EL Rincón de Yanka: 🌵 JOHN WAYNE, UN ACTOR DE LEYENDA Y UN HOMBRE ÍNTEGRO

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sábado, 26 de enero de 2019

🌵 JOHN WAYNE, UN ACTOR DE LEYENDA Y UN HOMBRE ÍNTEGRO

John Wayne, 
un actor de leyenda 
y un hombre íntegro

"Cuanto más veo la televisión 
y el cine de hoy, 
más extraño a John Wayne y a John Ford". 
Yanka


El cowboy más eterno de Hollywood representa muchos de los valores de los Estados Unidos: hombre hecho a sí mismo que lucha por la libertad y el bienestar de su nación.

El monstruo sagrado John Wayne vivió la era dorada del cine de Hollywood, y trabajó ininterrumpidamente desde sus comienzos en algunos western mudos de mediados los años 20, hasta muy poco antes de su muerte, cuando rodó en 1976 su última película, El último pistolero, de Donald Siegel. O dicho de otro modo, fue uno de los actores protagonistas masculinos que tuvo la enorme fortuna de trabajar en ese momento de esplendor de la industria cinematográfica norteamericana, la de los grandes estudios, que va, por ejemplo, desde 1939 (La diligencia, de John Ford), hasta el mismo comienzo de los años sesenta (El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford, 1962), momento en el que la industria televisiva, entre otros muchos factores, destruyó definitivamente el sistema construido en torno a los estudios.

Nació en el seno de una familia presbiteriana pobre de ascendencia irlandesa y escocesa. Pasó su infancia mudándose de un lugar a otro, soportando las discusiones constantes entre su padre, farmacéutico, y su madre, ansiosa por escalar en la pirámide social. El joven Wayne era enclenque, taciturno e inseguro de sí mismo, pero esto cambió en la adolescencia, cuando pegó el estirón y desarrolló la figura atlética a la que nos tiene acostumbrados en sus películas; fue uno de los actores más altos de su generación. Con su 1,93 de estatura llenaba la pantalla con una presencia física apabullante y una manera de caminar muy característica.
John Wayne era solo su nombre artístico. Sus padres le bautizaron como Marion Robert Morrison, un nombre, el de Marion, que sonaba muy femenino y que no le apasionaba en absoluto. Sus vecinos de Glendale (California) comenzaron a llamarle Big Duke de pequeño porque siempre estaba con su perro Airedale Terrier, que se llamaba Little Duke. De esta manera conservó el apodo durante el resto de su vida.

Precisamente, su físico le permitió entrar la Universidad del Sur de California (USC) gracias a una beca para que jugara en el equipo de fútbol americano. También pudo alojarse en la fraternidad Sygma a cambio de realizar trabajos manuales dentro de la residencia. Wayne era un alumno y un deportista popular, que atraía la simpatía masculina y los coqueteos femeninos. Sin embargo, la historia le había preparado el primer revés.
Una lesión en el hombro impidió al duque continuar en el equipo de fútbol, por lo que le retiraron su beca y no pudo continuar en la universidad. Como necesitaba dinero para mantenerse, empezó a trabajar en los estudios de la Fox por 35 dólares a la semana, haciendo chapucillas.
Fue en la Fox donde conoció a la figura más importante de su carrera: John Ford. El director era famoso por maltratar a los intérpretes y ser especialmente duro con los recién llegados, pero a John Wayne le respetó desde el primer momento. Ambos compartían la pasión por el fútbol americano -Ford había jugado en el instituto- y el carisma de Wayne hizo el resto. Empezó a hacer papeles de doble y extra en varias películas y Ford le dio su primera oportunidad protagonista en 'El triunfo de la audacia' (1929), una película sobre la academia naval.

Un año después el reconocido director Raoul Walsh, le dio el papel protagonista en La gran jornada (1930). Pero nuevamente, cuando la carrera de Wayne parecía que iba a despegar, se produjo el crack de la Bolsa estadounidense el 29 de octubre de 1929 y arruinó bancos, empresas y los bolsillos de millones de personas. Su película fue un fracaso en taquilla y fue despedido de la Fox. Durante la década que siguió, tuvo que trabajar en Westerns de serie B para poder subsistir.
El John Wayne cowboy refleja el contraste entre el idealismo cándido y el entorno hostil, inhóspito y áspero de las llanuras y los desiertos norteamericanos. La fuerza de la ley y la justicia abriéndose camino entre la anarquía del Oeste. Ford aprovechó esta faceta para darle el papel que lanzaría su carrera, el de Ringo Kid en La diligencia (1939).

La historia se ponía una vez más en su contra con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. Aunque en esta ocasión, la eventualidad no supuso un obstáculo para su imparable ascenso. Estando al límite de la edad de reclutamiento y con cuatro hijos, le concedieron permiso para quedarse en el país. Inocencio Arias, ex diplomático, cinéfilo de primera línea y fan de Wayne -"me ha hecho pasar muy buenos ratos"- explica que "fue un mito sobre todo para la generación de la Segunda Guerra Mundial". Sus películas arrasaron, y encarnó, junto a otros como Humphrey Bogart, el ideal de héroe estadounidense que tanto necesitaba la nación.
Tras el conflicto bélico más grande de la historia de la humanidad, participó en 1948 en una película determinante para su carrera: Río Rojo de Howard Hawks. El propio John Ford se sorprendió por su gran actuación y 'el duque' llegó a declarar: "La diligencia me hizo estrella y Río Rojo me hizo actor".
De hecho, un año más tarde obtendría su primera nominación al Oscar por Arenas sangrientas, una película sobre la batalla de Iwo Jima. También en ese año fue elegido presidente de la Alianza Audiovisual para la Preservación de Ideales Americanos (MPA), organización anticomunista que se propuso combatir esta ideología en la gran pantalla. 


VÍCTIMA DE VARIOS INTENTOS DE ASESINATO 

John Wayne fue víctima de varios intentos de asesinato, y no solamente en sus películas. Según desvela el escritor y actor británico Michael Munn en su biografía de John Wayne, titulada The man behind the myth (El hombre detrás del mito), a Stalin le sacaba de quicio el feroz anticomunismo que profesaba el actor, así que planeó matarlo. El primer intento lo llevaron a cabo dos soviéticos disfrazados de agentes del FBI, que trataron de acabar con la vida del actor en su despacho de la Warner Bros, en Hollywood. Fueron descubiertos y capturados. Durante el rodaje de Hondo también sufrió un atentado frustrado por parte de miembros de grupos comunistas estadounidenses y en 1966 fue objetivo de un francotirador durante su visita a las tropas estadounidense en Vietnam. También salió indemne. 
No se puede hablar de John Wayne sin mencionar El hombre tranquilo (1952), de John Ford. El director de este periódico, Pedro G. Cuartango, dijo de ella en un artículo: "Yo recomendaría que si hay alguien tentado a suicidarse, viera este film que expresa el fulgor deslumbrante de la existencia, ese esplendor en la hierba del que hablaba el poeta y que permanece siempre en el recuerdo". Poco más que añadir.

A los 52 años, la misma época en que estrenaba Río Bravo (1959), de Howard Hawks, quedó en bancarrota. El consejero financiero en el que había confiado los últimos 17 años acabó con toda la fortuna del actor. Intentó salir del paso apostando por El Álamo (1960), una película que quería realizar desde hace años y que produjo, dirigió y protagonizó. En ella estaban representados los valores norteamericanos que tanto amaba. El film fracasó en taquilla, recaudando menos de lo que costó -más de 10 millones de dólares-. Sus siguientes películas fueron grandes éxitos - El hombre que mató a Liberty Balance, Hatari, El día más largo, La conquista del Oeste...- y el actor disfrutó de estabilidad hasta que a los 57 años le diagnosticaron cáncer de pulmón.

Wayne había sido toda su vida un fumador empedernido, llegando a consumir 6 cajetillas de tabaco cada día. Le tuvieron que extirpar un pulmón y, a pesar de todo, siguió trabajando y creciendo en la industria del cine. El Partido Republicano le llegó a proponer para presidente, pero a él le pareció que nadie votaría a un actor. Su convicción era invencible, pero en el fondo sabía que no podía interpretar los mismos papeles de antes.
En 1970 ganó su primer Oscar a mejor actor por el papel del cínico vaquero Rooster Cogburn en Valor de ley. Un actor clásico, reconocido por el incipiente Nuevo Hollywood. Wayne murió en 1979 de un cáncer de estómago a los 72 años. Quizá, las palabras que mejor le describan son las de la actriz Maureen O'Hara cuando le propuso para la medalla de oro del Congreso: "John Wayne no es sólo un actor, John Wayne es los Estados Unidos de América".


Para corroborar la inmensa calidad como actor de cine de John Wayne, siempre y cuando estuviera bien dirigido claro, como todos, basta con hacer mención sólo de algunos planos o de algunas secuencias, en las que casi siempre sin palabras, sólo con la mirada, la rotunda presencia física y el elocuente pero sencillo gesto, Wayne contaba mucho más que muchas de las actuales estrellas de cine, muchos de ellos grandilocuentes histriones verborreicos.

Sólo hace falta ver a Wayne, por ejemplo, en Río Bravo, para tener una idea de su talla: es imposible estar mejor en una película, parece no actuar, simplemente está ahí, pasándoselo bien, como si toda su existencia hubiera consistido en deambular junto a los inconmensurables Walter Brennan y Dean Martín por las calles del pueblucho en el que transcurre la acción. Y qué me dicen del momento en el que abraza sin mirarla a Maureen O’Hara y la besa en la frente en el romántico y lejano cementerio que aparece en El hombre tranquilo: no se puede expresar mejor la dulce y recatada ternura por la mujer amada y a la vez el loco deseo sexual por ella.


Y en Centauros del desierto, qué opinan de ese primer plano (los primeros planos, claro, son la prueba de fuego de los grandes actores de cine) tremendo y emocionante en el que el personaje de Wayne sabe que ha perdido al amor de su vida a manos de los indios, y le quita la silla de montar a su caballo, como si tal cosa, como un profesional, aunque debe apoyarse en el lomo para no desfallecer de dolor. ¿O qué me dicen del final de la película, probablemente uno de los más hermosos, emocionantes y devastadores de la historia del cine, cuando Wayne queda en el centro del plano, fuera del hogar familiar al que van accediendo todos los demás personajes menos él, y consciente de la soledad abrumadora que lo envuelve y le espera para siempre, él mismo se acaricia levemente el brazo mientras se da la vuelta y se pierde borrado del plano por el polvo que levanta el viento de la historia?

¿Y qué decir de la escena de El hombre que mató a Liberty Valance, cuando sabe que el amor de su vida prefiere a James Stewart, y borracho y loco de dolor destruye el hogar que había construido para ella?

Este breve repaso a la vida de una de las máximas estrellas del firmamento cultural estadounidense deja en claro que John Wayne fue, por sobre todas las cosas, un personaje complejo. Eludiendo la crítica fácil de la izquierda y el progresismo norteamericanos, su figura sobrepasa cualquier tipo de encasillamiento arbitrario y es ya símbolo irremplazable de la esencia y la fibra que cimentaron los Estados Unidos tal como los conocemos. Fue, sin duda, una persona coherente con su estilo de vida y sus principios. A lo largo y a lo ancho del territorio estadounidense aparecen homenajes a quien fuera admirado durante décadas en las pantallas. Probablemente, el más curioso sea el haber bautizado -en 1979- con su nombre al aeropuerto del Condado de Orange, en California, donde una estatua del protagonista de La diligencia recibe a los viajeros.

Quizá un buen cierre sean las palabras del célebre director Robert Aldrich. Convocado en ocasión de la entrega a Wayne de la Medalla de Oro del Congreso (máxima condecoración civil otorgada por los Estados Unidos a quienes hayan contribuido decisivamente a la cultura estadounidense), Aldrich declaró:
“Es importante que ustedes sepan que soy (miembro del partido) demócrata (…) No comparto punto de vista político alguno con ‘El Duque’. Sin embargo (…), John Wayne excede con mucho los parámetros ideológicos de nuestra sociedad. Por su coraje, su integridad, su dignidad y por su talento como actor y su fortaleza como líder, su calidez como ser humano a lo largo de su ilustre carrera, ocupa un lugar único en nuestros corazones y en nuestras mentes. En esta industria solemos juzgar a la gente, a menudo, injustamente (…) Estoy orgulloso de considerarlo mi amigo y estoy totalmente de acuerdo con que mi Gobierno reconozca la contribución que el señor Wayne ha realizado a lo largo de su vida.”
En época de endebleces morales y tibiezas éticas, John Wayne es un ejemplo al que conviene acudir.
En una entrevista concedida a la prensa, el nieto sacerdote de John Wayne, Matthew Muñoz contaba: “Cuando éramos pequeños íbamos a su casa y sencillamente pasábamos el rato con el abuelo, jugábamos y nos divertíamos. Una imagen muy diferente de la que tenía la mayoría de la gente de él”.
El sacerdote, que vive actualmente en California, recordó que la primera esposa del actor –y su abuela- Josefina Wayne Sáez fue el principal instrumento que Dios utilizó para evangelizar a la estrella del cine. De origen dominicano, Josefina “tuvo una maravillosa influencia sobre la vida de mi abuelo, y lo introdujo en el mundo católico”.
John Wayne se casó con Josefina Sáez en el año 1933. Tuvieron cuatro hijos; el menor de ellos, Melinda, es la madre del Padre Muñoz. John se divorció de Josefina años más tarde. Por su fe católica, la joven decidió no volver a casarse hasta la muerte de su ex marido, por cuya conversión rezó siempre a Dios.


Eterna añoranza, 
señor Wayne

El protagonista de películas como 'Centauros del desierto' o 'El hombre que mató a Liberty Valance' es una de las presencias más grandiosas de la historia del cine

Se llamaba Marion Robert Morrison, nombre escasamente cinematográfico. Sonaba mucho mejor John Wayne. Este martes hizo cuarenta años que se largó de este mundo. Creo que tenía 72 años, pero parecía invulnerable, era la imagen de la fortaleza, costaba imaginártelo devastado física y mentalmente, en una silla de ruedas o en estado vegetativo. Durante toda su vida estuvo afiliado a la derecha más dura, militó en la Legión Americana y en la Asociación Nacional del Rifle, apoyó las siniestras listas negras durante la caza de brujas que montó aquel delincuente tan patriotico llamado McCarthy, defendió hasta la militancia la intolerable guerra de Vietnam y la glorificó en Boinas verdes, la única y mediocre película que dirigió. Cuentan de él que siempre fue inquebrantable amigo de sus amigos, todas su esposas fueron de ascendencia latinoamericana, le gustaba beber y fumar. Dicen que el cáncer que le mandó al cielo, al infierno o a la nada fue consecuencia de la radiación a la que se expuso durante el rodaje de El conquistador de Mongolia, esa desmesurada osadía en la que se atrevieron a algo tan improbable como que Wayne interpretara a Gengis Kan.

De Wayne, aseguran los puristas de la interpretación, los antiguos apologistas de la expresión corporal, los feligreses del Método, que este hombre solo era capaz de interpretarse a sí mismo, que era nula su capacidad para desdoblarse, que no poseía matices, que siempre hacía de John Wayne. Estoy de acuerdo. Por eso me gusta tanto. También puedo admirar a los grandes camaleones. Pero lo del amor es ootra cosa. Y Wayne me resulta una de las presencias más grandiosas de la historia del cine, alguien que me hipnotiza permanentemente y al que quiero, que me hace comprar la entrada por el placer de verle y oírle, que desde la sobriedad gestual me ha regalado muchas e impagables emociones. Y por supuesto, acusan al personaje real de fascista. Probablemente lo fuera. Pero eso es algo que jamás percibo en el arte que despliega su personalidad en una pantalla. Y ese fulano es legal y fuerte, inspira confianza, te sentirías bien con él en el peligro y en la fiesta. Y puede interpretar a gente atormentada o en derrota, pero es imposible que te lo puedas creer como villano. Le ocurre lo mismo que a los extraordinarios James Stewart y Henry Fonda (y no me olvido de esa tontería dormitiva de Leone titulada Hasta que llegó su hora. Son mis actores favoritos. Junto a Cary Grant y Robert Mitchum. Pero estos si podían ser perversos. Pruebas sublimes de ello: La noche del cazador, El cabo del terror, Encadenados. Y constato que todos ellos pertenecen a la misma época, en la que se rodó el mejor cine que ha existido. Perdón, el que más me gusta a mí.

Cuentan que los majestuosos andares de Wayne los copió de John Ford. A cambio, Wayne fue el transmisor ideal del universo y los sentimientos de ese inigualable poeta del cine, de ese señor que se presentaba desdeñosamente una y otra vez como un profesional que se limitaba a hacer su trabajo, que no tenía nada que ver con el lirismo ni con el arte. Ford se refería a Wayne como “ese pedazo de carne”, pero está claro que su relación, más allá del trabajo, debió de ser paterno filial. Y Ford debía de ser un padre duro, mordaz y gruñón. Rodaron juntos 12 películas, memorables casi todas. Y tres obras obras maestras. Muy tristes dos de ellas y otra un canto luminoso a la alegría de vivir. Pocas tragedias comparables a la de Ethan Edwards en Centauros del desierto y la de Tom Doniphon en El hombre que mató a Liberty Valance. El primero, más solo que la una bajo el sol del desierto en el escalofriante plano final. El segundo, quemando la casa que significaba el triunfo de sus sueños, matando a su enemigo a traición y desde la oscuridad, sabiendo que eso significa renunciar para siempre a la mujer que ama. En la maravillosa El hombre tranquilo, la plenitud acaba triunfando en ese paisaje mágico después de habérsela trabajado mucho el boxeador atormentado y la mujer que no quiere renunciar a su sagrada dote. Y por supuesto que en los tiempos actuales Ford no podría haber contado esa historia. O sería crucificado.

Wayne también trabajó en cinco ocasiones con Howard Hawks, otro creaor que está más allá del elogio. Que divertida y emocionante es ¡Hatari!. Como es la ronda por el pueblo, acechados por todos los peligros, de Wayne y Mitchum, ambos lisiados, en El Dorado. Wayne solo recibió un Oscar, que sonaba a honorífico, por su admirable composición de ese cazador de recompensas, viejo, alcoholizado y tuerto, en Valor de ley. Yo se lo hubiera dado todos los años. El gran reaccionario era el tipo más auténtico y épico cuando le filmaba la cámara. Y la cámara no miente. Siempre acaba revelando la verdad. Su amor hacia determinados intérpretes está justificado.

BIOGRAFÍA DE JOHN WAYNE

John Wayne & Celebrity Ensemble - God Bless America

God Bless America
Kate Smith

God bless America, land that I love
Stand beside her and guide her
Through the night with the light from above
From the mountains to the prairies
To the oceans white with foam
God bless America, my home sweet home
God bless America, land that I love
Stand beside her and guide her
Through the night with the light from above
From the mountains to the prairies
To the oceans white with foam
God bless America, my home sweet home
From the mountains to the prairies
To the oceans white with foam
God bless America, my home sweet home
God bless America, my home sweet home

Dios bendiga a América, tierra que amo
Párate a su lado y guíala
A través de la noche con la luz de arriba
De las montañas a las praderas
A los océanos blancos de espuma
Dios bendiga a América, mi hogar dulce hogar
Dios bendiga a América, tierra que amo
Párate a su lado y guíala
A través de la noche con la luz de arriba
De las montañas a las praderas
A los océanos blancos de espuma
Dios bendiga a América, mi hogar dulce hogar
De las montañas a las praderas
A los océanos blancos de espuma
Dios bendiga a América, mi hogar dulce hogar
Dios bendiga a América, mi hogar dulce hogar