EL Rincón de Yanka: LA CORRUPCIÓN POLÍTICA, INSTITUCIONAL, Y SOCIOCULTURAL CAUSADA POR UNA CRISIS TOTAL DEL HUMANISMO

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martes, 29 de enero de 2019

LA CORRUPCIÓN POLÍTICA, INSTITUCIONAL, Y SOCIOCULTURAL CAUSADA POR UNA CRISIS TOTAL DEL HUMANISMO


La corrupción política, institucional 
y sociocultural causada por una crisis total

Corrupción es la acción de corromper algo, trastocar la naturaleza de las cosas y desnaturalizarlas. Para lograr una convivencia humana armónica la ley natural tuvo que positivizarse y plasmarse en leyes jurídicas que de no cumplirse; repercuten en penas establecidas por cada Estado.

En la fenomenología de la corrupción debemos diferenciar los actos de corrupción de los vicios de corrupción. Los primeros siempre tienden a existir por la naturaleza humana que es imperfecta. En cambio, los vicios tienden a convertirse en hábitos que de no eliminarse se perpetúan en el tiempo, esparciéndose en todos los ámbitos estatales.

Por lo tanto, nunca debe permitirse la existencia de un sistema de corrupción y si aparece debe combatirse y evitar que se transforme en una maraña que desvirtúa la razón de ser de la política. El combate a la corrupción política se da en una temporalidad dividida en tres fases: 

1) la del pasado combatida por jueces, 
2) la del presente combatido por los gobernantes de turno y sus administraciones 
y 3) la del futuro, combatida por los legisladores. Velar por ello, fiscalizar y denunciarlo nos compete a todos como ciudadanos del mismo Estado.

La corrupción política engloba una diversidad de elementos, que al irse desnaturalizando cada uno de ellos deviene en una realidad nociva generadora de involución política, social y económica de los países que la sufren. Actualmente la moral es la más atacada por un rampante relativismo, que va mermando perniciosamente la institucionalidad y los sistemas democráticos. Sabias palabras del escritor argentino Leonardo Castellani al afirmar que “la política siempre debe subordinarse a la moral y nunca al revés.” Al irrespetar esto, tendremos problemas de índole práctico, como sucede actualmente.
"Quitad lo sobrenatural y no tendréis lo natural, sino lo antinatural". Gibert Keith Chesterton
“Pienso que la especie de opresión que amenaza a los pueblos democráticos no se parecerá a nada de lo que ha precedido en el mundo (…). Si quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos podría producirse el despotismo en el mundo, veo una multitud innumerable de hombres semejantes e iguales que giran sin descanso sobre sí mismos para procurarse pequeños y vulgares placeres con los que llenan su alma (…). Por encima de ellos se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga por sí solo de asegurar sus goces y de vigilar su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno. Se parecería al poder paterno si, como él, tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril, pero, al contrario, no intenta más que fijarlos irrevocablemente en la infancia. Quiere que los ciudadanos gocen con tal de que sólo piensen en gozar. Trabaja con gusto para su felicidad, pero quiere ser su único agente y sólo árbitro; se ocupa de su seguridad, prevé y asegura sus necesidades, facilita sus placeres, dirige sus principales asuntos, gobierna su industria, regula sus sucesiones, divide sus herencias, ¿no puede quitarles por entero la dificultad de pensar y la pena de vivir?”. Alexis de Tocqueville 

Tocqueville también advierte con vehemencia de los peligros inherentes a un individualismo excesivo. Para él en este fenómeno hay una noción errónea de libertad, entendida como derecho y no como deber. Su problema fundamental es cómo convertir al individuo en ciudadano. El obstáculo principal para realizar tal empresa, el individualismo que seca las virtudes públicas y deja al individuo solo frente al Estado, produciéndose un vacío social y político que la burocracia se apresta a llenar. En las sociedades contemporáneas, de lejos mucho más individualizadas que las que Tocqueville vivió, donde los cuerpos intermedios van a menos, donde como decía Robert Putnam jugamos a los bolos a solas, estos temores parecen bien ciertos. La pérdida de valor de asociarnos y hacer cosas en común, ese vehículo artificial para superar nuestros intereses egoístas, son señales de alarma. Sin embargo, siempre ayuda la reflexión tocquevilleana de que hay tiempos pasados que no volverán y que, sea como sea el nuevo tiempo, deberá hacerse de otra manera.

Es verdad que, como buen republicano, en Tocqueville predomina una perspectiva moral exigente; es fundamental la participación en los asuntos públicos. Eso sí, el presupuesto básico de Tocqueville es que los hombres tienen un poder real de aleación en política. Su optimismo a este respecto no se extinguió jamás. Por esa fe en la condición humana ataca en sus obras cualquier determinismo que menosprecie nuestra responsabilidad individual como ciudadanos. El ejercicio de la libertad es una tensión continua entre distintas fuerzas: es una lucha contra el Estado, contra una mayoría tiránica —moderno Leviatán con disfraz democrático— y contra el hombre mismo, escindido entre su pasión por la igualdad cómoda y el ejercicio racional de su ciudadanía.

Muchas ideologías han contribuido nocivamente al despliegue de un permisivismo atroz, llevando los actos de corrupción a vicios. No olvidemos que las ideologías son una desnaturalización de la filosofía y estas alejan al hombre de la verdad, consiguiendo con ello una perversión de la acción humana llevándolo a la corrupción en su obrar en sociedad.

Es imprescindible combatir a la corrupción desde su origen, respetando la naturaleza de las cosas y así alejarnos del error. Ya lo decía el sociólogo francés Frederick Le Play: “El error es el que pierde a las naciones”. Recordemos que las ideas mueven a los ciudadanos y los errores pertenecen al mundo de las ideas; si estas no son correctas, inevitablemente destruyen a los pueblos.

Los vicios están arraigados a nuestra naturaleza humana y cuando estos se ven reforzados a través de un sistema de pensamiento falso, potencian la corrupción, favoreciendo con ello el debilitamiento de las autoridades y menguando su legitimidad, despreciando las costumbres morales y con ello el detrimento sistemático de las libertades individuales, como decía el jurista español Salvador Minguijón: “La estabilidad de la conciencia crea el arraigo, que engendra sanas costumbres y estas cristalizan en sanas instituciones”. Al no existir esto se fomentan perversas costumbres que se corporizan en instituciones desnaturalizadas.
Las crisis de los Estados provienen de aspectos importantes corrompidos previamente: éstas inician con las crisis sociales, luego crisis políticas, finalizando con enormes crisis económicas. Muchos políticos mal intencionados se aprovechan de esto y para lograr beneficios personales con sus ideologías, promueven la expansión de la crisis antropológica del hombre masa. Fomentando el desarraigo de su moral, una segmentación liberándolo de sus principios y homogenizándolo y condicionándolo con propaganda en medios de comunicación, logrando un adoctrinamiento para su beneficio propio.
Esta crisis antropológica produce enormes efectos negativos morales, porque el hombre actúa con base en acciones morales. Al despojarse de sus principios, el hombre masa fácilmente es automatizado y manipulado al antojo de cualquier demagogo oportunista.

LA RELIGIÓN O LA REVOLUCIÓN
«Yo represento la tradición, 
por la cual son lo que son las naciones 
en toda la dilatación de los siglos. 
Si mi voz tiene alguna autoridad, 
no es, señores, porque es la mía: 
la tiene porque es la voz de nuestros padres.»
La iniciación del Ensayo es harto conocida por haber sido reproducida más de una vez por muchos que no conocen del importante estudio sino esta frase: «M. Proudhon ha escrito en su Confesiones de un revolucionario estas notables palabras: «Es cosa que admira el ver de qué manera en todas nuestras cuestiones políticas tropezamos siempre con la teología.» 
Nada hay aquí que pueda causar sorpresa, sino la sorpresa de M. Proudhon. La teología, por lo mismo que es la ciencia de Dios, es el océano que contiene y abarca todas las ciencias, así como Dios es el océano que abarca y contiene todas las cosas.» Hace ver luego cómo todas las sociedades de todos los tiempos han tenido un sentido religioso, que ha sido reconocido por Rousseau y Voltaire. Pero las sociedades que han abandonado el culto de Dios por la idolatría del ingenio son pasto de las revoluciones, porque en pos de los sofismas vienen las revoluciones, y en pos de los sofistas los verdugos. Analiza genialmente esta idea, relacionándola con la política, y dice: «En los pueblos orientales como en las Repúblicas griegas y en el Imperio romano como en las Repúblicas griegas y en los pueblos orientales, los sistemas teológicos sirven para explicar los sistemas políticos: la teología es la luz de la Historia. La teología católica dio vida, pues, a un nuevo orden político. «Por el Catolicismo entró el orden en el hombre, y por el hombre, en las sociedades humanas».
«El orden pasó del mundo religioso al mundo moral, y del mundo moral al orden político. El Dios católico, criador y sustentador de todas las cosas, las sujetó al gobierno de su providencia, y las gobernó por sus vicarios.» 

«El Catolicismo, divinizando la autoridad, santificó la obediencia; y santificando la una y divinizando la otra, condenó el orgullo en sus manifestaciones más tremendas, en el espíritu de dominación y en el espíritu de rebeldía. Dos cosas son de todo punto imposibles en una sociedad verdaderamente católica: el despotismo y las revoluciones.» 
Dios dejó a la sociedad para que le indicara el verdadero camino y le enseñara la solución de sus problemas a la Iglesia, su mística ciudad.
La potestad humana está por debajo de la religiosa en este señalamiento del camino y diferenciación del bien y del mal, y de esa impotencia de la autoridad seglar para designar los errores ha nacido el principio de libertad de discusión, principio general de las constituciones modernas, que se funda en el hecho cierto de que no son infalibles los Gobiernos, y en el falso de la infalibilidad de la discusión. Es falsa esa infalibilidad, porque no puede nacer de la discusión si no está antes en los que discuten y en los que gobiernan, y no puede estar en ellos sino a condición de que la naturaleza humana no sea errónea. Por otra parte, si la naturaleza humana es infalible, la verdad está en todos los hombres independientemente de que estén reunidos o no, y si la verdad está en todos los hombres, aislados o juntos, todas sus afirmaciones serán idénticas, y si son idénticas, la discusión es absurda. En el caso de que se afirme que la razón humana está enferma y es falible, no puede estar nunca cierto de la verdad por esa misma falibilidad, y esta incertidumbre está en todos los hombres, juntos o aislados, por lo que sus afirmaciones han de ser inciertas, y si son inciertas, la discusión sigue siendo absurda.

La solución católica a este respecto es la siguiente: «El hombre viene de Dios, y el pecado, del hombre; la ignorancia y el error, como el dolor y la muerte, del pecado; la falibilidad, de la ignorancia; de la falibilidad, lo absurdo de las discusiones.» Pero el hombre fue redimido, por donde salió de la esclavitud del pecado, y de aquí que pueda convertir la ignorancia, el error, el dolor y la muerte en medio de su santificación, con el buen uso de su libertad, ennoblecida y restaurada. «Para este fin instituyó Dios su Iglesia inmortal, impecable e infalible. La Iglesia representa la naturaleza humana sin pecado, tal como salió de las manos de Dios, llena de justicia original y de gracia santificante: por eso es infalible, y por eso no está sujeta a la muerte.» 

Su existencia en la tierra está puesta como medio de ayuda para el hombre. «Síguese de aquí que sólo la Iglesia tiene el derecho de afirmar y de negar, y que no hay derecho fuera de ella para afirmar lo que ella niega, para negar lo que ella afirma.» De aquí la fecunda intolerancia de la Iglesia que ha salvado al mundo del caos, mientras las sociedades escépticas y discutidoras se han perdido vanamente. «La teoría cartesiana, según la cual la verdad sale de la duda como Minerva de la cabeza de Júpiter, es contraria a aquella ley divina que preside al mismo tiempo a la generación de los cuerpos y de las ideas, en virtud de lo cual los contrarios excluyen perpetuamente a sus contrarios, y los semejantes engendran siempre a sus semejantes. En virtud de esta Ley, la duda sale perpetuamente de la duda, y el escepticismo del escepticismo, como la verdad de la fe, y de la verdad, la ciencia.» Juan Donoso Cortés


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📗 LIBRO "CATÓLICOS EN TIEMPOS DE CONFUSIÓN"



LA CORRUPCIÓN Y SUS CAUSAS POR MIGUEL AYUSO TORRES