La polémica propuesta
de la opción benedictina
de la opción benedictina
“La opción benedictina. Una estrategia para los cristianos en una sociedad poscristiana”, del periodista y escritor norteamericano Rod Dreher: oportunidad para pensar el cristianismo en nuestro tiempo adormecido y burgués.
"Ya es imposible continuar con aquella ficción de que el Estado laico es neutral. Podemos discutir si alguna vez lo ha sido realmente, pero lo que es indudable es que el Estado, en Occidente, hoy en día, no es neutral. La progresiva imposición de la ideología de género como verdad oficial e indiscutible confirma este diagnóstico. En esta nueva situación, Dreher plantea que hay que buscar el modo por el que los cristianos podamos sobrevivir en un entorno cada vez más hostil.
Quizás Dreher no esté tan lejos de lo que afirmaba el beato Pablo VI, el 21 de noviembre de 1973: “Hemos andado fuera del camino en el conformismo con la mentalidad y con las costumbres del mundo profano. Volvamos a escuchar la apelación del apóstol Pablo a los primeros cristianos: ‘No queráis conformaros al siglo presente, sino transformaos con la renovación de vuestro espíritu’… Se nos exige una diferencia entre la vida cristiana y la profana y pagana que nos asedia; una originalidad, un estilo propio. Digámoslo claramente: una libertad propia para vivir según las exigencias del Evangelio. Hoy se hace precisa una CRISTOLOGÍA DESDE ARRIBA RENOVADA INUNDADA DE PARRESÍA, tanto más oportuna hoy cuanto mayor es el asedio, el asalto del siglo amorfo o corrompido que nos circunda. Defenderse, preservarse, como quien vive en un ambiente de epidemia". Jorge Soley
"El tema de fondo es la relación entre fe y cultura, y el problema es que lo afronta desde un paradigma calvinista, confundiendo, en definitiva, religión y cultura. La cultura nace de la fe, es decir, de un encuentro personal con Alguien vivo, de una relación de filiación y no, como temía san Benito, de la autoafirmación. Lo que pueda surgir de esta relación es impredecible para el hombre y tiene unas consecuencias históricas de una magnitud enorme, puede que incluso desconocidas para sus protagonistas.
Las formas culturales de la fe son infinitas y adaptadas a las circunstancias. Es cierto que en todo cambio de época se pierden cosas mientras aparecen otras nuevas, y que esta pérdida es dolorosa. Pero, si nos aventuramos a un análisis teológico de la historia, debemos ser mucho más cautos de lo que lo es el autor y no ir demasiado lejos en la condena de los tiempos. Sostener que la mejor solución es la retirada es negar el poder generador de la fe y reducirla a cultura y a moral, a un simple “vivir juntos”. Sería una solución “política”, cuando la propuesta de san Benito nunca lo fue.
Quizás la pureza de las costumbres fuese suficiente para las culturas paganas, puede que la “autarquía” aristotélica fuese una buena solución política, y que el modelo calvinista haya funcionado en algunos lugares, pero si queremos hablar de san Benito, del origen de Europa y de la fe cristiana, entonces no se puede aceptar que lo mejor sea construir un arca nueva y esperar a que cese el diluvio. Esto no sería bueno ni para la fe ni para la cultura que apreciamos.
En efecto, según Benedicto XVI, “para crear una unidad nueva y duradera, ciertamente son importantes los instrumentos políticos, económicos y jurídicos, pero es necesario también suscitar una renovación ética y espiritual que se inspire en las raíces cristianas del continente”. Armando Zerolo
Lo primero que hay que destacar es el valor de esta propuesta como oportunidad para pensar el cristianismo en nuestro tiempo y para plantearnos algunas cuestiones de este cristianismo adormecido, acomodaticio y burgués que merodea por nuestros predios, o menos compleja sociedad del otro lado del atlántico, en la que se estén produciendo una serie de debates que trascienden lo eclesial y teológico, y que expresan una vitalidad singular en las formas de vivir la fe y la libertad religiosa, en las maneras en las que se plantea la relación entre cristianismo y ciudadanía. No es necesario que añada que, al menos en España, estas cuestiones de fondo están generalmente ausentes del panorama cultural e incluso del debate teológico.
El libro parte de una tesis que corrobora, en primera instancia, con datos sociológicos. De hecho, uno de cada tres encuestados, en el segmento de edad de 18 a 29 años en la religiosa sociedad norteamericana, confirma que se ha apartado de la religión. Ha nacido también entre los creyentes la denominada religión del “deísmo moralista terapéutico”.
Después de un profundo análisis de los cinco hitos históricos que han sacudido la civilización occidental: la crisis filosófica del XIV, la Reforma protestante, la Ilustración, la revolución industrial y la revolución sexual, plantea el modelo de vida benedictino como regla para un cristianismo que asume la tradición de las primeras comunidades cristianas y que se vuelca en recuperar lo que Romano Guardini definiría como “el esfuerzo por volver a encontrar la verdadera relación con la verdad de las cosas, con las exigencias de su intimidad más honda y, en último término, con Dios”.
Rod Dreher tiene claro el diagnóstico: ha caído la cultura cristiana, vamos a vivir en una cultura no indiferente, sino anticristiana. Y ofrece una terapia: hay que crear comunidades cristianas fuertes, siguiendo el modelo de los monasterios que creó San Benito al hundirse el Imperio Romano.
Las parroquias, las familias cristianas, las asociaciones cristianas, deben ser tan firmes y militantes, incluso en su vida cotidiana, como esos monasterios. La fe debe ser central en cada familia y asociación. Quien entienda la fe como algo que se hace solo el domingo, será asimilado por el mundo y sus hijos serán paganos.
Quizá para conservar la fe de tus hijos tengas que cambiarte de ciudad, buscando un colegio cristiano "de verdad" y una parroquia cristiana "de verdad" y vecinos cristianos "de verdad". No se trata de buscar a los "puros perfectos", pero sí de estar con los que quieren crecer en la exigencia de la vida cristiana. Rod Dreher señala el modelo de los judíos ortodoxos, que tienen que vivir a poca distancia de su sinagoga (en sabbath no se puede usar vehículo ni caminar mucho y hay que ir andando a la sinagoga). Eso permite crear barrios donde muchos tienen un mismo pensar y se ayudan. Hay que aprender de ellos: crear comunidades de gente que se conoce y apoya de verdad, se ven y hablan varias veces entre semana, comparten lazos de vecindad e identidad y priorizan la fe.
Dreher repasa la Regla de San Benito del siglo VI y analiza cómo se puede aplicar a las familias cristianas hoy, y como la adaptan comunidades católicas, ortodoxas y protestantes que quieren vivir según Cristo. De la Regla de San Benito se aprende:
- cómo vivir la oración: rezar, tratar a Dios, es lo realmente alternativo y transformador
- como vivir el trabajo: al servicio de la persona, la vocación y Dios
- como vivir el ascetismo: en un mundo ultraconsumista, el ayuno y la austeridad es lo más sano
- cómo vivir la comunidad: ya no es lícito el individualismo o la micro-familia incomunicada
- cómo vivir la hospitalidad: para evangelizar, hay que acoger al pagano, tratarse con él... pero sin dejar que cambie nuestra vida "benedictina"
- cómo evitar desviaciones sectarias: se necesita un equilibrio entre distintos tipos de bien, queremos comunidades firmes, no sectas; hay que evitar rigorismos alocados y líderes posesivos...
Espacios de resistencia que vivan de forma alternativa y no se dobleguen ante la cultura bárbara que ha conquistado el país. Hay que responder a la nueva tiranía creando Covadongas, espacios que algún día lleven a una sociedad cristiana fuerte. "Hay que multiplicar las voces críticas", pedía. Pueden ser asociaciones, pueden ser autores, pueden ser colegios... La respuesta debe tener tres aplicaciones: la religiosa, la identitaria (la historia) y la comunitaria (comunidades vivas, reales).
En Canadá, el escritor Michael O'Brien, autor de las novela de "El Padre Elías", comenta que, ante "la oscuridad del mundo" "hay que formar y proteger con prudencia a nuestros hijos. Y, al mismo tiempo, nuestros corazones deben estar abiertos para amar a cada persona, incluso a nuestros enemigos. Sin rebajarse, pero sin miedo”.
El historiador y periodista francés Jean Sévillia: "Quizá nuestra época se parece a la Caída del Imperio Romano, el final de una época, grandes migraciones, un periodo de hundimiento, un cristianismo minoritario… en eso hemos vuelto al siglo V. Somos minorías cristianas ante mayo-rías paganas, hoy con un martirio moral, porque la moral del mundo contemporáneo va contra la moral cristiana. En este contexto, hemos de inventar nuevas formas de vida cristiana adaptada".
¿Qué propone priorizar el historiador? "Reconstruir la familia es lo más importante. Hay que vivir en esta cultura que nos ha tocado, pero reforzando la familia, creando asociaciones de jóvenes, creando entidades católicas. Hay que defender al hombre, con redes de apoyo, frente a esta sociedad tan dura".
Algo similar dice la analista Jennifer Roback, del Ruth Institute de EEUU. Le preguntamos: "¿Tiene sentido crear ambientes “protegidos” para nuestros hijos?" Y ella respondió: "Sí, esta cultura es demasiado tóxica, demasiado hostil. Antes podías dejar que un muchacho fuera creciendo en la cultura. Ahora no, es una cultura dañina y hay que protegerlos hasta que crezcan. Hay que seleccionar una buena catequesis y buenos programas de educación, también afectiva. Nada de educación sexual en la escuela: la hacen mal. Un padre o una madre se llevan aparte a su hijo o hija y hablan de sexo, adaptado a su caso personal. En cambio, en el colegio viene un desconocido, que no conoce a los chicos y les suelta el mismo rollo a todos a la vez, sin intimidad, en público, ante los compañeros. No es bueno".
No hay que huir de la política... pero hay prioridades
¿Y la política? Dreher pide a los cristianos abandonar la superstición de que algún partido o político va a "arreglar las cosas". Pero su opción benedictina no es una huida del mundo, al contrario. "Los cristianos no nos podemos permitir esfumarnos del espacio público. La Iglesia no debe eludir la responsabilidad de rezar por los líderes políticos y de hablarles proféticamente. A los cristianos no solo nos incumbe la lucha contra el aborto y proteger la libertad religiosa y la familia tradicional". Pueden surgir alianzas con compañeros curiosos en muchos temas: apoyo al pequeño comercio, o para combatir el tráfico sexual, la pobreza, el sida... Pero "los cristianos no pueden actuar por inercia siguiendo los patrones que han aprendido durante los últimos 30 años. Estos tiempos exigen más reflexión a los creyentes que salten al cuadrilátero político", avisa. Una estrategia que propone es abrazar la política local, crear comunidades localmente fuertes y localmente influyentes o decisivas.
Campo de batalla clave: la libertad religiosa y de expresión
Lance Kinzer, un político de Kansas que ha decidido especializarse en defender la libertad religiosa, tiene una serie de propuestas que Dreher cree que los cristianos deberían priorizar en este entorno postmoderno y hostil:
- defender la libertad de las entidades cristianas: colegios, asociaciones, etc...
- participar en la prensa local, debates, radios, televisiones locales, con la propuesta cristiana
- marcarse objetivos realistas y alcanzables, evitar desgastes innecesarios y luchas incendiarias
- ser siempre educado y respetuoso, no dar excusas a las acusaciones de "fanatismo"
- buscar aliados donde buenamente se pueda, sean de otras religiones, de izquierdas alternativas, gays pro-libertad, etc...
Dreher cree que "no nos podemos permitir el lujo de seguir luchando en guerras que perdimos hace mucho tiempo". La prioridad es poder formar a nuestros hijos en valores cristianos de ver-dad y protegerlos de la presión tóxica del adoctrinamiento del régimen postmoderno.
Crear una polis paralela: dar lo que el mundo no da
Dreher habla también en su libro de cómo los disidentes bajo la tiranía comunista checa intentaban crear todo tipo de espacios alternativos. Recomienda el ejemplo del matemático y disidente católico Václav Benda, que intentaba crear una "polis paralela", fomentar viejas tradiciones populares y líneas de educación alternativa. Por ejemplo, hay que enseñar a los niños lo que no les enseñan en el colegio: para eso, los cristianos han de fomentar sus propias instituciones. Eso incluye enseñar cosas sobre el amor, la familia, la felicidad, el sexo; también sobre los sentimientos, el perdón, todo lo espiritual. Y toda la tradición de grandes héroes, ejemplos e historias edificantes del pasado, que el poder bárbaro quiere ocultar y olvidar.
Cómo crear "aldeas cristianas"
De todas las instituciones, la que los cristianos debería priorizar hoy es la comunidad, la "pequeña aldea cristiana", que no vive según el modelo bárbaro. ¿Cómo se hace una "aldea" o "comunidad" cristiana, aunque sea en la gran ciudad? Dreher da ideas y pone ejemplos de comunidades que ya existen y funcionan en EEUU o en Europa.
1. El hogar es como "un monasterio doméstico": hay jerarquía con amor, hay prioridades, se reza, se trabaja, se acoge...
2. La familia es consciente de ir contracorriente y ser alternativa, inconformista...
3. La familia es fuerte y valiosa, pero no cae en lo sectario ni la autoidoloatría
4. Las familias cristianas viven cerca unas de otras, se ayudan, son amigas cotidianas
5. Las familias cristianas establecen redes con recursos y apoyos, usando también su parroquia
6. Los cristianos (católicos, ortodoxos, protestantes) aprenden a trabajar juntos en temas comunes
7. Hay que echar a caminar ya, construir con lo que se tiene: no dejar que el perfeccionismo paralice
8. Hay que sacar a los hijos de la escuela pública y también de las escuelas falsamente cristianas; buscar o fundar escuelas "cristianas de verdad"
9. Hay que apoyar a los comercios cristianos, a los profesionales cristianos, etc (si son competentes) aunque cueste más dinero
10. Hay que prepararse para ser marginado y acosado... y para ayudar a los hermanos que sufren
Vivir sin mentiras
Manual para la disidencia cristiana
En 1974, el escritor y disidente Aleksandr Solzhenitsyn publicó, en vísperas de su destierro, un mensaje final dirigido al pueblo ruso, que llevaba por título «¡Vivir sin mentiras!», en el que proclamaba que la mejor respuesta al totalitarismo soviético no era otra que el afecto y la fidelidad a la verdad.
El periodista y escritor Rod Dreher, autor del aclamado La opción benedictina, hace en este libro de altavoz a Solzhenitsyn y otros muchos disidentes de Europa del Este que nos alertan del peligro no tan lejano de que Estados Unidos y el resto de Occidente estén abocados a un totalitarismo «blando», basado más en la manipulación psicológica que en la violencia abierta.
Dreher desvela algunos de los principales rasgos de este nuevo totalitarismo, en el que la tecnología y el consumismo nos llevan a un estado de «vigilancia empresarial», y nos pone delante las historias y experiencias de estos disidentes --sucedidas hace no tanto tiempo, pero caídas en el olvido-- para ofrecer consejos prácticos sobre cómo identificar y resistir el totalitarismo en nuestro tiempo.
«Mientras una revolución cultural apunta a la institucionalización de una tiranía de clichés ideológicos, Dreher renueva el gran llamado de Solzhenitsyn a 'vivir sin mentiras'. No puedo imaginar un libro más oportuno ni urgente, o uno con un mensaje espiritual, político y cultural más duradero». --Daniel Mahoney, coeditor de The Solzhenitsyn Reader
En 1974, el escritor y disidente Aleksandr Solzhenitsyn publicó, en vísperas de su destierro, un mensaje final dirigido al pueblo ruso, que llevaba por título «¡Vivir sin mentiras!», en el que proclamaba que la mejor respuesta al totalitarismo soviético no era otra que el afecto y la fidelidad a la verdad. El periodista y escritor Rod Dreher, autor del aclamado La opción benedictina, hace en este libro de altavoz a Solzhenitsyn y otros muchos disidentes de Europa del Este que nos alertan del peligro no tan lejano de que Estados Unidos y el resto de Occidente estén abocados a un totalitarismo «blando», basado más en la manipulación psicológica que en la violencia abierta. Dreher desvela algunos de los principales rasgos de este nuevo totalitarismo, en el que la tecnología y el consumismo nos llevan a un estado de «vigilancia empresarial», y nos pone delante las historias y experiencias de estos disidentes —sucedidas hace no tanto tiempo, pero caídas en el olvido— para ofrecer consejos prácticos sobre cómo identificar y resistir el totalitarismo en nuestro tiempo. «Mientras una revolución cultural apunta a la institucionalización de una tiranía de clichés ideológicos, Dreher renueva el gran llamado de Solzhenitsyn a ‘vivir sin mentiras’. No puedo imaginar un libro más oportuno ni urgente, o uno con un mensaje espiritual, político y cultural más duradero»
INTRODUCCIÓN
Siempre está la creencia falaz de que: «aquí no podría pasar lo mismo; aquí es imposible que pasen esas cosas». Ay, el mal del siglo veinte se puede dar en cualquier sitio de la tierra. Aleksandr Solzhenitsyn1 En 1989 cayó el Muro de Berlín y con él el totalitarismo soviético. Atrás quedó el Estado policial comunista que había esclavizado a Rusia y a la mitad de Europa. La Guerra Fría que había dominado la segunda mitad del siglo XX llegó a su fin. La democracia y el capitalismo florecieron en las naciones que antes estaban bajo su yugo. La era del totalitarismo cayó en el olvido, para nunca más representar una amenaza para la humanidad. O eso dicen. Yo, como la mayoría de los americanos, creía que el peligro del totalitarismo era agua pasada. Hasta que en la primavera de 2015 recibí una llamada de un desconocido que parecía alterado. La persona que tenía al otro lado del teléfono era un eminente médico estadounidense. Me decía que su anciana madre, una inmigrante checoslovaca en Estados Unidos, había pasado seis años de su juventud como prisionera política en su tierra natal. Ella había formado parte de la resistencia católica anticomunista. Ahora, a sus más de noventa años, la anciana vive con su hijo y su familia, y ha contado recientemente a su hijo estadounidense que los acontecimientos de los que son testigos ahora en este país le recuerdan la época en la que el comunismo desembarcó por primera vez en Checoslovaquia. ¿Qué desató su preocupación? Noticias sobre el histérico linchamiento colectivo en redes sociales a una pizzería de un pequeño pueblo de Indiana cuyos propietarios, cristianos evangélicos, dijeron a un periodista que no servirían el encargo de una boda entre personas del mismo sexo. Tan abrumadoras fueron las amenazas de muerte y a su propiedad —incluyendo las de un usuario de la plataforma Twitter, que twitteó un llamamiento a quemar la pizzería— que los dueños del restaurante echaron el cierre por un tiempo.
Mientras tanto, las élites liberales, especialmente en los medios de comunicación, normalmente tan atentas al peligro de que las turbas amenacen la vida y el sustento de las minorías, no se preocuparon por el asalto a la pizzería, que se produjo en el contexto del más amplio debate sobre la colisión entre los derechos de los homosexuales y la libertad religiosa. El médico nacido en Estados Unidos dijo que había escuchado a sus padres inmigrantes advertirle sobre los peligros del totalitarismo durante toda su vida. No se había preocupado; después de todo, estamos en Estados Unidos, la tierra de la libertad, de los derechos individuales, una nación bajo Dios y el imperio de la ley. Estados Unidos nació de la búsqueda de la libertad religiosa y siempre se había sentido orgulloso de la Primera Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos que la garantizaba. Pero ahora algo de lo que estaba sucediendo en Indiana le hizo plantearse si su madre tendría razón. Es fácil tomarse este tipo de cosas a risa. Muchos de los que tenemos padres ya mayores estamos acostumbrados a tener que convencerles para que no se tiren desde un cuarto piso, por así decirlo, después de que el telediario avivara su miedo y ansiedad ante el mundo que se abre más allá del umbral de su puerta. Supuse que probablemente este era el caso de la anciana checa. Pero había algo que me desconcertaba en la tensión que sentía en la voz del médico y en el hecho de que se hubiera sentido obligado a ponerse en contacto con un periodista que ni siquiera conocía, diciéndome, además, que sería demasiado peligroso para mí mencionar su nombre si escribía sobre él.
Empecé a preguntarme lo que él mismo se preguntaba: ¿qué pasa si la vieja checa ve algo que el resto de nosotros no vemos? ¿Qué pasa si realmente nos encontramos ante un giro hacia el totalitarismo en las democracias liberales occidentales y no podemos verlo porque toma una forma diferente a la de antaño? Durante los años siguientes, hablé con muchos hombres y mujeres que alguna vez habían vivido bajo el comunismo. Les pregunté qué pensaban de la declaración de la anciana. ¿Pensaban también que la vida en Estados Unidos se dirige hacia algún tipo de totalitarismo? Todos dijeron que sí, a menudo de manera enfática. Mi pregunta les sorprendió en muchos casos porque consideran que la ingenuidad de los americanos en este tema no tiene remedio. Al hablar extensamente con algunos de los emigrantes que buscaron refugio en Estados Unidos, descubrí que están realmente enfadados porque sus compatriotas estadounidenses no reconocen lo que está sucediendo. ¿Qué hace que la situación que emerge en Occidente sea similar a aquella de la que huyeron? Después de todo, toda sociedad tiene reglas, tabúes y mecanismos para hacerlos cumplir.
Lo que desconcierta a quienes vivieron bajo el comunismo soviético es esta similitud: las élites y las instituciones de élite están abandonando un liberalismo anticuado, basado en la defensa de los derechos del individuo, para reemplazarlo por un credo progresista que considera la justicia en términos de grupos. Anima a las personas a identificarse con grupos —étnicos, sexuales y de otros tipos— y a pensar en el Bien y el Mal como una cuestión de dinámica de poder entre los grupos. Lo que impulsa a estos progresistas es una visión utópica, una que les mueve a tratar de reescribir la historia y reinventar el lenguaje para reflejar sus ideales de justicia social. Además, estos progresistas utópicos están cambiando constantemente los estándares de las ideas, del discurso y del comportamiento. Uno nunca puede saber con seguridad cuándo los que ostentan el poder le van a perseguir como a un villano por haber dicho o hecho algo que estaba perfectamente bien el día anterior. Y las consecuencias de violar los nuevos tabúes son extremas, e incluyen perder el modo que tienes de ganarte la vida y arruinar tu reputación para siempre. Hay gente que se está convirtiendo instantáneamente en paria por haber expresado una opinión políticamente incorrecta o haber provocado de alguna u otra forma a una turba progresista, que amplifica su chivo expiatorio a través de las redes sociales y los medios de comunicación convencionales.
Bajo el disfraz de «diversidad», «inclusión», «equidad» y otras jergas igualitarias, la izquierda crea poderosos mecanismos de control del pensamiento y del discurso y margina a los disidentes tachándolos de malvados. Para los estadounidenses que nunca han vivido este tipo de aturdimiento ideológico, es muy difícil reconocer lo que está sucediendo. Sin duda, sea lo que sea, no es un calco de cómo era la vida en las naciones del bloque soviético, con su policía secreta, sus gulags, su estricta censura y su privación material. Ese es precisamente el problema, advierten estos emigrantes. El hecho de que, en relación con las condiciones del bloque soviético, la vida en Occidente siga siendo tan libre y tan próspera es lo que ciega a los estadounidenses ante la creciente amenaza a la que se ve sometida nuestra libertad. Eso, y la forma en que los que nos privan de libertad lo formulan en un discurso de liberación de las víctimas de la opresión. «Nací y crecí en la Unión Soviética, y me tiene francamente sorprendido lo que se parecen algunos de estos acontecimientos a la forma en que operaba la propaganda soviética», dice un profesor universitario que ahora vive en el Medio Oeste.
Otro profesor emigrado, este de Checoslovaquia, fue igual de directo. Me dijo que comenzó a notar el cambio hace alrededor de una década: sus amigos bajaban la voz y miraban de reojo quién tenían alrededor al expresar opiniones conservadoras. Cuando él manifestaba sus creencias conservadoras en un tono de voz normal, los americanos comenzaban a inquietarse y analizaban cada punto de la sala para ver quién podría captar sus palabras. «Crecí así», me dice, «pero se suponía que esto no pasaría aquí». ¿Qué está pasando aquí? El papa Benedicto XVI considera que la sociedad está cayendo presa de una militancia progresista —y profundamente anticristiana—. El papa Benedicto la describe como una «dictadura global de ideologías aparentemente humanistas» que empuja sin tregua a los disidentes a los márgenes de la sociedad. Benedicto llamó a esto una manifestación del «poder espiritual del Anticristo»2 . Este poder espiritual adquiere forma material en el gobierno y las instituciones privadas, en las corporaciones, en la academia y los medios de comunicación, y en las prácticas cambiantes de la vida cotidiana estadounidense. Cuenta con capacidades tecnológicas sin precedentes para vigilar la vida privada. Prácticamente no queda ningún lugar donde esconderse.
El viejo y duro totalitarismo tenía una visión del mundo que requería la erradicación del cristianismo. El nuevo totalitarismo blando también, y no estamos equipados para resistir su más taimado ataque. Como sabemos, el comunismo era militantemente ateo y declaró la religión su enemiga mortal. Los soviéticos y sus aliados europeos asesinaron al clero y arrojaron a un número incontable de creyentes, tanto ordenados como laicos, a prisiones y campos de trabajo, donde muchos sufrieron tortura. ¿Y hoy? Occidente se ha vuelto poscristiano, y un gran número de los nacidos después de 1980 rechazan la fe religiosa. Esto significa que, no solo se opondrán a los cristianos cuando defendamos nuestros principios, en particular, en defensa de la familia tradicional, de los roles de género masculino y femenino y de la santidad de la vida humana, sino que ni siquiera entenderán por qué deben tolerar la disensión fundada en creencias religiosas.
No podemos esperar hacer frente al totalitarismo suave que se avecina si no tenemos nuestras vidas espirituales en orden. Este es el mensaje de Aleksandr Solzhenitsyn, el gran disidente anticomunista, premio Nobel y cristiano ortodoxo. Creía que el núcleo de la crisis que creó y sostuvo el comunismo no era político sino espiritual. Después de que la publicación de su Archipiélago Gulag expusiera la podredumbre del totalitarismo soviético y convirtiera a Solzhenitsyn en un héroe global, Moscú acabó expulsándole a Occidente. En vísperas de su exilio forzado, Solzhenitsyn publicó un mensaje final dirigido al pueblo ruso, que llevaba por título «¡Vivir sin mentiras!». En dicho ensayo, Solzhenitsyn lanzaba sus objeciones a la afirmación de que el sistema totalitario es tan poderoso que el hombre y la mujer ordinarios no pueden cambiarlo. Tonterías, decía. El totalitarismo se basa en una ideología hecha de mentiras. La existencia del sistema depende del miedo que la gente tenga a desafiar esas mentiras.
«Este debe ser el camino que tomemos: ¡Jamás apoyemos mentiras a sabiendas de estar haciéndolo!»3 . Puede que no seas lo suficientemente fuerte como para plantarte en público y decir lo que realmente crees, pero al menos puedes negarte a afirmar lo que no crees. Quizás no puedas derrocar el totalitarismo, pero puedes encontrar dentro de ti y de tu comunidad los medios para vivir revestido con la dignidad de la verdad. Si no nos queda otra que vivir bajo la dictadura de la mentira, dijo el escritor, entonces nuestra respuesta debe ser: «¡Que su dominio no se aferre a mí!». ¿Qué significa para nosotros hoy vivir sin mentiras? Esa es la pregunta que este libro explora a través de entrevistas y testimonios de cristianos (y de otros) de todo el bloque soviético que vivieron el totalitarismo y que comparten las lecciones que aprendieron a través de una experiencia tan dura.
La primera parte de este libro sostiene que, a pesar de su permisividad superficial, la democracia liberal está degenerando en algo que se asemeja al totalitarismo sobre el que se impuso triunfalmente en la Guerra Fría. Explora las fuentes del totalitarismo, revelando los preocupantes paralelismos entre la sociedad contemporánea y las que dieron origen al totalitarismo del siglo XX. También examinaremos dos factores particulares que definen el creciente totalitarismo blando: la ideología de la «justicia social», que domina la academia y otras instituciones importantes, y la tecnología de vigilancia, que se ha vuelto omnipresente, no por decreto del gobierno, sino a través de la persuasión del capitalismo de consumo. Esta sección termina con una mirada al papel clave que jugaron los intelectuales en la Revolución bolchevique y por qué no podemos permitirnos reírnos de los excesos ideológicos de nuestra propia clase intelectual, tan políticamente correcta. La segunda parte analiza en mayor detalle las formas, los métodos y las fuentes de resistencia a las mentiras del totalitarismo blando.
¿Por qué la religión y la esperanza que esta da se sitúan en el centro de la resistencia efectiva? ¿Qué tiene que ver la voluntad de sufrir con vivir en la verdad? ¿Por qué la familia es la célula de oposición más importante? ¿De qué manera proporciona el fiel compañerismo resistencia frente a la persecución? ¿Cómo podemos aprender a reconocer los falsos mensajes del totalitarismo y luchar contra su engaño? ¿Cómo lo superaron estos creyentes oprimidos? ¿Cómo se protegieron a sí mismos y cómo protegieron a sus familias? ¿Cómo mantuvieron la fe, la integridad, y hasta la cordura? ¿Por qué están tan ansiosos por el futuro de Occidente? ¿Somos capaces de escucharlos o seguiremos descansando tranquilos en la ilusión de que no puede acontecer aquí? Una inmigrante de origen soviético que enseña en una universidad de lo más profundo del corazón de los Estados Unidos enfatiza la urgencia de que los estadounidenses se tomen en serio a personas como ella.
«Uno no puede anticipar de qué le van a acusar mañana», advierte. «No tienes idea de qué cosa completamente normal que haces o dices hoy van a usar en tu contra para destruirte. Esto es lo que se vivió en la Unión Soviética. Sabemos cómo funciona esto». Por otro lado, mi amigo el inmigrante checo me aconsejó que no perdiera el tiempo escribiendo este libro. «La gente tendrá que experimentarlo primero en sus carnes para entenderlo», dice cínicamente. «Cada vez que trato de explicar a mis amigos o conocidos los acontecimientos actuales y lo que estos entrañan, me enfrento a ojos en blanco o a absolutos disparates». Quizás tenga razón. Pero escribí este libro para demostrar que estaba equivocado, por el bien de sus hijos y de los míos.
1 Solzhenitsyn, Aleksandr, The Gulag Archipelago (1918-1956), cita extraída de la introducción del autor a la edición inglesa resumida por Edward E. Ericson Jr. Trads. Thomas P. Whitney y Harry Willetts, Perennial, Nueva York, 1983, sin numerar. Ndt: Traducción propia, ya que fue imposible conseguir una edición en español que incluyese esa introducción del autor.
2 «In new biography, Pope Benedict XVI laments modern ‘anti- Christian creed’» [El papa Benedicto XVI lamenta el moderno «credo anticristiano» en una nueva biografía], National Catholic Register, 4 mayo, 2020, ncregister.
3 Solzhenitsyn, Aleksandr, «Live Not by Lies!» [¡Vivir sin mentiras!], en The Solzhenitsyn reader. New and selected writings, 1947-2005, eds. Edward E. Ericson Jr. y Daniel J. Mahoney, ISI Books, Wilmington, DE, 2009, p. 558. Traducción al español.
VER+:
¿QUÉ PASA EN LA IGLESIA?:
MUCHOS CLÉRIGOS IGNORAN
QUE SOMOS UNA MINORÍA
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