EL Rincón de Yanka: BIEN COMÚN

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miércoles, 2 de julio de 2025

LIBRO "INDIOS, ESPAÑOLES Y NUESTRAMERICANOS": TRES IDENTIDADES, UNA HISTORIA EN COMÚN Y LA V REVOLUCIÓN INDUSTRIAL por MÓNICA LUAR NICOLIELLO

Indios, españoles 
y nuestramericanos
(Tomo I)

Tres identidades, una historia en común 
y la V Revolución Industrial

Hablar de «nuestramericanos» es remitirse a un gentilicio, un espacio geográfico y una forma de concebir a los países americanos.
En este trabajo académico, Mónica Luar Nicoliello Ribeiro sugiere, desde enfoques múltiples e interdisciplinarios, una posible respuesta al dilema que preocupa a la filosofía hispanoamericana: cuál es el camino para consolidar el desarrollo de nuestra comunidad en una región del mundo que, lejos de ser pobre, está muy bien dotada de recursos estratégicos. Este camino no puede hacerse a ciegas; requiere de un cambio cultural profundo sobre cómo nos vemos y cómo vemos el mundo.
El sistema técnico y económico del cual formamos parte está entrando en la V Revolución Industrial, cuyo secreto responde a la sinergia o combinación de energías que superan la suma de las esferas tecnológicas, sociales y culturales, la articulación de países, territorios y bloques en redes comerciales y en las diversas cadenas de valores.
Ante la pérdida de identidad regional, la autora plantea también la urgencia de reconstruir los nexos culturales e impulsar una mejor comprensión de nuestras profundas raíces civilizatorias, volver por los fueros de nuestros orígenes. Allí es donde encontraremos las primeras revoluciones auténticamente tecnológicas, las primeras formas de mundialización y, lo más importante, una mirada humanista para la cual cada vez más individuos son considerados como personas con un origen común y con una misma condición humana.
PREFACIO

El desafío de un diálogo, entretejido de múltiples dificultades, lo asume la historiadora Mónica Nicoliello en Indios, españoles y nuestramericanos (Tomo I). 
Es el intento complejo e incon­cluso, abierto al futuro, de tender puentes entre corrientes de pensamiento y prácticas latinoamericanas o nuestramericanas, dirigidas a la emancipación a través de la realización de la Patria Grande, así como de la tradición hispanoamericana de raíz his­panista. Esta es, a veces, desvirtuada por la nostalgia de viejas glorias imperiales, en lugar de cultivar lo realmente vivo de la cultura compartida.

La civilización de civilizaciones nuestramericana, de cuá­druple raíz civilizatoria (indígena, afrodescendiente, hispa­no-latina y mestiza, o de síntesis), sigue a la búsqueda de la definitiva independencia a través de la concreción de una pa­tria común, unida en un Estado federal plurinacional, como el proyecto de los Pueblos Libres de José Artigas, liberado de las potencias hegemónicas que históricamente han promovido su disgregación.

Aunque lo logremos, no marcará el fin de la historia. La mundialización continuará. En ella, seguiremos interactuando con otras civilizaciones, culturas, naciones y pueblos, en medio de conflictos sociales, renovadas luchas geopolíticas e innumerables desafíos tecnológicos. En consecuencia, en cualquier caso, estaremos en comunicación con los demás pueblos hispanoha­blantes del mundo: los de Europa, África y Asia. Nos espera, co­mo una nueva esfinge, la interrogación abierta por el sentido y la posibilidad del encuentro que nos arroja la escritora Nicoliello, en tanto seamos parte de la fraternidad o de la comunidad hu­mana universal (Fratelli tutti).
Luis Vignolo 
Director General 
de la Fundación Vivian Trías 
(Uruguay)

INTRODUCCIÓN
¿Puede uno proyectarse hacia el futuro sin un adecuado cono­cimiento y valoración del pasado? ¿Es posible que se consoli­de ese prospecto sin un ambiente cultural que lo fomente? ¿Ese futuro está asegurado si las nuevas generaciones no toman la bandera de las anteriores? ¿Puede haber estabilidad política sin instituciones prestigiosas comunes, fundadas en valores claros, reconocidas por todos más allá de la pluralidad de opiniones y las diferencias de intereses? ¿Puede mantenerse esa estabili­dad política sin integración económica y social, sin crecimiento y desarrollo?
La presente obra es una compilación de notas revisadas y ordenadas por la autora en los tres ejes temáticos que le dan nombre. Fueron escritas entre 2015 y 2020 como fruto de una militancia hispanoamericanista cuyo objetivo es afirmar los lazos de simpatía entre pueblos que tienen una historia común.1 Estos textos forman parte ele una primera entrega y quisieran ser un aporte para el fortalecimiento de una sensibilidad colectiva imprescindible para otras realidades, objetivas y necesarias, co­mo la formación de mercados comunes o mecanismos de confe­deración política que potencien nuestras capacidades y recursos, procesos que,con interrupciones y frustraciones, hace siglos que están en curso. Entre esas realidades se encuentra, aunque no únicamente, una V Revolución Industrial y tecnológica, donde ya no es viable mantener un modelo agroexportador (de «desa­rrollo hacia afuera») en un contexto de balcanización, y cada vez es más importante la inversión conjunta de tecnología en secto­res llamados «de punta». Por otro lado, las materias primas que interesan ya no son las tradicionales, sino las que resultan estra­tégicas para las nuevas fases de la Revolución Tecnológica.

Resolver las necesidades objetivas es imposible sin una cons­trucción subjetiva, vale decir, ideas, creencias y actitudes. Como afirma Peter Birle, la superación de prejuicios y creencias; entre ellos, una forma de entender la soberanía para la cual un orga­nismo supranacional implica una pérdida grave de soberanía lo­cal. Es el mismo diagnóstico de Juan Bautista Alberdi en 1844. Es verdad que hay un componente de imperiofobia en esto, co­ mo dice María Elvira Roca Barea.2 Por la misma razón es funda­mental superar el desconocimiento y la desconfianza recíprocos entre países; trascender la tendencia a mirar fuera de la región buscando tablas de salvación, o, en el extremo opuesto, resolver los problemas en solitario. Factores subjetivos son también los ideológicos, el tipo de relato histórico distorsionado por diver­sos motivos; una imagen degradada de nuestros procesos polí­ticos y sociales, en especial, una suerte de leyenda negra de los orígenes, pero también de la historia reciente, sobre todo si se piensa en el contraste que significa nuestra riqueza cultural e histórica con visiones negativas y autodestructivas introyectadas y naturalizadas. porque no somos suficientemente conscientes del valor de nuestro patrimonio histórico en el mundo.

Toda gran comunidad tiene algunas potentes imágenes orientadoras -y estimulantes para la autoestima de sus miem­bros- que cohesionan a millones de personas. Las tienen Rusia, China o el mundo anglosajón -la anglósfera-; sin esa cohesión se desmembrarían en débiles Rusias, Chinas o territorios anglo­sajones aislados, con grandes dificultades para la conservación de su patrimonio común, cultural y económico. Las federaciones o imperios que han implosionado han sido sustituidos de forma rápida por otros mecanismos de integración política y económi­ca, como es el caso de la URSS. en lugar del Imperio ruso. reem­plazada, a su vez, por la Comunidad de Estados Independientes, entre Europa Oriental y Siberia; el Imperio británico por la commonwealth -literalmente «Patrimonio común» formado por una misma herencia cultural y material- y su «relación especial» con EUA; o el Imperio chino por la República Popular China, con sus 1400 millones de habitantes; todos ellos con gran influencia política y económica en el mundo actual. Esto no ocu­rrió cuando se desmembró la monarquía hispánica. Aquí la ten­dencia fue la profundización de la desintegración entre países y dentro de los países.

La realidad es que América no se independizó de España ni de Filipinas ni de Guinea: la comun idad hispanohablante, en su conjunto, se desintegró.3 Sin embargo, la geopolítica nos muestra -decía Methol Ferré- la trascendencia de los estados continentales para los pueblos continentales 4 -como Canadá, EUA, Rusia y China considerados por separado-, y las uniones continentales del tipo de la Unión Europea, la Unión Africana o el Tratado Rusia-China para la Cooperación, de Shanghái.

Por otro lado, las talasocracias, producto de la conexión entre rutas marítimas, comerciales, y posiciones estratégicas, como el Imperio Británico y sucesores, son otro sistema de re­laciones que domina el mundo. Es lo que fueron -además de Inglaterra-, Holanda, Portugal, España, Arabia, el este de África y Malasia. La comunidad hispanohablante cuenta con ambas po­sibilidades -tiene salida a más mares y océanos que cualquier otra-, pero, como factor subjetivo, por nuestra débil conciencia geopolítica, las hemos ido cediendo a las que ahora son grandes potencias.5 (...)

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2 Cfr. Roca Barea, Maria Elvira, Imperiofobia y leyenda negra. Editorial Si­ruela, Madrid, 2019. La pregunta ya se la planteaba Juan Bautista Alberdi en una memoria del 12 de noviembre de 1844: ¿qué impide la reunión de un congreso hispanoamericano? El diagnóstico era muy parecido al actual:
la desconfianza a las instituciones continentales. Todavía es un obstáculo, nos dice Peter Birle en «Muchas voces, ninguna voz. "Las dificultades de América Latina para convertirse en un verdadero actor internacional" en Nueva Sociedad, N.º 214, marzo-abril de 2008. www.nuso.org.
4 Cfr. Methol Ferré, Alberto, "Los Estados continentales y el Mercosur". Edi­torial Hum, 2013. La idea de "Estados continentales" es elaborada por el político y docente chileno Felipe Herrera (1922-1996), militante de la integración hispanoamericana, al escribir sobre Estado Nación Continental o Pueblos Continentes. En esto fue sucesor de Joaquín Edwards Bello, quien en 1925 publicó "Nacionalismo continental", y de Antenor Orrego, con "Pueblo continente", en 1937. Alberto Methol Ferré (1929-2009) toma y desarrolla la idea, que recoge desde su planteo.
5 Esto es muy claro en el caso de México, sucesor de Nueva España, con dominio sobre los actuales estados del sur y oeste de los EUA. el Caribe, Centroamérica, el océano Pacífico y una serie de puntos estratégicos en Asia, como Filipinas, que fue Capitanía del Virreinato. pero también en el caso del Río de la Plata, con dominio sobre el Atlántico Sur, hasta Guinea, la Patagonia e islas australes como Malvinas y la Antártida.

Indios, españoles y nuestramericanos. Con Mónica Nicoliello Ribeiro

domingo, 19 de enero de 2025

EL PRINCIPIO DEL BIEN COMÚN por FERNANDO DEL PINO CALVO-SOTELO 👪


Sobre el bien común

Decía Peter Kreeft que una sociedad buena es aquella en la que es fácil ser bueno. En este sentido, ¿es buena nuestra sociedad? Y ¿de qué depende su bondad? El concepto esencial para responder a esta pregunta es el bien común, un concepto tan relevante que explica en gran medida el destino de las sociedades, el bienestar y felicidad (siempre relativa) de sus ciudadanos y su desarrollo material, intelectual, emocional y espiritual. Por lo tanto, el bien común tiene una importancia trascendental, a pesar de lo cual es raro que se mencione y aún más raro que se comprenda.

Definamos el bien común

Utilizando la vía negativa, conviene aclarar en primer lugar lo que el bien común no es. El bien común no es la suma de los bienes de los miembros de una sociedad, ni se refiere a los bienes de titularidad pública, a la existencia de servicios públicos o a algún tipo de colectivismo o redistribución de la riqueza. Esto no quiere decir que el bien común no trate estas cuestiones materiales y económicas, sino que alcanza un significado humano mucho más amplio y profundo. El bien común tampoco es un juego de suma cero ni se opone al bien privado; no es excluible, sino que beneficia a todos.

¿Qué es entonces? Su definición más precisa es la siguiente: El bien común es el conjunto de condiciones sociales que permiten a los ciudadanos el desarrollo expedito y pleno de su propia perfección[1]. En otras palabras, el bien común hace referencia a la creación y mantenimiento de un marco institucional, político, social, jurídico y económico y, ante todo, de un êthos o moral compartida que facilite la consecución de una plenitud de vida, de una realización trascendente y holística de cada individuo y, en consecuencia, del logro parcial de la felicidad que todos anhelamos[2].

El bien común crea un marco de actuación y un caldo de cultivo, pero no ofrece un resultado predeterminado. Se trata de una condición necesaria, pero no suficiente. Hace posible que las personas puedan florecer, pero no lo garantiza, pues todo dependerá siempre del más elevado atributo del ser humano: su libertad. Como dijo el Sabio hace 2.200 años: 
«Al principio Dios creó al hombre y lo dejó en poder de su libre albedrío. Él ha puesto delante fuego y agua: extiende tu mano a lo que quieras. Ante los hombres está la vida y la muerte, y a cada uno se le dará lo que prefiera»[3]. 

En otras palabras, el bien común es la tierra buena que permite germinar al hombre, pero, en última instancia, éste, como sujeto autónomo de decisión moral, «dueño de su destino y capitán de su alma»[4], será siempre el responsable último de dar fruto. En el ser humano, libertad, responsabilidad y dignidad son inseparables.
De todo ello se desprende que el concepto de bien común se aleja de cualquier idea de igualitarismo, pues el desarrollo pleno de cada individuo es siempre relativo y su fruto dependerá de sus capacidades intelectuales, morales y emocionales, que varían de individuo en individuo y dan resultados diferentes que son justos precisamente por ser diferentes.

La defensa de la vida y de la familia

El primer elemento del bien común es el respeto a los derechos y libertades fundamentales del individuo, comenzando por el derecho a la vida desde la concepción a la muerte natural. El bien común exige, por tanto, una cultura que ensalce y defienda la vida a toda costa, una sociedad en la que prevalezca el respeto absoluto a la vida como un don que no depende de la voluntad y del deseo de nadie. En este sentido, la triste y gris Cultura de la Muerte que ha impregnado nuestras sociedades, que no sólo normaliza el horror del aborto y la eutanasia, sino que los identifica con el progreso, no indica civilización sino barbarie, y retrata una sociedad enferma y, en cierto sentido, grotesca, pues nada hay más ridículo que creerse lo contrario de lo que uno es.

El bien común exige la defensa de la familia como pilar básico de la sociedad de modo que el niño tenga la posibilidad de crecer en un ambiente familiar estable con su padre (cromosoma XY) y su madre (cromosoma XX). Es, por tanto, contrario al bien común fomentar el divorcio como hace en España la ley del divorcio exprés (PSOE-PP), que eliminó prácticas dilatorias que proporcionaban al matrimonio tiempo para discernir la decisión que estaba a punto de tomar. Una política favorable al bien común sería la opuesta: ayudar a los matrimonios a evitar, en la medida de lo humanamente posible, un paso que no tiene vuelta atrás. También es contrario al bien común (y a la verdad) el silenciamiento cultural ―por ejemplo, cinematográfico― del sufrimiento que supone para la mayor parte de sus protagonistas, en especial para los hijos.

La defensa de la libertad

Otro componente imprescindible del bien común es el respeto a la libertad individual. La libertad es el oxígeno del alma, sin el cual ésta se marchita. En este sentido, resulta inquietante la paulatina represión de libertades personales que hemos sufrido en las últimas décadas en esta Europa secuestrada por una UE crecientemente oscura.
El caso de España desde 1975 es especialmente paradójico. Nadie imaginó que el precio de obtener una muy restringida libertad política, basada en poco más que un ritual de voto bastante inútil realizado un día cada cuatro años, era perder enormes grados de libertad personal, robada por la opresión burocrática y el magno latrocinio impositivo de ese Estado semi totalitario llamado Estado de Bienestar. Así, el español medio paga hoy el doble de impuestos que pagaba en 1974 y encima soporta un número de prohibiciones y a una exigencia cotidiana de permisos administrativos muy superior al de hace medio siglo. Hemos pasado de una dictadura a otra, mucho más hipócrita.
¿Y qué decir de la libertad de pensamiento y de expresión, perseguidas en plena «democracia» por la tiranía de la corrección política y la censura más impudorosa? ¿Y qué decir de la libertad religiosa, especialmente del cristianismo, perseguido e injuriado por bufones que jamás se atreverían a hacer lo mismo con otras religiones?

El progreso económico como bien común

El bien común también exige un sistema económico que fomente la creación de riqueza. Afortunadamente, no hay que inventarlo, por ser bien conocido: la economía de mercado, enmarcada en un entorno de seguridad jurídica, con un Estado pequeño y, sobre todo, desde el respeto a la propiedad privada, condición sine qua non para el progreso económico y «principio fundamental que ha de considerarse inviolable»[5].

El estatismo, la inseguridad jurídica y los impuestos son enemigos de la propiedad privada. Así, resulta axiomático que una sociedad sin seguridad jurídica y con impuestos altos típicos de nuestros Estados-vampiro, o en la que los okupas gozan de mayores derechos que los legítimos dueños de las viviendas, será más pobre, inestable e injusta que una sociedad con seguridad jurídica, impuestos bajos y clara protección del derecho a la propiedad.
Dicho eso, un sistema adecuado es una condición necesaria pero no suficiente para el progreso económico, que siempre dependerá en última instancia de la actuación del individuo. Ningún sistema o estructura social puede resolver el problema de la pobreza como por arte de magia sin una «constelación de virtudes: laboriosidad, competencia, orden, honestidad, iniciativa, frugalidad, ahorro, espíritu de servicio; cumplimiento de la palabra empeñada, audacia; en suma, amor al trabajo bien hecho»[6].

Del mismo modo, una sociedad en la que las normas se multiplican como células cancerosas y pueden ser interpretadas arbitrariamente, una sociedad en la que se aprueban constantemente leyes inicuas y siempre cambiantes, fruto del capricho de una mayoría que sólo busca perpetuarse en el poder, es contraria al bien común. En el mismo sentido, una sociedad en la que los máximos órganos jurisdiccionales están politizados y caen en la más abyecta prevaricación no puede ser una sociedad buena, al contrario que una sociedad regida por leyes justas basadas en principios inmutables, en normas consuetudinarias, en la Ley Natural y en el sentido común, y con una Justicia independiente.

El bien común exige que aquellos que se vean imposibilitados para salir adelante por sus propios medios sean cuidados por la comunidad y no abandonados a su suerte, pues una sociedad que no protege a sus miembros más débiles no puede denominarse buena. Sin embargo, cuidar de esa pequeña minoría que no puede cuidarse a sí misma nada tiene que ver con la trampa del Estado de Bienestar[7], cuyo férreo manto «protector» (una prisión encubierta) cubre innecesariamente a toda la población con el único objetivo de controlarla, es decir, como coartada para lograr un Estado de Servidumbre. Como pudimos comprobar con la DANA de Valencia, la comunidad puede voluntaria y espontáneamente cuidar de sus miembros con mucha mayor agilidad y eficacia que un Estado anquilosado controlado por intereses mezquinos.

Pero lo más perverso del Estado de Bienestar es que hace creer al común de los ciudadanos que nunca podrá valerse por sí mismo, sino que siempre necesitará al Estado, una creencia falsa y denigratoria que se opone frontalmente tanto al bien común como al principio de subsidiariedad que debe regir toda sociedad[8].

El respeto a la verdad y a la palabra dada

Como nos recuerda Thomas Woods, «todos los países que han sido económicamente exitosos poseían derechos de propiedad robustos y una clara exigencia de cumplimiento de los derechos contractuales»[9]. Diciendo lo mismo con otras palabras, Richard Maybury basa el éxito de una sociedad en dos principios: no violes los derechos y propiedades de los demás y cumple lo que has acordado.

El bien común, por tanto, también exige cumplir las promesas, los contratos y, en definitiva, la palabra dada, partiendo de las promesas personales. Una sociedad que respeta un apretón de manos y no requiere la firma de un complejo contrato para cada pequeña acción es una sociedad buena y eficiente, pues sin un mínimo de confianza toda sociedad se convierte en inoperativa: a veces el comprador paga por adelantado y otras el proveedor entrega su producto sin haber cobrado, y en ambos casos subyace una confianza en que la otra parte cumplirá lo debido, la misma que tiene el prestamista en el prestatario.

En la política también resulta clave poder confiar en las promesas electorales a cambio de las cuales el ciudadano entrega su voto, esto es, su soberanía política. Resulta obvio que en nuestras pervertidas democracias esto es una quimera, lo que debilita enormemente el bien común.
Asimismo, el bien común exigiría que los medios de comunicación tuvieran cierto apego a la verdad, pero desgraciadamente éstos están hoy entregados a la propaganda, a la defensa de intereses espurios y a la mentira.
Respetar la palabra dada es respetar la verdad, pero ¿qué lugar reservamos para la verdad en nuestra sociedad de hoy? La pregunta no es si se miente más o menos que antes, sino si la mentira está socialmente estigmatizada o normalizada. Éste no es un tema baladí, pues de la institucionalización de la mentira surge un cinismo crónico que es como un veneno de efecto lento que va pudriendo la sociedad por dentro.

La exigencia de la paz

En último término, el bien común exige que haya paz, entendida no sólo como ausencia de enfrentamiento bélico, sino en sentido amplio. La paz exige que el debate político esté acotado en fondo y forma dentro de un marco de convivencia y de unas reglas respetadas por todos. En este sentido, el bien común exige la existencia de un diálogo tolerante y respetuoso desde el respeto a la verdad, pues la verdad siempre tiene prioridad sobre el consenso.
En este aspecto es posible que nos encontremos ante un problema sistémico. En efecto, la democracia deriva por su propia naturaleza en la polarización social, pues los políticos excitan las pasiones de los votantes, incitando al miedo al adversario y arrastrando a la ciudadanía a un ambiente de intolerancia e ira crecientes.

Pero la paz incluye también la paz en los hogares, obstaculizada por la permanente lucha de sexos en la que hoy nos han sumergido. Este fenómeno, introducido por la agenda globalista como destructor de familias y sustituto de la lucha de clases, ha permeado peligrosamente en gran parte de la sociedad y es uno de los grandes enemigos de la paz familiar y, por tanto, del bien común.
Finalmente, la paz requiere de un esfuerzo por alcanzar la paz interior, tantas veces esquiva, pero aún más difícil de lograr en una sociedad relativista, hedonista y nihilista que vive de espaldas a la realidad última de esa criatura llamada hombre; una sociedad sin Dios y sin rumbo, pues carece de la brújula del bien y del mal, desesperanzada y triste, a pesar de sus falsas apariencias, una sociedad, en fin, que, engañada por quienes sólo desean dominarla, escarba en la basura creyendo que allí encontrará los manjares que la dejarán ahíta.

Querido lector: el bien común se apoya en el derecho y la libertad, en el orden y la justicia, en la familia y la propiedad privada, en la verdad y la paz. No creo que la sociedad española reúna hoy estas condiciones, pero si queremos mejorarla, éste es el camino, y no otro.
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[1] Juan XXIII, Mater et Magistra 65.
[2] Martin Rhonheimer, The Common Good…Catholic University of America Press, 2013.
[3] Eclo 15, 16-18
[4] W. E Henley, Invictus (1875)
[5] León XIII, Rerum Novarum 11 (1891)
[6] Juan Pablo II, Discurso en la Cepal en Chile (3-4-1987)
[7] El verdadero coste del Estado de BienestarFernando del Pino Calvo-Sotelo
[8] Sobre la justicia social – Fernando del Pino Calvo-Sotelo
[9] Thomas Woods Jr, The Church and the Market, Lexington Books 2005.

VER+:


¿Como hablar de «bien común» en el ambiente actual contrario a todo discurso que ponga en el centro la atención al otro y la prioridad de los intereses generales sobre los personales?
¿Tiene sentido en la situación actual seguir hablando del «bien común»? En contraposición, la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) ha respondido con la encíclica Caritas in veritate, con la que Benedicto XVI se remonta a la raíz del problema. El papa, en primer lugar, identifica la causa principal de la crisis del concepto mismo de bien común en la «ideología tecnocrática»; en segundo lugar, muestra que aún hoy es posible y necesario reabrir el discurso sobre el «bien común», fundamentándolo en los principios de la legalidad y la ética, y abriéndolo a la dimensión trascendente de la conciencia religiosa.



domingo, 6 de octubre de 2024

LIBROS "EL SENTIDO DE LA HISTORIA" y "EL SENTIDO DE LA VIDA": ASÍ COMIENZA LA EDAD DE ORO DE LA HUMANIDAD y "EL SENTIDO DE LA JUSTICIA": ATRACO EN NOMBRE DE LA LEY por RAFAEL PALACIOS


EL   SENTIDO  DE   LA 
HISTORIA

ASÍ COMIENZA LA EDAD 
DE ORO DE LA HUMANIDAD


George Orwell dejó dicho que “quien escribe el pasado, controla el presente y el futuro”. hasta que leas este libro no entenderás hasta qué punto el escritor inglés estaba en lo cierto. Arrancando en la revolución francesa, esta obra desmenuza las trampas colocadas en la historia oficial para que no comprendiéramos el origen de las guerras, las crisis económicas y el fenomenal vacío existencial del hombre moderno. 

El colapso de nuestra civilización, que prometen el paraíso a través de la tecnología, queda perfectamente explicado a la luz de una inmensa sucesiones de datos hasta ahora desconectados. Juntos y ordenados, estos datos en gran parte secretos conforman una visión de la historia con sentido, con significado, y nos llevan a la conspiración como la única manera de explicar los problemas que ha padecido el ser humano. La nueva ciencia de la "conspirología”. 
Como resultado, al leer esta obra todos los problemas que aquejan al ser humano moderno encuentran solución, bajo una única clave: unir los acontecimientos en base a la información censurada. Por eso, este monumental libro conecta la historia con el periodismo más actual: al conocer la historia real, el futuro aparece claro y diáfano.

EL SENTIDO DE LA HISTORIA POR KARL LÖWITH: "Ahora el mundo se asemeja a una almazara; es el momento del estrujamiento. Pero si eres alpechín, sales por la cloaca; si aceite, quedas en la zafra. Es necesario, pues, el estrujamiento. Fíjate en el alpechín; fíjate en el aceite. De vez en cuando se da en el mundo algún estrujamiento: por ejemplo, el hambre, la guerra, la escasez, el alza de precios, la pobreza, la mortalidad, el pillaje, la avaricia. Son los estrujamientos de los pobres, los sufrimientos de las ciudades; una y otra cosa estamos viendo. Fueron predichas como futuras y ahora vemos que son realidad. Hay hombres que en medio de estos estrujamientos murmuran y dicen: 
«¡Ved cómo abundan los males en los tiempos cristianos! ¡Cómo abundaban los bienes antes de ellos! Entonces no había tantos males». 
Este alpechín es resultado del estrujamiento, corre por las cloacas. Su boca es negra porque blasfema; no brilla. El aceite reluce. Hallas otro hombre que sufre también estrujamiento, la misma trilla que trilló al otro. ¿Acaso no es la misma trilla que le trilló a él? Habéis escuchado la voz del alpechín; escuchad la del aceite: «Gracias a Dios. Bendito sea su nombre. 
Todos estos males con los que nos trituras habían sido antedichos; estamos seguros de que llegarán también los bienes. Cuando nos enmendamos tanto nosotros como los malos, se cumple tu voluntad. Te conocemos como un padre que promete y como un padre que azota; edúcanos y danos la heredad que prometiste para el final. Bendecimos tu santo nombre, porque en ninguna circunstancia fuiste mentiroso. Todo lo has mostrado como lo habías prometido». En estas alabanzas que manan del estrujamiento corre el aceite hacia las zafras. Con todo, puesto que este entero mundo es una almazara, al que también se aplican como nueva semejanza las palabras: como el oro y la plata se acrisolan en el horno, así la tentación de la tribulación prueba a los justos, se pone también la semejanza del crisol del orífice. En el pequeño recipiente hay tres cosas: fuego, oro y paja. También en él contemplas la imagen del mundo entero: dentro de él se encuentra paja, oro y fuego. 
La paja se quema, el fuego arde y el oro se acrisola. Del mismo modo, en este mundo existen los justos, los malvados y la tribulación. El mundo escomo el crisol del orífice, los justos como el oro, los malvados como la paja, la tribulación como el fuego. ¿Acaso se purificaría el oro si no se quemase la paja? Acontece que los malvados se convierten en cenizas, pues cuando blasfeman y murmuran contra Dios se vuelven cenizas. Allí mismo el oro purificado —los justos que con paciencia soportan todas las molestias de este mundo y alaban a Dios en medio de sus tribulaciones—, el oro purificado —repito— pasa a los tesoros de Dios. Efectivamente, Dios tiene tesoros adonde enviar el oro purificado; tiene también basureros adonde arroja la paja convertida en ceniza. 
Una y otra cosa sale de este mundo. Tú considera qué eres, pues es preciso que venga el fuego. Si te halla siendo oro, te quitará la ganga; si te encuentra siendo paja, te quemará y te reducirá a cenizas. Elige qué ser, pues no podrás decir «me libraré del fuego». Ya estás dentro del crisol del orífice al que es preciso aplicar el fuego. De ninguna manera podrás estar sin fuego: una razón más por la que te es necesario estar en él". (SERMÓN 113 A (=Denis 24) Traductor: Pío de Luis Vizcaíno, OSA El rico epulón y el pobre Lázaro).


JAQUE MATE AL MAL

Introducción

La idea de escribir este libro de sabiduría, en unos tiempos tan poco dados a la reflexión, llegó a mí un día con una fuerza tal que tuve que salir a pasear para asimilar la envergadura del nuevo proyecto en el que me iba a embarcar. Una emoción tan grande, que me dispuse a cruzar la calle sin atender a que el semáforo todavía estaba a punto de cambiar de verde a rojo cuando, una milésima de segundo antes de poner mi primer pie en la vía, una persona que esperaba conmigo en el paso de cebra me hizo una seña de que un autobús venía a toda prisa, por el carril por el que no está autorizado a circular… Esa seña hizo que me detuviera, que me detuviera justo a tiempo de que el autobús silbara su viento a unos centímetros de mi cara. Una milésima de segundo de retraso o la inexistencia de ese buen samaritano y el espejo retrovisor del autobús me hubiera reventado, literalmente, la cara.

Fue esa señal de un desconocido, tan extraña en una ciudad que camina tan deprisa como Madrid, la que me salvó la vida y, por tanto, la que hizo posible que hoy puedas leer este libro. Recuperado el pulso de mi corazón apenas di unos pasos en la dirección que pretendía, y convenciéndome a mí mismo que nada importante había en realidad ocurrido, me crucé con un hombre que me abordó, impetuoso, de la siguiente manera: -Tú no me conoces, pero yo a ti te conozco de tus vídeos. Iba en el autobús: por poco te atropellamos. Lo he visto todo desde el autobús. ¡De menuda te has librado! Por si no me había dado perfecta cuenta de lo que acababa de suceder, este seguidor confirmó que aquella mañana, como si tal cosa, tenía que dar gracias de no estar muerto… o en el hospital. ¡Ya es casualidad que uno de mis seguidores fuera en el autobús que a punto estuvo de quitarme la vida! O sea, que este libro es posible gracias a que ha habido un ángel que quería que lo hiciera, como me lo dejó bien claro mi propio seguidor. Algo así como un año después, y en medio de muchas otras batallas y un proceso de filtrado de sentencias, terminé de recopilar las 365 que estás a punto de leer. El momento en el que comenzamos el proceso de publicación del libro no puede ser más contrario al espíritu que preside este libro: una serie de consejos y principios morales para derrotar el Mal.

Cuando escribo estas líneas nos encontramos en medio del golpe de estado mundial conocido como el ataque bioterrorista del Covid-19, que nos mantiene secuestrados desde hace ya dos meses y medio, con la gente caminando por la calle, como autómatas, con mascarillas, y con la amenaza de que nuestras vidas no volverán a conocer la libertad, bajo el tiránico lema de la “Nueva Normalidad”. Parece pues que el Mal ha derrotado al Bien y, sin embargo, aquí se yergue esta obra que promete ofrecer las claves para que el Mal nunca más se vuelva a apoderar de los seres humanos. El objetivo de esta obra es llegar a la esencia de los principios y los valores que son constitutivos del Bien, en apenas unas pocas líneas, de manera que se conviertan en “memes” de fácil transmisión y ayuden a desatascar la perdida civilización en la que vivimos, sobre unos sólidos cimientos al alcance de la gente común, al contrario de los abstrusos presupuestos ideológicos que dominan hoy día la política, la justicia, la ciencia, la salud y la cultura, por poner sólo algunos de los ámbitos más influyentes.

Toda esta exposición se erige sobre la existencia de un Orden Natural, que no sólo mueve en un orden perfecto el Cosmos sino que también gobierna nuestro planeta, a través de la Naturaleza y la Energía que todo lo mueve: cuando “algo” se descoloca de su orden natural, algo se recoloca en otro lugar como compensación de ese orden perfecto, en lo que he dado en denominar “la simetría causal”, y que afecta a la psicología, la sociología, los valores y principios del ser humano, lo que prueba la existencia de ese orden natural que llamamos Dios.

De alguna manera, estas 365 sentencias son la destilación de la investigación y el pensamiento que ido cosechando a lo largo de estos últimos 20 años y que culminó en la publicación de 15 libros a lo largo de este siglo XXI, miles de noticias y cientos de vídeos, conferencias y entrevistas, así como mi propia experiencia durante los 50 años que he vivido cuando he redactado este libro. Así pues, este es un libro de filosofía, pero de filosofía de la calle, de filosofía de la vida, que nace del enfrentamiento directo con el Mal, hasta el punto de lograr desmenuzar todas y cada una de sus estrategias, tácticas y técnicas, una de cuyas más exitosas es el travestismo, la imitación y la disimulación para aparentar ser el Bien.

Ojalá que cuando este libro llegue a tus manos la rebelión se haya abierto paso de entre los negros nubarrones que ciernen a la Humanidad. Entonces, será el momento de reconstruir la sociedad humana y, por tanto, momento óptimo para que este libro sea conocido. Que lo disfrutes.
 
Este libro contiene las claves para entender por qué el ser humano soporta tal grado de injusticia, en nombre de la Ley. En todo el mundo vemos cómo, día tras día, los expedientes de casos en los que se deberían juzgar las más importantes malversaciones de gastos en el propio estado se amontonan en los juzgados sin que la justicia intervenga y en asuntos gravísimos relacionados con la integridad de la infancia los jueces se inhiben cuando los acusados pertenecen a la élite del sistema democrático. Las evidencias son irrefutables: padecemos una corrupción en la administración de justicia de tal magnitud que me ha decidido a escribir un libro sobre este valor y, específicamente, por la trayectoria que llevó al ser humano a tal grado de degradación. 
El libro que estás a punto de leer nace del intento por explicar la Historia del Ser Humano bajo las premisas con las que encontré el sentido de la modernidad en El Sentido de la Historia: los ataques de bandera falsa, la usura/dinero-deuda y el ocultamiento del conocimiento, a las que añado en esta obra la batalla entre el derecho natural y el derecho positivo y la influencia de las creencias religiosas y ocultistas para determinar quién tiene derecho a emitir la moneda, convencido de que la relación entre "dinero, dios y ley” es vital para entender el sentido que ha operado la noción de Justicia.

EL COMIENZO DE LA EDAD DE ORO:
RAFAPAL EXPLICA EL SENTIDO DE LA HISTORIA EN EL MOMENTO PRESENTE

La intrahistoria, los hechos ocultos del devenir histórico desde la Revolución Francesa hasta nuestros días, dirigidos por una élite que a través de un proceso de ocultación de la Verdad, ha desarrollado un proyecto para robar el alma de la Humanidad, instalando un falso progreso que nos ha llevado a una era de oscuridad, a una guerra entre el Bien y el Mal. Sin embargo, el progresivo despertar de la Humanidad está marcando el comienzo de una EDAD DE ORO, donde triunfará el BIEN.

lunes, 26 de febrero de 2024

LIBRO "RETORNO AL ORDEN (RETURN TO ORDER)": DE UNA ECONOMÍA FRENÉTICA A UNA SOCIEDAD CRISTIANA ORGÁNICA por JOHN HORVAT II


RETORNO
AL   ORDEN

De  una economía frenética 
a una sociedad cristiana orgánica 

Dónde hemos estado, 
cómo llegados aquí 
y adónde debemos ir

Prólogo 
por Harry C. Veryser 

El argumento presentado en este libro es muy singular ya que mezcla, al mismo tiempo, lo antiguo y lo nuevo. Se remonta a los pensamientos de Platón y Aristóteles. En su libro La República, Platón argumenta que el estado de la mancomunidad es el estado de las almas individuales. Veía en las sociedades democráticas un peligro: el deseo de la gente hacia satisfacciones corporales podría rebasar los recursos del Estado y resultar, finalmente, en una tiranía. 
El profesor Harry C. Veryser fue el director del posgrado en Economía en la Universidad de Detroit Mercy, desde 2007 hasta 2012. Durante sus años de enseñanza, ha formado parte de las facultades de la Universidad de Northwood, St. Mary’s College-Orchard Lake, Hillsdale College, y Ave Maria College. Actualmente, está en el gabinete de asesores de The Mackinac Center for Public Policy y el Acton Institute for the Study of Religion and Liberty. Él es el autor de Nuestra crisis económica: fuentes y soluciones y No tuvo que ser de esta manera: por qué el auge y caída no es necesario y cómo rompe el ciclo la Escuela Austriaca de Economía (ISI Books, 2013). 
Aristóteles también estaba preocupado por los problemas de la sociedad democrática en la que las personas, al ser libres, permitirían que sus deseos se desordenaran y repercutieran en el bien común. Como solución, propuso un régimen mixto o constitucional. 
Este argumento fue retomado a mediados del siglo XX por el destacado escritor Russell Kirk. En un importante ensayo, titulado El problema de la justicia social, Kirk argumentó que el desorden del alma se reflejaba en el desorden de la República. 
En Retorno al orden, John Horvat II continua el argumento y lo adapta al siglo XXI. Aplicándolo a la crisis económica, financiera, social y, por último, moral, que afronta la civilización occidental, Horvat aboga por un retorno a las virtudes cardinales, en particular, a la templanza. Esta es una nueva manera de mirar a la economía y el orden social presentes. 

Mientras que Platón y Aristóteles se centraron en los factores políticos (aquellos de una sociedad democrática y los deseos desordenados de la población de utilizar medios políticos para lograr sus satisfacciones), Horvat considera como un factor mayor el enorme éxito tecnológico que se ha dado desde la Revolución Industrial hasta nuestros días. 
Con el aumento de la productividad, la gente pudo disfrutar de un nivel de vida hasta entonces soñado por las generaciones pasadas. Cuantos más deseos se satisfacían, más crecían las frenéticas explosiones de expectativas. Tan grande fue el deseo de satisfacer estos beneficios que la sociedad política empezó a romper las condiciones previas necesarias para una sociedad próspera. ¡La intemperancia reinó! 
Puesto que la intemperancia es una cuestión de hábito, las personas se acostumbraron a grandes expectativas y satisfacciones, hasta que, finalmente, en palabras de un economista, empezaron a consumir la semilla de maíz del capital moral. De este modo, el interés propio desapareció en la intemperancia. 

Fue como si un hombre joven, al que sus abuelos le han dejado un gran legado, lo echara todo a perder. Podríamos rescatar de las Escrituras la parábola del Hijo Pródigo, en la que el hombre joven, habiendo recibido una gran riqueza, la malgastó en deseos intemperantes. 
Horvat considera que Estados Unidos es ese tipo de sociedad. Sostiene que la incapacidad de muchos para controlar sus deseos les lleva a la “intemperancia frenética,” estableciendo las pautas de la sociedad. Y, ¿cuál fue la consecuencia? El despilfarro de una gran herencia. 
Horvat nos llama a regresar a la casa de nuestro Padre, no solo de forma individual sino colectiva. Si hacemos esto, no solo volveremos a hacer nuestras almas más virtuosas, sino que Estados Unidos será, una vez más, una nación grande y próspera. 

Introducción 

Retomando el Rumbo 

Si hay una imagen que corresponda al estado de la nación, sería la de un crucero en una travesía interminable. En cada una de sus cubiertas, encontramos todo tipo de comodidades y entretenimientos. Las bandas tocan, los teatros están llenos, los restaurantes abarrotados y las boutiques bien provistas. El ambiente destaca aparentemente por la diversión y la risa. Por todas partes hay espectáculos deslumbrantes, juegos divertidos y artefactos. Siempre hay un chiste o un baile más para que la fiesta no termine. El crucero da una impresión casi surrealista de fantasía, desenfreno y deleite. Normalmente, los cruceros son celebraciones para ocasiones especiales, pero este crucero es diferente. Durante décadas, muchos han llegado a ver el crucero no solo como unas vacaciones, sino como un derecho. Ya no es una ocasión excepcional, sino la norma. Más que abandonar el barco, muchos buscan, en cambio, prolongar la fiesta a bordo, sin preocuparse por un destino final o por quien vaya a pagar la cuenta. 

El colapso de un sistema 

Incluso los mejores cruceros alcanzan un punto de agotamiento. Incluso las mejores tienen una duración limitada. Detrás del barniz festivo, las cosas empiezan a desmoronarse. Se producen peleas y desacuerdos entre los pasajeros. Los miembros de la tripulación discuten y recortan en gastos. Los problemas económicos acortan las celebraciones. Pero aún nadie es lo suficientemente valiente como para sugerir que la fiesta no debe continuar. Este concepto es una forma de explicar la crisis actual. Como nación, estamos en el mismo dilema que aquellos en una fiesta de crucero interminable. Económicamente, hemos alcanzado un nivel de insostenibilidad, con déficits de billones de dólares, crisis económicas y cracks financieros. En lo político, hemos llegado a un punto de inmovilidad, ya que la polarización y la lucha dificultan la realización de tareas. Desde el punto de vista moral, hemos caído tan bajo con la ruptura de nuestros códigos morales, que nos preguntamos cómo sobrevivirá nuestra sociedad. El rumbo del crucero nos lleva a la ruina, pero las bandas siguen tocando. En lugar de afrontar estos problemas, muchos buscan formas de prolongar la fiesta. Nadie se atreve a dar la fiesta por terminada. 

No estamos preparados para afrontar la tormenta 

A los problemas internos de nuestro crucero se suman los externos. Nos enfrentamos a un inminente colapso económico que aparece en el horizonte como una amenaza de tormenta. Pocos quieren admitir que la tormenta se avecina. Es difícil determinar cuándo estallará, si en unos meses o incluso en años. Además, tampoco sabemos exactamente cómo se desencadenará, ni cuáles son los medios precisos para evitarla. Lo que sí sabemos es que la tormenta se avecina. No es solo una tempestad pasajera, pues ya sentimos sus fuertes vientos. Por su gran magnitud, intuimos que hay algo en esta crisis particular que afecta al mismo núcleo de nuestro orden estadounidense. Tendrá consecuencias políticas, sociales e incluso militares. Lo que la hace tan grave es que nuestro barco, tan mal equipado y con una tripulación tan dividida, se aproxima a esta tormenta cada vez más amenazante. En el pasado, teníamos una unidad y una proyección que nos ayudaban a mantener el rumbo correcto en tormentas como estas. Estábamos sólidamente unidos en torno a Dios, la familia y la bandera, pero ahora parecemos estar fragmentados y polarizados. Por nuestra gran riqueza y poder, en su día conservamos el respeto y el sobrecogimiento de naciones, pero ahora somos atacados por enemigos inesperados y abandonados por amigos y aliados. Actualmente, nuestras certezas tambalean; nuestra unidad está en duda. Hay ansiedad y oscuro pesimismo sobre nuestro futuro. 

Nuestro propósito 

The American Society for the Defense of Tradition, Family and Property (TFP) es un grupo de compatriotas católicos preocupados por el estado de la nación. Esta preocupación dio lugar a la formación de una comisión de estudios que profundizaría bastante en las causas de la presente crisis económica. Motivados por el amor a Dios y a la patria, entramos ahora en el debate con las conclusiones de esta comisión. Indicaremos en qué nos hemos equivocado como nación. Nuestro deseo es sumarnos a todos aquellos estadounidenses de mentalidad práctica que consideran inútil prolongar la fiesta. Ha llegado el momento de darla por terminada. Ahora toca cerrar las escotillas y trazar un rumbo de cara a la tempestad que se avecina. Aunque la tormenta sea traicionera, no necesitamos navegar en aguas inexploradas. Por eso, estas consideraciones parten de nuestras profundas convicciones católicas y se basan, en gran medida, en las enseñanzas sociales y económicas de la Iglesia, que dieron origen a la civilización cristiana. 

Creemos que estas enseñanzas pueden servirnos de faro; contienen ideas valiosas e iluminadoras que beneficiarán a todos los estadounidenses, ya que no solo se basan en cuestiones de fe, sino también en la razón y los principios del orden natural. Tener este faro es un asunto de vital urgencia porque navegamos en aguas peligrosas. No podemos seguir los derroteros socialistas hacia la anarquía y la revolución que han hecho naufragar a tantas naciones a lo largo de la historia. A menos que tengamos la valentía de basarnos en nuestra rica tradición cristiana y depositar nuestra confianza en la Providencia, no nos libraremos del desastre en la tormenta que se avecina ni llegaremos a buen puerto. Dado que la tormenta es principalmente de naturaleza económica, ese será nuestro foco principal. Sin embargo, no se trata de un tratado. Más bien, ofrecemos un análisis basado en observaciones de desarrollos económicos en la historia a partir del cual hemos construido una serie de tesis, que presentamos sucintamente, sin excesivas pruebas o ejemplos. 
Desarrollar plenamente cada tesis es una vasta tarea más allá del alcance de este trabajo. 
Nuestro propósito es ofrecer una plataforma para el debate; encontrar un remedio. Invitamos a aquellos que entren en este debate a aplicar los principios generales aquí expuestos a las circunstancias concretas. 

Un gran desequilibrio económico 

Nuestra tesis principal se centra en un gran desequilibro que ha entrado en nuestra economía. No creemos que haya sido causado por nuestro vibrante sistema de propiedad privada y libre empresa, como sostienen muchos socialistas. 
El problema es mucho más complejo, pero aún difícil de definir. Creemos que, desde una perspectiva que entenderemos más tarde, y sin negar otros factores, el principal problema subyace en un espíritu incansable de intemperancia que desequilibra nuestra economía. A esto se le suma un impulso frenético generado por una tendencia subterránea en la economía que busca estar libre de restricciones y gratificar las pasiones desordenadas. Llamamos al espíritu resultante “intemperancia frenética,” que está poniendo al país en medio de una crisis sin precedentes. En el curso de nuestras consideraciones, observaremos primero esta intemperancia frenética y veremos cómo se manifiesta en nuestra economía industrializada. Examinaremos el impulso desequilibrado por alcanzar proporciones gigantescas en la industria y la estandarización masiva de productos y mercados. Analizaremos su afán por destruir las instituciones y derribar barreras restrictivas que, normalmente, servirían para mantener el equilibrio económico. 

De esta forma, mostraremos cómo esta intemperancia frenética ha dado lugar a ciertos errores que se extienden más allá de la economía y condicionan nuestra forma de vivir. Para ilustrarlo, hablaremos sobre las frustraciones causadas por una confianza exagerada en nuestra sociedad tecnológica, el aislamiento terrorífico de nuestro individualismo y la gran carga de nuestro materialismo. Resaltaremos el laicismo anodino que admite que pocos elementos heroicos, sublimes o sagrados den significado a nuestras vidas. Más allá de promover un mercado libre, la intemperancia frenética lo socava y desequilibra, preparando incluso el camino al socialismo. Lo trágico de todo esto es que parece que hemos olvidado ese elemento humano tan esencial para la economía. La economía moderna se ha convertido en algo frío e impersonal, rápido y frenético, mecánico e inflexible. 

El elemento humano que falta 

En su entusiasmo por la máxima eficiencia y producción, muchos se han desvinculado de la influencia natural restrictiva de instituciones humanas como las costumbres, la moral, la familia o la comunidad. Han roto su vínculo con la tradición en la que las costumbres, los hábitos y las formas de ser pasan de generación en generación. Han perdido las anclas de las virtudes cardinales que deben ser el anclaje de cualquier economía verdadera. El resultado es una sociedad en la que el dinero manda. Se han dejado de lado los valores morales, sociales y culturales, adoptando otros que dan importancia a la cantidad por encima de la calidad, a la utilidad por encima de la belleza y a la materia por encima del espíritu. Libres de restricciones tradicionales, aquellos que se encuentran bajo esta norma favorecen los negocios frenéticos, la especulación y los riesgos exagerados por los que han llevado nuestra economía a la crisis. 

La búsqueda del remedio 

Si la intemperancia frenética es la causa principal de este desequilibrio económico, una de las soluciones que debemos tener en cuenta es la represión de este incansable espíritu. Para ello, hemos de reconectar con ese elemento humano que modera los mercados y los mantiene libres. El modelo que presentaremos es el orden socioeconómico orgánico que se desarrolló en la cristiandad. Dentro de este marco orgánico, encontramos principios atemporales de un orden económico, maravillosamente adaptados a nuestra economía humana. Esto da lugar a mercados llenos de gran vitalidad y espontaneidad. Así mismo, también existe una influencia tranquilizadora de esas instituciones naturales “de frenado” (la costumbre, la familia, el Estado cristiano y la familia) que son el alma y corazón de una economía equilibrada. La economía está anclada a las virtudes, especialmente, a las virtudes cardinales. Dentro de este orden, la regla del dinero se sustituye por otra que favorece el honor, la belleza y la calidad. 
La crisis económica actual: definición 
Cuando nos referimos a la crisis económica actual, no nos referimos a cualquier burbuja especulativa específica o crash financiero. Generalmente, hablamos de la acumulación de deuda masiva, el gasto público desenfrenado, la inestabilidad económica y otros factores que ya están amenazando con incorporarse a una crisis global única que probablemente cause un colapso económico mayor. 
Sin embargo, hay que dejar claro que este es un orden cristiano ajustado a la realidad de nuestra naturaleza caída. Está bien adaptado tanto a los sufrimientos como a las alegrías que proporciona este valle de lágrimas. De hecho, se nos recuerda que nació bajo la constante sombra de la Cruz con Cristo como modelo divino. Estudiando los principios de este orden, podremos llegar a tener una noción sobre cuál debería ser nuestro ideal y cómo podría obtenerse. Con la tormenta amenazando en el horizonte, el escenario está preparado para un gran debate sobre dónde estamos y a dónde necesitamos ir. En este punto, nuestra principal preocupación será entender tanto la naturaleza de la tormenta que afrontamos como el puerto que buscamos. Solo así podemos trazar un rumbo para el futuro.

Retorno al orden

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