EL Rincón de Yanka: "EL LIBRO NEGRO DE LA HUMANIDAD", LOS CRÍMENES DE LOS "BUENOS" Y "CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO" 📕🚩

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viernes, 21 de febrero de 2020

"EL LIBRO NEGRO DE LA HUMANIDAD", LOS CRÍMENES DE LOS "BUENOS" Y "CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO" 📕🚩

Introducción: 
Crítica de la crítica acrítica e hipercrítica


*Filósofo español, investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno. Licenciado y doctor en filosofía por la Universidad de Sevilla con la tesis Materialismo y espiritualismo. La crítica del materialismo filosófico al marxismo-leninismo, bajo la dirección del profesor José Ordóñez García, defendida el 7 de marzo de 2018 ante un tribunal formado por Gustavo Bueno Sánchez, Jesús González Maestro, Antonio Gutiérrez Pozo, Walter Federico Gadea y Francisco Rodríguez Valls.
A consecuencia del éxito editorial de "Memoria del comunismo" me ha parecido oportuno llevar a cabo una extensa crítica del mismo, para advertir de sus insuficiencias como crítica al comunismo (a algunos esto les parecerá «oportunista», cosa que me da igual, y además el oportunismo puede ser pertinente e incluso prudente).

Yo mismo he llevado a cabo una crítica al comunismo en mi Tesis Doctoral: "Materialismo y espiritualismo". La crítica del materialismo filosófico al marxismo-leninismo. La tesis la concluí el 13 de febrero de 2017 y la dejé en depósito al día siguiente, pero por cuestiones de absurdo burocratismo no pude defenderla hasta el 7 de marzo de 2018 en la Universidad de Sevilla, con nota sobresaliente cum laude. El autor de Memoria del comunismo haría bien en leerla (sin tener la obligación de hacerlo, por supuesto). El pdf de mi Tesis Doctoral puede descargarse aquí: puede descargarse aquí. Asimismo, con motivo del centenario de la Revolución de Octubre, publiqué a finales de 2017 un ensayo sobre la revolución proletaria en El Catoblepas.

También llevé a cabo una crítica contra "Los enemigos del comercio" de Antonio Escohotado: primero a viva voz en los Cursos de Verano de Santo Domingo de la Calzada en julio de 2017, que puede verse por televisión material en el canal Youtube; y después desde las páginas de El Catoblepas.

La presente extensa crítica al libro de Federico es como una continuación a la crítica que le hice a Escohotado, así como un desarrollo de lo estudiado en mi tesis y en otras publicaciones. El señor Losantos y Don Antonio están muy vinculados, y podría decirse que pertenecen a la misma escuela o tendencia; al menos en lo que a cuestiones comunistas o anticomunistas se refiere. Federico y Escohotado en lo que se refiere al comunismo y al anticomunismo son tal para cual: tanto monta monta tanto Fedecohotado y Escoderico.

Como hice con Escohotado, lo que en las siguientes páginas procuraré es llevar a cabo una «crítica de la crítica acrítica», es decir, una crítica a la crítica que Federico Jiménez Losantos hace del comunismo de modo acrítico, es decir, acrítico con la leyenda negra anticomunista (es más, cabe decir que el anticomunismo -o más bien retroanticomunismo- que predica el ex locutor de la COPE es doctrinalmente dogmático, como aquí procuraré dejar en evidencia). También cabría decir que procuraré realizar una «crítica de la crítica hipercrítica», porque Federico, al no reconocerle ni el más mínimo mérito al comunismo, se pasa de crítico y por ello no es propiamente crítico sino más bien hipercrítico.

Esta crítica a Memoria del comunismo también incluye una crítica a Podemos, pues la crítica o hipercrítica que hace Federico a la formación morada tampoco me parece suficiente; aunque con su libro Federico ha escrito, entre otras cosas, su Anti-Podemos. Podemos es mucho más pernicioso de lo que Federico piensa, aunque los demonice y se quede a gusto contra ellos delante del micrófono con su peculiar estilo, como también los pone «a caer de burro» en Memoria del comunismo. Pero, como digo, no me parece suficiente. De modo que este extenso escrito también podría titularse muy bien Anti-Losantos y Anti-Turrión: contra el huno y contra el otro. Y que conste que no es personal: es política.

Como soy muy duro sé que a Don Federico no le voy a caer bien (y a Turrión ni que decir tiene, pero de ése no espero que lea nada… aunque tampoco del primero espero mucho, la verdad). Soy duro pero justo. Ahora bien, le pido al criticado que no la tome contra El Catoblepas, o contra la Fundación Gustavo Bueno o contra cualquier persona e institución relacionada con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno. Yo soy el responsable de esta crítica, si bien es cierto que las Ideas que pongo en marcha son objetivas y no han salido de mi seno. Otra cosa es el mayor o menor acierto que pueda tener a la hora de poner tales Ideas en marcha, en concreto en función de la crítica al libro de Federico y otros asuntos involucrados que bien merecen ser traídos para triturar todo lo que sea que triturable de la obra del señor Losantos, que no es poco.

Por mi parte no trataré de mostrar hechos verdaderos puros, cosa propia del positivismo decimonónico y de gnoseologías descripcionistas, sino de contrastar, comparar y enfrentar unas interpretaciones frente a otras, esto es, una interpretaciones que se nos presentan y se retratan a sí mismas como negrolegendarias (las de Federico) frente a otras que al no distorsionar las reliquias y relatos dados en el presente son más propias de la historia rigurosa. Reliquias y relatos vendrían a ser monumentos y documentos, es decir reliquias no escritas y reliquias escritas que, como decimos, se nos dan en el presente, y el nexo entre el presente en el que se nos dan las reliquias y relatos «sólo podrá entenderse como un desarrollo de los nexos entre las partes del presente anómalo entre sí, consideradas desde ciertas perspectivas… El “pasado” es, así, un concepto regresivo a partir, no del presente, sino de unas partes de este presente hacia otras partes del mismo presente. Esta precisión tiene consecuencias muy importantes en orden a la estructuración del concepto de Historia. Principalmente, ésta: la Historia (no mítica) es, de algún modo, la destrucción del presente, su desbordamiento. Mientras el mito es la construcción o progressus del presente a partir de sucesos que in illo tempore ya lo tenían incorporado» (Bueno, 1978a: 10-11).


El libro negro de la humanidad,
de Matthew White


Que la Historia es puñetera, cierto. Que nos descubre cosas que querríamos olvidar, más cierto todavía. Que el ser humano tienen ese punto psicópata que a muchos investigadores les produce fascinación, triste, pero también cierto. Y que en este mundo ha habido más matanzas a lo largo del tiempo que han sido completamente innecesarias, es cierto, y además te hace entender que en cuanto se trata de muerte y destrucción, las personas tenemos esa pizca de poca alma que te hace temblar, pero además no un escalofrío pequeño, qué va, lo que te hace es ponerte a pasar más miedo que en una película de terror de las de la vieja escuela, de esas que te hacían cagarte encima y te daban pesadillas. “El libro negro de la humanidad” contribuye, quizás desde una perspectiva un poco macabra, a no hacernos olvidar, a entender con datos que las atrocidades de la Historia ocurrieron, son reales, y que tenemos toda una vida para no volver a repetirlas. Aunque, si se me permite la licencia, viendo como están las cosas, no me extrañaría que el día de mañana nos despertáramos en llamas.

Un estudio exhaustivo de algunas de las peores matanzas de la Historia, en un ejercicio de cuantificación de las víctimas que sufrieron esta serie de conflictos.

Hay una especie de fascinación por mi parte en esta serie de libros que, de seguro, si acudiera a una terapia continua tendría que hacérmelo mirar. Todo aquel material bibliográfico que aparece ante mí sobre conflictos, guerras, amenazas, barbaries, y todo aquel nombre que se quiera poner, tiene que ser mío, tengo que devorarlo, tengo que verlo y palparlo como si fuera un tesoro que llevo buscando mucho tiempo. Supongo que la explicación más acertada es que, como he dicho siempre en otras reseñas, a mí me encanta volver la vista atrás y ver los errores y aciertos que se han cometido. Me encanta la Historia, me encanta leer sobre ella, y me encanta más todavía entenderla. Por eso, cuando vi el libro de Matthew White supe que ahí estaba un texto que yo quería leer. No me equivoco al pensar que, para algunos de vosotros, este tema pueda parecer peliagudo a ojos de un lector que busca lecturas poco arduas. Pero uno de los grandes acontecimientos que aquí ocurren es que su lectura se hace amena, se hace incluso (entendedme) divertida, si sabes de primera mano con lo que te vas a encontrar. No estamos ante un texto feliz, no estamos ante un texto que te diga las bondades del ser humano, sino todo lo contrario. Pero ahí radica su importancia: la Historia la creamos nosotros, por mucho que haya gente que intente negar la evidencia.

“El libro negro de la humanidad” es, precisamente eso, un libro de las almas más negras que poblaron (o pueblan) este mundo. ¿No os sorprende que en un conflicto la cifra de muertos super los cinco millones? A mí, verlo reflejado en un papel, siempre me ha supuesto sentimientos encontrados: por una parte perplejidad, por otra parte casi diría que aberración. Y sí, digo aberración aunque este libro me haya parecido fascinante, una de esas lecturas obligadas no sólo para los lectores profanos en la materia, sino incluso diría como texto en las universidades, donde la Historia muchas veces aparece reflejada como un versión light de lo que ocurrió en realidad. Matthew White sabe perfectamente lo que, lectores como yo, buscan en una lectura: el efecto de lo evidente que, precisamente por evidente, no tiene menos sorpresa. Siempre me gustaron los datos, los datos objetivos que un resultado, una solución a un problema llevaban aparejados de la mano, quizá por eso, por lo que nos propone el autor para que comprendamos cuáles fueron las consecuencias de las atrocidades de la Historia, me sienta más inclinado a proclamar a los cuatro vientos que este libro, que este análisis de lo que hicimos (y, espero, no hagamos en un futuro) es uno de los mejores libros que me he echado a la cara, a los ojos, a las manos, en lo que va de lecturas de este tipo. Llámenme raro, pero en muchas ocasiones, y en lecturas sobre otro tipo de conflictos, se echa de menos la pasión con la que se nota que el autor ha cometido este objetivo.

Quizá “El libro negro de la humanidad” sea un libro duro, pero ya sabéis lo que digo siempre, la realidad es dura, casi diría que puñetera a más no poder, pero eso no significa que tengamos que mirar para otro lado, sino todo lo contrario.

Los crímenes de los "buenos" 

Desde hace treinta y siete años, vivimos en plena falsificación histórica. Una falsificación muy hábil: para empezar, arrastra a las imaginaciones populacheras; luego se apoya sobre la conspiración de esas mismas imaginaciones. Se empezó por decir: he aquí cuan bárbaros eran los vencidos de la última guerra mundial que, además, se desató por su culpa exclusiva. Luego se añadió: acordaos de cuánto habéis sufrido, los que padecisteis su ocupación, y de cuanto pudierais haber sufrido, los que no fuisteis invadidos por haber preservado vuestra neutralidad los nobles Aliados. Se inventó, incluso, una filosofía de esa falsificación. Consiste en explicamos que lo que unos y otros eran realmente no tiene ninguna importancia; que sólo cuenta la imagen que se había creado, y que esta transposición es la única realidad. Un par de centenares de vividores de la prensa, la radio y la televisión, creadores a tanto alzado de la llamada Opinión Pública Mundial quedaban, de esta guisa, promocionados a la existencia metafísica.

Pero yo creo, tozudamente, estúpidamente, en la Verdad. Quiero creer en la Verdad. Me empeño en creer que acaba por triunfar de todo, incluso de la imagen que se ha creado industrialmente. Y que triunfara cuando llegue el Nuevo Amanecer, que probablemente no veremos, ni esta generación ni la próxima, ante el maniqueísmo imperante en nuestra época, con unos ángeles de la Virtud y unos réprobos derrotados por aquellos.

CONTRAHISTORIA DEL LIBERALISMO 

DE DOMENICO LOSURDO



Indicaba Revel que el mayor triunfo del antiliberalismo izquierdista es haber logrado que la derecha reniegue de sus propias convicciones forjando una leyenda negra sobre el liberalismo, convertido en hidra multicéfala que lo mismo aparece encarnado en una dictadura militar que en una socialdemocracia. Es por ello que, a pesar de los años transcurridos desde su publicación, estimamos de sumo interés realizar un análisis crítico in extenso de la edición espa ñola de la Controstoria del Liberalismo (2005), del italiano Domenico Losurdo, publicada con el imprimatur de la editorial El Viejo Topo (Madrid, 2007, 376 páginas; ISBN: 978-84-96831-28-5). 

Se nos antoja sorprendente lo poco que ha llamado la atención este ensayo entre los amantes de la libertad de nuestro país, tratándose de de una práctica enmienda a la totalidad del pensamiento liberal. Trata muchos aspectos importantes, y a nuestro juicio merece una réplica contundente. Su autor, nacido en 1941, es profesor de Historia de la Filosofía en la Universidad de Urbino, dirige la Internationale Gesellschaft Hegel-Marx für Dialektisches Denken y la Associazione Politico-Culturale Marx XXI, cercana al Partido Comunista Italiano, es miembro del comité científico del Istituto Italiano per gli Studi Filosofici y autor de numerosas publicaciones sobre política y filosofía. Entre su producción destaca una apología reivindicativa del mismísimo Stalin. 

Uno de los fenómenos más llamativos del izquierdismo coetáneo es que, ante el fracaso del socialismo real, en vez de someterse al criterio materialista de la praxis, se haya refugiado en el inexpugnable bastión de un comunismo ideal. Lo cual atenta contra las propias bases del marxismo, para el cual la ideología siempre legitima la hegemonía de la clase dominante, y se no se juzga a una sociedad por sus pretextos ideológicos, como tampoco se juzga a una persona por la opinión que tiene de sí misma. El socialismo quiere creer que el liberalismo es su propio reverso tenebroso, un mismo totalitarismo ideológico de principios opuestos, complemento en un dualismo ontológico. Siguiendo la línea establecida en anteriores ensayos, como los escritos por Ana María Ezcurra, Noam Chomsky, Naomi Klein o David Harvey,4 el afán de Losurdo es exponer la verdadera cara de (neo)liberalismo, demostrando que la esclavitud, el imperialismo y el fascismo nunca fueron residuos de épocas precedentes, sino fenómenos consubstanciales, que precisamente alcanzaron su máximo desarrollo gracias a su triunfo. Erige así un hombre de paja a medida, compendio de lo peor de la Humanidad y auténtico culpable de cuantos males han acaecido en el mundo desde el siglo XVI. Olvidando el materialismo, Losurdo vuelve atrás en el tiempo hasta encontrarse con el método de Hegel. Repasando la evolución histórica del pensamiento liberal, busca la esencia ideal del liberalismo. 

La creencia que subyace en todo el texto es que la praxis liberal es resultado de un proceso dialéctico: el ideal de la libertad debía fusionarse necesariamente con su propia antítesis, el ideal de la opresión, renegando del universalismo para sintetizar un credo de clase cuyo objetivo es la defensa y autoafirmación una comunidad de libres reducida exclusivamente a los poderosos. De ahí resulta la pretendida paradoja de liberalismo, según la cual postula menos Estado y menos intervención (pero sólo para los ricos), a la vez que exige más Estado y más intervención (para garantizar sus privilegios y oprimir al resto de los mortales). Un lector crítico podría plantearse que el privilegio político dista de ser un postulado nuevo o liberal, aunque el autor no lo conciba. Tras una fugaz introducción, «Una breve premisa metodológica» (pp. 9-10), el capítulo primero, «Qué es el liberalismo» (pp. 9-43), comienza con «Una serie de preguntas embarazosas» (pp. 9-17). 

Losurdo quiere presentar, como la definitiva aporía del liberalismo, un resumen del pensamiento del político estadounidense John C. Calhoun (1782-1850), señalando que, pese a haber sido un gran defensor de las libertades individuales, también lo fue de la esclavitud, no ya como mal necesario, sino como un bien deseable. El italiano abunda en el argumento aludiendo a la defensa del esclavismo realizada por otros autores de los ss. XVII-XIX e indudable tradición liberal. En estas primeras páginas el autor hace gala de la que será una constante en su obra: la incapacidad para comprender que una incongruencia del pensamiento filosófico de esos autores (los cuales mezcla anacrónicamente), producto de la propia experiencia vital y los prejuicios sociales imperantes en sus respectivas épocas, no invalida el resto de su ideario ni es parte consustancial de éste. 

La gran causa de la vida de Calhoun no fue la defensa de la esclavitud (que sustentaba en dos falacias: la supremacía de la raza blanca y su deber paternalista), sino el gobierno limitado y el libre comercio . «La revolución americana y la revelación de una verdad embarazosa» (pp. 17-22), «El papel de la esclavitud entre las dos riveras del Atlántico» (pp. 22-24), «Holanda, Inglaterra, Estados Unidos» (pp. 24-26), «Irlandeses, indios y habitantes de Java» (pp. 26-30) y «Grozio, Locke y los Padres Fundadores: una lectura comparada» (pp. 30-36) son los siguientes epígrafes del capítulo. Avanzan en el mismo discurso: Losurdo descubre con suma indignación que liberales por excelencia, los Padres Fundadores de los Estados Unidos, eran esclavistas, al igual que la Inglaterra surgida de la Gloriosa Revolución de 1688 y la Holanda de los Orange, cunas del liberalismo. Estos países efectivamente esclavizaron y masacraron pueblos enteros, y según el autor esto choca con los elevados principios liberales que defendían. 

En «El historicismo vulgar y la eliminación de la paradoja del liberalismo» (pp. 36-39) se critica a la filósofa Hannah Arendt por postular que esas defensas de la esclavitud eran una pervivencia cultural del pasado, desechando tal juicio como un mero eufemismo historicista, el cual ¡significa identificarse con los esclavistas! El primer capítulo concluye, de tal modo, con «Expansión colonial y renacimiento de la esclavitud: las posiciones de Bodino, Grozio y Locke» (pp. 39-43), donde mantiene que el esplendor esclavista de los imperios coloniales de los ss. XVIXVIII estaba directamente relacionada con la nueva mentalidad liberal, y que esa paradoja no ha sido refutada. 

En consecuencia, el segundo capítulo, «Liberalismo y esclavitud racial: un singular pacto gemelar» (pp. 44-73), dedica sus primeros epígrafes a variar la misma argumentación. «Limitación del poder y surgimiento de un poder absoluto sin precedentes» (pp. 44-46), «Autogobierno de la sociedad civil y triunfo de la gran propiedad» (pp. 46-48), «El esclavo negro y el siervo blanco: de Grozio a Locke» (pp. 49-52), «Pathos de la libertad y disgusto por la institución de la esclavitud: el caso Montesquieu» (pp. 52-55) y «El caso Somerset y la configuración de la identidad liberal» (pp. 55-57) pretenden apuntalar la idea de que el desarrollo del liberalismo en las metrópolis supuso para sus dependencias la consagración de la impunidad del propietario de esclavos y el empeoramiento de la condición de estos últimos, reducidos a meras mercancías. La nueva esclavitud superaría así violencia de la Antigüedad grecolatina, siendo imposible, por ejemplo, convertirse en liberto (p. 45). Losurdo demuestra con tal aserto su desconocimiento de la brutalidad de la esclavitud antigua. Lo mismo ocurre con respecto a la importancia adquirida por los libertos en los regímenes esclavistas dieciochochescos: incluso en Haití, una de las colonias más duras, los negros libres (22.000 por 405.000 esclavos en 1788, el 5’4%) constituyeron una clase privilegiada, rica y culta, a la cual el Code Noir de 1685 equiparaba a los blancos (28.000), que controlaba nada menos que un tercio de la tierra y un cuarto de los esclavos de SaintDomingue. También eran importantes en el Sur estadounidense antes de la Guerra de Secesión, con 261.000 libertos sobre una población esclava de 3’95 millones (el 6’6%) en 1860, y algunos de ellos disfrutaban de importantes propiedades, a pesar de la implacable discriminación que sufrían. Los epígrafes finales del capítulo, «No queremos ser tratados como negros: la rebelión de los colonos» (pp. 57-58), «Esclavitud racial y posterior degradación de la condición del negro libre» (pp. 58-60), «Delimitación espacial y delimitación racial de la comunidad de los libres» (pp. 60-64), «La Guerra de Secesión y el reinicio de la polémica que se desarrolla con la revolución norteamericana» (pp. 64-66), «Sistema político liberal, modo liberal de sentir e institución de la esclavitud» (pp. 66-69), y «De la afirmación del principio de la inutilidad de la esclavitud entre nosotros a la condena de la esclavitud en cuanto tal», pp. 69-73), insisten de nuevo en que la independencia de las Trece Colonias acarreó un fortalecimiento del exclusivismo de su clase dominante y su voluntad de explotar a razas inferiores deshumanizadas (negros, indios, etc). 

La mejor muestra de ello es cómo los sudistas emplearon el mismo argumentario liberal de los revolucionarios de 1776, mientras que los unionistas se valieron del propio de los ingleses. Leyendo estas líneas pudiera parecer que nadie hubiera investigado el difícil acomodo de la esclavitud en el pensamiento liberal de la época. Por supuesto, diversas monografías contrarían tal dictamen. Losurdo manifiesta a lo largo de estos dos primeros capítulos escasísimo conocimiento de los hechos históricos sobre los que filosofa con tamaña porfía. Su objetivo preestablecido es echar las culpas al liberalismo. Ni se le pasa por la cabeza pensar que el auge de la esclavitud entre los siglos XVI y XIX tuviera algo que ver no con el naciente y aún vacilante liberalismo, sino con la praxis estatista y antiliberal imperante en la política económica de aquella época, el mercantilismo. Es más: tal palabra ni siquiera aparece mencionada una sola vez en toda la obra. 

El autor no aprecia la contradicción cuando sostiene que «uno de los primeros actos de política internacional de la nueva monarquía liberal consiste en arrebatar a España el monopolio del comercio de esclavos» (p. 24; las cursivas son nuestras); curioso liberalismo el de un Estado que obtiene un monopolio esclavista de otro. En efecto, en un alarde de ignorancia histórica, el autor afirma que los años de 1660 a 1760, la gran época del mercantilismo y el absolutismo europeos (también en Inglaterra y Holanda), fueron nada menos que «¡los decenios de preeminencia del movimiento liberal!» (p. 42). Losurdo tampoco tuvo interés en informarse sobre la pervivencia de importantes bolsas de esclavitud en la Europa bajomedieval, por considerarla finiquitada desde su prejuicio marxista, a pesar de todos los testimonios que lo demuestran. Ni mucho menos se le ocurre mentar en ningún momento las aportaciones de los escolásticos españoles sobre la esclavitud, o que el desarrollo del abolicionismo decimonónico tuviera algo que ver con el progreso del liberalismo, un hecho harto conocido. Fue el gran abolicionista liberal Lysander Spooner (1808-1887), quien desveló la grave contradicción de aquellos que pensaban como Calhoun: que los derechos no pertenecían a los colectivos (el Pueblo; los Estados; la Nación) sino a los individuos. (...)


Los crímenes de los "buenos". ENTREVISTAS 004 (FORTUNATA Y JACINTA)

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