EL Rincón de Yanka: LIBRO "PREGUNTA SIN MIEDO SOBRE DIOS": DIALOGAR CON JÓVENES DEL SIGLO XXI 👦👧❓

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domingo, 2 de febrero de 2020

LIBRO "PREGUNTA SIN MIEDO SOBRE DIOS": DIALOGAR CON JÓVENES DEL SIGLO XXI 👦👧❓



Dialogar con jóvenes del siglo XXI
Una oportunidad para escuchar, hablar, enseñar y aprender
En estos ‘tiempos líquidos’, es fundamental no solo adquirir buenos y sólidos conocimientos, sino también descubrir aquellos interrogantes que, aunque parezcan poco importantes, nos sitúan en la pista de las auténticas respuestas que fundamentan la vida. Frente a quienes consideran que la indiferencia se está apoderando de la juventud, lo que se experimenta cuando se trata con ellos es que tienen mucho deseo de ser escuchados y poca oportunidad para ello. De ahí que sea apasionante entablar un diálogo abierto. Este libro aborda 99 temas tratados por dos jóvenes cada uno: ellos inician la conversación y el autor les va respondiendo y hablando. “Ojalá esta obra despierte nuevas preguntas y sigamos dialogando”, desea él.


Quizás no hay que darles las preguntas, sino dejar que ellos las hagan. Y entonces embarcarse en una búsqueda de respuestas. Esto es lo que hace José Fernando Juan en este libro. 99 temas sobre los que jóvenes (alumnos suyos) plantean preguntas, y a los que intenta ir contestando. Cuestiones básicas que, quien más quien menos, todos vamos afrontando, sobre la fe, la Iglesia y el mundo en el que vivimos.

¿Por qué leer "Pregunta sin miedo sobre Dios"?

José Fernando Juan Santos es profesor. Su tarea se desarrolla en un aula, rodeado de adolescentes. Y esto se nota. Les habla con su lenguaje, pero en sus respuestas se transparenta que el autor es alguien inquieto, formado, y que dedica tiempo a pensar. La estructura del libro es clara. Tres partes (Dios, el cristianismo, y la Iglesia). Y en cada una de ellas, preguntas habituales que hacen jóvenes, sobre temas tan diferentes como la existencia de Dios, la ciencia, la Biblia, la Iglesia, el perdón, el sexo, la paz... (para cada tema, dos jóvenes plantean sus cuestiones, a veces cuestionando, otras pidiendo claridad...). Evidentemente, no se puede profundizar en todas las cuestiones (el libro no busca eso), sino abrir la puerta al pensamiento y dar pistas para comenzar una reflexión. Lo interesante es que las respuestas no son maximalistas, tajantes o radicales. Ofrecen matiz, que siempre es algo necesario, ya sea hablando de las fronteras, de la necesidad de los sacramentos o de la relación entre amor y sexo.
«Lo más difícil de este libro sea probablemente eso, darles voz para que se expresen aunque no sepan bien cómo preguntar sobre aquello que les inquieta y mueve, y ofrecer una respuesta que continúe el diálogo, que no lo zanje, que les permita seguir adelante con sus preguntas, quizás reformuladas. Todo para seguir viviendo lejos de la superficialidad, para no caer en la tentación cómoda de creer que sabemos todo y no respetar el misterio que somos y en el que nos encontramos inmersos desde el día en que nacimos».

INTRODUCCIÓN 

Me embarco en esta aventura en un momento muy especial de mi vida. Después de una de docena de cursos en la escuela, de desear cada día hacer del aula un espacio de diálogo y conversación, que no siempre ha sido posible. Comienzo este libro sobre preguntas de los jóvenes que espero que sea algo más que unas pobres páginas y letras, con el temor de que se quede aquí encerrado. Deseo que continúe, que sigan apareciendo preguntas y que estas provoquen búsquedas. Las preguntas tienen una fuerza particular que las respuestas rápidas, esas que silencian la inquietud y nos hacen perder tensión en la vida, desconocen. 

En clase –Religión, Filosofía o Ética– abordamos con frecuencia temas muy profundos y vitales. Quizá llegamos a ellos demasiado pronto, sin haber vivido y pensado suficiente. Pero de lo que no cabe duda es de que tienen mucho interés para los jóvenes. Por eso insisto mucho en que resulta fundamental no solo adquirir buenos y sólidos conocimientos, en estos tiempos líquidos, sino descubrir aquellos interrogantes que, por tontos que parezcan en un principio, nos sitúan en la pista de hallar auténticas respuestas que fundamenten la vida. Sin preguntas, sin cuestiones, sin examinarlas, no merece la pena vivir, porque tampoco se está viviendo a fondo. 

Frente a quienes consideran que la indiferencia galopa y se apodera de la juventud, lo que yo presiento en mis clases es que hay mucho deseo de ser escuchado y poca oportunidad para ello. De ahí que entablar un diálogo abierto resulte apasionante. Lo cual confirma que nadie nace naturalmente indiferente, sino, más bien lo contrario, provisto de una apertura vital que nace tanto del amor y la sorpresa como del miedo y el sufrimiento. La vía más rápida para llegar a la indiferencia es el desinterés. Por tanto, el interés por los más jóvenes –por toda persona, realmente– y sus mundos puede ser la mejor de las prevenciones cuando no antídoto o vacuna contra una vida vivida anodinamente. 

No deja de sorprenderme, año tras año y después de varios colegios, que se repite constantemente la misma historia. Veo a los jóvenes deseando ser felices, pero sin saber qué es la felicidad ni cómo llegar a ella, y sufriendo llenos de heridas que colapsan y tuercen sus deseos. Estas son las grandes fuentes de las que nacen sus inquietudes más sinceras. A mi parecer, se expresan hoy como siempre en esos tiempos de silencio, cada vez más reducidos, pero que también tienen reflejo en sus búsquedas digitales. Dios es un tema que recibe muchas consultas en Google y en el «top10» mundial una y otra vez aparece cómo ser feliz. 

Este pequeño libro consta de noventa y nueve temas por los que damos una primera vuelta. Cada uno es tratado por dos jóvenes, cuyos nombres son ficticios. A ellos les corresponde iniciar diciendo lo que piensan y creen, para pasar luego a la conversación. Se verá que se expresan a su modo, y en alguna ocasión justifican por qué creen lo que creen. A partir de ahí, una pequeña respuesta, atrevida en cualquier caso y siempre respetuosa. Lo que Dios hace en cada joven es un misterio para mí. 

Habitualmente me manejo de modo contrario, por lo que ha sido una enorme experiencia de aprendizaje. Soy yo quien suele entrar en clase con la pregunta del día y, a partir de ahí, escuchar sus respuestas y construir el tema. Así un día y otro, sin descanso. 


Para sacar adelante este proyecto he contado desde el primer minuto con las sinceras aportaciones de mis alumnos en el colegio HH. Amorós, de Carabanchel, donde educo actualmente. Aunque todo empieza antes. Y, cómo no, de Laura y Gaspar, mi familia, sin quienes esto y todo lo demás no tiene ningún sentido, ningún valor, ni habría sido posible. 

¿TODAVÍA SE HABLA DE RELIGIÓN? 

Comenzar un diálogo requiere voluntad para escuchar y comprender. Habla, en primer lugar, de nuestra insuficiencia y necesidad del otro. Lo que no se ve es, sin embargo, el tiempo anterior que ha llevado a cada uno de los que dialogan, posiblemente horas de reflexión y preocupación. En muchas ocasiones, ni siquiera cuando hacemos una pregunta somos capaces de reflejar lo que supone para nosotros. 

Nos ponemos en marcha deseando encontrar algo que nos calme y nos sacie. La mera curiosidad es otra cosa que no consigue llenar del todo, que no alimenta la vida de igual manera. La necesidad de encontrar respuesta, de no dejarnos invadir por la nada y el sinsentido, resistiendo el trauma que provoca verse a uno mismo frente a la vida en todo su sentido. Una necesidad imperiosa que, ella misma, despeja por su parte las respuestas fáciles y se adentra, no tan despacio como creemos, en el misterio de lo que somos y del mundo. 

La adolescencia y la juventud son un tiempo muy especial precisamente por eso, por su apertura. Pero, es mi impresión, los adolescentes y los jóvenes normalmente no distinguen las verdaderas cuestiones de aquellas que no lo son. Y la angustia que hace presa en ellos pocas veces se trasluce en diálogos que no sean los más íntimos y personales. Sus heridas, la fractura que les provoca el mundo, la soledad en la que se encuentran cuando se miran a sí mismos; a lo que sumamos el interés ideológico que muchos tienen en hacerles esclavos de su pensamiento, es decir, adueñarse de su vida. Porque hay que recordar que vivimos como vivimos porque creemos lo que creemos. Es decir, porque hacemos que nuestra vida se dirija en un sentido o en otro. 

Lo más difícil de este libro sea probablemente eso, darles voz para que se expresen aunque no sepan bien cómo preguntar sobre aquello que les inquieta y mueve, y ofrecer una respuesta que continúe el diálogo, que no lo zanje, que les permita seguir adelante con sus preguntas, quizá reformuladas. Todo para seguir viviendo lejos de la superficialidad, para no caer en la tentación cómoda de creer que sabemos todo y no respetar el misterio que somos y en el que nos encontramos inmersos desde el día que nacimos. 

1. ¿Hablar de Dios hoy? 

María: ¿Merece la pena hablar de Dios hoy? ¿No es algo que ya hemos superado? ¿Por qué insistir tanto en algo que importa muy poco a mucha gente? 
Sin duda. No solo merece la pena, sino que es, diría yo, el gran interrogante que permanece vivo en nuestro tiempo. Quien llega a preguntarse sinceramente sobre Dios –no solo sobre la religión o las pequeñas noticias que van surgiendo– se enfrenta valientemente con lo absoluto, con el bien perfecto. 
Es curioso cómo, además, es hoy una cuestión muy viva. Pese a que muchos quisieran que fuera algo pasado, como si fuera propio de otros tiempos, cada vez resurge con más fuerza. Las personas no somos capaces de vivir por nosotros mismos sin ser mínimamente auténticos respecto a la cuestión de Dios. Que no es teórica, que no es fruto de un pensamiento curioso o del ocio de unos pocos. 
No deja de preocuparme ver cómo algunas personas son capaces de lo mejor y de lo peor en su nombre. Tenemos delante la entrega incondicional de infinidad de misioneros que en el mundo aman al prójimo incluso más que a sí mismos. Y también la violencia, la barbarie de quien mata impasiblemente por su causa. 

¿Te parece poco motivo para preguntarse quién es Dios? 
Apunto algo más sobre el tema. Creo que Dios no es propiedad de unos expertos, sino de todos. Cualquier persona puede aproximarse a él. El asunto más delicado es que su acceso –y considero que aquí fallamos– no es el mismo que cuando comprendemos otras cuestiones. Sería ridículo dotar de un microscopio o una regla a quien quiere conocer el amor. Estamos frente a lo más sobrecogedor, hermoso y la fuente misma de la vida. Para acercarnos es imprescindible, de algún modo, vivirlo. No es una palabra en un libro ni una idea sobre la que discutir. Las grandes religiones nos muestran que es Persona –con mayúscula– que entra en diálogo.

Miguel: Por lo que he vivido me parece interesante tener la oportunidad de hablar de Dios un rato. No suelo tener ocasión de hacerlo. Unas veces porque no sé explicarme; otras, porque no me entienden. ¿Siempre es tan difícil hablar de Dios hoy? 
En efecto, hablar de Dios siempre es difícil, porque nos provoca algo muy personal a quienes queremos vivir con fe y en su presencia. Algunas veces es como si estuviésemos tratando del corazón con el que muchas personas viven en el mundo. Y, cuando lo hacemos fácil y asequible, probablemente nos estamos confundiendo. No quiero decir que haya que ser oscuros y crípticos para que nadie nos entienda. Sino que, como todo lo que es más propio, en ocasiones faltan las palabras para expresar todo lo que quisiéramos decir. 

¿Es fácil hablar de cualquier persona de nuestro mundo? ¿Qué somos capaces de decir de la persona a la que más queremos? 
De todos modos, es muy interesante escuchar a los jóvenes hablar de Dios con sus propias palabras. De más de uno he aprendido muchas cosas, incluso cuando expresaba dudas. Si lo que queremos es hablar de Dios cuando esté todo claro, probablemente jamás lo haríamos. Pero ir contando lo que vivimos, el modo en que lo vivimos y encontrar esos espacios para hacerlo libremente nos hace crecer. 
Ahora bien, aquí el reto seguirá siendo cómo escuchar a Dios. Porque, hablar, casi todos pueden hacerlo. En serio o en broma, como algo personal o como mera curiosidad. Toda persona, creyente o no, lleva dentro una idea. Pero escuchar es otra cosa, es pasar al lado de la relación, del encuentro, de la presencia a la vez real como la vida misma y misteriosa que se nos escapa de las manos. 

¿Quién puede hacerlo? 
Siempre me resultó interesante, al entrar en una iglesia, incluso para visitarla, pensar con respeto en que allí Dios ha hablado a mucha gente y ha sido escuchado, unas veces en la alegría, otras en la tristeza y el dolor o buscando respuesta. Creo que todo cambia cuando se ven las cosas de otro modo. No son piedras, son lugares que han sido habitados por personas de fe. El cristianismo dice con rotundidad que Dios habla. Y a quien escucha se le suelta la lengua para transmitírselo a los demás. ¿Cómo guardarlo para sí?