El Evangelio según Tolstói
Traducido tras un siglo 'El camino de la vida', la doctrina religiosa y moral del conde ruso
"El camino de la vida" sólo vio la luz en ruso en 1911, unos meses después de que Lev Tolstói falleciera en la estación ferroviaria de Astápovo. El libro, que había permanecido inédito en español, como un tesoro escondido, es la culminación de la obra moral del escritor y la expresión más completa de su pensamiento religioso: un destilado de máximas legadas por los sabios de todos los tiempos y de todas las tradiciones del mundo que le inspiraron sus propias reglas para el perfeccionamiento interior. Cada uno de los treinta y un capítulos que integran este volumen—uno por cada día del mes—conforman un singularísimo breviario espiritual destinado a «llevar una vida de bien» y contribuir así a la realización de una aspiración tan antigua como irrenunciable: la convivencia pacífica entre los individuos y los pueblos.
No está del todo claro cuándo se gestó la mutación. En cualquier caso, los especialistas en la obra de Tolstói resaltan que ya en Ana Karénina (1875-1877) el personaje de Levin delata la transformación espiritual de su autor. Una metamorfosis causada por una profunda crisis anímica cuyo indicio más temprano sería un apunte de septiembre de 1869 en su diario: "La verdad es que la vida es absurda. Había alcanzado el abismo y veía que, ante mí, solo quedaba la muerte. Sentía que yo, un hombre sano y feliz, ya no podía vivir". Anotada a los 41 años, esta confesión de Tolstói coincide con la publicación de las últimas entregas de Guerra y Paz (1865-1869), el aldabonazo que liquidó las convenciones novelísticas rusas.
Las grandes crisis pueden iniciarse con un relámpago, pero sus tormentas pueden tardar años en disiparse. Lev Tolstói (1828-1910), de distinguida estirpe aristocrática, ensalzado por Guerra y Paz y consagrado con Ana Karénina, hombre sano y con una vida familiar tan razonablemente feliz como las de otras familias felices, se convirtió tras una década de lecturas filosóficas y religiosas en el apóstol de una espiritualidad transformadora basada en su interpretación personal de los Evangelios. Lo hizo después de buscar sentido a su vida, y no hallarlo, en la Iglesia, la Filosofía y la Ciencia. Y de descubrir que el mayor impedimento para que una vida tenga sentido es la desigualdad generada por la propiedad privada, defendida por el Estado y por una Iglesia que había pervertido el mensaje evangélico: Dios es amor, amadle y amaos.
El nuevo Tolstói pasó a ser un inagotable batallador por la transformación individual que no sólo despreciaba su actividad literaria previa sino que, además, arremetía contra la Iglesia y el Estado, los dos grandes pilares de la Rusia zarista, y propugnaba un anarquismo radical antibelicista que, alejado de la violencia, defendía la destrucción de las instituciones del Estado a través de una pasividad total que las ignorase. Este método de combate ha sido llamado "no resistencia violenta al mal", tuvo gran influencia en Gandhi y alimenta a parte de la izquierda alternativa desde finales del siglo XX.
La iluminación de Tolstói cristalizó hacia 1878, cuando tenía 50 años, y le llevó a adoptar una sencilla vida campesina en su hacienda de Yásnaia Poliana. Allí siguió escribiendo, pero su nutrida producción fue sobre todo ensayística y compuesta en una prosa que la crítica considera algo chata y reiterativa. Características que, sin duda, se vinculan al afán por que su mensaje de revolución individual llegase con nitidez a sus lectores, atravesando las barreras de la educación y de la vida cotidiana. Tolstói, excomulgado en 1901, escribió primero para entenderse a sí mismo. De ahí que su nuevo corpus lo abriera Confesión, gestada en torno a 1880 como pórtico de una trilogía sobre la religión, el cristianismo y el sentido de la vida en la que denuncia la manipulación del Evangelio por la Iglesia ortodoxa rusa y propone su propia lectura.
Pero Tolstói también escribe para despertar conciencias. Y ahí encaja, culminando una larga lucha, su último título, "El camino de la vida", recién traducido al castellano más de un siglo después de su publicación póstuma en 1911. Explica Selma Ancira, en el prólogo a su espléndida versión del texto, que ya hacia 1884 concibió Tolstói la idea de recopilar sentencias de grandes pensadores. No inició, sin embargo, el trabajo hasta que, encamado por una enfermedad en 1901, se aficionó a leer aforismos de almanaque y decidió componer su propio calendario. En realidad, hizo varias tentativas hasta llegar a "El camino de la vida", que "consideraba la expresión más completa de su pensamiento religioso y moral".
La obra, dividida en 31 capítulos, uno para cada día del mes, dista mucho, en efecto, de ser una suma de fragmentos de autores de todos los tiempos, comenzando por "la escritura brahmi, la confucionista y la budista, y llegando hasta los Evangelios, las epístolas y muchos pensadores tanto antiguos como modernos", según informa el propio Tolstói. Junto a estos materiales, incluye otros muchos de apariencia anónima. "Han sufrido una modificación tan grande que me resulta incómodo calzarlos con la firma de sus autores", explicó el conde para justificar todas esas piezas que le permiten articular con plena coherencia su síntesis doctrinal.
La cabeza privilegiada que fue capaz de erigir descomunales frescos novelescos no tuvo dificultad alguna en organizar su pensamiento religioso, con sus correlatos moral, político y social, en una estructura sencilla y, a la vez, exhaustiva, aunque para ello, con innegable afán pedagógico, se viera obligada a incurrir en las reiteraciones que se le afean.
Con ánimo de facilitar la comprensión, Tolstói glosa el esqueleto del volumen en un Prolegómeno que arranca así: "Para que el hombre pueda llevar una vida de bien, es necesario que sepa lo que debe y lo que no debe hacer. Para saberlo, debe entender qué es él mismo y qué es el mundo en el que vive". Y a continuación sintetiza en 30 puntos la siguiente religión y moral de amor.
Hay un principio que nos da vida, y que todos conocemos, al que llamamos "yo". Es invisible y lo compartimos con los demás seres vivos. Si está encerrado en un cuerpo lo llamamos alma. Cuando "existe por sí mismo y da vida a todo lo vivo" lo llamamos Dios. Los cuerpos separan a las almas de Dios y entre sí, aunque ellas tienden a unirse mediante el amor, y con Dios mediante la conciencia de la divinidad que hay en ellas mismas. En esta unión consiste el sentido y el bienestar de la vida humana.
Ahora bien, la unión requiere liberar al alma de tres tipos de obstáculos: los pecados, nacidos de complacerse en el cuerpo, y entre los que figura la avaricia, causa de la desigualdad, y los que tienen que ver con la mala voluntad hacia las personas; las tentaciones, surgidas de la falsa idea de que unas personas son superiores a otras y por tanto pueden organizar sus vidas o castigarlas, y las supersticiones -Estado, Iglesia y ciencia- que justifican pecados y tentaciones.
Se puede luchar contra estos obstáculos mediante esfuerzos, que son actos de renuncia al cuerpo, actos de humildad y actos de veracidad. Son siempre posibles, pues se hacen en el presente, que para Tolstói es ajeno al tiempo, del que descree. Un presente que se equipara, por tanto, a la eternidad, concebida como atemporalidad, no como infinita duración. Cierra la doctrina la negación del mal, que el ruso ve solo como señal de que se vive en el error. De igual modo niega la muerte, que solo tiene sentido en el tiempo, y se desentiende de lo que le ocurra al alma tras la muerte, ya que no le interesa cómo se conciba a sí misma esa alma sin cuerpo.
Para los creyentes practicantes lo anterior despertará ecos dominicales posconciliares, aunque sus aristas sociopolíticas puedan incomodar. Los agnósticos filocientíficos recomendarán a Tolstói un poco de psicología y neurociencia para precisar su idea de alma. Quienes, por su parte, hayan franqueado las puertas de la percepción reconocerán un eco familiar en el principio universal al que Tolstói, quien alguna vez lo personaliza, llama Dios. Más de un siglo después de su muerte, el anarquista cristiano seguirá, pues, dividiendo opiniones. No en vano murió solo, en una estación, a los 82 años, tras negarse su familia a que legara sus bienes a los pobres.
PROLEGÓMENO
Para que el hombre pueda llevar una vida de bien, es necesario que sepa lo que debe y lo que no debe hacer. Para saberlo, debe entender qué es él mismo y qué el mundo en el que vive. Eso es lo que a lo largo de todos los tiempos han enseñado los hombres más sabios y más buenos de todos los pueblos. Todas las enseñanzas de estos sabios coinciden en lo principal entre sí, y coinciden también en lo que a cada ser humano le dicen su razón y su conciencia.
Dicha doctrina es:
1. Además de lo que vemos, oímos, palpamos y de lo que nos enteramos por la gente, hay lo que no vemos, no oímos, no palpamos y de lo que nadie nunca nos ha dicho nada, pero que conocemos mejor que cualquier otra cosa en el mundo. Esto es lo que nos da vida y a lo que nos referimos como «yo».
2. La existencia de este principio invisible que nos da vida, la reconocemos también en todos los seres vivientes y de manera más viva en los seres semejantes a nosotros: las personas.
3. A este principio universal, invisible, que da vida a todo lo vivo, que reconocemos en nosotros mismos y cuya existencia admitimos en los seres semejantes a nosotros, las personas, lo llamamos alma; al principio universal e invisible que existe por sí mismo y que da vida a todo lo vivo, lo llamamos Dios.
4. Las almas humanas, a las que el cuerpo separa unas de otras y de Dios, tienden a unirse con aquello de lo que están separadas, y consiguen esta unión con las almas de otras personas a través del amor, y con Dios, gracias a la conciencia de su divinidad. En esta unión cada vez mayor con las almas de las otras personas a través del amor, y con Dios, a través de la conciencia de su divinidad consiste tanto el sentido como el bienestar de la vida humana.
5. La unión cada vez mayor del alma humana con los otros seres y con Dios, y por lo tanto el bienestar cada vez mayor del hombre, se consigue liberando al alma de lo que obstaculiza el amor por las personas y la conciencia de la propia divinidad: los pecados, es decir, la complacencia con la lujuria y la lascivia del cuerpo; las tentaciones, es decir, las ideas falsas acerca del bienestar; y las supersticiones, es decir, las falsas doctrinas que justifican los pecados y las tentaciones.
6. Los pecados que obstaculizan la unión del hombre con otros seres y con Dios son: los pecados de la gula, es decir, la glotonería, la ebriedad.
7. Los pecados de la lascivia, es decir, el libertinaje sexual.
8. Los pecados de la ociosidad, es decir, el liberarse del trabajo necesario para la satisfacción de las necesidades propias.
9. Los pecados de la avaricia, es decir, la adquisición y el acumulamiento de bienes y posesiones para hacer uso del trabajo de otras personas.
10. Y los peores pecados de todos, los pecados de separación de las personas: la envidia, el miedo, la condena, la hostilidad, la ira, en general, la mala voluntad hacia la gente. Éstos son los pecados, que obstaculizan la unión del alma humana con Dios y con otros seres, por medio del amor.
11. Las tentaciones que atraen a la gente a los pecados, es decir, las falsas nociones sobre las relaciones de unas personas con otras son: las tentaciones del orgullo, es decir, la idea falsa de la propia superioridad en relación con otras personas.
12. Las tentaciones de desigualdad, es decir, la idea errónea sobre la posibilidad de dividir a la gente en superior e inferior.
13. Las tentaciones de organización, es decir, la idea errónea sobre la posibilidad y el derecho que tienen algunas personas a organizar mediante la fuerza la vida de otras.
14. Las tentaciones del castigo, es decir, la idea falsa sobre el derecho que tienen algunas personas, en aras de la justicia o de la rehabilitación, de hacer el mal a la gente.
15. Y las tentaciones de la vanidad, es decir, la idea falsa de que los guías en los actos de las personas pueden y deben ser no la razón y la conciencia, sino las opiniones de la gente y las leyes creadas por la gente.
16. Esas son las tentaciones que atraen a la gente a los pecados. En cambio, las supersticiones que justifican los pecados y las tentaciones son: la superstición del Estado, la superstición de la Iglesia y la superstición de la ciencia. 17. La superstición del Estado consiste en creer que es necesario y benéfico que una minoría de personas ociosas gobierne a la mayoría del pueblo trabajador. La superstición de la Iglesia consiste en creer que la verdad religiosa que incesantemente es explicada a las personas fue revelada para siempre y que determinadas personas, que se han adjudicado el derecho de enseñar a los demás la verdadera fe, se encuentran en posesión de la única verdad religiosa, expresada de una vez y para siempre.
18. La superstición de la ciencia consiste en creer que ese conocimiento único, verdadero e indispensable para la vida de las personas consiste únicamente en esos fragmentos elegidos al azar de entre toda la infinita esfera de los distintos conocimientos, que a menudo son innecesarios, y que en un momento determinado llamaron la atención de un número reducido de personas que se han liberado del trabajo necesario para la vida y que por lo tanto viven una vida inmoral e insensata.
19. Los pecados, las tentaciones y las supersticiones, obstaculizando la unión del alma con otros seres y con Dios, privan al hombre del bien que le es propio, y por lo tanto, para que el hombre pueda aprovechar ese bien, debe luchar contra los pecados, las tentaciones y las supersticiones. Para esta lucha el hombre debe realizar esfuerzos.
20. Y estos esfuerzos siempre están en poder del hombre; primero, porque sólo se realizan en el instante presente, es decir, en ese punto atemporal en el que el pasado roza el futuro y en el que el hombre siempre es libre.
21. En segundo lugar, estos esfuerzos están en poder del hombre también porque consisten no en la realización de determinadas acciones irrealizables, sino únicamente en la abstinencia, siempre posible para el hombre: los esfuerzos de abstenerse de cometer actos contrarios al amor por el prójimo y a la conciencia que el hombre tiene del principio divino que hay en él.
22. Los esfuerzos de abstenerse de las palabras contrarias al amor por el prójimo y a la conciencia que el hombre tiene del principio divino que hay en él.
23. Y los esfuerzos de abstenerse de los pensamientos contrarios al amor por el prójimo y a la conciencia que el hombre tiene del principio divino que hay en él.
24. La complacencia con la lascivia y la lujuria del cuerpo llevan al hombre a todos los pecados, y para luchar contra los pecados, el hombre necesita hacer un esfuerzo para abstenerse de actos, palabras y pensamientos, que complazcan la lascivia y la lujuria del cuerpo, es decir, esfuerzos de renunciación al cuerpo.
25. La idea equivocada sobre la superioridad que algunas personas tienen con respecto a otras lleva a todo tipo de tentaciones, y por eso, para luchar contra las tentaciones, el hombre debe hacer esfuerzos para abstenerse de colocarse por encima de las otras personas con actos, palabras y pensamientos, es decir, esfuerzos de humildad.
26. El consentimiento de la mentira lleva al hombre a todas las supersticiones, y por eso, para la lucha contra las supersticiones, el hombre debe hacer esfuerzos para abstenerse de acciones, palabras y pensamientos contrarios a la verdad, es decir, esfuerzos de veracidad.
27. Los esfuerzos de abnegación, humildad y veracidad, al destruir en el hombre lo que obstaculiza la unión de su alma, por medio del amor, con otros seres y con Dios, siempre le dan el bienestar que puede alcanzar, y por eso lo que al hombre le parece un mal sólo es la señal de que el hombre comprende erróneamente su vida y no hace lo que le procura el bienestar que le es propio. Los males no existen.
28. Lo mismo que eso que el hombre cree ser la muerte existe sólo para aquellas personas que consideran su vida en el tiempo. En cambio, para las personas que entienden su vida en lo que verdaderamente consiste, en el esfuerzo que el hombre realiza en el presente para liberarse de todo aquello que obstaculiza su unión con Dios y con otros seres, no existe ni puede existir la muerte.
29. Para el hombre que entiende su vida de la única manera en que ésta puede ser entendida, en la unión cada vez mayor de su alma con todo lo vivo a través del amor, y con Dios a través de la conciencia de su propia divinidad, algo que se consigue únicamente mediante un esfuerzo hecho en el presente, no existe la cuestión de qué le ocurrirá a su alma tras la muerte del cuerpo. El alma no fue y no será, sino que siempre es en el presente. Cómo se vaya a concebir a sí mis ma el alma después de la muerte del cuerpo, al hombre no le está concedido saberlo, pero tampoco necesita saberlo.
30. Al hombre no le está concedido saberlo para que no tense sus fuerzas anímicas en la preocupación por el estado sólo de su alma individual, en un mundo imaginario, futuro, sino únicamente en alcanzar en este mundo, ahora, ese bienestar bien determinado y que no puede ser destruido con nada: el bienestar de la unión con todos los seres vivos y con Dios. El hombre no necesita saber qué pasará con su alma, porque si entiende su vida como ésta debe ser entendida, como una unión constante y cada vez mayor de su alma con el alma de otros seres y con Dios, entonces su vida no puede ser nada más que precisamente aquello a lo que él aspira, es decir, un bienestar que nada puede destruir.
PRÓLOGO
Los pensamientos aquí reunidos pertenecen a los más diversos autores, comenzando por la escritura brahmi, la confucionista y la budista, y llegando hasta los Evangelios, las epístolas y a muchos muchos pensadores tanto antiguos como modernos. La mayoría de estos pensamientos, tanto en su traducción como en su reconstrucción, han sufrido una modificación tan grande que me resulta incómodo calzarlos con la firma de sus autores. Los mejores de estos pensamientos anónimos no son míos, sino de los sabios más grandes del mundo. lev tolstói
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