¿A quién le duelen los venezolanos?
Cuando la política exterior de los países de Occidente se sujetaba o simulaba sujetarse a principios morales ordenadores –partiendo del básico que nos lega la Segunda Gran Guerra del siglo XX, el de la primacía de la dignidad de la persona humana por sobre los atropellos de la soberanía nacional y sus gobiernos– todo atentado a las normas que los desarrollan en el campo de la democracia y del Estado de Derecho era motivo de preocupación. Cuando menos era una cuestión que ocupaba el interés de la opinión pública.
Tras el ingreso del mismo Occidente al mundo de la No-cosas –copio la expresión de Byung-Chul Han– y al imperio de los metaversos, léase al de la virtualidad que a medida de nuestras arbitrariedades personales nos permite crear mundos propios ajenos al de los otros, pasamos a creer en una libertad ajena al discernimiento entre el bien y el mal. Se trataría de categorías del pasado o antiguallas que mal estaría dispuesto a aceptar el relativismo en boga, que es “el problema más grande de nuestra época” según lo expresara el hoy Papa Emérito Joseph Ratzinger, siendo cardenal.
Hasta el fijar una verdad tan básica como la del respeto a la dignidad humana, que fija derechos iguales para todas las personas en todo lugar donde se encuentren, se la tacha ahora de fundamentalismo en nombre de la tolerancia. Al cabo, como lo indica el Papa alemán y lo muestra otra vez la experiencia corriente –baste con fijarnos en el comportamiento de quienes deciden renunciar a verse como terráqueos y balbucean sonidos que atribuyen a extraterrestres por las redes y los imponen bajo protesta popular, fundados en el privilegio de la diferencia– de consiguiente “el relativismo se ha convertido en la nueva expresión de la intolerancia”. Ayer, no más, el gobierno griego condenó a la prisión al futbolista que osó calificar de “abominable” que a un niño se le cambie el sexo.
De modo que, insisto en que estamos ante un problema de los occidentales, por avergonzados de nuestra cultura e historia milenaria y sus denominadores culturales, sin que se aprecie lo mismo en las otras civilizaciones como la islámica o la china, o la de India o la del África negra. Y al perderse o deteriorarse las certezas intelectuales sobre la misma naturaleza humana, el descarte de la persona sea quien fuere, se hace habitual y se vuelve virtuoso. Es lo que predica el llamado progresismo, que es antiprogresismo en la misma medida en que diluye a lo humano racional para imponer especies-datos recreadas al detal, sujetas como usuarios a la gobernanza digital o meras piezas a las que se les considera partes inferiores ante las leyes y fuerzas evolutivas matemáticas de la naturaleza, la Pacha Mama.
No escandaliza a los organismos mundiales encargados de proteger al ser humano en sus todos sus derechos, y para todos, al punto de que hasta las comisiones de la ONU que conocen de crímenes de lesa humanidad ejecutados por Estados y gobernantes, los relativizan. Los vuelven cuestiones políticas y políticamente transables o resolubles mediante componendas diplomáticas, de suyo relativas.
¿O es que nada indica, al respecto, que el presidente de Francia, Emmanuel Macron, llame presidente y reconozca como tal a un ecocida como Nicolás Maduro en el marco de una asamblea mundial de protección del medio ambiente, o que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, en yunta con este y el argentino Alberto Fernández exijan a los venezolanos entenderse con aquel y que al paso olviden toda sanción o anuncio de persecución criminal universal dictada contra éste?
Que se saluden el aborto no terapéutico o la eutanasia como logros de una extraña civilización sin reglas de juego y en cierne, mientras se encarcela y lapida al que ha destruido un árbol o maltratado a un animal, revela el grado de apostasía de lo humano y del sentido de humanidad que marca la deriva del siglo en curso.
Todo ello explica, sin más agregados, que la diáspora o los refugiados venezolanos que casi frisa los 8 millones de almas esparcidas por el mundo, desgajadas de localidad y de afectos, migrantes hacia países en los que sobreviven aceptando verse discriminadas y hasta tratadas como «cosas» disponibles, no aparezcan en el radar de los diálogos parisinos o mexicanos como asunto de primer orden.
Se los estigmatiza, se les regatean sus identidades y se les dan reconocimientos provisorios – TPS que ponen en duda o bajo condición el derecho a existir con seguridad que merece todo ser humano. Hasta les suman como propia la condición criminal del régimen que ha triturado sus dignidades y del que han escapado. Se les mira y se nos mira a los venezolanos como marchantes sospechosos, en cualquier rincón al que nos aproximamos.
Nadie tiene por qué recordar –impera el relativismo ético– que alguna vez fue Venezuela tierra de acogida y de libertad para americanos y europeos de cualquier condición, a quienes se privilegiaba como constructores bienvenidos de un patrimonio considerado común y por hacer.
A los venezolanos de la diáspora se les usa, eso sí, cuando sirven o son útiles como tema de debate electoral en los sitios en donde esperan, cuando menos, el trato respetuoso que como refugiados merecen y les otorgan las leyes de humanidad, no los tratados universales que se ocupan de la cuestión.
Lo insólito es que esa diáspora sin Torá se coaliga para no perder su identidad compartida, lo que es legítimo y muy necesario. Mas se la mueve, apenas, para el ejercicio del voto, que acepta, cuando menos, para saber que aún existe para los “de adentro”. Y los aspirantes a los espacios políticos que se negocian, sacan cuentas y debaten sobre esas «cosas» vueltas número, los venezolanos “de afuera”, para saber si sirven o no como tal agregado de almas que han sido condenadas por el régimen ecocida y genocida cuyo rostro hoy lavan los gobernantes extranjeros.
«Quiebre epocal»
y conciencia de nación
¿Cuáles son, en concreto, los signos del «quiebre epocal» que observamos y cuya falta de comprensión vuelve a la cultura política un ejercicio de medianías sin destino?
Uno es la fractura de la memoria colectiva, tras meros saltos al pasado remoto e inmemorial para su revisionismo y desfiguración, como lo hiciese el Foro de Sao Paulo. Otros son el ecologismo integrista, a cuyas leyes matemáticas habrían de subordinarse los seres humanos –por cierto, en línea contraria a lo que critica Herbert Marcuse desde la escuela neomarxista de Frankfurt, quien rechaza la mecanización como estilo de vida y la pérdida de la conciencia reflexiva con vistas al «control universal» (L’homme unidimensionnel, París, 1968); así mismo, la negación del personalismo judeocristiano –la cosificación del individuo– y en fin, como soporte de fondo, la «corrección política» o el relativismo existencial, esa dictadura posmoderna que no discierne –es el problema más grave de nuestro tiempo– ni entre la criminalidad y las leyes de la decencia humana, menos sobre el carácter integrador de las civilizaciones como hijas de los espacios y del transcurso del tiempo.
El debilitamiento de la identidad occidental, acaso por el impulso que le da la gobernanza digital, corre en paralelo a una Rusia y China que sostienen sus tradiciones apelando incluso a la guerra. Entre nosotros van tres décadas de fragmentación del género humano y fragua de miríadas de nichos “de diferentes” excluyentes.
Las plataformas digitales y sus metaversos, siendo inevitables diluyen el sentido de la localidad, lo vuelven virtualidad. Por ende, comprometen a los grandes relatos culturales y con ello apalancan la emergencia de contextos sociales signados por las inseguridades de todo orden, por la negación del valor de los “proyectos de vida” compartidos.
Al Estado y los Estados se los vacía de la idea de la nación y su conciencia práctica. Que sigan allí y tengan gobiernos no cambia la inutilidad que revelan hoy. Lo ha dicho Luigi Ferrajoli desde la escuela italiana: cada uno –incluido Estados Unidos– se revela incapaz de lidiar solo con los grandes problemas de la globalización, mientras que en lo doméstico es un paquidermo, sin la agilidad que demandan estos tiempos mejor ganados para la instantaneidad.
Habían transcurrido 12 años desde el desmoronamiento del Muro de Berlín cuando el Club de Roma ya advertía que “el mundo está pasando un período de trastornos y fluctuaciones en su evolución hacia una sociedad global, para la cual la población no está mentalmente preparada”. Agregaba que como “resultado su reacción es a menudo negativa, inspirada por el miedo a lo desconocido y por la dimensión de los problemas que ya no parecen ser a escala humana”; por lo que previene aquel acerca de estos temores, que “si no se abordan, pueden llevar al público a extremismos peligrosos, un nacionalismo estéril y fuertes confrontaciones sociales”.
Pues bien, advirtiéndose de inviable sin más, visto que es un oxímoron todo diálogo o sincretismo de laboratorio que se plantee entre quienes impulsan la disolución cultural y el final de los relatos paternalistas y quienes sostienen el valor de principios universales que guían “la conciencia de los pueblos libres” y son comunes a sus varias civilizaciones, cabe como premisa de la acción política y reconstructiva de la democracia alcanzar de modo previo un mínimo común antropológico. Jacques Maritain, uno de los exponentes más reconocidos de la corriente humanista cristiana a finales de la segunda gran guerra del siglo XX, apuesta por una metodología de aproximación fundada en la razón práctica moderna.
Juzga de posible enunciar los predicados “que constituyen grosso modo una especie de residuo compartido, una especie de ley común no escrita, en el punto de convergencia práctica de las ideologías teóricas y las tradiciones espirituales más diferentes” (Del autor, Le Paysan de la Garonne, París, Desclée de Brouwer, 1966). Y con los pies sobre la tierra Maritain desnuda las tendencias fascistas y totalitarias, que al cabo vuelven a tomar cuerpo en pleno siglo XXI con otra cobertura, como la del progresismo globalista. Cree y está demostrado –lo afirma– que someten “al hombre a un humanismo inhumano, el humanismo ateo de la dictadura del proletariado, el humanismo idolátrico del César o el humanismo zoológico de la sangre y de la raza” (Del autor, Humanisme intégral, Lille, 1936).
Para la comprensión realista del presente y su manejo recomienda este pensador cristiano francés lo permanente, a saber, la necesidad que tiene cada nación o pueblo de contar con raíces sólidas que le salven de las trampas del oportunismo o el tráfico de las ilusiones en las coyunturas. Nos deja, así, una clara enseñanza que cabe revisitar. «Lo que decimos y esto era ya lo que enseñaba Aristóteles, es que el saber político constituye una rama especial del saber moral, no la que se refiere al individuo, ni la que se refiere a la sociedad doméstica, sino precisamente la que se refiere de un modo especifico al bien de los hombres reunidos en ciudad, al bien del todo social; este bien es un bien esencialmente humano y por lo tanto se mide, ante todo, en relación con los fines del ser humano, e interesa a las costumbres del hombre [varón o mujer] en cuanto ser libre que ha de usar de su libertad para sus verdaderos fines», escribe (Humanisme, cit.).
Debo repetir, entonces, que no hay república sin nación, “que es el gobierno de los pueblos levantado en sus grandes experiencias sobre sí mismos”, como lo recuerda Lamartine. De consiguiente, se trata de restablecer entre nosotros –lo repito a mis compatriotas venezolanos– y en esta hora adolorida a esa patria que, como lo dijese el patricio don Miguel J. Sanz, nos permite ser “libres como debe serlo”. Es aquella en donde se encuentran nuestras raíces genuinas y nos hace memoriosos a distancia del tiempo recorrido y en los espacios siderales hacia los que nos hemos atomizado como diásporas, sin una Torá que nos acompañe.
Iniciativa Democrática de España y las Américas (Grupo IDEA) es un foro internacional no gubernamental que integran 37 ex Jefes de Estado y de Gobierno, demócratas respetuosos del principio de la alternabilidad durante sus desempeños, patrocinado por la Fundación IDEA-Democrática como su objeto primordial. Desde la sociedad civil y la opinión pública observa y analiza los procesos y experiencias democráticos iberoamericanos, reflexiona sobre las vías y medios que permitan la instalación de la democracia allí donde no existe o su reconstitución donde se ha deteriorado, así como favorecer su defensa y respeto por los gobiernos donde se encuentra radicada.
DECLARACIÓN DE MADRID 2020 (*)
HISPANOAMÉRICA (AMERICA LATINA):
AHORA O POSIBLEMENTE NUNCA
I
La crisis sanitaria y económica global que está provocando la pandemia causada por el COVID-19 impacta ya de forma evidente en todos los países latinoamericanos.
Aunque con algo de retraso respecto a otros bloques regionales del mundo, el efecto esperado es impredecible, pero con mucha probabilidad será devastador. La debilidad institucional y la inestabilidad económica que arrastra la región desde hace décadas representan lastres añadidos y muy pesados tanto en la lucha contra el virus como en la posterior recuperación económica, más aún a la vista del enorme cráter económico que está dejando en todos los países.
Así las cosas, ante la crueldad sin fronteras y la incertidumbre respecto al futuro que está generando esta crisis en las sociedades, la cooperación regional e internacional, a pesar de las limitaciones que hayan ofrecido los procesos de integración latinoamericanos, se convierten en un arma irrenunciable para la erradicación total de la lacra y para que sus consecuencias no aboquen a la pobreza severa a países que, como en el caso de algunos de la región, estaban en la senda adecuada de mejoras institucionales y de sus estructuras económicas.
II
América Latina existe. Existe como continente propio, como bloque económico, como región surcada por innumerables lazos comunes históricos, culturales y de todo tipo. A pesar de los permanentes intentos disgregadores, el sueño de una Latinoamérica que use todo su potencial de forma inteligente e integrada persiste.
A pesar de las enormes heterogeneidades de todo orden que presenta la región, el abandono de la idea de Latinoamérica como un continente común; su consideración como una mera suma de países la situaría en la antesala del desastre ante los riesgos que la inevitable coyuntura nos impone.
Así las cosas, podría caerse en la tentación – no cabe duda de que los enemigos de la libertad en el continente lo intentarán – de utilizar la pandemia como coartada para frenar, paralizar o postergar la agenda institucional y económica que necesitaba y necesita urgentemente la región al objeto de extraer su potencial y poder competir con otros bloques mundiales emergentes.
Muy al contrario, la salida de la crisis de Latinoamérica no puede ser defensiva. Lo será, como en todos los países, mientras la crisis sanitaria no logre contenerse. Pero la agenda latinoamericana de futuro basada en la defensa de la democracia, del Estado de Derecho, de la libertad de las personas y de la estabilidad económica e institucional, no sólo no debe postergarse sino acelerarse al máximo; incluso para conjurar los graves desafíos que hoy se le plantean a la institucionalidad democrática en no pocos países de la región.
América Latina nunca alcanzará el desarrollo y la prosperidad que merece salvo con un crecimiento en libertad, generador de oportunidades, bajo el compromiso de salvaguardar la iniciativa privada, asegurar la alternancia en el ejercicio del poder por los gobiernos, y sostener las garantías de la sujeción de todos al imperio de unos valores y reglas constitucionales compartidas y procuradoras de derechos y responsabilidades igualmente compartidas.
Sabemos desgraciadamente que no todos los gobernantes actuales en Latinoamérica abrazan estos valores, sino que algunos los denigran mientras crece la pobreza y la desigualdad a su alrededor. Sin embargo, la agenda Latinoamericana basada en la libertad da dividendos y lo hemos comprobado en todos los países que han tenido el tiempo suficiente para consolidarla.
III
Latinoamérica debe tener un papel en la agenda global. América Latina necesita tiempo y recursos para superar el paso atrás que representa esta nueva crisis; necesita oportunidades para consolidar mejoras institucionales que, en todos los países desarrollados del mundo, costaron mucho conseguir y luego consolidar.
A nadie escapa que los meses y años previos a la crisis provocada por el COVID-19 no han sido buenos para Latinoamérica. Esta nueva crisis llega en un momento de debilidad elevada. Un campo abonado para agrandar las desigualdades y dar alas a los populistas que siempre pretenden cargarse de razones al calor de la incertidumbre y la quiebra de expectativas.
Incluir a Latinoamérica en la agenda global no es una cuestión de solidaridad, sino de eficiencia, de estabilidad global, de defensa de los derechos humanos. Es imperativo que los países desarrollados, a través de las instituciones multilaterales, tomen parte tanto en el control de la crisis como en la pronta recuperación y expansión de la economía de la región. Todos los países del mundo ansían una financiación estable, pero pocos han padecido tantos episodios de sobresalto financiero como los países de la región. Hay que mirar hacia el futuro. Todos los países saben lo que tienen que hacer para triunfar en este siglo. América Latina debe presentar un plan creíble y que genere la suficiente confianza como para que los inversores y la comunidad internacional recupere la confianza en la región.
IV
La corrupción, el narcotráfico y el crimen organizado, la informalidad económica y la falta de seguridad jurídica siguen siendo pesadas losas que han perpetuado hasta la fecha cualquier intento de la mayoría de los países latinoamericanos de homologarse a las grandes democracias del mundo. Estos elementos deben desaparecer del panorama político latinoamericano. Su erradicación es la condición necesaria para que los capitales extranjeros entiendan el atractivo y la enorme riqueza oculta de la región.
El Banco Interamericano de desarrollo (BID) o el Banco de Desarrollo en América Latina (CAF) se han mostrado como herramientas eficaces en la consecución de los objetivos de financiación que necesita la región. Las dificultades derivadas de la crisis actual requieren una acción decidida por parte de los países socios que no pertenecen a la región en la recapitalización de estas entidades para que el crédito pueda fluir de forma continua en estos momentos dramáticos en la que están en juego la vida de las personas.
Además, para provocar una recuperación inteligente que genere proyectos con efecto multiplicador sobre el crecimiento a largo plazo de la región, será necesario que la implicación de los países más desarrollados del mundo con la creación de un Fondo de Recuperación para Latinoamérica que, con la debida condicionalidad, otorgue garantías y permita sortear los efectos estructurales sobre las economías latinoamericanas.
América Latina debe aumentar su integración regional. El comercio intrarregional sigue registrando niveles muy bajos lo que limita el potencial de crecimiento a largo plazo y hace a la región mucho más vulnerables a los vaivenes, cada vez más frecuentes, de la economía internacional. El acortamiento de las cadenas de valor que seguramente sea consecuencia de la actual crisis, debe ser un acicate para este esfuerzo integrador.
En este sentido, la Colaboración Público-Privada se convierte en el único y mejor instrumentos para desarrollar todos aquellos proyectos que permitan vertebrar la región con infraestructuras que la conecten. Latino América debe importar los modelos exitosos en otros países avanzados del mundo y aportar la necesaria seguridad jurídica y estabilidad monetaria y financiera para que los inversores extranjeros contribuyan al sueño de una Latinoamérica rica, próspera y libre.
Si Latinoamérica no quiere perder el tren del siglo XXI debe apostar decididamente por la digitalización. Así como por una inteligente y eficiente transición energética que permita impulsar un crecimiento sostenible. La economía digital permite la transferencia de talento y, sobre todo, para Latinoamérica puede suponer una oportunidad irrenunciable para acabar con los enormes niveles de economía informal que aún acumula la región y que lastra los ingresos fiscales y con ellos la consolidación de un sistema de bienestar social eficaz y reductor de las desigualdades.
El progreso económico, la generación de oportunidades de progreso para su población y la fortaleza democrática demandan una profunda transformación de los sistemas educativos de América Latina. Las pruebas PISA demuestran el atraso del continente en generar habilidades literarias, matemáticas y científicas a sus estudiantes. El mal uso del tiempo en clase, la contratación de docentes sin la necesaria capacitación, su falta de evaluación y reentrenamiento constituyen serios problemas de los sistemas educativos en la mayoría de los países. La digitalización permitirá avanzar más rápidamente en la solución de estos problemas cuya solución es urgente.
Asimismo, Latinoamérica debe plantearse una reforma del sistema de segunda oportunidad para aquellas empresas e iniciativas que no logran el éxito a la primera. Un sistema concursal adecuado representa un freno necesario para que las crisis económicas no generen tanta destrucción del tejido productivo reduciendo el crecimiento potencial y perpetuando la informalidad en el sistema económico.
América Latina, para ganarse el futuro con estabilidad ha de diseñar una estrategia regional de crecimiento democrático que sostenga el manejo de los estados de excepción constitucional en curso, sin pérdida de los indispensables contrapesos institucionales y ciudadanos, y que permita el acceso conjunto de sus países a los mecanismos financieros y de cooperación, jerarquizando las prioridades: Programas selectivos de subsidio al desempleo y para el acceso a alimentos y medicinas, de asistencia a las pequeñas y medianas empresas y apoyo a las grandes corporaciones, reconversiones educativas para el trabajo a distancia, coordinación de los bancos centrales y organismos crediticios, atención del problema de la deuda pública y asimismo al de los deudores particulares.
(*) V Diálogo Presidencial del Grupo IDEA
(Miami Dade College)
17 de noviembre de 2020
Óscar Arias, Costa Rica
José María Aznar, España
Nicolás Ardito Barletta, Panamá
Enrique Bolaños, Nicaragua
Felipe Calderón, México
Rafael Ángel Calderón, Costa Rica
Laura Chinchilla, Costa Rica
Alfredo Cristiani, El Salvador
Vicente Fox Q., México
Eduardo Frei, Chile
Osvaldo Hurtado, Ecuador
Luis Alberto Lacalle H., Uruguay
Mauricio Macri, Argentina
Jamil Mahuad, Ecuador
Mireya Moscoso, Panamá
Andrés Pastrana, Colombia
Ernesto Pérez-Balladares, Panamá
Jorge Tuto Quiroga, Bolivia
Miguel Ángel Rodríguez, Costa Rica
Luis Guillermo Solís R., Costa Rica
Álvaro Uribe V., Colombia
MANIFIESTO SOBRE LA DEMOCRACIA
Y LA LIBERTAD EN LA ERA DIGITAL
Y DE LA SOSTENIBILIDAD 2022
LUEGO DE LA IX CUMBRE DE LAS AMÉRICAS, USA, 2022
Los exjefes de Estado y de Gobierno participantes de la Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA), transcurridos siete años desde el inicio de sus actividades con la Declaración de Panamá adoptada a propósito de la VII Cumbre de las Américas, esta vez, bajo un contexto internacional amenazado por la generalización de la guerra, una vez transcurrida bajo signos contradictorios la IX Cumbre de las Américas, declaramos lo siguiente:
Condenamos, enfáticamente, el acto de agresión ejecutado por la Federación de Rusia contra la nación ucraniana y los crímenes de guerra y de lesa humanidad que son su consecuencia.
Vemos con grave preocupación los efectos que de suyo habrán de derivarse para el mundo, en lo particular para Occidente, por obra de la guerra; todavía más cuanto que, en los días previos a su estallido, China y Rusia, con vistas a las “relaciones internacionales que entran en una Nueva Era” según la Declaración Conjunta que suscriben, afirman como “asuntos internos de los Estados soberanos” las cuestiones sobre la democracia y los derechos humanos. “Sólo corresponde al pueblo del país decidir si su Estado es democrático”, es el predicado de aquella, poniendo en tela de juicio el criterio de universalidad consagrado a partir de la Carta de San Francisco de 1945, a saber, el principio de la inviolabilidad de la dignidad de la persona humana.
I
LAS NUEVAS AMENAZAS A LA LIBERTAD
1. Desde el agotamiento del socialismo real en 1989, cuando la Humanidad hace su ingreso en las Revoluciones Digital y de la Inteligencia Artificial, se ha venido instalando una tendencia global que amenaza los valores de la libertad, la experiencia de la democracia, y el sentido finalista del Estado de Derecho, tal y como fueran concebidos desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
2. La pandemia del COVID-19 y el reciente como señalado acto de agresión ejecutado por Rusia contra Ucrania, hacen evidentes los graves trastornos que aquejan al orden internacional y de los Estados, revelando la incapacidad de las organizaciones multilaterales universales y regionales para contener tales amenazas contra el género humano cuando provienen de acciones u omisiones de las grandes potencias.
3. La misma gobernanza digital que avanza en todos los espacios de la actividad humana y no sólo la política o económica, facilitando la expansión de emprendimientos y sus aceleraciones como el tráfico global de informaciones y de datos y la movilización de masas, está siendo víctima de graves interferencias y manipulaciones de origen criminal que fomentan la inseguridad, atentan contra la transparencia y la misma gobernabilidad de nuestras sociedades al ver rotos sus vínculos de confianza.
4. Las agendas políticas y económicas regionales y nacionales avanzan de modo preferente sobre los llamados nuevos temas que impulsa la globalización; desasidas, sin embargo, de todo fundamento antropológico. La libertad, como arbitrio de conciencia y la responsabilidad por las consecuencias de su ejercicio, buscan ser aisladas de su interdependencia con la democracia entendida como forma de vida y con la vigencia de un Estado constitucional de Derecho. No por azar, del conjunto de los 193 Estados parte de la actual ONU sólo se reconocen a 21 Estados como democracias plenas. Tanto que, al aprobar esta la exclusión de la Federación de Rusia del Consejo de Derechos Humanos por sus palmarios crímenes de guerra y de lesa humanidad, en una importante proporción sus Estados parte se abstuvieron, sumados a los que se oponen.
5. En nuestra Declaración de Panamá, de 2015, a propósito de la VII Cumbre de las Américas, hicimos presente que “La democracia y su ejercicio efectivo, fundamento de la solidaridad entre los Estados, consiste en el respeto y garantía de los derechos humanos, el ejercicio del poder conforme al Estado de Derecho y su sujeción al principio de la alternabilidad, la separación e independencia de los poderes públicos, el pluralismo político, las elecciones libres y justas, la libertad de expresión y prensa, la probidad y transparencia gubernamentales, entre otros estándares; tal y como constan en la Declaración de Santiago de Chile adoptada por la Organización de los Estados Americanos en 1959, luego ampliada y desarrollada por la Carta Democrática Interamericana de 2001”.
6. La Declaración de Madrid que expedimos a raíz de nuestro Diálogo Presidencial de 2020 recuerda, asímismo, que “América Latina existe. Existe como continente propio, como bloque económico, como región surcada por innumerables lazos comunes históricos, culturales y de todo tipo”. Los ideales de libertad y democracia siguen siendo, como lo creemos firmemente, la guía para la construcción de una Latinoamérica que use de forma inteligente e integrada su enorme potencial.
7. Al concluir nuestro Diálogo Presidencial de 2021 observamos que la lucha política viene conduciendo hacia una fragmentación cultural y social que dificulta el diálogo a nivel global y compromete al patrimonio intelectual de Occidente. Frente a los desafíos insoslayables de lo digital y de la inteligencia artificial o la robótica, y ante el delirio de poder que acompaña a no pocos gobernantes en esta hora agonal, recordamos que se impone recuperar en todos los planos la propia dimensión de lo humano y el sentido trascendente de la existencia dentro de la vida ciudadana.
8. La IX Cumbre de Las Américas se ha reunido esta vez bajo el lema “Construyendo un futuro sostenible, resiliente y equitativo”. Costa Rica había pedido públicamente que se trabaje por el “fortalecimiento de la institucionalidad democrática, como un pilar fundamental para la recuperación económica”, y el secretario general de la OEA recomendaba “abordar las transformaciones que requiere la región promoviendo un desarrollo inclusivo y sostenible”, en particular dado el contexto de la crisis mundial generada por el COVID-19. Ha concluido cercada por las dictaduras del siglo XXI y sin resiliencia evidente.
9. Desde nuestra señalada Declaración de Madrid hemos advertido que “podría caerse en la tentación – no cabe duda de que los enemigos de la libertad en el continente y sus aliados extracontinentales lo hacen con abierto desprecio por la dignidad humana – de utilizar la pandemia como coartada para frenar, paralizar o postergar la agenda institucional y económica”. Entre tanto, China y Rusia le demandan a la comunidad internacional no inmiscuirse en tales cuestiones, las de la democracia y los derechos humanos, pues, como lo creen, “socavan la estabilidad del orden mundial”.
10. En medio de las grandes revoluciones del conocimiento que parecen oponer la ciencia o la razón técnica a la razón humana, una libertad mal entendida puede acabar con la misma libertad, al desestimar el valor de la dignidad de la persona. En el ambiente global se aprecia y tiene reflejos claros dentro de nuestras naciones, un fuerte movimiento que considera prescindibles los valores éticos de la democracia y los imperativos del Estado constitucional de Derecho. Al cabo, la comunidad y el orden internacional son la cara de los mismos Estados que la forman y les tiene como sujetos. Por consiguiente, la lucha por la defensa universal de los derechos humanos en el marco inexcusable de las instituciones democráticas y bajo el imperio de un Estado constitucional de Derecho, se hace agonal para el mundo occidental y es la base de la unidad en la diversidad de las culturas.
II
HACIA UN AUTÉNTICO CRECIMIENTO EN LIBERTAD Y CON DIGNIDAD
11. Creemos que asumir el desafío de crecer en libertad es ahora no solo posible, es necesario e imperativo. “Ese principio de libertad que va creciendo a medida que crecen los siglos, y que progresa en el hombre, es la idea madre de toda la civilización, es el espíritu inmortal de toda nuestra historia” en Occidente, lo señala el historiador hispano Emilio Castelar y Ripoll (1832-1899) y es criterio que compartimos.
12. En la Declaración de Madrid sobre Crecimiento en Libertad hemos hecho constar que “la agenda latinoamericana de futuro basada en la defensa de la democracia, del Estado de Derecho, de la libertad de las personas y de la estabilidad económica e institucional, no sólo no debe postergarse sino acelerarse al máximo; incluso para conjurar los graves desafíos que hoy se le plantean a la institucionalidad democrática en no pocos [de nuestros] países”.
13. Hemos de repetir con énfasis, esta vez, que Latinoamérica debe tener un papel en la agenda global. América Latina necesita tiempo y recursos para superar el paso atrás que le significan la pandemia y los efectos económicos y sociales globales de la cruel guerra de Rusia contra Ucrania. Necesita de oportunidades para consolidar sus mejoras institucionales que, en los países más desarrollados costaron conseguir y luego consolidar; pero eso sí, en lucha abierta contra la corrupción, el narcotráfico y el crimen organizado, la informalidad económica y la falta de seguridad jurídica, como pesadas losas que se perpetúan en varios de nuestros países.
14. América Latina, para ganarse el futuro con estabilidad ha de diseñar una estrategia regional de crecimiento democrático que sostenga los indispensables contrapesos institucionales y ciudadanos; que permita el acceso conjunto de sus países a los mecanismos financieros y de cooperación internacionales, jerarquizándose las prioridades; que fortalezca su integración y el comercio intrarregional, valiéndose del acortamiento de las cadenas de valor y apoyados estos en la seguridad jurídica. No olvidando, como línea irrenunciable, la construcción de plataformas sociales, económicas y políticas guiadas por la idea de dejar atrás los mitos ideológicos, forjando utopías realizables, animadas por una actitud ética que brote de la libertad y de los valores humanos universalmente compartidos.
III
15. Para Occidente, en suma, la pandemia y la guerra han de ser y verse como una oportunidad para las enmiendas retrasadas desde 1989 a raíz del derrumbe de la Cortina de Hierro. También y, sobre todo, acicateados por las enseñanzas del pueblo ucraniano víctima de la resurrección de otro mal absoluto, para que reivindiquemos los valores éticos fundamentos de nuestra cultura y el ejercicio responsable de la libertad, relajados a lo largo de las tres décadas que cierran con el COVID-19 y que encuentran sus más trágicos paradigmas en Cuba, El Salvador, Nicaragua y Venezuela.
25 de octubre de 2022
Óscar Arias S., Costa Rica
José María Aznar, España
Nicolás Ardito Barletta, Panamá
Felipe Calderón H., México
Rafael Ángel Calderón F., Costa Rica
Laura Chinchilla M., Costa Rica
Alfredo Cristiani, El Salvador
Vicente Fox Q., México
Federico Franco, Paraguay
Eduardo Frei T., Chile
Lucio Gutiérrez, Ecuador
Osvaldo Hurtado L., Ecuador
Luis Alberto Lacalle H., Uruguay
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