RETORNO
AL ORDEN
De una economía frenética
a una sociedad cristiana orgánica
Dónde hemos estado,
cómo llegados aquí
y adónde debemos ir
Prólogo
por Harry C. Veryser
El argumento presentado en este libro es muy singular ya que mezcla, al mismo tiempo, lo antiguo y lo nuevo. Se remonta a los pensamientos de Platón y Aristóteles. En su libro La República, Platón argumenta que el estado de la mancomunidad es el estado de las almas individuales. Veía en las sociedades democráticas un peligro: el deseo de la gente hacia satisfacciones corporales podría rebasar los recursos del Estado y resultar, finalmente, en una tiranía.
El profesor Harry C. Veryser fue el director del posgrado en Economía en la Universidad de Detroit Mercy, desde 2007 hasta 2012. Durante sus años de enseñanza, ha formado parte de las facultades de la Universidad de Northwood, St. Mary’s College-Orchard Lake, Hillsdale College, y Ave Maria College. Actualmente, está en el gabinete de asesores de The Mackinac Center for Public Policy y el Acton Institute for the Study of Religion and Liberty. Él es el autor de Nuestra crisis económica: fuentes y soluciones y No tuvo que ser de esta manera: por qué el auge y caída no es necesario y cómo rompe el ciclo la Escuela Austriaca de Economía (ISI Books, 2013).
Aristóteles también estaba preocupado por los problemas de la sociedad democrática en la que las personas, al ser libres, permitirían que sus deseos se desordenaran y repercutieran en el bien común. Como solución, propuso un régimen mixto o constitucional.
Este argumento fue retomado a mediados del siglo XX por el destacado escritor Russell Kirk. En un importante ensayo, titulado El problema de la justicia social, Kirk argumentó que el desorden del alma se reflejaba en el desorden de la República.
En Retorno al orden, John Horvat II continua el argumento y lo adapta al siglo XXI. Aplicándolo a la crisis económica, financiera, social y, por último, moral, que afronta la civilización occidental, Horvat aboga por un retorno a las virtudes cardinales, en particular, a la templanza. Esta es una nueva manera de mirar a la economía y el orden social presentes.
Mientras que Platón y Aristóteles se centraron en los factores políticos (aquellos de una sociedad democrática y los deseos desordenados de la población de utilizar medios políticos para lograr sus satisfacciones), Horvat considera como un factor mayor el enorme éxito tecnológico que se ha dado desde la Revolución Industrial hasta nuestros días.
Con el aumento de la productividad, la gente pudo disfrutar de un nivel de vida hasta entonces soñado por las generaciones pasadas. Cuantos más deseos se satisfacían, más crecían las frenéticas explosiones de expectativas. Tan grande fue el deseo de satisfacer estos beneficios que la sociedad política empezó a romper las condiciones previas necesarias para una sociedad próspera. ¡La intemperancia reinó!
Puesto que la intemperancia es una cuestión de hábito, las personas se acostumbraron a grandes expectativas y satisfacciones, hasta que, finalmente, en palabras de un economista, empezaron a consumir la semilla de maíz del capital moral. De este modo, el interés propio desapareció en la intemperancia.
Fue como si un hombre joven, al que sus abuelos le han dejado un gran legado, lo echara todo a perder. Podríamos rescatar de las Escrituras la parábola del Hijo Pródigo, en la que el hombre joven, habiendo recibido una gran riqueza, la malgastó en deseos intemperantes.
Horvat considera que Estados Unidos es ese tipo de sociedad. Sostiene que la incapacidad de muchos para controlar sus deseos les lleva a la “intemperancia frenética,” estableciendo las pautas de la sociedad. Y, ¿cuál fue la consecuencia? El despilfarro de una gran herencia.
Horvat nos llama a regresar a la casa de nuestro Padre, no solo de forma individual sino colectiva. Si hacemos esto, no solo volveremos a hacer nuestras almas más virtuosas, sino que Estados Unidos será, una vez más, una nación grande y próspera.
Introducción
Retomando el Rumbo
Si hay una imagen que corresponda al estado de la nación, sería la de un crucero en una travesía interminable. En cada una de sus cubiertas, encontramos todo tipo de comodidades y entretenimientos. Las bandas tocan, los teatros están llenos, los restaurantes abarrotados y las boutiques bien provistas. El ambiente destaca aparentemente por la diversión y la risa. Por todas partes hay espectáculos deslumbrantes, juegos divertidos y artefactos. Siempre hay un chiste o un baile más para que la fiesta no termine. El crucero da una impresión casi surrealista de fantasía, desenfreno y deleite. Normalmente, los cruceros son celebraciones para ocasiones especiales, pero este crucero es diferente. Durante décadas, muchos han llegado a ver el crucero no solo como unas vacaciones, sino como un derecho. Ya no es una ocasión excepcional, sino la norma. Más que abandonar el barco, muchos buscan, en cambio, prolongar la fiesta a bordo, sin preocuparse por un destino final o por quien vaya a pagar la cuenta.
El colapso de un sistema
Incluso los mejores cruceros alcanzan un punto de agotamiento. Incluso las mejores tienen una duración limitada. Detrás del barniz festivo, las cosas empiezan a desmoronarse. Se producen peleas y desacuerdos entre los pasajeros. Los miembros de la tripulación discuten y recortan en gastos. Los problemas económicos acortan las celebraciones. Pero aún nadie es lo suficientemente valiente como para sugerir que la fiesta no debe continuar. Este concepto es una forma de explicar la crisis actual. Como nación, estamos en el mismo dilema que aquellos en una fiesta de crucero interminable. Económicamente, hemos alcanzado un nivel de insostenibilidad, con déficits de billones de dólares, crisis económicas y cracks financieros. En lo político, hemos llegado a un punto de inmovilidad, ya que la polarización y la lucha dificultan la realización de tareas. Desde el punto de vista moral, hemos caído tan bajo con la ruptura de nuestros códigos morales, que nos preguntamos cómo sobrevivirá nuestra sociedad. El rumbo del crucero nos lleva a la ruina, pero las bandas siguen tocando. En lugar de afrontar estos problemas, muchos buscan formas de prolongar la fiesta. Nadie se atreve a dar la fiesta por terminada.
No estamos preparados para afrontar la tormenta
A los problemas internos de nuestro crucero se suman los externos. Nos enfrentamos a un inminente colapso económico que aparece en el horizonte como una amenaza de tormenta. Pocos quieren admitir que la tormenta se avecina. Es difícil determinar cuándo estallará, si en unos meses o incluso en años. Además, tampoco sabemos exactamente cómo se desencadenará, ni cuáles son los medios precisos para evitarla. Lo que sí sabemos es que la tormenta se avecina. No es solo una tempestad pasajera, pues ya sentimos sus fuertes vientos. Por su gran magnitud, intuimos que hay algo en esta crisis particular que afecta al mismo núcleo de nuestro orden estadounidense. Tendrá consecuencias políticas, sociales e incluso militares. Lo que la hace tan grave es que nuestro barco, tan mal equipado y con una tripulación tan dividida, se aproxima a esta tormenta cada vez más amenazante. En el pasado, teníamos una unidad y una proyección que nos ayudaban a mantener el rumbo correcto en tormentas como estas. Estábamos sólidamente unidos en torno a Dios, la familia y la bandera, pero ahora parecemos estar fragmentados y polarizados. Por nuestra gran riqueza y poder, en su día conservamos el respeto y el sobrecogimiento de naciones, pero ahora somos atacados por enemigos inesperados y abandonados por amigos y aliados. Actualmente, nuestras certezas tambalean; nuestra unidad está en duda. Hay ansiedad y oscuro pesimismo sobre nuestro futuro.
Nuestro propósito
The American Society for the Defense of Tradition, Family and Property (TFP) es un grupo de compatriotas católicos preocupados por el estado de la nación. Esta preocupación dio lugar a la formación de una comisión de estudios que profundizaría bastante en las causas de la presente crisis económica. Motivados por el amor a Dios y a la patria, entramos ahora en el debate con las conclusiones de esta comisión. Indicaremos en qué nos hemos equivocado como nación. Nuestro deseo es sumarnos a todos aquellos estadounidenses de mentalidad práctica que consideran inútil prolongar la fiesta. Ha llegado el momento de darla por terminada. Ahora toca cerrar las escotillas y trazar un rumbo de cara a la tempestad que se avecina. Aunque la tormenta sea traicionera, no necesitamos navegar en aguas inexploradas. Por eso, estas consideraciones parten de nuestras profundas convicciones católicas y se basan, en gran medida, en las enseñanzas sociales y económicas de la Iglesia, que dieron origen a la civilización cristiana.
Creemos que estas enseñanzas pueden servirnos de faro; contienen ideas valiosas e iluminadoras que beneficiarán a todos los estadounidenses, ya que no solo se basan en cuestiones de fe, sino también en la razón y los principios del orden natural. Tener este faro es un asunto de vital urgencia porque navegamos en aguas peligrosas. No podemos seguir los derroteros socialistas hacia la anarquía y la revolución que han hecho naufragar a tantas naciones a lo largo de la historia. A menos que tengamos la valentía de basarnos en nuestra rica tradición cristiana y depositar nuestra confianza en la Providencia, no nos libraremos del desastre en la tormenta que se avecina ni llegaremos a buen puerto. Dado que la tormenta es principalmente de naturaleza económica, ese será nuestro foco principal. Sin embargo, no se trata de un tratado. Más bien, ofrecemos un análisis basado en observaciones de desarrollos económicos en la historia a partir del cual hemos construido una serie de tesis, que presentamos sucintamente, sin excesivas pruebas o ejemplos.
Desarrollar plenamente cada tesis es una vasta tarea más allá del alcance de este trabajo.
Nuestro propósito es ofrecer una plataforma para el debate; encontrar un remedio. Invitamos a aquellos que entren en este debate a aplicar los principios generales aquí expuestos a las circunstancias concretas.
Un gran desequilibrio económico
Nuestra tesis principal se centra en un gran desequilibro que ha entrado en nuestra economía. No creemos que haya sido causado por nuestro vibrante sistema de propiedad privada y libre empresa, como sostienen muchos socialistas.
El problema es mucho más complejo, pero aún difícil de definir. Creemos que, desde una perspectiva que entenderemos más tarde, y sin negar otros factores, el principal problema subyace en un espíritu incansable de intemperancia que desequilibra nuestra economía. A esto se le suma un impulso frenético generado por una tendencia subterránea en la economía que busca estar libre de restricciones y gratificar las pasiones desordenadas. Llamamos al espíritu resultante “intemperancia frenética,” que está poniendo al país en medio de una crisis sin precedentes. En el curso de nuestras consideraciones, observaremos primero esta intemperancia frenética y veremos cómo se manifiesta en nuestra economía industrializada. Examinaremos el impulso desequilibrado por alcanzar proporciones gigantescas en la industria y la estandarización masiva de productos y mercados. Analizaremos su afán por destruir las instituciones y derribar barreras restrictivas que, normalmente, servirían para mantener el equilibrio económico.
De esta forma, mostraremos cómo esta intemperancia frenética ha dado lugar a ciertos errores que se extienden más allá de la economía y condicionan nuestra forma de vivir. Para ilustrarlo, hablaremos sobre las frustraciones causadas por una confianza exagerada en nuestra sociedad tecnológica, el aislamiento terrorífico de nuestro individualismo y la gran carga de nuestro materialismo. Resaltaremos el laicismo anodino que admite que pocos elementos heroicos, sublimes o sagrados den significado a nuestras vidas. Más allá de promover un mercado libre, la intemperancia frenética lo socava y desequilibra, preparando incluso el camino al socialismo. Lo trágico de todo esto es que parece que hemos olvidado ese elemento humano tan esencial para la economía. La economía moderna se ha convertido en algo frío e impersonal, rápido y frenético, mecánico e inflexible.
El elemento humano que falta
En su entusiasmo por la máxima eficiencia y producción, muchos se han desvinculado de la influencia natural restrictiva de instituciones humanas como las costumbres, la moral, la familia o la comunidad. Han roto su vínculo con la tradición en la que las costumbres, los hábitos y las formas de ser pasan de generación en generación. Han perdido las anclas de las virtudes cardinales que deben ser el anclaje de cualquier economía verdadera. El resultado es una sociedad en la que el dinero manda. Se han dejado de lado los valores morales, sociales y culturales, adoptando otros que dan importancia a la cantidad por encima de la calidad, a la utilidad por encima de la belleza y a la materia por encima del espíritu. Libres de restricciones tradicionales, aquellos que se encuentran bajo esta norma favorecen los negocios frenéticos, la especulación y los riesgos exagerados por los que han llevado nuestra economía a la crisis.
La búsqueda del remedio
Si la intemperancia frenética es la causa principal de este desequilibrio económico, una de las soluciones que debemos tener en cuenta es la represión de este incansable espíritu. Para ello, hemos de reconectar con ese elemento humano que modera los mercados y los mantiene libres. El modelo que presentaremos es el orden socioeconómico orgánico que se desarrolló en la cristiandad. Dentro de este marco orgánico, encontramos principios atemporales de un orden económico, maravillosamente adaptados a nuestra economía humana. Esto da lugar a mercados llenos de gran vitalidad y espontaneidad. Así mismo, también existe una influencia tranquilizadora de esas instituciones naturales “de frenado” (la costumbre, la familia, el Estado cristiano y la familia) que son el alma y corazón de una economía equilibrada. La economía está anclada a las virtudes, especialmente, a las virtudes cardinales. Dentro de este orden, la regla del dinero se sustituye por otra que favorece el honor, la belleza y la calidad.
La crisis económica actual: definiciónCuando nos referimos a la crisis económica actual, no nos referimos a cualquier burbuja especulativa específica o crash financiero. Generalmente, hablamos de la acumulación de deuda masiva, el gasto público desenfrenado, la inestabilidad económica y otros factores que ya están amenazando con incorporarse a una crisis global única que probablemente cause un colapso económico mayor.
Sin embargo, hay que dejar claro que este es un orden cristiano ajustado a la realidad de nuestra naturaleza caída. Está bien adaptado tanto a los sufrimientos como a las alegrías que proporciona este valle de lágrimas. De hecho, se nos recuerda que nació bajo la constante sombra de la Cruz con Cristo como modelo divino. Estudiando los principios de este orden, podremos llegar a tener una noción sobre cuál debería ser nuestro ideal y cómo podría obtenerse. Con la tormenta amenazando en el horizonte, el escenario está preparado para un gran debate sobre dónde estamos y a dónde necesitamos ir. En este punto, nuestra principal preocupación será entender tanto la naturaleza de la tormenta que afrontamos como el puerto que buscamos. Solo así podemos trazar un rumbo para el futuro.
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