, y observe que lo mismo debe decirse de Adorno, Marcuse, Horkheimer, Sartre o Althusser.
¿Y qué le parece esa extraña alianza entre la izquierda o seudoizquierda y el nacionalismo?
Los enemigos del comercio y los enemigos del libre examen están llamados a entenderseTodos los focos de resentimiento definen un campo magnético, y no ha mencionado al tercero en cuestión: el integrismo islámico. Los enemigos del comercio y los enemigos del libre examen están llamados a entenderse, como anuncia el abrazo de Amadineyad y Chávez. Solo faltan el señor Jonqueras, Sabino Arana y el subcomandante Marcos para prestar algo más de colorido al cuadro de la demagogia victimista.
¿Qué ha aprendido de los liberales y por qué esa especie ha tenido tan mal asiento en España? ¿Por culpa del cristianismo, la historia, la expulsión de los judíos?
Quizá mi trabajo empezó a molestar porque no soy antisemita, sino más bien filosemita, a pesar de que intento estudiar ecuánimemente las razones de ambas tendencias. El judaísmo puede considerarse una religión y también una cultura. En este segundo caso es notable comprobar que un porcentaje tan pequeño de la humanidad haya podido ejercer una influencia tan grande, pero la cantidad de individuos destacados remite a una educación de su prole en la frugalidad y el esfuerzo, finalmente en respetar un orden meritocrático. Eso les permitió sobrevivir tras sus insensatas guerras contra Roma, donde por cierto hicieron acto de presencia por primera vez los zelotes esenios, innegable origen del mártir asesino al estilo Bin Laden. Israel se bifurca ya de antiguo en una sabiduría representada por Salomón, Job o Jeremías, y un espíritu profético que Amós, el más antiguo, resume en su «¡Malditos sean los que disfrutan tranquilamente!».
¿Cree que Robert Owen ha tenido algún heredero, se podría reconocer alguno en nuestra época?
Dedico mucha atención a Owen, porque tiene muchas facetas...
Es un tipo fascinante
Un benefactor de la humanidad, una bella persona y al tiempo un desequilibrado, que dialogaba por las tardes con Ciro el Grande y Platón a través de su bola de cristal. Es quizá el único comunista que cerró sus propios periódicos cuando vio que los directores incitaban a la revancha y a la venganza. ¿Un Owen moderno...? Quizá lo más parecido sea Yunus, el banquero de los pobres, si bien Yunus no llegó a inventar aquello de la vacación nacional que luego se llamó huelga general, quintaesencia de lo aterrador desde finales del siglo XIX hasta el primer tercio del XX.
¿En este tomo no menciona a Kolakowski, no sé si es una figura que va a mencionar en el tercero y último?
Mi primera traducción fue un libro suyo, publicado por Editora Nacional, fíjese qué casualidad, hacia 1962. Desde entonces le perdí la pista, pero no dejaré de consultar su obra para el tomo III.
¿Quién es Antonio Escohotado?
Nunca pensé llegar a tan viejo ¡Uoooph, ya me gustaría saberlo! Nunca pensé llegar a tan viejo, y aunque la euforia sea mi estado habitual de ánimo no deja de ser inquietante la perspectiva de inevitables achaques, tras cuarenta años de no consultar al médico. Quizá la vida sea generosa hasta el final, y me dé una muerte rápida. En otro caso será preciso tomar medidas, para no empreñar sin necesidad a los míos [y ríe sarcásticamente su ocurrencia].
«Los enemigos del comercio III»,
por los laberintos del comunismo
Antonio Escohotado culmina el proyecto ensayístico «Los enemigos del comercio». Una obra imprescindible
«¡Por la fuerza será arrastrada la humanidad a ser feliz!» Es la definitiva maldición del siglo XX. De esa consigna, formulada por Gorki como epopeya de la Revolución rusa, arranca la intuición central del volumen tercero de la obra magna «Los enemigos del comercio», una historia moral de la propiedad, a la que Antonio Escohotado (Madrid, 1941) ha consagrado su último decenio. El subtítulo de este grueso tomo conclusivo deja poco lugar a ambigüedades: «De Lenin a nuestros días». Y, aunque el autor no eluda recorrer los vericuetos de otros laberintos abiertos por el siglo del cual salimos, todas sus claves se condensan en una intuición hoy irrebasable: la Historia del siglo XX es la Historia del comunismo, la Historia de una descomunal tragedia que aún nos hiere. «Lenin no sólo fascina a sus bolcheviques, sino a Mussolini, Hitler y a un hornada de caudillos antiliberales». De ese clima nacerá el tiempo de las grandes matanzas.
Es la consumación, nos recuerda el autor, de un arquetipo aparentemente inagotable en la imaginación humana: el de las grandes finalidades de la Historia, ese sueño mesiánico de los hombres nuevos. Y «entre las sorpresas», escribe Escohotado, que le supuso ya dar curso a los volúmenes precedentes, «estuvo poder comprobar que el cristianismo no se opuso a la esclavitud ni a su transformación en servidumbre; que la alta Edad Media europea practicó consciente e incompartidamente el ideal antimercantil, que las revoluciones igualitarias surgieron en épocas de prosperidad relativa, no de miseria; que hubo numerosos y ejemplares experimentos comunistas en Estados Unidos; que el socialismo siempre fue democrático y cambiante, en contraste con lo invariable y elitista del comunismo; que el retrato de la industrialización hecho por la literatura romántica no es fidedigno; que el movimiento obrero jamás apoyó la Restitución en cuanto tal; que la jornada inglesa de ocho horas fue una iniciativa espontánea de empresarios alemanes y americanos; que la plusvalía o plusvalor no es una magnitud precisa, sino un malentendido sobre costes de producción; que Alemania nunca quiso la Gran Guerra; que el comunismo nunca superó el tercio del voto en unos comicios; que los planes de exterminio y esterilización a gran escala no nacieron con Hitler y Stalin, sino con el Nuevo Imperialismo de la Sociedad Fabiana…».
Quedaba lo que este tercer volumen deja ahora claro. Que si la Historia del siglo XX es la Historia del comunismo, la Historia del comunismo no es otra cosa que la Historia del estalinismo.
La transubstanciación de una teoría de la Historia que se quiso materialista en una religión de suplencia asentada sobre el avance incontenible de la Historia hacia el fin de todas las desigualdades, esa fantasmagoría romántica, es una consecución indiscutible de Stalin.
Como profeta, el ciclo en el poder de Lenin fue muy breve. No ha pasado ni un año desde el octubre revolucionario, cuando Fanny Kaplan dispara sobre él. Sobrevive. Pero su degradación será vertiginosa. Hasta su pérdida total de control político en los dos años que preceden a su muerte.
El autor brilla al analizar el talento y la cobardía del mundo pensante en el siglo XX
Stalin es todo lo contrario. Un oscuro burócrata con la prístina certeza de que sólo matar a todos los demás es garantía de supervivencia. Los tres decenios de poder absoluto hacen de él una figura única en la Europa de nuestro siglo. El modelo, de una solidez admirable, sólo falló en un punto: su absoluta incompetencia económica. Y, al fin, la URSS no fue derrotada. Se autodestruyó materialmente, hasta desmoronarse en polvo en 1989. Se asentaba sobre nada.
Hacer la arqueología de ese «siglo de Stalin» es hacer nuestra autobiografía: la de varias generaciones de intelectuales esterilizadas por la religión de las finalidades históricas. Escohotado brilla especialmente en el análisis de esa amalgama de autoengaño, talento, ignorancia y cobardía que se enseñoreó del mundo pensante europeo durante la mayor parte del siglo XX. Los intelectuales que hicieron propaganda de lo peor, sabiéndolo o sin saberlo. Las cabezas portentosas que acabaron sumergidas en la nada por esa apuesta. Los muy pocos -Koestler, el primero- que lograron arrancarse a esa ascética de la mentira y fueron arrojados a los inclementes abismos exteriores. Y analiza los costes de esa herencia. Tan presentes en este inicio del siglo XXI en el cual los peores tópicos de los años de entreguerras toman la forma grotesca de una mala caricatura.
Con su paso tranquilo
En 1953, Paul Éluard, quizá el más grande de los poetas líricos del siglo XX, cantaba la elegía del sagrado Stalin: «Y Stalin para nosotros / está presente mañana. / El horizonte de Stalin es siempre renaciente».
Escohotado recoge en su libro las fórmulas paralelas de Pablo Neruda: «Junto a Lenin / Stalin avanzaba / y así, con blusa blanca, / con gorra gris de obrero, / Stalin, / con su paso tranquilo, / entró en la Historia acompañado / de Lenin y del Viento».
En suma, ni la poesía salva de la infamia, ni el talento de la cursilería. Y ambos juntos son la mejor cobertura del crimen. De eso habla la imprescindible obra de Antonio Escohotado.
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