JOHN H. NEWMAN
La Idea Patrística del Anticristo en cuatro sermones
John Henry Newman escogió como tema de sus predicaciones para el tiempo de Adviento de 1835 la figura del Anticristo. En los cuatro sermones del libro, Newman toma como referencia principal de estudio las Sagradas Escrituras y los escritos de los Padres de la Iglesia, siendo sumamente prudente a la hora de exponer sus opiniones particulares sobre la materia. La importancia de estar atentos a la segunda venida de Cristo.
John Henry Newman escogió como tema de sus predicaciones para el tiempo de Adviento de 1835 la figura del Anticristo. En los cuatro sermones del libro, Newman toma como referencia principal de estudio las Sagradas Escrituras y los escritos de los Padres de la Iglesia, siendo sumamente prudente a la hora de exponer sus opiniones particulares sobre la materia.
La importancia de estar atentos a la segunda venida de Cristo
Newman celebraba la Eucaristía los domingos a las 16:00 horas en la Iglesia Católica de Santa María de Oxford. Entre sus feligreses, contaba con casi medio millar de estudiantes universitarios que acudían a escuchar sus sermones. Su pretensión al tratar este tema aquel año no fue otra que, en el contexto de la preparación para la Navidad (que celebra la primera venida de Cristo), recordar la segunda venida, de la que desconocemos su momento, pero de la que estamos seguros que ocurrirá.
Son cuatro los sermones en que se estructura el libro: El tiempo del Anticristo, La religión del Anticristo, La ciudad del Anticristo y La persecución del Anticristo. Al comienzo de cada uno de ellos podemos leer como Newman advierte del riesgo de una interpretación particular sobre el Anticristo, y cómo es preferible acudir a la Sagrada Biblia y a la revelación de los Santos Padres para su estudio y, confiar que, cuando se acerque el momento, la Iglesia comprenderá con mayor claridad lo recogido en las Escrituras. Tal vez por ello, la figura del Anticristo permanece ausente en las predicaciones y su imagen sólo llega a la sociedad, la mayoría de las veces al margen de la fe, a través de ideas extravagantes.
Newman establece un paralelismo entre la primera venida de Cristo y la segunda. Al igual que la primera estuvo precedida de toda una serie de acontecimientos, la segunda, como aparece explícitamente en los textos sagrados, estará preludiada por las señales del Anticristo que, en última instancia, se hará presente de modo manifiesto en el mundo y permanecerá en él hasta que Cristo consiga mostrar su gloria definitiva. Con estas predicaciones, Newman pretendía fomentar entre sus feligreses el compromiso de vivir su día a día estando preparados, como si el final estuviera cerca y ayudarles a estar atentos a todo aquello que pudiera considerarse sombras o preludios del Anticristo.
De la lectura de los sermones recogidos en el libro de Newman, podemos constatar que la certeza de la llegada del Anticristo es una verdad presente ya en los primeros momentos de la predicación cristiana. Se la constata también en nuestros días, como prueba el Catecismo de la Iglesia Católica promulgado por Juan Pablo II (nn. 671 al 675) o las alusiones de Benedicto XVI (Luz del Mundo).
Tiempo, religión, ciudad y persecución del Anticristo
Resulta ilustrativo el desarrollo de los sermones, en la medida que implica al que lo lee a estar atentos a la venida e intentar identificar aquello que pudiera ser una señal de la presencia del Anticristo. Al igual que el Reino de los Cielos, el dominio del Anticristo puede ya manifestarse en el mundo.
A modo de ejemplo, Newman realiza un recorrido en la historia para mostrar actuaciones en las que se podía detectar manifestaciones de Satanás, todas ellas precedidas de una apostasía, a la que le sucede alguna persona que se convierte en perseguidor implacable de los que se mantuvieran fieles a Dios. Un prolongado parto, que habría comenzado y estaría gestando la venida del Anticristo, cuyas sombras –cita Newman- pudieron ser Antíoco, Juliano, Mahoma y sin citarlo expresamente, se puede deducir que incluso pudiera agrandar esta lista con Napoleón (la mención expresa a la Revolución Francesa y a Napoleón aparece en la versión francesa del libro).
Retoma la interpretación clásica de las profecías de Daniel (Dan 7-8), según la cual sería necesario que primero desapareciera el imperio romano, y luego, surgir tras el reinado de diez reyes, el undécimo rey –el mismo Anticristo-, que subyugará al resto. Realiza, Newman una interpretación –a la luz de los Padres- de cómo unos nuevos principios pudieran imponerse en el mundo provocando una Apostasía general, que aunque no viniera tras ella el Anticristo, son signos ineludibles del mal.
A través de los sermones nos va describiendo lo que pueden ser características y estrategias del Anticristo. La intención primordial de esta figura es arrebatar almas a Dios, para ello su arma primordial será el engaño. La confusión, bajo signos de falsa tolerancia ante las distintas religiones, puede ser una forma de ir sembrando la duda en los hombres; para luego, presentar su verdadera faz de perseguidor de la religión cristiana. En principio, estaríamos ante un ser que lucharía contra aquel que no se postre bajo su figura, lo que se propone como tolerancia acaba a la postre como tiranía. Son muchas las similitudes que Newman encuentra como preludios de la venida de Satanás, pero de forma especial habla con dureza de la Revolución francesa, que lleva a los hombres a adorar la Libertad, la Igualdad, la Razón, la Patria, la Constitución y olvidar al Dios verdadero. Vuelve de nuevo a mostrarnos la necesidad y responsabilidad del cristiano de estar atentos a los signos en cualquier tiempo y lugar.
De forma particular nos presenta a la Iglesia como la fuerza capaz de salvar a los hombres, ya que permanece al lado del que sufre en nombre de Cristo y detiene la rabia del maligno. A lo largo de todos los siglos, la persecución a la Iglesia ha sido una de sus señas de identidad, porta la misma Cruz que Cristo. Al final de los tiempos, cuando el Anticristo presente su poder en la tierra, cabe esperar que la persecución será más cruenta todavía, sin embargo, todos aquellos que permanezcan bajo su techo, conseguirán arrebatar el Reino al mismo demonio. El permanecer fiel a la Iglesia permitirá a los hombres unirse a Cristo victorioso en el final de los tiempos, y por el momento, pudiera servir como freno sobre nuestros corazones soberbios y rebeldes con independencia a cuando se presente el final de la historia.
Y Cristo volverá a mostrarnos toda su gloria
La lectura del libro es sumamente enriquecedora pues Newman a través de estos sermones nos invita a descubrir que toda la historia es un combate entre el bien y el mal. Esta es la realidad a la que todo hombre, es más, toda la humanidad se enfrenta en su día a día, y es necesario no desfallecer ante la maldad para que la presencia del Reino de los Cielos no se vea eclipsada ante el poder del maligno. Anuncia que en los últimos tiempos cuando la fuerza del Anticristo parezca invencible, la gloria de Cristo resplandecerá de nuevo y con ella la de todos los que hayan sabido mantenerse fiel a sus enseñanzas. De esta forma, los sermones muestran la teología de la Historia de Newman: su convicción de que el recorrido de la humanidad –y de cada persona- por el tiempo, tiene su sentido gracias a la conjunción de la gracia divina y la libertad humana. De esta forma, la historia humana –y la historia de cada persona- es en realidad una Historia Sagrada y Universal.
El libro no pretende dar detalles exactos y precisos sobre la venida del Anticristo y aquella definitiva de Cristo, sino que invita a que vivamos en clave de adoración a la Verdad durante toda nuestra vida y de entrega al misterio divino de Dios para ser signos de esperanza en el mundo.
Por Susana Miró López
Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España
1) El Tiempo del Anticristo (San John Henry Newman) 2) La religión del Anticristo (San John Henry Newman)
3) La ciudad del Anticristo (San John H. Newman) 4) La persecución del Anticristo (San John H. Newman)
EC 39 1 SERMON TIEMPO DEL AC
EC LUNES12NOV NEWMAN 2
LA MUJER CORONADA Y EL ARCÁNGEL MIGUEL
Lágrimas en la lluvia 44 El demonio
Militia Michael Arcangelus
EC-41-LUNES18-24-NEWMAN SERMON 3-CIUDAD DEL ANTICRISTO
Una de las señales precursoras
del Reinado del Corazón Eucarístico de Jesucristo
será la llegada del tiempo del Anticristo
Al hilo de la bendición de Jacob y la exaltación de la tribu de Judá, la Sagrada Escritura vaticina el triunfo del león de Judá, porque vencerá al demonio, que como león rugiente ronda buscando a quien devorar. Más aún, el oráculo sobre Judá no sólo exalta su fuerza como la de un león, sino que anuncia que el cetro real se mantendrá en esa tribu, aludiendo veladamente a un reinado perpetuo en el futuro, regido por un descendiente de Judá en el que culmine la realeza universal, a saber, el Mesías, esto es, el rey descendiente de David, cuyo reino no tendrá fin. Precisamente, la realeza en Israel surgirá de esa tribu con David, y se prolongará hasta el advenimiento de Jesucristo, el retoño de David en quien se cumplen las profecías.
Sobre el particular, San Hipólito de Roma escribió:
Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, el Hijo de Dios, por su carácter regio, fue preanunciado como león, al igual que las Escrituras proclamaron anticipadamente que el Anticristo sería semejante a un león, por su carácter tiránico y violento. En efecto, el engañador quiere parecerse en todo al Hijo de Dios. Cristo es león y también el Anticristo. Cristo es rey y el Anticristo es rey terreno. El Salvador se mostrará como cordero, y también aquel, el Anticristo, aparecerá igualmente como cordero, aunque interiormente será un lobo. El Señor viene al mundo circuncidado, y el Anticristo vendrá también de la misma manera. El Señor envió a los apóstoles a todas las naciones, y también el Anticristo enviará falsos apóstoles. El Salvador reunió a las ovejas dispersas, y también el Anticristo reunirá al pueblo disperso. El Señor ha concedido un sello a quienes creen en Él, y el Anticristo dará lo mismo. El Señor apareció en forma humana, y también el Anticristo aparecerá en forma humana. El Señor resucitó y mostró su propia carne como un templo, y el Anticristo levantará un templo de piedras en Jerusalén.
Asimismo, San Agustín expone:
La victoria de nuestro Señor Jesucristo se hizo plena con su resurrección y ascensión al cielo. Entonces se cumplió lo que se oye en la lectura del Apocalipsis: Venció el león de la tribu de Judá. A Él mismo se le llama, a la vez, león y cordero: león por su fortaleza, y cordero por su inocencia; león en cuanto invicto, y cordero en cuanto manso. Y este cordero degollado venció con su muerte al león que busca a quién devorar. También al diablo se le llama león por su ferocidad, no por su valor.
Dice, en efecto, el apóstol Pedro que conviene que estemos alerta contra las tentaciones, porque vuestro adversario el diablo ronda buscando a quién devorar. E indicó también cómo hace la ronda: Cual león rugiente, ronda buscando a quién devorar. ¿Quién no iría a parar a los dientes de este león, si no hubiera vencido el león de la tribu de Judá? Un león frente a otro león y un cordero frente al lobo. Saltó de gozo el diablo cuando murió Cristo, y en la misma muerte de Cristo fue vencido el diablo; como en una ratonera, se comió el cebo. Gozaba con la muerte cual si fuera el jefe de la muerte; se le tendió como trampa lo que constituía su gozo. La trampa del diablo fue la muerte del Señor; el cebo para capturarle, la muerte del Señor. Ved que resucitó nuestro Señor Jesucristo.
De un modo u otro, tal como augura Jacob, un descendiente de Judá reinará no sólo sobre las demás tribus del Pueblo Elegido, como David, sino sobre todas las naciones. De facto, Jesús nacerá en la tribu de Judá, en Judea, esto es, en Belén. Justamente, en el Apocalipsis se dice de Jesús que tiene la llave de David, es decir, que tiene el poder regio sobre el Israel físico y espiritual. Mismamente, el arcángel San Gabriel comunica a la Virgen:
Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre: reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. De ahí que, los apóstoles de los últimos tiempos aspiramos a la plena realización de ese Reino: Venga a nosotros tu Reino, así en la tierra como en el cielo.
En cualquier caso, el oráculo sobre Judá presupone un futuro reino mesiánico, y sin duda que esta profecía se ha cumplido con Cristo, que ha inaugurado la presencia del Reino de Dios en el mundo. Este Reino, sin embargo, supera las expectativas del Pueblo Elegido, ya que es una realidad espiritual y trascendente y su presencia es misteriosa, aunque las personas pueden ya participar de ella en su condición presente. Sea como fuere, el Reino va creciendo hasta su plena manifestación más allá de la historia, en la eternidad. La transición desde el estado presente del Reino hasta esa plenitud futura se realizará mediante la Parusía.
Por ende, ahora es tiempo de transición; con todo, el Pueblo de la Alianza Nueva y Eterna espera un momento de plenitud del Reino de Cristo en la historia de la humanidad, denominado Reinado Eucarístico. Obviamente, una de las señales precursoras del Reinado del Corazón Eucarístico de Jesucristo será la llegada del tiempo del Anticristo. De todas formas, los Padres de la Iglesia esperaban con gran deseo el pronto advenimiento de la plenitud terrena del Reino de Cristo, así, por ejemplo, San Clemente Romano escribió:
Habiendo los apóstoles recibido los mandatos y plenamente asegurados por la resurrección de Jesucristo y confirmados en la fe por la Palabra de Dios, salieron, llenos de la certidumbre que les dio el Espíritu Santo, a dar la alegre noticia de que el Reino de Dios estaba por llegar.
Igualmente, San Ireneo de Lyon asentó:
Después del advenimiento del Anticristo y perdición de todas las naciones a él sujetas, reinarán a la sazón los justos en la tierra, creciendo a vista del Señor y por su medio se harán aprehender la gloria de Dios Padre, y junto con los santos ángeles captarán en el Reino el régimen y comunión y unidad de los espirituales.
VER+:
Jesucristo Revela al Anticristo [inquietantes mensajes a 2 santas]
Alarmante Profecía dada por Jesucristo se está Cumpliendo
[¿qué pasará en el mundo y en la Iglesia?]
“La enfermedad mental específica del mundo moderno es pensar que Cristo no vuelve más; o al menos, no pensar que vuelve". Castellani
El Apocalipsis nos recuerda que este mundo terminará.
Pero dicho término se verá precedido por una gran tribulación, y una gran apostasía.
Tras las cuales sucederá el advenimiento de Cristo y de su Reino, que no ha de tener fin.
La llegada del Señor será precedida por cataclismos, primordialmente cósmicos.
En su Discurso Escatológico, el Señor dice que “habrá en diversos lugares hambres y terremotos…, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo” (Mt 24: 7.29).
El sol en la Escritura representa a veces la verdad religiosa; la luna, la ciencia humana; las estrellas figuran a los sabios y doctores.
Pregúntanse los exégetas si aquellos “signos en el cielo” tan extraordinarios, serán físicos o metafóricos.
Castellani piensa que las dos cosas; porque al fin y al cabo el universo físico no está separado del universo espiritual.
Pero más allá de tales señales en la tierra y en el cielo, Cristo dio tres signos troncales de la inminencia de su Segundo Advenimiento:
–la predicación del Evangelio en todo el mundo (cf. Mt 24: 14),
-el término del vasallaje de Jerusalén en manos de los Gentiles (cf. Lc 21: 24), y
-un período de “guerras y rumores de guerras” (Mt 24: 6).
Los tres signos parecen haberse cumplido.
El Evangelio ha sido traducido ya a todas las lenguas del mundo y los misioneros han recorrido los cinco continentes.
Jerusalén ha vuelto a manos de los Judíos con la consiguiente implantación del “Estado de Israel”.
Y en lo que toca a las guerras, según dijo Benedicto XV en 1919 “parece establecida como institución permanente de toda la humanidad”.
Estos síntomas están como preludiando el fin que será el Reinado Universal del Anticristo.
Quien perseguirá a todo el que crea de veras en Dios, hasta que finalmente sea vencido por Cristo.
Castellani habla de la falsedad del Progreso Indefinido y que se opone tan directamente a la palabra de Cristo de que el final intraterreno será catastrófico.
El mundo ha vivido ya cientos de millones de años, afirman sus sostenedores, y por lo tanto puede pensarse que seguirá existiendo cientos de siglos más.
La Ciencia y la Civilización convertirán a este mundo en el Edén del Hombre Emancipado.
Será como el resumen de todas las anteriores.
La enfermedad mental específica del mundo moderno es pensar que Cristo “no vuelve más”.
En base a ello, y tras declarar que el cristianismo ha fracasado, el mundo inventa sistemas para solucionar todos los problemas, nuevas Torres de Babel en orden a escalar el cielo.
Y así niega explícitamente la Segunda Venida de Cristo.
Lo que el mundo hace, en el fondo, es negar el proceso divino y providencial de la historia.
“Con retener todo el aparato externo y la fraseología cristiana, falsifica el cristianismo, transformándolo en una adoración del hombre”.
“Todos los cristianos que no creen en la Segunda Venida de Cristo se plegarán a ella. Y ella les hará creer en la venida del Otro”, como llamó Cristo al Anticristo (Jn 5: 43).
El mundo no continuará desenvolviéndose indefinidamente, ni acabará por azar, o por un choque cósmico, sino por una intervención directa del Creador.
“El Universo no es un proceso natural, como piensan los evolucionistas o naturalistas –escribe Castellani–, sino que es un poema gigantesco.
Un poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace; que se llaman teológicamente Creación, Redención y Parusía”.
“El dogma de la Segunda Venida de Cristo, o Parusía, es tan importante como el de su Primera Venida, o Encarnación”.
Como escribe Castellani, “la señal más cierta de la aproximación del Anticristo será cuando la Iglesia no querrá ocuparse de él”.
Para comprender los signos y la narración del Apocalipsis hay que desentrañar quienes son y qué rol juegan los actores principales.
LOS PERSONAJES EN EL DRAMA DEL APOCALIPSIS
El libro sagrado nos expone el drama de la secular lucha entre el bien y el mal, ahora llegada a su culminación, y por ende radicalizada.
Detengámonos en los principales personajes que actúan, a veces bajo la forma de símbolos.
CRISTO Y EL DRAGÓN
En el telón de fondo aparecen los dos grandes protagonistas.
Ante todo Cristo, el Señor de la Historia.
Porque el Cordero quien abre el libro sellado, manifestando así su dominio plenario sobre los acontecimientos históricos, no es otro que el Señor.
Frente a Cristo, el Dragón, el demonio, el abanderado de las fuerzas del mal.
Escoltado por dos auxiliares: la Bestia del Mar, que será el dominador en el plano político (en la Escritura el mar simboliza el orden temporal).
Y la Bestia de la Tierra, que llevará a cabo la falsificación del cristianismo (la tierra es el símbolo de la religión).
Ambas Bestias en estrecha conexión y alianza.
Consideremos ahora los personajes subalternos.
LA PRIMERA BESTIA (el Anticristo)
La Primera Bestia es el Anticristo.
Con cierto facilismo se creyó reconocer al Anticristo en los enemigos concretos de la Iglesia que se iban presentando a lo largo de la historia.
Los primeros señalados fueron los emperadores romanos que desencadenaban persecuciones.
De manera semejante, en el bajo Medioevo se lo creyó encarnado en Mahoma.
Esta idea cobra hoy nueva vigencia a raíz de la conjetura de algunos autores, principalmente Belloc, que afirman la posibilidad de que el Islam pueda renacer como Imperio Anticristiano, más poderoso y temible que antes.
Con el advenimiento del Protestantismo se produjo una extraña variación en la exégesis del Anticristo.
Lutero aplicó la terrible etiqueta escatológica al Papado.
Sobre la base de que la Iglesia puede corromperse, y de hecho se corromperá en los últimos días.
Lutero, interpretando dicha tesis de manera herética, creyó ver en el Papa la Gran Ramera de que habla el Apocalipsis.
Castellani parece sostener una suerte de manifestación gradual del Anticristo.
Las Siete Trompetas del Apocalipsis, que simbolizan siete grandes jalones heréticos en la historia de la Iglesia, aludirían a siete sucesivos Anticristos.
Precursores del Último, al cual preparan sin saberlo, acumulativamente.
A medida que se aproximan al “Hombre de Pecado”, las herejías van creciendo en fuerza y malignidad.
-la primera trompeta representaría el arrianismo;
-la segunda, el Islam;
-la tercera, el Cisma Griego;
-la cuarta, el Protestantismo;
-la quinta trompeta sería la Revolución francesa, con su Enciclopedismo;
-la sexta, el enfrentamiento de los Continentes, la guerra como institución permanente.
Y así llegamos a los umbrales del fin, la época en que se atentará directamente contra el primer mandamiento, la época del odio formal a Dios, el pecado y herejía del Anticristo.
El Obstáculo para la aparición del Anticristo
Antes de la manifestación del Anticristo deberá ser quitado de en medio un misterioso Obstáculo, de que habla San Pablo: “El misterio de la iniquidad ya está actuando.
Tan sólo que sea quitado de en medio el que ahora le retiene, entonces se manifestará el Impío” (2 Tes 2: 7-8).
¿A qué se refiere el Apóstol?
Hay algo que ataja o demora la aparición del Anticristo. San Pablo lo llama el katéjon, el obstáculo, que se concreta en el katéjos, es decir, un ser obstaculizante.
Hasta que dicho katéjon no sea “quitado de en medio” no se manifestará el Hombre sin Ley.
¿Cuál es este enigmático Obstáculo?
Algunos Padres de la Iglesia pensaron que el Katéjon (lo obstaculizante) era el Imperio Romano ya cristianizado.
En el siglo XIII, Santo Tomás creería ver en la Cristiandad medieval la continuación del Imperio Romano.
De alguna manera ese Imperio, mal o bien, permaneció hasta hace poco.
Sea lo que fuere, las migajas o lo que resta de ese Imperio habrían impedido hasta el presente la aparición formal del Anticristo.
El cual, en su momento, restaurará dicho Imperio, pero a su modo.
Algunos autores han pensado que el katéjon era la misma Iglesia, cuya presencia constituía el último obstáculo para la manifestación del Anticristo.
Así opina San Justino, el primer comentador del Apocalipsis.
También San Victorino aplicó el katéjon a la Iglesia – “la Iglesia será quitada”, dice–, pero en el sentido de que volvería a la oscuridad, a las catacumbas, perdiendo todo influjo en el orden social.
En su novela Juan XXIII (XXIV) escribe Castellani que “Iglesia” se dice en tres sentidos:
“Hay la Iglesia que es el proyecto de Dios y el ideal del hombre, y está comenzada en el cielo, la “Esposa”, a la cual San Pablo llama “sin mancha”, una.
Hay la Iglesia terrenal, donde están el trigo y la cizaña mezclados para siempre, pero se puede llamar “santa” por su unión con la de arriba por la gracia, dos.
Y hay la Iglesia que ve el mundo, “el Vaticano”, que trata con el mundo; que está quizá más unida con el mundo que otra cosa, y que desacredita al todo”, tres.
La figura del Anticristo
¿Quién será el que asuma ese terrible papel?
Inicialmente los Padres consideraron que se trataba de una persona concreta e individual.
A partir del Renacimiento surgió la idea de un Anticristo colectivo e impersonal.
Ambas cosas son admisibles.
Será, por cierto, una atmósfera, un espíritu que se respira en el ambiente, “espíritu de apostasía”.
Pero también será un individuo, porque San Pablo lo llama “el hombre impío”, “el inicuo”, “el hijo de la perdición”.
El nombre de “Anticristo” lo inventó San Juan. San Pablo lo denominó “Ánomos”, el sin ley (cf. 2 Tes 2: 8). Cristo lo llamó “el Otro” (Jn 5: 43).
Dice el Apocalipsis que la cifra del Anticristo será 666 (cf. Ap 13, 18).
En griego, la palabra “Bestia”, que es el nombre que le da San Juan, se dice “theríon”.
Si esta palabra se vierte al hebreo, y se suman los números de cada letra según su lugar en el abecedario de dicha lengua, el resultado es 666.
¿De qué nacionalidad será el Anticristo?
Dostoievski lo hace ruso, habiéndolo pintado con los rasgos de Stavroguin en su novela Demonios.
Benson lo imagina norteamericano, bajo el nombre de Felsenburgh.
Según algunos Padres y exégetas antiguos, será judío, para mejor emular a Cristo, su antítesis, que también lo fue.
El cuerno pequeño que en la profecía de Daniel crece casi de golpe (cf. Dan 7: 8.20), podría ser el reino de Israel, comenzando el Anticristo por constituirse en Rey de los Judíos.
Esta última adjudicación se ha visto coloreada en la leyenda popular, hasta llegarse a detalles nimios: sería de la tribu de Dan, hijo de una monja judía conversa y de un obispo, cuando no del demonio, directamente.
No tendría ángel de la guarda. Nacería provisto de dientes y blasfemando. Adquiriría con rapidez fantástica todas las ciencias.
En realidad el Anticristo no se presentará como un personaje siniestro, la perversidad encarnada.
Será, por cierto, demoníaco, pero no aparecerá tal, sino que hará gala de humanitarismo y de humanismo.
Se fingirá virtuoso, aunque de hecho sea cruel, soberbio y mentiroso.
Anunciará quizás la restauración del Templo de Jerusalén, pero no será en beneficio de los judíos sino para entronizarse él y recibir allí honores divinos.
Porque el Anticristo no se contentará con negar que Cristo es Dios y Redentor, sino que se erigirá en su lugar, cual verdadero Salvador de la humanidad.
Tratará incluso de parecerse a Cristo lo más posible. Será “el simio de Dios”.
El poder y la obra del Anticristo
La eclosión del Anticristo será fulgurante, si bien a partir de modestos orígenes.
Los antiguos escritores eclesiásticos entendieron que en la consumación del mundo, cuando el Orden Romano se encontrase destruido, habría diez reyes.
A quienes la Escritura llama “los diez cuernos”.
El Anticristo será el undécimo rey, que al parecer emergerá históricamente como el superviviente de una lucha entre otros reyes.
Un “cuerno pequeño”, dice el profeta (cf. Dan 7: 8), o sea, un rey oscuro y plebeyo, que quizá crecerá de golpe.
Empezará como “reino pequeño”, señala Daniel (cf. 7; 8), y después logrará el dominio sobre los restantes, convirtiéndose en “otro Reino”, descomunal y distinto de los demás, cabeza de una confederación de naciones.
El Anticristo llevará a cabo una síntesis mundial de todos los adversarios del cristianismo, tanto en el Oriente como en el Occidente.
Una especie de contubernio entre el capitalismo y el comunismo.
En torno a él se reunirán todos los que Castellani llama los ”oneworlders”, o sea “mundounistas”, los que hoy sustentan el Nuevo Orden Mundial.
Una vez que haya tomado las riendas del poder en sus manos, el Anticristo se abocará a su obra, que a los ojos del mundo aparecerá como “benéfica”.
No en vano es el Cuarto Caballo del Apocalipsis, que reemplazará a los tres primeros: al Caballo Blanco, desde luego, que representa el Orden Romano, el Katéjon; y luego al Rojo y al Negro, que simbolizan, respectivamente, la Guerra y la Carestía.
Acabará con la guerra, ante todo, cumpliendo el anhelo más profundo de la humanidad, que es la paz universal.
Una paz sacrílega y embustera, por cierto, la paz del mundo, estigmatizada por Cristo.
El Anticristo solucionará igualmente los problemas económico-sociales, ofreciendo no sólo abundancia sino también igualdad, aunque sea la de un hormiguero.
Corregirá así la plana a su Rival, consintiendo a las tres tentaciones que antaño Jesús se obstinara en rechazar:
-“Di que estas piedras se conviertan en pan”, y dará de comer al mundo entero;
-“tírate del Templo abajo, para que todos te aplaudan”, y adquirirá renombre universal por los medios de comunicación;
-“todos los reinos de la tierra son míos y te los daré si me adorares” (cf. Mt 4, 1-11), y los recibirá.
Tratará asimismo de destruir lo que queda de Cristiandad, pero aprovechando sus despojos.
Perseguirá duramente a la Iglesia y matará a los profetas.
Pero los sustituirá enseguida por profetas mercenarios.
Y, como es obvio, no querrá ni oír hablar de la Parusía.
Porque no hay que olvidar que la figura del Anticristo no es primordialmente política, sino teológica.
Ello se hace evidente por las metas que la Escritura le atribuye:
–negará que Jesús es el Salvador Dios (cf. 1 Jn 2: 22);
–será recibido en lugar de Cristo por la humanidad (cf. Jn 5: 43);
–se autodivinizará (cf. 2 Tes 2: 4);
-suprimirá, combatirá o falsificará las otras religiones (cf. Dan 7: 25).
El Misterio de Iniquidad, que el Anticristo encarna, se resume en el odio a Dios y la adoración del hombre.
Porque, paradojalmente, aquel cuya boca proferirá blasfemias contra todo lo divino (cf. Ap 13: 5-6), por otro lado pretenderá hacerse adorar como Dios (cf. 2 Tes 2: 4).
Castellani advierte cómo los tiempos modernos están propagando sin descanso la Idolatría del Hombre y de las obras de sus manos.
La sede del Anticristo
Un último aspecto relativo a la Primera Bestia es la cuestión de la sede y ámbito de su gobierno.
Castellani aventura que podrían ser Europa, Norteamérica y Rusia.
Trátase de una Urbe concreta o un conjunto de urbes, que ha logrado conquistar el poder mundial: “La mujer que has visto es la Gran Ciudad, la que tiene la soberanía sobre todos los Reyes de la tierra” (Ap 17: 18).
San Juan dice que vio escrito en su frente la palabra “misterio” (cf. Ap 17: 5), y testifica el asombro que dicha visión le provocó.
Lleva, sin duda, aquel nombre para indicar que corporiza el Misterio de Iniquidad.
Es la ciudad moderna, desacralizada, laicista y socialdemócrata.
La capital del Anticristo será un gran emporio económico, cabeza de un Imperio sacro falsificado, es decir, de un imperialismo.
San Juan nos la describe como una urbe tecnocrática, encandilante con el resplandor de sus luces, el oro y las joyas que la cubren, poblada de comerciantes.
Mas lo principal de Babilonia, y lo que la hace especialmente ramera es su proyecto de carnalizar la religión, legalizando así los planes del Anticristo.
¿Durante cuánto tiempo reinará en ella?
Casi todos los comentaristas le atribuyen a su gobierno una duración de tres años y medio.
Así parece insinuarlo el profeta Daniel (cf. 7: 25), y lo confirma el Apocalipsis al decir que “se le dio poder de actuar durante cuarenta y dos meses” (Ap 13: 5 cf. también 11, 2).
A su término, la Gran Babilonia caerá de golpe, se desplomará estrepitosamente (cf. Ap 18: 2. 9-24), suscitando el llanto de “los mercaderes de la tierra” (Ap 18: 11).
LA SEGUNDA BESTIA (el falso profeta)
Junto al Anticristo, el Apocalipsis nos presenta otro personaje fundamental, un Pseudoprofeta.
Es la Segunda Bestia, el brazo derecho del Anticristo en su fáustico intento.
También él se parecerá a Cristo: “Hablaba como el Dragón, pero tenía dos cuernos como de cordero” (Ap 13: 11).
Si la Primera Bestia salió del mar (cf. Ap 13: 1), ésta surge de la tierra firme (cf. Ap 13: 11), es decir, del ámbito religioso.
Y su propósito será que todo el mundo adore al Anticristo: “Hizo que toda la tierra y sus habitantes adoraran a la Primera Bestia” (Ap 13: 12).
El Apocalipsis lo presenta dotado de poderes taumatúrgicos, con capacidad para realizar “grandes portentos” (Ap 13: 13).
No serán verdaderos milagros, pero tampoco meros juegos de prestidigitación.
La principal labor que llevará a cabo esta Segunda Bestia será la adulteración de la religión.
Las Dos Bestias representarían así el poder político, la primera, y el instinto religioso del hombre, la segunda, vueltos ambos contra Dios.
Lo afirma de manera terminante: “Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y el Falso Profeta.
Un Rey del Universo que será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice, llamado en las profecías el Pseudoprofeta”.
No es que la Iglesia perderá la fe, pero sí se verá gravemente afectada.
Todas las energías del demonio estarán concentradas en pervertir lo que es específicamente religioso.
Al demonio no le interesará matar, sino “corromper, envenenar, falsificar”.
Estima Castellani que el mundo se encuentra ya suficientemente ablandado y caldeado para recibir al Pseudoprofeta del Apocalipsis.
Será la época de la parábola de la cizaña. Cuando llega el tiempo de la siega es cuando la cizaña se parece más al trigo.
Por eso Cristo, al ver el mundo futuro desde aquel montículo de Jerusalén desde donde se divisaba el Templo, profetizó la Gran Tribulación Final, así como la decadencia de la Iglesia en su fervor.
El Apocalipsis nos muestra el Templo profanado, no destruido.
La religión se mantendrá, pero adulterada; sus dogmas, conservados en las palabras, serán vaciados de contenido y rellenados de sustancia idolátrica.
También el Templo perdurará, porque no hay que destruir los templos sino la fe.
El Templo servirá para que allí se siente el Anticristo, “haciéndose adorar como Dios” (2 Tes 2: 4).
Es “la abominación de la desolación”, como dijo Daniel (9: 27) y repitió Cristo (cf. Mt 24: 15).
Castellani se esmera por dejar en claro que la corrupción de la Iglesia no será total. A ello tenderá sin duda el intento del Pseudoprofeta.
¿Cómo se concretará esta adulteración del cristianismo?
Consintiendo la Iglesia a las tres tentaciones del desierto que en su momento Cristo supo rechazar:
-Una Iglesia abocada a lo temporal, polarizada en ello, en la adquisición de los bienes terrenos, en la distribución abundante de pan. He aquí la primera tentación.
-Una Iglesia en busca de renombre, que emplea sus poderes religiosos para alcanzar prestigio y ascendiente, que reemplaza la contemplación por la agitación burocrática. Tal la segunda tentación.
-Y la tercera: una Iglesia al servicio de los que son poderosos, buscando el reino en este mundo, con los medios más eficaces, que son hoy los satánicos.
El Pseudoprofeta será el que “actúe”, es decir, “ritualice” el proyecto del Anticristo, el que lleve a cabo su “propaganda sacerdotal”.
El Apocalipsis resume su quehacer en tres iniciativas:
-Primero, organizará la veneración colectiva de la Primera Bestia, imponiendo la adoración idolátrica de su icono nefando, so pena de terribles persecuciones (cf. Ap 13: 12.14-15).
-En segundo lugar realizará increíbles prodigios en favor del Anticristo, haciendo llover fuego del cielo, si es necesario (cf. Ap 13: 13), y sobre todo haciendo hablar a la imagen de la Bestia (cf. Ap 13: 15).
-Y tercero, inventará una muerte y una resurrección amañada de la Bestia (cf. Ap 13: 3.12), para que emule la de su Adversario divino.
Dicho triunfo sólo será factible con la ayuda del sector adúltero de la Iglesia.
EL PEQUEÑO RESTO
En los tiempos del Anticristo, el señorío del demonio será tremendo y se desatará en todas las direcciones.
En operaciones esotéricas y nefandas de magia y espiritismo.
En el poder abrumador de la “ciencia moderna”, que ya se ha vuelto capaz de arrojar fuego del cielo con la bomba atómica y hacer hablar a una imagen mediante la televisión combinada con la radio.
En la tiranía implacable de la maquinaria política.
En la crueldad de los hombres rebeldes y vueltos “fieras en la tierra”.
En la seducción sutil de los falsos doctores que usarán el mismo cristianismo contra la cruz de Cristo, una parte del cristianismo contra otra, y a Jesús contra su Iglesia.
La opción por Cristo o por el Anticristo se hará universal e ineludible.
La sola profesión de fe cristiana pondrá a los fieles en situación de martirio.
La mayoría caducará, de modo que la apostasía cubrirá al mundo como un diluvio.
Esos pocos “no podrán comprar ni vender” (Ap 13: 17; 14, 1), ni circular, ni dirigirse a los demás a través de los medios de comunicación, ahora en manos del poder político.
Cualquier intento de emigración se tornará impensable, ya que el mundo entero será una inmensa cárcel, sin escape posible. Sólo quedará “refugiarse en el desierto” (cf. Ap 12: 14).
Los que permanecerán fieles serán los que “no se ensuciaron con mujeres” (Ap 14: 4), es decir, con la Mujer, la Ramera.
Hombres límpidos, “en cuya boca no se encontró mentira” (Ap 14: 5), hombres lúcidos y valientes, verdaderos baluartes en medio de un huracán, acosados por la traición y el espionaje.
Lo más dramático serán los tormentos interiores que experimentarán los que se obstinen en su fidelidad.
Se verán sometidos a noches oscuras interminables, a conflictos de conciencia desgarradores, que en muchos casos no se resolverán en esta vida.
Habrá quienes deberán luchar, con sangre en el alma, durante años y años, sin resultado aparente, contra tentaciones supremas, sufriendo “el bofetón de Satanás” (2 Cor 12: 7), sin la ayuda de la gracia sensible.
Porque “el sol se oscurecerá, la luna se volverá color de sangre, y caerán las estrellas del cielo”… (Ap 6: 12-13).
Nadie podría aguantar si Cristo no volviese pronto.
Los primeros mártires debieron luchar contra los emperadores, los últimos contra el mismo Satanás.
Por eso serán mártires mayores.
Ni siquiera serán reconocidos como mártires, agrega San Agustín, ya que se los condenará como delincuentes ante las multitudes, víctimas de la propaganda.
La llamada “opinión pública” estará en favor de esta persecución.
El mismo Cristo dijo que cederían “si fuera posible, los mismos escogidos” (Mt 24: 24).
Más no es posible que caigan los escogidos.
Un ángel ha comenzado a marcar sus frentes con el nombre del Cordero y de su Padre (cf. Ap 14: 1), y Dios ordena suspender los grandes castigos hasta que estén todos señalados, abreviando la persecución por amor de ellos.
“Su único apoyo serán las profecías –escribe Castellani–. El Evangelio Eterno (es decir, el Apocalipsis) habrán reemplazado a los Evangelios de la Espera y el Noviazgo.
Y todos los preceptos de la Ley de Dios se cifrarán en uno solo: mantener la fe ultrapaciente y esperanzada.
Los fieles de los últimos tiempos sólo se salvarán por una caridad inmensa, una fe heroica y la esperanza firme en la próxima Segunda Venida”.
Acompañarán en su resistencia a este pequeño resto dos personajes misteriosos, los llamados Dos Testigos (cf. Ap 11, 1 ss.).
No se sabe de cierto quiénes serán. Para algunos, Enoc y Elías, para otros, Moisés y Elías.
En el Apocalipsis aparecen como dos grandes y santos paladines, que defenderán a Cristo, y tendrán en sus manos poderes prodigiosos.
El Anticristo “les hará la guerra, los vencerá y los matará” (Ap 11: 7). Sus cadáveres quedarán expuestos frente al Santo Sepulcro.
Pero luego de tres días y medio el Señor los resucitará (cf. Ap 11: 11).
Los 144.000 Sellados
En el capítulo 12 del Apocalipsis se habla de otra mujer: “Un signo magno apareció en el cielo.
Una mujer vestida de sol y la luna debajo de sus pies. Y en su cabeza una corona de doce estrellas.
Y gestaba en su vientre y clamaba con los dolores de parto y con el tormento de dar a luz” (12: 1-2).
Los exégetas han aplicado este texto, algunos a la Santísima Virgen, otros a la Iglesia o a Israel.
¿Será aplicable a la Iglesia?
Sin embargo, no parece convenirle plenamente, aunque sí por extensión.
Para otros, figura al Israel de Dios, “que da a luz un hijo varón” (Ap 12: 5).
Así lo interpreta Castellani, en la inteligencia de que dicho texto se refiere a la conversión final de los judíos, preanunciada por San Pablo y los profetas.
¿En qué momento se convertirán los judíos?
Los Santos Padres tienen dos opiniones al respecto.
Según algunos, ocurrirá antes de que aparezca el Anticristo.
Otros, por el contrario, sostienen que los judíos serán los primeros adeptos del Anticristo, a quien reconocerán como al Mesías esperado.
Constituyendo su escolta y guardia de corps, según aquello que dijo el Señor: “Yo vine en nombre de mi Padre y no me recibisteis; pero Otro vendrá en su nombre y a ése lo recibiréis” (Jn 5: 43).
Sólo a la vista de la Segunda Venida de Cristo, los judíos se convertirán. “Mirarán a quien traspasaron”, preanunció el profeta Zacarías (12, 10).
Cuando la Mujer estaba por dar a luz, un fiero Dragón rojo se detuvo delante de ella con la intención de devorar a su hijo.
Pero el “hijo varón” (Ap 12: 5), apenas nacido, fue llevado al Trono de Dios para regir a todas las naciones con el cetro mesiánico.
El Dragón, lleno de furia, persiguió a la mujer, más el Señor le dio dos alas como de águila, con que voló al desierto donde sería alimentada durante 1260 días (cf. Ap 12: 13-14).
Al fracasar en su intento, el Dragón “se fue a hacer guerra a los otros de su semilla” (Ap 12: 17).
Del Dragón se dice que “con su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra” (Ap 12: 4).
Para explicar este texto recurre Castellani a un teólogo del siglo V, llamado Teodoreto.
Según el cual las estrellas del cielo que serán arrastradas a la tierra por el Dragón, representan “a los varones brillantes, príncipes no sólo políticos más también eclesiásticos, doctores y religiosos”.
Que en los tiempos finales perderán la fe, y se pondrán al servicio del Anticristo; apóstatas “inmanentes”, los más peligrosos de todos.
A continuación, el texto sagrado describe un combate en las alturas: “Y prodújose una guerra en el cielo. Mikael y sus ángeles salieron a guerrear con el Dragón” (Ap 12: 7).
He aquí otro personaje de este drama sagrado, Mikael, empeñado en lucha grandiosa con el Dragón y sus adláteres de la tierra.
Se juntan aquí dos batallas, muy separadas en el tiempo.
En la primera, que se desarrolla en las alturas, el Ángel arroja al Dragón del cielo a la tierra (cf. Ap 12: 9).
Y allí en la Tierra el demonio recobra el aliento e instaura su reino por medio del Anticristo.
Entonces los que se arrodillen ante la Bestia gritarán: “¿Quién como la Bestia? ¿Y quién podrá luchar contra ella?” (Ap 13: 4).
Grito siniestro, que se enfrenta con el grito de San Miguel.
Cuando la victoria del Anticristo y de su Pseudoprofeta parezca ineluctable, “en aquel tiempo se levantará [de nuevo] Mikael, Príncipe de nuestro pueblo”, como profetizó Daniel (12: 1).
La lucha en el cielo será doblada de una última lucha religiosa sobre la tierra.
LA VISIÓN DE SAN VICENTE FERRER
San Vicente Ferrer predió también sobre el fin del mundo y el anticristo y lo detalló en una carta al Papa Benedicto XIII en 1412.
Él dijo que habría tres aflicciones finales en el mundo. Una sería el anticristo, que sería un hombre diabólico. Otra sería la destrucción del mundo terrestre. Y la tercera sería el juicio universal.
Y a partir de estas tribulaciones el mundo llegará a su fin.
Pero él profetizaba que la providencia nos dará señales en los cielos de estas cosas: en el sol, en la luna y en las estrellas.
La primera en el signo del sol.
¿Cuál será la señal dada por el sol de la llegada del anticristo?
El sol representa a Cristo en la sagrada escritura.
Y cuando la llegada del anticristo el sol no dará luz.
El sol de la justicia será oscurecido por los bienes temporales y la riqueza.
No brillará entre los cristianos y tampoco entre las altas dignidades eclesiásticas, por temor a perder su poder y sus privilegios.
El sol ya no dará la luz de la fe en los corazones de los cristianos, porque la predicación estará dirigida hacia una mejor vida, sobre la base de los bienes temporales.
El materialismo se hará cargo y Dios omnipotente permitirá este error, porque un hombre será atormentado por lo que peca, según el libro de la Sabiduría 11: 17.
Luego también dijo que habrá signos en la luna.
La luna significa la Santa Madre Iglesia, como la unión mundial de los cristianos.
Y la luna entrará en una fase en que ya no estará en el estado en que Cristo la fundó.
Sino que estará volcada al orgullo, la pompa, la vanidad, la simonía, el libertinaje, la voracidad y la negligencia por las almas.
Y esto se producirá, como dice Mateo 24, porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que mostrarán grandes señales y maravillas para engañar si es posible incluso a los elegidos.
San Vicente Ferrer se refiere específicamente al aumento de la adivinación y la magia seduciendo a los seres humanos.
El tercer signo se dará las estrellas que caen del cielo.
Y con esto San Vicente Ferrer se refiere a la caída de los maestros, doctores y teólogos que caerán en su altura de la fe, debido a vidas escandalosas y pecaminosas.
Las estrellas mundanas caerán en su fe y por eso habrá una gran tribulación como no la ha habido desde el principio del mundo.
San Vicente Ferrer estima que el anticristo reinará por tres años y medio, 1290 días.
Será asesinado por un rayo en el Monte de los Olivos.
Y luego que su muerte se dé a conocer la tierra existirá durante 45 días más.
Según Ferrer estos 45 días serán dados por Dios para la conversión de aquellos que fueron seducidos por el anticristo.
Y luego de esos 45 días dice Ferrer que un fuego consumirá a los adversarios.
Finalmente el mensaje final de San Vicente Ferrer es hacer penitencia ahora, dejar de vivir una vida materialista, y vivir y confesar la religión, porque queda poco tiempo.
VER+:
Prólogo de Juan Manuel de Prada
La franqueza de su enseñanza, un enfoque más didáctico e incluso más radical de la escatología cristiana. ¿Por qué? Porque creo que la pérdida de esta escatología fue responsable de la apostasía de un gran número de cristianos, mucho antes del Concilio Vaticano II. Este es uno de los principales datos que se pueden extraer de la existencia de Leonardo Castellani. Ya no se le permitió hablar del Apocalipsis ni de la Parusía en la Iglesia. Y fue expulsado de los jesuitas por decir la verdad.
Un paseo por la Toscana, en pos de los frescos que en la edad de oro de la Cristiandad ilustraban los muros de las iglesias, me permitió este verano entender la razón primordial del agostamiento de la fe en nuestra época, que no es sino la consecuencia lógica de un proceso iniciado muchos siglos atrás, cuando aquellos frescos empezaron a ser raspados de las paredes. Fue una revelación súbita, que luego he ido madurando, rumiando, hasta convencerme de su verdad originaria y esencial. En las pocas iglesias toscanas donde todavía sobreviven los ciclos de frescos que fueron pintados allá en la edad de oro de la Cristiandad, descubrimos que tales frescos fueron concebidos como una suerte de catequesis que narraba, con imágenes comprensibles a cualquier inteligencia, la historia de la Salvación. Una historia que no concluye con la muerte y resurrección de Cristo, sino con su segunda venida, con su Parusía, que es el cimiento firme de la esperanza cristiana, y también su cima o culminación. El epicentro de todas estas narraciones iconográficas que han sobrevivido a la destrucción es, en efecto, un Cristo en gloria y majestad que juzga a vivos y difuntos desde su trono, rodeado de jerarquías angélicas. A sus pies, los autores de aquellos frescos pintaban la resurrección de la carne -hombres y mujeres que salen atolondradamente de sus tumbas, convocados por el tañido de una trompeta, como quien despierta de un letargo-; a su derecha, pintaban los gozos de la Jerusalén celeste; a su izquierda, el llanto y crujir de dientes de la condenación eterna.
Así se representaba siempre; y el fiel de aquellos tiempos sabía cuál era el fin de su peregrinaje. El dogma de la Parusía de Cristo, que recitamos entre los artículos de fe recogidos en el Credo de la Iglesia, es tan medular para la fe como el de su primera venida o Encarnación. Un dogma que conocemos a través de la propia predicación de Jesús recogida en los Evangelios sinópticos (Lc 17, 20; Mt 24, 23; Mc 13, 21) y que encontramos repetido en las epístolas de Pedro y Pablo, así como en esa gran profecía escatológica que es el Apocalipsis, donde se nos enseña que esta segunda venida de Cristo será precedida de una gran apostasía y una gran tribulación. Sabemos que el mundo no seguirá desenvolviéndose indefinidamente hasta el agotamiento de sus recursos, ni acabará por azar o catástrofe natural, sino que lo hará por una intervención directa de su Creador. El universo -nos recuerda el gran Leonardo Castellani- no es un proceso natural, sino un «poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace, que se llaman teológicamente Creación, Redención y Parusía».
Allá en la edad de oro de la Cristiandad, cualquier campesino analfabeto (si entendemos «analfabeto» en el sentido banal que nuestra época, pletórica de analfabetos en un sentido más hondo, atribuye a la palabra) conocía las realidades últimas de los misterios parusíacos como el Paternóster; pues no en vano, cada vez que iba a misa, las veía representadas en los frescos que ilustraban su iglesia. Hoy, hasta el católico más docto y devoto titubearía en su enunciación; y si se hiciera una encuesta entre il popolo di Dio descubriríamos que nueve de cada diez católicos desconocen, o conocen muy deficientemente (a menudo embrolladas y entreveradas de las supersticiones más pintorescas) las realidades últimas. La enfermedad de nuestra fe consiste en pensar que Dios no vuelve más; o siquiera, en no pensar que vuelve. La Parusía ha desaparecido casi por completo de la predicación de nuestros ministros; y en las catequesis parroquiales -como en la morrallona de libracos «didácticos» con que se apedrean las meninges de nuestros hijos- cualquier mención a esta segunda venida de Cristo ha sido concienzudamente escamoteada. El Apocalipsis de San Juan, que es el Evangelio de las realidades últimas, ha sido confinado a la categoría de libro esotérico, de lectura poco menos que desaconsejada; y el fiel de nuestros tiempos no sabe hacia dónde peregrina, con lo que se ha convertido en una suerte de pato mareado que camina en círculo, haciendo girar la rueda de molino de una fe que, privada de su horizonte escatológico, se queda reducida a moralina inmanentista.
En su discurso del Areópago, San Pablo trata de predicar su fe con palabras inteligibles a los hombres que lo escuchan. Al principio, su discurso resulta plenamente aceptable para esos hombres, formados en la filosofía griega, pues San Pablo aporta reflexiones en las que paganos y cristianos podían converger sin excesiva disensión; pero, llegado el momento, no tiene rebozo en hablar del Juicio Final, piedra de escándalo para sus oyentes, que podían aceptar la inmortalidad del alma, pero no la resurrección de la carne. Y, naturalmente, sus palabras causan entonces rechazo y escándalo. Sospecho que por miedo a ese rechazo y escándalo, por temor a no ser aceptada en un mundo «racionalista», la Iglesia titubeó en su predicación de la Parusía de Cristo; y, una vez contaminada por el veneno del titubeo, descubrió que volver a predicar la Parusía contrariaba el espíritu de la época, que gusta de soslayar cualquier asunto enojoso o aflictivo (y ya se sabe que la Parusía vendrá precedida de acontecimientos luctuosos). Así, para evitar inquietudes y desazones, se ha cegado la fuente de la esperanza cristiana: con lo que al cristiano de hoy se le invita a vivir en el panfilismo de una fe convertida en masa delicuescente de creencias superfluas, perfectamente sustituibles por un código de buena conducta y una vaga afirmación de trascendencia (almitas como luciérnagas, revoloteando en derredor de una abstracta divinidad); o, todavía peor, se le condena a sufrir mayor inquietud y desazón, pues desde el momento en que se le arrebata el horizonte escatológico, la persecución más o menos declarada o sibilina que padece su fe deja de tener un sentido teológico cierto, y no le queda otra solución sino emboscarse y pasar inadvertida hasta que amaine el temporal (que no amainará nunca, mientras el mundo sea mundo), con el consiguiente resfrío de su fe, que acabará amustiándose hasta la consunción.
Al ocultar el proceso divino de la Historia -como los engreídos «estetas» de los siglos xVI y XVII ocultaron los frescos medievales que ilustraban las paredes de las iglesias, sustituyéndolos por arte «devoto», esto es, sentimental-, nos sumamos a la desesperación de nuestra época (todo lo «optimista» y bullanguera que se quiera, mas no por ello menos aciaga y terminal), que promete al hombre el paraíso en la tierra por sus propias fuerzas; esto es, mediante la intervención de la ciencia y la política, diosecillos salidos de sus manos. O bien nos apuntamos a la política, cierta visión espiritualista y ñoña (la ñoñería es la retórica del pánfilo que se quiere engañar) de las cosas últimas, según la cual todas las almas de los hombres que en el mundo han sido se fundirán en Dios, formando parte de su mismo ser. Frente a esta ensoñación seudorreligiosa, el mismo Cristo nos anunció en su discurso escatológico que vendría una tribulación como no se habrá visto otra sobre la tierra; tan pavorosa -nos especifica- que, si fuese posible, hasta los mismos elegidos serían inducidos a error. La tierra, cubierta casi totalmente por la iniquidad y la corrupción más execrables, verá a los pueblos levantarse contra Dios; la apostasía cubrirá el mundo como un diluvio; los santos serán derrotados en todas partes, entre persecuciones y quebrantos; el poder político perseguirá con ensañamiento la verdadera religión, que a los ojos de la masa cretinizada parecerá una religión de delincuentes; una multitud de falsos profetas con apariencia de religiosidad verdadera procurará seducir a los pocos fieles de Cristo para perderlos; y, en medio de ese panorama aparecerá el Anticristo, el Hijo de la Perdición, que muchos confundirán con un nuevo mesías, y a quien Cristo mencionó elípticamente: el Otro. No sabemos si el Anticristo será una persona o un movimiento filosófico y político; no sabemos cuando sobrevendrá su reinado sacrílego (si es que no está ya sobreviniendo, ante nuestra ceguera), que instaurará una impostura religiosa fundada en la adoración del hombre; pero Cristo nos confió que su reinado sería breve, y que Él mismo se encargaría de derribarlo de un soplo con su segunda venida.
Todo esto lo sabían los campesinos analfabetos, allá en la edad de oro de la Cristiandad; y por eso su fe era como un pedernal que las zozobras no desgastan. Pues sabían que, por atroces que fueran sus padecimientos, obtendrían recompensa; y sabían también que la victoria final estaba asegurada. Los católicos de hogaño hemos dejado de creer en esa victoria final; y así toda nuestra vida se cifra en evitar los padecimientos, que por nimios que sean se nos antojan atroces. Tal vez porque le tocó padecer mucho, Leonardo Castellani* fue siempre un hombre expectante de las realidades últimas, tan expectante que le fue permitido contemplarlas a la vez con mirada panorámica (como el profeta que las ve desde una atalaya) y ensimismada (como el poeta que las ve desde dentro, habitando en ellas); y toda su escritura está alumbrada por un horizonte escatológico que la torna distintiva e irresistible. Innumerables fueron los artículos y conferencias que nuestro autor dedicó, a la luz de la Revelación y de la Tradición, a los misterios parusíacos; y hasta cinco los libros suyos que tienen como asunto principal la interpretación de las profecías apocalípticas. Dos de ellos son novelas más o menos fantasiosas, aunque (como siempre ocurre en nuestro autor) nacidas «con oración y lágrimas» de las entrañas de su tribulación personal: Su Majestad Dulcinea (1956) puede leerse como una suerte de continuación o glosa de Señor del mundo, la magna obra de Robert H. Benson,** de ambientación argentina; y Juan XXIII (XXIV) (1964), una extravaganza papal, muy en la línea del Adriano VII del Barón Corvo. Los otros tres títulos componen una suerte de trilogía exegética sobre el Apocalipsis: Cristo, ¿vuelve o no vuelve? (1951) es una colección de breves ensayos; Los papeles de Benjamín Benavides, una briosa y curiosísima novela que Castellani empezó a publicar en 1954 (en una edición que sólo contiene sus dos primeros libros), para dar por acabada en 1978; y, por último, El Apokalypsis de San Juan (1963), donde junto a una traducción del original griego, Castellani nos propone su interpretación más novela sistemática del libro.
* Para una somera aproximación biobibliográfica a Leonardo Castellani recomendamos la lectura de nuestro prólogo a Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI (LibrosLibres, Madrid, 2008) 14
** El propio Leonardo Castellani publicaría en 1958 una traducción de la novela de Benson. Existe una edición más reciente de esta novela publicada por Homo Legens, con traducción de Miguel Martínez-Lage.
Para muchos de los seguidores de Castellani, El Apokalypsis de San Juan es su obra más granada; y así lo consideró su propio autor en alguna ocasión. Nosotros, sin atrevernos a formular juicios tan contundentes (y, por lo demás, insensatos, pues el genio castellaniano se derramó sobre los géneros literarios más diversos), podemos afirmar sin titubeos que, desde luego, se trata de su obra exegética más cuajada, escrita en plena madurez espiritual e intelectual, cuando el escritor ya había dejado atrás los años más crudos de su trayectoria doliente (en 1949 había sido expulsado de la Compañía de Jesús y suspendido como sacerdote), apenas tres años antes de que le fuera restituido definitivamente el ministerio sacerdotal. El Leonardo Castellani que escribe El Apokalypsis de San Juan es, pues, un hombre que ha sufrido lo indecible, que ha apurado hasta las heces el cáliz del dolor y que ha probado la fortaleza diamantina de su fe; es, también, un escritor en la cúspide de sus registros expresivos, provisto de una erudición filológica, teológica y patrística fuera de lo común y bendecido por la sensibilidad del poeta y la clarividencia del profeta. Con ingredientes tales, Castellani logra completar una obra que no es meramente iluminadora en el sentido exegético de la palabra, sino también y sobre todo en un sentido poético; pues, como bien sabía Castellani, la teología, para no devenir ciencia árida y desecada, necesita estar penetrada de un hálito poético, capaz de alumbrar desde dentro el misterio divino. Esta capacidad de alumbramiento poético la poseía Castellani por arrobas: sólo así se explica el vuelo soberanamente libre de su escritura (en la que la libertad nunca está reñida con la ortodoxia) y la originalidad de sus juicios.
Y así consigue adentrarse en la interpretación del Apocalipsis como muy pocos comentaristas han logrado hacerlo. Castellani nos enseña que el procedimiento literario del Apocalipsis de San Juan no es acumulativo, al modo de una epopeya, sino semejante al de la poesía dramática: una tragedia está toda contenida en el primer acto; y los actos siguientes la hacen caminar hacia el desenlace, pero con frecuentes saltos atrás que iluminan más y más su planteamiento. San Juan vio «temáticamente» en Patmos el drama de la historia del mundo en los tiempos parusíacos y su desenlace glorioso. De este modo, aunque da saltos atrás frecuentes, para describirnos las tribulaciones y calamidades sin cuento que la precederán, la visión del triunfo final domina todo su libro. El Apocalipsis no es, como los incrédulos pretenden, un libro de horrores, sino de esperanza y consuelo; aunque, ciertamente, una luz implacable -que a los incrédulos se les antojará oscuridad y pesimismo- se extiende desde él sobre la historia del mundo y sobre los pueriles desvelos de los hombres.
En la interpretación de esos «saltos atrás» -o recapitulaciones- del Apocalipsis Leonardo Castellani se nos muestra especialmente dilucidador. Partiendo de la consideración de que el Apocalipsis no es una historia lineal o acumulativa, Castellani logra ofrecernos una lectura comprensiva y plenamente satisfactoria de los diversos setenarios que se suceden en el libro, salvando así las dificultades irresolubles que han terminado por rendir a tantos hermeneutas. El número siete significa siempre en las Escrituras universalidad, es una cifra que comprende el mundo, que nombra un ciclo completo; y por lo tanto no podemos pensar que cada uno de los setenarios incluidos en el Apocalipsis describe fases sucesivas: las cartas a las Siete Iglesias equivalen a siete épocas de la historia de la Iglesia; las Siete Tubas recorren las sucesivas herejías que se han ido manifestando a lo largo de los siglos, hasta desembocar en la herejía última; los Siete Sellos describen la curva del progreso y la decadencia del cristianismo en el mundo; las Siete Redomas prefiguran las calamidades de las postrimerías. Y todos estos setenarios se despliegan siguiendo el método de la recapitulación: cada vez que en su narración el Apocalepta se aproxima a la Parusía detiene su relato y vuelve a comenzar desde una nueva perspectiva.
Castellani no pretende encontrar un intrincado significado alegórico en cada uno de los pormenores de las distintas visiones que se suceden en el Apocalipsis. Está convencido de que el libro no es -como su propio nombre indica- una colección de enigmas irresolubles, sino una profecía que abarca todo el tiempo de la Iglesia, desde la Ascensión de Cristo hasta su Parusía, con el acento puesto en ésta última: por eso San Juan siempre se refiere a Cristo como el que era y el que es y «el que está viniendo», en una forma verbal intraducible en español; y por eso a Castellani, más que el desciframiento de pormenores concretos, le interesa el sentido completo del relato. Particularmente brillante es su aplicación del método tipológico en pasajes que han conducido a otros exegetas a concluir que el Apocalipsis es una profecía ya cumplida: del mismo modo que Jesús, en su predicación escatológica, presenta la destrucción de Jerusalén como figura o símbolo (tipo) de una realidad futura que habrá de cumplirse (antitipo), el visionario de Patmos emplea con frecuencia su conocimiento de las tribulaciones padecidas por los primeros cristianos a manos de los emperadores romanos como tipo de la persecución última, que correrá a manos del Anticristo.
Leonardo Castellani, como aquellos pintores de frescos que, allá en la edad de oro de la Cristiandad, reservaban a la Parusía el lugar de privilegio en sus hermosas representaciones de la Historia de la Salvación, sabe que la virtud teologal de la esperanza acaba marchitándose, o convirtiéndose en una cáscara hueca, cuando dejamos de esperar la segunda venida de Cristo. Para quienes han dejado de esperarla, creyendo que la historia es un producto meramente humano, es natural que el Apocalipsis resulte un libro sombrío, torvo, angustioso, plagado de amenazas amedrentadoras que se atreven a contrariar el ilusorio reinado de paz perpetua y delicias universales que nos promete el Progreso Indefinido (máscara risueña tras que se esconde el rostro del Anticristo); para quienes aún la esperan, para quienes aún exclaman con fervor en el sacrificio de la misa «¡Ven, Señor Jesús!», el relato de las ultimidades es confortante y consolador, porque, además de dar sentido a las tribulaciones presentes, las ilumina con la visión gloriosa de la Jerusalén celeste, fin de nuestro peregrinaje. Este libro de Castellani, querido lector, te procurará la mejor brújula para el camino.
JUAN MANUEL DE PRADA
El Apocalipsis de San Juan │ Capítulo 1 │ Cartas a las 7 Iglesias │ Miniserie Documental
VER+:
El Apocalipsis según Leonardo Castellani por SÁENZ, Alfredo, S.J.
El Pequeño Resto. En los tiempos del Anticristo, el señorío del demonio será tremendo, le hace decir Castellani al judío Benavides, y se desatará en todas las direcciones: en operaciones esotéricas y nefandas de magia y espiritismo; en el poder abrumador de la «ciencia moderna», que ya se ha vuelto capaz de arrojar fuego del cielo con la bomba atómica y hacer hablar a una imagen mediante la televisión combinada con la radio; en la tiranía implacable de la maquinaria política; en la crueldad de los hombres rebeldes y vueltos «fieras en la tierra»; en la seducción sutil de los falsos doctores que usarán el mismo cristianismo contra la cruz de Cristo, una parte del cristianismo contra otra, y a Jesús contra su Iglesia.
La opción por Cristo o por el Anticristo se hará universal e ineludible. La sola profesión de fe cristiana pondrá a los fieles en situación de martirio. El poder político más totalitario y universal que haya existido, revestido de religiosidad falsa, hostigará a los fieles, persiguiéndolos a sangre y fuego. La mayoría caducará, de modo que la apostasía cubrirá al mundo como un diluvio. Bien decía San Pablo que Cristo, sí, volvería, pero «primero tiene que venir la apostasía» (2 Tes 2, 3). Los que resistan serán poco numerosos, los contados 144.000 de que habla el texto sagrado (cf. Ap 7, 4), un pequeño resto, perdido en el océano de las multitudes apóstatas. Esos pocos «no podrán comprar ni vender» (Ap 13, 17; 14, 1), ni circular, ni dirigirse a los demás a través de los medios de comunicación, ahora en manos del poder político. Cualquier intento de emigración se tornará impensable, ya que el mundo entero será una inmensa cárcel, sin escape posible. Sólo quedará «refugiarse en el desierto» (cf. Ap 12, 14).
Los que permanecerán fieles serán los que «no se ensuciaron con mujeres» (Ap 14, 4), es decir, con la Mujer, la Ramera. Hombres límpidos, «en cuya boca no se encontró mentira» (Ap 14, 5), hombres lúcidos y valientes, verdaderos baluartes en medio de un huracán, acosados por la traición y el espionaje. En las novelas Su Majestad Dulcinea y Juan XXIII (XXIV), Castellani los imagina cual «guerreros de Cristo», nueva Caballería, al modo de las antiguas Órdenes religioso-militares; los «cristóbales», los llama, «la resurrección de Don Quijote». Sean «combatientes», sean «pacientes», poco les será concedido. Verán el Templo hollado por los impíos, verán cómo la jerarquía del Pseudoprofeta –mercenarios en vez de pastores– enseña una religión nueva. Para colmo, Dios guardará silencio y parecerá endurecer sus oídos a las súplicas de los héroes. Aparecerán como derrotados (cf. Ap 13, 7). Satanás y sus ministros les dirán con sorna: «¿Dónde está vuestro Dios?», y ellos callarán.
Porque lo exterior siempre es secundario. Lo más dramático serán los tormentos interiores que experimentarán los que se obstinen en su fidelidad. Se verán sometidos a noches oscuras interminables, a conflictos de conciencia desgarradores, que en muchos casos no se resolverán en esta vida. Habrá quienes deberán luchar, con sangre en el alma, durante años y años, sin resultado aparente, contra tentaciones supremas, sufriendo «el bofetón de Satanás» (2 Cor 12, 7), sin la ayuda de la gracia sensible; porque «el sol se oscurecerá, la luna se volverá color de sangre, y caerán las estrellas del cielo»... (Ap 6, 12- 13). Nadie podría aguantar si Cristo no volviese pronto.
Los primeros mártires debieron luchar contra los emperadores, los últimos contra el mismo Satanás. Por eso serán mártires mayores. Ni siquiera serán reconocidos como mártires, agrega San Agustín, ya que se los condenará como delincuentes ante las multitudes, víctimas de la propaganda. La llamada «opinión pública» estará en favor de esta persecución.
Serán contados, decíamos, los que resistan. Porque las situaciones de heroísmo, sobre todo de heroísmo sobrehumano, son para pocos. El mismo Cristo dijo que cederían «si fuera posible, los mismos escogidos» (Mt 24, 24). Mas no es posible que caigan los escogidos. Un ángel ha comenzado a marcar sus frentes con el nombre del Cordero y de su Padre (cf. Ap 14, 1), y Dios ordena suspender los grandes castigos hasta que estén todos señalados, abreviando la persecución por amor de ellos. «Su único apoyo serán las profecías – escribe Castellani–. El Evangelio Eterno (es decir, el Apocalipsis) habrá reemplazado a los Evangelios de la Espera y el Noviazgo; y todos los preceptos de la Ley de Dios se cifrarán en uno solo: mantener la fe ultrapaciente y esperanzada... Los fieles de los últimos tiempos sólo se salvarán por una caridad inmensa, una fe heroica y la esperanza firme en la próxima Segunda Venida».
Acompañarán en su resistencia a este pequeño resto dos personajes misteriosos, los llamados Dos Testigos (cf. Ap 11, 1 ss.). No se sabe de cierto quiénes serán. Para algunos, Enoc y Elías, para otros, Moisés y Elías. En el Apocalipsis aparecen como dos grandes y santos paladines, que defenderán a Cristo, y tendrán en sus manos poderes prodigiosos. El Anticristo «les hará la guerra, los vencerá y los matará» (Ap 11, 7). Sus cadáveres quedarán expuestos frente al Santo Sepulcro. Pero luego de tres días y medio el Señor los resucitará (cf. Ap 11, 11).
Hemos considerado ya varios de los personajes del drama apocalíptico: el Dragón, la Primera y la Segunda Bestia, los fieles heroicos y los dos testigos.
Compendiemos lo dicho hasta acá transcribiendo un texto donde Castellani nos ha dejado una especie de «retrato» del Anticristo, junto con una descripción de su modo de gobierno:
El Anticristo no será un demonio sino un hombre demoníaco, tendrá «ojos como de hombre» levantados con la plenitud de la ciencia humana y hará gala de humanidad y humanismo; aplastará a los santos y abatirá la Ley, tanto la de Cristo como la de Moisés; triunfará tres años y medio hasta ser muerto «sine manu», no por mano de hombre; hará imperar la abominación de la desolación, o sea, el sacrilegio máximo; será soberbio, mentiroso y cruel, aunque se fingirá virtuoso; fingirá quizá reedificar el templo de Jerusalén para ganarse a los judíos, pero para sí mismo lo edificará y para su ídolo Maozím; idolatrará la fuerza bruta y el poder bélico, que eso significa Maozím, «fortalezas» o «munimentos»... pero él será ateo y pretenderá él mismo recibir honores divinos; en qué forma no lo sabemos: como hijo del hombre, como verdadero Mesías, como Encarnación perfecta y Flor de lo humano soberbiamente divinizado...
Fingirá quizá haber resucitado de entre los muertos; ¿usurpará fraudulenta la personalidad de un muerto ilustre? ¿O restaurará un Imperio antiguo ya muerto? Reducirá a la Iglesia a su extrema tribulación, al mismo tiempo que fomentará una falsa Iglesia. Matará a los profetas y tendrá de su parte una manga de profetoides, de vaticinadores y cantores del progresismo y de la euforia de la salud del hombre por el hombre, hierofantes que proclamarán la plenitud de los tiempos y una felicidad nefanda. Perseguirá sobre todo la interpretación y la predicación del Apokalypsis; y odiará con furor aun la mención de la Parusía. En su tiempo habrá verdaderos monstruos que ocuparán sedes y cátedras y pasarán por varones píos religiosos y aun santos porque el Hombre del Delito tolerará un cristianismo adulterado.
Abolirá de modo completo la Santa Misa y el culto público durante 42 meses, 1.260 días. Impondrá por la fuerza, por el control de un estado policíaco y por las más acerbas penas, un culto malvado, que implicará en sus actos apostasía y sacrilegio; y en ninguna región del mundo podrán escapar los hombres a la coacción de este culto. Tendrá por todas partes ejércitos potentes, disciplinados y crueles. Impondrá universalmente el reino de la iniquidad y de la mentira, el gobierno puramente exterior y tiránico, una libertad desenfrenada de placeres y diversiones, la explotación del hombre, y su propio modo de proceder hipócrita y sin misericordia. Habrá en su reinado una estrepitosa alegría falsa y exterior, cubriendo la más profunda desesperación...
La caridad heroica de algunos fieles, transformada en amistad hasta la muerte, sostendrá en el mundo los islotes de la fe; pero ella misma estará de continuo amenazada por la traición y el espionaje. Ser virtuoso será un castigo en sí mismo, y como una especie de suicidio...
El Apocalipsis (debate completo de Lágrimas en la lluvia - 15)
El milenarismo (tertulia de Lágrimas en la lluvia - 82)
Afirmaba Léon Bloy (1846-1917) que, cada vez que quería saber las últimas noticias, leía el «Apocalipsis»; por lo que no debe extrañarnos que, en un mundo donde nadie lee el «Apocalipsis», Bloy sea el escritor maldito por excelencia. Y es que Bloy, en verdad, es uno de los escritores más intransigentes, virulentos y desaforados que uno imaginarse pueda; y, por ello mismo, uno de los más apasionantes, cuya escritura nos zarandea sin remilgos con la fuerza brutal de su imaginación paradójica, sus visiones paradisíacas e infernales, sus llantos jeremíacos, sus extemporáneas y violentas invectivas. (LEER: "LA QUE LLORA")
Aunque comulgaba a diario, Bloy fue un enemigo irreconciliable de la Iglesia de su tiempo. Afirmaba con rotundidad que «el mundo católico moderno es un mundo réprobo e infame del que Jesús está completamente harto, un espejo de ignominia en el que uno no puede mirarse sin tener miedo, como en Getsemaní». El escritor no creía que las almas excelsas, queridas por Dios y deseosas de su gloria, fueran suficientes para salvar Sodoma. Esta coyuntura provocaría una aceleración hacia el fin de los tiempos: «Cuando llueva sangre, lo que no está muy lejos, esta cosecha de malas columnas será de una abundancia extraordinaria. Pero entonces no habrá ya Iglesia y las almas agonizarán de desesperación en la selva roja de Caín».
Las críticas de Bloy al clero eran tan hiperbólicas que parecían trompetas del Apocalipsis, tal vez porque sabía que el Anticristo sería engendrado por un obispo, y que Cristo moriría por segunda vez «pero no en la Cruz, sino en el umbral de su Iglesia, asfixiado por el asco». Sobre los sacerdotes, escribió que «son letrinas, están ahí para que la humanidad derrame su inmundicia» y que «no hacen casi nunca uso de su poder de exorcizar, porque tienen miedo de contrariar al Diablo». Al escritor católico Joris-Karl Huysmans, que un día fue su mejor amigo, lo tachó de «apóstol del satanismo». Y del papa Léon XII y sus acólitos decía que «son imbéciles. Es imposible hacer entrar una idea superior en tales cerebros». Bloy acusaba a la Iglesia de mil y una maldades, pero también veía en ella la única posibilidad de salvación: «Hasta los niños escribirán, sobre los muros derruidos de Sodoma, estas sencillas palabras:
¡EL CATOLICISMO O LA DINAMITA!».
Como dijo su mentor Jules Barbey d’Aurevilly —el escritor que arrancó a Bloy del más ciego ateísmo y lo transmutó en creyente— «Léon es una gárgola de catedral que vomita el agua del cielo sobre los buenos y sobre los malos». Sólo Dios sabe los sapos y culebras que habría escupido de haber conocido la Iglesia postconciliar.
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PAULUS PP. VI
«…Diríamos que, por alguna rendija misteriosa – no, no es misteriosa; por alguna rendija, el humo de Satanás entró en el templo de Dios. Hay duda, incertidumbre, problemática, inquietud, insatisfacción, confrontación». «Ya no se confía en la Iglesia. Se confía en el primer profeta pagano que vemos que nos habla en algún periódico, para correr detrás de él y preguntarle si tiene la fórmula para la vida verdadera. Entró, repito, la duda en nuestra conciencia. Y entró por las ventanas que debían estar abiertas a la luz: la ciencia».
Nubes de tempestad
Se sienten las llagas en el post concilio:
«…Se creía que, tras el Concilio, vendrían días soleados para la historia de la Iglesia. Vinieron, sin embargo, días de nubes, de tempestad, de oscuridad, de búsqueda, de incertidumbre… Intentamos cavar abismos en lugar de taparlos…»
Introducción
¿Cuáles son hoy las mayores necesidades de la Iglesia?
No les asombre como simplista, o más aún, como supersticiosa e irreal, nuestra respuesta: una de las mayores necesidades es la defensa de aquel mal que llamamos el demonio o diablo.
Antes de aclarar nuestro pensamiento les invitamos a abrir el suyo a la luz de la fe sobre la visión de la vida humana, visión que desde tal punto de observación se extiende inmensamente y penetra hasta singulares profundidades. A decir verdad, el cuadro que somos invitados a contemplar con realismo global es muy bello. Es el cuadro de la Creación, la obra de Dios, que Dios mismo, como espejo exterior de su sabiduría y su poder, admiró en su belleza sustancial (cf. Gn 1,10ss).
Es también muy interesante el cuadro de la dramática historia de la humanidad, de la cual emerge la historia de la Redención, la historia de Cristo, de nuestra salvación, con sus magníficos tesoros de revelación, de profecía, de santidad, de vida elevada al nivel sobrenatural, de promesas eternas (cf. Ef 1,10). Si se sabe contemplar bien este cuadro es imposible no quedar fascinados (cf. san Agustín, Soliloquios): todo tiene un sentido, todo tiene un fin, todo tiene un orden y todo deja entrever una Presencia-Trascendencia, un Pensamiento, una Vida, y finalmente un Amor, de tal modo que el universo, por lo que es y por lo que no es, se nos presenta como una preparación entusiasmante y embriagadora de algo mucho más bello y mucho más perfecto (cf. 1 Cor 2,9; 13,12; Rom 8,19-23). La visión cristiana del cosmos y de la vida es, pues, triunfalmente optimista; y esta visión justifica nuestra alegría y nuestro reconocimiento de vivir; por eso, cantamos nuestra felicidad celebrando la Gloria de Dios (cf. el Gloria de la Misa).
La enseñanza bíblica
Pero, ¿es completa esta visión? ¿Es exacta? ¿No nos importan nada las deficiencias que existen en el mundo, las disfunciones de las cosas respecto a nuestra existencia, el dolor, la muerte, la malicia, la crueldad, el pecado, en una palabra, el mal? ¿No vemos cuánto mal hay en el mundo? Especialmente cuánto mal moral: un mal que es, al mismo tiempo, aunque de forma diversa, contra el hombre y contra Dios. ¿No es quizás un triste espectáculo, un misterio inexplicable? ¿Y no somos nosotros, precisamente, los que damos culto al Verbo, los cantores del Bien, los creyentes, los más sensibles, los más turbados por la observación y la experiencia del mal? Lo encontramos en el reino de la naturaleza, donde tantas de sus manifestaciones nos parecen denunciar un desorden. Lo hallamos en el ámbito humano, donde encontramos la debilidad, la fragilidad, el dolor, la muerte, y algo todavía peor: una doble ley en conflicto continuo: la que querría el bien y la que está dirigida al mal, tormento que san Pablo pone en humillante evidencia para demostrar la necesidad y la fortuna de una gracia salvadora, de la salvación traída por Cristo (cf. Rom 7); ya el poeta pagano había denunciado este conflicto interior en el corazón mismo del hombre: «video meliora proboque, deteriora sequor», «veo lo mejor, sin embargo, sigo lo peor» (Ovidio; Met, 7,19). Hallamos el pecado, perversión de la libertad humana, y causa profunda de la muerte, porque es una separación de Dios, fuente de la vida (Rom 5,12), y después, a su vez, ocasión y efecto de una intervención en nosotros y en nuestro mundo de un agente oscuro y enemigo: el diablo. El mal ya no es solamente una deficiencia, sino una eficiencia, un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa.
Quien rehúsa reconocer su existencia, se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica; como se sale también quien hace de ella un principio autónomo, algo que no tiene su origen, como toda criatura, en Dios; o quien la explica como una seudo-realidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias. El problema del mal, visto en toda su complejidad y su carácter absurdo respecto a nuestra racionalidad unilateral, se hace obsesionante. Constituye la dificultad más fuerte para nuestra inteligencia religiosa del cosmos. Con razón san Agustín sufrió por ello durante años: «Quaerebam unde malum, et non erat exitus», «buscaba de dónde provenía el mal, y no encontraba explicación » (Confesiones VII, 5,7,11, etc.; PL 32,736,739).
He aquí pues, la importancia que asume el tomar conciencia del mal para nuestra correcta concepción cristiana del mundo, de la vida, de la salvación. Cristo mismo nos ha hecho advertir esta importancia. En primer lugar, en el desarrollo de la historia evangélica, al principio de su vida pública, ¿quién no recuerda la página densísima de significados de la triple tentación de Cristo? ¿Más tarde, en tantos episodios evangélicos en los que el diablo se cruza en el camino del Señor y aparece en sus enseñanzas? (cf. Mt 12,43). Y ¿cómo no recordar que Cristo, refiriéndose tres veces al diablo como adversario suyo, lo califica de «príncipe de este mundo»? (Jn 12,31; 14,30; 16,11). La realidad invasora de esta nefasta presencia aparece señalada en muchísimos pasajes del Nuevo Testamento. San Pablo lo llama el «dios de este mundo» (2 Cor 4,4), y nos pone sobre aviso sobre la lucha en la oscuridad que nosotros los cristianos debemos sostener no con un sólo demonio, sino con una terrible pluralidad de ellos: «Revístanse —dice el Apóstol— de la armadura de Dios, para que puedan resistir a las insidias del diablo, porque nuestra lucha no es contra la sangre y la carne (solamente) sino contra los principados y las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malignos del aire» (Ef 6,11-12).
Y que no se trata de un solo demonio, sino de muchos, nos lo indican diversos pasajes evangélicos (Lc 11,21; Mc 5,9); pero el principal es uno: Satanás, que quiere decir el adversario, el enemigo; y con él muchos, todos criaturas de Dios, pero degradadas, pues han sido rebeldes y condenados (cf. Denz.-Sch. 800-428); todo un mundo misterioso, trastornado por un drama infelicísimo del que conocemos bien poco.
El enemigo oculto que siembra errores
Conocemos, sin embargo, muchas cosas de este mundo diabólico, que atañen a nuestra vida y a toda la historia humana. El diablo está en el origen de la primera desgracia de la humanidad; fue el tentador falaz y fatal del primer pecado, el pecado original (Gen 3; Sab 1,24). Desde aquella caída de Adán, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, del que sólo la redención de Cristo nos puede liberar. Es historia que dura todavía: recordemos los exorcismos del bautismo y las frecuentes referencias de la Sagrada Escritura y de la Liturgia al agresivo y opresor «poder de las tinieblas» (cf. Lc 22,53; Col 1,13). Es el enemigo número uno, el Tentador por excelencia. Sabemos así que este ser oscuro y turbador existe realmente, y que actúa todavía con traicionera astucia; es el enemigo oculto que siembra errores y desventuras en la historia humana.
Debemos recordar la reveladora parábola evangélica del trigo y la cizaña, síntesis y explicación del carácter ilógico que parece presidir nuestras contrastantes vicisitudes: «inimicus homo hoc fecit»,«esto lo ha hecho el enemigo del hombre» (Mt 13,28). Es el «homicida desde el principio… y padre de la mentira», como lo define Cristo (cf. Jn 8,44-45); es el que insidia con sofismas el equilibrio moral del hombre. Es el encantador pérfido y astuto, que sabe insinuarse en nosotros por medio de los sentidos, de la fantasía, de la concupiscencia, de la lógica utópica, o de contactos sociales desordenados en el juego de nuestro obrar, para introducir en ello desviaciones, tan nocivas como conformes en apariencia con nuestras estructuras físicas o psíquicas, o con nuestras aspiraciones instintivas y profundas.
Este tema de los demonios y del influjo que pueden ejercer, lo mismo en cada persona que en comunidades y sociedades enteras, o en los acontecimientos, será un capítulo muy importante de la doctrina católica que habría que estudiar de nuevo, mientras que hoy se estudia poco. Algunos piensan que van a encontrar en los estudios psicoanalíticos y psiquiátricos o en experiencias espiritistas —hoy por desgracia tan difundidas en algunos países— una compensación suficiente. Se teme recaer en viejas teorías maniqueas, o en terribles divagaciones fantásticas y supersticiosas. Hoy se prefiere mostrarse fuerte y desprejuiciado, adoptar una actitud positivista, aunque después se dé crédito a tantas gratuitas ideas supersticiosas mágicas o populares, o, aún peor, se abra la propia alma, ¡la propia alma bautizada, visitada tantas veces por la presencia eucarística y habitada por el Espíritu Santo!, a las experiencias licenciosas de los sentidos, a aquellas deletéreas de los estupefacientes, o también a las seducciones ideológicas de los errores de moda, fisuras éstas a través de las cuales el maligno puede fácilmente penetrar y alterar la mente humana.
No decimos que todo pecado se deba directamente a la acción diabólica (cf. Summa Theol. 1,104,3); pero sin embargo, es cierto que quien no vigila sobre sí mismo con cierto rigor moral (cf. Mt 12,45; Ef 6,11), se expone al influjo del «mysterium iniquitatis», el «misterio de la iniquidad» al que san Pablo se refiere (2 Tes 2,3-12) y que hace problemática la posibilidad de nuestra salvación.
Nuestra doctrina se vuelve incierta, oscurecida como está por las mismas tinieblas que circundan al diablo. Pero nuestra curiosidad, excitada por la certeza de su múltiple existencia, se hace legítima con dos preguntas:
• ¿Existen signos, y cuáles, de la presencia de la acción diabólica?
• ¿Cuáles son los medios de defensa contra tan insidioso peligro?
Presencia de la acción del maligno
La respuesta a la primera pregunta impone mucha cautela, aunque los signos del maligno parecen a veces evidentes (cf. Tertuliano, Apol 23). Podremos suponer su siniestra acción allí:
• donde la negación de Dios es radical, sutil y absurda,
• donde la mentira se afirma, hipócrita y potente, contra la verdad evidente,
• donde el amor queda apagado por un egoísmo frío y cruel,
• donde el Nombre de Cristo se impugna con un odio consciente y rebelde (cf. 1 Cor 16,22; 12,3),
• donde el espíritu del Evangelio es adulterado y desmentido,
• donde la desesperación se afirma como última palabra, etc.
Pero es un diagnóstico demasiado amplio y difícil, que no osamos ahora profundizar y dar por auténtico, pero que sin embargo no carece de dramático interés para todos, y al cual la literatura moderna ha dedicado también páginas famosas (cf. por ejemplo las obras de Bernanos, estudiadas por Ch. Moeller, Littérature du XX Siècle, I, págs. 397 ss.; P. Macchi, Il volto del male in Bernanos; cf. además Satán, Études Carmélitaines, DDB, 1948). El problema del mal sigue siendo uno de los más grandes y permanentes para el espíritu humano, incluso después de la victoriosa respuesta que le da Jesucristo: «Nosotros sabemos, escribe el evangelista san Juan, que somos (nacidos) de Dios, y que el mundo entero está bajo el maligno» (1 Jn 5,19).
La defensa del cristiano
A la segunda pregunta: ¿Qué defensa, qué remedio oponer a la acción demoníaca?, la respuesta es más fácil de formular, aunque sea difícil de poner en práctica. Podríamos decir: todo lo que nos defiende del pecado nos separa, por eso mismo, del enemigo invisible. La gracia es la defensa decisiva. La inocencia asume un aspecto de fortaleza.
Y todos recordamos además en qué gran medida la pedagogía apostólica ha simbolizado en la armadura de un soldado las virtudes que pueden hacer invulnerable al cristiano (cf. Rom 13,12; Ef 6,11-14.17; 1 Tes 5,8). El cristiano debe ser militante; debe vigilar y ser fuerte (1 Pe 5,8), y a veces debe recurrir a algún ejercicio ascético especial para alejar determinadas incursiones diabólicas; Jesús nos lo enseña indicando como remedio «la oración y el ayuno» (Mc 9,29). Y el Apóstol sugiere la línea maestra a seguir: «No te dejes vencer por el mal, antes vence al mal con el bien» (Rom 12,21; Mt 13,29).
Con conciencia, pues, de las adversidades presentes en las que hoy se encuentran las almas, la Iglesia, el mundo, intentaremos dar sentido y eficacia a la acostumbrada invocación de nuestra principal oración:
¡Padre nuestro… líbranos del mal!
Que a ello ayude también nuestra bendición apostólica.
VER+:
Ya está Listo el sistema de “Marca de la Bestia” que usará el Anticristo
Los Dos Testigos del Apocalipsis
Mons. Johannes Straubinger en sus notas exegéticas a la Biblia Platense, también conocida como Biblia Comentada, anotó: Los intérpretes antiguos ven en los dos testigos a Elías y a Henoc, que habrían de venir para predicar el arrepentimiento. Hoy se piensa más bien en Moisés y Elías, los dos testigos de la Transfiguración, que representan la Ley y los Profetas; y es evidente la semejanza que por sus actos tienen con aquéllos estos dos testigos del Apocalipsis, siendo de notar que Moisés, según una leyenda judía, habría sido arrebatado en una nube en el monte de Abar. Por otra parte, y sin perjuicio de lo anterior, otros ven en los dos testigos la autoridad religiosa y la civil y en tal sentido es también evidente la relación que ellos tienen con los dos olivos de Zacarías, que son el príncipe Zorobabel y el sacerdote Jesús ben Josedec. Ello podría coincidir con los muchos vaticinios particulares sobre el Gran Monarca que lucharía contra el Anticristo de consuno con la autoridad espiritual, ya que también las dos Bestias del Apocalipsis presentan ambos aspectos: el político en la Bestia del mar y el religioso en el Falso Profeta que se pondrá a su servicio.
Los dos testigos
¿Quiénes son los dos representantes de Dios en el tiempo del fin profetizados en Apocalipsis? ¿Qué harán ellos? ¿Por qué hay dos testigos?
Zacarías vio dos olivos en su sueño, lo cual Dios explicó que “son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra” (Zacarías 4:14).
En el libro de Apocalipsis, Dios dice: “Y daré a mis dos testigos que profeticen por mil doscientos sesenta días, vestidos de cilicio” (Apocalipsis 11:3).
Hay mucha especulación acerca de quiénes serán estos dos representantes de Dios y su ministerio de 3½ años. Veamos lo que la Biblia—la única fuente verdadera de información sobre el tema—dice acerca de estos individuos especiales.
Conexión con Zacarías
El pasaje en Apocalipsis continua explicando: “Estos testigos son los dos olivos, y los dos candeleros que están en pie delante del Dios de la tierra” (v. 4).
Esta declaración parece ser una continuación de una profecía que Dios dio al profeta Zacarías para mostrar que Dios lleva a cabo las cosas por medio del poder de su Espíritu (Zacarías 4:2-10). El aceite de oliva simboliza el Espíritu Santo de Dios, y Dios animó a Zorobabel—quien condujo la reconstrucción del templo—a recordar que las cosas espirituales serían llevadas a cabo por medio del Espíritu de Dios y no por su propia fuerza (v. 6).
Después de explicar este principio importante acerca de cómo se lleva a cabo su obra, Dios regresó a la visión de los olivos que Zacarías había visto: “Estos son los dos ungidos que están delante del Señor de toda la tierra” (Zacarías 4:14, énfasis agregado en todo). En el libro de Apocalipsis Dios revela que estos dos individuos, quienes estarán llenos del Espíritu Santo de Dios para hacer su obra, surgirán antes del regreso de Cristo para cumplir su ministerio como una luz al mundo. Así como Dios llevó a cabo las cosas a través del poder de su Santo Espíritu durante el tiempo de Zorobabel, Él hará lo mismo a través de sus dos testigos durante los tiempos del fin.
¿Por qué dos testigos?
A través de la Biblia, hallamos que Dios a menudo trabaja con dos individuos. Durante el tiempo en que Zacarías escribió, Zorobabel sirvió como gobernador y un hombre llamado Josué sirvió como el sumo sacerdote (Zacarías 3:1). Anteriormente, Dios había usado a Moisés como el líder de los antiguos israelitas y a su hermano Aarón como el sumo sacerdote.
En el Nuevo Testamento, Cristo envió a sus discípulos “de dos en dos” (Marcos 6:7). Aunque ocasionalmente llevaron a otros para que viajaran con ellos, Pablo y Bernabé trabajaron juntos para llevar el evangelio a los gentiles.
Cuando dos personas trabajan juntas, a menudo pueden ser más productivas que cuando trabajan solas. Reconociendo este principio, Eclesiastés 4:9-10 declara: “Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá Segundo que lo levante”.
Otra razón por la que Dios tendrá dos testigos es debido a la importancia de tener por lo menos dos personas que testifiquen en asuntos judiciales. Como Deuteronomio 19:15 declara: “No se tomará en cuenta a un solo testigo contra ninguno en cualquier delito ni en cualquier pecado, en relación con cualquiera ofensa cometida. Sólo por el testimonio de dos o tres testigos se mantendrá la acusación” (también ver Deuteronomio 17:6).
Al tener dos testigos, Dios está siguiendo su propia ley a medida que por medio de ellos , les advierte a las personas que se arrepientan de sus pecados antes de castigarlas por no prestar atención a su instrucción.
La labor de los dos testigos
El relato en el libro de Apocalipsis nos da claves acerca del trabajo de los dos testigos: “Si alguno quiere dañarlos, sale fuego de la boca de ellos, y devora a sus enemigos; y si alguno quiere hacerles daño, debe morir él de la misma manera. Ellos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran” (Apocalipsis 11:5-6).
A medida que estos representantes de Dios den testimonio al mundo de que toda la gente necesita arrepentirse de sus pecados, ellos tendrán acceso al Espíritu Santo de Dios para hacer milagros que nos recuerdan otros profetas de Dios. Como Elías, ellos tendrán el poder para detener la lluvia (1 Reyes 17:1) y matar a cualquiera que trate de dañarlos (2 Reyes 1:9-12). Como Moisés, ellos tendrán el poder de convertir el agua en sangre (Éxodo 7:17) y golpear la tierra con plagas (Éxodo 7:14 hasta 12:30).
Pero hacer que la gente sufra no es su misión principal. En lugar de eso, al igual que Elías, su meta será instar a la gente a volver sus corazones a Dios (1 Reyes 18:37). Elías sirvió durante un tiempo cuando el antiguo Israel se había corrompido excesivamente bajo el rey malvado Acab y su esposa idólatra, Jezabel. Las profecías bíblicas muestran que la tierra entera se corromperá antes del regreso de Cristo (2 Timoteo 3:13), y éste será el ambiente en el cual llevaran a cabo su ministerio los dos testigos.
Prototipos bíblicos
A través de los años, se han propuesto muchas explicaciones para los dos testigos. A menudo se ha citado a profetas anteriores como tipos bíblicos de lo que harán los dos testigos. El Comentario Bíblico del Expositor dice, “Las identificaciones van desde dos personajes históricos levantados a la vida, hasta dos grupos, hasta dos principios, tales como la ley y los profetas. Tertuliano (d. 220) identificó a los dos con Enoc y Elías” (comentarios sobre Apocalipsis 11:3).
Ya hemos visto que los poderes de Elías para detener la lluvia y matar a los que intentaron dañarlo fueron precursores de los poderes que tendrán los dos testigos, pero hay que tener en cuenta todavía otra referencia a Elías.
Hablando del ministerio de Juan el Bautista, Lucas 1:16-17 dice, “Y hará que muchos de los hijos de Israel se conviertan al Señor Dios de ellos. E irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”. Este pasaje muestra que Dios puede enviar representantes adicionales, tal como Juan el Bautista, con un ministerio y poderes similares a los del profeta Elías.
Mientras que Juan el Bautista fue un cumplimiento de la profecía en Lucas 1, indicando que Juan el Bautista haría una obra como la de Elías (Mateo 17:11-13), Malaquías 4:5-6 indica aun otro cumplimiento de una obra como la de Elías en el tiempo del fin. “He aquí, yo os envío el profeta Elías, antes que venga el día del Eterno, grande y terrible. Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición” (Malaquías 4:5-6).
Algunas veces las profecías pueden tener múltiples cumplimientos, y esta profecía respecto a la obra de Elías parece ser una que cae dentro de esta categoría. Juan el Bautista fue claramente un tipo de Elías, y el relato en Malaquías 4 indica que el pueblo de Dios también hará una obra en el espíritu y poder de Elías al final de esta era. Finalmente, los dos testigos completarán su ministerio con poderes como los de Elías.
La explicación de los dos testigos que parece adecuarse mejor a las Escrituras es que ellos serán dos seres humanos que profetizarán en el espíritu y el poder de Elías durante la Gran Tribulación y el Día del Señor. Ellos vendrán para advertir al mundo que se arrepienta de quebrantar las leyes de Dios y enviarán plagas como castigo por la desobediencia durante los 3 ½ años de su predicación.
Falsificaciones de los dos testigos
En el libro de Apocalipsis, Dios revela una profecía con respecto a dos individuos llamados “la bestia” y “el falso profeta”, quienes se opondrán a la obra de los dos testigos. La bestia será el líder civil a quien toda la gente de la tierra, excepto los fieles a Dios, seguirá (Apocalipsis 13:3, 8). El falso profeta es la cabeza del sistema religioso que apoyará a la bestia.
Una herramienta para entender la profecía es el principio de tipo-antitipo. El relato en Éxodo 7:10-12 nos da una muestra de las cosas que sucederán en el tiempo de los dos testigos. Comienza con el primer encuentro entre Moisés y Faraón. Bajo la dirección de Moisés, Aarón tiró la vara y ésta se convirtió en una serpiente. Los magos (Janes y Jambres) también hicieron lo mismo con sus varas (Éxodo 7:11-12). El agua se convirtió en sangre, y los magos hicieron la misma cosa (v. 22). Estos milagros fueron hechos en la presencia de Faraón.
Durante la Gran Tribulación, el falso profeta también hará milagros. “Inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos” (2 Tesalonicenses 2:9).
Hablando de esta misma persona, Apocalipsis 13:11, 13-14 dice, “Después vi otra bestia que subía de la tierra; y tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como dragón… También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego del cielo a la tierra delante de los hombres. Y engaña a los moradores de la tierra con las señales que se le ha permitido hacer en presencia de la bestia”.
Satanás usará a la bestia y al falso profeta como falsificaciones de los dos testigos. Como resultado, Satanás continuará engañando al mundo entero por medio de “señales y prodigios mentirosos” (2 Tesalonicenses 2:9) y la falsa religión (ver también Mateo 24:24; Apocalipsis 12:9).
¿Por qué se regocijará la gente por su muerte?
Después de que los dos testigos completen su ministerio de 3 ½ años de predicar el evangelio al mundo entero, ellos perderán su protección divina y serán muertos.
“Cuando hayan acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo hará guerra contra ellos, y los vencerá y los matará. Y sus cadáveres estarán en la plaza de la grande ciudad que en sentido espiritual se llama Sodoma y Egipto, donde también nuestro Señor fue crucificado. Y los moradores de la tierra se regocijarán sobre ellos y se alegrarán, y se enviarán regalos unos a otros; porque estos dos profetas habían atormentado a los moradores de la tierra” (Apocalipsis 11:7-10).
¿Por qué se regocijarán por su muerte? A la gran mayoría de las personas en el mundo no les gustará su mensaje de arrepentimiento. A la gente no le gusta que le digan que lo que están haciendo es malo, que están pecando y necesitan cambiar. Ellos estarán enojados por las plagas traídas sobre ellos como castigo por su falta de arrepentimiento por sus pecados, y culparán a los dos testigos por el tormento que tantos sufrirán.
El regocijo por sus muertes no durará mucho. Después de 3½ días, Dios los resucitará de los muertos, y sus enemigos los verán ascender al cielo (Apocalipsis 11:7-12).
Recordemos aquellas palabras del cardenal Biffi:
"El anticristo se presenta como
pacifista, ecologista y ecumenista".
Es importante entender que el precursor de dicho anticristo es el falso profeta, que no es otro que Bergoglio.
Él es quien ha de preparar el terreno al anticristo y para ello está llevando adelante el plan del Diablo realizando varias acciones, entre otras, las siguientes:
Fomentar el anhelo de una paz falsa, una paz al margen del Único Dios verdadero, una paz sin Dios y contra Dios.
Este anhelo de paz hará que muchos sean engañados y seducidos por el anticristo.
Hay que tener en cuenta que la misma élite globalista satánica, a la que Bergoglio claramente pertenece, es la que en la sombra está promoviendo y llevando adelante la tercera guerra mundial en la saben que emergerá el anticristo como falso pacificador.
Esto se realiza en la sombra a la vez que se promueve un anhelo desordenado de paz al margen del Único Dios verdadero.
Promover en una primera fase el ecumenismo masónico, donde la Iglesia Católica que Jesucristo fundó es rebajada para ser una más dentro de las distintas denominaciones cristianas, (es la idea tan insistentemente inculcada por la masonería de que la Iglesia que Jesucristo fundó no es la Iglesia Católica realmente, sino que es otra Iglesia, una que ya quedó rota y dividida, una Iglesia que hay que volver a recuperar, una Iglesia que se rompió en muchas.... por eso se ha insistido tanto en afirmar falsamente que todas las denominaciones cristianas tienen parte de verdad), para en una segunda fase culminar en un sincretismo religioso (es decir, en la unidad de todas las religiones y creencias, incluido el ateísmo), donde la religión Católica fundada por Jesucristo y única verdadera debe ser una más entre las demás religiones falsas.
Esta es la aplicación del principio masónico de que todas las religiones son buenas y que en todas ellas se encuentra a Dios.
Tengamos en cuenta que el Dios de todas las religiones no existe, es un Dios falso.
(Bergoglio y la falsa iglesia que él lidera desde el seno de la Iglesia Católica ha defendido e insistido en esta falsedad multitud de veces).
"lnsistir e inculcar el ecologismo a todos los niveles, promoviendo la religión de la "madre tierra", el culto a la "pachamama", el cuidado de la "casa común", etc...
Son distintos rostros de una misma falsedad panteísta, una obsesión maléfica que impide que las almas se levanten, se conviertan de sus pecados y pongan su mirada en los bienes eternos.
Es por eso que estos 3 puntales:
¹° la falsa paz, ²° el ecumenismo y el sincretismo religioso y ³° el ecologismo,
forman un verdadero tridente espiritual astutamente preparado por el Diablo para atrapar y trinchar a los hombres en la engaño y la mentira, para seducirlos fácilmente y arrastrarlos a la perdición eterna.
Este texto de la "supuesta consagración al Inmaculado Corazón de María" está totalmente impregnado de esta mentalidad pacifista, ecumenista y ecologista que nada tiene que ver con la piedad verdadera, y que es de gran ayuda para el Diablo, ya que prepara la mente y el corazón de muchas almas sin discernimiento de espíritus para ser seducidas desde este momento hasta la manifestación del anticristo.
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1-Cartas a las Siete Iglesias
2-Los Siete Sellos
3- Las Siete Trompetas
4- Las dos bestias
5- Las Siete Plagas
6-La gran ramera
7-La Parusía
La Igleisa Patristica y la ... by Fatix
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