EL Rincón de Yanka: "LA ESTUPIDEZ DE LA IDEOLOGÍA", O VICEVERSA, "LA IDEOLOGÍA DE LA ESTUPIDEZ": 😵 ES LA IDEOLOGÍA ESTÚPIDO 😵

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miércoles, 14 de febrero de 2024

"LA ESTUPIDEZ DE LA IDEOLOGÍA", O VICEVERSA, "LA IDEOLOGÍA DE LA ESTUPIDEZ": 😵 ES LA IDEOLOGÍA ESTÚPIDO 😵

LA ESTUPIDEZ DE LA IDEOLOGÍA, O VICEVERSA, 
LA IDEOLOGÍA DE LA ESTUPIDEZ 


LA IDEOLOGÍA TE IDIOTIZA, TE SOMETE, 
TE ESCLAVIZA, TE DESHUMANIZA  
Y TE CONDENA A MUERTE

La palabra 'idiota' viene del griego ἰδιώτης idiṓtēs y originalmente no era un adjetivo irrespetuoso, despectivo ni insultante.
Tampoco tenía ninguna relación con la inteligencia de la persona a la que se refería.
Se usaba para referirse a alguien promedio o un ciudadano privado, a diferencia de un erudito o alguien que actuaba en nombre del Estado u ocupaba un cargo público.
Pero como los griegos valoraban mucho la participación cívica, reconociendo que sin ella la democracia colapsaba, se esperaba que todos los ciudadanos estuvieran interesados, y versados, ​​en los asuntos públicos. O sea, que no fuera idiotas.
Mantenerse al margen de la vida pública era un signo de ignorancia, de falta de educación, de desinformación y de abandono del deber.
Quien no contribuía en los debates, declaró Pericles, el gran estadista de Atenas, era considerado "no como falto de ambición sino como absolutamente inútil”.
Es en ese contexto que, con el tiempo, idiṓtēs comenzó a adquirir una connotación negativa, y a transformarse en un término de reproche y desdén.

Vivir sólo una vida privada no era ser plenamente humano.

"Si la conducta y el discurso de un hombre dejaban de ser políticos, se volvían idiotas: egocéntricos, indiferentes a las necesidades de su prójimo, inconsecuentes en sí mismos", explica Christopher Berry en su libro "La idea de una comunidad democrática".

Y esa clase de idiotez era quizás más grave que la que resultó de la metamorfosis que había empezado y llevaría a la palabra a convertirse en lo que dice ahora la Real Academia:

1. adj. Tonto o corto de entendimiento. U. t. c. s. U. t. c. insulto.
2. adj. Engreído sin fundamento para ello. U. t. c. s.

La RAE dice que la ideología es un «conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político«. Así es como comúnmente lo tomamos. Pero lo cierto es que las ideologías tienen un calado mucho mayor en nuestra capacidad para interpretar la realidad que al menos desde Marx es objeto de reflexión. Hoy podemos intuir que, siendo inevitablemente necesarias, las ideologías nos retienen en ciertos niveles de estupidez que todos compartimos.

Podemos decir que la realidad es tan compleja que nuestros mecanismos para interpretarla pasan siempre por simplificarla. La capacidad simbólica humana, necesariamente simplificadora, no sería sino el presupuesto de toda ideología. Los reforzamientos de ciertas conexiones neuronales desde una edad muy temprana van por esta línea. Nuestro sesgo cognitivo por interpretar la realidad con arreglo a las creencias previas que ya tenemos es harto conocido. Y en esta línea sucede con las ideologías políticas.

La ideología en el sentido peyorativo de Marx anestesia a las personas inyectándoles ciertas ideas encapsuladas que encubren relaciones de poder que las someten, de forma que no se rebelen, anulando su conciencia de clase. Pero más allá de esta instrumentalización política, la ideología es un mal probablemente inevitable a la hora de hacernos comprensible y asequible la realidad, y se comporta más bien como una batería de generalizaciones interesadas que simplifican su hipercomplejidad.

Simplificaciones de este tipo son comunes en nuestra psicología, como ya comentamos a propósito de considerarnos como sujetos libres. En este senitdo, resultan enormemente interesantes los sesgos cognitivos que han descrito autores como Tversky y Kahnemann y que valieron un premio Nobel. Por ejemplo, el sesgo de la representatividad, que nos hace extrapolar irracionalmente prejuicios estereotipados. También el sesgo de la disponibilidad que nos hace creer que es más abundante o probable aquello de lo que podemos generar ejemplos más fácilmente. Por último, el sesgo del anclaje, por el que hacemos estimaciones basándonos en hechos o datos que tenemos más próximos aunque no tengan nada que ver con lo que estimamos.

Las ideologías políticas en gran medida se nutren de este tipo de sesgos. Su complejidad supone, sin embargo, que muy diversos factores pueden edificarla y que a lo largo de la experiencia vital puede ir evolucionando incluso hasta producir auténticos travestismos ideológicos. Por eso, incluso dentro de ciertos grupos más o menos homogéneos en términos sociológicos, las ideologías pueden variar. El equilibrio entre distintas posiciones ideológicas, sin embargo, puede haber servido de motor para desarrollar la capacidad adaptativa de las culturas...

Cuando la simplificación que supone cualquier ideología es excesiva, casi pueril, se suele hablar de populismo, ese indefinible pero tan manido término que básicamente se caracteriza por la simplificación dicotómica, el discurso contra las élites, la apelación a la emoción frente a la razón, el liderazgo carismático, etc. Para una sociedad mínimamente formada y especialmente desengañada – en el contexto de la crisis económico-político-social de nuestros días, o en el contexto más amplio de la crisis de las ideologías propia de la postmodernidad -, no todas las simplificaciones son igualmente asumibles. Ello no quita para que la desafección ciudadana con las élites políticas y las instituciones democráticas favorezca, por otra parte, la receptividad a los discursos populistas, aunque sean como opción desesperada intentando salir de una resignación que se rebela indignada.

Y es que, aunque los sesgos cognitivos pueden ser mitigados para quienes, con la debida formación, son suficientemente escépticos y capaces de librarse de ellos con el rigor al que aspira la ciencia, la fuerza de los sesgos inherentes a las ideologías políticas son enormemente resistentes. Las posibilidades de comportarnos como auténticos tontos ideológicos son enormes, pues nuestra obcecación en determinadas ideas a pesar de las evidencias es manifiesta, especialmente cuando se trata de cuestiones políticas. A pesar de vivir en la era de la información, en la que el contraste entre diferentes fuentes debiera hacernos revisar nuestros prejuicios y posiciones de partida de manera más sencilla, lo cierto es que información no es lo mismo que conocimiento, y por ello, nuestras reticencias a cambiar de opinión están muchas veces a prueba de estas evidencias.

Es la ideología estúpido, 

El título viene por la famosa frase “Es la economía estúpido” del asesor de campaña de Bill Clinton de 1992, James Carville. Válida para gritarle a la clase política venezolana el origen del mal que ha provocado el desastre venezolano.
Es la ideología, Y ésta no se combate ni con violencia ni con pacifismo. Se combate en el terreno de la cultura. Es allí donde hay que ganarle a los proyectos políticos suicidas, ruinosos y destructivos de las ideologías.
Jamás habrá convivencia social plena mientras acechen las ideologías. La coexistencia pacífica y la democracia son incompatibles con las ideologías. Porque todas las ideologías son irracionales.
Es falso lo que sostuvo el politólogo Samuel Hutington, autor de “El Choque de civilizaciones”. El futuro que predice en su teoría no está determinado por el enfrentamiento entre Oriente y Occidente, ni entre cristianos y musulmanes, ni entre países del norte y países del sur. El conflicto ocurre en el interior de todas las sociedades, de todas las culturas. Y tiene un autor causa: las ideologías.

Vale la pena definir de una vez el complicado concepto de ideología. Digamos que no se limitan a ideas inmutables, dogmáticas y anacrónicas. Es decir un puñado de muy malas ideas. Buenas o malas, las ideas, siempre compiten en el mercado de las ideas de las sociedades. Las buenas dan buenos resultados. Las malas, pésimos resultados. Por eso se desechan.
Los mitos, los prejuicios y las religiones no son ideologías. Son ideas que fomentan las creencias a las que los humanos nos aferramos desde tiempos inmemoriales. Las malas ideas se convierten en ideología cuando se proponen como un proyecto de implantación social. Cuando no están en el poder, se empeñan en sabotear el éxito social. Cuando están en el poder, en destruir la sociedad que tuvo la mala fortuna de adoptarlas.

Las ideologías suelen ser socialmente seductoras porque prometen el paraíso. Idealizan una redención a futuro que nunca llega. Todas las ideologías coinciden en al menos cuatro de sus odiosos patrones que las caracterizan:

Una: Todas son supremacistas. Promueven la superioridad de un sujeto social por encima de otros. Sea raza, nacionalidad, clase social, tribu, género, indígena o credo. Siempre hay un sujeto predestinado a prevalecer y a dominar. He allí uno de sus falaces pero poderosos atractivos.
Dos: todas las ideologías son liberticidas. Odian la libertad individual. Hacen culto al “colectivo”. Engañan con la ilusión de identidad y pertenencia a una raza, clase social, religión, grupo o tribu, para restringir así la libertad propia del individuo y de las familias.
Tres: Todas las ideologías son conflictivistas. Sobreviven en el enfrentamiento social, entre razas, nacionalidades, clases sociales, religiones, géneros masculino y femenino, “civilizaciones”, etcétera. Hacen culto a una eterna lucha. Una revolución que nunca acaba. Un triunfo que jamás ocurre. Idealizan una eterna guerra, sea santa, de clases, de independencia, de género. La “causa” siempre estará por encima de todas las consideraciones humanas. Sobre todo de las individuales.
Cuatro: Todas las ideologías son apocalípticas. Todas, sin excepción, conducen al colapso, a la destrucción de la convivencia, al caos y a la barbarie. No existe ninguna experiencia histórica en la que las ideologías hayan logrado algún éxito. Ni un sólo problema han resuelto. Sólo embaucan prometiendo un futuro luminoso. Un paraíso al otro lado de la historia que no existe.

La mejor manera de detectar una ideología es por su contrario: La civilización. Resultado de un acto puramente racional. Porque nada es más racional que llegar a un acuerdo que evite odiarnos y destruirnos mutuamente.
La civilización es un milagro, dado el perfil extremadamente violento y desconfiado del Homos Sapiens. Pero, por alguna razón, dos o tres o más líderes de dos o más tribus razonaron que era mejor alcanzar un acuerdo con sus vecinos, antes que exponerse al peligro de extinción en una guerra eterna. Negociaron. Establecieron derechos de propiedad en los territorios de cada grupo y pactaron acuerdos comerciales.
No hay duda. La civilización fue un milagro frágil que, sin embargo, se mantuvo como un faro a lo largo de toda la historia. Y ese faro, aunque débil, fue extendiéndose a todas las culturas. A medida que se expandía, se reducían las malas ideas.

Los productos más acabados de la racionalidad humana son el humanismo, la ciencia, la ética, la moral, el derecho, la democracia. Son sistemas racionales que recién aparecen en la historia de la cultura humana. Sufren el acecho de las ideologías, pero han sobrevivido perfeccionándose, fortaleciéndose. Es la poderosa idea fuerza de que la humanidad es una sola y que es posible convivir sin asesinarnos ni destruirnos. Lenin tenía razón.
La historia lo afirma con meridiana claridad. A mayor racionalidad, más perdurable será el orden social. A más ideología menos perdurables serán los sistemas políticos. Todas las ideologías conducen inevitablemente a la regresión de la barbarie. Aunque use sofisticadas armas y medios de comunicación. La tecnología no es civilización. La racionalidad sí lo es.

Las principales ideologías más conocidas en el pasado y en el presente son:
  • Pobrismo: Afirma que la propiedad es un robo y que hay que acabar con la propiedad para que surja una nueva sociedad.
  • Racismo: Una raza debe dominar sobre las otras o exterminarlas si es posible.
  • Fundamentalismo religioso o teocracias: Una religión es la verdad y debe imponerse sobre las demás.
  • Nacionalismo: Igual que el racismo pero en vez de raza es el lugar de nacimiento la marca de la supremacía sobre otras.
  • Socialismo-Comunismo: Una clase social debe dominar sobre las otras o exterminarlas si es posible, excepto la privilegiada clase de la dirigencia revolucionaria, por supuesto.
Y muchas otras como indigenismo, ideología de género, etc. La tendencia actual es a una mezcla de varias de ellas, que las convierte en un cóctel explosivo de odio y violencia.
Un masivo y espontáneo movimiento cultural conocido como La Ilustración, en el siglo XVIII, logró provocar los cambios más profundos y extraordinarios que jamás haya experimentado la sociedad. Apenas con la imprenta como herramienta de difusión.
Nos corresponde hoy asumir la Segunda Ilustración. Para reducir a la mínima expresión el efecto perverso de las ideologías. Aquella sólo contó con la imprenta en medio de un mundo analfabeta. Hoy, contamos con herramientas de comunicación extraordinarias en medio de un mundo alfabetizado.
Pero las ideologías aún insisten en destruir y corroerlo todo. Nuestro desafortunado país es un trágico ejemplo. Allí la verdadera batalla. Es la ideología estúpido, la que hay que vencer.

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La ideología 
como factor deshumanizante

El extremismo ideológico justifica la violencia, la opresión y el horror


La ideología es una construcción mental como conjunto de ideas, creencias y valores, que influye significativamente en la forma en que los individuos perciben el mundo y toman decisiones. A lo largo de la historia, las ideologías desempeñaron un rol crucial en la configuración de las sociedades y las culturas brindando marcos interpretativos que determinan, por ejemplo, lo moralmente aceptable; y tal como afirma Terry Eagleton, oficiando como sistemas de creencias que operan en la sociedad para mantener el orden establecido.

Sin embargo, es importante reconocer que la ideología en su extremismo se convierte en un factor deshumanizante, tal como advirtió el propio Karl Marx, señalando el peligro del conjunto de ideas compatibles y coherentes entre sí, explicativas de la realidad en función de uno o más de sus aspectos específicos, cuando deviene en una representación nebulosa que se opone al conocimiento, produciendo una falsa conciencia y alienación donde lo verdadero no es sino el mito que refleja el interés de un colectivo, autojustificando su accionar. Incluso Georges Sorel, padre de la nueva izquierda, y más específicamente su contemporáneo Vilfredo Pareto, critican el carácter impulsivo, emocional y desiderativo ideológico, y por ende irracional, deviniendo en pseudo teorías por la natural tendencia humana a fundar racionalmente la conducta. Y como consecuencia, en palabras de Herbert Marcuse, esta uniformidad y hermetismo ideológico hace que la vida del individuo esté preformada y predeterminada en lugar de ser una búsqueda auténtica de significado y propósito.

Y aquí es donde la ideología deshumaniza a través de la polarización y exclusión, estigmatizando a quienes no la profesan como enemigos o disidentes, conduciendo a la marginación y discriminación. Zygmunt Bauman argumenta que este extremismo ideológico da lugar a la creación de “otros” a quienes se les niega incluso su humanidad, justificando la violencia, la opresión y el horror. Este es el caso del integrismo islámico yihadista como el Isis, así como las organizaciones terroristas financiadas y promocionadas principalmente por Irán como Hamás y Hezbollah, entre otras, ya analizadas en mi anterior artículo Terrorismo y La Defensa en el Uso de la Fuerza. Su atroz accionar criminal de lesa humanidad, es apoyado abierta o encubiertamente por acción, omisión, tibieza o tan tardíos como forzados repudios de gobiernos, estados, políticos y otros líderes, frecuentemente de tendencia socialista como Petro, Díaz Canel, López Obrador, Zapatero, Boric, Maduro, Ortega y Evo Morales, igualando una organización terrorista con un Estado democrático e incluso justificando el accionar terrorista y condenando el legítimo uso de la fuerza por parte de un Estado democrático para la defensa de sus ciudadanos.

Y si bien el histórico caso de referencia es el nazismo, donde la ideología de superioridad racial produjo la Shoá, analizado por Hannah Arendt como la deshumanización de las victimas y perpetradores debido a la obediencia ciega a la ideología; Christopher Browning detalla la deshumanizaron de las víctimas por parte de los nazis al retratarlas como subhumanas, utilizando términos como “plaga” y “parásito” para justificar su exterminio. Noam Chomsky en su estudio sobre la cultura del terrorismo expresa que la deshumanización ideológica se manifiesta en la demonización donde los oponentes se retratan como agentes del mal que deben ser erradicados, conduciendo a un aumento en la violencia y brutalidad.

Esta metodología demonizante y fraseología deshumanizante que actualmente también utilizan las organizaciones terroristas islámicas para con el Estado de Israel y los judíos, y a veces para con los cristianos y todo quien no sea su aliado, no sólo reduce la identidad individual sino como indican Nick Haslam y Steve Loughnan, provoca la infrahumanización prácticamente anulando la humanidad percibida en los demás debido a su afiliación ideológica o creencia, cuya consecuencia es un comportamiento antisocial y un juicio moral impulsado por el odio y la indiferencia, justificando toda agresión por más cruenta que sea proporcionándole un sentido de superioridad.

Esta ideologización extrema y sus consecuencias deshumanizantes, también se manifiesta en el autoodio, explícitamente visto en el reciente segundo debate presidencial, por parte de la candidata a presidente del Frente de Izquierda. Ella misma, siendo judía, tratando no sólo a su pueblo original de pertenencia sino también a sus compatriotas argentinos asesinados, violados y secuestrados, como objetos o símbolos en lugar de reconocer su humanidad, suprimiendo toda empatía y compasión hacia ellos como víctimas percibiéndolos como “diferentes” en términos ideológicos o meros productos de su falsa conciencia y tergiversada realidad sobre el Estado de Israel, el conflicto palestino y el terrorismo. Justificando en definitiva uno de los mayores crímenes de lesa humanidad perpetrados por una organización terrorista islámica contra la población civil israelí, incluyendo niños, mujeres y ancianos. Razón por la cual les negó un simple minuto de silencio en honor a dichas víctimas del terrorismo.

El autoodio, en este caso judío, también ejemplificado en otros políticos y dirigentes, ciertos periodistas o analistas internacionales pertenecientes a la comunidad judía, se manifiesta precisamente en la hostilidad dirigida hacia uno mismo y hacia su propia comunidad, sin vinculación a toda crítica que por derecho puede hacerse al Estado de Israel. Algunos estudios explican que este autoodio está relacionado con la asimilación y la presión social para adaptarse a las normas de la mayoría, en este caso el partido socialista donde la candidata milita y en otros casos el entorno profesional donde la persona se desempeña y desea progresar. El historiador Jonathan Frankel, en este sentido señala que esta asimilación a menudo implica un proceso de distanciamiento de la identidad judía conllevando un sentimiento de autoodio en un esfuerzo por encajar en la sociedad o entorno circundante. Y ello coadyuvado por la influencia del impacto antisemita y estereotipo negativo sobre los judíos y del Estado de Israel, frecuentes en los regímenes socialistas. Concretamente, es Ruth Wisse quien analiza cómo el constante bombardeo de estereotipos y acusaciones negativas puede llevar a algunos judíos a interiorizar estas ideas y a desarrollar sentimientos de autodesprecio.

De hecho, esta alienación y desconexión de la propia herencia cultural y religiosa ya fue estudiada por Paul Bogdanor destacando cómo el autoodio produce en la persona un estado de conflicto constante, luchando contra sus propias raíces y tradiciones. Conflicto que muchos judíos de izquierda canalizaron culpando a Israel de la violencia árabe, excusando al terrorismo y aumentando el antisemitismo precisamente por ser judíos quienes lo expresan.

Como conclusión, la deshumanización ideológica tiene estos y otros efectos perniciosos en la sociedad, al reducir a las personas a simples representaciones de una ideología, creando una justificación moral para la discriminación y la crueldad. En palabras de Albert Bandura, la deshumanización ideológica sirve como mecanismo que facilita la violencia y barbarie hacia otros, al eliminar las barreras morales que impiden hacer daño a los demás concibiendo a sus adversarios ideológicos como menos humanos, lo que redunda en una menor probabilidad de soluciones pacíficas.

La deshumanización ideológica es un fenómeno sumamente preocupante por su reducción de las personas a simples representaciones socavando la dignidad humana y los esfuerzos por la coexistencia pacífica. Es por ello que, al menos desde aquí, en Argentina, resulta esencial condenar y sancionar enérgicamente y por todos los medios posibles estas ideologías extremistas, su accionar material y declarativo, junto a la promoción de una educación crítica, pensamiento independiente, diálogo intercultural e interreligioso, como herramientas fundamentales para contrarrestar su influencia local y criminalidad.

MAMONCRACIA

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