¿Qué ha sido del periodismo?
Que una película de 1952 cuente tantas cosas y aborde en profundidad tantos temas en apenas una hora y veinticuatro minutos de metraje, con un guion tan rico en personajes, situaciones y diálogos, y con un trasfondo tan plagado de referencias e implicaciones de todo tipo debería dar que pensar a productores, directores, guionistas y espectadores de hoy. Que una película de 1952 sea capaz de diseccionar con tanta lucidez y contundencia cuáles son los males y las penas del ejercicio de la profesión periodística y revele tan a las claras cuáles son las carencias que acusa bien entrado el siglo XXI debería ser motivo de reflexión inaplazable para periodistas, dirigentes y dueños de los medios de comunicación y oyentes, espectadores y, sobre todo, lectores de prensa escrita.
Que una película mantenga su vigencia hasta este punto indica el grado de riqueza y de excelencia al que llegó el cine clásico de Hollywood, tanto como manifiesta las causas de su imparable decadencia, de su bochornosa infantilización. Esta obra de Richard Brooks, sin tratarse, sin duda, de una obra maestra, adquiere la condición de película imperecedera, de relato imprescindible, de lugar al que volver para encontrar las claves y los principios que en la sociedad vertiginosa del no conocimiento insistimos por olvidar a diario.
El periodismo ético, ése que ya no se lleva. Impresionante la frase que Ed Hutchison (todo lo opuesto a Juan Luis Cebrián) dirige a uno de sus empleados: “Aquí se apoya o no se apoya a un candidato en base a su capacidad, no en base a la ideología que representa”. Y así es cómo se defiende la verdad y la auténtica libertad de prensa. No valen noticias partidistas, ni convenientes, ni analíticamente ladinas para que salga la cuenta del que escribe. El periódico que sale en esta película está en trance de desaparición y su director tiene muy clara cuál es su obligación: realizar una última edición con el rigor que ha caracterizado al verdadero periodista. Sin obviar opiniones, contraponiendo unas contra otras y ofreciendo pruebas de que se está diciendo la verdad. Sin ceder a presiones de chantajistas de baja estofa que quieren dominar lo que se dice para poder controlar lo que se hace. La cabecera del periódico se apaga porque el negocio es lo primero y siempre hay alguien, algún rival, algún político, que luchará para que no se diga la verdad. Porque, no nos engañemos, estamos rodeados de mentiras y muchas cabeceras se afanan en publicar noticias que son mentiras con apariencias de verdad.
Pero, claro, para ello hay que entregarse y luchar por lo que se cree. Y lo primero en lo que un ser humano debe creer es en la honestidad del trabajo realizado. ¿Cuántos podemos decir eso? Muy pocos. Contados. Incluso los mecanismos del autoengaño funcionan a toda máquina para anestesiar las conciencias y dibujar sinceridades falseadas en una moral que se encuentra en fuga permanente. La prensa, si no hubiera caído a un perfil tan bajo como el de los políticos, sería precisamente la voz que expondría las cosas tal y como son, con una objetividad que es pura utopía. Los intereses creados dominan las líneas editoriales y se trazan claramente las fronteras de lo políticamente correcto aunque eso signifique instalar a los sinvergüenzas en posiciones de poder. El periodista no tiene que ser una prostituta. Ya lo dice Hutchison en otra memorable frase: “Esta puede que no sea la profesión más antigua del mundo…pero es la mejor”. Tal vez porque aún cree que llevar la verdad a los hogares es una tarea reservada a aquellos que, de verdad, piensan que la democracia tiene que ser salvaguardada. Y solo puede hacerse en las líneas de tinta de unas rotativas que son implacables cuando se mueven.
Película-homenaje a la profesión periodística por parte de un ex–periodista como Richard Brooks, que no duda en arremeter contra los elementos mafiosos (que existen en todas partes) que tratan de controlar los medios ejerciendo una censura que no es más que un medio para moverse con comodidad en medio de la basura que ellos mismos crean, que resuelve dudas para todos aquellos que se debaten en medio de la indecisión porque todo son medias verdades, pasadas por el filtro ideológico…cuando, en realidad, lo que debería predominar son los idealismos. Más que nada porque el idealismo está siempre mucho más cerca de la verdad que la ideología. Incluso las páginas deportivas de ese diario intentan ofrecer líneas frescas de objetividad y dejarse de preferencias por equipos, jugadores, excusas, justificaciones y observaciones tan inútiles como propagandísticas que a la gente le encanta porque ofrecen un asidero del cual colgarse y desde donde gritan su aborregamiento. No vale tan solo con dar un golpe en la mesa y salir con cara de rebeldía. Eso no es nada. Sobre todo porque siempre hay un coche esperando en la puerta y eso es lo que realmente se teme perder. Y para ganar, siempre, hay que perder. Los hombres y mujeres de este periódico que describe Richard Brooks lo hacen hasta el último momento. Con líneas de honradez y de verdad.
Si ya en 1952 pasaban cosas como esta, es que la herida del periodismo es antigua. Y el peligro de pérdida de las cabeceras cuando los fundadores fallecen, mucho más.
De periodismo de la convicción al periodismo del negocio: este podría ser un buen resumen de lo que aquí se cuenta. Y la historia completa la conocemos muy bien los lectores de periódicos de hoy, porque la vivimos día a día.
Tres líneas argumentales se entrecruzan en la película, sin que ninguna de ellas chirríe, complementarias y coherentes: la lucha del periódico The Day por sobrevivir a una venta que lo haría desaparecer; la investigación por la muerte de una muchacha que ha aparecido desnuda con un abrigo de visón y la vida personal, desastrosa, del director del periódico, Ed Hutcheson (Humphrey Bogart), un hombre entregado a su trabajo y que, aunque está enamorado de Nora (Kim Hunter), no es capaz de hacerla feliz.
Los herederos de John Garrison, el visionario fundador del periódico, dos hijas y una esposa, están divididos a la hora de la venta. La señora Garrison (Ethel Barrymore) decide no vender y las hijas quieren dinero fácil. No querían a su padre ni tampoco al periódico. Contra eso se manifiesta el director, Hutcheson, que contrapone la necesidad de que el periódico siga respondiendo a la confianza de sus 290.000 lectores diarios, al trabajo de sus 500 empleados y a la necesidad ética de terminar un caso abierto: el de la intervención del hombre de negocios (sucios) Tomas Rienzi (Martin Gabel) en la muerte de la chica, Sally, y en otro montón de ilegalidades.
La película nos muestra la abismal distancia entre los postulados del director y de la redacción a la hora de defender no solo su trabajo, sino su vocación de servicio a la verdad, y la legión de abogados, herederos, accionistas: gente práctica que no entiende qué puede importar un periódico más o menos.
Es esta zanja la que separa al periodismo clásico de la impostura. Y también anda por ahí el periodismo sensacionalista, el de las fotos escabrosas y las investigaciones domesticadas, el Standard, el futuro dueño de la cabecera díscola.
Entonces ya se veía claro que había muchas formas de entender la profesión y que el futuro iba a resultar difícil para los que querían seguir siendo puros. Un magnífico guión, unos absorbentes diálogos, con ingenio, humor y cierto tono épico, sustentan la película, que dura apenas una hora y media que se hace corta.
El ambiente de la redacción está extraordinariamente conseguido, no solo en las personas, sino en los elementos técnicos, las rotativas, los teletipos, los teléfonos sonando, las órdenes y contraórdenes. Un periodismo hoy barrido por lo digital, y que aquí se presenta en toda su esencia, casi llamada a la nostalgia.
Una de las escenas más llenas de épica es el alegato que Hutcheson realiza en el tribunal que decide la posible venta del periódico. El juez, que se confiesa lector del periódico y antes repartidor, lo deja hablar y entonces él da una lección de “qué es un periódico”. Es toda una loa a la libertad de prensa y al papel de la prensa libre e independiente en una democracia.
En la actualidad el llamado cuarto poder ha muerto o, como mínimo, ha cambiado de manos. La prensa escrita ―y el periodismo serio en general, si es que este sintagma todavía puede aguantar unido más de dos segundos sin estallar—, ya no detenta ese pretendido poder oficioso, y si no lo hace es por falta de súbditos: hoy casi nadie lee los periódicos.
Pero hace tiempo que el problema dejó de ser ése: la verdadera tragedia es que detrás del papel están cayendo la radio y la televisión como medios de información. Si hoy en día existe ese cuarto poder tan necesario, no se haya en manos de profesionales, ni siquiera en manos conscientes, sino que avanza como una colonia de hongos a través de las redes sociales y las cadenas de correos electrónicos. Da igual lo que informe la prensa tradicional: si en las redes sociales comienza a difundirse una imagen impactante que lleve superpuesta una leyenda extremadamente simple y mal redactada que lo contradiga, ésa será la versión a creer por la generalidad y, lo que es más grave, nadie se molestará en contrastarlo de ninguna manera. Es decir, nos quejábamos del efecto pernicioso que la tele causaba en la mentalidad social y ahora somos incapaces de darnos cuenta de que la degeneración cultural ha descendido otro escalón en su camino hacia la estupidez escalfada.
Algunos detalles de interés
El ficticio periódico The Day se inspira en un medio real, el New York Sun, cerrado en 1950. Toma su nombre del editor del Sun, Benjamin Day. Otros detalles del film se basan en el cierre del New York World en 1931, tras las decisiones tomadas por los hijos de Joseph Pulitzer.
Richard Brooks (1912-1992) es un director de larga trayectoria y muy interesante. Era periodista en sus inicios y un extraordinario guionista, responsable, entre otros, del guión de Cayo Largo (1948), de John Huston. Fue también marine en la II Guerra Mundial. Entre sus películas hay algunas de especial calidad, como Semilla de maldad de 1955, que descubrió a Sidney Poitier, La última vez que vi París, una adaptación de un libro de F. S. Fitzgerald, o A sangre fría, sobre la novela de no ficción de Truman Capote (1967). Especialmente destacado fue su trabajo sobre textos de Tennessee Williams, a partir de los que dirigió, con Paul Newman de protagonista, La gata sobre el tejado de zinc (1958) y Dulce pájaro de juventud(1962).
En la década de los setenta rodó una película de culto, Buscando al señor Goddbar (1977), donde la actriz Diane Keaton encarnaba a un personaje inspirado en la profesora Roseann Quinn, asesinada en 1973.
Aunque estuvo nominado como guionista y director varias veces al Oscar, solo obtuvo uno, al mejor guión adaptado, por Elmer Gantry en 1960.
La pericia de Brooks como director de actores se advierte en "El cuarto poder". Además de un Humphrey Bogart absolutamente metido en el papel, tanto a nivel de apostura física como de gestualidad y diálogos, hay otros intérpretes que bordan su trabajo, entre ellos la gran Ethel Barrymore, como la señora Garrison y Ed Bingley, como el redactor jefe de The Day.
Comentarios y referencias
"Richard Brooks –escribe Paul Mayersberg en el nº 12 de Movie (primavera de 1965)– es un idealista, pero un idealista conservador. Cree en el espíritu indomable del hombre. Cree que la bondad prevalecerá ante el mal, que las tierras baldías pueden hacerse fértiles. Brooks es conservador, no en el sentido de ser políticamente de derechas (si algo es, es progresista), sino en el sentido en que sus creencias son razonadas, no inspiradas. Sus actitudes son evolucionistas, no utopistas. Elmer Gantry, sin duda su película más brillante hasta la fecha, trata de la fe ciega y de sus peligros sociales, morales e incluso económicos. Para Brooks, si una actitud ante la vida tiene potencial comercial, es sospechosa. La venta es no de los temas de Elmer Gantry.
El cielo de los predicadores es una utopía a la venta como una lavadora o una aspiradora. Heine escribió: 'Cuando los libros se queman, se quema a la gente'. Brooks diría: 'Cuando las ideas se venden, se vende a la gente'. 'Se vende' es el tema de "El cuarto poder", en la que un periódico, símbolo de la libertad y la libre expresión está a punto de ser vendido y 'Se vende' es el cartel que lleva Chance Wayne al cuello en la adaptación de Brooks de Dulce pájaro de juventud, en la que Paul Newman ofrece su juventud por un dólar.
Brooks rechaza los eslóganes y la forma de vida que se crea a partir de ellos, porque un eslogan suele ser una idea a la venta. Muchos personajes perniciosos de sus películas hablan en eslóganes (...) Los personajes de Brooks no son, sin embargo, irreales o bidimensionales. Simplemente tienden a no cambiar".
VER+:
0 comments :
Publicar un comentario